Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 210-221, día 160

Debiera haber disciplina y orden en nuestras escuelas sabáticas. Los niños que asisten a estas escuelas deberían apreciar los privilegios que disfrutan y se les tendría que exigir que observaran los reglamentos de la escuela. Y los padres deberían preocuparse aun más para asegurarse de que sus hijos tienen sus lecciones bíblicas [aprendidas] que para ver si han preparado sus lecciones escolares de los días regulares. Debieran aprender más perfectamente sus lecciones bíblicas que sus lecciones en las escuelas corrientes. Si los padres y sus hijos no perciben la necesidad por este interés, entonces sería mejor que los hijos se quedaran en la casa, porque la Escuela Sabática no resultará una bendición para ellos. Los padres y los niños debieran trabajar en armonía con el director y los maestros [de la Escuela Sabática], evidenciando así que aprecian el trabajo realizado para ellos. Los padres debieran interesarse en forma especial en la educación religiosa de sus hijos, para que ellos puedan tener un conocimiento más completo de las Escrituras.

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Hay muchos niños que invocan la falta de tiempo como una razón para no aprender sus lecciones de la Escuela Sabática, pero hay pocos que no podrían encontrar tiempo para aprender sus lecciones si se interesaran en ellas. Algunos dedican tiempo a las diversiones y a pasear para contemplar paisajes; otros a los adornos innecesarios de sus vestidos para exhibirlos, cultivando así el orgullo y la vanidad. Las horas preciosas gastadas pródigamente de ese modo son tiempo de Dios, por las cuales deben rendirle cuenta. Las horas gastadas en adornos innecesarios o en diversiones y en conversación ociosa, serán llevadas a juicio, junto con todo acto. 

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Obreros en la oficina

Aquellos que están en la oficina y que profesan creer la verdad debieran mostrar el poder de la verdad en sus vidas y probar que están trabajando hacia adelante y hacia arriba en base a principios. Debieran moldear sus vidas y caracteres siguiendo el ejemplo del Modelo perfecto. Si todos pudieran examinar con una mirada que discierne las tremendas realidades de la eternidad, qué horror de condenación se apoderaría de algunos en la oficina que ahora andan con aparente indiferencia, aunque separados de escenas eternas por una distancia muy pequeña. Se han dado muchas advertencias y se han hecho exhortaciones al corazón con intenso sentimiento y con oraciones fervientes, cada una de las cuales está registrada fielmente en el cielo, para equilibrar la cuenta de cada uno en el día de la investigación final. El amor incansable de Cristo ha seguido a los que están ocupados en su obra en la oficina. Dios los ha acompañado con bendiciones y súplicas, a pesar de que odia los pecados y la infidelidad que se adhiere a ellos como la lepra. Las verdades profundas y solemnes que las personas que están en la oficina han tenido el privilegio de escuchar, deberían granjear sus simpatías y conducirlos a una elevada apreciación de la luz que Dios les ha dado. Si caminan en la luz, ella embellecerá y ennoblecerá sus vidas con los propios atavíos del cielo, a saber, la pureza y la verdadera piedad.

Ante cada obrero en la oficina se abre un camino para ocuparse de corazón directamente en la obra de Cristo y la salvación de las almas. Cristo dejó el cielo y el seno de su Padre para venir a este mundo abandonado y perdido a fin de salvar a quienes se dejarían salvar. Se exiló de su Padre y canjeó la compañía pura de los ángeles por la de la humanidad caída y contaminada totalmente con el pecado. Con tristeza y asombro, Cristo presencia la frialdad, la indiferencia y el descuido con el cual sus profesos seguidores en la oficina tratan la luz y los mensajes de advertencia y amor que él les ha dado. Cristo ha provisto el pan y el agua de vida para todos los que tienen hambre y sed.

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El Señor requiere de todos en la oficina que trabajen movidos por un propósito elevado. Con su propia vida, Cristo les dio ejemplo. Todos debieran trabajar con interés, devoción y fe por la salvación de las almas. Si todos en la oficina laboran con propósitos desinteresados, discerniendo el carácter sagrado del trabajo, la bendición de Dios descansará sobre ellos. Si todos hubieran tomado sus diferentes cargas alegre y gozosamente, mi esposo no se habría visto agobiado tan pesadamente por el cansancio y la perplejidad.

¡Cuán pocas oraciones fervientes han sido elevadas con fe a Dios en favor de aquellos que trabajaban en la oficina y que no estaban plenamente en la verdad! ¿Quién ha sentido el valor de las almas por las cuales Cristo murió? ¿Quiénes han sido obreros en la viña del Señor? Vi que los ángeles estaban afligidos por las frivolidades triviales de los profesos seguidores de Cristo que estaban manejando asuntos sagrados en la oficina. Algunos no tienen más conciencia del carácter sagrado del trabajo que si estuvieran ocupados en trabajos comunes. Dios ahora pide que los que obstruyen en forma infructuosa el terreno se consagren a él y centren sus afectos y esperanzas en él.

El Señor quisiera que todos los que están vinculados con la oficina lleguen a ser guardianes y portadores de cargas. Si son buscadores de placeres, si no practican la abnegación, no son aptos para ocupar un lugar en la oficina. Los trabajadores en la oficina debieran sentir cuando entran en ella que éste es un lugar sagrado, un lugar donde se está haciendo la obra de Dios en la publicación de la verdad que decidirá el destino de las almas. Esto no se siente ni se comprende como se debiera. Hay conversaciones en el departamento tipográfico que distraen la mente del trabajo. La oficina no es un lugar para tener visitas, o para albergar un espíritu de coqueteo, o para tener diversiones o un espíritu egoísta. Todos debieran sentir que están trabajando para Dios. El que zarandea todos los motivos y lee todos los corazones está examinando y probando y zarandeando a su pueblo, especialmente a aquellos que tienen luz y conocimiento y que están ocupados ensu sagrada obra. Dios escudriña los corazones y prueba los pensamientos, y no aceptará nada que no sea una entera devoción y consagración a él. Todos en la oficina debieran asumir sus deberes diarios como si estuviesen en la presencia de Dios. No tendrían que satisfacerse con hacer las cosas descuidadamente, y recibir sus salarios, sino que deberían trabajar en cualquier lugar donde puedan ayudar al máximo. En ausencia del hermano White hay algunos que son fieles; otros meramente procuran agradar al ojo. Si en la oficina todos los que profesan ser seguidores de Cristo hubieran sido fieles en el cumplimiento del deber, habría habido un gran cambio para bien. Los jóvenes y las señoritas han estado demasiado absortos en el compañerismo mutuo, hablando, burlándose y bromeando, y los ángeles de Dios han sido ahuyentados de la oficina. 

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Marcus Lichtenstein era un joven temeroso de Dios, pero vio tanta escasez de verdaderos principios religiosos en aquellos que estaban en la iglesia y los que estaban trabajando en la oficina que se sintió perplejo, angustiado, disgustado. Tropezó por la falta de rectitud en la observancia del sábado manifestada por algunos que sin embargo profesaban ser observadores del mandamiento. Marcus tenía una exaltada consideración por el trabajo de la oficina; pero la vanidad, la frivolidad y la falta de principios lo hicieron tropezar. Dios lo había levantado y en su providencia lo vinculó con su obra en la oficina. Pero algunos que trabajan en la oficina conocen tan poco de la mente y la voluntad de Dios que consideraban de poca importancia esta gran obra de la conversión de Marcus desde el judaísmo. Su valor no fue apreciado. Frecuentemente se afligía con la conducta de F y otros en la oficina; y cuando intentaba reprobarlos, sus palabras eran recibidas con desprecio porque él se atrevía a instruirlos. Su lenguaje defectuoso era para algunos una ocasión de burla y diversión.

Marcus lamentaba profundamente el caso de F, pero no podía ver cómo podría ayudarlo. Marcus nunca habría dejado la oficina si los jóvenes hubieran sido fieles a su profesión. Si naufraga en su fe, su sangre seguramente se encontrará en el borde del manto de los jóvenes que profesan a Cristo, pero que por sus obras, sus palabras, y su conducta, declaran llanamente que no son de Cristo sino del mundo. Este estado deplorable de negligencia, indiferencia e infidelidad, debe cesar; debe ocurrir un cambio completo y permanente en la oficina, o aquellos que han tenido tanta luz y tan grandes privilegios debieran ser despedidos y otros tomarán sus lugares, aunque sean incrédulos. Es algo terrible autoengañarse. Dijo el ángel, señalando a los que están en la oficina: “Os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Mateo 5:20. Una profesión de fe no es suficiente. Debe haber una obra íntimamente entretejida en el alma y llevada a la práctica en la vida. 

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El amor de Cristo llega a las mismas profundidades de la miseria y el dolor humanos, o no alcanzaría al mayor pecador. También llega al trono del Eterno, o el hombre no podría ser elevado de su condición degradada, o no se suplirían nuestras necesidades ni se satisfarían nuestros deseos. Cristo ha encabezado el camino de la tierra al cielo. Él forma el lazo de unión entre los dos mundos. Él trae el amor y la condescendencia de Dios al hombre, y eleva al ser humano mediante sus méritos para experimentar la reconciliación con Dios. Cristo es el camino, la verdad y la vida. Es una obra difícil avanzar, paso a paso, dolorosa y lentamente, hacia adelante y hacia arriba, en el camino de la pureza y la santidad. Pero Cristo ha hecho amplia provisión para impartir nuevo vigor y fuerza divina a cada paso de avance en la vida divina. Éste es el conocimiento y la experiencia que todos los empleados en la oficina necesitan, y que deben tener, o diariamente traerán oprobio sobre la causa de Cristo.

El hermano G está cometiendo un error en su vida. Se tiene en demasiada alta estima. No ha comenzado a construir en forma correcta para hacer que su vida sea un éxito. Está construyendo en la parte superior, pero el fundamento no está puesto correctamente. El fundamento debe colocarse bajo tierra, y entonces el edificio puede ser construído. Él necesita una disciplina y experiencia en los deberes cotidianos de la vida que las ciencias no darán; toda su educación no le dará ejercicio físico para llegar a acostumbrarse a las penurias de la vida.

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Por lo que se me ha mostrado, debiera seleccionarse cuidadosamente a quienes ayuden en la oficina. No debiera colocarse allí a los jóvenes sin experiencia y que no son consagrados, porque están expuestos a tentaciones y no tienen caracteres firmes. Aquellos que han formado sus caracteres, que poseen principios firmes y tienen la verdad de Dios en su corazón no serán una constante fuente de preocupación y ansiedad, sino más bien de ayuda y bendiciones. La oficina de publicaciones es ampliamente capaz para hacer los arreglos a fin de conseguir buenos ayudantes, que posean capacidad y principios. Y la iglesia, a su vez, no debiera tratar de aprovecharse en lo más mínimo de quienes vienen a la oficina para trabajar y aprender su oficio. Hay posiciones donde algunos pueden ganar mejores salarios que en la oficina, pero jamás podrán encontrar una posición más importante, más honorable o más exaltada que la obra de Dios en la oficina. Aquellos que trabajan fiel y desinteresadamente serán recompensados. Para ellos hay preparada una corona de gloria, en comparación de la cual todos los honores y placeres terrenales son como el pequeño polvo de la balanza. Especialmente serán bendecidos aquellos que han sido fieles a Dios en velar por el bien espiritual de otros en la oficina. Los intereses pecuniarios y temporales, en comparación con esto, se hunden en la insignificancia. En un platillo está el polvo del oro; en el otro, un alma humana de tal valor que los honores, las riquezas y la gloria han sido sacrificados por el Hijo de Dios para rescatarla de la esclavitud del pecado y del desánimo sin esperanza. El alma humana es de valor infinito y demanda suprema atención. Cada hombre que teme a Dios en esa oficina debiera desechar las cosas infantiles y vanas, y, con verdadero valor moral, mantenerse erguido en la dignidad de su virilidad, evitando la familiaridad vulgar, y sin embargo uniendo corazón a corazón en el vínculo del interés y el amor cristianos. Los corazones anhelan comprensión y afecto, y son renovados y fortalecidos por ello así como las flores lo son por las lluvias y la luz del sol.

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Debe leerse la Biblia cada día. Una vida de religión, de devoción a Dios, es el mejor escudo para los jóvenes que están expuestos a la tentación en sus relaciones sociales mientras adquieren una educación. La Palabra de Dios dará la norma correcta de lo que es bueno y lo que es malo, y de los principios morales. Un principio firme de verdad es la única salvaguardia para la juventud. Los propósitos firmes y una voluntad resuelta cerrarán muchas puertas abiertas a la tentación y a influencias que no son favorables para el mantenimiento del carácter cristiano. Un espíritu débil e irresoluto permitido en la adolescencia y juventud producirá una vida de constantes afanes y luchas, por la falta de una actitud decidida y principios firmes. Personas así siempre tendrán obstáculos para lograr el éxito en esta vida y correrán el peligro de perder la vida mejor. Será un camino seguro estar sinceramente de parte de lo recto. La primera consideración debería ser honrar a Dios, y la segunda, ser fieles a la humanidad, cumpliendo los deberes que trae cada día, enfrentando sus pruebas y llevando sus cargas con firmeza y con un corazón resuelto. Un esfuerzo sincero e incansable, unido a un propósito firme y a una completa confianza en Dios, ayudará en cada emergencia, capacitará para una vida útil en este mundo, y dará la idoneidad necesaria para la vida inmortal.

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El amor y el deber

El amor tiene un hermano gemelo que es el deber. El amor y el deber se encuentran lado a lado. El amor puesto en ejercicio mientras se descuida el deber, hará a los hijos testarudos, voluntariosos, perversos, egoístas y desobedientes. Si se emplea únicamente el deber severo, sin que el amor lo suavice y domine, tendrá un resultado similar. El deber y el amor deben fusionarse a fin de que los niños sean debidamente disciplinados.

Antiguamente fueron dadas instrucciones a los sacerdotes: “Y enseñarán a mi pueblo a hacer diferencia entre lo santo y lo profano, y les enseñarán a discernir entre lo limpio y lo no limpio. En los casos de pleito ellos estarán para juzgar; conforme a mis juicios juzgarán”. Ezequiel 44:23, 24. “Cuando yo dijere al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, pero su sangre yo la demandaré de tu mano. Y si tú avisares al impío de su camino para que se aparte de él, y él no se apartare de su camino, él morirá por su pecado, pero tú libraste tu vida”. Ezequiel 33:8, 9. 

En estos pasajes se presenta claramente el deber de los siervos de Dios. Ellos no pueden eximirse de cumplir fielmente su deber de reprender pecados y males entre el pueblo de Dios, aunque sea una tarea desagradable y no sea aceptada por el que yerra. Pero en la mayor parte de los casos, el que es reprendido aceptaría la amonestación y oiría el reproche si no fuera porque otros se interponen en el camino. Éstos se acercan como simpatizantes y compadecen al que ha sido reprendido, y creen que deben defenderlo. No ven que al Señor le desagrada el que hace mal, porque la causa del Señor ha sido herida y su nombre cubierto de oprobio. Hay almas que fueron apartadas de la verdad y que perdieron la fe como resultado de la conducta errónea seguida por el que faltó. Pero el siervo de Dios, cuyo discernimiento está entorpecido y cuyo juicio es torcido por malas influencias, se siente tan inclinado a ponerse del lado del ofensor cuya influencia ha hecho mucho daño, como de parte del que reprende lo malo y el pecado, y al hacer así dice virtualmente al pecador: “No se aflija, no se abata; al fin de cuentas usted casi tiene razón”. Dice al pecador: “Todo te irá bien”. 

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Dios requiere que sus siervos anden en la luz y no se cubran los ojos para no discernir las obras de Satanás. Deben estar preparados para amonestar y reprender a los que están en peligro por causa de sus sutilezas. Satanás trabaja a diestra y siniestra para obtener ventajas. No descansa. Es perseverante y astuto. Vela para aprovechar toda circunstancia y utilizarla en su guerra contra la verdad y los intereses del reino de Dios. Es lamentable que los siervos de Dios, ante las trampas de Satanás, no ejerzan ni la mitad del cuidado que deberían ejercer. En vez de resistir al diablo para que huya de ellos, muchos se inclinan a transigir con las potestades de las tinieblas.

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La iglesia de Battle Creek

Hay serias objeciones a que se ubique una escuela en Battle Creek. La iglesia es grande, y hay un gran número de jóvenes vinculados con ella. Si la influencia que un miembro tiene sobre otro en una iglesia tan grande fuera de un carácter elevador, que conduzca a la pureza y la consagración a Dios, entonces la juventud que viene a Battle Creek tendría mayores ventajas que si el colegio estuviera ubicado en otra parte. Pero si las influencias en Battle Creek han de ser en el futuro lo que han sido durante varios años en el pasado, advertiría a los padres que no envíen a sus hijos a Battle Creek. No hay sino unos pocos en esa iglesia grande que ejercen una influencia que atraerá constantemente almas a Cristo; mientras que hay muchos que, por su ejemplo, guiarán a la juventud lejos de Dios y hacia el amor al mundo. 

Muchos miembros de la iglesia de Battle Creek no tienen conciencia de su responsabilidad. Aquellos que tienen una religión práctica retendrán su identidad de carácter bajo toda circunstancia. No serán como la caña que se agita en el viento. Los que están situados a cierta distancia sienten que les resultaría sumamente favorable si pudieran tener el privilegio de vivir en Battle Creek, en una iglesia fuerte, donde sus hijos pudieran beneficiarse con la Escuela Sabática y las reuniones. Algunos de nuestros hermanos y hermanas en tiempos pasados han hecho sacrificios para tener a sus hijos viviendo allí. Pero casi en cada caso se han chasqueado. No hubo sino unos pocos en la iglesia que manifestaron un interés altruista hacia estos jóvenes. Por lo general la iglesia actuó como desconocidos fariseos, distante de aquellos que necesitaban grandemente su ayuda. Algunos de los jóvenes vinculados con la iglesia, que profesaban servir a Dios, pero que amaban más los placeres y el mundo, estaban dispuestos a hacer amistad con los jóvenes desconocidos que vinieron para estar entre ellos, y ejercer sobre ellos una fuerte influencia con el fin de guiarlos al mundo en vez de acercarlos a Dios. Cuando ellos regresan a la casa, están más lejos de la verdad que cuando vinieron a Battle Creek.

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Se necesitan hombres y mujeres en el centro de la obra que serán padres y madres solícitos en Israel, que tendrán corazones que puedan recibir más que meramente al yo y a lo mío. Debieran tener corazones que brillen con amor por la querida juventud, ya sea que sean miembros de sus propias familias o hijos de sus vecinos. Ellos son miembros de la gran familia de Dios, por quienes Cristo tuvo un interés tan grande que hizo todo sacrificio que le fue posible a fin de salvarlos. Dejó su gloria, su majestad, su trono real y los mantos de la realeza, y se hizo pobre para que a través de su pobreza los hijos de los hombres pudieran ser enriquecidos. Finalmente derramó su alma hasta la muerte para poder salvar a la raza de la miseria sin esperanza. Éste es el ejemplo de benevolencia desinteresada que Cristo nos ha dado para que lo imitemos.

En la providencia especial de Dios muchos jóvenes y también personas de edad madura han sido impulsados a los brazos de la iglesia de Battle Creek para que los bendigan con la gran luz que Dios les ha dado, y para que, mediante sus esfuerzos desinteresados, puedan tener el precioso privilegio de llevarlos a Cristo y a la verdad. Cristo comisiona a sus ángeles para que ministren a los que son puestos bajo la influencia de la verdad, con el fin de suavizar sus corazones y hacerlos susceptibles a las influencias de su verdad. Mientras Dios y sus ángeles están haciendo su obra, algunos que profesan ser seguidores de Cristo parecen estar fríamente indiferentes. No trabajan al unísono con Cristo y los santos ángeles. Aunque profesan ser siervos de Dios sirven a sus propios intereses y aman sus propios placeres, y a su alrededor las almas están pereciendo. Esta gente puede verdaderamente decir: “Nadie cuida de mi alma”. La iglesia ha descuidado aprovechar los privilegios y las bendiciones que ha tenido a su alcance, y por su descuido del deber ha perdido oportunidades áureas para ganar almas para Cristo.

Entre ellos han vivido incrédulos por meses, y nadie ha hecho ningún esfuerzo especial por salvarlos. ¿Cómo puede considerar el Maestro a tales siervos? Los incrédulos habrían respondido a esfuerzos hechos en su favor si los hermanos y hermanas hubieran vivido a la altura de su exaltada profesión. Si hubieran estado buscando una oportunidad para trabajar por los intereses de su Maestro, a fin de promover su causa, habrían manifestado bondad y amor hacia ellos, y habrían sentido que sobre ellos descansaba una solemne responsabilidad de mostrar su fe por sus obras, por precepto y ejemplo. Por intermedio de ellos estas almas podrían haber sido salvas para ser como estrellas en la corona de su regocijo. Pero, en muchos casos, la oportunidad áurea ha pasado para nunca más volver. Las almas que estaban en el valle de la decisión han tomado su posición en las filas del enemigo y se han vuelto enemigos de Dios y la verdad. Y el registro de la infidelidad de los profesos seguidores de Jesús ha ascendido al cielo. 

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