Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 189-198, día 158

Este caso es para nuestra instrucción. Los médicos que quisieran tener éxito en el tratamiento de la enfermedad deberían saber cómo ministrar a la mente enferma. Pueden ejercer una influencia poderosa para bien si confían en Dios. Algunos inválidos necesitan verse aliviados del dolor antes que se pueda alcanzar la mente. Después que el cuerpo ha recibido alivio, el médico frecuentemente puede apelar con más éxito a la conciencia, y el corazón será más susceptible a las influencias de la verdad. Hay peligro de que aquellos vinculados con el Instituto de Salud pierdan de vista el objetivo por el que dicha institución fue establecida por los adventistas del séptimo día, y al trabajar desde el punto de vista mundano imiten el modelo de otras instituciones. 

El Instituto de Salud no fue establecido entre nosotros con el fin de obtener dinero, aunque el dinero es muy necesario para llevar adelante la institución en forma exitosa. Todos debieran ejercer la economía en el gasto de los recursos, para que el dinero no se use innecesariamente. Pero debiera haber recursos suficientes para invertir en los materiales necesarios que harán el trabajo de los ayudantes, y especialmente de los médicos, tan fácil como sea posible. Y los directores del Instituto deberían valerse de todo tipo de recursos que les ayudarán en el tratamiento exitoso de los pacientes.

Hay que tratar a los pacientes con la mayor ternura y delicadeza. Y sin embargo los médicos debieran ser firmes y no permitir, en su tratamiento con los enfermos, que los pacientes les den órdenes. Es necesaria la firmeza de parte de los médicos para el bien de los pacientes. Pero la firmeza debiera combinarse con la cortesía respetuosa. Ningún médico o ayudante debiera contender con un paciente, o usar palabras ásperas e irritantes, ni siquiera palabras que no sean sumamente amables, no importa cuán provocativo pueda ser el paciente.

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Uno de los grandes objetivos de nuestro Instituto de Salud es dirigir a las almas enfermas de pecado al Gran Médico, la verdadera Fuente de sanidad, y llamar su atención a la necesidad de una reforma desde un punto de vista religioso, para que no violen más la Ley de Dios mediante indulgencias pecaminosas. Si puede despertarse la sensibilidad moral de los enfermos y hacer que ellos vean que están pecando contra su Creador al atraer la enfermedad sobre ellos mismos y al gratificar el apetito y las bajas pasiones, cuando dejen el Instituto de Salud no dejarán sus principios detrás, sino que los llevarán consigo y serán genuinos reformadores de la salud en el hogar. Si se despierta la sensibilidad moral, los pacientes decidirán llevar a la práctica sus convicciones de conciencia; y si ellos ven la verdad, la obedecerán. Tendrán una independencia genuina y noble para practicar las verdades que hayan aceptado. Y si la mente está en paz con Dios, las condiciones corporales serán más favorables.

Sobre la iglesia de Battle Creek descansa la mayor responsabilidad de vivir y caminar en la luz, y de preservar su sencillez y separación del mundo, para que su influencia pueda hablarles con poder convincente a los que asisten a nuestras reuniones y desconocen la verdad. Si la iglesia de Battle Creek es un cuerpo inerte, lleno de orgullo, que se exalta por encima de la sencillez de la verdadera piedad y se inclina al mundo, su influencia dispersará y alejará de Cristo a la gente y les quitará validez a las verdades bíblicas más solemnes y esenciales. Los miembros de esta iglesia tienen oportunidades de beneficiarse con las conferencias de los médicos del Instituto de Salud. Pueden obtener información sobre el gran tema de la reforma pro salud si lo desean. Pero la iglesia de Battle Creek, que hace gran profesión de la verdad, está muy detrás de otras iglesias que no han sido bendecidas con las ventajas que ellos han tenido. El descuido de la iglesia en vivir de acuerdo con la luz que han recibido acerca de la reforma pro salud es un motivo de desánimo para los médicos y para los amigos del Instituto de Salud. Si la iglesia manifestara un mayor interés en las reformas que Dios mismo les ha traído a fin de prepararlos para su venida, su influencia sería diez veces mayor de lo que es ahora.

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Muchos que profesan creer en los Testimonios descuidan la luz que les ha sido dada. Algunos tratan la reforma en la vestimenta con gran indiferencia y otros con desprecio, porque hay una cruz relacionada con esto. Yo agradezco a Dios por esta cruz. Es justamente lo que necesitamos para distinguir y separar del mundo al pueblo de Dios que observa los mandamientos. La reforma de la vestimenta armoniza con nosotros así como lo hacía la cinta azul con el antiguo Israel. El orgulloso, y aquellos que no aman la verdad sagrada que los separará del mundo, lo mostrarán por sus obras. Dios en su providencia nos ha dado la luz sobre la reforma pro salud, para que podamos entenderla en todos sus alcances y seguir la claridad que trae consigo, y al relacionarnos correctamente con la vida tener salud para que podamos glorificar a Dios y ser una bendición para otros.

En general la iglesia en Battle Creek no ha sostenido al Instituto mediante su ejemplo. No han honrado la luz de la reforma pro salud llevándola a cabo en sus familias. Si hubieran seguido la luz que Dios les ha dado, no habría sido necesario que sobreviniera la enfermedad que visitó a muchas familias en Battle Creek. Como el antiguo Israel, han desatendido la luz y no pudieron ver más necesidad de restringir el apetito que lo que vio el antiguo Israel. Los hijos de Israel querían tener carne y dijeron, como muchos dicen ahora: Moriremos sin carne. Dios le dio carne al rebelde Israel, pero la maldición divina estaba con ello. Miles de ellos murieron mientras la carne que deseaban todavía estaba entre sus dientes. Tenemos el ejemplo del antiguo Israel y la advertencia de no hacer como ellos hicieron. Su historia de incredulidad y rebelión ha sido registrada como una advertencia especial para que no sigamos su ejemplo de murmurar ante los requerimientos de Dios. ¿Cómo podemos seguir tan indiferentemente, eligiendo nuestro propio curso de acción, siguiendo tras la vista de nuestros ojos, y apartándonos más y más de Dios, como lo hicieron los hebreos? Dios no puede hacer cosas grandes por su pueblo a causa de su dureza de corazón y de su incredulidad pecaminosa.

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Dios no hace acepción de personas; pero en cada generación los que temen al Señor y obran justicia son aceptos por él; mientras que aquellos que están murmurando, que son incrédulos y rebeldes, no tendrán el favor divino ni las bendiciones prometidas a aquellos que aman la verdad y caminan en ella. Las personas que tienen la luz y no la siguen, sino que hacen caso omiso de los requerimientos de Dios, encontrarán que sus bendiciones se convertirán en maldiciones y sus misericordias en juicios. Dios desea que aprendamos humildad y obediencia mientras leemos la historia del antiguo Israel, quienes fueron su pueblo escogido y peculiar, pero que acarrearon sobre sí su propia destrucción al seguir sus propios caminos.

La religión de la Biblia no es dañina para la salud del cuerpo o de la mente. La influencia del Espíritu de Dios es la mejor medicina que un hombre o una mujer enfermos pueden recibir. El cielo es todo salud, y cuanto más profundamente se comprendan las influencias celestiales más segura será la recuperación del enfermo que cree. En algunas otras instituciones de salud estimulan la práctica de diversiones, representaciones dramáticas y bailes para producir una excitación, pero temen el resultado de un interés religioso. La teoría del Dr. Jackson en este respecto no sólo es errónea sino también peligrosa. Sin embargo él ha hablado sobre esto de un modo tal que, si sus instrucciones fueran escuchadas, los pacientes serían inducidos a pensar que su recuperación depende de tener tan pocos pensamientos acerca de Dios y el cielo como sea posible. Es verdad que hay personas con mentes desequilibradas que se imaginan ser muy religiosas y que se imponen la práctica del ayuno y la oración en menoscabo de su salud. Estas almas se permiten ser engañadas. Dios no les ha pedido esto. Tienen una justicia farisaica que no procede de Cristo, sino de ellos mismos. Confían en sus propias obras buenas para salvarse y están tratando de comprar el cielo mediante sus obras meritorias en vez de confiar, como debiera hacerlo todo pecador, sólo en los méritos de un Salvador crucificado y resucitado. Cristo y la verdadera piedad, hoy y siempre, serán salud para el cuerpo y fuerza para el alma.

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La nube que ha descansado sobre nuestro Instituto de Salud se está levantando, y la bendición de Dios ha acompañado los esfuerzos hechos para colocarlo sobre una base correcta y para corregir los errores de aquellos que mediante su infidelidad acarrearon grandes dificultades financieras sobre la institución y causaron desaliento en todas partes a los amigos de ella.

Aquellos que han transferido a usos caritativos del Instituto los intereses, o dividendos de sus acciones, han hecho algo noble que recibirá su recompensa. Todos los que no han hecho transferencias similares, siendo capaces de hacerlo, debieran, en su primera oportunidad, asignar al Instituto todo o una parte de sus intereses, como lo ha hecho la mayoría de los accionistas. Y a medida que lo demanden el creciente interés y la utilidad de esta institución, todos, especialmente aquellos que no lo han hecho, debieran continuar invirtiendo en ella.

Vi que había una gran cantidad de recursos sobrantes entre nuestro pueblo, una porción de lo cual debiera invertirse en el Instituto de Salud. También vi que hay muchos pobres meritorios entre nuestro pueblo que están enfermos y sufriendo, y que han estado dirigiéndose al Instituto en busca de ayuda, pero que no pueden pagar los precios regulares para hospedaje, tratamiento, etc. El Instituto ha luchado duramente con deudas en los últimos tres años y no ha podido tratar a los pacientes en ninguna medida significativa sin un pago completo. A Dios le agradaría que todos nuestros miembros que tienen la capacidad de hacerlo, invirtieran generosamente en el Instituto para colocarlo en una condición en la que pueda ayudar a los pobres humildes y meritorios de Dios. En relación con esto vi que Cristo se identifica con la humanidad sufriente y que aquello que tenemos el privilegio de hacer, incluso por el más pequeño de sus hijos—a quienes él llama sus hermanos—, lo hacemos al Hijo de Dios.

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“Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”. Mateo 25:34-46. 

Levantar el Instituto de Salud desde su estado postrado en el otoño de 1869 a su actual condición próspera y promisoria ha demandado sacrificios y esfuerzos de lo cual sus amigos en el extranjero conocen poco. Entonces tenía una deuda de trece mil dólares y tenía sólo ocho pacientes que pagaban. Y lo que era peor aún, el comportamiento de ex gerentes había sido tal como para desalentar de tal manera a los amigos de la institución que no habían tenido ánimo para proveer recursos a fin de eliminar la deuda o para recomendar a los enfermos que fueran al Instituto. Fue en esta situación desalentadora que mi esposo pensó que la propiedad del Instituto debía venderse para pagar las deudas, y el balance, después de pagar las deudas, debía reembolsarse a los accionistas en proporción a la cantidad de acciones que cada uno tenía. Pero una mañana, al orar en el altar de familia, el Espíritu de Dios vino sobre él mientras estaba orando en busca de orientación divina en asuntos relativos al Instituto, y él exclamó, mientras estaba sobre sus rodillas: “El Señor vindicará cada palabra que ha hablado mediante la visión relativa al Instituto de Salud, y será levantado de su estado caído y prosperará gloriosamente”.

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Desde ese momento asumimos la dirección del trabajo con seriedad y trabajamos mano a mano en favor del Instituto para contrarrestar la influencia de hombres egoístas que le acarrearon dificultades financieras. Hemos dado de nuestros recursos, estableciendo de ese modo un ejemplo para otros. Hemos estimulado la práctica de la economía y la laboriosidad de parte de todos los que están vinculados con el Instituto y hemos instado a los médicos y ayudantes a trabajar duramente por una paga pequeña hasta que la institución goce nuevamente y en forma plena de la confianza de nuestro pueblo. Hemos dado un testimonio claro contra la manifestación de egoísmo en cualquier persona relacionada con el Instituto y hemos dado consejos y reprendido errores. Sabíamos que el Instituto de Salud no tendría éxito a menos que la bendición del Señor descansara sobre él. Si lo acompañaba su bendición, los amigos de la causa confiarían en que ésta es la obra de Dios y se sentirían seguros al donar recursos para hacer de la institución una empresa llena de vida, a fin de que pudiera cumplir el designio de Dios. 

Los médicos y algunos de los ayudantes se dispusieron a trabajar intensamente. Laboraron con ahínco bajo circunstancias grandemente desanimadoras. Los doctores Ginley, Chamberlain y Lamson trabajaron con seriedad y energía, por una paga pequeña, para levantar esta institución que se estaba hundiendo. Y, gracias a Dios, la deuda original ha sido quitada, y se han hecho grandes ampliaciones para el alojamiento de los pacientes y se ha pagado por ellas. Se ha duplicado la circulación del Health Reformer (El Reformador de la Salud), que forma parte del mismo fundamento del éxito del Instituto, y se ha convertido en un periódico vigoroso. En la mente de la mayoría de nuestra gente se ha restaurado plenamente la confianza en el Instituto, y han tenido tantos pacientes casi todo el año, como podían ser alojados y tratados debidamente por nuestros médicos. 

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Lamentamos profundamente que los primeros gerentes del Instituto tomaron un curso de acción que casi lo hundió en deudas bajo el peso del desaliento. Pero las pérdidas financieras que los accionistas sintieron y lamentaron han sido pequeñas en comparación con el trabajo, la perplejidad y los cuidados que mi esposo y yo soportamos sin paga, y que los médicos y ayudantes sobrellevaron percibiendo salarios pequeños. Hemos tomado acciones en el Instituto por la cantidad de mil quinientos dólares, la cual fue transferida, aunque es una suma pequeña en comparación con el desgaste que hemos sufrido como consecuencia de gerentes anteriores irresponsables. Pero como el Instituto tiene ahora una reputación y una clientela más elevadas que nunca antes, y puesto que el valor de la propiedad es mayor que todo el dinero que se ha invertido, y en vista de que los errores anteriores han sido corregidos, aquellos que han perdido su confianza no tienen excusa por albergar sentimientos de prejuicio. Y si todavía manifiestan una falta de interés, será porque decidieron acariciar prejuicios antes que ser guiados por la razón.

En la providencia de Dios, el hermano A ha entregado su interés y energías al Instituto de Salud. Se ha interesado en promover abnegadamente los intereses del Instituto y no ha escatimado esfuerzos ni se ha favorecido a sí mismo. Si él depende de Dios y hace del Señor su fuerza y consejero, puede ser una bendición para los médicos, ayudantes y pacientes. Ha ligado su interés a todo lo que está relacionado con el Instituto y ha sido una bendición para otros al llevar cargas alegremente, que no eran pocas ni livianas. Él ha bendecido a otros, y estas bendiciones nuevamente se reflejarán sobre él. 

Pero el hermano A corre el peligro de asumir cargas que otros pueden y deberían llevar. No debería desgastarse haciendo cosas que otros, cuyo tiempo es menos valioso, pueden hacer. Debería actuar como un director y superintendente. Tendría que preservar sus fuerzas, para que con su juicio experimentado pudiera indicar a otros qué hacer. Esto es necesario a fin de que él mantenga una posición de influencia en el Instituto. Su experiencia en administrar con sabiduría y economía es valiosa. Pero él está en peligro de separar sus intereses demasiado de su familia, de llegar a absorberse demasiado en el Instituto, y de tomar sobre sí demasiadas cargas, como lo hizo mi esposo. El interés de mi esposo en el Instituto de Salud, la Asociación Publicadora y la causa en general fue tan grande que sufrió un quebranto de salud y se vio obligado a retirarse del trabajo por un tiempo, cuando, si hubiera hecho menos por estas instituciones y dividido su interés con su familia, no habría sufrido una tensión constante en una sola dirección, y habría preservado sus fuerzas para continuar sus labores ininterrumpidamente. El hermano A es el hombre para el lugar. Pero no debiera hacer lo que hizo mi esposo, aun cuando los asuntos no prosperaran tanto como si dedicara todas sus energías a ellos. Dios no les pide a mi esposo o al hermano A que se priven del deleite de la sociabilidad familiar, divorciándose del hogar y de la familia, ni siquiera por el interés de esas importantes instituciones. 

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Durante los últimos tres o cuatro años varios se han interesado en el Instituto de Salud y se han esforzado para colocarlo en una condición mejor. Pero algunos han carecido de discernimiento y experiencia. Mientras el hermano A actúe en forma desinteresada y se aferre a Dios, el Señor será su ayudador y consejero.

Los médicos del Instituto de Salud no debieran sentirse forzados a hacer el trabajo que pueden hacer los ayudantes. No debieran servir en la sala de baños o en los excusados, gastando su vitalidad en hacer lo que otros deberían hacer. No debe haber falta de ayudantes para atender al enfermo y vigilar a los débiles que requieren de cuidados especiales. Los médicos necesitan reservar su energía para el desempeño exitoso de sus obligaciones profesionales. Ellos deben instruir a otros acerca de qué hacer. Si hay escasez de personal confiable para hacer esas cosas, se debiera emplear e instruir debidamente a personas adecuadas, y remunerarlas convenientemente por sus servicios.

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No se debería emplear a nadie como obrero sino a personas que trabajarán abnegadamente en el interés del Instituto, y a los tales se les debiera pagar bien por sus servicios. Tendría que haber suficiente personal, especialmente durante la estación malsana del verano, como para que nadie necesite trabajar en exceso. El Instituto de Salud ha superado sus dificultades financieras; y ni médicos ni ayudantes necesitan sentirse forzados a trabajar tan duramente, y a sufrir tales privaciones, como cuando estaba en dificultades financieras tan graves a consecuencia de hombres infieles, que por su administración casi lo llevaron a la ruina.

Se me mostró que los médicos en nuestro Instituto debieran ser hombres y mujeres de fe y espiritualidad. Debieran confiar en Dios. Hay muchos que vienen al Instituto, quienes por su propia indulgencia pecaminosa se han acarreado enfermedades de casi todo tipo. Esta clase no merece la compasión que frecuentemente demandan. Y es lamentable que los médicos tengan que dedicar tiempo y fuerzas a este grupo de personas degradadas física, mental y moralmente. Pero hay una clase que, por ignorancia, ha vivido en violación de las leyes naturales. Han trabajado y han comido intemperantemente, porque era la costumbre hacerlo así. Algunos han sufrido muchas cosas de muchos médicos, pero no han mejorado sino que se han sentido decididamente peor. Por largo tiempo son separados de los negocios, de la sociedad y de sus familias, y como su último recurso vienen al Instituto de Salud con una débil esperanza de que allí encontrarán alivio. Esta clase necesita comprensión. Debieran ser tratados con la mayor ternura, y tendría que realizarse un esfuerzo para hacerles entender claramente las leyes de su ser, de modo que al dejar de violarlas y al dominarse ellos mismos, puedan evitar el sufrimiento y la enfermedad, que se cosechan por violar la ley de la naturaleza.

El Dr. B no es la persona más idónea para llenar un puesto como médico en el Instituto. Ve a hombres y mujeres con su organismo arruinado, débiles en su poder mental y moral, y piensa que es tiempo perdido tratar a tales pacientes. Puede ser que en muchos casos esto sea cierto. Pero él no debiera desanimarse ni disgustarse con pacientes enfermos y sufrientes. No debe perder su compasión, comprensión y paciencia, y sentir que su vida está empleada pobremente cuando se esfuerza en favor de aquellos que nunca pueden apreciar el trabajo que reciben, y que no usarán su fuerza, si la recuperan, para bendecir a la sociedad, sino que seguirán el mismo curso de complacencia propia que siguieron al perder la salud. El Dr. B no debiera cansarse o desanimarse. Tendría que recordar a Cristo, que estuvo en contacto directo con la humanidad sufriente. Aunque, en muchos casos, los afligidos habían acarreado la enfermedad sobre ellos mismos mediante su conducta pecaminosa al violar la ley natural, Jesús se compadecía de su debilidad, y cuando llegaban a él con las enfermedades más repugnantes, él no se retraía por temor a la contaminación; los tocaba y le ordenaba a la enfermedad que se retirase.

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