Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 32-42, día 201

Complacencia del apetito

Queridos hermanos y hermanas: Se me han mostrado algunas cosas con referencia a la Iglesia de _____. Se me presentaron casos individuales que en muchos respectos representan los casos de numerosas personas. Entre ellos estaban el de la hermana A y su esposo. El Señor lo impresionó con la convicción de la verdad. Se sintió encantado con la armonía y el espíritu de la verdad, y recibió bendiciones al confesarla. Pero Satanás se le acercó con sus tentaciones en lo referente al apetito. 

El hermano A por mucho tiempo había dado rienda suelta a su apetito por los estimulantes, lo cual había influido sobre su mente, confundiéndola y debilitando el intelecto, y disminuyendo las facultades morales. La razón y el juicio cayeron bajo el dominio del apetito depravado y antinatural, y su derecho divino, su masculinidad dada por Dios, fue sacrificada a los hábitos de intemperancia. Si el hermano A hubiera hecho de la Palabra de Dios su estudio y su guía, si hubiera confiado en Dios y orado por gracia para vencer, habría tenido fortaleza en el nombre de Jesús para rechazar al tentador. 

Pero el hermano A nunca comprendió los elevados derechos que Dios tiene sobre él. Sus facultades morales se debilitaron por sus hábitos de comer y beber, y por su disipación. Cuando abrazó la verdad, tenía que formar un carácter para el cielo. Dios lo iba a probar. Él tenía una obra que hacer en su propio favor que nadie podía hacer por él. Debido a su estilo de vida, había perdido muchos años de precioso tiempo de prueba, durante los cuales podría haber obtenido una experiencia valiosa en asuntos de religión, y un conocimiento de la vida de Cristo y del infinito sacrificio hecho en favor del hombre, para librarlo de las ataduras que Satanás había echado sobre él, y permitirle glorificar su nombre. 

Cristo pagó un precio elevadísimo por la redención del hombre. En el desierto de la tentación sufrió las más agudas punzadas del hambre; y mientras se hallaba debilitado por el ayuno, Satanás estuvo a su lado con sus diversas tentaciones con las que procuraba asaltar al Hijo de Dios para aprovecharse de su debilidad y vencerlo, echando así por tierra el plan de salvación. Pero Cristo se mantuvo firme. Venció en favor de la humanidad con el fin de poder rescatarla de la degradación producida por la caída. La experiencia de Cristo es para nuestro beneficio. Su ejemplo al vencer el apetito muestra el camino para los que desean seguirle y finalmente darse cita con él en su trono. 

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Cristo sufrió hambre en el sentido más pleno. Por lo general, la humanidad tiene todo lo que necesita para mantener su existencia. Y sin embargo, tal como nuestros primeros padres, desean lo que Dios quisiera evitarles porque no es lo mejor para ellos. 

Cristo sufrió hambre de alimento necesario y resistió la tentación de Satanás relativa al apetito. La complacencia del apetito intemperante crea en el hombre caído deseos antinaturales por las cosas que eventualmente causarán su ruina. 

El hombre salió de la mano de Dios perfecto en todas las facultades, y por lo tanto en perfecta salud. Se necesitaron más de dos mil años de complacencia del apetito y pasiones lujuriosas para crear en el organismo humano un estado de cosas que disminuyera la fuerza vital. A través de generaciones sucesivas, la tendencia descendente se aceleró. La complacencia del apetito y la pasión combinadas causaron excesos y violencia; el libertinaje y las abominaciones de todas clases debilitaron las energías y trajeron sobre la humanidad enfermedades de todo tipo, hasta que el vigor y la gloria de las primeras generaciones desaparecieron, y en la tercera generación desde Adán, el hombre comenzó a mostrar señales de decadencia. Las generaciones sucesivas posteriores al diluvio, se degeneraron más rápidamente aún. 

Todo este peso de infortunios y sufrimientos acumulados puede ser atribuido a la indulgencia del apetito y la pasión. La vida de molicie y el uso de vino corrompen la sangre, inflaman las pasiones y producen enfermedades de todas clases. Pero el mal no termina allí. Los padres dejan enfermedades como un legado para sus hijos. Por regla general, cada individuo intemperante que engendra hijos, transmite sus inclinaciones y tendencias malvadas a su descendencia; de su propia sangre inflamada y corrompida, les traspasa enfermedad. La disolución, la enfermedad y la imbecilidad se transmiten como una herencia de miseria de padres a hijos y de generación en generación; esto trae angustia y sufrimientos al mundo, y no es otra cosa que una repetición de la caída del hombre. 

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La transgresión continua de las leyes de la naturaleza es una transgresión continua de la ley de Dios. El actual peso de sufrimiento y angustia que vemos por doquiera, la deformidad, decrepitud, enfermedades e imbecilidad que en la actualidad abundan en el mundo, lo hacen ser, en comparación con lo que podría ser y lo que Dios deseaba que fuese, un lazareto; y los miembros de la generación actual son débiles en sus capacidades físicas, mentales y morales. Toda esta miseria se ha acumulado de generación en generación debido a que el hombre caído quebranta la ley de Dios. Por la indulgencia del apetito pervertido se cometen pecados de la mayor magnitud. 

El gusto que se crea por el tabaco, ese veneno inmundo y repugnante, despierta el deseo de consumir estimulantes más fuertes, como el licor el cual se consume bajo una u otra disculpa, para tratar alguna enfermedad imaginaria o para prevenir alguna posible enfermedad. De ese modo, se despierta un apetito antinatural por esos estimulantes dañosos y excitantes; y este apetito ha fortalecido hasta que el aumento de la intemperancia en esta generación es alarmante. Por todas partes se ven individuos que beben licor y que aman toda clase de bebidas alcohólicas. Su intelecto está debilitado, su fuerza moral disminuida, sus sensibilidades entontecidas, y los derechos de Dios y del cielo no se distinguen, ni se aprecian las cosas eternas. La Biblia declara que ningún borracho heredará el reino de Dios. 

El tabaco y el licor entontecen y corrompen a quienes los usan. Pero el mal no se detiene allí. El que usa estas sustancias transmite temperamentos irritables, sangre contaminada, intelectos debilitados, y debilidad moral a sus hijos, y se hace culpable de todos los malos resultados que su estilo de vida disipado y equivocado traen sobre su familia y la comunidad. La raza humana gime bajo el peso de la aflicción acumulada debido a los pecados de generaciones pasadas. Y sin embargo, los hombres y mujeres de la presente generación, casi sin pensar ni preocuparse de su conducta, se entregan a la intemperancia por sus excesos y borracheras, por lo cual dejan como legado para la próxima generación, enfermedad, intelectos debilitados y contaminación moral. 

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La intemperancia de cualquier tipo es la peor clase de egoísmo. Quienes verdaderamente temen a Dios y guardan sus Mandamientos miran estas cosas a la luz de la razón y la religión. ¿Cómo podría cualquier hombre o mujer guardar la ley de Dios, que requiere que los hombres amen a sus prójimos como a sí mismos, si practican la indulgencia del apetito intemperante, que nubla el cerebro, debilita el intelecto y llena el cuerpo con enfermedad? La intemperancia inflama las pasiones y da rienda suelta a la lujuria. Y la razón y la conciencia se ven cegadas por las pasiones más bajas. 

Preguntamos: ¿Qué hará el esposo de la hermana A? ¿Venderá, como Esaú, su primogenitura a cambio de un plato de lentejas? ¿Venderá él su virilidad que lo asemeja a Dios, para ceder a la indulgencia de su gusto pervertido que sólo trae desgracia y degradación? “La paga del pecado es muerte”. ¿No tiene este hermano el valor moral para negar su apetito? Sus hábitos no han estado en armonía con la verdad y con los Testimonios de reproche que Dios ha visto conveniente dar a su pueblo. Su conciencia no estaba completamente muerta. Sabía que no podía servir a Dios y al mismo tiempo ceder a su apetito; por lo tanto cedió a la tentación de Satanás, que era demasiado violenta para que él la resistiera con sus propias fuerzas. Fue vencido. Ahora achaca su falta de interés por la verdad a otras causas fuera de la verdadera, con el fin de ocultar su propia debilidad de propósito y la causa real de su apostasía de Dios, que era su apetito descontrolado.

Es en este punto donde muchos tropiezan; vacilan entre la negación de su apetito y su indulgencia. Y finalmente el enemigo los vence y abandonan la verdad. Muchos que han apostatado de la verdad mencionan como razón de su conducta que no tienen fe en los Testimonios. Al investigar el caso se revela el hecho de que tenían algún hábito pecaminoso que Dios había condenado a través de los Testimonios. La pregunta que se levanta entonces es: ¿Entregarán su ídolo que Dios condena, o continuarán en su camino equivocado de indulgencia y rechazarán la luz que Dios les ha dado reprobando precisamente las cosas en que se deleitan? La pregunta que deben resolver es: ¿Me negaré a mí mismo y recibiré como provenientes de Dios los Testimonios que reprueban mis pecados, o rechazaré los Testimonios debido a que reprueban mis pecados? 

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En muchos casos los Testimonios son recibidos completamente, el pecado y la indulgencia se quebrantan y comienza inmediatamente la reforma en armonía con la luz que Dios ha dado. En otros casos, se atesoran indulgencias pecaminosas, se rechazan los Testimonios, y muchas excusas que son falsas se ofrecen como la razón para negarse a recibirlos. Pero la verdadera razón se esconde. Es la falta de valor moral, la ausencia de una voluntad fortalecida y controlada por el Espíritu de Dios, la que les impide renunciar a sus hábitos dañinos. 

No es fácil la tarea de vencer el gusto arraigado por los narcóticos y los estimulantes. Únicamente en el nombre de Cristo puede ganarse esta gran victoria. Él venció para beneficio del hombre en el largo ayuno de casi seis semanas en el desierto de la tentación. Él se compadece de la debilidad humana. Su amor por el hombre caído era tan grande que hizo un sacrificio infinito con el fin de alcanzarlo en su degradación, y a través de su poder divino finalmente elevarlo a su trono. Pero es tarea del hombre determinar si Cristo podrá cumplir en su favor aquello que es perfectamente capaz de hacer.

¿Se decidirá el hombre aferrarse del poder divino, y con determinación y perseverancia resistir a Satanás, siguiendo el ejemplo que Cristo le dio en su conflicto con el enemigo en el desierto de la tentación? Dios no puede salvar al hombre contra su voluntad del poder de los artificios de Satanás. El hombre debe trabajar con su poder humano, ayudado con el poder divino de Cristo, para resistir y vencer a cualquier costo. En otras palabras, el hombre debe vencer tal como Cristo venció. Y luego, por medio de la victoria que es privilegio suyo lograr por el nombre todopoderoso de Jesús, él puede llegar a ser un heredero de Dios y coheredero con Cristo Jesús. No podría ser éste el caso si sólo Cristo ganara todas las victorias. El hombre debe hacer su parte; puede vencer por su propio esfuerzo, usando la fortaleza y la gracia que Cristo le concede. El hombre debe ser un obrero con Cristo en la tarea de vencer, y entonces será participante con Cristo de su gloria.

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La obra en que estamos empeñados es sagrada. El apóstol Pablo exhorta a sus hermanos diciéndoles: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. 2 Corintios 7:1. Mantener la pureza de nuestro espíritu, como templo del Espíritu Santo, es un deber sagrado para con Dios. 

Si el corazón y la mente se dedican al servicio de Dios, obedeciendo todos sus Mandamientos, amándolo con todo el corazón, la fuerza, la mente, y la capacidad, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, seremos encontrados leales y fieles a los requerimientos del cielo. 

Además, dice el apóstol: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias”. Romanos 6:12. También insta a sus hermanos a ejercer diligencia insistente y paciente perseverancia en sus esfuerzos por lograr la pureza y la santidad debida, en estas palabras: “Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible”. 1 Corintios 9:25.

La lucha del cristiano

Pablo presenta delante de nosotros la guerra espiritual y su recompensa, contrastándola con los diversos juegos instituidos entre los paganos en honor de sus dioses. Los jóvenes que se preparaban para esos juegos practicaban la abnegación más absoluta y la más severa disciplina. Se prohibía cada indulgencia que tuviera la tendencia a debilitar la fuerza física. A los que se sometían al proceso de entrenamiento no se les permitía vino ni comidas de preparación elaborada, ya que estas sustancias debilitarían en vez de aumentar el vigor personal, la actividad saludable, la fortaleza y la firmeza. Muchos testigos, reyes y nobles estaban presentes en esas ocasiones. Se consideraba el mayor honor ganar una simple corona de laurel, que en pocas horas perdería su lozanía. Pero aún después que los competidores en procura de esta corona perecedera habían ejercido severa abstención y se habían sometido a rígida disciplina con el fin de obtener vigor personal y actividad, con la esperanza de ser vencedores, aún entonces no estaban seguros de obtener el premio. Sólo uno de ellos podía lograr el premio. Algunos podrían haber trabajado tan duramente como otros, y haberse esforzado al máximo para ganar la corona de honor; pero justamente cuando extendían la mano para asegurarse el premio, algún otro, un instante antes que ellos, podría adelantarse y arrebatar el codiciado tesoro. 

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No es éste el caso de la lucha cristiana. Todos pueden correr en esta carrera, y pueden estar seguros de lograr la victoria y honor inmortal si se someten a las condiciones. Dice Pablo: “Corred, pues, de tal manera que la obtengáis”. 1 Corintios 9:24. Luego explica las condiciones que se deben observar con el fin de tener éxito: “Todo aquel que lucha, de todo se abstiene”. 1 Corintios 9:25.

Si los paganos, que no estaban controlados por una conciencia iluminada, y que no sentían el temor de Dios, se sometían a privaciones y a la disciplina del entrenamiento, negándose toda indulgencia debilitante sólo para obtener una corona que perece y el aplauso de la multitud, con cuanta mayor razón debieran los que están corriendo la carrera cristiana con la esperanza de obtener la inmortalidad y la aprobación del Cielo estar dispuestos a negarse a sí mismos indulgencias y estimulantes malsanos, que degradan la moral, debilitan el intelecto y colocan los poderes superiores en sujeción a los apetitos y pasiones animales.

Multitudes en el mundo contemplan este juego de la vida, la lucha del cristiano. Y esto no es todo. El Monarca del universo y las miríadas de ángeles celestiales son espectadores de esta carrera; vigilan ansiosos para ver quiénes tendrán éxito en vencer y ganar la corona de gloria que no se marchita. Con intenso interés Dios y los ángeles del cielo notan el sacrificio propio, la abnegación y los esfuerzos agonizantes de los que se dedican a correr la carrera cristiana. La recompensa dada a cada hombre estará de acuerdo con la energía perseverante y la fidelidad con que cumpla su parte en el gran certamen. 

En los juegos a los que nos hemos referido, sólo uno se llevaba el premio. En la carrera cristiana, dice el apóstol: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura”. 1 Corintios 9:26. No nos espera ningún desengaño al terminar la carrera. 

A todos los que cumplan cabalmente con las condiciones que especifica la Palabra de Dios, y tengan el sentido de la responsabilidad de preservar el vigor físico y la actividad del cuerpo, con el fin de que sus mentes estén bien equilibradas y su moralidad sana, la carrera no es incierta. Todos ellos pueden lograr el premio, ganar y ostentar la corona de gloria inmortal que no se desvanece.

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El apóstol Pablo nos dice que: “Hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres”. 1 Corintios 4:9. Una nube de testigos observa nuestra carrera cristiana. “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el Autor y Consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. Hebreos 12:1, 2. 

No debiéramos hacer del mundo nuestro criterio. La moda es la indulgencia del apetito por alimentos ricos y estímulos artificiales, fortaleciendo de este modo las tendencias animales, e impidiendo el crecimiento y desarrollo de las facultades morales. A ninguno de los hijos e hijas de Adán se les ofrece la victoria en la lucha cristiana, a menos que decidan practicar la temperancia en todas las cosas. Si hacen esto no pelearán como uno que hiere el aire. 

Si los cristianos mantienen su cuerpo en sujeción, y colocan todos sus apetitos y pasiones bajo el control de la conciencia iluminada, sintiendo que obedecer las leyes que gobiernan la salud y la vida es un deber para con Dios y para con sus vecinos, recibirán la bendición del vigor físico y mental. Tendrán fuerza moral para luchar contra Satanás, y en el nombre de Aquel que venció el apetito por causa de ellos, pueden ser más que vencedores por sí mismos. Esta guerra está abierta para todos los que quieran pelearla. 

Se me mostró el caso del hermano B, que una nube de oscuridad lo rodea. En su hogar no se manifiesta la luz del cielo. Aunque el profesa creer la verdad, en su vida diaria no ejemplifica la influencia santificadora sobre su corazón. No posee naturalmente una disposición benevolente, afectuosa ni cortés. Su temperamento es muy poco favorable para él, su familia y la iglesia en la cual se siente su influencia. Tiene que hacer una obra en favor suyo que nadie puede hacer por él. Necesita la influencia transformadora del Espíritu de Dios. Nuestra profesión como seguidores de Cristo requiere de nosotros que probemos nuestros caminos y nuestras acciones comparándolos con el ejemplo de nuestro Redentor. Será necesario que nuestro espíritu y comportamiento correspondan con el modelo que nuestro Salvador nos ha dado. 

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El hermano B no tiene un temperamento que haga brillar el sol sobre su familia. Ese es un buen lugar para que él comience a trabajar. Se parece más a una nube que a un rayo de luz. Es demasiado egoísta como para pronunciar palabras de aprobación a los miembros de su familia, especialmente a la que, con preferencia a todos los demás, debiera recibir su amor y tierno respeto. Es hosco, abusador, dictatorial; sus palabras son frecuentemente cortantes, y dejan una herida que él no procura sanar suavizando su espíritu, reconociendo sus faltas y confesando su mala conducta. No hace esfuerzos por salir a la luz. 

No conduce dentro de sí una búsqueda del corazón, de los motivos de su genio, su manera de hablar y su conducta, para ver si su vida es como el ejemplo divino. No aplica la ley de Dios a su vida y carácter como su regla de acción. El Señor desea ver delante de sí un pueblo honesto y recto. 

La hermana B debe luchar con muchas pruebas y con la debilidad de su propia naturaleza, y no debiera hacérsele más dura su suerte de lo que es necesario. El hermano B debiera suavizar su carácter; debiera cultivar el refinamiento y la cortesía. Debiera ser muy tierno y amable hacia su esposa, la cual es su igual en todo respecto; no debiera pronunciar ni una palabra que arrojara sombras sobre su corazón. Debe comenzar la obra de reforma en su hogar. Debe cultivar el afecto y vencer los rasgos rudos, ásperos, indiferentes y egoístas de su disposición, pues estos están creciendo dentro de él. Nosotros, pobres mortales, que deseamos alcanzar el cielo, debemos vencer como Cristo venció. Debemos asimilarnos a su imagen; nuestros caracteres deben ser sin mancha. 

Se me mostró que el hermano B no tiene un sentido muy alto de la perfección de carácter que es necesaria para un cristiano. No tiene el sentido correcto de lo que es su deber para con sus semejantes. Está en peligro de promover sus propios intereses, si se presenta la oportunidad, sin fijarse en la ventaja o la pérdida que puede sufrir su prójimo. Mira su propia prosperidad como extremadamente importante, pero no está interesado en la fortuna o el infortunio de sus vecinos, como debiera estarlo un seguidor de Cristo. Por un provecho insignificante para sí mismo, Satanás puede apartarlo de su integridad. Esto oscurece su propia alma y trae oscuridad sobre la iglesia. “Todo esto” (Mateo 4:9), dice Satanás, “será tuyo, sí te apartas de tu estricta integridad. Todo esto te daré sí tan sólo me complaces en esto, o haces y dices esto otro”. Demasiado a menudo el hermano B ha sido engañado por el adversario para daño suyo y para oscurecimiento de otras mentes. 

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Hay algunos otros en la iglesia que necesitan ver las cosas desde un punto de vista más elevado antes que puedan llegar a ser espirituales, y colocarse en una posición en la cual logren entender la obediencia a la voluntad de Dios, y arrojar luz en vez de proyectar una sombra. El hermano B necesita ungir sus ojos, para que pueda discernir claramente las cosas espirituales y también las trampas de Satanás. La norma cristiana es alta y exaltada. ¡Pero he aquí que los profesos seguidores de Cristo la rebajan hasta el mismo polvo! 

Usted necesita, hermano B, ejercer vigilancia constante, no sea que lo venzan las tentaciones de Satanás en cuanto a vivir para sí mismo, a ser celoso y envidioso, suspicaz y criticón. Si avanza murmurando, no progresará ni un sólo paso en el camino al cielo. Si cesa aunque sea un momento en sus sinceros esfuerzos y deja de procurar con oración someter su yo y controlarlo, estará en peligro de ser vencido por alguna tentación fuerte; podría ser que diera pasos imprudentes; podría manifestar un espíritu no cristiano, lo cual no sólo traerá amargura a su propia alma sino también tristeza a las mentes de otros. Se arriesga a traer sobre ellos un peso de perplejidad y tristeza que pondrá en peligro sus almas, y usted será el que tenga que responder por esta influencia funesta. Hermano B, si desea escapar de la contaminación que hay en el mundo por la concupiscencia, será necesario que haga profesión de cristianismo en todas las cosas.

Usted podrá decir: Es muy dura esta tarea; el camino es demasiado estrecho y yo no puedo caminar por él. ¿Es más estrecho el camino en esta carta que lo que usted encuentra claramente marcado en la Palabra de Dios? Para ganar el cielo vale la pena hacer un esfuerzo perseverante e incansable, durante toda la vida. Si ahora se echa atrás y se desanima, ciertamente perderá el cielo, perderá la vida inmortal y la corona de gloria que no se desvanecen. Los que tienen un lugar al lado del Salvador en su trono son únicamente esa clase de personas que han vencido tal como él venció. El amor por la verdad pura y santificadora, el amor por el querido Redentor, alivianará la tarea de vencer. Con gusto concederá Jesús su fortaleza a todos los que realmente desean recibirla. Coronará de gracia y paz cada esfuerzo perseverante hecho en su nombre. 

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Si su estudio diario consiste en glorificar a Dios y subyugar el yo, él hará que su fortaleza se perfeccione en su debilidad, y podrá vivir de manera que su conciencia no lo condene. Podrá tener buena fama entre los de afuera. Una vida circunspecta no sólo significará gran provecho para su propia alma, sino que además será una luz que brille sobre el camino de otros, y les muestre la ruta al cielo. 

Hermano B, ¿cómo ha gobernado usted su temperamento? ¿Ha procurado vencer su espíritu impulsivo? Con la disposición y los sentimientos que usted posee ahora dejará de obtener el cielo tan seguramente como que hay un cielo. Para beneficio de su propia alma, y por amor a Cristo, él le ha dado a usted evidencias inconfundibles de su infinito amor, acérquese a él para que pueda ser llenado con su espíritu.

Cultive un espíritu de vigilancia y oración, para que pueda representar correctamente la santa fe que usted profesa como seguidor de nuestro querido Redentor, el cual dejó un ejemplo en su propia vida. Imite a nuestro Salvador. Aprenda de Cristo. Soporte las vicisitudes como buen soldado de Jesucristo, venza las tentaciones de Satanás como él venció, y salga vencedor sobre todos sus defectos de carácter. 

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