La obra de la creación
Nunca podrá la ciencia explicar la obra de la creación. ¿Qué ciencia puede explicar el misterio de la vida?
La teoría de que Dios no creó la materia cuando sacó al mundo a la existencia, no tiene fundamento alguno. Al formar el mundo, Dios no se valió de materia preexistente. Por el contrario, todas las cosas, materiales y espirituales, comparecieron ante el Señor Jehová a la orden de su voz y fueron creadas para el propósito de él. Los cielos y todo su ejército, y todas las cosas que contienen, son no sólo la obra de sus manos, sino que llegaron a la existencia por el aliento de su boca.
“Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía”. Hebreos 11:3.
“Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos,Y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca…Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió”. Salmos 33:6-9.
Las leyes de la naturaleza
Al espaciarse en las leyes de la materia y de la naturaleza, muchos pierden de vista la intervención continua y directa de Dios, si es que no la niegan. Expresan la idea de que la naturaleza actúa independientemente de Dios, teniendo en sí y de por sí sus propios límites y sus propios poderes con que obrar. Hay en su mente una marcada distinción entre lo natural y lo sobrenatural. Atribuyen lo natural a causas comunes, desconectadas del poder de Dios. Se atribuye poder vital a la materia, y se hace de la naturaleza una divinidad. Se supone que la materia está colocada en ciertas relaciones, y que se la deja obrar de acuerdo a leyes fijas, en las cuales Dios mismo no puede intervenir; que la naturaleza está dotada de ciertas propiedades y sujeta a ciertas leyes, y luego abandonada a sí misma para que obedezca a estas leyes y cumpla la obra originalmente ordenada.
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Esta es una falsa ciencia. En la Palabra de Dios no hay nada que pueda sostenerla. Dios no anula sus leyes, sino que obra continuamente por su intermedio y las usa como sus instrumentos. Ellas no operan independientemente. Dios está obrando perpetuamente en la naturaleza. Ella es su sierva, y él la dirige como a él le place. En su obra, la naturaleza atestigua la presencia inteligente y la intervención activa de un Ser que actúa en todas sus obras de acuerdo con su voluntad. No es por un poder original inherente a la naturaleza como año tras año la tierra produce sus dones y continúa su marcha alrededor del sol. La mano del poder infinito obra de continuo para guiar este planeta. Lo que le conserva su posición durante la rotación es el poder de Dios ejercido a cada momento.
El Dios del cielo obra constantemente. Su poder hace florecer la vegetación, aparecer cada hoja y abrirse cada flor. Cada gota de lluvia o copo de nieve, cada brizna de hierba, cada hoja, flor y arbusto, testifican acerca de Dios. Estas cosas pequeñas que son tan comunes en derredor nuestro enseñan la lección de que nada es demasiado humilde para que lo note el Dios infinito; nada es demasiado pequeño para su atención.
El mecanismo del cuerpo humano no puede comprenderse plenamente; contiene misterios que dejan perplejo al más inteligente. Si el pulso late y una respiración sigue a la otra, no es como resultado de un mecanismo que una vez puesto en movimiento, sigue funcionando. En Dios vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser. Cada respiración, cada palpitación del corazón constituyen una evidencia continua del poder de un Dios siempre presente.
Dios es el que hace salir el sol en los cielos. Él abre las ventanas de los cielos y da lluvia. Él hace crecer la hierba sobre los montes. “Da nieve como lana, y derrama la escarcha como ceniza”. “A su voz se produce muchedumbre de aguas en el cielo… hace los relámpagos con la lluvia, y saca el viento de sus depósitos”. Salmos 147:16; Jeremías 10:13.
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El Señor está constantemente ocupado en sostener y usar como siervos suyos las cosas que ha hecho. Dijo Cristo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. Juan 5:17.
Misterios del poder divino
Los mayores intelectos humanos no pueden comprender los misterios de Jehová que se revelan en la naturaleza. La inspiración divina hace muchas preguntas que no puede contestar el erudito más profundo. Estas preguntas no fueron hechas para que las pudiésemos contestar, sino para llamar nuestra atención a los profundos misterios de Dios y enseñamos que nuestra sabiduría es limitada, que en lo que rodea nuestra vida diaria hay muchas cosas que superan la comprensión de las mentes finitas y que el juicio y el propósito de Dios son inescrutables. Su sabiduría es también insondable.
Los escépticos se niegan a creer en Dios porque sus mentes finitas no pueden comprender el poder infinito por medio del cual él se revela a los hombres. Pero se le ha de reconocer más por lo que no revela de sí mismo que por lo que está abierto a nuestra comprensión limitada. Tanto en la revelación divina como en la naturaleza, Dios nos ha dejado misterios que exigen fe. Así debe ser. Podemos escudriñar siempre, averiguar de continuo, aprender constantemente, y, sin embargo, quedará por delante lo infinito.
“Quién midió las aguas con el hueco de su mano
y los cielos con su palmo, con tres dedos juntó
el polvo de la tierra, y pesó los montes con balanza y con pesas los collados?
Quién enseñó al Espíritu de Jehová,
o le aconsejó enseñándole?
¿A quién pidió consejo para ser avisado?
¿Quién le enseñó el camino del juicio,
o le enseñó ciencia, o le mostró la senda de la prudencia?
He aquí que las naciones le son como la gota de agua
que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas
le son estimadas; he aquí que hace desaparecer
las islas como polvo.
Ni el Líbano bastará para el fuego,
ni todos sus animales para el sacrificio.
Como nada son todas las naciones delante de él;
y en su comparación serán estimadas
en menos que nada, y que lo que no es.
¿A qué, pues, haréis semejante a Dios,
o qué imagen le compondréis?
El artífice prepara la imagen de talla,
el platero le extiende el oro
y le funde cadenas de plata.
El pobre escoge, para ofrecerle, madera que no se apolille;
se busca un maestro sabio,
que le haga una imagen de talla que no se mueva.
¿No sabéis? ¿No habéis oído?
¿Nunca os lo han dicho desde el principio?
¿No habéis sido enseñados desde que la tierra se fundó?
Él está sentado sobre el círculo de la tierra,
cuyos moradores son como langostas;
él extiende los cielos como una funda para morar;
él convierte en nada a los poderosos,
y a los que gobiernan la tierra hace como cosa vana.
Como si nunca hubieran sido plantados,
como si nunca hubieran sido sembrados, como si nunca su tronco hubiera tenido raíz en la tierra;
tan pronto como sopla en ellos se secan,
y el torbellino los lleva como hojarasca.
¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis?,
dice el Santo.
Levantad en alto vuestros ojos,
y mirad quién creó estas cosas;
él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres;
ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza,
y el poder de su dominio.
¿Por qué dices, oh Jacob, y hablas tú, Israel:
Mi camino está escondido de Jehová,
y de mi Dios pasó mi juicio?
¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová,
el cual creó los confines de la tierra?
No desfallece, ni se fatiga con cansancio,
y su entendimiento no hay quien lo alcance.
Él da esfuerzo al cansado,
y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas.
Los muchachos se fatigan y se cansan,
los jóvenes flaquean y caen;
pero los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas;
levantarán alas como las águilas;
correrán, y no se cansarán;
caminarán, y no se fatigarán. Isaias 40:12-31
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Un Dios personal
El gran poder que obra por la naturaleza y sostiene todas las cosas, no es, como lo representan algunos hombres de ciencia, simplemente un principio que lo compenetra todo, una energía que actúa. Dios es espíritu; sin embargo, es un Ser personal, pues el hombre fue hecho a su imagen.
La naturaleza no es Dios
La obra de Dios en la naturaleza no es Dios mismo en la naturaleza. Las cosas de la naturaleza son una expresión del carácter de Dios; por ellas podemos comprender su amor, su poder, y su gloria; pero no hemos de considerar a la naturaleza como Dios. La habilidad artística de los seres humanos produce obras muy hermosas, cosas que deleitan el ojo, y estas cosas nos dan cierta idea del que las diseñó; pero la cosa hecha no es el hombre. No es la obra, sino el artífice el que debe ser tenido por digno de honra, De igual manera, aunque la naturaleza es una expresión del pensamiento de Dios, ella no es lo que debe ser ensalzado, sino el Dios de la naturaleza.
“Les diréis así: Los dioses que no hicieron los cielos ni la tierra, desaparezcan de la tierra y de debajo de los cielos.” “No es así la porción de Jacob; porque él es el Hacedor de todo, e Israel es la vara de su heredad; Jehová de los ejércitos es su nombre”. “El que hizo la tierra con su poder, el que puso en orden el mundo con su saber, y extendió los cielos con su sabiduría”. Jeremías 10:11, 16, 12.
“Buscad al que hace las Pléyades y el Orión, y vuelve las tinieblas en mañana, y hace oscurecer el día como noche; el que llama a las aguas del mar, y las derrama sobre la faz de la tierra; Jehová es su nombre…” Amós 5:8.
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Un Dios personal creó al hombre
En la creación del hombre se manifestó la intervención de un Dios personal. Cuando hizo al hombre a su imagen, el cuerpo humano era perfecto en todos sus detalles, pero sin vida. Entonces ese Dios personal, existente de por sí, sopló en ese cuerpo el aliento de vida, y el hombre llegó a ser un ser vivo e inteligente que respiraba. Todas las partes del organismo humano entraron en acción. El corazón, las arterias, las venas, la lengua, las manos, los pies, los sentidos, las percepciones de la mente, todo inició su funcionamiento y todo fue puesto bajo ley. El hombre llegó a ser un alma viviente. Por Jesucristo un Dios personal creó al hombre y lo dotó de inteligencia y poder.
Nuestra sustancia no le era oculta cuando fuimos hechos en secreto. Sus ojos vieron nuestra sustancia, aunque imperfecta, y en su libro todos nuestros miembros fueron escritos, aun cuando no existía ninguno de ellos.
Dios quiso que el hombre, por sobre todos los seres de orden inferior, como obra culminante de su creación expresara su pensamiento y revelase su gloria. Pero el hombre no ha de exaltarse como Dios.
“Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra.
Servid a Jehová con alegría;
Venid ante su presencia con regocijo.
Reconoced que Jehová es Dios;
Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos;
Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado.
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
Por sus atrios con alabanza;
Alabadle, bendecid su nombre”. Salmos 100:1-4.
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“Exaltad a Jehová nuestro Dios,
y postraos ante su santo monte,
Porque Jehová nuestro Dios es santo”. Salmos 99:9.
Dios revelado en Cristo
Como ser personal, Dios se ha revelado en su Hijo. Jesús, el resplandor de la gloria del Padre, “y la imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:3), vino a esta tierra en forma de hombre. Como Salvador personal, vino al mundo. Como Salvador personal, ascendió al cielo. Como Salvador personal, intercede en los atrios celestiales. Ante el trono de Dios ministra en nuestro favor como “uno semejante al Hijo del Hombre”. Apocalipsis 1:13.
Como la luz del mundo, veló el esplendor deslumbrante de su divinidad, y vino a vivir como hombre entre los hombres, a fin de que ellos pudieran conocer a su Creador sin ser consumidos. Ningún hombre vio jamás a Dios, excepto en la medida en que se reveló mediante Cristo.
“Yo y el Padre uno somos”, declaró Cristo Juan 10:30. “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”. Mateo 11:27.
Cristo vino para enseñar a los seres humanos lo que Dios desea que conozcan. En los cielos, en la tierra, en las anchurosas aguas del océano, vemos la obra de Dios. Todas las cosas creadas testifican acerca de su poder, su sabiduría y su amor. Pero ni de las estrellas, ni del océano, ni de las cataratas podemos aprender lo referente a la personalidad de Dios como se ha revelado en Cristo.
Dios vio que se necesitaba una revelación más clara que la de la naturaleza para presentarnos su personalidad y su carácter. Envió a su Hijo al mundo para revelar, hasta donde podía soportarlo la vista humana, la naturaleza y los atributos del Dios invisible.
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Si Dios hubiera deseado que se le representara como morando personalmente en las cosas de la naturaleza, en la flor, el árbol, la brizna de hierba, ¿no habría hablado Cristo de esto a sus discípulos cuando estaba en la tierra? Pero nunca se habló así de Dios en las enseñanzas de Cristo. Cristo y los apóstoles enseñaron claramente la verdad de que existe un Dios personal.
Cristo reveló todo lo que de Dios podían soportar los seres humanos pecaminosos sin ser destruidos. Él es el Maestro divino, el Iluminador. Si Dios hubiera considerado que necesitábamos otras revelaciones que las hechas por Cristo y las que hay en la Palabra escrita, las habría dado.
Cristo reveló a Dios ante los discípulos
Estudiemos las palabras que Cristo pronunció en el aposento alto, la noche anterior a su crucifixión. Se acercaba su hora de prueba y procuraba consolar a sus discípulos, que iban a ser gravemente tentados y probados.
“No se turbe vuestro corazón -les dijo-, creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros…
“Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.
“Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras”. Juan 14:8-10.
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Los discípulos no comprendían aún las palabras de Cristo concernientes a su relación con Dios. Gran parte de su enseñanza resultaba todavía oscura. Habían hecho muchas preguntas que revelaban su ignorancia acerca de la relación que Dios tenía con ellos y acerca de sus intereses presentes y futuros. Cristo deseaba que tuvieran un conocimiento más claro y distinto de Dios.
“Estas cosas os he hablado en alegorías; la hora viene cuando ya no os hablaré por alegorías, sino que claramente os anunciaré acerca del Padre”. Juan 16:25.
Cuando en el día de Pentecostés el Espíritu Santo se derramó sobre los discípulos, comprendieron ellos las verdades que Cristo había expresado en parábolas. Les resultaron claras las enseñanzas que habían sido misterios para ellos. La comprensión que obtuvieron del derramamiento del Espíritu Santo los avergonzó de sus teorías fantásticas. Sus suposiciones e interpretaciones eran insensatez cuando se comparaban con el conocimiento de las cosas celestiales que recibieron entonces. Eran guiados por el Espíritu Santo, y la luz resplandecía en su entendimiento que antes estaba oscurecido.
Pero los discípulos no habían recibido el cumplimiento total de la promesa de Cristo. Recibieron todo el conocimiento de Dios que podían soportar, pero todavía había de llegar el cumplimiento total de la promesa que les había hecho Cristo de que les mostraría claramente el Padre. Así es hoy. Nuestro conocimiento de Dios es parcial e imperfecto. Cuando termine el conflicto y el Hombre Cristo Jesús reconozca ante el Padre a sus obreros fieles que en este mundo de pecado testificaron fielmente por él, comprenderán claramente las cosas que son ahora misterios para ellos.
Cristo llevó consigo a los atrios celestiales su humanidad glorificada. A los que le reciban, les da poder para llegar a ser hijos de Dios, para que al fin Dios pueda recibirlos como suyos, para que moren con él a través de toda la eternidad. Si durante esta vida son leales a Dios, al fin “verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes”. Apocalipsis 22:4. ¿Qué es la felicidad del Cielo si no es ver a Dios? Qué mayor gozo puede obtener el pecador salvado por la gracia de Cristo que el de mirar el rostro de Dios y conocerle como Padre?
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El testimonio de las escrituras
Las Escrituras indican claramente la relación que hay entre Dios y Cristo, y hacen resaltar muy claramente la personalidad individual de cada uno.
“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos. Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy, y otra vez: Yo seré a él Padre, y él me será a mí hijo?” Hebreos 1:1-5.
Dios es Padre de Cristo; Cristo es el Hijo de Dios. A Cristo ha sido dada una posición exaltada. Ha sido hecho igual al Padre. Todos los consejos de Dios están abiertos para su Hijo.
Jesús dijo a los judíos: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo. Por esto los judíos aún más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios. Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas le mostrará, de modo que vosotros os maravilléis”. Juan 5:17-20.