Testimonios para la Iglesia, Vol. 8, p. 16-25, día 415

TESTIMONIOS PARA LA IGLESIA 8

Sección 1—Oportunidades presentes

“Florecerá y echará renuevos Israel, y la faz del mundo llenará de fruto”. Isaías 27:6.

Nuestra obra

¿Cuál es nuestra obra? Es la misma que fue dada a Juan el Bautista, acerca del cual leemos: “En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado. Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”. Mateo 3:1-3. 

Todos los que están verdaderamente empeñados en la obra del Señor en estos últimos días han de llevar un mensaje decisivo. Leed los primeros versículos del capítulo cuarenta de Isaías: 

“Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado” Isaías 40:3-5.

“Voz que decía: Da voces. Y yo respondí: ¿Qué tengo que decir a voces? Que toda carne es hierba, y toda su gloria como flor de campo. La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento de Jehová sopló en ella; ciertamente como hierba es el pueblo. Sécase la hierba, marchitase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre”. vers. 6-8. 

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Este capítulo está repleto de instrucción apropiada para nosotros en este tiempo. La palabra del Señor para nosotros es: “Arrepentíos; preparad el camino para un avivamiento de mi obra”. 

El traslado a Washington de la obra que hasta ahora se había llevado a cabo en Battle Creek es un paso en la dirección correcta. Debemos seguir avanzando hacia las regiones distantes donde la gente está envuelta en oscuridad espiritual. “Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane”. vers. 4. Todo obstáculo a la redención del pueblo de Dios ha de ser removido examinando su Palabra y presentando un claro: “Así dice Jehová”. La luz verdadera ha de brillar porque las tinieblas cubren la tierra y oscuridad los pueblos. La verdad del Dios viviente deberá aparecer en contraste con el error. Proclamad las buenas nuevas. Tenemos un Salvador que ha dado su vida para que aquellos que creen en él no perezcan, sino que tengan vida eterna. 

Surgirán obstáculos en el avance de la obra de Dios, pero no temáis. A la omnipotencia del Rey de reyes, nuestro Dios, que cumple su pacto, une la delicadeza y el cuidado de un tierno pastor. Nada puede impedirle el camino. Su poder es absoluto y es la prenda para el seguro cumplimiento de sus promesas a su pueblo. Él puede remover todos los obstáculos al avance de su obra. Él posee los recursos para eliminar toda dificultad para que aquellos que le sirven, y tienen respeto por los medios que él utiliza, puedan ser libertados. Su bondad y su amor son infinitos y su pacto es inalterable. 

Los planes de los enemigos de su obra al parecer son firmes y bien trazados, pero él puede echar abajo los planes más sólidos, y lo logrará a su debido tiempo, cuando vea que nuestra fe ha sido lo suficientemente probada y que estamos acercándonos a él y haciendo de él nuestro consejero.

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En los días más oscuros, cuando las apariencias sean de lo más lúgubres, no temáis. Tened fe en Dios. Él está obrando su voluntad, haciendo bien todas las cosas en favor de su pueblo. La fuerza de aquellos que le aman y le sirven será renovada de día en día. Su sabiduría será puesta al servicio de ellos para que no tropiecen al llevar a cabo sus propósitos.

No debiera haber desaliento en el servicio de Dios. Nuestra fe deberá resistir toda la presión que se ponga sobre ella. Dios puede y quiere otorgar a sus siervos toda la fuerza que necesiten. Él cumplirá de una manera sobreabundante las esperanzas más elevadas de los que confían en él. 

Dijo el experimentado apóstol Pablo: “Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. 2 Corintios 12:9, 10. 

Oh, mis hermanos, retened firme hasta el fin vuestra confianza del principio. La luz de la verdad de Dios no debe apagarse. Ha de brillar en medio de las tinieblas del error que envuelven el mundo. La Palabra de Dios ha de abrirse ante aquellos que están en los lugares más encumbrados de la tierra, como también ante los más humildes.

La iglesia de Cristo es la agencia de Dios para la proclamación de la verdad y recibe el poder de él para llevar a cabo una obra especial; y si ella es fiel al Señor y obediente a sus mandamientos, morará en ella la excelencia del poder divino. Si ella honra al Señor Dios de Israel, no hay poder que pueda ponerse en su contra. Si ella es fiel a su cometido, las fuerzas del enemigo serán incapaces de vencerla, así como el tamo no puede resistir al torbellino. 

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La iglesia tiene por delante el amanecer de un día esplendoroso y glorioso, siempre y cuando se vista con la cota de la justicia de Cristo, apartándose de toda alianza con el mundo.

Es menester que los miembros de iglesia confiesen sus rebeldías y que se unan. Mis hermanos, no permitáis que nada se introduzca que os separe unos de otros o de Dios. No habléis de diferencias de opinión, sino más bien uníos en el amor de la verdad tal como es en Jesús. Presentaos ante el Señor y reclamad la sangre del Salvador como razón para recibir auxilio en el conflicto contra el mal. No rogaréis en vano. Al acercaros a Dios, contritos de corazón y llenos de la seguridad que da la fe, venceréis al enemigo que procura destruiros. 

Volveos al Señor, oh prisioneros de esperanza. Buscad la fuerza en Dios, el Dios viviente. Manifestad una fe constante y humilde en su poder y en su deseo de salvar. De Cristo fluye el manantial vivo de salvación. Él es la Fuente de vida y de todo poder. Cuando por la fe nos aferremos de su poder, él cambiará de la manera más maravillosa la perspectiva más desanimadora. Hará esto para la gloria de su nombre. 

Dios invita a sus seguidores fieles, que creen en él, que les inspiren ánimo a los que son incrédulos y que no tienen esperanza. Que el Señor nos ayude a auxiliarnos unos a otros y a probarlo por medio de una fe viviente. 

“Cantad con gozo a Dios, fortaleza nuestra; al Dios de Jacob aclamad con júbilo. Entonad canción, y tañed el pandero, el arpa deliciosa y el salterio”. Salmos 81:1, 2.

“Bueno es alabarte, oh Jehová, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo; anunciar por la mañana tu misericordia, y tu fidelidad cada noche, en el decacordio y en el salterio, en tono suave con el arpa. Por cuanto me has alegrado, oh Jehová, con tus obras; en las obras de tus manos me gozo”. Salmos 92:1-4. 

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“Venid, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación. Lleguemos ante su presencia con alabanza; aclamémosle con cánticos. Porque Jehová es Dios grande, y Rey grande sobre todos los dioses. Porque en su mano están las profundidades de la tierra, y las alturas de los montes son suyas. Suyo también el mar, pues él lo hizo, y sus manos formaron la tierra seca. Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor”. Salmos 95:1-6. 

“Cantad a Jehová cántico nuevo; cantad a Jehová toda la tierra. Cantad a Jehová, bendecid su nombre; anunciad de día en día su salvación. Proclamad entre las naciones su gloria, en todos los pueblos sus maravillas. Porque grande es Jehová y digno de suprema alabanza; temible sobre todos los dioses”. Salmos 96:1-4. 

“Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra. Servid a Jehová con alegría; venid ante su presencia con regocijo. Reconoced que Jehová es Dios; él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; pueblo suyo somos, y ovejas de su prado. Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza; alabadle, bendecid su nombre. Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia, y su verdad por todas las generaciones”. Salmos 100. 

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La gran comisión

Es el propósito de Dios que su pueblo sea un pueblo santificado, purificado y santo, que comunique luz a cuantos le rodean. Es su propósito que, al ejemplificar la verdad en su vida, le alabe el mundo. La gracia de Cristo basta para realizar esto. Pero deben recordar los hijos de Dios que únicamente cuando ellos crean en los principios del evangelio y obren de acuerdo con ellos, puede él hacer de ellos una alabanza en la tierra. Únicamente en la medida en que usen las capacidades que Dios les ha dado para servirle, disfrutarán de la plenitud y el poder de la promesa en la cual la iglesia ha sido llamada a confiar. Si los que profesan creer en Cristo como su Salvador alcanzan tan sólo la baja norma de la medida mundanal, la iglesia no dará la rica mies que Dios espera. “Hallada falta”, será escrito en su registro.

La comisión que Cristo dio a sus discípulos precisamente antes de su ascensión es la magna carta misionera de su reino. Al darla a los discípulos el Salvador los hizo embajadores suyos y les dio sus credenciales. Si, más tarde, se les lanzaba un desafío y se les preguntaba con qué autoridad ellos, pescadores sin letras, salían como maestros y sanadores, podrían contestar: “Aquel a quien los judíos crucificaron, pero que resucitó de los muertos, nos designó para el ministerio de su palabra, declarando: ‘Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra’”. 

Cristo dio esta comisión a sus discípulos como sus ministros principales, los arquitectos que habían de echar el fundamento de la iglesia. Les impuso a ellos mismos y a todos los que habrían de sucederles como ministros, el encargo de comunicar su evangelio de generación en generación, de era en era.

Los discípulos no habían de aguardar que la gente acudiera a ellos. Ellos debían ir a la gente y buscar a los pecadores como el pastor busca a la oveja perdida. Cristo les presentó el mundo como campo de labor. Debían ir “por todo el mundo” y predicar “el evangelio a toda criatura”. Marcos 16:15. Habían de predicar acerca del Salvador, acerca de su vida de amor abnegado, su muerte ignominiosa, su amor sin parangón e inmutable. Su nombre había de ser su consigna, su vínculo de unión. En su nombre habían de subyugar las fortalezas del pecado. La fe en su nombre había de señalarlos como cristianos. 

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Al dar más indicaciones a los discípulos, Cristo dijo: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. Hechos 1:8; Lucas 24:49. 

En obediencia a la palabra de su Maestro, los discípulos se congregaron en Jerusalén para aguardar el cumplimiento de la promesa de Dios. Allí pasaron diez días que dedicaron a escudriñar profundamente su corazón. Desecharon todas las divergencias y unánimes se acercaron unos a otros en compañerismo cristiano.

Al fin de los diez días, el Señor cumplió su promesa con un derramamiento maravilloso de su Espíritu. “Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados: y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”. “…y se añadieron aquel día como tres mil personas”. Hechos 2:2-4; 41. 

“Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían”. Marcos 16:20. No obstante la fiera oposición que los discípulos encontraron, en poco tiempo el evangelio del reino fue proclamado en todas las partes habitadas de la tierra. 

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La comisión dada a los discípulos nos es dada a nosotros también. Hoy como entonces, el Salvador crucificado y resucitado debe ser exaltado delante de los que están sin Dios y sin esperanza en el mundo. El Señor llama a pastores, maestros y evangelistas. De puerta en puerta han de proclamar sus siervos el mensaje de la salvación. Las nuevas del perdón por medio de Cristo han de ser comunicadas a toda nación, tribu, lengua y pueblo. 

El mensaje ha de darse, no en forma tímida y sin vida, sino con expresión clara, decidida, conmovedora. Centenares están aguardando la amonestación a escapar por su vida. El mundo necesita ver en los cristianos la evidencia del poder del cristianismo. No sólo se necesita a los mensajeros de la misericordia en unos pocos lugares, sino en todas partes del mundo. De todo país proviene el clamor: “Pasa… y ayúdanos”. Ricos y pobres, humildes y encumbrados, están pidiendo luz. Hombres y mujeres tienen hambre de la verdad tal cual es en Jesús. Cuando oigan el evangelio predicado con poder de lo alto, sabrán que el banquete está preparado para ellos, y responderán a la invitación: “Venid, que ya todo está preparado”. Lucas 14:17. 

Las palabras: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15), se dirigen a todos los que siguen a Cristo. Todos los que son ordenados a la vida de Cristo están ordenados para trabajar por la salvación de sus semejantes. Ha de manifestarse en ellos el mismo anhelo que él sintió en su alma por la salvación de los perdidos. No todos pueden desempeñar el mismo cargo, pero hay cabida y trabajo para todos. Todos aquellos a quienes han sido concedidas las bendiciones de Dios deben responder sirviendo realmente; y han de emplear todo don para el progreso de su reino. 

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Una promesa inmutable

Cristo hizo provisión completa para que continuara la obra confiada a sus discípulos, y se encargó él mismo de la responsabilidad de su éxito. Mientras ellos obedecieran a su palabra y trabajasen en relación con él, no podían fracasar. Id a todas las naciones, les ordenó. Id a los confines más lejanos del globo habitable, y sabed que mi presencia estará allí. Trabajad con fe y confianza; porque nunca llegará el momento en que os abandone.

A nosotros también se dirige la promesa de la presencia permanente de Cristo. El transcurso del tiempo no ha cambiado la promesa que hizo al partir. Él está con nosotros hoy tan ciertamente como estuvo con los discípulos, y estará con nosotros “hasta el fin”. 

“Id a predicar el evangelio a todas las naciones” nos dice el Salvador, “para que puedan llegar a ser hijos de Dios. Os acompaño en esta obra, enseñándoos, guiándoos, y fortaleciéndoos, dándoos éxito en vuestra obra impregnada de abnegación y sacrificio. Obraré en los corazones, convenciéndolos del pecado y apartándolos de las tinieblas a la luz, de la desobediencia a la justicia. En mi luz verán luz. Enfrentaréis la oposición de agencias satánicas, pero confiad en mí. Nunca os faltaré”. 

¿No pensáis que Cristo aprecia a los que viven totalmente para él? ¿No pensáis que él visita a los que, como el amado Juan, se hallan por su causa en condiciones penosas y difíciles? Él encuentra a sus fieles, mantiene comunión con ellos, los alienta y fortalece. Y los ángeles de Dios, excelsos en fortaleza, son enviados por Dios a ministrar a sus obreros humanos que predican la verdad a los que no la conocen. 

Al ministro del evangelio Dios le ha encomendado la obra de conducir a Cristo a los que se han desviado del camino estrecho. Ha de ser sabio y fervoroso en sus esfuerzos. Al final del año él debiera poder mirar hacia atrás y ver las almas que fueron salvadas como resultado de su labor. A unos él ha de salvar con temor, “arrebatándolos del fuego… aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne”, “retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada”. Judas 23; Tito 1:9. El encargo de Pablo a Timoteo les llega también a los ministros de hoy: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo… que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”. 2 Timoteo 4:1, 2.

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Pero no es sólo sobre aquellos que predican la Palabra que Dios ha puesto la responsabilidad de salvar a los pecadores. Él ha asignado esta obra a todos por igual. Nuestro corazón ha de estar tan lleno del amor por Cristo que nuestras palabras de acción de gracias alegren el corazón de otros. Este es un servicio que todos pueden rendir y que el Señor acepta como si se le ofreciera a él mismo. Él lo hace eficaz e imparte al obrero dedicado la gracia que reconcilia al hombre con Dios. 

Que Dios ayude a su pueblo a darse cuenta de que hay una obra seria que hacer. Que él les ayude a recordar que en el hogar, en la iglesia y en el mundo han de hacer la obra de Cristo. No son dejados para trabajar solos. Los ángeles son sus ayudadores. Y Cristo es su ayudador. Por lo tanto, que trabajen ellos fiel e incansablemente. A su debido tiempo cosecharán, si no desmayan. 

El peregrino cristiano no cede al ansia de descansar. Sigue adelante constantemente y dice: “La noche está avanzada, y se acerca el día”. Su lema es: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo… Yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. Romanos 13:12; Filipenses 3:12-14. 

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