El poder prometido
Dios no nos pide que hagamos con nuestra propia fuerza la obra que nos espera. Él ha provisto ayuda divina para todas las emergencias a las cuales no puedan hacer frente nuestros recursos humanos. Da el Espíritu Santo para ayudarnos en toda dificultad, para fortalecer nuestra esperanza y seguridad, para iluminar nuestra mente y purificar nuestro corazón.
Precisamente antes de su crucifixión, el Salvador dijo a sus discípulos: “No os dejaré huérfanos”. “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre”. “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir”. “…él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”. Juan 14:18, 16;16:13; 14:26.
Cristo hizo provisión para que su iglesia fuera un cuerpo transformado, iluminado por la luz del cielo, que poseyese la gloria de Emanuel. Él quiere que todo cristiano esté rodeado de una atmósfera espiritual de luz y paz. No tiene límite la utilidad de aquel que, poniendo el yo a un lado, da lugar a que obre el Espíritu Santo en su corazón, y vive una vida completamente consagrada a Dios.
¿Cuál fue el resultado del derramamiento del Espíritu en el día de Pentecostés? Las buenas nuevas de un Salvador resucitado fueron proclamadas hasta los confines más remotos del mundo habitado. El corazón de los discípulos quedó sobrecargado de una benevolencia tan completa, profunda y abarcante, que los impulsó a ir hasta los confines de la tierra testificando: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo…”. Gálatas 6:14. Mientras proclamaban la verdad tal cual es en Jesús, los corazones cedían al poder del mensaje. La iglesia veía a los conversos acudir a ella desde todas las direcciones. Los apóstatas se volvían a convertir. Los pecadores se unían con los cristianos en la búsqueda de la perla de gran precio. Los que habían sido acérrimos oponentes del evangelio llegaron a ser sus campeones. Se cumplía la profecía: “…el que entre ellos fuere débil, en aquel tiempo será como David; y la casa de David como Dios, como el ángel de Jehová”. Zacarías 12:8. Cada cristiano veía en su hermano la divina similitud del amor y la benevolencia. Un solo interés prevalecía. Un objeto de emulación absorbía a todos los demás. La única ambición de los creyentes consistía en revelar un carácter semejante al de Cristo y trabajar para el engrandecimiento de su reino.
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“Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos”. Hechos 4:32. Gracias a sus labores se añadieron a la iglesia hombres elegidos, quienes, recibiendo la Palabra de vida, consagraron su existencia a la obra de comunicar a otros la esperanza que había llenado su corazón de paz y gozo. Centenares proclamaron el mensaje: “El reino de Dios se ha acercado”. Marcos 1:15. No se los podía restringir ni intimidar por amenazas. El Señor hablaba por su medio, y dondequiera que fueran, los enfermos eran sanados y el evangelio era predicado a los pobres.
Tal es el poder con que Dios puede obrar cuando los hombres se entregan al control de su Espíritu.
A nosotros hoy, tan ciertamente como a los primeros discípulos, pertenece la promesa del Espíritu. Dios dotará hoy a hombres y mujeres del poder de lo alto, como dotó a los que, en el día de Pentecostés, oyeron la palabra de salvación. En este mismo momento su Espíritu y su gracia son para todos los que los necesiten y quieran aceptar su palabra al pie de la letra.
Notemos que el Espíritu fue derramado después que los discípulos hubieron llegado a la unidad perfecta, cuando ya no contendían por el puesto más elevado. Eran unánimes. Habían desechado todas las diferencias. Y el testimonio que se da de ellos después que les fue dado el Espíritu es el mismo. Notemos la expresión: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma…”. Hechos 4:32. El Espíritu de Aquel que había muerto para que los pecadores vivieran animaba a toda la congregación de los creyentes.
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Los discípulos no pidieron una bendición para ellos mismos. Sentían preocupación por las almas. El evangelio había de ser proclamado hasta los confines de la tierra y solicitaban la medida de poder que Cristo había prometido. Entonces fue cuando se derramó el Espíritu Santo y miles se convirtieron en un día.
Así puede suceder ahora. Desechen los cristianos todas las disensiones, y entréguense a Dios para salvar a los perdidos. Pidan con fe la bendición prometida, y ella les vendrá. El derramamiento del Espíritu en los días de los apóstoles fue “la lluvia temprana”, y glorioso fue el resultado. Pero la lluvia tardía será más abundante. ¿Cuál es la promesa hecha a los que viven en los postreros días? “Volveos a la fortaleza, oh prisioneros de esperanza; hoy también os anunció que os restauraré doble”. “Pedid a Jehová lluvia en la estación tardía. Jehová hará relámpagos, y os dará lluvia abundante, y hierba verde en el campo a cada uno”. Zacarías 9:12; 10:1.
Cristo declaró que la influencia divina del Espíritu había de acompañar a sus discípulos hasta el fin. Pero la promesa no es apreciada como debiera serlo; por lo tanto, su cumplimiento no se ve como debiera verse. La promesa del Espíritu es algo en lo cual se piensa poco; y el resultado es tan sólo lo que podría esperarse: sequía, tinieblas, decadencia y muerte espirituales. Los asuntos de menor importancia ocupan la atención y, aunque es ofrecido en su infinita plenitud, falta el poder divino que es necesario para el crecimiento y la prosperidad de la iglesia y que traería todas las otras bendiciones en su estela.
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La ausencia del Espíritu es lo que hace tan impotente el ministerio evangélico. Puede poseerse saber, talento, elocuencia, y todo don natural o adquirido; pero, sin la presencia del Espíritu de Dios, ningún corazón se conmoverá, ningún pecador será ganado para Cristo. Por otro lado, si sus discípulos más pobres y más ignorantes están vinculados con Cristo, y tienen los dones del Espíritu, tendrán un poder que se hará sentir sobre los corazones. Dios hará de ellos conductos para el derramamiento de la influencia más sublime del universo.
¿Por qué no tener hambre y sed del don del Espíritu, puesto que es el medio por el cual hemos de recibir poder? ¿Por qué no hablamos de él, oramos por él, y predicamos acerca de él? El Señor está más dispuesto a darnos el Espíritu Santo que los padres a dar buenas dádivas a sus hijos. Todo obrero debiera solicitar a Dios el bautismo del Espíritu. Debieran reunirse grupos para pedir ayuda especial, sabiduría celestial, a fin de saber cómo hacer planes y ejecutarlos sabiamente. Debieran los hombres pedir especialmente a Dios que otorgue a sus misioneros el Espíritu Santo.
La presencia del Espíritu con los obreros de Dios dará a la presentación de la verdad un poder que no podrían darle todos los honores o la gloria del mundo. El Espíritu provee la fuerza que sostiene en toda emergencia a las almas que luchan, en medio de la frialdad de sus parientes, el odio del mundo y la comprensión de sus propias imperfecciones y equivocaciones.
El celo por Dios movió a los discípulos a dar testimonio de la verdad con gran poder. ¿No debiera este celo encender en nuestro corazón la resolución de contar la historia del amor redentor de Cristo, y de éste crucificado? ¿No vendrá hoy el Espíritu de Dios en respuesta a la oración ferviente y perseverante, para llenar a los hombres de un poder que los capacite para servir? ¿Por qué es entonces la iglesia tan débil e inerte?
Es privilegio de todo cristiano no sólo esperar sino apresurar la venida de nuestro Señor Jesucristo. Si todos los que profesan su nombre llevaran frutos para su gloria, ¡cuán prestamente quedaría sembrada en el mundo la semilla del evangelio! La última mies maduraría rápidamente, y Cristo vendría para recoger el precioso grano.
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Mis hermanos y hermanas, rogad por el Espíritu Santo. Dios respalda toda promesa que ha hecho. Con la Biblia en la mano, decid: “He hecho como tú dijiste. Presento tu promesa: ‘Pedid, y se os dará; llamad, y se os abrirá’”. Cristo declara: “Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá”. “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. Mateo 7:7; Marcos 11:24; Juan 14:13.
El arco iris que rodea el trono nos asegura que Dios es fiel; que en él no hay mudanza ni sombra de variación. Hemos pecado contra él y no merecemos su favor; sin embargo, él mismo pone en nuestros labios la más admirable de las súplicas: “Por amor de tu nombre no nos deseches, ni deshonres tu glorioso trono; acuérdate, no invalides tu pacto con nosotros”. Jeremías 14:21. Él se ha comprometido a prestar oído a nuestro clamor cuando acudimos a él y confesamos nuestra indignidad y pecado. El honor de su trono garantiza el cumplimiento de la palabra que nos dirige.
Cristo envía a sus mensajeros a toda parte de su dominio para comunicar su voluntad a sus siervos. Él anda en medio de sus iglesias. Desea santificar, elevar y ennoblecer a quienes le siguen. La influencia de los que creen en él será en el mundo un sabor de vida para vida. Cristo tiene las estrellas en su diestra, y es su propósito dejar brillar por intermedio de ellas su luz para el mundo. Así desea preparar a su pueblo para un servicio más elevado en la iglesia celestial. Nos ha confiado una gran obra. Hagámosla fielmente. Demostremos en nuestra vida lo que la gracia divina puede hacer por la humanidad.
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Nuestra responsabilidad
Hay ocasiones cuando se me presenta una visión clara del estado en que se encuentra la iglesia remanente: un estado de asombrosa indiferencia hacia las necesidades de un mundo que perece por falta del cono cimiento de la verdad para este tiempo. Después paso horas, y a veces días presa de una intensa angustia. Muchos de aquellos a quienes se les han encomendado las verdades salvadoras del mensaje del tercer ángel no logran comprender que la salvación de las almas depende de la consagración y actividad de la iglesia de Dios. Muchos emplean las bendiciones que han recibido para servir al yo. Oh, ¡cuánto me duele el corazón debido a que Cristo es avergonzado por causa del comportamiento no cristiano de ellos! Pero, después que pasa mi agonía, siento deseos de trabajar más arduamente que nunca para estimularlos a hacer un esfuerzo abnegado por salvar a sus prójimos.
Dios ha hecho a su pueblo mayordomo de su gracia y verdad, y ¿cómo considera él su descuido de no impartir estas bendiciones a sus prójimos? Supongamos que una distante colonia perteneciente a la Gran Bretaña está en grande aprieto debido al hambre y a una guerra inminente. Multitudes mueren de inanición, y un poderoso enemigo se congrega en la frontera, amenazando acelerar la obra de destrucción. El gobierno del país abre sus despensas; la caridad pública fluye en abundancia; el socorro abunda por todos lados. Una flota cargada de los preciosos medios de existencia es enviada a la escena de sufrimiento, acompañada de las oraciones de aquellos cuyos corazones fueron conmovidos a proveer ayuda. Y por un tiempo la flota navega directamente hacia su destino. Pero, habiendo perdido de vista la tierra, el entusiasmo de los encargados de llevar provisiones a las víctimas hambrientas disminuye. Aunque están ocupados en una obra que los hace colaboradores con los ángeles, pierden las buenas impresiones que tuvieron al salir. Por intermedio de los malos consejeros entra la tentación.
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En el trayecto yace un conjunto de islas y, aunque harto lejos de su destino, deciden hacer escala. La tentación que ya ha entrado se hace más fuerte. El espíritu egoísta del lucro se apodera de sus mentes. Se presentan oportunidades de negocio. Se persuade a los que están a cargo de la flota a permanecer en las islas. Su propósito original de misericordia se pierde de vista. Se olvidan del pueblo hambriento al cual fueron enviados. Las provisiones que se les habían encomendado son usadas para su propio beneficio. Los recursos de beneficencia son desviados por cauces de egoísmo. Intercambian los medios de subsistencia por la ganancia egoísta y dejan que sus prójimos mueran. El clamor de los que perecen asciende a los cielos y el Señor apunta en su registro la historia del robo.
Pensemos en el horror de ver morir a seres humanos porque los encargados de los medios de auxilio fueron infieles a su cometido. Se nos hace difícil reconocer que el hombre pudiera ser culpable de un pecado tan terrible. Sin embargo, se me instruye a deciros, mi hermano, mi hermana, que los cristianos diariamente repiten este pecado.
En el Edén, el hombre cayó de su elevado estado y por medio de la transgresión fue sujeto a la muerte. En el cielo se vio que los seres humanos perecían, y Dios fue movido a misericordia. A un costo infinito él ideó un plan de auxilio. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan 3:16. No había esperanza para el transgresor excepto a través de Cristo. Dios vio que “no había hombre, y se maravilló que no hubiera quien se interpusiese; y lo salvó su brazo, y le afirmó su misma justicia”. Isaías 59:16.
El Señor escogió a un pueblo y lo hizo depositario de su verdad. Era su propósito que, mediante la revelación de su carácter por medio de Israel, los hombres fueran atraídos hacia él. La invitación evangélica debía darse a todo el mundo. A través de la enseñanza del sistema de sacrificios, Cristo había de ser exaltado ante las naciones, y todos los que pusieran su vista en él vivirían.
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Pero Israel no cumplió el propósito de Dios. Se olvidaron de Dios y perdieron de vista su alto privilegio como representantes suyos. Las bendiciones que habían recibido no trajeron ninguna bendición al mundo. Se aprovecharon de todos sus privilegios empleándolos para su propio ensalzamiento. Le robaron a Dios el servicio que él requería de ellos, y le robaron al prójimo la orientación religiosa y el ejemplo piadoso. Dios finalmente envió a su Hijo para revelarle a la humanidad el carácter del Invisible. Cristo vino y vivió en esta tierra una vida de obediencia a la ley de Dios. Entregó su preciosa vida para salvar al mundo e hizo mayordomos a sus siervos. Con el don de Cristo todos los tesoros del cielo fueron dados al hombre. La iglesia fue abastecida con el pan del cielo para las almas hambrientas. Este fue el tesoro que se encargó al pueblo de Dios para ser llevado al mundo. Debieron haber cumplido su deber fielmente, continuando su obra hasta que el mensaje de misericordia hubiera rodeado el mundo.
Cristo ascendió al cielo y envió su Santo Espíritu para dar poder a la obra de sus discípulos. Miles se convirtieron en un día. En una sola generación el evangelio fue llevado a toda nación bajo el cielo. Pero poco a poco se produjo un cambio. La iglesia perdió su primer amor. Se volvió egoísta y amante de la comodidad. El espíritu de la mundanalidad fue aceptado. El enemigo hechizó a los que Dios había dado luz para un mundo en tinieblas: una luz que debió haberse esparcido en buenas obras. El mundo fue privado de las bendiciones que Dios deseaba que la humanidad recibiera.
¿Acaso no se repite la misma cosa en esta generación? En nuestros días hay muchos que retienen lo que el Señor les ha encomendado para la salvación de un mundo desapercibido y descarriado. En la Palabra de Dios se representa un ángel volando en medio del cielo, “que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle honra, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”. Apocalipsis 14:6, 7.
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El mensaje de (Apocalipsis 14) es el mensaje que hemos de llevar al mundo. Es el pan de vida para estos últimos días. Millones de seres humanos perecen en ignorancia e iniquidad. Pero muchos de aquellos a quienes Dios ha encomendado los depósitos de vida miran a estas almas con indiferencia. Muchos olvidan que a ellos se les ha encomendado el pan de vida para los que tienen hambre de salvación.
¡Oh, si hubiera cristianos consagrados, firmeza semejante a la de Cristo, fe que obra mediante el amor y purifica el alma! Que Dios nos ayude a arrepentirnos y a cambiar nuestros pasos lentos por una acción consagrada. Que Dios nos ayude a manifestar la carga de las almas que perecen, tanto mediante nuestras palabras como por la obra que hacemos nuestra.
Demos gracias cada momento por la paciencia de Dios hacia nuestras acciones tardías e incrédulas. En lugar de lisonjearnos pensando en lo que hemos logrado, después de haber hecho tan poco, debemos laborar con más empeño aún. No dejemos de esforzarnos ni bajemos nuestra guardia. Jamás debe disminuir nuestro celo. Nuestra vida espiritual necesita revitalizarse a diario en el río que alegra la ciudad de nuestro Dios. Siempre debemos buscar oportunidades en que podamos emplear para Dios los talentos que él nos ha proporcionado.
El mundo es un teatro; los actores “sus habitantes” se están preparando para desempeñar su parte en el gran drama final. Las grandes masas humanas carecen de unidad, excepto cuando los hombres se confederan con fines egoístas. Dios está observando. Sus propósitos concernientes a sus súbditos rebeldes se han de cumplir. El mundo no ha sido puesto al cuidado de los hombres, a pesar de que Dios está permitiendo que los elementos de confusión y desorden dominen por una temporada. Un poder inferior está obrando para llevar a cabo las grandes escenas del drama: la venida de Satanás como si fuera Cristo, y su actuación con todo el engaño de la injusticia en aquellos que se están uniendo en sociedades secretas. Los que ceden a la pasión de una confederación están desarrollando los planes del enemigo. El efecto seguirá a la causa.
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La transgresión casi ha alcanzado su límite. El mundo está lleno de confusión, y un gran terror ha de venir pronto sobre los seres humanos. El fin está muy cerca. Nosotros que conocemos la verdad debemos estar preparándonos para lo que pronto ha de irrumpir sobre el mundo en forma de una abrumadora sorpresa.
Juan escribió: “Y vi un trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras”. Apocalipsis 20:11, 12.
¿Estamos dormidos como pueblo? Oh, si los jóvenes y las jóvenes en nuestras instituciones que ahora no están preparados para la aparición del Señor, indignos de formar parte de la familia del Señor, lograran discernir las señales de los tiempos, ¡qué gran cambio se vería en ellos! El Señor Jesús está llamando a obreros abnegados a que sigan en sus pisadas, para caminar y trabajar por él, para levantar en alto la cruz, y seguir dondequiera que él los dirija.
Muchos fácilmente se conforman con ofrecer al Señor actos insignificantes de servicio. Su cristianismo es débil. Cristo se entregó por los pecadores. ¡Cuánta ansia por la salvación de las almas nos debiera llenar al ver que los seres humanos perecen en el pecado! Estas almas fueron compradas por un precio infinito. La muerte del Hijo de Dios sobre la cruz del Calvario es la medida de su valor. Diariamente ellas están decidiendo si recibirán la vida o la muerte eterna. Y, sin embargo, hombres y mujeres que profesan servir al Señor se conforman con ocupar su tiempo y atención en asuntos de poca importancia. Se conforman con permanecer en desacuerdo unos con otros. Si se consagraran al trabajo por su Maestro, no estarían luchando ni contendiendo como una familia de niños revoltosos. Toda mano estaría empeñada en el servicio. Cada uno estaría ocupando su puesto, trabajando con corazón y alma como misionero de la cruz de Cristo. El espíritu del Redentor habitaría en el corazón de los obreros, y se producirían obras de justicia. Los obreros llevarían consigo al servicio las oraciones y la simpatía de una iglesia despierta. Recibirían sus instrucciones de Cristo y no tendrían tiempo para luchas y contiendas.