Testimonios para la Iglesia, Vol. 7, p. 274-282, día 414

Quiera el Señor bendecir y sostener a nuestros obreros ancianos y probados. Que él les conceda sabiduría con respecto a la preservación de sus facultades físicas, mentales, y espirituales. El Señor me ha instruido para que diga a los que mantuvieron firme su testimonio durante los días tempranos del mensaje: “Dios los ha dotado con el poder del razonamiento, y desea que comprendan y obedezcan las leyes que tienen que ver con la salud del ser. No sean imprudentes, no trabajen de más. Tomen tiempo para descansar. Dios desea que se mantengan firmes en su lugar, haciendo su parte para salvar a los hombre y mujeres de ser arrastrados por las fuertes corrientes del mal. Y él quiere que se mantengan con la armadura puesta hasta cuando dé la orden de ponerla de lado. No falta mucho para que reciban su recompensa”. 

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El cuidado de los obreros

Se debería hacer alguna provisión para cuidar a los ministros y a otros fieles siervos de Dios quienes, por haberse expuesto demasiado o por exceso de trabajo en su causa, han enfermado y tienen necesidad de reposo y restauración, o quienes debido a su avanzada edad o a la pérdida de la salud son incapaces de soportar la carga y el calor del día. A menudo los pastores son enviados a algún campo de labor que se sabe será detrimental para su salud; pero, no deseando rechazar los lugares difíciles, se aventuran a ir con la esperanza de convertirse en una bendición para la gente. Después de algún tiempo advierten que su salud se comienza a desmejorar. Prueban un cambio de clima y de trabajo, pero sin encontrar alivio; entonces, ¿qué deben hacer? 

Estos obreros fieles, que han rechazado posibilidades mundanas por amor de Cristo, escogiendo la pobreza en lugar de placeres o riquezas; quienes, olvidándose de sí mismos, han trabajado denodadamente con el fin de ganar almas para Cristo; quienes han dado liberalmente con el propósito de impulsar diversas empresas en la causa de Dios, y que luego han caído en la batalla, agotados y enfermos, y sin tener medios para sostenerse, no deben quedar abandonados en medio de la pobreza y el sufrimiento, ni sentir que han quedado en la indigencia. Cuando la enfermedad o la invalidez los asalta; que nuestros obreros no sean angustiados por la ansiosa pregunta: “¿Qué sucederá con mi esposa y mis hijos, ahora que ya no puedo trabajar más ni suplir sus necesidades?” No es sino justo que se haga provisión para suplir las necesidades de estos obreros fieles y de sus dependientes.

Se hace una provisión generosa para atender a los veteranos que han luchado en favor de su patria. Estos hombres ostentan cicatrices y sufren invalidez para toda la vida, las cuales dan testimonio de sus peligrosos conflictos, sus marchas forzadas, su exposición a las tormentas, y sus sufrimientos en la prisión. Todas estas evidencias de su lealtad y abnegación les conceden un derecho justo sobre la nación que han ayudado a salvar, un derecho que se reconoce y se honra. ¿Pero qué provisión han hecho los adventistas del séptimo día para los soldados de Cristo? 

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Obreros desatendidos

Nuestro pueblo no ha sentido como debiera la necesidad de este asunto, y por lo tanto lo ha descuidado. Las iglesias han sido negligentes y, aunque la luz de la Palabra de Dios se ha mantenido brillando sobre su sendero, han descuidado este muy sagrado deber. El Señor está sumamente disgustado con este descuido hacia sus siervos fieles. Nuestro pueblo debe estar tan listo para socorrer a estas personas cuando atraviesan por circunstancias adversas como estuvo dispuesto a aceptar su dinero y su servicio cuando gozaban de buena salud. 

Dios ha colocado sobre nosotros la obligación de dar una atención especial a los pobres que están en nuestro medio. Pero estos ministros y obreros no deben ser catalogados con los pobres. Han acumulado para ellos un tesoro en los cielos que no falla. Han servido para suplir las necesidades de la asociación, y ahora la asociación tiene el deber de servir a ellos. Cuando nos encontramos con casos como éstos, no debemos pasar por el lado opuesto del camino. No debemos decirles: “Id en paz, calentaos y saciaos” (Santiago 2:16), y luego no tomar medidas definidas para suplir sus necesidades. Esto ha sucedido en el pasado, y de este modo en algunos casos los adventistas del séptimo día han deshonrado la profesión de su fe y han dado al mundo la oportunidad de reprochar la causa de Dios. 

Provéanse hogares para los obreros

Ahora el pueblo de Dios tiene el deber de quitar este oprobio proveyendo a estos siervos de Dios con hogares cómodos, con algunos acres de tierra donde puedan cultivar sus propias verduras y sientan que no dependen de la caridad de sus hermanos. ¡Con cuánta paz y placer podrán mirar estos obreros gastados hacia la quietud de un pequeño hogar que constituya el reconocimiento de sus justos derechos al descanso! 

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Vez tras vez nos hemos referido al deber que tenemos para con estas personas, pero todavía no se ha tomado ninguna decisión definitiva al respecto. Como pueblo tenemos el deber de sentir la responsabilidad que tenemos en este asunto. Cada miembro de iglesia debería interesarse en todo lo que concierne a la hermandad humana y a la hermandad en Cristo. Somos miembros los unos de los otros; si un miembro sufre, todos los demás sufren con él. Algo debe hacerse, y la asociación debería poseer discernimiento espiritual para que puedan comprender cuáles son los privilegios y comodidades que estos obreros gastados necesitan y merecen. 

Nuestros sanatorios, un refugio para los obreros

A menudo estos ministros necesitan cuidados y tratamientos especiales. Nuestros sanatorios deberían constituir un refugio para los tales y para todos nuestros obreros gastados que necesitan descanso. Se les deberían proveer cuartos donde descansar y experimentar un cambio, sin que tengan que sufrir la continua ansiedad de cómo han de sufragar los gastos. Cuando los discípulos estaban agotados con el trabajo, Cristo les dijo: “Venid vosotros aparte… y descansad un poco” Marcos 6:31. Hoy el Señor quisiera que se hagan arreglos para que sus siervos tengan la oportunidad de descansar y recuperar sus fuerzas. Nuestros sanatorios deben abrir sus puertas a nuestros laboriosos ministros, que han hecho todo lo que estaba de su parte por recolectar fondos para la construcción y el sostenimiento de estas instituciones, y toda vez que tengan necesidad de disfrutar de las ventajas que se ofrecen en ellos, debería invitárselos a sentirse en casa. 

En ningún momento se les debe cobrar a estos obreros un precio elevado por el cuarto y la comida, ni tampoco se los debe considerar como mendigos, ni en ningún sentido deben hacerlos sentir de ese modo aquellos que les ofrecen su hospitalidad. La manifestación de liberalidad en el uso de los medios que Dios ha provisto para sus siervos agotados y sobrecargados constituye una obra médica genuina a su vista. Los obreros de Dios están unidos a él, y cuando se los recibe hay que recordar que se recibe a Cristo en la persona de sus mensajeros. El así lo requiere, y se siente deshonrado y ofendido cuando se los trata con indiferencia o se los mira en menos o con egoísmo. La bendición de Dios no descansará nunca sobre el trato mezquino que se tenga con sus escogidos. Entre los miembros de la fraternidad médica no siempre ha existido la fina percepción que se necesita para discernir estos asuntos. Algunos no los han visto como debieran. Que el Señor santifique la percepción de los que están a cargo de nuestras instituciones, para que puedan saber quiénes deben disfrutar de su simpatía y cuidado. 

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El departamento de la causa para el cual ha trabajado el obrero que ahora está agotado, debería demostrar aprecio por su labor ayudándole en el tiempo de su necesidad, compartiendo ampliamente con el sanatorio la carga de los gastos.

Algunos obreros están en condiciones de apartar sistemáticamente una porción de su sueldo, y esto debería hacerse, si fuera posible, con el fin de hacerle frente a alguna emergencia; pero aun éstos deberían ser recibidos como una bendición por el sanatorio. Pero la mayoría de nuestros obreros tienen obligaciones múltiples y grandes que atender. A cada paso, cuando se necesitan recursos, se les pide que hagan algo, que den el ejemplo, para que su influencia estimule a otros a ser liberales de modo que la causa de Dios avance. Experimentan un deseo tan intenso de plantar el estandarte en nuevos campos que muchos hasta piden dinero prestado para ayudar en diversas empresas. No han dado quejándose, sino que han considerado que tenían el privilegio de trabajar por el adelanto de la verdad. Al responder de esa manera a los pedidos de dinero, a menudo han quedado con muy poco excedente. 

El Señor ha mantenido un registro exacto de su liberalidad por la causa. El conoce la excelencia del trabajo que han realizado, una obra de la cual los obreros jóvenes no tienen siquiera un concepto. El ha estado consciente de todas las privaciones que han pasado y de la abnegación que han manifestado. Ha anotado las circunstancias de cada uno de estos casos. Todo está escrito en los libros. Estos obreros constituyen un espectáculo delante del mundo, delante de los ángeles y delante de los hombres, y son una lección objetiva que sirve para probar la sinceridad de nuestros principios religiosos. El Señor desea que nuestro pueblo comprenda que los pioneros de esta causa merecen todo lo que nuestras instituciones puedan hacer por ellos. Dios desea que comprendamos que los que han envejecido en su servicio merecen nuestro amor, nuestro honor y nuestro respeto más profundo. 

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Un fondo para los obreros

Se debe instituir un fondo para los obreros que no pueden continuar trabajando. No podemos presentarnos sin culpa delante de Dios a menos que realicemos todo esfuerzo razonable acerca de este asunto, y que lo hagamos sin demora. Algunos no verán la necesidad de esta medida, pero su oposición no debería ejercer ninguna influencia sobre nosotros. Los que en su corazón determinan estar bien y actuar correctamente deberían avanzar resueltamente hacia la realización de esta buena obra, porque es una obra que Dios requiere que sea hecha. Hay muchos que se sienten cómodos, y que han postergado la obra de hacer bien con lo que poseen; ¿pero debería continuar esta situación? ¿Hemos de amar tanto el dinero que lo enterraremos en la tierra? 

Dios solicita la colaboración de todos en la realización de esta empresa. Los ricos deberían dar de su abundancia; pero si dan de mala gana, deseando guardar cada dólar para invertirlo en alguna empresa mundanal, no recibirán ninguna recompensa. 

A la vista de Dios la ofrenda humilde de la clase más pobre no es inferior a las grandes ofrendas de los más pudientes. El Señor agregará su bendición al donativo, fructificando su misión de amor en consonancia con la alegría sincera con la cual ha sido dado. Los centavos de todas las fuentes deberían ser atesorados cuidadosamente. 

Ahora se necesita el fuego de la juventud. Deberían desechar la vanidad y restringir sus antojos. Quisiera instarlos a ellos y a todo nuestro pueblo acerca de que el dinero que se invierte en cosas innecesarias sea dedicado a un propósito más elevado y más santo. Hagan cuanto puedan para crear un fondo destinado a los ministros ancianos, agotados a causa del trabajo y la preocupación constantes. Consagren todo lo que tienen al Señor. No usen su dinero para gratificar el yo. Colóquenlo en la tesorería del Señor. No permitan que el dinero salga de sus manos meramente para gratificar los deseos de otros o los suyos. Al hacer sus gastos tomen en cuenta que están manejando el dinero del Señor y que deben rendirle cuenta acerca de la forma como lo han gastado.

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Insto a los ancianos, que ya están por desconectarse de esta vida, a que dispongan correctamente de los bienes del Señor antes de dormir en Jesús. Recuerden que son mayordomos de Dios. Devuélvanle al Señor lo que es suyo mientras vivan. No dejen de atender este asunto mientras todavía tienen uso de razón. A medida que entramos en edad, tenemos el deber de colocar nuestros medios a la disposición de los instrumentos que Dios ha establecido. Satanás está utilizando toda clase de estratagemas con el fin de desviar de la causa del Señor los medios que tanto se necesitan. Muchos están comprometiendo el talento de sus medios en empresas mundanales, cuando la causa de Dios necesita cada dólar para la promoción de su verdad y la glorificación de su nombre. Pregunto: ¿no hemos de hacernos tesoros en los cielos, en arcas que no envejecen? Quisiera instar especialmente a los ancianos que pronto realizarán una disposición de sus medios, a que tomen en cuenta a los que han ministrado fielmente en palabra y doctrina. Depositen sus medios allí donde puedan ser invertidos en la causa de Dios, en caso de que fallen la salud y la vida. De ese modo se podrán depositar de tal manera que constantemente produzcan intereses.

Amonesto a la iglesia como conjunto, e individualmente a cada uno de sus miembros, a que le devuelvan a Dios con intereses los medios que les ha confiado. De esta forma se harán un tesoro en el cielo. Que sus corazones sean leales a Jesús. Aunque sientan que son el más insignificante de todos los santos, de todos modos son miembros del cuerpo de Cristo, y mediante él están identificados con todos sus agentes humanos y con la excelencia y el poder de las inteligencias celestiales. Ninguno de nosotros vive nada más que para sí. A cada uno se le ha asignado un puesto del deber, no para sus propios intereses egoístas y mezquinos, sino para que la influencia de cada uno contribuya a la fortaleza de todos. Si realmente creyéramos que individualmente somos un espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres, ¿no manifestaríamos como iglesia un espíritu muy diferente del que ahora manifestamos? ¿No seríamos una iglesia viva y trabajadora?

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Se deberían mantener fluyendo constantemente las pequeñas y grandes corrientes de beneficencia. La providencia de Dios va muy por delante de nosotros, avanzando mucho más rápidamente que nuestras liberalidades. El camino del progreso y la edificación de la causa de Dios está bloqueado por el egoísmo, el orgullo, la codicia, la extravagancia y el amor a la ostentación. A toda la iglesia se le ha encomendado la solemne responsabilidad de elevar cada rama de la obra. Si sus miembros siguen a Cristo, se negarán a ceder ante las inclinaciones de la ostentación, el amor al vestido, el deseo de casas elegantes y de muebles costosos. Se debe cultivar una humildad mucho mayor, una diferenciación más notable con el mundo, entre los adventistas del séptimo día, de lo contrario Dios no nos aceptará, a pesar de la posición que ocupemos o del carácter de la obra que realicemos. La economía y la abnegación les proporcionarán a muchos que viven en circunstancias moderadas los medios necesarios para realizar obras de benevolencia. Todos tenernos el deber de aprender de Cristo, a caminar humildemente por el sendero abnegado que recorrió la Majestad del cielo. Toda la vida cristiana debería caracterizarse por un renunciamiento tal que nos disponga a responder cada vez que se hace un llamado en demanda de ayuda. 

Durante tanto tiempo como Satanás trabaje con energía incesante para destruir a las almas, mientras persista la necesidad de obreros en cualquier parte del amplio campo de cosecha, persistirán también los pedidos de contribuciones para sostener la obra de Dios en alguno de sus muchos aspectos. Al suplir una necesidad con ello hacemos campo para que podamos suplir otra de carácter similar. El renunciamiento que se requiere para la obtención de fondos con el fin de invertirlos en los proyectos que Dios considera más valiosos, desarrollará en nosotros la clase de hábitos y de carácter que nos ganarán las palabras de aprobación: “Bien hecho”, y nos harán idóneos para morar eternamente en la presencia de Aquel que se hizo pobre por nuestro bien, para que nosotros, mediante su pobreza, pudiéramos ser herederos de las riquezas eternas.

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Los hombres que ocupan posiciones de responsabilidad corren el peligro de ser aplastados por las muchas cargas que sostienen, pero el Señor no impone a nadie una carga demasiado pesada para que la pueda llevar. El examina cada peso antes de permitirle descansar sobre los corazones de sus colaboradores. El amante Padre celestial dice a cada uno de sus obreros: “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará”. Salmos 55:22. Crea cada uno de los que llevan responsabilidades, que el Señor echará sobre sí cada carga, sea ésta grande o pequeña. 

Jesús consiente en llevar nuestras cargas sólo cuando confiamos en él. El nos invita: “Acudan a mí todos los que están cansados y cargados; dénme sus cargas; confíen en que yo realizaré la obra que le resulte imposible hacer al agente humano”. Confíen en él. La ansiedad es ciega y es incapaz de discernir el futuro. Pero Jesús conoce el fin desde el principio, y en cada dificultad él tiene aparejada la forma de traer el socorro. Si moramos en Cristo podemos hacer todas las cosas mediante Aquel que nos fortalece. 

A veces las cosas van mal por causa de los obreros no consagrados. Usted puede llorar a causa de los resultados de las acciones equivocadas de los demás, pero no se preocupe. La obra se encuentra bajo la supervisión del Maestro bendito. Todo lo que él requiere es que los obreros vengan a él a pedirle órdenes, y que obedezcan sus instrucciones. Todos los aspectos de su obra, nuestras iglesias, misiones, escuelas sabáticas e instituciones, están sobre su corazón. ¿Por qué preocuparse? El intenso deseo de ver a la iglesia rebosante de vida debe estar templado por la confianza total en Dios; porque “sin mí -dijo el gran Portador de cargas- nada podéis hacer”. “Síganme a mí”. El es el guía; a nosotros nos toca seguirlo. 

Que nadie abuse de las facultades que Dios le ha dado, en un esfuerzo por hacer adelantar más rápidamente la obra del Señor. El poder del hombre no puede hacer que la obra progrese; el poder de las inteligencias celestiales debe unirse con el esfuerzo humano. Sólo así se puede perfeccionar la obra de Dios. El hombre no puede realizar la parte de la obra que a Dios le corresponde. Un Pablo puede plantar la semilla y un Apolos regarla, pero Dios es quien le da el crecimiento. El hombre debe colaborar con los agentes divinos con toda sencillez y mansedumbre, haciendo siempre lo mejor que puede, pero manteniendo siempre presente el hecho de que Dios es el obrero Maestro. No debe llenarse de confianza propia, porque al hacerlo agotará las reservas de su fuerza y destruirá sus facultades mentales y físicas. Aunque se eliminara a todos los obreros que actualmente llevan las responsabilidades más pesadas, la obra de Dios continuaría progresando. Entonces, permitamos que la razón temple nuestro celo por el trabajo; abandonemos nuestros esfuerzos por lograr aquello que sólo el Señor puede realizar. 

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