Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 101-110, día 208

Recuerde que su valor moral reside en sus palabras, sus actos y sus pensamientos. Nunca se pueden esconder, sino que lo pondrán a la altura justa ante sus pacientes. Si manifiesta interés por ellos, si dedica toda su labor a ellos, lo sabrán y usted disfrutará de su confianza y su amor. Pero si saben que no les ha dedicado una atención y un cuidado especiales, la palabrería no hará que crean que su arduo trabajo por ellos lo ha extenuado y ha agotado su vitalidad. Los pacientes expresan confianza y amor por aquellos que manifiestan un especial interés en ellos y trabajan por su recuperación. Si hace esta obra que no puede quedar pendiente, por la que los pacientes pagan su dinero, no necesitará buscar la estimación y el respeto con las palabras: los tendrá en la medida en que desempeñe su labor.

No está libre de orgullo y, por lo tanto, no ha recibido la bendición que Dios da a sus obreros humildes. Su interés ha estado dividido. Ha dedicado tantos esfuerzos a cuidar de usted mismo y los suyos que el Señor no ha tenido ninguna razón especial para trabajar y cuidar especialmente de usted. Sus acciones al respecto lo ha descalificado para su cargo. Hace un año vi que se sentía competente para dirigir solo el Instituto. Si fuera el propietario y el único en sacar provecho o perjuicio de sus ganancias y pérdidas, vería que su deber es tener especial cuidado de que no haya pérdidas y de que los pacientes ingresados en obra de caridad no agoten los recursos del Instituto. Abriría una investigación y no permitiría que ni uno de ellos estuviera ingresado una semana más de lo estrictamente necesario. Descubriría muchas maneras de reducir gastos y conservar la propiedad del Instituto. Pero usted es un simple empleado y el celo, el interés y la capacidad que piensa que tiene para gobernar una institución de ese tipo brillan por su ausencia. Los pacientes no reciben los cuidados por los que han pagado y tienen derecho a esperar.

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Se me mostró que rehuye frecuentemente dar consuelo y consejo a aquellos que están imposibilitados. Me fue presentado como aparentemente indiferente, más impaciente que dispuesto a escuchar lo que le decían sus pacientes, que para ellos era de suma importancia. Parecía que tenía mucha prisa y los apartaba a un lado para volver a verlos en un tiempo futuro, mientras que unas pocas palabras de comprensión y aliento habrían tranquilizado miles de temores y la paz y el consuelo habrían ocupado el lugar de la inquietud y la desdicha. Parecía que teme hablar con los pacientes. No se preocupaba por sus sentimientos, sino que se mantenía frío y distante, cuando debiera haber manifestado más cordialidad. Se mostraba demasiado distante e inalcanzable. Ellos lo miraban como los niños miran a su padre, y tienen el derecho de esperar y recibir una atención que usted no les prodiga. Entre usted y la labor que su cargo requiere que desempeñe se interpone el “yo y los míos”. Los pacientes y sus colaboradores necesitan frecuentemente de su consejo. Pero no se sienten inclinados a acudir a usted, no se sienten libres de hablar con usted. 

Ha intentado mantener una dignidad inmerecida. En su esfuerzo, no ha alcanzado el objetivo, sino que ha perdido la confianza y el amor que debería haber ganado de no haber sido tan arrogante y más bien manso y humilde. La verdadera dedicación y consagración a Dios hará que tenga un lugar en el corazón de todos y lo revestirá de una dignidad no presumida, sino genuina. Se ha enaltecido con las palabras de aprobación que ha recibido. Su modelo debe ser la vida de Cristo. De ella debe aprender que debe hacer el bien en cualquier lugar que ocupe. Cuando tenga cuidado de los demás, Dios cuidará de usted. La Majestad del cielo no evitó la fatiga. Anduvo de un lugar a otro para beneficiar a los desvalidos y a los sufrientes. Aunque tenga algún conocimiento, entienda de algún modo el sistema humano y siga la pista de las enfermedades hasta sus causas mismas—aunque hable las lenguas de los hombres y los ángeles—, si no tiene las cualidades necesarias, todos sus dones carecerán de valor. Reciba el poder de Dios que sólo obtienen quienes ponen en Él su confianza y se consagran a la labor que les ha encomendado. Cristo debe formar parte de su conocimiento. Considere la sabiduría del Redentor en lugar de la suya propia. Cuando lo haga, entenderá cómo puede ser una luz en las salas de los enfermos. Le falta libertad de espíritu, poder y fe. Su fe es débil por falta de ejercicio, no es vigorosa ni sana. Sus esfuerzos por los que están enfermos de cuerpo y corazón no tendrán el éxito que debieran, los pacientes no ganarán la fuerza física y espiritual que debieran, si no va acompañado de Jesús en sus visitas. Acompáñese de sus palabras y sus obras. De ese modo sentiría cómo aquellos a quienes sus palabras y oraciones han bendecido lo bendecirían a usted.

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No ha sentido su total dependencia de Dios en su ineficiencia y flaqueza, no cuenta con su sabiduría y gracia especiales. Se preocupa, teme y duda porque ha trabajado demasiado confiando en sus propias fuerzas. En Dios puede prosperar. En la humildad y la santidad encontrará gran paz y fuerza. Quienes se dan cuenta de su propia debilidad y oscuridad brillan con más intensidad porque hacen de Jesús su justicia. Su fuerza debería proceder de su unión con él. No se canse de hacer el bien. 

La Majestad del cielo invita a todos los que están cansados: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. Mateo 11:28. A veces la carga parece tan pesada y el yugo tan humillante porque se ha puesto por encima de la mansedumbre y la humildad que poseía nuestro divino Señor. Abandone la gratificación y el enaltecimiento propios; antes bien permita que su yo se esconda en Jesús y aprenda de él que le ha invitado y le ha prometido descanso. 

Vi que el Instituto de Salud nunca prosperará mientras quienes ocupan cargos de responsabilidad relacionados con él están más interesados en ellos mismos que en la institución. Dios quiere hombres y mujeres sencillos como obreros de su causa; quienes se hagan cargo del Instituto de Salud han de tener una visión general de todos sus departamentos y practicar la prudencia en la economía, vigilando los pequeños gastos y previniendo las pérdidas. En pocas palabras, tendrían que ser tan cuidadosos y juiciosos en su cargo como si ellos mismos fueran los verdaderos propietarios.

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Se ha atormentado con el sentimiento de que esto o aquello no eran de su incumbencia. Todo lo que está relacionado con el Instituto es asunto suyo. Si hay algo que tiene que atender pero no puede ocuparse de ello correctamente, porque lo reclaman en otros asuntos, pida la ayuda de alguien que pueda atender esos asuntos inmediatamente. Si esta tarea es demasiado pesada para usted, tendría que renunciar a su puesto de responsabilidad y su lugar debería estar ocupado por alguien que pueda cumplir correctamente con todos los deberes.

En su consultorio frecuentemente ha impuesto a los pacientes y asistentes cargas innecesarias y atenciones hacia su persona mientras que, al mismo tiempo, vi que usted no cumplía con la mitad de los deberes que recaían sobre usted como médico. No atendía adecuadamente los casos de los enfermos que estaban a su cuidado. Los pacientes no son ciegos; perciben su negligencia. Están lejos de sus hogares y hacen un gran sacrificio para recibir los cuidados y los tratamientos que no pueden recibir en sus casas. Todas esas reprimendas que dispensa en el consultorio son perjudiciales para la institución y desagradan a Dios.

Es verdad que tiene que soportar pesadas cargas, pero en muchos casos ha echado la culpa sobre los pacientes y a los asistentes cuando, en realidad, la causa estaba en su propia familia, que requiere su constante ayuda pero, a cambio, no lo ayuda en nada. Nadie de su familia le echa una mano o le dice palabras de aliento. Si estuviera libre de cargas fuera del Instituto, podría soportar sus obligaciones con mucha más facilidad y sus fuerzas no se verían mermadas. Es su deber tener cuidado de su familia, pero no es preciso que ellos sean tan inútiles ni una carga tan grande para usted. Si quisieran, podrían ayudarlo.

También es su deber conservar su salud, y si los cuidados que debe dispensar a su familia son tan grandes que sobrecargan el trabajo en el que está comprometido y es incapaz de dedicar el tiempo y la atención a los pacientes y al Instituto de Salud, su deber real, es renunciar a su cargo y buscar un lugar en el que pueda hacer justicia a su familia, a usted mismo y a las responsabilidades que asuma. El cargo que ahora ocupa es importante. Requiere un intelecto despierto, fuerza mental, nervios templados y músculos firmes. Para tener éxito en el trabajo es necesaria una dedicación honesta; nada que esté por debajo de esto hará que la institución prospere. Para ser una institución viva debe tener trabajadores vivos y desinteresados que la conduzcan.

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Hermana I, no ha sido la ayuda para su esposo que tendría que haber sido. Ha dedicado la mayor parte de su atención a sí misma. No se ha dado cuenta que tiene que despertar sus energías dormidas para alentar y fortalecer a su esposo en sus tareas, o para bendecir a sus hijos con una correcta influencia. Si hubiera sido diligente para atender los deberes que Dios le encomendó, si hubiera ayudado a su compañero a soportar la carga y se hubiera unido a él para disciplinar adecuadamente a sus hijos, el orden de cosas en su familia habría cambiado. 

Pero se ha rendido a sentimientos oscuros y tristes que, en lugar de iluminarla con la luz del sol, han traído densos nubarrones a su morada. Ha cerrado el paso a la esperanza y a la alegría y su influencia sobre aquellos que tendría que haber ayudado con palabras y actos amables, ha sido depresiva. Todo esto es resultado de su egoísmo. Ha exigido la atención y la compasión de su esposo y sus hijos y no se ha dado cuenta de que su deber es apartar su mente de sí misma y trabajar por la felicidad y el bienestar de ellos. Ha permitido que la impaciencia se adueñe de usted y ya regañado a sus hijos con rudeza. Esto los ha confirmado en el mal camino que habían emprendido y ha cortado los vínculos de afecto que deben unir los corazones de padres e hijos. 

Le ha faltado autocontrol y ha censurado a su esposo en presencia de sus hijos, con menoscabo de la autoridad que ambos deberían tener sobre ellos. Ha sido muy débil. Cuando sus hijos se le han acercado quejándose de los demás, no ha dudado en ponerse en su favor e, insensatamente, ha censurado y culpado a quienes eran objeto de sus quejas. Por eso, en la mente de sus hijos ha aparecido la disposición a murmurar contra aquellos que no les prestan la deferencia que ellos se imaginan que merecen. Indirectamente, ha favorecido este espíritu en lugar de silenciarlo. No se ha comportado con sus hijos con la firmeza y la justicia debidas.

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Ha pasado por pruebas. Su mente se ha visto sometida a presión. Se ha sentido desanimada, pero ha descargado esta infelicidad injustamente sobre los otros. Debe buscar la causa principal en sí misma. No ha sabido hacer que su hogar fuera lo que debería ser ni lo que debería haber sido. Aún está a tiempo de corregir sus faltas. Salga de esa reserva fría y obstinada. Antes que exigir amor, delo; cultive la alegría; permita que el sol brille en su corazón y brillará sobre todos los que la rodean; haga que sus modales sean más sociables; intente ganarse la confianza de sus hijos para que puedan acudir a usted en busca de consejo; aliente en ellos la humildad y la generosidad, y sea un buen ejemplo para ellos. 

Queridos hermano y hermana, despierten a las necesidades de su familia. No se enceguezcan, afronten la tarea unidos, calmados, en oración y con fe. Pongan en orden su casa y Dios bendecirá sus esfuerzos. 

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La influencia del entorno social

El 10 de diciembre de 1872 se me mostró el estado de la familia del hermano K. Fue un cristiano sincero y amante de la verdad, pero bebió del espíritu del mundo. Cristo dijo: “Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Mateo 6:21. Hermano K, su tesoro terrenal reclama su interés y atención hasta tal punto que no encuentra tiempo para servir a Dios; aunque su esposa esté disgustada porque usted dedica tan mísera atención a Dios. Su corazón es presa de una insana mundanalidad. Ninguno de ustedes dedica tiempo suficiente a la meditación y a la oración. Le roban su servicio diario a Dios y ustedes mismos se enfrentan a una pérdida aún mayor que un tesoro terrenal.

Hermana K, está aún más alejada de Dios que su esposo. Su conformidad con el mundo ha expulsado al Salvador de su corazón. Ya no tiene un lugar entre sus afectos y usted está poco inclinada a orar y a buscar en su corazón. Se rinde a la obediencia del príncipe de las potencias de las tinieblas. “Si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia”. Romanos 6:16. 

Hermana K, no sabe qué está haciendo. No se da cuenta de que al apartar a su esposo de la verdad se enemista con su Creador. Su atención está puesta en las ventajas que da el mundo. No ha cultivado el amor por la devoción, sino que se complace con la agitación y las prisas del trabajo para adquirir nuevas riquezas. Está absorta en su deseo de ser como el mundo para poder recibir la felicidad que da el mundo. Sus ambiciones e intereses terrenales son mayores que su deseo de justicia y de tener parte en el reino de Dios. 

Malgasta su precioso tiempo de prueba en el trabajo por su bienestar terrenal, en vestirse, en comer y en beber según las maneras del mundo. ¡Cuán insatisfactoria, cuán mísera es la recompensa obtenida! En sus ansias y cuitas mundanas carga con un yugo mayor que aquel que su Salvador jamás le ha propuesto llevar. Su Redentor la invita: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”. Mateo 11:28-30. Hermana, Cristo pondrá a sus pies la pesada carga que usted soporta y someterá su obstinado cuello a su yugo ligero.

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¿Qué sucedería si su tiempo de prueba se acabara ahora mismo? ¿Cómo resistiría la investigación del Maestro? ¿Cómo ha empleado los talentos y medios de influencia que Dios le prestó para que los usara sabiamente para honrarlo y glorificarlo? Dios le dio la vida y sus bendiciones para que hiciera el bien a otros y no para usarlos en beneficio propio, buscando el placer y la gratificación egoísta. El Maestro le confió unos talentos para que los invirtiera, de modo que, cuando le pidiera que se los devolviera, junto con el capital recibiera los intereses. Le fueron dados influencia y medios para probarla, para revelar lo que abriga su corazón. Debió haberlos usado para ganar almas para Cristo y hacer que avance la causa del Redentor. No lo hizo y cometió un terrible error. Cada día que dedica a su propia persona y a complacer a sus amigos, cediendo a su influencia, amando el mundo y olvidándose de su mejor Amigo, el cual murió para darle la vida, está sufriendo una gran pérdida.

Hermana K, pensó que no era bueno ser diferente de aquellos que la rodean. Vive en una comunidad que fue probada con la verdad y la rechazó. Ha unido sus intereses y afectos con los de ellos hasta el punto de haberse convertido en una más de ellos. Ama su sociedad, pero no es feliz aun cuando se engañe diciendo que lo es. En su corazón se ha dicho: “Servir a Dios es vano. ¿Qué provecho saco de guardar sus ordenanzas y andar llorosa delante del Señor de los ejércitos?”

No es asunto banal para una familia ser los representantes de Jesús y guardar los mandamientos de Dios en una comunidad descreída. Se nos exige que seamos epístolas vivientes, conocidas y leídas por todos los hombres. Esta posición conlleva temibles responsabilidades. Para vivir en la luz debe ir allí donde brilla la luz. El hermano K ha de sentirse solemnemente obligado a asistir con su familia, al menos, a las reuniones anuales de aquellos que aman la verdad, aun a costa de cualquier sacrificio. Saldrían reforzados, él y su familia, y serían aptos para resistir en las pruebas. No es nada beneficioso para ellos que renuncien al privilegio de unirse a aquellos que aman la fe; porque la verdad pierde importancia en sus mentes, sus corazones se sumen en las tinieblas y ya no son vivificados por su influencia santificadora y se reduce su espiritualidad. No reciben la fuerza de las palabras del predicador viviente. Los pensamientos y los negocios mundanos empujan constantemente sus mentes para que excluyan los temas espirituales.

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La fe de la mayoría de los cristianos se desvanecerá si constantemente descuidan reunirse en asamblea y orar. Si les fuera imposible gozar de ese privilegio religioso, Dios se valdría de sus ángeles para enviar luz del cielo, para animar, alentar y bendecir su pueblo disperso. Pero no es su propósito obrar un milagro para sustentar la fe de sus santos. Se les pide que amen suficientemente la verdad, de modo que puedan soportar algunos sufrimientos para obtener los privilegios y las bendiciones que Dios les promete. Lo mínimo que pueden hacer es dedicar algunos días del año para unir esfuerzos en beneficio del avance de la causa de Cristo e intercambiar consejos amables y amistad.

Muchos dedican casi todo su tiempo en sus propios placeres y asuntos temporales y escatiman los pocos días que pasan fuera de sus hogares y el gasto que representa desplazarse lejos para unirse a aquellos que se han reunido en asamblea en nombre del Señor. La Palabra del Señor define la codicia como idolatría; ¡cuántos idólatras hay incluso entre aquellos que profesan ser seguidores de Cristo!

Es preciso que nos reunamos y demos testimonio de la verdad. El ángel de Dios dijo: “Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre. ‘Y serán para mí especial tesoro’, ha dicho Jehová de los ejércitos, ‘en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve’”. Malaquías 3:16, 17.

Por lo tanto, vale la pena aumentar los privilegios que están a nuestro alcance y, aun a costa de algún sacrificio, unirnos a aquellos que temen a Dios y hablan por él, porque se nos dice que escucha los testimonios mientras los ángeles escriben en los libros. Dios se acordará de aquellos que se hayan unido para pensar en su nombre y los protegerá de la gran conflagración. A sus ojos serán como un tesoro precioso, pero su ira caerá sobre la desprotegida cabeza de los pecadores. Servir a Dios no es ninguna nimiedad. Quienes dediquen la vida a su servicio recibirán una recompensa que no tiene precio. Estimados hermano y hermana, se han ido sumiendo gradualmente en la oscuridad hasta que, casi imperceptiblemente, se ha convertido en luz para ustedes. De vez en cuando un débil resplandor penetra en las tinieblas y despierta sus mentes; pero las influencias que los rodean apagan el diminuto rayo de luz y la oscuridad parece aún más densa que antes.

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Habría sido mejor que, para su bienestar espiritual, hubieran cambiado de residencia hace ya algunos años. La luz de la verdad ha probado la comunidad en la que viven. Unos pocos recibieron el mensaje de gracia y advertencia y muchos lo rechazaron. Otros no lo aceptaron porque había que cargar una cruz. Adoptaron una posición neutra y pensaron que harían bien en no combatir contra la verdad, pero la luz que no quisieron recibir se transformó en tinieblas. Se esforzaron por acallar sus conciencias diciendo al Espíritu del Señor: “Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré”. Hechos 24:25. Esa oportunidad nunca llegó. Desaprovecharon una oportunidad de oro que nunca volvió a cruzarse en sus vidas, porque el mundo ha apagado la luz que rechazaron. Sus mentes y sus corazones están absortos en los intereses de esta vida y los encantos de los placeres excitantes, mientras que rechazan y olvidan a su mejor Amigo, el bendito Salvador. 

Aunque posee excelentes cualidades naturales, sus amigos y familiares descreídos apartan de Dios a la hermana K. No aman la verdad y no sienten interés alguno por sacrificarse y negarse a sí mismos en beneficio de la verdad. La hermana K no se ha percatado de la importancia que tiene separarse del mundo, tal como ordenan los mandamientos de Dios. Su corazón se ha pervertido por lo que ven sus ojos y oyen sus oídos.

Juan el Bautista estuvo lleno del Espíritu Santo desde su mismo nacimiento; si hubo alguien que pudiera permanecer libre de las influencias corruptoras del tiempo en que vivió, ese era él. Aun así, no se aventuró a confiar en sus propias fuerzas; se separó de sus amigos y parientes para que sus afectos naturales no fuesen un escollo. No quiso exponerse innecesariamente a las tentaciones ni al lujo o las comodidades de la vida para que no lo indujeran a abandonarse en la gratificación de sus apetitos, de manera que su fuerza mental y física no se viera reducida. De otro modo, habría fracasado en el cumplimiento de la importante misión que vino a desempeñar.

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