Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 304-313, día 229

Creer en la próxima venida del Hijo del Hombre en las nubes de los cielos no inducirá a los verdaderos cristianos a ser descuidados y negligentes en los asuntos comunes de la vida. Los que aguardan la pronta aparición de Cristo no estarán ociosos. Al contrario, serán diligentes en sus asuntos. No trabajarán con negligencia y falta de honradez, sino con fidelidad, presteza y esmero. Los que se lisonjean de que el descuido y la negligencia en las cosas de esta vida son evidencia de su espiritualidad y de su separación del mundo incurren en un gran error. Su veracidad, fidelidad e integridad se prueban mediante las cosas temporales. Si son fieles en lo poco, lo serán en lo mucho.

Se me mostró que es en esto donde muchos no superan la prueba. Desarrollan su verdadero carácter en el manejo de las preocupaciones temporales. Son infieles, maquinadores y deshonestos en su trato con sus semejantes. No consideran que su derecho a la vida futura e inmortal depende de cómo se conducen en los asuntos de la presente, y que la más estricta integridad es indispensable para la formación de un carácter justo. En todas nuestras filas se práctica la falta de honradez; y ésta es la causa de la tibieza que notamos en muchos de los que profesan creer la verdad. Éstos no están relacionados con Cristo y están engañando sus propias almas. Me duele declarar que hay una alarmante falta de honradez aun entre los observadores del sábado.

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Se me llamó la atención al sermón de Cristo sobre el monte. Allí tenemos la orden del gran Maestro: “Todas las cosas que quisierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque ésta es la ley y los profetas” Mateo 7:12. Esta orden de Cristo es de máxima importancia, y debe ser estrictamente acatada. Es como “manzanas de oro con figuras de plata”. Proverbios 25:11. ¿Cuántos cumplen en su vida el principio que Cristo ordenó allí, y obran con otros como quisieran que se obrase con ellos en circunstancias similares? Al lector le dejo la respuesta.

Un hombre honrado, según la medida de Cristo, es el que manifiesta integridad inquebrantable. El peso fraudulento y las balanzas falseadas con que muchos tratan de incrementar sus ganancias en el mundo son abominación a la vista de Dios. Sin embargo, muchos de los que profesan guardar los mandamientos de Dios trabajan con pesos y balanzas falseados. Cuando un hombre está verdaderamente relacionado con Dios y guarda su ley, su vida lo revelará, porque todas sus acciones estarán en armonía con las enseñanzas de Cristo. No venderá su honra por ganancia. Sus principios se basan en el fundamento seguro, y su conducta en asuntos mundanos es un trasunto de sus principios. La firme integridad resplandece como el oro entre la escoria y la basura del mundo. Se puede pasar por alto y ocultar a los ojos de los hombres el engaño, la mentira y la infidelidad, pero no a los ojos de Dios. Los ángeles del Señor, los cuales vigilan el desarrollo de nuestro carácter y pesan nuestro valor moral, registran en los libros del cielo estas transacciones menores que revelan el carácter. Si un obrero es infiel en las vocaciones diarias de la vida, y descuida su trabajo, el mundo no lo juzgará incorrectamente si estima su norma religiosa de acuerdo con su norma comercial. 

“El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel: y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto”. Lucas 16:10. No es la magnitud de un asunto lo que hace que sea justo o injusto. Así como un hombre trata con sus semejantes, tratará con Dios. El que es infiel en las riquezas injustas, no recibirá nunca las riquezas verdaderas. Los hijos de Dios no deben dejar de recordar que en todas sus transacciones comerciales son probados y pesados en la balanza del santuario.

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Cristo dijo: “No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos”. “Así que, por sus frutos los conoceréis”. Mateo 7:18, 20. Los hechos de la vida de un hombre son sus frutos. Si es infiel y le falta honradez en las cosas temporales, produce espinas y cardos; será infiel en la vida religiosa y robará a Dios en los diezmos y las ofrendas.

La Biblia condena en los términos más enérgicos toda mentira, trato falso e improbidad. Lo bueno y lo malo se manifiestan claramente. Pero se me mostró que el pueblo de Dios se ha puesto en terreno del enemigo, ha cedido a sus tentaciones y ha seguido sus designios hasta que sus sentidos han quedado terriblemente embotados. Una ligera desviación de la verdad, una pequeña variación de los requisitos de Dios no se considera tan pecaminosa cuando entraña ganancia o pérdida pecuniaria. Pero el pecado es pecado, ya lo cometa el millonario o el mendigo de la calle. Los que obtienen propiedades por medio de la falsedad están trayendo condenación sobre su alma. Todo lo que se obtiene por medio del engaño y el fraude, será tan sólo una maldición para quien lo reciba.

Adán y Eva sufrieron las terribles consecuencias resultantes de desobedecer la orden expresa de Dios. Podrían haber razonado: “Éste es un pecado muy pequeño, y nunca será tenido en cuenta”. Pero Dios trató el asunto como un mal temible, y la desgracia de su transgresión se sentirá a través de todos los tiempos. En la época en que vivimos los que profesan ser hijos de Dios cometen con frecuencia pecados aun mayores. En las transacciones comerciales, los que profesan ser hijos de Dios dicen y obran falsedades, y atraen sobre sí el desagrado de Dios y el oprobio sobre su causa. La menor desviación de la veracidad y la rectitud es una transgresión de la ley de Dios. Aunque participar continuamente del pecado acostumbra a la persona a hacer el mal no disminuye el carácter gravoso del pecado. Dios estableció principios inmutables que él no puede cambiar sin revisar toda su naturaleza. Si la Palabra de Dios fuese estudiada fielmente por todos los que profesan creer la verdad, éstos no serían enanos en las cosas espirituales. Los que desprecian los requerimientos de Dios en esta vida no respetarían su autoridad si estuviesen en el cielo.

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Toda especie de inmoralidad queda claramente delineada en la Palabra de Dios, y se nos exponen sus resultados. Ceder a las pasiones inferiores se nos presenta en su carácter más repugnante. Nadie, por oscuro que sea su entendimiento, está obligado a errar. Pero se me a mostrado que muchos de los que profesan andar en todos los mandamientos de Dios albergan este pecado. Dios juzgará a cada hombre por su Palabra.

Dijo Cristo: “Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí”. Juan 5:39. La Biblia es una guía infalible. Exige perfecta pureza en palabras, pensamientos y acciones. Únicamente los que tengan un carácter virtuoso y sin mancha podrán entrar en la presencia del Dios puro y santo. Si se estudia y obedece la Palabra de Dios, guiará a los hombres, así como los israelitas fueron conducidos por una columna de fuego de noche y una columna de nube de día. La Biblia es la voluntad de Dios expresada al hombre. Es la única norma perfecta de carácter y señala el deber del hombre en todas las circunstancias de la vida. En ella hay muchas responsabilidades que recaen sobre nosotros, cuyo descuido no sólo nos ocasionará sufrimientos a nosotros mismos, sino que causará pérdida a otros.

Hombres y mujeres que profesan reverenciar la Biblia y seguir sus enseñanzas, dejan de cumplir en muchos aspectos lo que ella exige. En la educación de los niños siguen su propia naturaleza perversa antes que la revelada voluntad de Dios. Este descuido del deber entraña la pérdida de millares de almas. La Biblia traza reglas para la correcta disciplina de los niños. Si los hombres siguiesen estos requerimientos de Dios, veríamos hoy en escena una clase de jóvenes muy diferente. Pero los padres que profesan creer la Biblia y seguirla obran de una manera totalmente opuesta a sus enseñanzas. Oímos el clamor de tristeza y angustia de parte de padres y madres que lamentan la conducta de sus hijos sin darse cuenta de que ellos están trayendo esa tristeza y angustia sobre sí mismos y arruinando a sus hijos por su erróneo cariño. No se percatan de las responsabilidades que Dios les dio para que inculcasen en sus hijos hábitos correctos desde la infancia.

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Padres, sois en gran medida responsables de las almas de vuestros hijos. Muchos descuidan su deber durante los primeros años de la vida de éstos, pensando que cuando lleguen a ser mayores tendrán entonces mucho cuidado para reprimir lo malo y educarlos en lo bueno. Pero la época en que deben llevar a cabo esta obra es cuando los niños son tiernos lactantes en sus brazos. No es correcto que los padres mimen y echen a perder a sus hijos; ni tampoco es correcto que los maltraten. Una conducta firme, decidida y recta producirá los mejores resultados.

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Para los ministros

Se nos ha confiado una grande y solemne verdad. Somos responsables de su difusión. Demasiado a menudo, esta verdad se presenta con la forma de una fría teoría. Uno tras otro, los sermones sobre los puntos doctrinales llegan a la gente que va y viene; algunos nunca tendrán una oportunidad tan favorable para convencerse y convertirse a Cristo. Se pierden oportunidades de oro al pronunciar discursos elaborados que dicen más del yo que de la grandeza de Cristo. La teoría de la verdad, sin una vida de piedad, no puede disipar las tinieblas morales que envuelven el alma.

Las más preciosas gemas de la verdad a menudo se debilitan por envolverlas con palabras de erudición, a la vez que falta el poder del Espíritu de Dios. Cristo presentaba la verdad con toda su simplicidad; consiguió alcanzar no sólo a los de posición elevada, sino también a las personas más humildes de la tierra. El ministro que es embajador de Dios y representante de Cristo en la tierra, que se humilla a sí mismo para que Dios sea exaltado, poseerá la genuina cualidad de la elocuencia. La verdadera piedad, el estrecho vínculo con Dios y una experiencia vivida diariamente en el conocimiento de Cristo harán que aun el tartamudo sea elocuente.

Cuando veo las carencias que sufren las iglesias jóvenes, cuando veo y percibo su gran necesidad de piedad vital y su deficiente experiencia religiosa, mi corazón se entristece. Sé bien que aquellos que les llevan el mensaje de la verdad no los instruyen con propiedad al respecto de los puntos esenciales para alcanzar la perfección de un carácter que se refleja en Jesucristo. Hace ya demasiado tiempo que los maestros de la verdad descuidan estos asuntos. Hablando del evangelio, Pablo dice: “De la cual fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí”. Colosenses 1:25-29. Nótese la explicación que da del misterio.

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Aquí los ministros de Cristo tienen claramente definida su tarea, su calificación y el poder de la gracia de Dios obrando en ellos. No hace mucho Dios se complació en revelarme la gran deficiencia de muchos que profesan ser representantes de Cristo. En pocas palabras, si su fe y su conocimiento de la piedad vital son deficientes, no sólo se engañan a sí mismos, sino que no llevan a cabo la tarea de presentar la perfección en Cristo a todos los hombres. Muchos de los que traen a la verdad carecen de verdadera piedad. Quizás tengan una teoría de la verdad pero no están profundamente convertidos. Sus corazones son carnales; no permanecen en Cristo ni Cristo en ellos. Es deber del ministro presentar la teoría de la verdad; pero no debe detenerse aquí. Debe adoptar el lenguaje de Pablo: “También trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí”. Colosenses 1:29.

El vínculo vital con el Mayoral hará del rabadán un vivo representante de Cristo, una luz para el mundo. La comprensión de todos los puntos de nuestra fe es esencial, pero es de máxima importancia que el ministro se santifique con la verdad que presenta con el propósito de iluminar la conciencia de sus oyentes. En una serie de reuniones ningún discurso debe consistir sólo de teoría. Las oraciones tampoco deben ser largas y tediosas; Dios no las escucha. He oído oraciones tediosas y sermoneadoras que no venían a cuento y estaban fuera de lugar. Una oración con la mitad de palabras, ofrecida con fervor y fe habría tocado el corazón de los oyentes; sin embargo, he visto cómo se impacientaban y deseaban que cada palabra fuese la última de la oración. Si el ministro hubiese peleado con Dios en su cámara hasta sentir que su fe se puede aferrar a la promesa eterna: “Pedid y se os dará” (Mateo 7:7), habría llegado de inmediato al centro de la cuestión pidiendo con sinceridad y fe lo que necesitara.

Necesitamos ministros convertidos; de otro modo, las iglesias que surjan de sus esfuerzos, al carecer de sus propias raíces, no serán capaces de avanzar solas. El fiel ministro de Cristo tomará la carga sobre su alma. No ansiará popularidad. El ministro cristiano nunca debería subir al púlpito sin antes haber buscado a Dios en privado y haber llegado a una estrecha conexión con él. Antes de hablar al pueblo deberá elevar humildemente su sedienta alma a Dios y refrescarse con el rocío de la gracia. Con la unción del Espíritu Santo, la cual lo llevará a interesarse por las almas, no despedirá la congregación sin antes presentar ante ella a Jesucristo, el único refugio del pecador, haciendo un fervoroso llamamiento que llegue al corazón de los oyentes. Debe estar convencido de que no volverá a ver a esos oyentes hasta el gran día de Dios.

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El Maestro que lo ha escogido, que conoce el corazón de todos los hombres, le dará elocuencia para que pueda decir las palabras adecuadas en el momento y con la fuerza justos. Todos aquellos que se convenzan realmente del pecado y cedan al Camino, la Verdad y la Vida, descubrirán que no necesitan las loas y las alabanzas. Cristo y su amor serán exaltados por encima de cualquier instrumento humano. El hombre desaparecerá de la vista porque Cristo es magnificado y es el tema central del pensamiento. Muchos deciden abrazar el ministerio sin antes haberse convertido verdaderamente a Cristo. Nos maravillamos ante el estupor que embota los sentidos espirituales. Falta poder vital. Se ofrecen oraciones muertas y se presentan testimonios que no edifican ni fortalecen a los oyentes. A cada uno de los ministros de Cristo le atañe esclarecer las causas de todo esto.

Pablo escribe a sus hermanos colosenses: “Como lo habéis aprendido de Epafras, nuestro consiervo amado, que es un fiel ministro de Cristo para vosotros, quien también nos ha declarado vuestro amor en el Espíritu. [No un amor profano por la inteligencia, las habilidad o la oratoria del predicador, sino un amor nacido del Espíritu de Dios, a quien su Siervo representó mediante sus palabras y carácter.] Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz” Colosenses 1:7-12.

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Los ministros que trabajan en los pueblos y las ciudades al presentar la verdad no deben sentirse satisfechos, ni creer que su tarea ha concluido, hasta que los que han aceptado la teoría de la verdad lleguen a comprender el efecto de su poder santificador y se conviertan realmente a Dios. Que seis personas se conviertan realmente a la verdad como resultado de sus esfuerzos es más agradable a Dios que sesenta hagan una profesión nominal sin convertirse completamente. Los ministros deberían dedicar menos tiempo a predicar sermones y reservar una porción de sus fuerzas para visitar y orar con los que muestran interés, dándoles una instrucción piadosa hasta el punto de que puedan “presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre”. Colosenses 1:28.

El amor de Dios debe morar en el corazón del maestro de la verdad. Su corazón debe estar imbuido de ese profundo y ferviente amor que poseía Cristo. Sólo así se derramará sobre los otros. Los ministros deben enseñar que todo aquél que acepta la verdad tiene la obligación de dar frutos para gloria de Dios. Deben enseñar que la abnegación es una práctica diaria, que muchas cosas que han sido codiciadas deben ser abandonadas y que se deben cumplir muchos deberes, por desagradables que parezcan. Los intereses en los negocios, las muestras de afecto de carácter social, la comodidad, el honor, la reputación—en una palabra, todo—, debe ser sometido a las exigencias superiores y siempre supremas de Cristo. Los ministros que no son hombres de piedad vital, que despiertan el interés del pueblo pero no acaban de pulir la tarea, dejan un campo extremadamente difícil para los que deseen entrar y finalizar el trabajo que ellos dejaron incompleto. Esos hombres serán juzgados; si no desempeñan su labor con más fidelidad, después de una última prueba, serán arrojados como piedras del camino y vigías infieles.

Dios desea que los hombres que se presenten como maestros, previamente hayan aprendido la lección y luego estudien todos los puntos de la verdad presente de manera inteligente y aceptable. Con el conocimiento de la teoría deberían adquirir continuamente un conocimiento más preciso de Jesucristo. Las normas y los estudios son necesarios, pero no suficientes. A ellos el ministro debe unir la oración sincera pidiendo fidelidad para que, de ese modo, no construya con madera, paja o rastrojos, los cuales se consumirán con el fuego del último día. La oración y el estudio deben ir de la mano. Que un ministro sea aplaudido y alabado no es prueba alguna de que sus palabras estén influidas por el Espíritu Santo.

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Demasiado a menudo se da el caso de que los jóvenes conversos, a menos que se los proteja, ponen más afectos en el ministro que en el Redentor. Consideran que la labor del ministro los ha beneficiado en gran manera. Se imaginan que posee dones y gracias sumamente excelsos y que nadie excepto él puede hacer las cosas tan bien como él las hace; por lo que otorgan una importancia indebida al hombre y su tarea. Esta confianza los predispone a idolatrar al hombre y a mirar más hacia él que hacia Dios. Al obrar así, no complacen a Dios ni crecen en gracia. Son causa de gran perjuicio para el ministro, en especial si es joven y está en proceso de desarrollo para convertirse en un prometedor obrero del evangelio.

Si realmente son maestros de Dios, estos maestros recibirán las palabras de Dios. Aun cuando sus maneras y su discurso sean defectuosos y sean susceptibles de grandes mejoras, si Dios pronuncia palabras de inspiración a través de ellos, su poder no será humano, sino de Dios. La gloria y el amor del corazón deben ser para Dios; para el ministro quedan la estima, el afecto y el respeto por su tarea porque es el siervo de Dios que lleva el mensaje de misericordia a los pecadores. A menudo, el hombre eclipsa al Hijo de Dios interponiéndose entre él y su pueblo. El hombre es objeto de alabanzas, lisonjas y exaltación, y pocas veces el pueblo puede vislumbrar a Jesús, el cual, mediante los preciosos rayos de luz que irradia, debería eclipsar todo lo que lo rodea.

El ministro de Cristo que está imbuido del Espíritu y el amor por su Maestro trabajará para que el carácter de Dios y de su Hijo amado se manifieste en toda su plenitud y de la manera más clara. Se esforzará para que sus oyentes tengan una idea precisa del carácter de Dios, de modo que se reconozca su gloria en la tierra. Un hombre no se ha convertido si en su corazón no ha nacido el deseo de compartir con los demás el precioso amigo que ha descubierto en Jesús; la verdad que salva y santifica no puede permanecer callada en su corazón. El Espíritu de Cristo que ilumina el alma se representa con la luz que disipa todas las tinieblas; es comparado a la sal, porque como ella, tiene propiedades conservadoras, y a la levadura, la cual ejerce su poder transformador en secreto.

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