Testimonios para la Iglesia, Vol. 1, p. 312-320, día 034

Otros se disgustaban de seguir con quienes tan afanosamente buscaban esa corona, y recelando de los peligros que implicaba, se apartaban de ella para ir en busca de la celestial. El aspecto de éstos se transmutaba muy pronto de tinieblas a luz y de melancolía a placidez y santo júbilo.

Después vi una hueste que, con la vista decididamente fija en la corona del cielo, se abría paso a través de la multitud. Y mientras avanzaba presurosa por entre la desordenada muchedumbre, los ángeles la asistían y le daban espacio para avanzar. Al acercarse a la corona celeste, la luz que ésta despedía brilló sobre los miembros de dicha compañía y alrededor de ellos disipó las tinieblas, y aumentó su fulgor hasta transformarlos a semejanza de los ángeles. No echaron ni una sola mirada para atrás, sobre la corona terrenal. Los que iban en busca de ésta se mofaban de ellos y les arrojaban pelotillas negras que por cierto no les producían daño alguno mientras sus ojos estaban fijos en la corona celestial; pero quienes prestaban atención a las pelotillas negras quedaban manchados por ellas. Entonces se me presentó a la vista el siguiente pasaje de la Escritura:

“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; mas haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que hay en ti es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas? Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Mateo 6:19-24.

Después, todo lo que yo había visto se me explicó como sigue: La multitud que tan afanosamente porfiaba por la corona terrenal estaba compuesta por los que aman los tesoros de este mundo y se dejan engañar y lisonjear por sus efímeras atracciones. Vi algunos que, a pesar de llamarse discípulos de Jesús, son tan ambiciosos de tesoros terrenales que pierden el amor por los del cielo, obran según el mundo y Dios los tiene por mundanos. Dicen que buscan una corona inmortal, un tesoro en los cielos; pero su interés y su preocupación mayor está en adquirir tesoros terrenales. Quienes tienen sus tesoros en este mundo y aman sus riquezas, no pueden amar a Jesús. Podrán pensar que son justos, y aunque se aferran como avaros a sus posesiones, no se les puede convencer de ello; no son capaces de reconocer que aman más el dinero que la causa de la verdad o los tesoros celestiales.

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“Así que, si la lumbre que en ti hay son tinieblas, ¿cuántas serán las mismas tinieblas?” Mateo 6:23. En la experiencia de los tales llega un punto en que, por no apreciar la luz que se les dio, ésta se convierte en tinieblas. El ángel dijo: “No podéis amar y adorar los tesoros de la tierra y al mismo tiempo poseer verdaderas riquezas”. Cuando vino a Jesús el joven que le dijo: “Maestro bueno, ¿qué haré para poseer la vida eterna?” (Mateo 19:16), Jesús le dio a elegir entre dos cosas: o se separaba de sus posesiones y obtenía la vida eterna, o guardaba aquéllas y perdía ésta. El apreció sus riquezas más que el tesoro celestial. La condición de separarse de sus tesoros y darlos a los pobres, a fin de hacerse seguidor de Cristo y tener la vida eterna, ahogó su buen deseo, y se fue triste.

Aquellos que vi afanarse por la corona terrenal eran los que recurren a toda clase de medios para adquirir posesiones. En este punto llegan hasta la locura. Todos sus pensamientos y energías se enfocan en el logro de riquezas terrenas. Pisotean el derecho ajeno, oprimen al pobre y al jornalero en su salario. Si pueden, se valen de los que son más pobres y menos astutos que ellos, para acrecentar sus riquezas, sin vacilar un momento en oprimirlos aunque los arrastren a la mendicidad.

Los de cabellos canos y semblante arrugado por la inquietud, eran los ancianos que, a pesar de quedarles pocos años de vida, se afanaban en asegurar sus tesoros terrenales. Cuanto más cerca estaban del sepulcro, tanto mayor era su afán de aferrarse a ellos. Sus propios parientes no recibían beneficio alguno. Para ahorrar algo de dinero, dejaban a los miembros de sus familias que trabajasen más allá de sus fuerzas. Y no empleaban ese dinero para el bien ajeno ni para el propio. Les bastaba saber que lo poseían. Cuando se les presenta a estas personas su deber de aliviar las necesidades de los pobres y sostener la causa de Dios, se entristecen. Aceptarían gustosos el don de la vida eterna, pero no quieren que les cueste algo. Las condiciones son demasiado duras. Pero Abraham no retuvo a su hijo unigénito. En obediencia a Dios hubiera podido sacrificar a este hijo de la promesa más fácilmente de lo que muchos sacrificarían algunos de sus bienes terrenales.

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Era penoso ver a quienes hubieran podido madurar gloriosamente y prepararse día tras día para la inmortalidad, emplear todas sus fuerzas en retener sus tesoros terrenales. Vi que no eran capaces de estimar el tesoro celestial. Su intenso afecto a lo terreno, les impelía a demostrar en sus actos que no estimaban bastante la herencia celestial como para sacrificarse por ella. El “joven” manifestaba disposición a guardar los mandamientos, y sin embargo, nuestro Señor le dijo que una cosa le faltaba. Deseaba la vida eterna, pero amaba más sus bienes. Muchos se engañan a sí mismos. No han buscado la verdad como a tesoro escondido. No sacan el mejor partido posible de sus facultades. Su mente, que podría ser iluminada por la luz celestial, está perturbada y perpleja. “Los cuidados de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias que hay en las otras cosas, entrando ahogan la palabra, y se hace infructuosa” Marcos 4:19. “Los tales —dijo el ángel—, están sin excusa”. Vi que la luz se apartaba de ellos. No deseaban comprender las solemnes e importantes verdades para este tiempo, y pensaban que estaban bien sin comprenderlas. Su luz se apagó y quedaron andando a tientas en las tinieblas.

La multitud de contrahechos y enfermizos que porfiaban por la corona terrenal eran aquellos que tienen sus intereses y tesoros en este mundo. Aunque por todas partes los hiera el desengaño, no pondrán sus afectos en el cielo para asegurarse allí una morada y un tesoro. Por más que fracasan en lo terrenal, prosiguen apegados a ello y pierden lo celestial. No obstante los desengaños y la desdichada vida y muerte de quienes pusieron todo su empeño en el logro de riquezas materiales, otros siguen el mismo camino. Se precipitan locamente, sin reparar en el miserable fin de aquellos cuyo ejemplo siguen.

Los que alcanzaban la corona y lograban una participación en ella y eran aplaudidos, son los que obtienen el único anhelo de su vida: las riquezas materiales. Reciben la honra que el mundo tributa a los ricos. Tienen influencia en el mundo. Satanás y sus malignos ángeles quedan satisfechos, porque saben que los tales son seguramente suyos, y que, mientras vivan en rebelión contra Dios, serán poderosos agentes de Satanás.

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Los que acaban por disgustarse con quienes se afanan por la corona terrenal, son los que han reparado en la vida y muerte de quienes luchan por las riquezas terrenas, pues ven que éstos nunca están satisfechos sino que son desgraciados. Por esto se ponen en guardia y, apartándose de los egoístas, buscan las riquezas verdaderas y perdurables.

Se me mostró que quienes, asistidos por los santos ángeles, se abren paso a través de la multitud hacia la corona celeste, son los fieles hijos de Dios. Los ángeles los guían y les infunden celo para avanzar en busca del tesoro celestial.

Las pelotillas negras que se arrojaban contra los santos eran las maledicencias y falsedades difundidas contra el pueblo de Dios por quienes mienten y gustan de la mentira. Hemos de tener mucho cuidado de observar irreprensible conducta y abstenernos de toda apariencia de mal, a fin de marchar airosamente hacia adelante sin hacer caso de los falsos vituperios de los malvados. Cuando la vista de los justos se fija en los inestimables tesoros del cielo, se acrecienta más y más su semejanza con Cristo, con lo que quedarán así transformados y dispuestos para la traslación al cielo.

El futuro

En ocasión de la transfiguración, Jesús fue glorificado por su Padre. Le oímos decir: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él”. Juan 13:31. Así, antes de su entrega y crucifixión, fue fortalecido para sus últimos terribles sufrimientos. Al acercarse los miembros del cuerpo de Cristo al período de su último conflicto, al “tiempo de angustia de Jacob”, crecerán en Cristo y participarán en amplia medida de su Espíritu. Al crecer el tercer mensaje hasta ser un fuerte pregón, cuando acompañe a la obra final gran poder y gloria, los hijos de Dios participarán de aquella gloria. La lluvia tardía será lo que los fortalecerá y reavivará para atravesar el tiempo de angustia. Sus rostros resplandecerán con la gloria de aquella luz que acompaña al tercer ángel.

Vi que Dios preservará de manera maravillosa a su pueblo durante el tiempo de angustia. Así como Jesús oró con toda la agonía de su alma en el huerto, ellos clamarán con fervor y agonía día y noche para obtener liberación. Se proclamará el decreto de que deben despreciar el sábado del cuarto mandamiento, y honrar el primer día, o perder la vida. Pero ellos no cederán, ni pisotearán el sábado del Señor para honrar una institución del papado. Los rodearán las huestes de Satanás y los hombres perversos, para alegrarse de su suerte, porque no parecerá haber para ellos medio de escapar. Pero en medio de las orgías y el triunfo de aquéllos, se oirá el estruendo ensordecedor del trueno más formidable. Los cielos se habrán ennegrecido, y estarán iluminados únicamente por la deslumbrante y terrible gloria del cielo, cuando Dios deje oír su voz desde su santa morada.

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Los cimientos de la tierra temblarán; los edificios vacilarán y caerán con espantoso fragor. El mar hervirá como una olla, y toda la tierra será terriblemente conmovida. El cautiverio de los justos se cambiará, y con suave y solemne susurro se dirán unos a otros: “Somos librados; es la voz de Dios”. Con solemne asombro escucharán las palabras de la voz. Los malos oirán, pero no entenderán las palabras de la voz de Dios. Temerán y temblarán, mientras que los santos se regocijarán. Satanás y sus ángeles, y los hombres perversos, que habían estado regocijándose porque el pueblo de Dios estaba en su poder y podían raerlo de la faz de la tierra, presenciarán la gloria conferida a aquellos que honraron la santa ley de Dios. Verán cómo el rostro de los justos estará iluminado y reflejará la imagen de Jesús. Los que estaban tan deseosos de destruir a los santos, no podrán soportar la gloria que descansará sobre los que habrán sido libertados, y caerán como muertos al suelo. Satanás y los malos ángeles huirán de la presencia de los santos glorificados. Habrán perdido para siempre el poder de molestarlos.

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Número 9—Testimonio para la iglesia

La rebelión*

El terrible estado en que se encuentra nuestra nación exige profunda humildad de parte del pueblo de Dios. La pregunta supremamente importante que debiera preocupar a todos es: “¿Estoy preparado para el día de Dios? ¿Podré soportar la prueba que me espera?”

Vi que Dios está purificando y probando a su pueblo. Lo refinará como se hace con el oro, hasta que la escoria quede consumida y su imagen pueda reflejarse en ellos. No todos manifiestan un espíritu de abnegación ni la disposición a soportar dificultades y a sufrir por amor a la verdad, que es lo que Dios requiere. Sus voluntades no han sido subyugadas; no se han consagrado plenamente a Dios y no han buscado otros placeres, sino el placer supremo de hacer su voluntad. Los ministros y el pueblo carecen de espiritualidad y de verdadera piedad. Será sacudido todo lo que pueda serlo. El pueblo de Dios pasará por grandes pruebas, y todos deben afianzarse, arraigarse y consolidarse en la verdad, porque si no lo hacen, ciertamente resbalarán. Si Dios reconforta y alimenta el alma con su presencia inspiradora, podrán resistir aunque el camino sea tenebroso y esté cubierto de espinas. Las tinieblas pronto se disiparán y la luz auténtica brillará para siempre. Se me llamó la atención a Isaías 58; 59:1-15 y Jeremías 14:10-12, como una descripción de la condición actual de nuestra nación. Los habitantes de este país se han olvidado de Dios, han elegido otros dioses y seguido sus propios caminos corrompidos hasta que Dios se ha apartado de ellos. Los moradores de la tierra han pisoteado la ley de Dios y quebrantado su pacto eterno.

Se me hizo ver el revuelo causado entre nuestro pueblo por el artículo titulado “La Nación”, publicado en la Review. Algunos lo entendieron en una forma distinta. Las sencillas declaraciones fueron tergiversadas para hacerles decir lo que no había sido la intención del autor. El había presentado la luz mejor que tenía en ese momento. Era necesario decir algo. La atención de muchos se había vuelto hacia los observadores del sábado, porque éstos no manifestaban gran interés en la guerra y no se habían ofrecido como soldados voluntarios. En algunos lugares se consideraba que simpatizaban con los rebeldes del Sur. Había llegado el momento de dar a conocer nuestros verdaderos sentimientos con respecto a la esclavitud y la rebelión de los Estados sureños. Era necesario actuar con sabiduría para desvanecer las sospechas suscitadas contra los observadores del sábado. Había que obrar con mucha precaución. “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres”. Romanos 12:18. Podemos obedecer esta amonestación sin sacrificar ningún principio de nuestra fe. Satanás y su hueste están en guerra con los observadores de los mandamientos, y harán todo lo posible para ponerlos en situaciones angustiosas. No debieran ellos mismos crearse problemas debido a su falta de discreción.

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Se me mostró que algunos habían actuado con mucha indiscreción con respecto al artículo mencionado. No concordaba en todo sentido con sus puntos de vista personales, y en lugar de analizarlo calmadamente y de considerar todas sus conexiones, se inquietaron, se acaloraron y algunos tomaron la pluma y llegaron a la ligera a conclusiones que no resistían un examen serio. Algunos fueron inconsecuentes e irrazonables. Hicieron precisamente lo que Satanás los instaba a realizar, es decir, pusieron en práctica sus propios sentimientos de rebelión.

En el Estado de Iowa llevaron las cosas a un extremo y se introdujeron en el fanatismo. Confundieron el celo y el fanatismo con la justicia. En lugar de ser guiados por la razón y el sano juicio, permitieron que sus sentimientos tomaran la delantera. Estaban dispuestos a convertirse en mártires por su fe. ¿Los condujeron a Dios todos esos sentimientos? ¿O los indujeron a caminar con más humildad delante de él? ¿Los condujeron a confiar en su poder para librarlos de la posición aflictiva en que podrían encontrarse? ¡Oh, no! En lugar de elevar sus peticiones al Dios del cielo y de confiar únicamente en su poder, las hicieron a la legislatura y fueron rechazados. Revelaron su debilidad y expusieron su falta de fe. Todo esto sirvió únicamente para llamar la atención sobre el grupo especial de observadores del sábado y exponerlos a ser arrinconados en lugares difíciles por quienes no sentían ninguna simpatía por ellos.

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Algunos han estado a la expectativa, listos para criticar y quejarse ante cualquier sugerencia que se haga. Pero pocos han tenido sabiduría en estos tiempos difíciles para pensar sin prejuicio y decir claramente lo que se debía hacer. Vi que los que habían estado dispuestos a hablar en forma tan decidida oponiéndose a obedecer a la conscripción, no comprenden el tema del que están hablando. Si en realidad los reclutaran para el ejército, y si ellos rehusaran obedecer, y fueran amenazados con encarcelamiento, tortura o muerte, entonces se acobardarían y descubrirían que no se habían preparado para tal emergencia. No podrían soportar la prueba de su fe. Lo que pensaban que era fe, era tan sólo presunción fanática.

Los que están mejor preparados para sacrificar aun la vida, si fuere necesario, antes que colocarse en una situación en la que no pudieran obedecer a Dios, son los que tienen menos que decir. Estos no harían alardes. Sentirían profundamente y meditarían mucho, y sus fervientes oraciones ascenderían al cielo en busca de sabiduría para obrar y gracia para soportar. Los que piensan que en el temor de Dios no pueden comprometerse a conciencia en esta guerra, manifestarían mucha calma, y cuando se les preguntara declararían simplemente lo que están obligados a decir a fin de satisfacer al que interroga, y luego darían a entender que no simpatizan con la rebelión.

En las filas de los observadores del sábado hay unos pocos que simpatizan con los dueños de esclavos. Cuando abrazaron la verdad no dejaron atrás todos los errores que debieran haber abandonado. Necesitan beber con más abundancia de la fuente purificadora de la verdad. Algunos han traído consigo sus antiguos prejuicios políticos, que no armonizan con los principios de la verdad. Sostienen que el esclavo es propiedad de su amo, y que no debieran quitárselo. Clasifican a los esclavos con el ganado y dicen que es perjudicar al dueño quitarle sus esclavos, tanto como se lo perjudicaría privándolo de su ganado. Se me mostró que no tenía importancia la suma que el amo había pagado por la carne humana y las almas de los hombres; Dios no les da título sobre las almas humanas, de modo que no tienen derecho a mantenerlos como propiedad suya. Cristo murió por toda la humanidad, sean blancos o negros. Dios ha creado al hombre un ser humano libre, ya sea blanco o negro. La institución de la esclavitud invalida esto y permite al hombre ejercer sobre sus semejantes un poder que Dios nunca le concedió, y que pertenece únicamente a Dios. El dueño de los esclavos se ha atrevido a asumir la responsabilidad de Dios sobre sus esclavos, y en conformidad con eso será tenido por responsable de los pecados, la ignorancia y el vicio del esclavo. Será llamado a rendir cuentas del poder que ha ejercido sobre el esclavo. La raza de color es propiedad de Dios; únicamente su Hacedor es su amo, y los que se han atrevido a encadenar el cuerpo y el alma del esclavo, manteniéndolo en estado de degradación como las bestias, tendrán su pago. La ira de Dios ha dormitado, pero despertará y se derramará sin mezcla de misericordia.

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Algunos han sido tan indiscretos que han llegado a ventilar sus principios en favor de la esclavitud, principios que no se han originado en el cielo, sino que proceden del dominio de Satanás. Estos espíritus inquietos hablan y obran de tal modo que acarrean oprobio sobre la causa de Dios. A continuación transcribiré una copia de una carta que escribí al Hno. A., del condado de Oswego, Nueva York:

“Se me mostraron algunas cosas con respecto a usted. Vi que estaba engañado con respecto a sí mismo. Ha dado ocasión para que los enemigos de nuestra fe blasfemaran y criticaran a los observadores del sábado. Debido a su proceder indiscreto, usted ha cerrado los oídos de algunos que habrían escuchado la verdad. Vi que debiéramos ser prudentes como serpientes y sencillos como palomas. Usted no ha manifestado ni la sabiduría de la serpiente ni la sencillez de la paloma.

“Satanás fue el primer y gran caudillo en rebelión. Dios está castigando a los del Norte, porque han soportado durante tanto tiempo la existencia del detestable pecado de la esclavitud; porque ante la vista del Cielo es un pecado de la tonalidad más oscura. Dios no está con los del Sur, y los castigará terriblemente al final. Satanás es el instigador de la rebelión. Vi que usted. Hno. A, ha permitido que sus principios políticos destruyan su juicio y su amor por la verdad. Estos están desarraigando de su corazón la verdadera piedad. Usted nunca ha considerado la esclavitud en su verdadera luz, y sus conceptos acerca de este asunto lo han arrojado en el bando de la rebelión, que fue originada por Satanás y su hueste. Sus puntos de vista sobre la esclavitud no pueden armonizar con las verdades sagradas tan importantes para este tiempo. Usted debe abandonar sus puntos de vista o la verdad. Ambos no pueden coexistir en el mismo corazón, porque están en guerra el uno con el otro.

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Tatiana Patrasco