Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 177-188, día 157

Debido a que el tiempo es breve, deberíamos trabajar con diligencia y doblada energía. Quizás nuestros hijos nunca puedan entrar a una universidad, pero pueden obtener una educación en ramas esenciales del saber a la que podrán recurrir con el fin de darle un uso práctico, a la vez que cultivan su mente y emplean bien sus facultades. Muchos jóvenes que han cursado estudios universitarios no han obtenido esa verdadera educación de la que pueden valerse con fines prácticos. Pueden decir que han conseguido un título universitario, pero en realidad no son más que unos ignorantes con un diploma.

Hay muchos jóvenes cuyos servicios Dios aceptaría si se consagraran a él sin reservas. Si ellos ejercitaran sus facultades mentales en el servicio de Dios, que [actualmente] usan para servirse ellos mismos y adquirir propiedades, llegarían a ser obreros empeñosos, perseverantes y exitosos en la viña del Señor. Muchos de nuestros jóvenes debieran dirigir su atención al estudio de las Escrituras, para que Dios pueda usarlos en su causa. Pero no llegan a ser tan inteligentes en el conocimiento espiritual como en las cosas temporales; por lo tanto fallan en hacer la obra de Dios que podrían llevar a cabo aceptablemente. Hay muy pocos para amonestar a los pecadores y ganar almas para Cristo, cuando debería haber muchos. Nuestros jóvenes generalmente son versados en los asuntos mundanales, pero no son entendidos en las cosas del reino de Dios. Podrían conducir sus mentes por un cauce celestial, divino, y caminar en la luz, yendo de un grado de luz y fuerza a otro hasta que pudieran dirigir a los pecadores a Cristo y señalar a los incrédulos y desanimados una huella brillante hacia el cielo. Y cuando la lucha termine, podrían ser bienvenidos al gozo de su Señor. 

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Los jóvenes no debieran emprender el trabajo de explicar las Escrituras y dar conferencias sobre las profecías cuando no conocen las verdades importantes de la Biblia que tratan de explicar a otros. Quizás sean deficientes en las ramas comunes de la educación y por lo tanto fracasan al tratar de alcanzar la medida de bien que podrían hacer si hubieran tenido las ventajas de un buen colegio. La ignorancia no aumentará la humildad ni la espiritualidad de ningún profeso seguidor de Cristo. Las verdades de la Palabra divina pueden ser apreciadas mejor por un cristiano intelectual. Cristo puede ser mejor glorificado por aquellos que le sirven inteligentemente. El gran objetivo de la educación es capacitarnos para usar las facultades que Dios nos ha dado de tal manera que representemos mejor la religión de la Biblia y promovamos la gloria de Dios. 

Estamos en deuda para con Aquel que nos dio la existencia, por todos los talentos que nos ha confiado; y le debemos a nuestro Creador la obligación de cultivar y mejorar los talentos que nos ha encomendado. La educación disciplinará la mente, desarrollará sus facultades, y las orientará en forma inteligente, para que podamos ser útiles en promover la gloria de Dios. Necesitamos un colegio donde a los que acaban de entrar en el ministerio se les puedan enseñar por lo menos las ramas corrientes de la educación y donde también puedan aprender más perfectamente las verdades de Dios para este tiempo. En relación con estas escuelas, deberían darse conferencias sobre las profecías. Aquellos que realmente tienen buenas aptitudes, como las que Dios acepta para que trabajen en su viña, se beneficiarían grandemente con sólo unos pocos meses de instrucción en una institución tal.

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La reforma pro salud

El 10 de diciembre de 1871 se me mostró que la reforma pro salud es un ramo de la gran obra que ha de preparar a un pueblo para la venida del Señor. Está tan íntimamente relacionada con el mensaje del tercer ángel como la mano lo está con el cuerpo. Los hombres han considerado livianamente la Ley de los Diez Mandamientos, pero el Señor no quiso venir a castigar a los transgresores de dicha ley sin mandarles primero un mensaje de amonestación. El tercer ángel proclama ese mensaje. Si los seres humanos hubieran sido siempre obedientes al Decálogo, y hubieran llevado a cabo en su vida los principios de esos preceptos, la maldición de tanta enfermedad que ahora inunda al mundo no existiría. 

Los hombres y las mujeres no pueden violar la ley natural, complaciendo un apetito depravado y pasiones concupiscentes, sin violar la Ley de Dios. Por lo tanto, el Señor ha permitido que sobre nosotros resplandezca la luz de la reforma pro salud, para que veamos el pecado que cometemos al violar las leyes que él estableció en nuestro ser. Todos nuestros goces o sufrimientos pueden atribuirse a la obediencia o transgresión de la ley natural. Nuestro misericordioso Padre celestial ve la condición deplorable de los hombres, que, a sabiendas unos, por ignorancia muchos, viven violando las leyes que él estableció. Pero por su amor y compasión hacia la especie humana, él hace resplandecer la luz de la reforma pro salud. Promulga su ley y anuncia la penalidad que se aplicará a la transgresión de ella, para que todos puedan aprender y procuren vivir en armonía con la ley natural. Proclama su ley tan distintamente y la hace tan eminente que es como una ciudad asentada sobre una montaña. Todos los seres responsables pueden comprenderla si quieren. Los idiotas no serán responsables. Hacer clara la ley natural e instar a que se la obedezca es la obra que acompaña al mensaje del tercer ángel, con el propósito de preparar un pueblo para la venida del Señor.

Adán y Eva cayeron a través del apetito intemperante. Cristo vino y resistió las tentaciones más fieras de Satanás y, en favor de la raza, venció el apetito, mostrando que el hombre puede vencer. Como Adán cayó a través del apetito y perdió el dichoso Edén, los hijos de Adán pueden vencer el apetito a través de Cristo, y mediante la temperancia en todas las cosas recuperar el Edén. 

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La ignorancia no es excusa ahora para la transgresión de la ley. La luz brilla claramente, y nadie necesita ignorarla porque el mismo gran Dios es el instructor del hombre. Todos están comprometidos con Dios por las obligaciones más sagradas, a prestar atención a la correcta filosofía y a la experiencia genuina que ahora él les está dando con referencia a la reforma pro salud. Él se propone que el gran tema de la reforma pro salud sea debatido y que la mente del público se inquiete profundamente para investigar; porque es imposible que los hombres y las mujeres con todos sus hábitos pecaminosos, que destruyen la salud y debilitan el cerebro, disciernan la verdad sagrada, a través de la cual han de ser santificados, refinados, elevados y hechos idóneos para la compañía de los ángeles celestiales en el reino de gloria. 

Los habitantes del mundo del tiempo de Noé fueron destruidos porque se corrompieron mediante la complacencia del apetito pervertido. Sodoma y Gomorra fueron destruidas debido a la gratificación del apetito antinatural, lo que entorpeció tanto el intelecto que no pudieron discernir la diferencia entre las demandas sagradas de Dios y el clamor del apetito, el cual los esclavizó. Se volvieron tan feroces y audaces en sus abominaciones detestables que Dios no los toleró sobre la tierra. Dios atribuye la maldad de Babilonia a su glotonería y embriaguez.

El apóstol Pablo exhorta a la iglesia: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”. Romanos 12:1. Los hombres, entonces, pueden profanar sus cuerpos mediante indulgencias pecaminosas. Si son profanos, no están calificados para ser adoradores espirituales ni son dignos del cielo. Si las personas estiman la luz que Dios en su misericordia les da sobre la reforma pro salud, pueden ser santificadas mediante la verdad y hechas idóneas para la inmortalidad. Pero si descuidan esa luz y viven en violación de la ley natural deben pagar la penalidad.

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Dios creó al hombre perfecto y santo. Pero el hombre cayó de su estado de santidad porque transgredió la ley de Dios. Desde la caída ha habido un rápido aumento de la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. Sin embargo, pese a que el hombre [y la mujer] han insultado a su Creador, el amor de Dios todavía se extiende a la raza humana; y él permite que la luz brille para que los humanos puedan ver que a fin de vivir vidas perfectas deben llevarlas en armonía con las leyes naturales que gobiernan su ser. Por lo tanto es de suprema importancia que sepamos cómo vivir de manera que las facultades del cuerpo y de la mente, puedan ejercitarse para la gloria de Dios.

Es imposible para el hombre presentar su cuerpo en un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, al mismo tiempo que, debido a que el mundo acostumbra hacerlo así, consiente en hábitos que disminuyen su vigor físico, mental y moral. El apóstol añade: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Romanos 12:2. Jesús, sentado en el monte de los Olivos, instruyó a sus discípulos concerniente a las señales que precederían a su venida. Dijo: “Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre”. Mateo 24:37-39. 

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Existen en nuestros días los mismos pecados que trajeron la ira de Dios sobre el mundo en los días de Noé. En la actualidad los hombres y mujeres convierten sus hábitos de comer y beber en glotonería y embriaguez. Este pecado prevaleciente, la indulgencia del apetito pervertido, inflamó las pasiones de los hombres en los días de Noé y condujo a una corrupción general, hasta que su violencia y sus crímenes llegaron al cielo, y Dios limpió la tierra de su contaminación moral mediante un diluvio. 

Los mismos pecados de glotonería y embriaguez entorpecieron la sensibilidad moral de los habitantes de Sodoma, de modo que los hombres y las mujeres de esa ciudad impía parecían deleitarse en cometer delitos. Cristo advierte así al mundo: “Asimismo como sucedió en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos. Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste”. Lucas 17:28-30.

Cristo nos ha dejado aquí una lección sumamente importante. En su enseñanza él no fomenta la indolencia. Su ejemplo era lo opuesto a esto. Cristo fue un obrero esforzado. Su vida fue una vida de abnegación, diligencia, perseverancia, laboriosidad y economía. Sometió ante nosotros el peligro de darle suma importancia a la comida y la bebida. Él revela el resultado de entregarse a la complacencia del apetito. Las facultades morales se debilitan de modo que el pecado no parece pecaminoso. Se toleran los delitos, y las pasiones bajas controlan la mente hasta que una corrupción general erradica los buenos principios e impulsos, y Dios es blasfemado. Todo esto es el resultado de comer y beber en exceso. Ésta es precisamente la condición que él declara que existirá en su segunda venida. 

¿Serán amonestados los hombres y las mujeres? ¿Estimarán la luz, o llegarán a ser esclavos del apetito y las bajas pasiones? Cristo nos presenta algo superior por lo cual trabajar, y no meramente por lo que comeremos y lo que beberemos, y con lo que nos vestiremos. Comer, beber y vestirse son llevados a tal exceso que se convierten en crímenes, y están entre los pecados señalados de los últimos días, y constituyen una señal de la pronta venida de Cristo. El tiempo, el dinero y las fuerzas, que son del Señor, pero que él nos los ha confiado, se malgastan en superfluidades de vestidos y lujos para satisfacer el apetito pervertido, que disminuyen la vitalidad y traen sufrimiento y decadencia. Es imposible presentar nuestros cuerpos a Dios en un sacrificio vivo cuando están llenos de corrupción y enfermedad por nuestra propia indulgencia pecaminosa.

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Debe obtenerse conocimiento en cuanto a cómo comer y beber y vestirse de manera que se preserve la salud. La enfermedad es causada por la violación de las leyes de la salud; es el resultado de violar la ley de la naturaleza. Nuestro primer deber, que le debemos a Dios, a nosotros mismos y a nuestros semejantes, es obedecer las leyes de Dios, lo cual incluye las leyes de la salud. Si estamos enfermos, les imponemos una carga tediosa a nuestros amigos y nos inhabilitamos para cumplir nuestros deberes hacia nuestras familias y vecinos. Y cuando la muerte prematura es el resultado de nuestra violación de la ley de la naturaleza, acarreamos tristeza y sufrimiento a otros; privamos a nuestros vecinos de la ayuda que debemos rendirles con nuestra vida; les robamos a nuestras familias el consuelo y la ayuda que podríamos prestarles, y despojamos a Dios del servicio que él nos demanda para que fomentemos su gloria. Entonces, ¿no somos, en el peor sentido de la palabra, transgresores de la ley de Dios?

Pero Dios es todo compasión, benigno y tierno, y cuando viene la luz para mostrar quiénes han perjudicado su salud mediante complacencias pecaminosas, y ellos se convencen de pecado, se arrepienten y buscan perdón, él acepta la ofrenda pobre que se le rinde y los recibe. ¡Oh, cuán tierna es su misericordia que no rechaza el resto de la vida mal usada del pecador sufriente, arrepentido! En su benigna misericordia él salva a esas almas como por fuego. Pero en el mejor de los casos, ¡qué sacrificio inferior, lastimoso, para ofrecer a un Dios puro y santo! Las facultades nobles han sido paralizadas por hábitos erróneos de complacencia pecaminosa. Las aspiraciones son pervertidas, y el alma y el cuerpo, deformados.

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El instituto de salud

La gran obra de reforma debe ir adelante. El Instituto de Salud ha sido establecido en Battle Creek para aliviar a los afligidos, para diseminar luz, para despertar el espíritu de investigación, y para promover la reforma. Esta institución es dirigida sobre principios que son diferentes de los de cualquier otra institución sanitaria en el país. El dinero no es el gran objetivo de sus amigos y dirigentes. La conducen en forma concienzuda, religiosa, con el blanco de llevar adelante los principios de la higiene bíblica. La mayoría de las instituciones de este tipo están establecidas sobre principios diferentes y son de un carácter tradicional, cuyo propósito es hacer concesiones a la clase popular y definir su curso de acción de modo que consigan la mayor clientela y la máxima cantidad de dinero. 

El Instituto de Salud en Battle Creek está establecido sobre principios religiosos firmes. Sus dirigentes reconocen a Dios como el verdadero propietario. Médicos y ayudantes acuden a él en busca de orientación, y procuran avanzar concienzudamente en su temor. Por esta razón está sobre una base segura. Cuando los enfermos débiles y sufrientes se enteren acerca de los principios que sostienen los directores, superintendentes, médicos y ayudantes en el Instituto, y sepan que ellos temen a Dios, se sentirán más seguros allí que en las instituciones populares.

Si los que están vinculados con el Instituto de Salud en Battle Creek descendieran de los principios puros y exaltados de la verdad bíblica para imitar las teorías y prácticas de los que están a la cabeza de otras instituciones, donde sólo son tratadas las enfermedades de los inválidos y en donde los dirigentes no trabajan motivados por un punto de vista religioso, elevado, sino meramente por dinero, la bendición especial de Dios no descansaría sobre el Instituto. Esta institución fue ideada por Dios para ser una de las más grandes ayudas en la preparación de a un pueblo llamado a ser perfecto ante Dios. A fin de alcanzar esta perfección, los hombres y las mujeres deben tener fuerza física y mental para apreciar las verdades elevadas de la Palabra de Dios y para ser colocados en una posición donde discernirán las imperfecciones de sus caracteres morales. Debieran tratar seriamente de reformarse para que puedan tener amistad con Dios. La religión de Cristo no debe colocarse en segundo plano, ni han de dejarse a un lado sus santos principios con el fin de obtener la aprobación de cualquier grupo, por popular que sea. Si se rebaja la norma de la verdad y la santidad, entonces el plan de Dios no se cumplirá en esta institución.

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Pero nuestra fe peculiar no debiera discutirse con los pacientes. Sus mentes no deben ser agitadas innecesariamente acerca de temas en los que diferimos, a menos que ellos mismos lo deseen; y entonces debería observarse gran cautela para no inquietarlos recomendándoles nuestra fe peculiar. El Instituto de Salud no es el lugar para entrar agresivamente en discusión sobre puntos de nuestra fe en los que generalmente diferimos con el mundo religioso. Se celebran reuniones de oración en el Instituto en las que todos pueden participar si lo desean, pero hay mucho sobre lo cual explayarse acerca de la religión de la Biblia sin tocar puntos objetables de divergencia. La influencia silenciosa hará más que la controversia abierta. 

En sus pláticas en las reuniones de oración algunos observadores del sábado han sentido que deben presentar el tema del sábado y el mensaje del tercer ángel o de lo contrario no podrían sentirse libres. Ésta es una característica de mentes estrechas. Los pacientes no familiarizados con nuestra fe no saben qué significado tiene la expresión “mensaje del tercer ángel”. La introducción de estos términos sin una clara explicación de lo que significan sólo hace daño. Debemos encontrarnos con la gente donde ellos están, y sin embargo no necesitamos sacrificar un solo principio de la verdad. La reunión de oración resultará ser una bendición para pacientes, ayudantes y médicos. Períodos breves e interesantes de oración y de adoración en grupo aumentarán la confianza de los pacientes en sus médicos y ayudantes. No se debiera privar a los ayudantes de esas reuniones por razones de trabajo a menos que sea claramente indispensable. Ellos las necesitan y debieran disfrutarlas.

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Al establecerse reuniones regulares los pacientes ganan confianza en el Instituto y se sienten más en casa. Y de este modo se prepara el camino para que la semilla de la verdad eche raíces en algunos corazones. Estas reuniones interesan en forma especial a algunos que profesan ser cristianos y causan una impresión favorable sobre quienes no lo son. Se aumenta la confianza mutua y se reduce el prejuicio y en muchos casos se lo elimina enteramente. Existe entonces cierta ansiedad para asistir a la reunión del sábado. Allí, en la casa de Dios, es el lugar para expresar nuestros sentimientos denominacionales. Allí el ministro puede expresar con claridad los puntos esenciales de la verdad presente y con el espíritu de Cristo, con amor y ternura, mostrar a todos la necesidad de obedecer todos los requerimientos de Dios, y permitir que la verdad convenza los corazones. 

Se me mostró que podría realizarse una obra mayor si hubiera médicos que fuesen caballeros, con la correcta manera de pensar, que tuvieran la cultura adecuada y una comprensión cabal de cada aspecto del trabajo que le incumbe a un médico. Los médicos debieran tener una gran medida de paciencia, tolerancia, amabilidad y compasión; porque necesitan estos rasgos al tratar con inválidos sufrientes, cuyo cuerpo está enfermo, y muchos de ellos están enfermos tanto del cuerpo como de la mente. No es un asunto fácil conseguir la clase correcta de hombres y mujeres, aquellos que sean idóneos para el lugar y que trabajarán en forma armoniosa, con entusiasmo y desinteresadamente para el beneficio de los enfermos que sufren. En el Instituto se necesitan hombres que tengan ante ellos el temor de Dios y que puedan ministrar a las mentes enfermas y destacar la reforma pro salud desde un punto de vista religioso.

Aquellos que se ocupan en esta obra debieran estar consagrados a Dios y no tener como único objetivo tratar el cuerpo meramente para curar la enfermedad, trabajando así desde el punto de vista del médico popular, sino ser padres espirituales, ministrar a las mentes enfermas y señalar al alma enferma de pecado el remedio que nunca falla, el Salvador que murió por ellos. Aquellos que están debilitados por la enfermedad sufren en más de un sentido. Pueden soportar el dolor corporal mucho mejor que el sufrimiento mental. Muchos han violado su conciencia y sólo se los puede alcanzar mediante los principios de la religión de la Biblia.

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Cuando el pobre paralítico sufriente fue llevado al Salvador, la urgencia del caso parecía no admitir un momento de demora, porque el cuerpo ya mostraba rastros de descomposición. Cuando aquellos que lo llevaban en su cama vieron que no podían llegar directamente a la presencia de Cristo, inmediatamente abrieron el techo y bajaron la cama donde yacía el enfermo de parálisis. Nuestro Salvador vio y comprendió perfectamente su condición. También sabía que este miserable tenía una enfermedad del alma mucho más grave que el sufrimiento corporal. Sabía que la carga mayor que había llevado por meses era una carga de pecados. La multitud esperaba en el suspenso más absoluto para ver cómo Cristo trataría este caso, aparentemente tan desesperanzado, y se asombraron al oír las palabras que cayeron de sus labios: “Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados”. Mateo 9:2.

Estas eran las palabras más preciosas que podían llegar a oídos de ese enfermo sufriente, porque la carga de pecado había caído tan pesadamente sobre él que no podía encontrar el menor alivio. Cristo levantó la carga que lo oprimía tan abrumadoramente: “Ten ánimo, hijo”. Yo, tu Salvador, vine a perdonar pecados. ¡Cuán rápidamente cambia el semblante pálido del sufriente! La esperanza toma el lugar de la oscura desesperación, y la paz y el gozo reemplazan la duda angustiosa y la lobreguez impasible. Al ser restaurada la mente a un estado de paz y felicidad, el cuerpo sufriente puede ahora ser alcanzado. De los labios divinos brotan luego las palabras: “Tus pecados te son perdonados… Levántate y anda”. Mateo 9:2, 5. En el esfuerzo por obedecer a la voluntad, esos brazos sin vida y sin sangre son reanimados; una corriente saludable de sangre corre por las venas; desaparece el color plomizo de su carne y toma su lugar el brillo rojizo de lasalud. Los miembros que por largos años se habían negado a obedecer los mandatos de la voluntad son ahora vivificados, y el paralítico sanado toma su cama y camina en medio de la multitud hacia su casa, glorificando a Dios. 

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