Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 371-382, día 175

Número 24—Testimonio para la iglesia

La gran rebelión

Coré, Datán y Abiram se rebelaron contra Moisés y Aarón, y por ende contra el Señor. El Señor había colocado responsabilidades especiales sobre Moisés y Aarón al seleccionarlos para el sacerdocio y al conferirles la dignidad y la autoridad de dirigir la congregación de Israel. Moisés se sentía afligido por la continua rebelión de los hebreos. Como dirigente visible y designado por Dios, había estado relacionado con los israelitas durante tiempos de peligro, y había soportado sus descontentos, sus celos y murmuraciones sin represalias y sin tratar de verse libre de su cargo difícil.

Cuando los hebreos fueron colocados en escenas de peligro o en las que se restringía su apetito, en vez de confiar en Dios, que había hecho cosas maravillosas para ellos, murmuraban contra Moisés. El Hijo de Dios, aunque invisible para la congregación, era el dirigente de los israelitas. Su presencia iba delante de ellos y conducía todos sus viajes, mientras que Moisés era su líder visible, quien recibía instrucciones del Ángel, que era Cristo.

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Idolatría ruin

En ausencia de Moisés, la congregación le demandó a Aarón que les hiciera dioses que fuesen delante de ellos y los guiaran de regreso a Egipto. Esto era un insulto a su Dirigente principal, el Hijo del Dios infinito. Sólo unas pocas semanas antes, habían estado temblando de pavor y terror delante del monte, escuchando las palabras del Señor: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Éxodo 20:3. La gloria que santificó el monte cuando se oyó la voz que lo sacudió hasta sus fundamentos, todavía se cernía sobre la montaña a la vista de la congregación; pero los hebreos apartaron sus ojos y pidieron otros dioses. Moisés, su dirigente visible, se hallaba conversando con Dios en el monte. Olvidaron la promesa y la advertencia de Dios: “He aquí yo envío mi Ángel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado. Guárdate delante de él, y oye su voz; no le seas rebelde; porque él no perdonará vuestra rebelión, porque mi nombre está en él”. Éxodo 23:20, 21. 

Los hebreos fueron cruelmente incrédulos y vilmente ingratos en su pedido profano: “Haznos dioses que vayan delante de nosotros”. Éxodo 32:1. Si bien Moisés estaba ausente, la presencia del Señor permaneció con ellos; los israelitas no fueron abandonados. El maná continuó cayendo, y mañana y noche eran alimentados por una mano divina. La columna de nube durante el día y la columna de fuego por la noche significaban la presencia de Dios, la que era un memorial viviente ante ellos. La presencia divina no dependía de la presencia de Moisés. Pero al mismo tiempo en que él intercedía ante el Señor en el monte en su favor, ellos se precipitaban para cometer errores vergonzosos, para caer en la transgresión de la ley que les había sido dada tan recientemente en forma grandiosa.

Aquí vemos la debilidad de Aarón. Si él hubiera permanecido con verdadero valor moral y hubiera rechazado firmemente a los dirigentes en este vergonzoso pedido, sus palabras oportunas habrían evitado esa terrible apostasía. Pero su deseo de ser popular con la congregación y su temor de incurrir en su desagrado, lo condujeron a sacrificar cobardemente la lealtad de los hebreos en ese momento decisivo. Levantó un altar, hizo un ídolo, y proclamó un día para consagrar esa imagen como un objeto de adoración y para anunciar ante todo Israel: “Estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto”. Éxodo 32:4. Mientras la cumbre del monte todavía está iluminada por la gloria de Dios, él presencia serenamente el regocijo y las danzas en torno a esta imagen sin sentido; y el Señor envía a Moisés para que descienda del monte a fin de reprender al pueblo. Pero Moisés no consintió en dejar el monte hasta que sus ruegos en favor de Israel fueron oídos y hasta que se le concedió su pedido de que Dios los perdonara.

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Las tablas de la ley rotas

Moisés vino del monte con el precioso documento en sus manos, una promesa de Dios al hombre bajo la condición de la obediencia. Moisés era el hombre más manso de la Tierra, pero cuando vio la apostasía de Israel se airó y sintió celos por la gloria de Dios. En su indignación arrojó al suelo la preciosa promesa de Dios, que le era más cara que la vida. Vio la Ley quebrantada por los hebreos, y en su celo por Dios, para desacreditar el ídolo que estaban adorando, sacrificó las tablas de piedra. Aarón se mantuvo allí, sereno, soportando pacientemente la censura severa de Moisés. Todo esto podría haberse evitado con una palabra de Aarón en el momento debido. Una decisión leal, noble, en favor de lo recto en la hora de peligro de Israel habría balanceado sus mentes en la dirección correcta.

¿Condena Dios a Moisés? No, no; la gran bondad de Dios perdona el arrebato y el celo de Moisés, porque todo fue hecho a causa de su fidelidad [a Dios] y por su chasco y dolor ante el espectáculo que contemplaron sus ojos frente a la evidencia de la apostasía de Israel. El hombre que podría haber salvado a los hebreos en la hora de su peligro está en calma. No muestra indignación a causa de los pecados del pueblo, ni se reprocha a sí mismo ni manifiesta remordimiento bajo la sensación de sus errores; pero procura justificar su conducta en un grave pecado. Hace responsable al pueblo por su debilidad al ceder a sus exigencias. No estaba dispuesto a soportar la murmuración de Israel y a resistir bajo la presión de sus clamores y deseos irrazonables, como lo había hecho Moisés. Entró sin protestar en el espíritu y los sentimientos del pueblo, y luego trató de hacerlos responsables. 

La congregación de Israel pensó que Aarón era un dirigente mucho más agradable que Moisés. No era tan inflexible. Pensaban que Moisés mostraba un muy mal espíritu y sus simpatías se inclinaron por Aarón, a quien Moisés censuró tan severamente. Pero Dios perdonó la imprudencia del celo honesto de Moisés mientras que consideró a Aarón responsable por su debilidad pecaminosa y su falta de integridad bajo la presión de las circunstancias. A fin de salvar su persona, Aarón sacrificó a miles de israelitas. Los hebreos sintieron el castigo de Dios por este acto de apostasía, pero poco después estuvieron nuevamente llenos de descontento y rebelión.

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El pueblo murmura

Cuando los ejércitos de Israel prosperaban, se apropiaban de toda la gloria; pero cuando eran probados por el hambre o la guerra le achacaban a Moisés todas sus dificultades. El poder de Dios que se manifestó en una manera notable en su liberación de Egipto, y que de tanto en tanto era visto a lo largo de sus viajes, debiera haberlos inspirado con fe y cerrado sus labios para siempre para que no salieran de ellos expresiones de ingratitud. Pero el menor indicio de que surgiría una necesidad, el mínimo temor de un peligro de cualquier causa, contrabalanceaban los beneficios en su favor y los hacía pasar por alto las bendiciones recibidas en sus tiempos de mayor peligro. La experiencia por la que pasaron en el asunto de la adoración del becerro de oro debiera haber producido una impresión tan profunda en sus mentes que nunca tendría que haberse borrado. Pero aunque las huellas del desagrado de Dios estaban frescas ante ellos en sus filas raleadas y en el número que faltaba debido a sus reiteradas ofensas contra el Ángel que los estaba conduciendo, no tomaron a pecho estas lecciones ni redimieron su pasado fracaso mediante una obediencia fiel; y nuevamente fueron vencidos por las tentaciones de Satanás.

Los mejores esfuerzos del hombre más manso de la Tierra no pudieron sofocar su insubordinación. El interés abnegado de Moisés fue retribuido con celos, sospechas y calumnias. Su humilde vida de pastor de ovejas era por lejos más pacífica y feliz que su puesto actual como pastor de esa vasta congregación de espíritus turbulentos. Sus celos irrazonables eran más difíciles de manejar que los lobos fieros del desierto. Pero Moisés no osó elegir su propio camino y hacer lo que más le agradaba. A la orden de Dios había dejado el cayado del pastor y en su lugar había recibido una vara de poder. No se atrevía a deponer este cetro y renunciar a su posición hasta que Dios lo despidiera.

Es la obra de Satanás tentar las mentes. Insinuará sus sugestiones arteras y agitará dudas, cuestionamientos, incredulidad y desconfianza de las palabras y acciones del que lleva responsabilidades y que está tratando de implementar los planes de Dios en sus labores. Es el propósito especial de Satanás volcar sobre y alrededor de los siervos elegidos de Dios, dificultades, perplejidades y oposición, de modo que se vean obstaculizados en su trabajo y, que si es posible, se desanimen. Los celos, las luchas y las conjeturas malignas contrarrestarán, en gran medida, los mejores esfuerzos que los siervos de Dios, asignados a una obra especial, sean capaces de realizar.

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El plan de Satanás es sacarlos del puesto del deber trabajando mediante sus agentes. Usará como sus instrumentos a todos los que pueda instigar a albergar desconfianza y sospechas. La forma de Moisés de asumir las cargas que él sobrellevaba en el Israel de Dios, no era apreciada. Hay en la naturaleza del hombre, cuando no está bajo la influencia directa del Espíritu de Dios, una inclinación a la envidia, los celos y la desconfianza cruel, la cual, si no es subyugada, conducirá a un deseo de socavar y denigrar a otros, mientras que espíritus egoístas tratarán de afirmarse en ellos mismos sobre sus ruinas.

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Coré, Datán y Abiram

Por instrucción de Dios se habían confiado honores especiales a estos hombres. Habían pertenecido a ese grupo que, con los setenta ancianos, subieron con Moisés al monte y contemplaron la gloria de Dios. Vieron la luz gloriosa que cubría la forma divina de Cristo. La base de esta nube tenía una apariencia semejante a “un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno”. Éxodo 24:10. Estos hombres estuvieron en la presencia de la gloria del Señor y comieron y bebieron sin ser destruidos por la pureza y la gloria no superada que se reflejaba sobre ellos. Pero se había producido un cambio. Habían albergado una tentación, insignificante al principio; y al ser estimulada, se había fortalecido hasta que la imaginación fue controlada por el poder de Satanás. Estos hombres, en base a la excusa más frívola, se atrevieron a llevar adelante su obra de deslealtad. Al principio insinuaron y expresaron dudas, que fueron acogidas con tanta facilidad por muchas mentes que se atrevieron a ir aún más lejos. Y al confirmarse más y más en sus sospechas por lo que decían unos y otros, cada uno expresando lo que pensaba de ciertas cosas que habían llegado a su conocimiento, estas almas engañadas realmente creyeron que tenían un celo por el Señor en el asunto y que no tendrían excusa a menos que cumplieran plenamente su propósito de hacerle ver y sentir a Moisés la absurda posición que ocupaba respecto a Israel. Un poco de levadura de desconfianza y disensión, envidia y celos estaba leudando el campamento de Israel.

Coré, Datán y Abiram comenzaron primero su obra cruel con los hombres a quienes Dios había confiado responsabilidades sagradas. Tuvieron éxito en apartar de su lealtad a Dios a doscientos cincuenta príncipes que eran famosos en la congregación, hombres de renombre. Con estos hombres fuertes e influyentes de su lado, se sintieron seguros de que harían un cambio radical en el estado de cosas. Pensaron que podrían transformar el gobierno de Israel y mejorarlo grandemente respecto a su presente administración.

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Coré no estaba satisfecho con el puesto que ocupaba. Estaba vinculado con el servicio del tabernáculo, sin embargo deseaba ser exaltado al sacerdocio. Dios había establecido a Moisés como principal gobernador, y el sacerdocio fue dado a Aarón y sus hijos. Coré decidió forzar a Moisés a cambiar el estado de cosas, de modo que él pudiera ser elevado a la dignidad del sacerdocio. Para estar más seguro de lograr su propósito, atrajo a su rebelión a Datán y Abiram, descendientes de Rubén. Ellos razonaron que, siendo descendientes del hijo mayor de Jacob, la principal autoridad, que Moisés usurpó, les pertenecía a ellos; y con Coré, resolvieron obtener el oficio del sacerdocio. Estos tres trabajaron muy activamente en una obra maligna e influenciaron a doscientos cincuenta hombres de renombre, que también estaban decididos a tener una parte en el sacerdocio y el gobierno, para que se les unieran. 

Dios había honrado a los levitas para que prestaran servicio en el tabernáculo porque no tuvieron parte en hacer y adorar el becerro de oro y debido a su fidelidad en ejecutar la orden de Dios sobre los idólatras. También se les asignó a los levitas el oficio de erigir el tabernáculo y de acampar alrededor de él, mientras que las huestes de Israel armaban sus tiendas a una distancia del mismo. Y cuando viajaban, los levitas desarmaban el tabernáculo y lo transportaban junto con el arca y todos los artículos sagrados del mobiliario. Debido a que Dios honró así a los levitas, este grupo sintió ambición por un cargo todavía más elevado, a fin de poder tener mayor influencia sobre la congregación. “Y se juntaron contra Moisés y Aarón y les dijeron: ¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” Números 16:3. 

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Adulación y falsa simpatía

No hay nada que agrade más a la gente que ser alabada y adulada cuando están en tinieblas y equivocados, y merecen reproche. Coré atrajo la atención de la gente, y luego sus simpatías, al representar a Moisés como un dirigente dominante. Dijo que él era demasiado duro, demasiado exigente, demasiado dictatorial, y que reprobaba a la gente como si fueran pecadores cuando eran un pueblo santo, santificados al Señor, y el Señor estaba entre ellos. Coré repasó los incidentes en la experiencia de ellos en los viajes por el desierto, donde habían sido llevados a lugares difíciles, y donde muchos de ellos habían muerto a causa de su murmuración y desobediencia, y con sus sentidos pervertidos pensaban que veían muy claramente que todos sus problemas podrían haberse evitado si Moisés hubiera seguido un curso diferente de acción. Era demasiado inflexible, demasiado exigente, y llegaron a la conclusión de que todos sus desastres en el desierto eran imputables a él. Coré, el espíritu dirigente, profesaba tener gran sabiduría para discernir la verdadera razón de sus pruebas y aflicciones. 

En esta obra de deslealtad había mayor armonía y unión de puntos de vista y de sentimientos entre estos elementos discordantes que las que jamás se había conocido que existieran antes. El éxito de Coré en ganar para su lado a la mayor parte de la congregación de Israel lo indujo a estar seguro de que era sabio y correcto en su juicio, y que Moisés ciertamente estaba usurpando autoridad, lo que amenazaba la prosperidad y la salvación de Israel. Él sostenía que Dios le había revelado el asunto a él y le había impuesto la carga de cambiar el gobierno de Israel antes que fuera demasiado tarde. Declaró que la congregación no estaba en falta; ellos eran justos. Sostuvo que este gran clamor en cuanto a la murmuración de Israel que trajo sobre ellos la ira de Dios fue toda una equivocación; y que el pueblo sólo quería tener sus derechos; querían independencia individual.

Cuando se imponían a su memoria los recuerdos de la paciencia abnegada de Moisés, y se les presentaban sus esfuerzos desinteresados en su favor cuando estaban en la cautividad de la esclavitud, sus conciencias de algún modo se sentían perturbadas. Algunos no estaban enteramente del lado de Coré en sus puntos de vista sobre Moisés y trataron de hablar en su favor. Coré, Datán y Abiram debían dar alguna razón ante el pueblo de por qué Moisés había mostrado desde el principio un interés tan grande por la congregación de Israel. Sus mentes egoístas, que habían sido degradadas como instrumentos de Satanás, sugirieron que ellos finalmente habían encontrado el propósito del aparente interés de Moisés. Había planeado mantenerlos vagando en el desierto hasta que todos, o casi todos, perecieran y él tomara posesión de sus bienes.

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Coré, Datán y Abiram, y los doscientos cincuenta príncipes que se les habían unido, primero se volvieron celosos, luego envidiosos y después rebeldes. Habían hablado en cuanto al cargo de Moisés como gobernante del pueblo hasta que imaginaron que era un puesto muy envidiable que cualquiera de ellos podía ocupar tan bien como él. Y se entregaron al descontento hasta que realmente se engañaron y pensaron que Moisés y Aarón se habían colocado en la posición que ocupaban en Israel. Dijeron que Moisés y Aarón se exaltaron por encima de la congregación del Señor al tomar sobre ellos el sacerdocio y el gobierno, y que este oficio no debía conferirse sólo a su casa. Dijeron que era suficiente para ellos si estaban en un mismo nivel con sus hermanos, porque no eran más santos que el pueblo, quienes estaban igualmente favorecidos con la presencia y la protección peculiar de Dios.

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Se prueba el carácter

Mientras Moisés escuchaba las palabras de Coré, se llenó de angustia y cayó sobre su rostro ante el pueblo. “Y habló a Coré y a todo su séquito, diciendo: Mañana mostrará Jehová quién es suyo, y quién es santo, y hará que se acerque a él; al que él escogiere, él lo acercará a sí. Haced esto: tomaos incensarios, Coré y todo su séquito, y poned fuego en ellos, y poned en ellos incienso delante de Jehová mañana; y el varón a quien Jehová escogiere, aquel será el santo; esto os baste, hijos de Leví. Dijo más Moisés a Coré: Oíd ahora, hijos de Leví: ¿Os es poco que el Dios de Israel os haya apartado de la congregación de Israel, acercándoos a él para que ministréis en el servicio del tabernáculo de Jehová, y estéis delante de la congregación para ministrarles, y que te hizo acercar a ti, y a todos tus hermanos los hijos de Leví contigo? ¿Procuráis también el sacerdocio? Por tanto, tú y todo tu séquito sois los que os juntáis contra Jehová; pues Aarón, ¿qué es, para que contra él murmuréis?” Números 16:5-11. Moisés les dijo que Aarón no había asumido ningún cargo por sí mismo, sino que Dios lo había colocado en el oficio sagrado. 

Datán y Abiram dijeron: “¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel, para hacernos morir en el desierto, sino que también te enseñorees de nosotros imperiosamente? Ni tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel, ni nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de estos hombres? No subiremos”. vers. 13, 14. 

Acusaron a Moisés de ser la causa por la cual ellos no habían entrado en la Tierra Prometida. Dijeron que Dios no los había tratado de ese modo, y que él no había dicho que debían morir en el desierto, y que nunca creerían que él había dicho eso; era Moisés el que lo había dicho, no el Señor; y esto fue enteramente arreglado por Moisés para nunca conducirlos a la tierra de Canaán. Dijeron que él los condujo desde una tierra que fluía leche y miel. En su ciega rebelión olvidaron sus sufrimientos en Egipto y las plagas desoladoras que habían caído sobre la tierra. Y ahora acusan a Moisés de traerlos de una buena tierra para matarlos en el desierto, para poder enriquecerse con sus posesiones. Le preguntan a Moisés, en una manera insolente, si pensaba que ninguno de la hueste de Israel tenía suficiente sabiduría como para entender sus motivos y descubrir su impostura, o si pensaba que todos se someterían para que él los condujera como hombres ciegos de la manera que se le antojara, algunas veces hacia Canaán, luego nuevamente de regreso hacia el Mar Rojo y Egipto. Dijeron estas palabras delante de la congregación, y se negaron rotundamente a seguir reconociendo la autoridad de Moisés y Aarón. 

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