Testimonios para la Iglesia, Vol. 1, p. 410-417, día 046

Otra razón que ofrezco como disculpa por llamar la atención nuevamente al tema del vestido, es que ni una sola entre veinte hermanas que profesan creer en los Testimonios ha dado el primer paso hacia la reforma de la vestimenta. Podrá decirse que la Hna. White usa en público vestidos más largos que los que recomienda a otras mujeres, a lo cual replico: Cuando visito un lugar para hablar a las gentes que no conocen el tema de la reforma de la vestimenta y donde hay prejuicio, estimo que es mejor ser cuidadosa y no cerrar los oídos del público por usar un vestido que se podría considerar censurable. Pero después de presentarles el tema y de explicar claramente mi posición, me presento ante ellos con el vestido de la reforma, que ilustra mis enseñanzas.

En lo que se refiere al asunto de usar vestidos con armazón de alambre, la reforma de la vestimenta va muy adelantada a ellos. Yo no podría usarlos. Y es demasiado tarde para hablar de usar vestidos con aros de alambre, sean éstos grandes o chicos. Mi posición sobre este asunto es precisamente lo que siempre ha sido, y espero que no me consideren responsable de lo que otros pueden decir sobre este tema, o por el proceder adoptado por quienes usan vestidos con aros de alambre. Protesto contra la tergiversación de mis conversaciones sostenidas en privado sobre este tema, y pido que lo que he escrito y publicado sea considerado como mi posición definitiva.

Nuestros ministros

En la visión que recibí en Róchester, Nueva York, el 25 de diciembre de 1865, se me mostró que estamos frente a una obra muy solemne, pero no se comprende su importancia y magnitud. Al percibir la indiferencia que reinaba en todas partes, me sentí alarmada por la condición de los pastores y el pueblo. Se advertía una parálisis en la causa de la verdad presente. La obra de Dios parecía haberse detenido. Los ministros y los hermanos no están preparados para el tiempo en el que viven, y casi todos los que profesan creer en la verdad presente no están en condiciones de comprender la obra de preparación para este tiempo. En su condición actual de ambición mundana, con su falta de dedicación a Dios y su entrega a la complacencia de sí mismos, están totalmente incapacitados para recibir la lluvia tardía y después de haberlo hecho todo, mantenerse firmes contra la ira de Satanás, quien por medio de sus invenciones los hará naufragar en la fe al fijar sobre ellos algún agradable autoengaño. Piensan estar bien cuando en realidad están totalmente mal.

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Los pastores y el pueblo deben realizar progresos más evidentes en la obra de reforma. Debieran comenzar sin tardanza a corregir sus malos hábitos de alimentación, bebida, vestimenta y trabajo. Se me hizo ver que numerosos ministros no están conscientes de este importante tema. No todos se encuentran en el lugar donde Dios quisiera que estén. El resultado es que el trabajo de algunos de ellos sólo lleva escaso fruto. Los ministros debieran ser ejemplos para el pueblo de Dios. Pero no están a salvo de las tentaciones de Satanás. Ellos son precisamente a quienes procurará entrampar. Si puede tener éxito en su intento por adormecer a un solo ministro en la seguridad carnal, y al hacerlo apartar su mente de la obra, o engañarlo con respecto a su verdadera condición delante de Dios, habrá realizado mucho.

Vi que la causa de Dios no estaba progresando como podría hacerlo y como debiera ser. Los ministros no se dedican a la obra con esa energía, dedicación y decidida perseverancia que exige la importancia de la obra. Tienen un adversario vigilante con el cual luchar, cuya diligencia y perseverancia son incansables. El débil esfuerzo de los ministros y del pueblo no puede compararse con el de su adversario, el diablo. En un lado están los ministros que batallan en favor del bien y tienen la ayuda de Dios y sus santos ángeles. Debieran ser fuertes y valientes, y estar totalmente dedicados a la causa en la que militan, sin tener otros intereses. A fin de agradar a Aquel que los eligió como soldados, no debieran dejarse envolver en los asuntos temporales.

En el otro lado están Satanás y sus ángeles, con todos sus agentes ayudadores en el mundo, que realizan todo esfuerzo posible y utilizan todo artificio para promover el error y el mal, y para ocultar su fealdad y deformidad con un ropaje agradable. Satanás cubre el egoísmo, la hipocresía y toda clase de engaño con un disfraz de aparente verdad y justicia, y se complace por su éxito, aun con ministros y personas que pretenden comprender sus artimañas. Cuanto mayor es la distancia a que se mantienen de Cristo su gran Líder, tanto menos se parecen a él en carácter y tanto más es su parecido en vida y carácter a los servidores de su gran adversario, y tanto más seguro se encuentra él de tenerlos en sus redes. Mientras pretenden ser servidores de Cristo, en realidad lo son del pecado. Algunos ministros piensan demasiado en el sueldo que reciben. Trabajan por un salario y pierden de vista el carácter sagrado y la importancia de la obra.

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Algunos se tornan laxos y negligentes en su trabajo; recorren el campo de labor pero son débiles y sus esfuerzos no tienen éxito. No tienen puesto el corazón en la obra. La teoría de la verdad es clara, pero muchos de ellos no participaron en la investigación de la verdad mediante el estudio intenso y la oración ferviente, y no saben nada de su hermosura y valor por no haber tenido que verse forzados a sostener sus posiciones contra la oposición de sus enemigos. No ven la necesidad de preservar un espíritu de consagración total a la obra. Su interés se encuentra dividido entre ellos mismos y la obra.

Se me hizo ver que antes de que la obra de Dios pueda realizar un progreso decidido, los ministros deben convertirse. Cuando lo estén, estimarán menos los sueldos y colocarán un valor mucho mayor sobre la obra importante, sagrada y solemne que han aceptado de mano de Dios para llevar a cabo, y que él requiere que cumplan fielmente y con eficiencia, como quienes tendrán que rendir estricta cuenta. Los ángeles anotadores realizan cada día un fiel registro de su trabajo. Todos sus actos, y hasta las intenciones y propósitos de su corazón, aparecen revelados con fidelidad. Nada permanece oculto para el ojo que todo lo percibe de Aquel de quien dependemos. Los que han puesto todas sus energías en la causa de Dios, y que se han arriesgado a invertir algo, sentirán que la obra de Dios es una parte de ellos, de modo que no trabajarán únicamente por un sueldo. No serán siervos infieles que tratan de agradarse a sí mismos, sino que se consagrarán ellos mismos con todos sus intereses a esta obra solemne.

Algunos ministros, en su obra pública en las iglesias, corren el peligro de cometer errores por falta de minuciosidad. Por su interés personal y el de la obra debieran escudriñar de cerca sus propios motivos y asegurarse de que se han despojado de todo orgullo. Debieran vigilar para evitar que mientras predican verdades definidas a otros, dejen de regir su vida por la misma norma y permitan que Satanás introduzca otra cosa en lugar de una profunda investigación de los motivos del corazón. Debieran ser minuciosos consigo mismos y con la causa de Dios, no sea que trabajen sólo por un salario y pierdan de vista el carácter importante y exaltado de la obra. No debieran permitir que el yo los gobierne en vez de que lo haga Jesús, y debieran tener cuidado de no decir a los pecadores de Sión que todo saldrá bien, cuando Dios ha pronunciado maldición sobre ellos.

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Los ministros deben levantarse y manifestar vida, celo y devoción por aquello que han desestimado por no haber caminado con Dios. La causa de Dios en muchos lugares no está mejorando. Es necesario que se examine el alma. La gente está sobrecargada de saciedad, ebriedad y los cuidados de esta vida. Están penetrando cada vez más profundamente en un espíritu de empresa mundana. Ambicionan obtener ganancias. La espiritualidad y la devoción escasean. El espíritu que prevalece es trabajar, acumular y añadir a lo que ya se posee. “¿Cuál será el fin de estas cosas?” era mi preocupación.

Las reuniones realizadas en las asociaciones no han conseguido un bien duradero. Los que asisten a las reuniones llevan consigo un espíritu comercializado. Los ministros y el pueblo con frecuencia llevan sus mercaderías a esas reuniones a las que asiste una numerosa concurrencia, y las verdades presentadas desde el púlpito no logran impresionar el corazón. La espada del Espíritu, la palabra de Dios, no consigue hacer su obra; cae inofensivamente en los oyentes. Se hace que la exaltada obra de Dios se relacione demasiado estrechamente con las cosas comunes.

Los ministros deben convertirse antes de que puedan fortalecer a sus hermanos. No debieran predicar lo que ellos quieren, sino a Cristo y su justicia. Se necesita una reforma entre el pueblo, pero primero debiera comenzar su obra purificadora con los ministros. Son los centinelas que vigilan las murallas de Sión, para dar la alarma a los descuidados y los incautos; y también para describir la suerte de los hipócritas que hay en Sión. Me pareció que algunos de los ministros habían olvidado que Satanás todavía estaba vivo, y que aún era tan perseverante, fervoroso y artero como siempre; que todavía procuraba atraer con sus seducciones a las almas fuera del camino de la justicia.

Una parte importante de la obra ministerial es presentar fielmente al pueblo la reforma de la salud en su relación con el mensaje del tercer ángel, como parte integrante de la misma obra.

Debieran adoptarla ellos mismos e impulsarla entre todos los que profesan creer la verdad.

Los ministros no debieran tener intereses separados fuera de la gran obra de conducir las almas a la verdad. Aquí se necesitan todas sus energías. No debieran dedicarse a los negocios ni a las ventas en vez de llevar a cabo esta obra grandiosa. El solemne encargo dado a Timoteo los afecta con la misma fuerza, colocando sobre ellos las obligaciones más solemnes y las más temibles responsabilidades. “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina”. 2 Timoteo 4:1-2. “Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio”. vers. 5.

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Los malos hábitos de vida han disminuido nuestras sensibilidades mentales y físicas, y toda la fuerza que podamos adquirir mediante los hábitos de vida correctos y la práctica de los principios de salud y vida, debiéramos dedicarla sin reserva a la obra que Dios nos ha asignado. No podemos permitirnos emplear la escasa, débil y estropeada energía que poseemos en cumplir tareas secundarias o en mezclar actividades comerciales con la obra que Dios nos ha encomendado. Ahora se necesitan todas las facultades del cuerpo y la mente. La obra de Dios lo requiere, de modo que no se puede emprender otras actividades aparte de esta gran obra sin que ello insuma tiempo y fuerza mental y física, y así disminuya el vigor y la fuerza de nuestra obra en la causa de Dios. Los ministros que se dedican a actividades colaterales no disponen de tiempo para la meditación y la oración, ni la fuerza y claridad de mente que necesitan para comprender los casos de las personas que necesitan ayuda, y para estar preparados a fin de instar “a tiempo y fuera de tiempo”. Una palabra apropiadamente dicha en el momento adecuado puede salvar a una pobre alma errante, dudosa y desfalleciente. Pablo exhortó a Timoteo: “Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos”. 1 Timoteo 4:15.

Cuando Cristo dio su comisión a sus discípulos, les dijo: “Todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo”. Mateo 18:18. Si ésta es la obra temible y responsable de los ministros de Dios, cuán importante es que se dediquen totalmente a ella y que busquen y se ocupen de las almas como quienes tendrán que rendir cuentas. ¿Debiera algún interés ajeno o egoísta estorbar esto y separar el corazón de la obra? Algunos ministros permanecen en sus hogares y después salen a realizar sus labores pastorales el sábado; luego se agotan durante el resto de la semana trabajando en labores agrícolas o tareas domésticas. Trabajan para sí mismos durante la semana y después gastan el resto de sus agotadas energías laborando para Dios. Pero Dios no acepta esos débiles esfuerzos. Tales ministros no tienen una reserva de energía mental o física. En el mejor de los casos, sus esfuerzos son tan sólo débiles. Pero después de haberse mantenido absortos y ocupados durante los días laborales de la semana con las preocupaciones y cuidados de la vida, están totalmente incapacitados para participar en la elevada, sagrada e importante obra de Dios. El destino de las almas depende de su manera de proceder y de las decisiones que tomen. Entonces, cuán importante es que sean temperantes en todas las cosas, y no sólo en su alimentación, sino también en su trabajo, para que sus fuerzas no sufran menoscabo y puedan dedicarlas a su llamamiento sagrado.

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Algunas personas que profesan la verdad presente han cometido un grave error al dedicarse a la venta de mercancías durante el desarrollo de series de reuniones espirituales, y con eso apartaron las mentes del objetivo de las reuniones. Si Cristo estuviera ahora en el mundo, echaría a esos mercaderes y traficantes, ya se trate de ministros o personas comunes, con un azote de cuerdas, lo mismo que cuando entró en el templo “y echó fuera a todos los que vendían y compraban en la casa de Dios, y volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: ‘Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones’”. Mateo 21:12-13. Estos traficantes habrían podido aducir como excusa que tenían en venta los artículos para entregar ofrenda de sacrificio. Pero su propósito era conseguir ganancias, obtener recursos, acumular.

Se me hizo ver que si las facultades morales e intelectuales no hubieran estado oscurecidas por los malos hábitos de vida, los ministros y el pueblo habrían discernido prontamente los malos resultados del acto de mezclar las cosas sagradas con las comunes. Hay ministros que han predicado un solemne sermón desde el púlpito, y luego al presentar mercaderías y actuar como vendedores, en la casa misma de Dios, han apartado las mentes de sus oyentes de las impresiones recibidas y han destruido el fruto de su trabajo. Si no hubieran tenido las facultades mentales embotadas, habrían poseído discernimiento para saber que estaban rebajando las cosas sagradas hasta el nivel de las cosas comunes. La preocupación de vender nuestras publicaciones no corresponde a los ministros que trabajan con la palabra y la doctrina. Deben mantener en reserva su tiempo y sus fuerzas para que sus esfuerzos puedan producir fruto abundante en una serie de reuniones. No debieran dedicar su tiempo ni sus fuerzas para vender nuestros libros, cuando esto puede ser debidamente realizado por los que no se ocupan en la predicación de la palabra. Cuando el ministro va a trabajar a un nuevo campo, puede ser necesario que lleve publicaciones consigo para ofrecerlas en venta a la gente, y puede ser necesario en otras circunstancias que también venda libros y lleve a cabo alguna transacción comercial para la oficina de publicaciones. Pero ese trabajo debiera evitarse toda vez que pueda ser realizado por otras personas.

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La predicación de la palabra es el trabajo específico de los ministros, y después de haber predicado las solemnes verdades a la gente, debieran mantener una humilde dignidad como predicadores de la exaltada verdad y representantes de la verdad presentada a la gente. Necesitan descansar después de haber realizado sus intensos esfuerzos. Aun la venta de libros sobre la verdad presente es una preocupación, una carga para la mente y fatiga para el cuerpo. Si hay ministros que tienen energía de reserva y pueden someterse a esfuerzo sin perjudicarse, existe para ellos un trabajo importante que deben hacer, y que sólo ha comenzado después de haber presentado la verdad a la gente. Después siguen el predicar con el ejemplo, atender solícitamente a la gente, tratar de hacer bien a los demás, las conversaciones, las visitas a los hogares, el tener acceso a la condición mental y espiritual de los que escucharon su sermón, y comprenderla; además, debe exhortar a éste, reprochar a aquél y censurar a este otro, reconfortar a los afligidos, a los dolientes y a los desanimados. La mente debe estar libre de cansancio hasta donde eso sea posible, para que estén dispuestos a prestar servicio al instante, “que instes a tiempo y fuera de tiempo”. Deben obedecer la orden dada por el apóstol Pablo a Timoteo: “Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas”.

Las responsabilidades de la obra descansan muy levemente sobre algunos. Piensan que su obra ha concluido cuando se alejan del púlpito. Es una carga visitar a la gente, como también lo es hablar; y la gente que realmente está deseosa de obtener todo el bien que hay para ellos, y que desean escuchar y aprender para poder ver todas las cosas claramente, no reciben beneficio ni satisfacción. Los ministros se excusan diciendo que están cansados, y sin embargo algunos de ellos agotan sus fuerzas preciosas y pasan su tiempo en trabajos que otros podrían realizar tan bien como ellos. Debieran preservar el vigor moral y físico para dar amplia prueba de su ministerio.

En todo lugar de importancia debiera haber un depósito de publicaciones. Y una persona que realmente aprecie la verdad debiera manifestar interés en poner esos libros en manos de todos los que quieran leer. La cosecha es abundante pero los obreros son pocos, y los escasos obreros de experiencia que ahora hay en el campo ya están suficientemente ocupados con la predicación mediante palabra y doctrina. Surgirán hombres que asegurarán que Dios les ha encomendado la tarea de predicar la verdad a otros. Hay que examinar y someter a prueba a todos ellos. No hay que aliviarlos de inmediato de todas sus preocupaciones económicas ni darles posiciones de responsabilidad; pero debe animárselos, si tienen méritos, a que den pruebas adecuadas de su ministerio. No conviene que tales personas entren en los trabajos de otros obreros. Que primero trabajen con alguien de experiencia y sabiduría, que pueda ver pronto si pueden ejercer una influencia capaz de salvar. Los predicadores jóvenes que nunca han sentido la fatiga producida por el trabajo ni experimentado exigencias sobre sus fuerzas mentales y físicas, no debieran ser animados a esperar que se los sostenga económicamente, en forma independiente de su trabajo físico, porque esto tan sólo los perjudicaría y sería una carnada para atraer a la obra a otros hombres que no comprenden las preocupaciones de la obra ni la responsabilidad que descansa sobre los ministros elegidos por Dios. Tales personas se sentirán facultadas para enseñar a otros cuando en realidad apenas han aprendido ellas mismas los primeros principios fundamentales.

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Muchos que profesan la verdad no están santificados por ella y carecen de sabiduría; no están siendo conducidos ni enseñados por Dios. El pueblo de Dios, en general, tiene una mente mundana y se ha alejado de la sencillez del Evangelio. Esta es la causa de la gran falta de discernimiento espiritual que han manifestado en su relación con los ministros. Si un pastor predica con espontaneidad y franqueza, algunos lo alaban personalmente. En lugar de meditar en las verdades presentadas y de aprovecharlas, demostrando así que no son sólo oidores sino obradores de la palabra, lo exaltan al referirse a lo que ha hecho. Comentan acerca de las virtudes del pobre instrumento, pero olvidan a Cristo, que usó a ese instrumento. Desde la caída de Satanás, quien una vez fue un ángel de exaltada gloria, los ministros han caído por la exaltación de que se los ha hecho objeto. Observadores del sábado insensatos han complacido al diablo alabando a los ministros. ¿Sabían que estaban ayudando a Satanás en su obra? Se habrían alarmado si hubieran comprendido lo que estaban haciendo. Estaban enceguecidos y no actuaban siguiendo el consejo de Dios. Hago una advertencia definida contra la costumbre de alabar o adular a los ministros. He visto el mal, el terrible mal de esto. Nunca, nunca deben dirigirse alabanzas directamente a los ministros. Hay que exaltar a Dios y respetar siempre a un fiel ministro, y hay que comprender sus preocupaciones y aliviarlas si eso es posible; pero no se los alabe, porque Satanás está listo en su puesto de observación para hacer esa obra él mismo.

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Tatiana Patrasco