Los que han sentido el peso del trabajo han testificado con ardiente e incansable energía mediante sus obras que no están contentos de ser meros creyentes de la teoría. Han procurado andar en la luz. Han practicado lo que creen. Han combinado la fe con las obras. Han hecho precisamente la obra que el Señor ha pedido que se haga, y mucha gente ha sido iluminada, convencida y atendida.
Sorprende la indiferencia de nuestros pastores respecto a la reforma pro salud y la obra médica misionera. Aun los que no profesan ser cristianos tratan el tema con mayor consideración que algunos de nuestra propia iglesia, y nos llevan la delantera.
¿Por qué, me pregunto, algunos de nuestros hermanos ministeriales están tan atrasados en la proclamación del importante tema de la temperancia? Mis hermanos, el mensaje para vosotros es: “Sostened la obra de la reforma pro salud y marchad”. Si pensáis que la obra médica misionera se está saliendo de proporciones, llevad a los hombres que han estado trabajando en estas filas con vosotros a vuestros campos de labor, y poned dos aquí y dos allá. Aceptad a estos médicos misioneros como aceptaríais a Cristo y ved qué obra pueden hacer. Descubriréis que no son enanos en su experiencia religiosa. Ved si en esta forma no podréis encauzar muchas de las corrientes vitales del cielo dentro de la iglesia. Ved si no hay algunos que podrían adquirirán la educación que tanto necesitan y que podrían decir: “Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecado, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”. Efesios 2:4-6. Nuestra gran necesidad es la unidad, perfecta unión en la obra de Dios.
Los que no pueden apreciar la importancia y la fuerza de la obra médica misionera no deben sentirse autorizados para tratar de controlar ningún aspecto de ella. Necesitan un mayor conocimiento en todas las fases de la reforma pro salud. Necesitan ser purificados, santificados y ennoblecidos. Necesitan ser moldeados y hechos a semejanza divina. Entonces verán que la obra médica misionera es parte de la obra de Dios. La razón por la que muchos miembros de iglesia no entienden este departamento de la obra, es porque no están siguiendo a su Líder paso a paso en abnegación y sacrificio de sí mismos. La obra médica misionera es la obra de Dios y tiene su aprobación, y aunque los recursos no deben emplearse solamente en este ramo de trabajo, hasta el punto de hacerle daño o imposibilitar el trabajo que debiera hacerse en nuevos campos, no debiera restársele importancia.
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El ministerio evangélico es una organización para la proclamación de la verdad tanto al enfermo como al que goza de salud. Combina el trabajo misionero médico y el ministerio de la palabra. Mediante la combinación de estas dos actividades surgen oportunidades para comunicar luz y presentar el Evangelio a todas las clases sociales. Dios desea que tanto los pastores como miembros de iglesia muestren un interés decidido y activo en la obra médica misionera.
Llegar hasta la gente en el lugar preciso donde se encuentra, sin importar su posición ni su condición, y ayudar en todo lo que sea posible: en esto consiste el ministerio evangélico. Los que están enfermos físicamente, casi siempre están también enfermos anímicamente; y cuando el alma está enferma, eso también afecta el cuerpo. Los pastores debieran sentir que es parte de su trabajo atender a los enfermos y a los afligidos siempre que se presente la oportunidad. El ministro del Evangelio debe presentar el mensaje para que las personas sean santificadas y estén listas para la venida del Señor. Esta obra debe cubrir todo lo que abarca el ministerio de Cristo.
Entonces, ¿por qué no todos los ministros cooperan de corazón con los que llevan adelante la obra médica misionera? ¿Por qué no estudian cuidadosamente la vida de Cristo, para saber cómo trabajó él y así imitarlo? ¿Es para que vosotros, los ministros escogidos de Cristo, los que disfrutáis de su ejemplo ante vosotros, salgáis al frente y critiquéis precisamente la obra que él vino a realizar entre los hombres? La obra que se lleva a cabo ahora en las filas médicas misioneras debiera haberse hecho hace muchos años, y debió haberse completado si el pueblo de Dios hubiera estado plenamente convertido a la verdad, si hubiera estudiado la palabra con corazón humilde, si hubiera reverenciado al Dios del universo y estudiado su voluntad en vez de practicar la complacencia de sí mismos. Si nuestro pueblo hubiera realizado esta obra, muchas personas con dones e influencia se habrían convertido y unido a nosotros en la proclamación del mensaje del pronto regreso de Cristo.
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Los conocedores de la fisiología y la higiene descubrirán en su quehacer ministerial que este conocimiento es un medio por el cual pueden iluminar a otros respecto al tratamiento correcto e inteligente de las facultades físicas, mentales y morales. Por lo tanto, los que se preparan para el ministerio debieran estudiar diligentemente el organismo humano para saber cómo cuidar el cuerpo, no a través de productos químicos en forma de medicamentos, sino del laboratorio mismo de la naturaleza. El Señor bendecirá a todos los que hagan esfuerzos por mantenerse libres de enfermedad y que guíen a otros a considerar como sagrada la salud, tanto del cuerpo como del alma.
Los embajadores de Cristo, a quienes se han encargado los oráculos vivientes de Dios, pueden ser doblemente útiles si saben cómo ayudar al enfermo. Un conocimiento práctico de la reforma pro salud capacitará mejor a hombres y mujeres para proclamar el mensaje de misericordia y retribución al mundo.
Los ministros deben ser educadores que comprenden y aprecian las necesidades de la humanidad. Debieran animar a los miembros de iglesia a adquirir conocimiento práctico de todos los aspectos de la obra misionera, para que sean una bendición para todos. Debieran estar listos a fin de distinguir a los que aprecian los asuntos relacionados con la vida espiritual, a los que tienen tacto y habilidad para velar por la gente y atenderla en su necesidad, como responsables de ella delante de Dios. También debieran ayudar a organizar las fuerzas de trabajo de la iglesia, para que hombres, mujeres y jóvenes de diferentes temperamentos, en distintas vocaciones y posiciones, se responsabilicen de la obra que debe hacerse, usando los talentos que Dios les dio en el servicio del Maestro.
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Nuestras ideas acerca de la generosidad cristiana deben ponerse en práctica si deseamos que aumenten. El trabajo práctico logrará mucho más que los sermones. Las ideas de nuestros pastores deben conocerse, y basados en una genuina experiencia personal, debieran pronunciar palabras que despierten las energías adormecidas del pueblo. Por medio de una relación cotidiana con Dios, debieran obtener una visión más profunda dentro de su propia vida y la de otras personas, estrechando así el círculo de influencia. De esta manera serán colaboradores con Cristo, capaces de iluminar a otros porque ellos mismos son portadores de luz.
A medida que los miembros de la iglesia refuercen su fundamento y aumenten su solidez afirmando sus almas en la Roca eterna, a medida que aprendan a amar a Dios supremamente, aprenderán también a amar a su prójimo como a sí mismos.
El poder de Dios se magnifica cuando el corazón humano es tierno y sensible a las necesidades de otros, y compasivo con sus sufrimientos. Los ángeles de Dios están listos para cooperar con los agentes humanos para ministrar a la gente. Cuando el Espíritu Santo obre en nuestros corazones y mentes, no rehuiremos deberes ni responsabilidades, pasando de largo y dejando el alma herida e indefensa librada a su propia miseria.
En consideración al valor que Cristo asigna a lo que ha comprado con su sangre, adopta a los hombres como sus hijos, los hace objetos de su tierno cuidado, y para satisfacer sus necesidades temporales y espirituales los encomienda a su iglesia, diciendo: Por cuanto lo hicisteis a uno de estos pequeñitos, a mí lo hicisteis.
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Nuestra consigna debe ser esta: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Mateo 25:40. Y si practicamos fielmente esta consigna en nuestra vida diaria, oiremos la bendición: “Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu Señor”. Mateo 25:21. ¿Valdrá la pena como cristianos soportar las pruebas y tribulaciones de Dios?
En la obra de limpiar y purificar nuestras propias vidas, nuestro profundo deseo de asegurar nuestra elección y vocación nos inspirará con un sentimiento de ternura hacia los necesitados. La misma energía y cuidadosa atención que una vez manifestamos por los asuntos mundanales la pondremos al servicio de Aquel a quien debemos todo. Haremos como Cristo hizo, aprovechando toda oportunidad para trabajar por los que sin nuestra ayuda se perderán en su ignorancia. Extenderemos a otros una mano ayudadora. Entonces, con cánticos, alabanzas y acción de gracias nos regocijaremos con Dios y los ángeles del cielo cuando veamos a personas enfermas por el pecado que son levantadas y ayudadas; al ver a los engañados y desorientados sentarse a los pies de Jesús para aprender de él. Al hacer esta obra, recibiendo de Dios y devolviéndole aquello que, confiando en nosotros, nos prestó para usarlo para gloria de su nombre, entonces su bendición descansará sobre nosotros. Que el pobre, el desanimado y los enfermos por el pecado sepan que en guardar los mandamientos de Dios “hay gran remuneración”. Con nuestra propia experiencia mostremos a otros que la bendición y el servicio van juntos.
Aunque hemos utilizado tiempo y talentos preciosos para agradarnos a nosotros mismos, la mano del Señor todavía sigue extendida; y si trabajáramos hoy en su viña, esparciendo lamisericordiosa invitación que él hace al mundo, aceptará nuestro servicio. ¿Por cuántos trabajaréis para que alcancen el cielo y participen del elogio: “Bien hecho buen y fiel siervo”? ¿A cuántos ayudaréis a coronarse con gloria, honor y vida eterna? El Salvador está llamando obreros. ¿Vendrás?
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El premio del servicio
“Cuando hagas comida o cena”, dijo Cristo, “no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar y seas recompensado. Mas cuando hagas banquete llama a los pobres, los mancos, los cojos, y los ciegos; y serás bienaventurado, porque ellos no te pueden recompensar, pero serás recompensado en la resurrección de los justos”. Lucas 14:12-14.
Con estas palabras Cristo establece un contraste entre las prácticas egoístas del mundo y el ministerio altruista del cual él ha dado un ejemplo con su propia vida. No ofrece ningún premio de ganancia o de reconocimientos mundanales para este ministerio. “Serás recompensado—dijo él—en la resurrección de los justos”. Entonces los frutos de cada uno se harán manifiestos y cada cual segará aquello que sembró.
Este pensamiento debiera ser de estímulo y ánimo para cada obrero de Dios. En esta vida nuestro trabajo por Dios, a menudo parece no producir frutos. Nuestros esfuerzos para hacer el bien pueden ser arduos y constantes, sin embargo, podría ser que no se nos permita ver sus resultados. El esfuerzo puede parecernos infructuoso. Pero, el Salvador nos asegura que nuestra obra es apreciada en el cielo y que la recompensa es segura. El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu, dice, “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos”. Gálatas 6:9. En las palabras del salmista leemos: “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; más volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”. Salmos 126:6.
Mientras el gran premio final se concederá en la venida de Cristo, el servicio ofrecido de corazón a Dios nos premia también en esta vida. El obrero tendrá que enfrentarse a obstáculos, oposición y amargos desalientos que afligirán el corazón. Podrá no ver el fruto de su trabajo. Pero, a pesar de todo esto encuentra en su labor una recompensa bendita. Todos los que se entregan a Dios en servicio desinteresado por la humanidad, colaboran con el Señor de gloria. Este pensamiento suaviza toda tarea, vigoriza la voluntad, alienta el espíritu por lo que pueda suceder. Trabajar con un corazón generoso, ennoblecido por ser participante de los sufrimientos de Cristo, compartiendo sus simpatías, ayuda a aumentar el flujo y reflujo de su gozo, y añade honor y alabanza a su exaltado nombre.
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El compañerismo con Dios, con Cristo, y con los santos ángeles proporciona una atmósfera celestial, una atmósfera que trae salud al cuerpo, vigor al intelecto y alegría al alma. Todos los que consagran cuerpo, alma, y espíritu al servicio de Dios, recibirán constantemente una nueva porción de poder físico, mental y espiritual. A su disposición están los inagotables recursos del cielo. Cristo da vida. El Espíritu Santo imparte su energía para que obre en los corazones y las mentes.
“Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto… Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. En las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como un huerto de riego y como manantial de aguas cuyas aguas nunca faltan”. Isaías 58:8-11.
Muchas son las promesas de Dios a los que ministran a sus afligidos. Dice él: “Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará Jehová. Jehová lo guardará, y le dará vida; será bienaventurado en la tierra, y no lo entregarás a la voluntad de sus enemigos. Jehová lo sustentará sobre el lecho del dolor; mullirás toda su cama en su enfermedad”. Salmos 41:1-3. “Confía en Jehová, y haz el bien; y habitarás en la tierra y te apacentarás de la verdad”. Salmos 37:3. “Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto”. Proverbios 3:9. “Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza”. Proverbios 11:24. “A Jehová presta el que da al pobre, y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar”. “El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado”. Proverbios 19:17; 11:25.
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Y mientras mucho del fruto de su trabajo no se ve en esta vida, los obreros de Dios tienen su segura promesa de recompensa final. Como Salvador del mundo, Cristo a menudo enfrentó fracasos aparentes. Parecía producir poco en la obra que anhelaba realizar, animando y salvando. Agentes satánicos actuaban constantemente para obstruir su senda. Pero él no se desanimaba. Tuvo siempre presente el resultado de su misión. Sabía que la verdad triunfaría finalmente en su contienda con el mal, y a sus discípulos dijo: “Estas cosas os he hablado para que en mi tengáis paz. En el mundo tendréis aflicciones: mas confiad, yo he vencido al mundo”. Juan 16:33. La vida de los seguidores de Cristo debe ser como la suya: una serie de victorias ininterrumpidas, no consideradas como tales aquí, pero reconocidas en el porvenir.
Los que trabajan por el bienestar de otros están ligados a los seres celestiales. Disponen de su constante compañía y su incesante ministerio. Ángeles de luz y poder están siempre cerca para proteger, confortar, sanar instruir e inspirar. Suyas son la educación más elevada, la cultura más genuina y el servicio más exaltado posible para los seres humanos en este mundo.
A menudo nuestro Padre misericordioso anima a sus hijos y fortalece su fe permitiéndoles ver aquí evidencias de su poder y de su gracia sobre los corazones y vidas de aquellos por quienes trabajan. “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mi vacía, sino que hará lo que yo quiero, será prosperada en aquello para que la envié. Porque con alegría saldréis y con paz seréis vueltos; los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso. En lugar de la zarza crecerá ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá arrayán; y será a Jehová por nombre, por señal eterna que nunca será raída”. Isaías 55:8-13.
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En la transformación del carácter, en la expulsión de las malas pasiones, al desarrollar las encantadoras gracias del Espíritu Santo de Dios, vemos el cumplimiento de la promesa: “En lugar de zarza crecerá ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá arrayán”. Vemos el desierto de la vida “regocijarse, y florecer como la rosa”.
Cristo se deleita en utilizar un material aparentemente sin esperanza y convertirlo en el objeto de su gracia, aquellos que Satanás ha envilecido y mediante quienes ha trabajado. Se regocija en librarlos del sufrimiento y de la ira que habrá de derramarse sobre el desobediente. A sus hijos los hace agentes en la terminación de esta obra, y en su éxito, aun en esta vida, encuentran una preciosa recompensa.