Testimonios para la Iglesia, Vol. 1, p. 114-122, día 012

Vi que era necesario hacer esfuerzos definidos para mostrar a los que llevan una vida impía el daño que están haciendo, y si no se reforman, debieran ser separados de los rectos y santos, para que Dios tenga un pueblo limpio y puro en el que se pueda complacer. No deshonréis a Dios vinculando o uniendo lo limpio con lo impuro.

Se me mostró algunos que iban del este al oeste. Vi que el propósito de los que viajaban del este al oeste no debía ser hacerse ricos, sino ganar almas para la verdad. El ángel dijo: “Que vuestras obras muestren que no ha sido por honor o en busca de tesoros terrenales, que os habéis trasladado al oeste, sino para levantar y exaltar el estandarte de la verdad”. Vi que los que se trasladan al oeste debieran comportarse como personas que esperan a su Señor. El ángel dijo: “Sed ejemplos vivientes para los que viven en el oeste. Que vuestras palabras muestren que sois pueblo peculiar de Dios, y que tenéis una obra peculiar que llevar a cabo, dar el último mensaje de misericordia al mundo. Que vuestras obras muestren a los que están a vuestro alrededor que este mundo no es vuestro hogar”. Vi que los que se habían enredado debían romper la trampa del enemigo y libertarse. No os hagáis tesoros en la tierra, sino que mostrad por vuestras vidas que estáis haciendoos tesoros en el cielo. Si Dios os ha llamado a ir al oeste, él tiene una obra, una obra exaltada, para que hagáis. Que vuestra fe y experiencia ayuden a los que no poseen una experiencia viviente. Que vuestra atracción no se fije en este pobre mundo, que es un grano de polvo, sino dejadla dirigirse hacia arriba, hacia Dios, hacia la gloria y hacia el cielo. Que las preocupaciones y la perplejidad ocasionadas por las granjas no os llenen la mente, sino gozaos en la contemplación de la granja de Abraham. Somos herederos de esa herencia inmortal. Quitad vuestros afectos de la tierra y espaciaos en las cosas celestiales.

La responsabilidad de los padres

Vi que descansa sobre los padres una gran responsabilidad. Deben dirigir a sus hijos y no dejarse manipular por ellos. Se me señaló el caso de Abraham. El era fiel en su casa, gobernó a su familia después de él, y ello fue recordado por Dios.

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Se me mencionó luego el caso de Elí. El no reprendía a sus hijos y éstos se pervirtieron y envilecieron, y por su maldad extraviaron a Israel. Cuando Dios hizo conocer sus pecados a Samuel, y le comunicó la grave maldición que los iba a sobrecoger porque Elí no los había reprendido, dijo que sus pecados no podían ser limpiados por sacrificios u ofrendas. Cuando Samuel le transmitió lo que el Señor le había revelado, Elí se sometió, diciendo: “Jehová es; haga lo que bien le pareciere”. 1 Samuel 3:18. La maldición de Dios no tardó en sobrevenir. Aquellos malvados sacerdotes fueron muertos así como treinta mil hombres de Israel, y el arca de Dios fue tomada por el enemigo. Y cuando Elí oyó que el arca de Dios fue tomada, cayó de espaldas y murió. Todo este mal resultó de la negligencia de Elí en cuanto a reprender a sus hijos. Vi que si Dios era tan escrupuloso que advertía tales cosas antiguamente, no las nota menos en estos últimos días.

Los padres deben gobernar a sus hijos, corregir sus acciones y subyugarlos, o Dios destruirá seguramente a sus hijos en el día de su gran ira, y los padres que no hayan dominado a sus hijos no quedarán sin culpa. De manera especial, deben los siervos de Dios gobernar a sus propias familias y mantenerlas en buena sujeción. Vi que no están preparados para juzgar o decidir asuntos de la iglesia, a menos que puedan gobernar bien su propia casa. Primero deben poner orden en su casa, y luego su juicio e influencia pesarán en la iglesia.

Vi que las visiones no habían sido más frecuentes últimamente porque no han sido apreciadas por la iglesia. La iglesia ha perdido casi completamente su espiritualidad y fe, y las reprensiones y amonestaciones han tenido muy poco efecto sobre ella. Muchos de los que profesaban tener fe en aquéllas no las escucharon.

Algunos siguieron una conducta poco juiciosa cuando hablaban de su fe a los incrédulos, y si se les exigía una prueba, leían una visión en vez de recurrir a la Biblia para encontrar la prueba requerida. Vi que esta conducta no es consecuente, y crea en los incrédulos prejuicios contra la verdad. Las visiones no pueden tener peso para aquellos que nunca las han visto, y no conocen su espíritu. No se debe recurrir a ellas en tales casos.

La fe en Dios

Mientras me hallaba en Battle Creek, Estado de Míchigan, el 5 de mayo de 1855, vi que había gran falta de fe entre los siervos de Dios, como también en la iglesia. Se desaniman con demasiada facilidad, propenden demasiado a dudar de Dios y creer que les toca una suerte dura y que Dios los ha abandonado. Vi que esto era cruel. Dios los amó de tal manera que dio a su Hijo amado para que muriera por ellos, y todo el cielo estaba interesado en su salvación. Sin embargo, después de todo lo que se hizo por ellos, les costaba confiar en un Padre tan bondadoso y amante. El ha dicho que está más dispuesto a conceder el Espíritu Santo a quienes se lo piden que los padres terrenales a dar buenas dádivas a sus hijos. Vi que los siervos de Dios y la iglesia se desanimaban con excesiva facilidad. Cuando pedían a su Padre celestial cosas que creían necesarias y no las recibían inmediatamente, su fe vacilaba, su valor desaparecía, y se posesionaba de ellos un sentimiento de murmuración. Vi que esto desagradaba a Dios.

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Todo santo que se allega a Dios con un corazón fiel, y eleva sus sinceras peticiones a él con fe, recibirá contestación a sus oraciones. Vuestra fe no debe desconfiar de las promesas de Dios, porque no veáis o sintáis la inmediata respuesta a vuestras oraciones. No temáis confiar en Dios. Fiad en su segura promesa: “Pedid, y recibiréis”. Juan 16:24. Dios es demasiado sabio para errar, y demasiado bueno para privar de cualquier cosa buena a sus santos que andan íntegramente. El hombre está sujeto a errar, y aunque sus peticiones asciendan de un corazón sincero, no siempre pide las cosas que sean buenas para sí mismo; o que hayan de glorificar a Dios. Cuando tal cosa sucede, nuestro sabio y bondadoso Padre oye nuestras oraciones, y nos contesta, a veces inmediatamente; pero nos da las cosas que son mejores para nosotros y para su propia gloria. Si pudiésemos apreciar el plan de Dios cuando nos envía sus bendiciones, veríamos claramente que él sabe lo que es mejor para nosotros, y que nuestras oraciones obtienen respuesta. Nunca nos da algo perjudicial, sino la bendición que necesitamos, en lugar de algo que pedimos y que no sería bueno para nosotros.

Vi que si no vemos inmediatamente la respuesta a nuestras oraciones, debemos retener firmemente nuestra fe, y no permitir que nos embargue la desconfianza, porque ello nos separaría de Dios. Si nuestra fe vacila, no conseguiremos nada de él. Nuestra confianza en Dios debe ser firme; y cuando más necesitemos su bendición, ella caerá sobre nosotros como una lluvia.

Cuando los siervos de Dios piden su Espíritu y bendición, a veces los reciben inmediatamente; pero no siempre les son concedidos en seguida. En este último caso, no desmayemos. Aférrese nuestra fe de la promesa de que llegará. Confiemos plenamente en Dios, y a menudo esta bendición vendrá cuando más la necesitemos; recibiremos inesperadamente ayuda de Dios cuando estemos presentando la verdad a los incrédulos, y quedaremos capacitados para impartir la Palabra con claridad y poder.

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Se me presentó el asunto como el caso de los niños que piden una bendición a sus padres terrenales que los aman. Piden algo que el padre sabe les ha de perjudicar; pero el padre les da cosas que serán benéficas para ellos, en vez de aquello que deseaban. Vi que toda oración elevada con fe por un corazón sincero, será oída y contestada por Dios, y que el suplicante obtendrá la bendición cuando más la necesite, y a menudo ésta excederá sus expectativas. No se pierde una sola oración de un verdadero santo, si es elevada con fe por un corazón sincero.

El grupo del mensajero*

Mientras me encontraba en Oswego, Nueva York, en junio de 1855, se me mostró que el pueblo de Dios había sido sobrecargado con obstáculos; que ha habido Acanes en el campamento. La obra de Dios ha progresado poco, y muchos de sus siervos se han desanimado porque la verdad no ha producido mayor efecto en Nueva York, y no ha habido un número mayor de personas añadidas a la iglesia. Ha surgido el grupo del Mensajero, y sufriremos a causa de sus lenguas mentirosas y sus tergiversaciones; sin embargo debemos soportarlo todo con paciencia; porque no perjudicarán la causa de Dios, ahora que nos han dejado, tanto como la hubieran perjudicado si su influencia hubiera permanecido entre nosotros.

El desagrado de Dios ha afectado a la iglesia debido a que en ella hay personas de corazón corrompido. Han deseado ser los primeros, cuando ni Dios ni los hermanos los han colocado allí. El egoísmo y la exaltación de sí mismos han marcado su comportamiento. Ahora hay un lugar al que tales personas pueden ir y encontrar apacentadero con los de su misma clase. Nosotros debemos alabar a Dios porque en su misericordia ha librado de ellos a la iglesia. Dios ha abandonado a muchas de estas personas a sus propios caminos para que sean llenas de sus propias acciones. Ahora manifiestan entusiasmo y simpatía, lo cual engañará a algunos; pero todos los que son sinceros serán iluminados con respecto a la verdadera condición de este grupo, y permanecerán con el pueblo peculiar de Dios. Se aferrarán a la verdad y andarán por el camino de la humanidad sin dejarse afectar por la influencia de los que han sido abandonados por Dios a sí mismos para ser llenos con sus propias acciones. Vi que Dios había dado a estas personas la oportunidad de reformarse, él las había iluminado con respecto a su amor por el yo y sus demás pecados; pero no quisieron obedecer. No quisieron reformarse, por lo que Dios los quitó de la iglesia. La verdad producirá efecto en los siervos de Dios y de la iglesia, y hará que se dediquen a Dios y a su causa.

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Vi que el pueblo de Dios debe levantarse y ceñirse la armadura. Cristo viene y la gran obra del último mensaje de misericordia es demasiado importante como para que la abandonemos para dedicarnos a contestar las falsedades, tergiversaciones y calumnias que el grupo del Messenger (Mensajero) ha levantado y esparcido por todas partes. La verdad, la verdad presente, debe ser el tema de nuestra meditación. Estamos llevando a cabo una gran obra y no podemos abandonarla. Satanás está metido en todo esto, a fin de apartar nuestras mentes de la verdad presente y de la venida de Cristo. El ángel dijo: “Jesús está enterado de todo”. Dentro de poco tiempo tendrán que rendir cuenta. Todos serán juzgados de acuerdo con las obras efectuadas. La lengua mentirosa será detenida. Los pecadores en Sión se atemorizarán y el temor invadirá a los hipócritas.

Prepárate para encontrarte con tu Dios

Vi que no debemos retrasar la venida del Señor. Dijo el ángel: “Preparaos, preparaos, para lo que va a venir sobre la tierra. Correspondan vuestras obras a vuestra fe”. Vi que el ánimo debe apoyarse en Dios, que debemos ejercer nuestra influencia en favor de Dios y su verdad. No podemos honrar al Señor mientras seamos negligentes e indiferentes. No podemos glorificarle cuando estamos descorazonados. Debemos tener fervor para asegurar nuestra propia salvación, y para salvar a otros. Debemos conceder suma importancia a esto, y considerar secundario todo lo demás.

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Vi la belleza del cielo. Oí a los ángeles cantar sus himnos arrobadores, tributando alabanza, honra y gloria a Jesús. Pude entonces percibir vagamente el prodigioso amor del Hijo de Dios. El abandonó toda la gloria, toda la honra que se le tributaba en el cielo, y se interesó de tal manera en nuestra salvación que, con paciencia y mansedumbre, soportó toda injuria y escarnio que los hombres quisieron imponerle. Fue herido, azotado y afligido; se lo extendió sobre la cruz del Calvario, y sufrió la muerte más atroz para salvarnos de la muerte; para que pudiésemos ser lavados en su sangre, y resucitar para vivir con él en las mansiones que está preparando, donde disfrutaremos la luz y la gloria del cielo, y oiremos cantar a los ángeles y cantaremos con ellos.

Vi que todo el cielo se interesaba en nuestra salvación; y ¿habremos de ser nosotros indiferentes? ¿Seremos negligentes como si fuese asunto de poca monta el que seamos salvos o perdidos? ¿Despreciaremos el sacrificio que fue hecho por nosotros? Algunos han obrado así. Han jugado con la misericordia que se les ofrecía y el desagrado de Dios pesa sobre ellos. No siempre habrá de quedar entristecido el Espíritu de Dios. Si se le contrista algo más, se apartará. Después que se haya hecho todo lo que Dios podía hacer para salvar a los hombres, y ellos por su vida hayan demostrado que desprecian la misericordia ofrecida por Jesús, la muerte será su parte y pagarán caro esa actitud. Será una muerte horrible, porque habrán de sufrir la agonía que Cristo soportó en la cruz para obtener la redención que ellos han rehusado. Y se darán cuenta de lo que han perdido: la vida eterna y la herencia inmortal. El gran sacrificio que fue hecho para salvar las almas, nos revela su valor. Cuando el alma preciosa se perdió, se perdió para siempre.

Vi a un ángel de pie con una balanza de dos platillos en cada mano, que pesaba los pensamientos y el interés del pueblo de Dios, especialmente de los jóvenes. En el platillo de una balanza estaban los pensamientos y los intereses que tendían hacia el cielo; en el platillo de la otra se hallaban los pensamientos y los intereses terrenales; en este platillo se arrojaba toda la lectura de los cuentos, los pensamientos dedicados a los vestidos, la ostentación, la vanidad y el orgullo, etc. ¡Oh, cuán solemne momento! Los ángeles de Dios, de pie, pesan con balanzas los pensamientos de los que profesan ser hijos de Dios, de aquellos que aseveran haber muerto al mundo y estar vivos para Dios. El platillo lleno con los pensamientos terrenales, la vanidad y el orgullo, bajaba rápidamente a pesar de que se agregaba pesa tras pesa al otro platillo.

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El platillo que contenía los pensamientos e intereses referentes al cielo subía mientras que el otro bajaba. ¡Qué liviano era! Puedo relatar esto como lo vi; pero nunca podré reproducir la solemne y vívida impresión que se grabó en mi mente, al ver al ángel que tenía la balanza donde se pesaban los pensamientos e intereses del pueblo de Dios. Dijo el ángel: “¿Pueden los tales entrar en el cielo? No, no, nunca. Diles que la esperanza que ahora poseen es vana, y que a menos que se arrepientan prestamente, y obtengan la salvación, perecerán”.

La apariencia de piedad no salvará a nadie. Todos deben tener una experiencia profunda y viva. Esto es lo único que los salvará en el tiempo de angustia. Entonces será probada su obra para ver de qué clase es; si es de oro, plata y piedras preciosas, serán escondidos como en lo secreto del pabellón de Jehová. Pero si su obra es de madera, paja y hojarasca, nada podrá protegerlos del fuego de la ira de Jehová.

Tanto los jóvenes como los de más edad, tendrán que dar razón de su esperanza; pero sus mentes destinadas por Dios a cosas mejores, formadas para servirle perfectamente, se han espaciado en cosas insensatas en vez de hacerlo en los intereses eternos. Esa mente que vaga de allí para allá, es tan capaz de comprender la verdad, la evidencia de la Palabra de Dios en favor del sábado, y el verdadero fundamento de la esperanza del cristiano, como de analizar las apariencias, los modales, los vestidos, etc. Y todos los que entregan su mente al placer que producen los cuentos insensatos y ociosos, alimentan sus facultades imaginativas; pero ante ellos se eclipsa el brillo de la Palabra de Dios. La mente queda directamente separada de Dios, y se destruye el interés por su preciosa Palabra.

Se nos ha dado un libro para que guíe nuestros pies a través de los peligros de este oscuro mundo hasta el cielo. Sus páginas nos dicen cómo podemos escapar de la ira de Dios, y también nos hablan de los sufrimientos de Cristo por nosotros, y del gran sacrificio que hizo para que pudiésemos ser salvos y disfrutar de la presencia de Dios para siempre. Y si algunos son hallados faltos al final, habiendo oído la verdad como la han oído en esta tierra de luz, será por culpa suya; quedarán sin excusa. La Palabra de Dios nos explica cómo podemos llegar a ser cristianos perfectos y escapar a las últimas siete plagas. Pero ellos no se interesaron en absoluto en descubrirlo. Otras cosas distrajeron su mente; apreciaron los ídolos, y despreciaron la santa Palabra de Dios. Muchos de los que profesan ser cristianos se han burlado de Dios; y cuando su santa Palabra los juzgue en el día postrero serán hallados faltos. Esa Palabra que ellos han descuidado para leer insulsos libros de cuentos, prueba sus vidas. Es la norma; sus motivos, palabras y obras, como también el uso de su tiempo, todas esas cosas son comparadas con la Palabra escrita de Dios, y si ellos son hallados faltos, sus casos quedarán decididos para siempre.

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Vi que muchos se miden entre sí y comparan su vida con la vida de otros. Esto no debe ser. Nadie, sino Cristo, nos es dado como ejemplo. El es nuestro verdadero modelo, y cada uno debe luchar para distinguirse por su imitación de él. Somos colaboradores de Cristo, o colaboradores del enemigo. O juntamos para Cristo o dispersamos contra él. Somos cristianos decididos y de todo corazón, o no lo somos en absoluto. Dice Cristo: “¡Ojalá fueses frío, o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Apocalipsis 3:15-16.

Vi que algunos apenas saben lo que es la abnegación o el sacrificio, o lo que significa sufrir por causa de la verdad. Pero nadie entrará en el cielo sin hacer un sacrificio. Debemos tener espíritu de abnegación y sacrificio. Algunos no se han ofrecido a sí mismos ni a sus propios cuerpos sobre el altar de Dios. Conservan un genio impulsivo y arrebatado. Satisfacen sus apetitos y atienden sus propios intereses, sin tener en cuenta las cosas de Dios. Los que están dispuestos a hacer cualquier sacrificio para obtener la vida eterna, la tendrán, y vale la pena sufrir por ella, crucificar el yo, y sacrificar todo ídolo. El más excelso y eterno peso de gloria, supera todo lo demás, y eclipsa todo placer terreno.

Número 2—Testimonio para la iglesia

Los dos caminos

En la conferencia celebrada en Battle Creek, Míchigan, el 27 de mayo de 1856, se me mostraron en visión algunas cosas correspondientes a la iglesia en general. Pasaron ante mí la gloria y la majestad de Dios. Dijo el ángel: “La majestad de Dios es terrible; y sin embargo, vosotros no lo advertís. Su cólera es aterradora; y no obstante le ofendéis diariamente. Esforzaos por entrar a través de la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y anchuroso el camino que conduce a la destrucción y muchos son los que andan por él; pero estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la vida, y pocos lo encuentran”. Estos caminos son distintos, están separados y van en direcciones opuestas. Uno conduce a la vida eterna y el otro a la muerte. Vi la distinción entre ambos caminos y también la distinción entre quienes por ellos andaban. Los caminos eran totalmente opuestos. Uno era ancho y llano; el otro áspero y estrecho. Así, quienes por ellos iban eran opuestos en carácter, estilo de vida, manera de vestir, y conversación.

Los que van por el camino estrecho hablan de la alegría y felicidad que les aguardan al fin de la jornada. Su aspecto es a menudo triste, pero a veces brilla con sagrado y santo gozo. No visten como los que van por el camino ancho ni hablan ni obran como ellos. Se les ha dado un modelo. Un “varón de dolores, experimentado en quebranto”, les abrió el camino y por él anduvo. Sus seguidores ven sus huellas y al verlas se consuelan y animan. El llegó salvo al destino, y también ellos podrán llegar a salvo si siguen sus huellas.

En el camino ancho, todos piensan en sí mismos, en su ropa y en los placeres del camino. Se entregan libremente a la hilaridad y algazara, sin pensar en el término de la jornada, donde les aguarda segura destrucción. Cada día se acercan más a su nefasta suerte; sin embargo, se apresuran locamente, cada vez con más rapidez. ¡Oh, cuán terrible me pareció aquel espectáculo!

Vi que muchos de los que iban por ese camino ancho llevaban escritas sobre sí estas palabras: “Muerto para el mundo. El fin de todas las cosas está cerca. Preparaos también”. Su aspecto era el mismo que el de todos los demás frívolos seres que los rodeaban, excepto cierto aire de tristeza que se advertía en sus semblantes. Su conversación era igual a la de las alegres y atolondradas gentes que con ellos iban, aunque de vez en cuando se detenían a señalar con mucha satisfacción la leyenda de sus vestidos, y exhortaban a los demás a que también se lo pusiesen en los suyos. Iban por el camino ancho, y sin embargo, decían pertenecer a la compañía que viajaba por el camino estrecho; pero sus compañeros les replicaban: “No hay distinción entre nosotros. Somos iguales. Vestimos, hablamos y obramos de igual manera”.

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Tatiana Patrasco