Muchos padres sobrestiman la estabilidad y las buenas cualidades de sus hijos. No parecen tomar en cuenta que serán expuestos a las influencias engañosas de jóvenes viciosos. Los padres tienen sus temores cuando los envían a un colegio distante, pero se ilusionan con la idea de que como han tenido buenos ejemplos e instrucción religiosa, serán leales a los principios durante sus años de estudios secundarios. Muchos padres no tienen sino una vaga idea del grado de libertinaje que existe en estas instituciones de aprendizaje. En muchos casos los padres han trabajado duramente y sufrido muchas privaciones con el ansiado propósito de que sus hijos obtengan una educación completa. Y después de todos sus esfuerzos, muchos tienen la amarga experiencia de recibir a sus hijos de su curso de estudios con hábitos disolutos y una constitución física arruinada. Y frecuentemente les faltan el respeto a sus padres y son desagradecidos y profanos. Estos padres que han sido abusados, cuyos hijos ingratos los recompensan de esa manera, lamentan haber enviado a sus hijos lejos de ellos para ser expuestos a tentaciones y regresar a la casa hechos una ruina física, mental y moral. Con esperanzas defraudadas y corazones casi quebrantados, ven a sus hijos, de quienes tenían elevados propósitos, seguir un camino de vicios y arrastrar una existencia miserable.
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Pero hay jóvenes de principios firmes que satisfacen las expectativas de padres y maestros. Cursan sus estudios con limpia conciencia y egresan con buena constitución física y una moralidad no contaminada por influencias corruptoras. Pero el número de los tales es reducido.
Algunos estudiantes ponen todo su ser en los estudios y concentran su mente en el blanco de obtener una educación. Ponen en ejercicio el cerebro, pero permiten que las facultades físicas permanezcan inactivas. El cerebro trabaja en exceso, y los músculos se debilitan porque no son ejercitados. Cuando estos estudiantes se gradúan, es evidente que han obtenido su educación a expensas de la vida. Han estudiado día y noche, año tras año, manteniendo sus mentes continuamente en tensión, mientras que han fallado en ejercitar suficientemente sus músculos. Lo sacrifican todo por un conocimiento de las ciencias y pasan a sus tumbas prematuramente.
Con frecuencia las jóvenes se entregan al estudio descuidando otras ramas de la educación aun más esenciales para la vida práctica que el estudio de los libros. Y después de haber obtenido su educación, a menudo quedan inválidas para toda la vida. Descuidaron su salud al permanecer demasiado tiempo puertas adentro, privadas del aire puro del cielo y de la luz del sol dada por Dios. Estas jóvenes podrían haber salido sanas de sus colegios, si con sus estudios hubieran combinado el trabajo doméstico y el ejercicio al aire libre.
La salud es un gran tesoro. Es la posesión más rica que puedan tener los mortales. La riqueza, el honor o el saber son comprados a un precio demasiado caro si se lo hace perdiendo el vigor de la salud. Ninguno de estos logros puede asegurar la felicidad si falta la salud. Es un pecado terrible abusar de la salud que Dios nos ha dado, porque cada abuso de la salud nos debilita para la vida y nos convierte en perdedores, aun si obtenemos cualquier cantidad de educación.
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En muchos casos los padres que son ricos no sienten la importancia de dar a sus hijos una educación en los deberes prácticos de la vida además de la instrucción en las ciencias. No ven la necesidad, para el bien de las mentes y la moral de sus hijos, y para su utilidad futura, de darles una comprensión cabal del trabajo útil. Esto es para que sus hijos, si llegara la desgracia, pudieran establecerse en una noble independencia, sabiendo cómo usar sus manos. Si tienen un capital de fuerza no pueden ser pobres, aunque no tengan dinero. Muchos que en su juventud vivían en la opulencia podrían ser despojados de todas sus riquezas y dejados con padres, hermanos y hermanas que dependan de ellos para su sustento. ¡Cuán importante, entonces, es que cada joven sea educado para trabajar, a fin de que pueda estar preparado para cualquier emergencia! Las riquezas son ciertamente una maldición cuando sus poseedores permiten que se vuelvan un obstáculo para que sus hijos e hijas obtengan un conocimiento del trabajo útil, a fin de que puedan estar calificados para la vida práctica.
Aquellos que no se ven forzados a trabajar, frecuentemente no practican suficiente ejercicio saludable para su bienestar físico. Los jóvenes varones, al no tener sus mentes y manos empleadas en el trabajo activo, adquieren hábitos de indolencia y frecuentemente obtienen lo que es más temible: una educación callejera, malgastando el tiempo en tiendas, fumando, bebiendo y jugando a las cartas.
Las jóvenes leerán novelas, excusándose del trabajo activo porque tienen una salud delicada. Su debilidad se debe a que no ejercitan los músculos que Dios les ha dado. Pueden pensar que son demasiado débiles para hacer trabajo doméstico, pero harán tejido de gancho y encaje de hilo, y preservarán la delicada palidez de sus manos y rostros, mientras sus madres abrumadas de tareas trabajan duramente para lavar y planchar sus vestidos. Estas damas no son cristianas, porque transgreden el quinto mandamiento. No honran a sus padres. Pero a quien más se debe culpar es a la madre. Ella ha consentido a sus hijas y las ha excusado de llevar su parte de los quehaceres domésticos, hasta que el trabajo les ha resultado desagradable, mientras les encanta disfrutar de la ociosidad delicada. Comen y duermen, leen novelas y hablan de modas, mientras que sus vidas se vuelven inútiles.
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En muchos casos la pobreza es una bendición, porque impide que los jóvenes y niños se arruinen a causa de la inacción. Tanto las facultades físicas como las mentales necesitan cultivarse y desarrollarse adecuadamente. La primera y constante preocupación de los padres debiera ser la de asegurarse de que sus hijos posean una constitución física firme, para que puedan ser hombres y mujeres sanos. Es imposible lograr este objetivo sin ejercicio físico. Por su propia salud física y bien moral, se debe enseñar a los niños a trabajar, aunque no haya necesidades. Si quieren tener caracteres puros y virtuosos necesitan adquirir la disciplina del trabajo bien reglamentado, que pondrá en ejercicio todos los músculos. La satisfacción que obtendrán los hijos por ser útiles y abnegados para ayudar a otros, será el placer más saludable que jamás hayan disfrutado. ¿Por qué los ricos habrían de robarles esta gran bendición a sus queridos hijos y a ellos mismos?
Padres, la indolencia es la mayor maldición que alguna vez les sobrevino a los jóvenes. No les debieran permitir a sus hijas que permanezcan en cama hasta tarde en la mañana, desperdiciando en el sueño las preciosas horas que les fueron prestadas por Dios para que las usen con propósitos elevados y por las cuales tendrán que rendirle cuentas a él. La madre perjudica grandemente a sus hijas al llevar las cargas que ellas deberían compartir con su madre para su propio bien presente y futuro. El curso de acción que siguen muchos padres al permitir que sus hijos sean indolentes y gratifiquen sus deseos de leer romances los inhabilita para la vida real. La lectura de novelas e historietas es el mayor mal al que la juventud puede entregarse. Las lectoras de novelas e historias de amor nunca llegan a ser madres buenas y prácticas. Construyen castillos en el aire y viven en un mundo irreal e imaginario. Llegan a ser románticas y tienen fantasías enfermizas. Su vida artificial las echa a perder para cualquier cosa útil. Tienen un intelecto empequeñecido, aunque se lisonjean de que son superiores en mentalidad y modales. El ejercicio en las tareas domésticas es del máximo beneficio para las jóvenes.
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La labor física no impedirá el cultivo del intelecto. Todo lo contrario. Los beneficios obtenidos mediante el trabajo físico equilibrarán a una persona e impedirán que la mente trabaje en exceso. La fatiga recaerá sobre los músculos y aliviará el cerebro cansado. Hay muchas jovencitas desganadas e inútiles que consideran impropio de una dama ocuparse en un trabajo físico. Pero sus caracteres son demasiado ingenuos como para engañar a personas inteligentes respecto a su falta de valor. Sonríen tontamente y son todo afectación. Parece como si no pudieran expresarse en forma clara y honesta, sino que todo lo que dicen lo torturan con cuchicheos y risitas. ¿Son ellas damas? No nacieron tontas, pero se las educó para que lo fueran. No se requiere una niña frágil, débil, vestida con demasiado elegancia y que ríe tontamente para hacer una dama. Se necesita un cuerpo sano para un intelecto sano. La fortaleza física y un conocimiento práctico de todos los quehaceres domésticos necesarios nunca serán un obstáculo para un intelecto bien desarrollado; ambos son altamente importantes para una dama.
Debieran ponerse en uso y desarrollarse todas las facultades de la mente a fin de que los hombres y las mujeres tengan mentes bien equilibradas. El mundo está lleno de hombres y mujeres incompletos, desproporcionados, que llegaron a ser así porque se cultivó sólo un conjunto de sus facultades mientras que otras se empequeñecieron debido a la inacción. La educación de la mayoría de los jóvenes es un fracaso. Estudian en exceso, mientras que descuidan lo que atañe a los asuntos prácticos de la vida. Los hombres y las mujeres llegan a ser padres sin considerar sus responsabilidades, y su descendencia se hunde más bajo que ellos en la escala de la deficiencia humana. Así la raza se está degenerando rápidamente. La constante aplicación al estudio, como actualmente son dirigidos los colegios, está inhabilitando a los jóvenes para la vida práctica. La mente humana necesita acción. Si no es activa en la dirección correcta, lo será en la errónea. A fin de preservar el equilibrio de la mente, debieran unirse el trabajo y el estudio en los colegios.
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En las generaciones pasadas se debería haber hecho provisión para ofrecer una educación planeada en una escala mayor. En cuanto a los colegios, deberían ser establecimientos agrícolas e industriales. También debería haber maestros de quehaceres domésticos. Y cada día una porción del tiempo necesitaría estar dedicada al trabajo, para que las facultades físicas y mentales pudieran ejercitarse por igual. Si los colegios estuvieran establecidos sobre el plan que hemos mencionado, no habría ahora tantas mentes desequilibradas.
Dios preparó para Adán y Eva un hermoso jardín. Les proveyó todo lo que sus necesidades requerían. Plantó para ellos árboles fructíferos de todas las variedades. Con una mano generosa los rodeó de sus mercedes. Los árboles creados para su utilidad y belleza, y las flores hermosas que surgían espontáneamente y florecían en rica profusión a su alrededor, no iban a conocer ningún tipo de decadencia. Adán y Eva ciertamente eran ricos. Poseían el Edén. Adán era señor de su hermoso dominio. Nadie puede cuestionar el hecho de que era rico. Pero Dios sabía que Adán no podría ser feliz a menos que tuviera una ocupación. Por lo tanto le dio algo para hacer; debía cultivar el jardín.
Si los hombres y mujeres de esta era degenerada que poseen una gran cantidad de tesoros terrenales—los que, en comparación con ese Paraíso de belleza y riqueza dado al noble Adán, son muy insignificantes—, sienten que no pueden rebajarse a trabajar y educan a sus hijos para que consideren el trabajo como algo degradante, a pesar de su riqueza, por precepto y ejemplo enseñan a sus hijos que el dinero hace al caballero y a la dama. Pero nuestra idea del caballero y la dama se mide por el intelecto y el valor moral. Dios no lo estima por la vestimenta. La exhortación del inspirado apóstol Pedro es: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”. 1 Pedro 3:3, 4. Un espíritu afable y apacible es exaltado por encima del honor o las riquezas mundanales.
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El Señor ilustra cómo estima a los ricos del mundo que elevan sus almas a la vanidad a causa de sus posesiones terrenales, mediante el hombre rico que derribó sus graneros y los construyó más grandes para tener espacio a fin de almacenar sus bienes. Olvidándose de Dios, no reconoció de quién provenían todas sus posesiones. No se elevaron expresiones de gratitud a su bondadoso Benefactor. Se felicitaba a sí mismo de esta manera: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate”. El Amo, que le había confiado riquezas terrenales con las cuales bendecir a sus semejantes y glorificar a su Hacedor, se airó con justicia ante su ingratitud y dijo: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios”. Lucas 12:19-21. Aquí tenemos una ilustración de cómo el Dios infinito estima al hombre. Una fortuna cuantiosa, o cualquier grado de riqueza, no asegurará el favor de Dios. Todas estas mercedes y bendiciones vienen de él para probar y desarrollar el carácter del hombre.
Los hombres pueden tener riqueza ilimitada; sin embargo, si no son ricos para con Dios, si no tienen interés en asegurarse para sí el tesoro celestial y la sabiduría divina, son considerados insensatos por su Creador, y los dejamos precisamente donde Dios los deja. El trabajo es una bendición. Es imposible que disfrutemos de salud sin trabajar. Debieran ponerse en uso todas las facultades para que se las pueda desarrollar debidamente y para que los hombres y las mujeres tengan mentes bien equilibradas. Si se les hubiese dado a los jóvenes una educación completa en las diferentes ramas de trabajo, si se les hubiera enseñado el trabajo así como las ciencias, su educación les habría sido de mayor beneficio.
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Una tensión constante sobre el cerebro mientras los músculos están inactivos, debilita los nervios, y los estudiantes tienen un deseo casi incontrolable de experimentar cambios y de tener diversiones excitantes. Y cuando se los suelta, después de estar confinados al estudio varias horas por día, están casi salvajes. Muchos nunca han sido controlados en el hogar. Se los ha dejado seguir su inclinación, y piensan que la restricción que experimentan durante las horas de estudio es una exigencia severa que se les impone; y puesto que no tienen nada que hacer después de las horas de estudio, Satanás sugiere los deportes y las travesuras como un cambio. Su influencia sobre otros estudiantes es desmoralizadora. Esos estudiantes que han gozado de los beneficios de la enseñanza religiosa en el hogar, y que ignoran los vicios de la sociedad, frecuentemente llegan a ser los que mejor se relacionan con aquellos cuyas mentes se han formado en un molde inferior, y cuyas ventajas para la cultura mental y la educación religiosa han sido muy limitadas. Y ellos están en peligro, al mezclarse en sociedad con esta clase y respirar una atmósfera que no es elevadora sino que tiende a disminuir y degradar la moral, de hundirse al mismo bajo nivel que sus compañeros. A muchos estudiantes les encanta, en sus horas desocupadas, pasar un tiempo muy divertido. Y muchos de aquellos que son inocentes y puros al dejar sus hogares se corrompen por sus amistades en el colegio.
Me siento inducida a preguntar: ¿Debe sacrificarse todo lo valioso que hay en nuestra juventud a fin de que puedan obtener una educación en el colegio? Si hubiera establecimientos agrícolas e industriales vinculados con nuestros colegios, y se emplearan maestros competentes para educar a los jóvenes en las diferentes ramas de estudio y trabajo, dedicando una porción de cada día al desarrollo mental y una porción al trabajo físico, habría ahora una clase más elevada de jóvenes en el escenario de la acción, para ejercer influencia en el moldeamiento de la sociedad. Muchos de los jóvenes que se graduarían en dichas instituciones saldrían con estabilidad de carácter. Tendrían perseverancia, entereza y valor para superar los obstáculos, y principios tales que no se desviarían por una influencia errónea, por popular que fuera. Tendría que haber habido maestros de experiencia para dar lecciones a las jóvenes en el departamento de arte culinario. Las niñas tendrían que haber recibido instrucciones para confeccionar ropa de vestir, para cortar, hacer y remendar vestidos, y de ese modo adquirir educación para los deberes prácticos de la vida.
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Debería haber establecimientos donde los jóvenes pudieran aprender diferentes oficios que ejercitaran sus músculos como también sus facultades mentales. Si los jóvenes pudieran adquirir sólo una educación parcial, ¿cuál sería de mayores consecuencias, la que da un conocimiento de las ciencias—con todas las desventajas para la salud y la vida—, o la que ofrece un conocimiento del trabajo para la vida práctica? Contestamos sin vacilar: la última. Si una de las dos debe descuidarse, que sea el estudio de los libros.
Hay muchas jóvenes que se han casado y tienen familia, que poseen apenas un escaso conocimiento práctico de los deberes que recaen sobre una esposa y madre. Pueden leer y tocar un instrumento músico, pero no saben cocinar. Son incapaces de hacer un buen pan, lo que es muy esencial para la salud de la familia. No pueden cortar y hacer vestidos, porque nunca aprendieron cómo hacerlo. No consideraban que estas cosas fueran importantes, y en su vida de casadas dependen tanto de otras personas para que les atiendan estos asuntos como sus propios hijitos. Es esta ignorancia inexcusable de los deberes más necesarios de la vida lo que hace desdichadas a muchas familias.
La impresión de que el trabajo es indigno para una vida elegante ha llevado a la tumba a miles que podrían haber vivido. Las personas que realizan sólo ocupaciones manuales frecuentemente trabajan en exceso, sin concederse períodos de descanso; mientras que la clase intelectual exige demasiado esfuerzo al cerebro y sufre por la falta del vigor saludable que le proporcionaría el trabajo físico. Si el intelectual compartiera en cierta medida la carga de la clase trabajadora y fortaleciera así los músculos, la clase obrera podría aliviar un poco su carga y dedicar parte de su tiempo a la cultura mental y moral. Aquellos que tienen ocupaciones sedentarias y literarias necesitan hacer ejercicio físico, aunque no tuvieran que hacerlo con el objeto de obtener recursos. La salud debería ser un atractivo suficiente para inducirlos a unir el trabajo físico con el mental.
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Se debe combinar la cultura moral con la intelectual y la física a fin de tener hombres y mujeres bien desarrollados y equilibrados. Algunos están capacitados para ejercitar mayor fuerza intelectual que otros, mientras que otros se inclinan a amar y disfrutar el trabajo físico. Ambas clases deberían tratar de mejorar en lo que son deficientes, para que puedan presentarle a Dios todo su ser en un servicio vivo, santo y agradable, que es su culto racional. Las modas y costumbres de la sociedad elegante no debieran determinar su curso de acción. El inspirado apóstol Pablo añade: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Romanos 12:2.
Las mentes de los hombres que piensan trabajan demasiado. Frecuentemente usan en forma pródiga sus facultades mentales, mientras que hay otra clase cuyo blanco más elevado en la vida es el trabajo físico. Esta última clase no ejercita la mente. Ejercitan sus músculos mientras que sus cerebros son privados de fuerza intelectual, así como las mentes de los hombres intelectuales trabajan [intensamente] mientras que sus cuerpos son despojados de fuerza y vigor por su descuido en ejercitar los músculos. Aquellos que están contentos con dedicar sus vidas al trabajo físico y dejan a otros que piensen para ellos, mientras que ellos simplemente ejecutan lo que otros cerebros han planeado, tendrán fuerza muscular, pero intelectos débiles. Su influencia para el bien es pequeña en comparación con lo que podría ser si usaran sus cerebros al igual que sus músculos. Esta clase cae más rápidamente si es atacada por la enfermedad; el sistema es vigorizado por la fuerza eléctrica del cerebro para resistir la enfermedad.
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Las personas que poseen buenas facultades físicas debieran educarse tanto para pensar como para actuar, sin depender de otros para que sean sus cerebros. Muchos caen en el error popular de considerar el trabajo físico como degradante. Por lo tanto los jóvenes están muy ansiosos de educarse para llegar a ser maestros, oficinistas, comerciantes, abogados, y para ocupar casi cualquier posición que no requiera esfuerzo manual. Las jóvenes consideran las tareas domésticas como deshonrosas. Y aunque el trabajo físico requerido para cumplir las tareas domésticas, si no es demasiado severo, está calculado para promover la salud, ellas buscarán una educación que las capacite para llegar a ser maestras u oficinistas, o aprenderán algún oficio que las confine puertas adentro para tener un empleo sedentario. La frescura de la salud desaparece de sus mejillas, y la enfermedad hace presa de ellas, porque están desprovistas de ejercicio físico y por lo general sus hábitos están pervertidos. ¡Todo esto porque es algo de moda! Disfrutan de una vida delicada, sin entender que es sinónimo de debilidad y decadencia.
Es verdad que hay cierto grado de excusa para que las jóvenes no elijan los quehaceres domésticos como su ocupación, puesto que los que emplean a jóvenes para la cocina generalmente las tratan como sirvientas. Frecuentemente sus empleadores no las respetan y las consideran indignas de ser miembros de sus familias. No les otorgan los privilegios que les dan a la modista, la copista o la profesora de música. Pero no puede haber una ocupación más importante que la de atender los quehaceres domésticos. Cocinar bien, presentar alimentos saludables sobre la mesa en una manera atractiva requiere inteligencia y experiencia. La persona que prepara el alimento que ha de colocarse en nuestros estómagos, para convertirse en sangre que nutra el sistema, ocupa una posición sumamente importante y elevada. La posición de copista, modista o profesora de música no puede igualarse en importancia a la de la cocinera.
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Lo que precede es una declaración de lo que podría haberse hecho mediante un sistema adecuado de educación. El tiempo es demasiado corto ahora para llevar a cabo lo que podría haberse hecho en generaciones pasadas, pero podemos hacer mucho, aun en estos últimos días, para corregir los males existentes en la educación de la juventud. Y debido a que el tiempo es corto, deberíamos trabajar en serio, ardorosamente, para darles a los jóvenes esa educación que es compatible con nuestra fe. Somos reformadores. Deseamos que nuestros hijos estudien para obtener el máximo beneficio. A fin de lograrlo, se les debería dar ocupaciones que pongan sus músculos en ejercicio. El trabajo diario, sistemático, debiera constituir una parte de la educación de la juventud, aun en esta hora tardía. Puede ganarse mucho actualmente al vincular el trabajo con los colegios. Al seguir este plan los estudiantes obtendrán elasticidad de espíritu y vigor de pensamiento, y podrán realizar más trabajo mental en un tiempo dado que lo que podrían hacer sólo mediante el estudio. Y pueden dejar el colegio con su constitución física intacta y con fuerza y valor para perseverar en cualquier posición en la cual la providencia de Dios quiera colocarlos.