Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 199-210, día 159

“Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado”. Lucas 17:12-19.

Aquí hay una lección para todos nosotros. Estos leprosos estaban tan contaminados por la enfermedad que se les había restringido su ingreso en la sociedad, no fuera que contaminaran a otros. Estos límites habían sido prescritos por las autoridades. Jesús llega a la vista de ellos, y en su gran sufrimiento claman a él, el único que tiene el poder para aliviarlos. Jesús les ordena que se muestren a los sacerdotes. Ellos tienen fe para emprender su camino, creyendo en el poder de Cristo para sanarlos. Mientras van comprenden que la horrible enfermedad los ha dejado. Pero sólo uno tiene sentimientos de gratitud, sólo uno siente su profunda deuda hacia Cristo, por esta gran obra que ha sido hecha en su favor. Éste regresa alabando a Dios, y con la mayor humildad cae a los pies de Cristo, reconociendo con gratitud la obra hecha para él. Y este hombre era un extranjero; los otros nueve eran judíos. 

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Por causa de este hombre, que haría un uso correcto de la bendición de la salud, Jesús sanó a los diez. Los nueve siguieron de largo sin apreciar la obra realizada a favor de ellos, y no expresaron gratitud a Jesús por lo que hizo. 

Así los médicos del Instituto de Salud verán que son tratados sus esfuerzos. Pero si en el trabajo que hacen para ayudar a la humanidad sufriente, uno en veinte hace un uso correcto de los beneficios recibidos y aprecia los esfuerzos hechos en su favor, los médicos debieran sentirse agradecidos y satisfechos. Si se salva una vida de cada diez, y un alma de cada cien es salvada en el reino de Dios, todos los que están vinculados con el Instituto serán ampliamente recompensados por todos sus esfuerzos. Toda su ansiedad y sus cuidados no se perderán totalmente. Si el Rey de gloria, la Majestad del cielo, trabajó por la humanidad sufriente y tan pocos apreciaron su ayuda divina, los médicos y ayudantes en el Instituto debieran avergonzarse por quejarse si sus débiles esfuerzos no son apreciados por todos y si parece que algunos los desechan.

Me fue mostrado que los nueve que no regresaron para dar gloria a Dios representan correctamente a algunos observadores del sábado que vienen al Instituto de Salud como pacientes. Reciben mucha atención y debieran comprender la ansiedad y el desaliento de los médicos, y ser los últimos en causarles preocupación y cargas innecesarias. Sin embargo, lamento decir que frecuentemente los pacientes más difíciles de manejar en el Instituto de Salud son los de nuestra fe. Se sienten más libres para quejarse que cualquier otro grupo. Los mundanos, y los cristianos profesos de otras denominaciones, aprecian los esfuerzos hechos para su recuperación más que muchos observadores del sábado. Y cuando regresan a sus hogares ejercen una influencia en favor del Instituto de Salud mayor que la de los observadores del sábado. Y algunos de los que se sienten más libres para cuestionar y quejarse por la administración del Instituto, son aquellos a quienes se les han dado precios reducidos en su tratamiento.

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Esto ha desanimado mucho a médicos y ayudantes; pero debieran recordar a Cristo, su gran Modelo, y no cansarse de hacer el bien. Si uno entre un gran número es agradecido y ejerce una influencia correcta, debieran agradecer a Dios y cobrar ánimo. Esa persona puede ser un desconocido y podría surgir la pregunta: ¿Dónde están los nueve? ¿Por qué no todos los observadores del sábado expresan su interés en el Instituto de Salud y le dan su apoyo? Algunos observadores del sábado tienen tan poco interés que, aunque se los atiende libre de cargos, hablarán despectivamente a los pacientes en cuanto a los medios empleados para la recuperación de los enfermos. Deseo que los tales examinen su conducta. El Señor los considera como a los nueve leprosos que no volvieron para darle gloria. Los desconocidos cumplen su deber y aprecian los esfuerzos hechos para su recuperación, mientras que el otro grupo ejerce una influencia contra aquellos que han tratado de hacerles bien.

El Dr. B necesita cultivar la cortesía y la bondad, no sea que lastime innecesariamente los sentimientos de los pacientes. Él es franco y claro, escrupuloso, sincero y ardiente. Tiene una buena comprensión de la enfermedad, pero debería tener un conocimiento más cabal de cómo tratar a los enfermos. Con este conocimiento necesita cultura personal, refinamiento de modales, y escoger mejor sus palabras e ilustraciones en sus charlas en el salón.

El Dr. B es altamente sensible y tiene por naturaleza un temperamento rápido e impulsivo. Actúa mucho sin pensar. Se ha esforzado por corregir su espíritu precipitado y por vencer sus deficiencias, pero todavía tiene que hacer un esfuerzo mayor. Si ve que las cosas marchan mal, se apresura demasiado para decir lo que piensa a los que están equivocados, y no siempre usa las palabras más apropiadas para la ocasión. A veces ofende tanto a los pacientes que ellos lo odian y dejan el Instituto con sentimientos negativos, en detrimento de ellos mismos y del Instituto. Raramente hace algún bien hablar en una forma crítica a pacientes que están enfermos del cuerpo y de la mente. Pero pocos de los que han actuado en la sociedad del mundo y que ven las cosas desde un punto de vista mundano, están preparados para oír una declaración de hechos referente a ellos mismos y presentadas en su presencia. Ni siquiera la verdad debe hablarse en todo tiempo. Hay tiempos y oportunidades convenientes para hablar, cuando las palabras no ofenderán. Los médicos no debieran trabajar en exceso y tener debilitado su sistema nervioso, porque esta condición del cuerpo no será favorable para tener mentes serenas, nervios firmes, y un espíritu alegre y feliz. El Dr. B ha estado confinado demasiado fijamente al Instituto. Debería haber tenido un cambio. Necesita salir de Battle Creek ocasionalmente y descansar y hacer visitas no siempre profesionales, sino visitar donde pueda estar despreocupado y donde su mente no esté ansiosa respecto a los enfermos.

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Debiera acordarse a todos los médicos el privilegio de alejarse ocasionalmente del Instituto de Salud, especialmente a aquellos que llevan cargas y responsabilidades. Si hay una escasez tal de ayuda que esto no pueda hacerse, se debería conseguir más ayuda. Tener médicos que trabajen en exceso y que de ese modo se descalifiquen para cumplir los deberes de su profesión, es algo que debe temerse. De ser posible esto debiera evitarse, porque su influencia es contraria a los intereses del Instituto. Los médicos debieran mantenerse sanos. No tienen que enfermarse por exceso de trabajo ni por cualquier imprudencia de su parte. 

Se me mostró que el Dr. B se desanima demasiado fácilmente. Siempre surgirán cosas para fastidiar, confundir y probar la paciencia de médicos y ayudantes. Deben estar preparados para esto y no alterarse o perder el equilibrio. Deben mantener la calma y ser amables no importa lo que pueda ocurrir. Están ejerciendo una influencia que será reproducida por los pacientes en otros Estados y que recaerá nuevamente sobre el Instituto de Salud para bien o para mal. Siempre debieran considerar que están tratando con hombres y mujeres de mentes enfermas, que frecuentemente ven las cosas en una luz pervertida y sin embargo están seguros de que entienden las cosas perfectamente. Los médicos debieran comprender que la blanda respuesta quita la ira. Deben usarse normas en una institución donde se trata con enfermos, a fin de controlar exitosamente las mentes enfermas y beneficiar a los dolientes. Si los médicos pueden permanecer en calma en medio de una tempestad de palabras desconsideradas y apasionadas, si pueden gobernar su espíritu cuando son provocados y abusados, ciertamente son vencedores. “Mejor es… el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad”. Proverbios 16:32. Someter el yo y colocar las pasiones bajo el control de la voluntad, es la conquista más grande que los hombres y las mujeres pueden lograr. 

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El Dr. B no es ciego a la naturaleza de su temperamento peculiar. Ve sus deficiencias, y cuando siente la presión sobre sí está dispuesto a batirse en retirada y dar la espalda al campo de batalla. Pero no ganará nada siguiendo este curso de conducta. Está situado donde su ambiente y la presión de las circunstancias están desarrollando puntos fuertes en su carácter, puntos de los cuales necesita eliminarse la aspereza, para que pueda llegar a ser refinado y noble. El hecho de que él huya de la discusión no quitará los defectos de su carácter. Si huyera del Instituto, no eliminaría o vencería los defectos de su carácter. Tiene ante sí el trabajo de vencer esos defectos si desea estar entre el número de los que se hallarán sin falta ante el trono de Dios, habiendo pasado por gran tribulación, y habiendo lavado sus mantos del carácter y habiéndolos emblanquecido en la sangre del Cordero. Se ha hecho la provisión para que los lavemos. Se ha preparado la fuente a un costo infinito, y la responsabilidad de lavar descansa sobre nosotros, que somos imperfectos ante Dios. El Señor no se propone quitar estas manchas de contaminación sin que no hagamos nada de nuestra parte. Debemos lavar nuestros mantos en la sangre del Cordero. Debemos aferrarnos por fe a los méritos de la sangre de Cristo, y mediante su poder y su gracia podemos tener la fuerza para vencer nuestros errores, nuestros pecados, nuestras imperfecciones de carácter, y salir victoriosos, habiendo lavado nuestras ropas en la sangre del Cordero.

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El Dr. B debiera tratar de ampliar diariamente su cúmulo de conocimiento y cultivar modales corteses y refinados. En sus charlas en el salón [del sanatorio] se siente demasiado inclinado a descender a un nivel bajo, lo cual no ejerce una influencia elevadora. Debiera recordar que está asociado con toda clase de mentes y que las impresiones que él dé se extenderán a otros lugares del país y se reflejarán sobre el Instituto. Tratar con hombres y mujeres cuyas mentes y cuerpos están enfermos es una obra delicada. Los médicos del Instituto necesitan gran sabiduría a fin de curar el cuerpo mediante la mente. Pero pocos comprenden el poder que la mente tiene sobre el cuerpo. Gran parte de las enfermedades que afligen a la humanidad se originan en la mente y sólo pueden curarse restaurando la mente a la salud. Hay muchos más que los que nos imaginamos que están enfermos mentalmente. La enfermedad del corazón crea muchos dispépticos, porque los problemas mentales tienen una influencia paralizante sobre los órganos digestivos.

A fin de alcanzar a esta clase de pacientes, el médico debe tener discernimiento, paciencia, bondad y amor. Un corazón resentido, enfermo, una mente desanimada, necesita un tratamiento suave, y esta clase de mentes puede ser sanada por medio de una compasiva solidaridad. Los médicos primero deberían ganar la confianza de ellos, y luego señalarles al Médico que todo lo sana. Si sus mentes pueden ser dirigidas al Portador de las cargas, y pueden tener fe de que él se interesará en ellos, la curación de sus cuerpos y mentes será segura.

Otras instituciones de salud están mirando con una actitud celosa al Instituto de Salud en Battle Creek. Ellos trabajan desde el punto de vista mundano, mientras que los gerentes del Instituto de Salud trabajan desde un punto de vista religioso, reconociendo a Dios como su propietario. No trabajan egoístamente sólo en busca de recursos, sino por causa de Cristo y de la humanidad. Están tratando de beneficiar a la humanidad sufriente, sanar la mente enferma como también el cuerpo sufriente, dirigiendo a los dolientes a Cristo, el Amigo del pecador. No descartan la religión, sino que confían en Dios y dependen de él. Los enfermos son dirigidos a Jesús. Después que los médicos han hecho lo que pueden a favor del enfermo, piden a Dios que obre a través de sus esfuerzos y restaure la salud de los enfermos sufrientes. Esto es lo que Dios ha hecho en algunos casos en respuesta a la oración de fe. Y esto es lo que continuarán haciendo si son fieles y confían en él. El Instituto de Salud será un éxito porque Dios lo sostiene. Y si sus bendiciones acompañan al Instituto, prosperará y será el medio para realizar una gran medida de bien. Otras instituciones son conscientes de que en nuestro Instituto existe una elevada norma de influencia moral y religiosa. Ven que sus dirigentes no son movidos por principios egoístas y mundanos, y que son celosos respecto a su influencia controladora y guiadora.

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Peligro de los aplausos

Se me ha mostrado que debe ejercerse gran cautela, aun cuando se necesite aliviar la pesada carga que oprime a hombres y mujeres, no sea que éstos confíen en su propia sabiduría y dejen de fiar únicamente en Dios. Es peligroso adular a las personas o ensalzar la capacidad de un ministro de Cristo. En el día de Dios, muchos serán pesados en la balanza y hallados faltos por causa del ensalzamiento. Quisiera amonestar a mis hermanos y hermanas a que nunca adulen a las personas por causa de su capacidad; porque esto las perjudica. El yo se ensalza fácilmente, y como consecuencia, las personas pierden el equilibrio. Repito a mis hermanos y hermanas: Si queréis que vuestras almas estén limpias de la sangre de todos los hombres, nunca aduléis ni alabéis los esfuerzos de pobres mortales; porque ello puede causar su ruina. Es peligroso ensalzar por palabras y acciones a los hermanos o hermanas, por humilde que parezca ser en su conducta. Si ellos poseen realmente el espíritu manso y humilde que Dios estima tan altamente, ayudadles a retenerlo. Esto no se hará censurándolos, ni dejando de apreciar debidamente su verdadero valor. Pero son pocos los que pueden soportar sin perjuicio la alabanza. 

Algunos ministros capaces que ahora están predicando la verdad presente, aman la aprobación. El aplauso los estimula como el vaso de vino al bebedor. Colocad a estos ministros frente a una congregación pequeña que no prometa excitación especial ni provoque oposición definida, y perderán su interés y celo y parecerán tan lánguidos en la obra como el bebedor cuando se ve privado de su dosis de bebida. Estos hombres no llegarán a ser obreros verdaderos y prácticos hasta que hayan aprendido a trabajar sin la excitación del aplauso.

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El trabajo a favor de los que yerran

Los hermanos C y D fallaron en algunos respectos en su administración de asuntos de la iglesia en Battle Creek. Actuaron demasiado en base a su propio espíritu y no dependieron enteramente de Dios. Fallaron en cumplir con su deber al no guiar a la iglesia a Dios, a la Fuente de aguas vivas, en la cual podían suplir sus necesidades y satisfacer el hambre de su alma. No se le dio suprema importancia a la influencia renovadora y santificadora del Espíritu Santo, que daría paz y esperanza a la conciencia turbada, y devolvería salud y felicidad al alma. No se logró el buen objetivo que ellos tenían en mente. Estos hermanos tenían en forma excesiva un espíritu de crítica fría al examinar a los individuos que se presentaban para ser miembros de la iglesia. El espíritu de llorar con los que lloran y de regocijarse con los que se regocijan no estaba en los corazones de estos hermanos que ministraban, como tendría que haber sido. 

Cristo se identificó con las necesidades de la gente. Sus necesidades y sufrimientos eran los suyos. Él dice: “Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”. Mateo 25:35-36. Los siervos de Dios deben tener en su corazón tierno afecto y sincero amor por los discípulos de Cristo. Deben manifestar el profundo interés que Cristo hace resaltar en el cuidado del pastor por la oveja perdida; deben seguir el ejemplo dado por Cristo y manifestar la misma compasión y amabilidad y el mismo amor tierno y compasivo que él nos demostró a nosotros. 

Las grandes potencias morales del alma son la fe, la esperanza y el amor. Si éstas son inactivas, el predicador puede tener todo el celo y fervor que quiera, pero su labor no será aceptada por Dios y no podrá beneficiar a la iglesia. El ministro de Cristo, que lleva el mensaje solemne de Dios a la gente, debe proceder siempre con justicia, amar la misericordia y andar humildemente delante de Dios. Si está el espíritu de Cristo en el corazón, inclinará toda facultad del alma a nutrir y proteger las ovejas de su dehesa, como fiel y verdadero pastor. El amor es la cadena de oro que liga mutuamente los corazones con vínculos voluntarios de amistad, ternura y fiel constancia, y que liga el alma a Dios. Entre los hermanos hay una decidida falta de amor, compasión y piadosa ternura. Los ministros de Cristo son demasiado fríos e inexorables. Sus corazones no arden de tierna compasión y ferviente amor. La más pura y más elevada devoción a Dios es la que se manifiesta en los deseos y esfuerzos más fervientes por ganar almas para Cristo. La razón por la cual los ministros que predican la verdad presente no tienen más éxito, consiste en que son deficientes, muy deficientes, en fe, esperanza y amor. Todos nosotros tenemos que afrontar y soportar trabajos y conflictos, actos de abnegación y pruebas secretas del corazón. Sentiremos pesar y derramaremos lágrimas por nuestros pecados; sostendremos constantes luchas y vigilias, mezcladas con remordimientos y vergüenza, por causa de nuestras deficiencias. 

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No olviden los ministros de la cruz de nuestro Salvador su experiencia en estas cosas, mas tengan siempre presente que son tan sólo hombres sujetos a error y a las mismas pasiones que sus hermanos; y que para ayudar a éstos deben ser perseverantes en sus esfuerzos para beneficiarlos, teniendo el corazón lleno de compasión y amor. Deben acercarse al corazón de sus hermanos, y ayudarles en aquello en que son débiles y necesitan más ayuda. Los que trabajan en palabra y doctrina deben quebrantar su propio corazón duro, orgulloso e incrédulo, si quieren notar la misma obra en sus hermanos. Cristo lo ha hecho todo por nosotros, porque éramos impotentes; estábamos atados con cadenas de tinieblas, pecado y desesperación y no podíamos hacer nada por nosotros mismos. Es mediante el ejercicio de la fe, la esperanza y el amor como nos acercamos más y más a la norma de la perfecta santidad. Nuestros hermanos sienten la misma lastimosa necesidad de ayuda que hemos sentido nosotros. No debemos recargarnos con censuras innecesarias, sino que debemos permitir que el amor de Cristo nos constriña a ser muy compasivos y tiernos, para que podamos llorar por los que yerran y los que han apostatado de Dios. El alma tiene un valor infinito, que no puede estimarse sino por el precio pagado por su rescate. ¡El Calvario! ¡El Calvario! ¡El Calvario explicará el verdadero valor del alma! 

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La Escuela Sabática

La piedad vital es un principio que debe cultivarse. El poder de Dios puede cumplir por nosotros lo que todos los sistemas en el mundo no pueden efectuar. La perfección del carácter cristiano depende enteramente de la gracia y la fuerza que sólo se encuentran en Dios. Sin el poder de la gracia en el corazón, acompañando nuestros esfuerzos y santificando nuestras labores, fracasaremos en salvar nuestras propias almas y las almas de otros. El sistema y el orden son altamente esenciales, pero nadie tendría que recibir la impresión de que harán la obra sin la gracia y el poder de Dios obrando en la mente y el corazón. El corazón y la carne fracasarían en el curso de ceremonias, y en llevar a cabo nuestros planes, sin el poder de Dios para inspirar y dar valor a fin de ejecutarlos. 

La Escuela Sabática en Battle Creek llegó a ser el gran tema de interés para el hermano E. Absorbió las mentes de los jóvenes, mientras se descuidaban otros deberes religiosos. Frecuentemente, después que terminaba la Escuela Sabática, el director, una cantidad de los maestros y un buen número de los estudiantes regresaban al hogar para descansar. Sentían que su responsabilidad para el día había terminado y que no tenían ningún otro deber. Cuando sonaba la campana para la hora del servicio público, y la gente dejaba sus hogares para ir a la casa de adoración, encontraban una gran cantidad de los asistentes a la Escuela Sabática que volvían a sus casas. Y por importante que fuera la reunión, no podía despertarse el interés de un gran grupo de los miembros de la Escuela Sabática como para atraerles la instrucción dada por el ministro sobre importantes temas bíblicos. Mientras que muchos de los niños no asistían al servicio público, algunos que permanecían no se beneficiaban con la palabra hablada, porque sentían que era una exigencia fatigosa. 

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