Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 314-323, día 230

Aquellos a quienes Cristo ha unido consigo mismo trabajarán, en la medida que a ellos concierne, diligentemente y de manera perseverante, siguiendo su modelo, para salvar las almas que perecen a su alrededor. Alcanzarán a las personas con oración ferviente y sincera, y esfuerzo personal. Para los que se han convertido completamente a Dios, que disfrutan la comunión con él, es imposible ser negligentes ante los intereses vitales de aquellos que perecen apartados de Cristo.

El ministro no debe cargar con toda la tarea, sino que debe unir a su persona a todos los que se han afianzado en la verdad. De ese modo los capacitará para que puedan trabajar una vez él se haya ido. Una iglesia que trabaja siempre será una iglesia en crecimiento. Ayudar a los demás será para sus miembros un estímulo y un tónico que los fortalecerá y los alentará.

Una vez leí sobre un hombre a quien, estando de viaje un día de invierno, andando en medio de la nieve amontonada por el viento, el frío lo había paralizado tanto que casi había perdido la vida. Cuando casi había perecido congelado, víctima del abrazo del viento helado y estaba a punto de abandonar la lucha por la vida, escuchó los gemidos de otro viajero que, como él, también estaba a punto de perecer víctima del frío. Su humanidad se levantó para rescatarlo. Frotó las extremidades cubiertas de escarcha del desdichado hasta que, tras un gran esfuerzo, consiguió ponerlo en pie y, puesto que no se podía tener derecho, le pasó los brazos alrededor del cuerpo y cargó con él a través de los montones de nieve que, unos momentos antes, había pensado que no conseguiría cruzar. Cuando hubo llevado a su compañero a un lugar seguro, su mente se iluminó con el destello de la verdad: al salvar a su vecino también se había salvado a sí mismo. Sus sinceros esfuerzos para salvar a otro aceleraron la sangre que se estaba helando en sus venas y creó un saludable calor en las extremidades del cuerpo.

Estas lecciones deben ser repetidas continuamente a los jóvenes creyentes, no como un precepto, sino como un ejemplo de que en su experiencia cristiana pueden alcanzar resultados similares. Los que están desfallecidos y piensan que el camino a la vida está lleno de fatigas y dificultades deben ponerse manos a la obra para ayudar a otros. Con esos esfuerzos, mezclados con oraciones pidiendo luz divina, la vivificante influencia de la gracia de Dios hará palpitar sus corazones; sus emociones brillarán con más fervor divino y toda su vida cristiana será más real, más sincera y estará más consagrada.

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El ministro de Cristo ha de ser un hombre de oración, un hombre piadoso; optimista, y nunca áspero o brusco, ni tampoco chistoso o frívolo. El espíritu frívolo puede ser adecuado para la profesión de payaso o actor de teatro, pero siempre rebajará la dignidad del hombre que ha sido escogido para estar entre los vivos y los muertos y para ser la boca de Dios.

La labor diaria se registra fielmente en los libros de Dios. Como hombres que piden iluminación espiritual daréis tono moral al carácter de todos aquellos con los que os relacionéis. Como fieles ministros del evangelio, debéis dirigir todas vuestras energías mentales y todas las oportunidades de vuestra vida hacia el completo éxito de vuestro trabajo y presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre. Con tal fin, debéis orar con sinceridad. Los ministros del evangelio deben poseer ese poder que obró tan grandes maravillas con los humildes pescadores de Galilea.

Necesitáis fuerza moral y espiritual para desempeñar las responsabilidades que se os delegan. Podéis poseerlas y, aun así, sufrir de una gran falta de piedad. El don del Espíritu Santo es indispensable para tener éxito en la gran tarea. Cristo dijo: “Separados de mí nada podéis hacer”. Juan 15:5. Pero con Cristo fortaleciéndoos podéis hacerlo todo.

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Compasión por los descarriados

Apreciado hermano A: Me he levantado temprano para escribirle. Soy responsable de la luz que se me ha dado últimamente. Durante mi estancia en ese estado el Señor se me ha revelado dos veces. En la noche, mientras le suplicaba, se me mostraron muchas cosas relacionadas con la causa de Dios. Se me presentó el estado de la iglesia, el colegio, el sanatorio y las casas editoras de Battle Creek, y la obra de Dios en Europa e Inglaterra, en Oregón, en Texas y en otros nuevos campos. En los nuevos campos que se han abierto hace poco y llevan la marca divina hay una gran necesidad de obreros. Muchos de los que están en ellos corren el peligro de aceptar la verdad o expresar su aceptación sin una genuina conversión del corazón. Cuando sean probados por la tormenta y la tempestad descubrirán que su casa no estába construida sobre la roca sino sobre arenas movedizas. El ministro debe poseer una piedad práctica y desarrollarla con su vida diaria y su carácter. Sus discursos no deben ser exclusivamente teóricos.

Se me mostraron algunos aspectos que no son favorables para la prosperidad de la causa de la verdad en Texas. Los hermanos B y sus familias, hasta el momento, no han sido una bendición o una ayuda para la causa de Dios en ningún lugar. Su influencia no es un perfume agradable. No pueden participar en la edificación de la causa de Dios porque carecen de los elementos necesarios para ejercer una influencia saludable en favor de Dios y la verdad. Si usted tuviera la mente de Dios no habría sido tan corto de discernimiento, en especial después de las fieles advertencias que le hicieron quienes deberían ser depositarios de su confianza. Las palabras amables y los discursos agradables lo han confundido. Aunque esos hermanos no son iguales, los caracteres de todos son defectuosos. Con la constante vigilancia sobre sí mismos y la sincera oración de fe a Dios podrían conseguir que el yo se mantenga en su correcto lugar. Por medio de Jesucristo podrían llegar a transformar el carácter y ganar la idoneidad moral para encontrarse con el Señor cuando regrese. Sin embargo, Dios no les confiará ninguna responsabilidad de importancia porque las almas estarían en peligro. Esos hombres no son adecuados para dirigir el rebaño de Dios. Siempre que sus palabras deberían ser parcas y bien escogidas, modestas y humildes, los rasgos naturales de su carácter se superponen en todo cuanto dicen o hacen y la obra de Dios se malogra.

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Usted y el hermano C no tienen un verdadero discernimiento. Han confiado demasiado en las capacidades de esos hombres. Aunque un barco sea seguro en casi todos sus aspectos, si en uno solo es defectuoso, si está un poco carcomido, las vidas de todos lo que están a bordo corren peligro. Por más que casi todos los eslabones de una cadena sean perfectos, uno solo defectuoso hace que pierda todo su valor. Las personas que poseen excelentes cualidades pueden tener algunos rasgos de carácter que las hacen inadecuadas para que se les confíe la solemne y sagrada obra de Dios. Los hermanos B son deficientes en casi todo lo que se refiere al carácter cristiano. Su ejemplo no es digno de ser imitado.

Hermano, le queda mucho por hacer antes de que sus esfuerzos lleguen a ser lo que pueden y deben ser. Su entendimiento se ha ofuscado. Relacionarse con aquellos cuyos caracteres se han forjado con un molde inferior no lo elevarán ni lo ennoblecerán, sino que oxidarán y corroerán su espíritu, y echarán a perder su utilidad y lo alejarán de Dios. Usted tiene una naturaleza impulsiva. Las cargas de la vida doméstica y la causa no lo abruman demasiado. A menos que se ponga constantemente bajo la influencia refinadora del Espíritu de Dios, sus maneras corren el peligro de volverse ásperas. Para representar correctamente el carácter de Cristo es necesario que aumente su espiritualidad y se vincule aún más estrechamente con Dios en la gran tarea que ha emprendido. Sus pensamientos deben elevarse y su corazón debe santificarse; así será colaborador de Jesucristo. “Purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová”. Isaías 52:11.

La obra de Dios en Texas gozaría hoy de una condición mejor si los hermanos B no estuvieran relacionados con ella. Podría mencionar más causas específicas, pero no lo haré en este momento. Baste decir que esos hombres no se encuentran a bien con Dios, se sienten autosuficientes y competentes para casi cualquier ocupación y no se han esforzado para corregir los rasgos objetables de unos caracteres que les fueron transmitidos como herencia de familia pero que la educación, la cultura y la formación podrían haber sometido. Han mejorado en algunos aspectos, pero si fueran pesados en la balanza, todavía serían encontrados faltos.

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La palabra de Dios abunda en principios generales para la formación de hábitos de vida correctos; los testimonios, tanto generales como personales, se han calculado para llamar aún más específicamente su atención sobre esos principios. Sin embargo, no han causado la suficiente impresión sobre sus corazones y sus mentes para que lleguen a percibir la necesidad de una reforma decidida. Si se vieran correctamente a sí mismos en contraste con el Modelo perfecto recibirían la fe que obra por amor y purifica el alma. Esos hermanos, excepto A B, son, por naturaleza, arbitrarios, dictatoriales y autosuficientes. No consideran a los demás mejores que ellos mismos. Profesan ser ecuánimes pero son capaces de colar el mosquito y tragar el camello en su trato con aquellos de sus hermanos que temen, serán considerados superiores a ellos. Fijan su atención en pequeñeces y hablan sobre las personas fundándose sólo en chismes y palabrerías. Esto es así en particular para dos de esos hermanos.

Esos hombres, en especial A B, son buenos conversadores. Sus maneras refinadas de relacionar las cosas tiene tal apariencia de honradez y genuino interés por la causa de Dios que tienden a engañar y nublar las mentes de los que los escuchan. Mientras escribo el corazón me duele de pena porque conozco el resultado de la influencia de esa familia allí donde la ha ejercido. No quería volver a hablar de esas personas, pero la solemne revelación que se me ha hecho de esos asuntos me impele a escribir una vez más. Si los ministros de la palabra, los cuales profesan estar unidos a Dios, no pueden discernir la influencia de esos hombres, no son idóneos para levantarse como maestros de la verdad de Dios. Bastaría con que esas personas supieran aceptar su posición y nunca intentaran ser maestros o dirigentes para que yo me mantuviera en silencio; pero cuando veo que la causa de Dios corre peligro no puedo permanecer inactiva ni un minuto más.

No se debería permitir que esos hermanos residan en un mismo lugar y formen el núcleo o el elemento director de la iglesia. Carecen de afecto natural. No se manifiestan mutuamente compasión, amor, ni sentimientos elevados, sino que son envidiosos, celosos, murmuradores y se pelean unos con otros. Sus conciencias no son compasivas. El amor, la amabilidad y la mansedumbre de Cristo no forman parte de su experiencia. Dios no permita que un elemento así exista en la iglesia. A menos que se conviertan, esas personas no podrán ver el reino de los cielos. Sus sentimientos se complacen más en destruir con críticas, destacando los errores y buscando las manchas y las impurezas ajenas que en lavar las vestiduras de su propio carácter y quitar la contaminación del pecado blanqueándolas en la sangre del Cordero.

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Ahora abordo el punto más doloroso de esta historia, el que concierne al hermano D. El Señor hizo que supiera de una investigación en la que tanto usted como el hermano C aparecían con mucha frecuencia. Dios sufría por ambos. Vi y escuché cosas que me causaron pena y dolor. Cabría esperar que los hermanos B se comportaran con una conducta tan poco razonable e impía como la que se seguía en esa investigación; sin embargo, mi mayor sorpresa y tristeza fue que hombres como el hermano C y usted mismo tuvieran parte activa en esa vergonzosa y sesgada investigación.

Al hermano C, quien desempeñó el papel del abogado para interrogar y sacar a la luz las minucias, le diría que ni por todo el oro del mundo habría aceptado una tarea como esa. Usted fue víctima de un engaño que no tiene ni un atisbo de respeto. La envidia, los celos, las suspicacias perversas y las disputas dudosas organizaron ese carnaval.

Quizá piensen que soy demasiado severa, pero la transacción merece toda la severidad. Al condenar al inocente, ¿pensaron que Dios es como todos ustedes? La subsiguiente condición del hermano D fue la consecuencia de la posición que ustedes tomaron en tal ocasión. Si hubiesen mostrado amabilidad y compasión, hoy él estaría todavía en un lugar en el que su influencia hablaría en favor de la verdad con el poder que ejerce un espíritu manso y pacífico. El hermano D no era un orador elocuente y las palabras suaves y los discursos amables de A B, pronunciados con una aparente calma y honestidad, hicieron su efecto. Ese hombre pobre y ciego debería haber sido considerado con piedad y ternura; y, sin embargo, se lo puso en las peores circunstancias posibles. Dios lo vio y no considerará libre de culpa a ninguno de los que tomaron parte en esa desagradable investigación. Aprendan la lección de esta experiencia; en particular, aprendan a cerrar los oídos a aquellos que puedan alimentar sus prejuicios contra aquellos a quienes Dios ha puesto ante ustedes para que los sostengan, se compadezcan de ellos y los fortalezcan.

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El hermano C y usted no podían ver los defectos de los hermanos B; ni tampoco podían discernir los rasgos de carácter opuestos del hermano D. Sin embargo, su influencia, santificada por el Espíritu de Dios, hablaría sobre la causa de Dios con un poder diez veces mayor que el de los hermanos B. Han perjudicado mucho al hermano D; les aconsejo que se arrepientan de esa ofensa con la misma pasión con la que se entregaron a ella. En nombre del Maestro, les encarezco para que sacudan las influencias humanas y cierren los oídos a los rumores. Que nadie ponga un testimonio ajeno en sus bocas; antes permitan que Dios, y no los hombres sin consagrar, deposite en ustedes la causa.

El hermano C necesita que el Espíritu de Dios que suaviza y refina more en su corazón. Debe ejercitarlo en el hogar. “El amor sea sin fingimiento”. Romanos 12:9. Que el espíritu arbitrario, dictatorial y censurador sea arrojado de su casa, así como toda la malicia. El mismo espíritu exigente y acusador se manifestará en la iglesia. Si con el tiempo, suaviza sus sentimientos, actuará de manera más amable; pero si por el contrario, sus sentimientos se endurecen, se comportará del mismo modo. El control de sí mismo y la disciplina no han sido objeto de sus ejercicios. Allí donde el hermano D tiene un defecto, sus jueces y los que lo condenaron tienen diez.

Hermano A, ¿por qué no se puso completamente de parte del oprimido? ¿Por qué no intentó llegar a un compromiso? ¿Por qué no levantó su voz y, como el Salvador, dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra” Juan 8:7? Ha cometido un terrible error que traerá como consecuencia la pérdida de más de una alma, por más que obrara desde la ignorancia. Si de su boca hubiera salido una sola palabra amable y de genuina compasión para con el hermano D, se habría registrado en el cielo. Pero el sentido que usted tenía de la tarea que lleva a cabo para el tiempo de la eternidad no era mayor que el de aquellos que condenaron a Cristo. Usted juzgó y condenó a Cristo en la persona de su santo. “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” Mateo 25:40. Jesús siempre reprendió la hipocresía con la máxima severidad, a la vez que recibía, perdonaba y consolaba a los mayores pecadores que acudían a él con arrepentimiento sincero.

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¿Alguna vez pensó que el hermano D podría llegar a creer que lo erróneo era correcto y lo correcto erróneo porque así se lo hicieran creer sus hermanos? Estaba inquieto y nervioso. Todo le parecía tenebroso e incierto. Su confianza en usted y el hermano C se había desvanecido. ¿En quién confiaría? Recibía censuras una vez tras otra hasta que quedó confuso, desconcertado y desesperado. Quienes lo llevaron a ese estado cometieron el pecado más execrable.

¿Dónde estaba la compasión, aun desde el punto de vista más básico del común de la humanidad? Las personas mundanas, por regla general, no habrían sido tan descuidadas, tan faltas de misericordia y cortesía; habrían mostrado más compasión hacia un hombre ante su grave enfermedad, considerándolo merecedor de las más tiernas atenciones y el afecto de buena vecindad. Sin embargo, era un hombre ciego, un hermano en Cristo, y varios de sus hermanos se erigieron en jueces de su caso.

Más de una vez durante el progreso del juicio, mientras el hermano era perseguido como si se tratara de dar caza a un conejo para matarlo, usted estallaba en una estentórea carcajada. Ahí estaba el hermano C, naturalmente tan amable y compasivo que censuraba a sus hermanos por su persistencia en el juego asesino, aunque se tratase de un pobre ciego, cuyo valor es mucho más elevado que un simple pájaro porque se trata de un ser creado a imagen y semejanza de Dios y puesto por encima de las criaturas mudas que él protege. De haberse escuchado su voz en la asamblea, el veredicto de Aquel que habló como jamás ningún hombre ha hablado podría ser: “Coláis el mosquito, y tragáis el camello”. Mateo 23:24.

El que tuviera tan tierna compasión por los pájaros podría haber ejercido una compasión digna de alabanza y un amor por Cristo en la persona de su afligido santo. Sin embargo, ustedes tenían los ojos cubiertos por una venda. El hermano B presentó un discurso agradable y habilidoso. El hermano D no era orador preparado. Sus pensamientos no podían revestirse de un lenguaje adecuado para su defensa. Además, estaba demasiado sorprendido como para dar la vuelta a la situación. Sus agudos y críticos hermanos se volvieron en fiscales y pusieron al ciego en gran desventaja. Dios vio y anotó las transacciones de ese día. Aquellos hombres, versados en disipar nieblas y resolver casos, aparentemente, obtuvieron un triunfo, a la vez que el hermano ciego, maltratado y vilipendiado, sintió que la tierra se hundía bajo sus pies. La confianza depositada en aquellos que había creído que eran los representantes de Cristo se vio terriblemente zarandeada. El impacto moral que recibió ha estado a punto de causar su ruina, física y espiritual. Todos los que se vieron mezclados en esa obra deberían sentir el más profundo remordimiento y arrepentimiento ante Dios.

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El hermano D ha cometido un error al hundirse bajo el peso de los reproches y las críticas inmerecidas que debieran haber recaído sobre otras cabezas antes que la suya. Ha amado la causa de Dios con toda su alma. Dios ha demostrado su cuidado por el ciego al darle prosperidad y, aun esto se ha vuelto contra él por causa de sus envidiosos hermanos. Dios ha puesto en los corazones de los incrédulos la facultad de ser amables y compasivos con él porque es ciego. El hermano D fue un caballero cristiano que incluso supo reconciliarse con sus enemigos mundanos. Dios fue para él un tierno padre y allanó su camino. Él debió haber sido fiel a su conocimiento de la verdad y servir a Dios con sencillez de corazón, sin tener en cuenta la censura, las envidias y las falsas acusaciones. Hermano A, la posición que usted tomó fue el golpe definitivo para el hermano D. Sin embargo, él no debió abandonar su firmeza en Dios aunque los ministros y el pueblo siguieran un rumbo que él considerara injusto. Si se hubiera aferrado a la Roca eterna, se habría mantenido firme desde el principio y habría mantenido la fe y la verdad contra viento y marea. ¡Cuánto necesitaba el hermano D aferrarse aún con más fuerza al Brazo que es poderoso para salvar!

Todo el valor y la grandeza de su vida se derivan de su conexión con el cielo y la vida futura e inmortal. El brazo eterno de Dios rodea al alma que se vuelve a él en busca de ayuda, y no tiene en cuenta su debilidad. Las bellezas de las colinas perecerán; pero el alma que vive por Dios, que no es conmovida por la censura, que no se corrompe con el aplauso, vivirá por siempre con él. La ciudad de Dios abrirá sus puertas de oro para recibir al que mientras estuvo en la tierra aprendió a inclinarse ante Dios buscando su guía y sabiduría, su consuelo y esperanza en medio de la pérdida y la aflicción. Los cánticos de los ángeles le darán la bienvenida y el árbol de la vida dará para él sus frutos.

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El hermano D ha fracasado cuando tenía que haber salido victorioso. Pero el compasivo ojo de Dios no lo ha abandonado. Aunque la compasión humana pueda desvanecerse, Dios sigue amando y apiadándose, y alarga su mano ayudadora. Si el hermano D es humilde, manso y sencillo de corazón, Dios levantará su cabeza y pondrá sus pies firmes sobre la Roca de la Eternidad. “‘Porque los montes se moverán, y los collados temblarán, pero no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz se quebrantará’, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti”. Isaías 54:10.

Sometidos a juicio, ninguno de nosotros sería excusado por permitir que nuestro vínculo con Dios se pierda. Él es la fuente de nuestra fuerza, nuestro baluarte en el juicio. Cuando clamamos pidiendo ayuda, su mano se extiende poderosamente para salvarnos. El hermano D debió haber sentido que, teniendo a Dios como su padre, podía esperar y gozarse aun cuando todos sus amigos humanos lo abandonaran. Le ruego que no abandone el servicio a Dios porque un hombre débil lo haya juzgado mal, sino que se apresure y se consagre a Dios y lo sirva con todas sus fuerzas. Dios lo ama y él ama a Dios; sus obras deben estar en concordancia con su fe, no importa cómo se comporten los hombres con él. Sus enemigos pueden indicar que su posición actual es la prueba de que su juicio era correcto. La conducta del hermano D ha sido precipitada e irreflexiva. Su alma ha sido víctima del desengaño y piensa que la herida es demasiado profunda para ser sanada. Sobre los que lo persiguieron tan encarnizadamente recae una gran culpa. Si Dios hubiese tratado sus retorcidos caminos y sus imperfectos caracteres como ellos han tratado al hermano D, años ha que habrían perecido. Pero el Dios de compasión se apiadó de ellos y no los trató según merecen sus pecados.

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