Moisés se sintió muy conmovido ante estas acusaciones injustas. Apeló a Dios ante el pueblo para que dijera si alguna vez había actuado arbitrariamente, y le imploró que fuera su juez. El pueblo en general estaba descontento y había sido influenciado por las tergiversaciones de Coré. “Dijo Moisés a Coré: Tú y todo tu séquito, poneos mañana delante de Jehová; tú, y ellos, y Aarón; y tomad cada uno su incensario y poned incienso en ellos, y acercaos delante de Jehová cada uno con su incensario, doscientos cincuenta incensarios; tú también, y Aarón, cada uno con su incensario. Y tomó cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, y echaron en ellos incienso, y se pusieron a la puerta del tabernáculo de reunión con Moisés y Aarón”. Números 16:16-18.
Coré y su compañía, que llenos de confianza propia aspiraban al sacerdocio, tomaron los incensarios y se pararon a la puerta del tabernáculo con Moisés. Coré había cultivado su envidia y rebelión hasta que se autoengañó, y realmente pensaba que la congregación era muy justa y que Moisés era un gobernante tiránico, que se explayaba continuamente sobre la necesidad de la congregación de ser santos, cuando no había necesidad de ello, porque eran santos.
Estos rebeldes habían adulado al pueblo en general y lo habían inducido a creer que eran justos y que todos sus problemas procedían de Moisés, su gobernante, que continuamente estaba recordándoles sus pecados. El pueblo pensaba que si Coré podía dirigirlos y animarlos explayándose en sus actos justos en vez de recordarles sus fracasos, tendrían un viaje muy pacífico y próspero, y sin la menor duda los dirigiría, no hacia atrás y hacia adelante en el desierto, sino a la Tierra Prometida. Dijeron que era Moisés quien les había dicho que no podían entrar en esa tierra, y que el Señor no había dicho así.
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Los rebeldes perecen
Coré, en su exaltada autoconfianza, reunió a toda la congregación de Israel contra Moisés y Aarón, “a la puerta del tabernáculo de reunión; entonces la gloria de Jehová apareció a toda la congregación. Y Jehová habló a Moisés y a Aarón, diciendo: Apartaos de entre esta congregación, y los consumiré en un momento. Y ellos se postraron sobre sus rostros, y dijeron: Dios, Dios de los espíritus de toda carne, ¿no es un solo hombre el que pecó? ¿Por qué airarte contra toda la congregación?
“Entonces Jehová habló a Moisés, diciendo: Habla a la congregación y diles: Apartaos de en derredor de la tienda de Coré, Datán y Abiram. Entonces Moisés se levantó y fue a Datán y Abiram, y los ancianos de Israel fueron en pos de él. Y él habló a la congregación, diciendo: Apartaos ahora de las tiendas de estos hombres impíos, y no toquéis ninguna cosa suya, para que no perezcáis en todos sus pecados. Y se apartaron de las tiendas de Coré, de Datán y de Abiram en derredor; y Datán y Abiram salieron y se pusieron a las puertas de sus tiendas, con sus mujeres, sus hijos y sus pequeñuelos. Y dijo Moisés: En esto conoceréis que Jehová me ha enviado para que hiciese todas estas cosas, y que no las hice de mi propia voluntad. Si como mueren todos los hombres murieren éstos, o si ellos al ser visitados siguen la suerte de todos los hombres, Jehová no me envió. Mas si Jehová hiciere algo nuevo, y la tierra abriere su boca y los tragare con todas sus cosas, y descendieren vivos al Seol, entonces conoceréis que estos hombres irritaron a Jehová”. Números 16:19-30. Cuando Moisés cesó de hablar, la tierra se abrió, y sus tiendas, y todo lo perteneciente a ellos, fue tragado. Descendieron vivos al abismo, la tierra se cerró sobre ellos, y perecieron de entre la congregación.
Cuando los hijos de Israel oyeron el grito de los que perecían, huyeron a gran distancia de ellos. Sabían que en parte eran culpables, porque habían aceptado las acusaciones contra Moisés y Aarón, y temían que también perecerían con ellos. Pero el juicio de Dios aún no había terminado. Vino un fuego de la nube de gloria y consumió a los doscientos cincuenta hombres que ofrecían incienso. Éstos eran príncipes; esto es, hombres generalmente de buen juicio y de influencia en la congregación, hombres de renombre. Eran altamente estimados, y su juicio había sido buscado en asuntos difíciles. Pero fueron afectados por una influencia errónea, y se volvieron envidiosos, celosos y rebeldes. No perecieron con Coré, Datán y Abiram porque no fueron los primeros en la rebelión. Fueron los primeros en ver el fin de los cabecillas en la rebelión, y tuvieron una oportunidad para arrepentirse de su crimen. Pero no se resignaron ante la destrucción de esos hombres malvados, y la ira de Dios vino sobre ellos y también los destruyó.
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“Entonces Jehová habló a Moisés, diciendo: Di a Eleazar hijo del sacerdote Aarón, que tome los incensarios de en medio del incendio, y derrame más allá el fuego; porque son santificados los incensarios de estos que pecaron contra sus almas; y harán de ellos planchas batidas para cubrir el altar; por cuanto ofrecieron con ellos delante de Jehová, son santificados, y serán como señal a los hijos de Israel”. Números 16:36-38.
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La rebelión no está curada
Después de esta terrible exhibición del juicio de Dios el pueblo regresó a sus tiendas. Estaban aterrorizados, pero no humillados. Habían sido profundamente influenciados por el espíritu de rebelión, y Coré y su compañía los habían inducido a creer que eran personas muy buenas y que Moisés los había tratado en forma injusta y abusiva. Sus mentes estaban tan enteramente imbuidas con el espíritu de aquellos que habían perecido que les era difícil liberarse de su prejuicio ciego. Si admitían que Coré y su compañía eran todos impíos y Moisés justo, entonces se verían forzados a recibir como la palabra de Dios lo que ellos no estaban dispuestos a creer, que ciertamente todos debían morir en el desierto. No estaban dispuestos a someterse a esto y trataron de creer que todo era una impostura, que Moisés los había engañado. Los hombres que habían perecido les habían hablado palabras agradables y habían manifestado interés especial y amor por ellos, y pensaron que Moisés era un hombre intrigante. Llegaron a la conclusión de que no podían estar equivocados; que, después de todo, esos hombres que habían perecido eran hombres buenos, y de algún modo Moisés había sido la causa de su destrucción.
Satanás puede conducir a las almas engañadas a grandes extremos. Puede pervertir su juicio, su vista y su oído. Así ocurrió en el caso de los israelitas. “El día siguiente, toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón, diciendo: Vosotros habéis dado muerte al pueblo de Jehová”. Números 16:41. El pueblo estaba chasqueado de que el asunto se hubiera definido en favor de Moisés y Aarón. La apariencia de Coré y su compañía, todos ejerciendo impíamente el oficio de sacerdotes con sus incensarios, impresionó al pueblo y lo llenó de admiración. No vieron que estos hombres estaban afrentando atrevidamente a la divina Majestad. Cuando fueron destruidos, el pueblo se aterrorizó; pero después de un corto tiempo vinieron todos en forma tumultuosa ante Moisés y Aarón, y los acusaron de la sangre de aquellos que habían perecido por la mano de Dios.
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“Y aconteció que cuando se juntó la congregación contra Moisés y Aarón, miraron hacia el tabernáculo de reunión, y he aquí la nube lo había cubierto, y apareció la gloria de Jehová. Y vinieron Moisés y Aarón delante del tabernáculo de reunión. Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Apartaos de en medio de esta congregación, y los consumiré en un momento. Y ellos se postraron sobre sus rostros”. Números 16:42-45. Pese a la rebelión de Israel y a su conducta cruel hacia Moisés, él todavía manifestó por ellos el mismo interés que antes. Cayendo sobre su rostro ante el Señor, le imploró que perdonase al pueblo. Mientras estaba orando para que el Señor perdonara los pecados de su pueblo, Moisés le pidió a Aarón que hiciera expiación por el pecado de ellos mientras él permanecía ante el Señor, para que sus oraciones pudieran ascender con el incienso y ser aceptas ante Dios, y para que no toda la congregación pereciera en su rebelión.
“Y dijo Moisés a Aarón: Toma el incensario, y pon en él fuego del altar, y sobre él pon incienso, y ve pronto a la congregación, y haz expiación por ellos, porque el furor ha salido de la presencia de Jehová; la mortandad ha comenzado. Entonces tomó Aarón el incensario, como Moisés dijo, y corrió en medio de la congregación; y he aquí que la mortandad había comenzado en el pueblo; y él puso incienso, e hizo expiación por el pueblo, y se puso entre los muertos y los vivos; y cesó la mortandad. Y los que murieron en aquella mortandad fueron catorce mil setecientos, sin los muertos por la rebelión de Coré. Después volvió Aarón a Moisés a la puerta del tabernáculo de reunión, cuando la mortandad había cesado”. Números 16:46-50.
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Una lección para nuestro tiempo
En el caso de Coré, Datán y Abiram tenemos una lección de advertencia no sea que sigamos su ejemplo: “Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”. 1 Corintios 10:9-11.
Tenemos evidencia en la Palabra de Dios de la propensión de su pueblo a ser grandemente engañado. Hay muchos casos donde lo que puede parecer un celo sincero por el honor de Dios tiene su origen en haber dejado desprotegida el alma para que el enemigo tiente e impresione la mente con un sentido pervertido del verdadero estado de las cosas. Y podemos esperar que ocurran tales cosas en estos últimos días, porque Satanás está tan ocupado ahora como lo estaba en la congregación de Israel. No se entienden la crueldad y fuerza del prejuicio. Después que la congregación tuvo la evidencia ante su vista de la destrucción de estos líderes en la rebelión, no desapareció el poder de la sospecha y la desconfianza que se había permitido que entrara en sus almas. Vieron la tierra abierta y a los líderes de la rebelión descender a las entrañas de la Tierra. Esta terrible exhibición de poder seguramente debía haberlos curado y conducido al más profundo arrepentimiento por haber injuriado a Moisés.
Aquí Dios le dio a todo Israel una oportunidad para ver y sentir la pecaminosidad de su conducta, lo que debería haberlos conducido al arrepentimiento y la confesión. Les dio a los engañados evidencias abrumadoras de que eran pecadores y que su siervo Moisés tenía razón. Tuvieron la oportunidad de pasar una noche reflexionando sobre el terrible castigo del Cielo que habían presenciado. Pero la razón estaba pervertida. Coré había instigado la rebelión, y doscientos cincuenta príncipes se le habían unido en esparcir el desafecto. Toda la congregación, en mayor o en menor medida, estaba afectada por los celos, las acusaciones y el odio prevalecientes contra Moisés, lo cual había atraído el desagrado de Dios de un modo sumamente manifiesto. Sin embargo, nuestro bondadoso Dios se muestra como un Dios de justicia y de misericordia. Hizo una distinción entre los instigadores—los líderes en la rebelión—y aquellos que habían sido engañados o inducidos por ellos. Se compadeció de la ignorancia y la insensatez de aquellos que habían sido engañados.
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Dios le dijo a Moisés que ordenara a la congregación apartarse de las tiendas de los hombres a quienes ellos habían elegido en el lugar de Moisés. Los mismos hombres cuya destrucción ellos planeaban fueron los instrumentos en las manos de Dios para salvar sus vidas en esa ocasión. Dijo Moisés: “Apartaos de en derredor de la tienda de Coré”. Números 16:24. También estaban en alarmante peligro de ser destruidos en sus pecados por la ira de Dios, porque eran partícipes de los crímenes de los hombres a quienes les habían dado su apoyo y con quienes se habían asociado.
Si mientras Moisés trataba de probar el caso ante la congregación de Israel, aquellos que habían iniciado la rebelión se hubieran arrepentido y buscado el perdón de Dios y de su siervo ofendido, aun entonces la venganza de Dios se habría detenido. Pero allí frente a sus tiendas estaban atrevidamente Coré, el instigador de la rebelión, y sus simpatizantes, desafiando la ira de Dios, como si Dios nunca hubiera actuado mediante su siervo Moisés. Mucho menos estos rebeldes actuaron como si tan recientemente no hubiesen sido honrados por Dios, siendo llevados con Moisés casi directamente a su presencia, y contemplado su gloria no superada. Estos hombres vieron a Moisés descender del monte después que había recibido las segundas tablas de piedra y mientras su rostro resplandecía tanto con la gloria de Dios que el pueblo no se le aproximaba, sino que huía de él. Él los llamaba, pero ellos parecían aterrorizados. Les presentó las tablas de piedra y les dijo: He intercedido en favor de ustedes y he apartado de ustedes la ira de Dios. Declaré que si Dios debía abandonar y destruir su congregación, mi nombre también podría ser borrado de su libro. He aquí, él contestó mis ruegos, y estas tablas de piedra que sostengo en mi mano son la garantía que me ha dado la reconciliación con su pueblo.
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El pueblo percibe que ésta es la voz de Moisés; que aunque está transformado y glorificado, todavía es Moisés. Le dicen que no pueden mirar su rostro, porque la luz radiante que hay en su semblante les es sumamente dolorosa. Su rostro es como el sol; no pueden mirarlo. Cuando Moisés advierte la dificultad, cubre su rostro con un velo. No arguye que la luz y la gloria que están sobre su rostro es el reflejo de la gloria de Dios que él ha puesto sobre su persona, y que el pueblo debe soportarla, sino que cubre su gloria. La pecaminosidad del pueblo hace que les sea doloroso contemplar su rostro glorificado. Así ocurrirá cuando los santos de Dios sean glorificados justo antes del segundo advenimiento de nuestro Señor. Los impíos se apartarán y retraerán del espectáculo, porque la gloria en los rostros de los santos les causará dolor. Pero toda esta gloria sobre Moisés, todo este sello divino que se vio en el humilde siervo de Dios, es olvidado.
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Se desprecia la misericordia
Los hebreos tuvieron una oportunidad para reflexionar sobre la escena que habían presenciado cuando la ira de Dios cayó sobre las personas más prominentes en esta gran rebelión. Se manifestaron la bondad y la misericordia de Dios al no exterminar completamente a este pueblo ingrato cuando se encendió su ira contra los más responsables. Le dio tiempo para arrepentirse a la congregación que había permitido que se la engañara. El hecho de que el Señor, su Dirigente invisible, mostrara tanta paciencia y misericordia en este caso se registra claramente como evidencia de su buena voluntad para perdonar a los ofensores más graves cuando tienen un sentido de su pecado y vuelven a él con arrepentimiento y humillación. La congregación había sido detenida en su conducta presuntuosa por el despliegue de la venganza del Señor; pero no estaban convencidos de que eran grandes pecadores contra él, que merecían su ira por su conducta rebelde.
Difícilmente pueden los hombres causar un insulto mayor a Dios que al despreciar y rechazar los instrumentos que él ha designado para que los dirijan. No sólo habían hecho esto, sino que se habían propuesto dar muerte a Moisés y Aarón. Estos hombres huyeron de las tiendas de Coré, Datán y Abiram por temor a la destrucción; pero su rebelión no había sido curada. No estaban afligidos ni desesperados a causa de su culpa. No sentían el efecto de una conciencia reavivada, convicta, porque habían abusado de sus privilegios más preciosos y pecado contra la luz y el conocimiento. Podemos aprender aquí lecciones preciosas de la paciencia de Jesús, el Ángel que fue delante de los hebreos en el desierto.
Su Dirigente invisible los salvaría de una destrucción ignominiosa. Se prolonga para ellos el perdón. Pueden encontrar perdón aun si ahora se arrepienten. La venganza de Dios ha llegado ahora cerca de ellos y los ha llamado al arrepentimiento. Una intervención especial, irresistible, desde el Cielo ha detenido su presuntuosa rebelión. Si responden ahora a la mediación de la providencia de Dios, pueden salvarse. Pero el arrepentimiento y la humillación de la congregación deben ser proporcionales a su transgresión. La revelación del poder notable de Dios los ha colocado más allá de la incertidumbre. Si lo aceptan, pueden tener un conocimiento de la verdadera posición y la sagrada investidura de Moisés y Aarón. Pero su descuido en considerar las evidencias que Dios les había dado fue fatal. No comprendieron la importancia de una acción inmediata de su parte para buscar el perdón de Dios por sus graves pecados.
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Esa noche de prueba para los hebreos no la pasaron confesando y arrepintiéndose de sus pecados, sino ideando alguna manera para resistir las evidencias que les mostraban que eran grandes pecadores. Todavía acariciaban su odio envidioso hacia los hombres nombrados por Dios y se fortalecieron en su conducta alocada de resistir la autoridad de Moisés y Aarón. Satanás estaba cerca para pervertir el juicio y guiarlos a ciegas a la destrucción. Sus mentes se habían envenenado completamente con desafecto, y habían llegado a la conclusión fuera de toda duda de que Moisés y Aarón eran hombres malvados, y que eran responsables por la muerte de Coré, Datán y Abiram, a quienes consideraban que habrían sido los salvadores de los hebreos al traer un mejor orden de cosas, donde la alabanza tomaría el lugar de la reprensión, y la paz el lugar de la ansiedad y el conflicto.
El día anterior, todo Israel había huido alarmado ante los gritos de los pecadores condenados que descendieron al abismo; porque dijeron: “No nos trague también la tierra”. Números 16:34. “El día siguiente, toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón, diciendo: Vosotros habéis dado muerte al pueblo de Jehová”. vers. 41. En su indignación estaban listos para atacar violentamente a los hombres designados por Dios, quienes, según ellos creían, habían cometido un gran error al matar a aquellos que eran buenos y santos.
Pero la presencia del Señor se manifestó en su gloria sobre el tabernáculo, y el rebelde Israel fue detenido en su curso dementey presuntuoso. La voz del Señor desde su terrible gloria les habla ahora a Moisés y Aarón con la misma orden que les había dado el día anterior para dirigirse a la congregación de Israel: “Apartaos de en medio de esta congregación, y los consumiré en un momento”. Números 16:45.
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Aquí encontramos una impresionante exhibición de la ceguera que envuelve a las mentes humanas que se apartan de la luz y la evidencia. Vemos la fuerza de la rebelión que se ha arraigado, y cuán difícil es someterla. Seguramente los hebreos habían tenido la evidencia más convincente en la destrucción de los hombres que los habían engañado; pero todavía resistieron en forma audaz y desafiante, y acusaron a Moisés y Aarón de matar a hombres buenos y santos. “Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación”. 1 Samuel 15:23.
Moisés no sentía la culpa del pecado y no se alejó rápidamente ante la palabra del Señor para dejar que la congregación pereciera, como los hebreos que habían huido de las tiendas de Coré, Datán y Abiram el día anterior. Moisés se dilató, porque él no podía consentir en dejar que pereciera toda esa vasta multitud, aunque sabía que merecían el castigo de Dios por su persistente rebelión. Se postró ante Dios porque el pueblo no sentía la necesidad de humillarse; hizo mediación por ellos porque no sentían necesidad de intercesión en su favor.
Moisés aquí simboliza a Cristo. En este momento crítico Moisés manifestó el interés del verdadero Pastor por el rebaño que está a su cuidado. Imploró que la ira de un Dios ofendido no destruyera completamente al pueblo de su elección. Y por su intercesión detuvo el brazo de la venganza, para que no fuera exterminado completamente el Israel desobediente y rebelde. Le dio instrucciones a Aarón en cuanto a qué hacer en esa terrible crisis cuando la ira de Dios se había manifestado y había comenzado la plaga. Aarón se mantuvo de pie con su incensario, agitándolo ante el Señor, mientras la intercesión de Moisés ascendía con el humo del incienso. Moisés no se atrevió a cesar sus ruegos. Se aferró a la fuerza del Ángel, como hiciera Jacob en su lucha nocturna, y como Jacob, prevaleció. Aarón estaba entre los vivos y los muertos cuando llegó la misericordiosa respuesta: He oído tu oración, y no consumiré completamente. Los mismos hombres a quienes la congregación despreciaba y a quienes habrían dado muerte fueron los que intercedieron en su favor para que la espada vengadora de Dios pudiera enfundarse y el Israel pecador fuera perdonado.