Testimonios para la Iglesia, Vol. 1, p. 168-176, día 018

El testimonio del Testigo no ha sido escuchado. El solemne testimonio, del cual depende el destino de la iglesia, ha sido tenido en poca estima, cuando no se lo ignoró por completo. Este testimonio ha de mover a profundo arrepentimiento, y todos los que lo reciban sinceramente, le obedecerán y serán purificados.

Dijo el ángel: “Escucha”. Pronto oí una voz que resonaba como si fueran muchos instrumentos musicales, todos perfectamente afinados, dulces y armoniosos. Sobrepasaba a cualquier música que yo hubiera oído. Parecía henchida de misericordia, compasión y gozo santo enaltecedor. Conmovió todo mi ser. El ángel dijo: “Mira”. Fijé la atención entonces en la hueste que antes había visto tan poderosamente sacudida. Vi a los que antes gemían y oraban con aflicción de espíritu. Se había duplicado el número de ángeles custodios que los rodeaba, y una armadura los cubría de pies a cabeza. Marchaban en perfecto orden, firmemente, como una compañía de soldados. Sus semblantes delataban el severo conflicto que habían sobrellevado y la desesperada batalla que acababan de reñir. Sin embargo sus rostros, que llevaban la impresión grabada por la angustia, resplandecían ahora con la luz y la gloria del cielo. Habían logrado la victoria, y esto despertaba en ellos la más profunda gratitud y un gozo santo, sagrado.

El número de esta hueste había disminuido. Con el zarandeo algunos fueron dejados a la vera del camino.* Los descuidados e indiferentes que no se unieron con quienes apreciaban la victoria y la salvación lo bastante para perseverar clamando angustiosamente por ellas, no las obtuvieron y quedaron rezagados en tinieblas; pero sus lugares fueron ocupados en seguida por otros, que se unieron a la hueste que había aceptado la verdad. Los ángeles malignos seguían agrupándose en su derredor, pero ningún poder tenían sobre ellos.*

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Oí que los revestidos de la armadura proclamaban la verdad con gran poder, y ella producía su efecto. Vi a las personas que habían estado atadas; algunas esposas por sus consortes, y algunos hijos por sus padres. Los sinceros, a quienes hasta entonces se les había impedido oír la verdad, se adhirieron ardientemente a ella. Se desvaneció todo temor a los parientes. Tan sólo la verdad les parecía sublime, y la valoraban más que la misma vida. Habían tenido hambre y sed de verdad. Pregunté por la causa de tan profunda mudanza y un ángel me respondió: “Es la lluvia tardía; el refrigerio de la presencia de Dios; el potente pregón del tercer ángel”.

Formidable poder tenían aquellos escogidos. Dijo el ángel: “Mira”. Vi a los impíos, malvados e incrédulos. Estaban todos muy excitados. El celo y poder del pueblo de Dios los había enfurecido. Cundía entre ellos la confusión. Vi que tomaban medidas contra la hueste que tenía la luz y el poder de Dios. Pero esta hueste, aunque rodeada por densas tinieblas, se mantenía firme, aprobada por Dios y confiada en él. Los vi perplejos; luego los oí clamar a Dios ardientemente, sin cesar día y noche.** Oí estas palabras: “¡Hágase, Señor tu voluntad! Si ha de servir para gloria de tu nombre, dale a tu pueblo el medio de escapar. Líbranos de los paganos que nos rodean. Nos han sentenciado a muerte; pero tu brazo puede salvarnos”. Estas son todas las palabras que puedo recordar. Todos mostraban honda convicción de su insuficiencia y manifestaban completa sumisión a la voluntad de Dios. Sin embargo, todos sin excepción, como Jacob, oraban y luchaban fervorosamente por su liberación.

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Poco después que estos seres humanos iniciaron su anhelante clamor, los ángeles, movidos a compasión quisieron ir a librarlos; pero el ángel alto y de aspecto imponente no lo consintió, y dijo: “Todavía no está cumplida la voluntad de Dios. Han de beber del cáliz. Han de ser bautizados con el bautismo”.

Pronto oí la voz de Dios que estremecía cielos y tierra.* Hubo un gran terremoto. Por doquiera se derrumbaban los edificios. Oí entonces un triunfante cántico de victoria, un cántico potente, armonioso y claro. Miré a la hueste que poco antes estaba en tan angustiosa esclavitud y vi que su cautividad había cesado. La iluminaba una refulgente luz. ¡Cuán hermosos parecían entonces! Se había desvanecido todo rastro de inquietud y fatiga, y cada rostro rebosaba salud y belleza. Sus enemigos, los paganos que los rodeaban, cayeron como muertos, porque no les era posible resistir la luz que iluminaba a los santos libertados. Esta luz y gloria permanecieron sobre ellos hasta que apareció Jesús en las nubes del cielo, y la fiel y probada hueste fue transformada en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, de gloria en gloria. Se abrieron los sepulcros y resucitaron los santos, revestidos de inmortalidad, exclamando: “¡Victoria sobre la muerte y el sepulcro!” Y juntamente con los santos vivos fueron arrebatados al encuentro de su Señor en el aire, mientras que toda lengua inmortal emitía hermosas y armónicas aclamaciones de gloria y victoria.

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Número 5—Testimonio para la iglesia

La iglesia de Laodicea

Queridos hermanos y hermanas: El Señor nuevamente me ha visitado con gran misericordia. He estado muy afligida durante los últimos meses. Me he sentido muy enferma. Durante años he estado afectada por la hidropesía y por una enfermedad del corazón, lo cual ha tendido a deprimirme y a destruir mi fe y mi valor. El mensaje a los miembros de la iglesia de Laodicea no ha conseguido que se produzca ese fervoroso arrepentimiento entre el pueblo de Dios que yo esperaba ver, por lo cual he sentido gran incertidumbre. Debido a que la enfermedad que padecía avanzaba continuamente, pensé que moriría. No tenía deseos de vivir, por lo tanto no podía aferrarme de la fe y orar por mi recuperación. Con frecuencia cuando me retiraba en la noche, comprendía que corría el peligro de perder el aliento antes de la mañana. Encontrándome en esa condición, perdí el conocimiento a la medianoche. Mandaron a buscar a los hermanos Andrews y Loughborough, quienes oraron fervorosamente a Dios pidiendo mi restauración. Desaparecieron la depresión y el gran peso que sentía sobre mi corazón dolorido, y fui tomada en visión y vi las cosas que ahora presento ante vosotros.

Vi que Satanás había estado tratando de desanimarme y hacerme desesperar, de hacerme desear la muerte antes que la vida. Vi que no era la voluntad de Dios que yo dejara de trabajar y muriera, porque en ese caso triunfaría el enemigo de nuestra fe, y se entristecerían los corazones de los hijos de Dios. Vi que con frecuencia experimentaría angustia de espíritu y tendría que sufrir mucho, sin embargo se me hizo la promesa de que los que se encontraran a mi alrededor me animarían y ayudarían, y que mi ánimo y valor no fallarían durante los duros ataques del diablo.

Vi que el testimonio que se dio a la iglesia de Laodicea también se aplica al pueblo de Dios actual, y que la razón por la cual no ha podido efectuar una obra mayor es por la dureza de sus corazones. Pero Dios ha dado tiempo al mensaje para que efectúe su obra. El corazón debe ser purificado de los pecados que durante tanto tiempo han mantenido afuera a Jesús. Este solemne mensaje hará su obra. Cuando fue presentado por primera vez, indujo a un detenido examen de conciencia. El pueblo de Dios confesó sus pecados, y se despertó en todas partes. Casi todos creían que este mensaje concluiría con la predicación en alta voz del tercer ángel. Pero como no vieron efectuarse la poderosa obra en un corto tiempo, muchos perdieron el efecto del mensaje.

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Vi que este mensaje no efectuaría su obra en el término de unos pocos meses. Ha sido dado para despertar al pueblo de Dios, para mostrarle sus yerros y para conducirlo a un fervoroso arrepentimiento, para que sea bendecido por la presencia de Jesús y esté preparado para la predicación en alta voz del tercer ángel. Debido a que este mensaje afectaba al corazón, conducía a una profunda humildad delante de Dios. Se enviaron ángeles en todas direcciones para preparar los corazones de los incrédulos a fin de que recibieran la verdad. La causa de Dios comenzó a crecer y el pueblo de Dios supo la posición que ocupaba. Si se hubiera obedecido el consejo del Testigo Fiel, Dios habría obrado con gran poder en favor de su pueblo. Sin embargo, los esfuerzos efectuados desde que se dio el mensaje han sido bendecidos por Dios, y como resultado, muchas almas han sido sacadas del error y las tinieblas para que se regocijen en la verdad.

Dios probará a los suyos. Jesús los soporta pacientemente, y no los vomita de su boca en un momento. Dijo el ángel: “Dios está pesando a su pueblo”. Si el mensaje hubiese sido de corta duración, como muchos de nosotros suponíamos, no habría habido tiempo para desarrollar el carácter. Muchos actuaron por sentimientos, no por principios y fe, y este mensaje solemne y temible, los conmovió. Obró en sus sentimientos y excitó sus temores, pero no realizó la obra que Dios quería que realizase. Dios lee el corazón. Para que sus hijos no se engañen a sí mismos, les da tiempo para que pase la excitación; luego los prueba para ver si quieren obedecer el consejo del Testigo Fiel.

Dios conduce a su pueblo paso a paso. Coloca a sus seguidores en diferentes situaciones a fin de que se manifieste lo que hay en el corazón. Algunos soportan ciertas pruebas, pero fracasan en otras. A medida que se avanza en este proceso, el corazón es probado un poco más severamente. Si los que profesan ser hijos de Dios encuentran que su corazón se opone a esta obra directa, deben convencerse de que tienen que hacer algo para vencer, si no quieren ser vomitados de la boca del Señor. Dijo el ángel: “Dios irá probando cada vez más de cerca a cada uno de sus hijos”. Algunos están dispuestos a aceptar un punto; pero cuando Dios los prueba en otro lo rehuyen y retroceden, porque hiere directamente algún ídolo suyo. Así tienen oportunidad de ver lo que hay en su corazón que los aisla de Jesús. Hay algo que aprecian más que la verdad y su corazón no está preparado para recibir a Jesús. Los individuos son probados durante cierto tiempo para ver si quieren sacrificar sus ídolos y escuchar el consejo del Testigo Fiel. Si alguno no quiere ser purificado por la obediencia de la verdad, y vencer su egoísmo, su orgullo y sus malas pasiones, los ángeles de Dios reciben este encargo: “Se han unido a sus ídolos, dejadlos”, y prosiguen con su obra, dejando en las manos de los malos ángeles a aquellos que no han subyugado sus rasgos pecaminosos. Los que resisten en cada punto, que soportan cada prueba y vencen a cualquier precio que sea, han escuchado el consejo del Testigo Fiel y recibirán la lluvia tardía, y estarán preparados para la traslación.

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Dios somete a prueba a su pueblo en este mundo. Este es el lugar en el que debe prepararse para comparecer ante su presencia. Aquí en este mundo, en estos últimos días, la gente mostrará cuál es el poder que actúa en sus corazones y controla sus acciones. Si es el poder de la verdad divina, lo conducirá a realizar buenas obras. Elevará al que lo recibe, y le hará tener un corazón noble y ser generoso, como su divino Señor. Pero si los ángeles malignos controlan el corazón, eso se verá en diferentes formas. El fruto será egoísmo, codicia, orgullo y malas pasiones.

El corazón es engañoso sobre todas las cosas, y muy perverso. Los religiosos profesos no están dispuestos a examinarse minuciosamente para ver si están dentro de la fe, y es cosa terrible ver que muchos se apoyan en una esperanza falsa. Algunos se apoyan en una antigua experiencia que tuvieron hace años, pero cuando llegan a este tiempo que exige que se efectúe un examen de conciencia, cuando todos debieran tener una experiencia espiritual diaria, no tienen nada que referir. Al parecer creen que solamente por el hecho de profesar una fe serán salvos. Cuando abandonen los pecados que Dios detesta, Jesús vendrá y cenará con ellos y ellos con él. Entonces obtendrán poder divino de Jesús, y crecerán en él, y podrán decir con santo triunfo: “Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”. 1 Corintios 15:57. Le agradaría más al Señor si quienes profesan tibiamente la religión nunca hubieran mencionado su nombre. Son un lastre continuo para los que quieren ser fieles seguidores de Jesús. Son piedra de tropiezo para los incrédulos, y los ángeles malignos se regocijan por su conducta, y ellos se burlan de los ángeles de Dios mediante su conducta torcida. Tales personas son una maldición para la causa en este país y en el extranjero. Se aproximan a Dios solamente de labios, mientras su corazón se encuentra lejos de él. agradaría más al Señor si los tibios profesores de religión nunca hubieran mencionado su nombre. Son un lastre continuo para los que quieren ser fieles seguidores de Jesús. Son piedra de tropiezo para los incrédulos, y los ángeles malignos se regocijan por su conducta, y ellos se burlan de los ángeles de Dios mediante su conducta torcida. Tales personas son una maldición para la causa en este país y en el extranjero. Se aproximan a Dios solamente de labios, mientras su corazón se encuentra lejos de él.

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Vi que el pueblo de Dios no debía imitar las modas del mundo. Algunos lo han hecho, debido a lo cual están perdiendo rápidamente el carácter peculiar y santo que debiera distinguirlos como pueblo de Dios. Se me llamó la atención al antiguo pueblo de Dios y se me dijo que comparara su vestimenta con la moda imperante en estos últimos días. ¡Qué diferencia! ¡Qué cambio! Entonces las mujeres no eran tan atrevidas como ahora. Cuando se presentaban en público se cubrían la cara con un velo. En estos últimos días las modas son vergonzosas e inmodestas. La profecía se ha ocupado de ellas. Fueron introducidas por una clase de personas sobre las cuales Satanás tenía completo control, “los cuales después que perdieron toda sensibilidad (sin tener ninguna persuasión de parte del Espíritu de Dios), se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza”. Efesios 4:19. Si el profeso pueblo de Dios no se hubiera alejado tanto de él, actualmente existiría una marcada diferencia entre su vestimenta y la del mundo. Los sombreros pequeños que exponen la cara y la cabeza son un indicio de falta de modestia. Los aros utilizados para dar ruedo a los vestidos son una vergüenza. Los habitantes del mundo cada vez se tornan más corrompidos, de modo que la línea de distinción entre ellos y el Israel de Dios debe tornarse más evidente, porque en caso contrario la maldición que afecta a los mundanos también caerá sobre el profeso pueblo de Dios.

Se me llamó la atención a los siguientes pasajes bíblicos. Dijo el ángel: “Deben instruir al pueblo de Dios”. (1 Timoteo 2:9-10): “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad”. (1 Pedro 3:3-5): “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos”.

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Dios está probando ahora a las personas jóvenes y a las de edad. Vosotros estáis decidiendo vuestro destino eterno. Vuestro orgullo, vuestro amor a las modas mundanas, vuestra conversación vana y frívola, vuestro egoísmo, son todos puestos en la balanza, y el mal pesa temiblemente contra vosotros. Sois pobres, y miserables, ciegos y desnudos. Mientras el mal aumenta y se arraiga profundamente, comienza a ahogar la buena simiente que ha sido sembrada en el corazón; y pronto las mismas palabras que se pronunciaron en el caso de la casa del sacerdote Elí también serán pronunciadas por los ángeles con respecto a vosotros. Vuestra iniquidad “no será expiada jamás, ni con sacrificios ni con ofrendas”. 1 Samuel 3:14. Muchas personas que vi se complacían a sí mismas pensando que eran buenos cristianos, pero en realidad no habían recibido ni un solo rayo de luz procedente de Jesús. No saben en qué consiste ser renovados por la gracia de Dios. Carecen de experiencia propia eficaz en las cosas de Dios. Y vi que el Señor le estaba sacando filo a su espada en el cielo para segarlos. ¡Ojalá que toda persona que profesa tibiamente su creencia pudiese comprender la obra de limpieza que Dios está por realizar entre su pueblo profeso! Estimados amigos, no os engañéis acerca de vuestra condición. No podéis engañar a Dios. Dice el Testigo Fiel: “Conozco tus obras”. Apocalipsis 3:1. El tercer ángel está conduciendo a un pueblo paso a paso cada vez más arriba. A cada paso será probado.

El plan de la dadivosidad sistemática* está agradando a Dios. Se me llamó la atención a los días de los apóstoles, y vi que Dios había trazado el plan mediante el descenso de su Espíritu Santo, y que por medio del espíritu de profecía había instruido a su pueblo con respecto al sistema de dadivosidad. Todos debían participar en esta obra de compartir sus cosas materiales con los que les suministraban las cosas espirituales. También se les enseñó que las viudas y los huérfanos tenían derecho a su caridad. Se dice que la religión pura y sin mancha consiste en visitar a las viudas y a los huérfanos en su aflicción, y en mantenerse sin contaminación del mundo. Vi que esto no significaba solamente simpatizar con ellos empleando palabras de consuelo en su aflicción, sino además en ayudarles si era necesario, con nuestros recursos. Los hombres y las mujeres jóvenes a quienes Dios ha concedido salud pueden obtener una gran bendición ayudando a las viudas y a los huérfanos en su necesidad. Vi que Dios requiere que los jóvenes se sacrifiquen más por el bien de otros. El exige más de ellos que lo que están dispuestos a llevar a cabo. Si no se contaminan con el mundo, si dejan de seguir las modas, y si dejan de lado los artículos inútiles adquiridos por los amantes del placer para complacer su orgullo, y si en cambio comparten sus recursos con personas dignas que padecen aflicción, y si dan para sustentar la causa, tendrán la aprobación del que dice: “Yo conozco tus obras”. Apocalipsis 2:2.

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En el cielo reina el orden y Dios se complace por los esfuerzos que su pueblo efectúa para avanzar con orden y sistema en su obra aquí en la tierra. Vi que debía existir orden en su iglesia y que se necesitaba sistema y organización para llevar a cabo con éxito la proclamación del último gran mensaje de misericordia al mundo. Dios está guiando a su pueblo en el plan de la dadivosidad sistemática, y este es precisamente uno de los puntos que Dios está enseñando a su pueblo, que afectará muy de cerca a algunos. Para ellos esto es lo mismo que cortar el brazo derecho y arrancar el ojo derecho, mientras que para otros constituye un gran alivio. Para las almas nobles y generosas, las exigencias que se les imponen parecen muy pequeñas, de modo que no se conforman con hacer tan poco. Algunos tienen abundantes posesiones, y si apartan algo con propósitos caritativos en lo que Dios los ha prosperado, la ofrenda les parece una gran suma. El corazón egoísta se aferra lo mismo a una ofrenda pequeña que a una abundante, y considera muy grande una suma que realmente es reducida.

Se me llamó la atención al comienzo de esta última obra. Entonces algunas personas que amaban la verdad podían hablar continuamente de sacrificios. Dedicaron mucho a la causa de Dios, para enviar la verdad a otros. Han enviado su tesoro de antemano al cielo. Hermanos, vosotros que habéis recibido la verdad en un período posterior, y que tenéis cuantiosas posesiones, Dios os ha llamado al campo, no solamente para que disfrutéis de la verdad, sino también para que ayudéis con vuestros bienes a llevar adelante esta gran obra. Y si os interesáis en esta obra avanzaréis e invertiréis en ella una parte de vuestros bienes, para que otros puedan salvarse mediante vuestros esfuerzos, y así cosecharéis con ellos la recompensa final. Se han realizado grandes sacrificios y se han soportado privaciones para hacer brillar la verdad con clara luz delante de vosotros. Ahora Dios os llama, porque es vuestro turno de hacer grandes esfuerzos y sacrificaros a fin de colocar la verdad ante los que se encuentran en tinieblas. Dios requiere esto. Puesto que profesáis creer la verdad, dejad que vuestras obras den testimonio de este hecho. Vuestra fe estará muerta a menos que la pongáis en acción. Ninguna otra cosa fuera de una fe activa os salvará de los terribles acontecimientos que están por sobrevenir.

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Tatiana Patrasco