Testimonios para la Iglesia, Vol. 1, p. 450-457, día 051

La recreación entre los cristianos

Se me mostró que, como pueblo, los observadores del sábado trabajan demasiado sin permitirse variaciones o períodos de descanso. La recreación es necesaria para los que se ocupan en faenas físicas y es aún más esencial para la gente cuya labor es mayormente mental. No es esencial para nuestra salvación ni para la gloria de Dios el mantener nuestra mente trabajando constante y excesivamente, aun sobre temas religiosos. Hay recreaciones como el baile, juego de barajas, damas, ajedrez, etc., que no podemos aprobar porque Dios las condena. Este tipo de recreación abre la puerta para cosas peores. No son beneficiosas en su tendencia sino que tienen una influencia excitante, haciendo surgir en algunas mentes una pasión por ciertos juegos que conducen a los juegos de azar y a la disipación. Todos esos tipos de juegos deben ser condenados por los cristianos, y substituidos por otros que son perfectamente sanos.

Vi que no deberíamos emplear nuestros días festivos imitando las prácticas del mundo. Sin embargo, no deberían pasar inadvertidos, pues causará insatisfacción a nuestros hijos. En esos días cuando existe el peligro de que nuestros hijos sean expuestos a influencias malignas y corrompidos por los placeres y excitaciones del mundo, que los padres se ingenien algo que tome el lugar de recreaciones más peligrosas. Actuad para que vuestros hijos comprendan que tenéis en cuenta su bienestar y felicidad.

Que se unan varias familias que viven en la ciudad o aldea y dejen las ocupaciones que los han agotado física y mentalmente, y hagan una excursión al campo, al lado de un bello lago o a una linda arboleda donde el paisaje es hermoso. Deben llevar alimentos sencillos e higiénicos, las mejores frutas y granos, y colocar sus mesas debajo de algún árbol o bajo el pabellón del cielo. Los paseos a caballo, el ejercicio, y el escenario despertarán el apetito, y pueden disfrutar un refrigerio que los reyes envidiarían.

En ocasiones semejantes, padres e hijos deberían sentirse libres de preocupaciones, faenas y perplejidades. Los padres deberían ser como niños con sus hijos pequeños, haciendo todo tan placentero para ellos como sea posible. Que el día entero sea dedicado a la recreación. El ejercicio al aire libre será beneficioso para la salud de aquellos cuyo trabajo ha sido encerrado y sedentario. Todos los que puedan, deberían sentir el deber de seguir esta práctica. Nada se perderá, pero mucho se ganará. Podrán regresar a sus ocupaciones con nueva vida y renovado valor para emprender sus labores con celo, y estar mejor preparados para resistir las enfermedades.

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Vi que pocos comprenden el trabajo constante, agotador de aquellos que llevan la responsabilidad de las faenas en la oficina. Están confinados dentro de paredes día tras día y semana tras semana, mientras una tensión constante sobre sus fuerzas mentales está ciertamente minando sus cuerpos y mermando su fuerza en la vida. Estos hermanos corren el peligro de desbaratarse en cualquier momento. No son inmortales, y sin un cambio se agotarán y la causa los perderá.

Tenemos preciosos talentos en las personas de los hermanos A, B y C. No podemos darnos el lujo de permitirles que arruinen su salud por el confinamiento y el incesante trabajo. ¿Dónde podemos encontrar hombres con la experiencia de ellos para que los reemplacen? Dos de estos hermanos han estado asociados con el trabajo de oficina por catorce años, trabajando vehementemente, a conciencia, y sin reparos por el progreso de la causa de Dios. No han tenido ninguna variación, excepto por las que les han sido otorgadas por fiebres y otros males. Deberían cambiar de rutina frecuentemente, dedicar a menudo un día entero a la recreación con sus familias, cuyos miembros están casi completamente privados de su compañía. Tal vez no puedan dejar el trabajo a la vez; pero deberían arreglar de tal manera que uno o dos puedan hacerlo, dejando a otros para que los reemplacen, y luego permitirles a éstos que hagan lo mismo.

Vi que estos hermanos, A, B y C, como deber religioso deberían preocuparse por la salud y la fuerza que Dios les ha dado. El Señor no requiere que lleguen a ser mártires de su causa ahora. No obtendrán un premio por hacer este sacrificio, porque el Señor desea que vivan. Ellos pueden servir mejor vivos que muertos a la causa de la verdad presente. Si alguno de estos hermanos fuera repentinamente abatido por alguna enfermedad, nadie debería considerar tal enfermedad como un juicio directo de Dios. Será solamente el resultado de violar las leyes de la naturaleza. Deberían prestar atención a la advertencia que se les ha dado para que no cometan transgresión y tengan que sufrir la dura penalidad.

Vi que estos hermanos podrían beneficiar la causa de Dios asistiendo, tan a menudo como sea práctico, a reuniones distantes de su lugar de trabajo. La obra que se les ha encargado es importante, y necesitan nervios y cerebros sanos; pero es imposible que sus mentes sean vivificadas y vigorizadas como Dios quisiera, mientras están incesantemente confinados a la oficina. Se me mostró que sería de beneficio para la causa a largo plazo, que estos hombres que dirigen la obra en Battle Creek, se familiaricen con sus hermanos en el extranjero, asociándose con ellos en reunión. Eso dará a los hermanos en el extranjero confianza en aquellos que llevan las responsabilidades de la obra, los liberará del agotamiento del cerebro, y los familiarizará mejor con el progreso de la obra y las necesidades de la causa. Avivará su esperanza, renovará su fe y aumentará su ánimo. El tiempo que se emplea de esa manera no se perderá sino que se aprovechará con máxima ventaja. Estos hermanos poseen cualidades que los hacen capaces de disfrutar al máximo la vida social. Disfrutarían al hospedarse en los hogares de hermanos en el extranjero; beneficiarían a otros y serían beneficiados por el intercambio de pensamientos y puntos de vista.

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De manera especial apelo a mi hermano C para que cambie su curso de vida. No puede ejercer como pueden hacerlo otros en la oficina. El trabajo encerrado, sedentario, lo prepara para un repentino quebrantamiento de su salud. No puede actuar siempre como solía hacer. Debe emplear más tiempo al aire libre, realizando tareas livianas ocasionales, o haciendo ejercicio placentero de carácter recreativo. Un confinamiento como el que ha impuesto sobre él mismo quebrantaría la constitución física del animal más fuerte. Es cruel, es pecaminoso, es un pecado contra sí mismo, contra el cual levanto mi voz de advertencia. Hermano C, mucho de su tiempo debe emplearlo al aire libre, andando a caballo, o en ejercicio placentero, o morirá; su esposa quedará viuda y sus hijos a quienes ama tanto quedarán huérfanos. El hermano C está calificado para edificar a otros en la exposición de la palabra. Puede servir a la causa de Dios y beneficiarse en forma personal al asistir a las grandes reuniones de los observadores del sábado, presentando su testimonio para la edificación de aquellos que tienen el privilegio de escucharlo. Este cambio lo sacará del encierro y lo expondrá al aire libre. Su sangre fluye lentamente por sus venas, por falta del aire vivificante del cielo. El ha realizado bien su trabajo en la oficina, pero le ha hecho falta la influencia energizadora del aire puro y de los rayos solares a campo abierto para hacer su trabajo aún más espiritual y vivificador.

El 5 de junio de 1863, se me mostró que mi esposo debía preservar su fortaleza y salud, porque el Señor aun tenía una gran obra para hacer a través de nosotros. En su providencia habíamos obtenido experiencia en esta obra desde el mismo comienzo y por lo tanto, nuestras tareas serían de gran beneficio a su causa. Vi que el trabajo constante y excesivo de mi esposo estaba agotando sus reservas de fortaleza que el Señor le había preservado; que si él continuaba sobrecargando sus energías físicas y mentales como lo había estado haciendo, estaría usando sus futuros recursos de fortaleza y agotando su capital. Se quebrantaría prematuramente y la causa de Dios sería privada de sus servicios. La mayor parte del tiempo lo utilizaba en trabajos de oficina que otros podían realizar, o estaba envuelto en transacciones comerciales que debía evitar. Dios deseaba que ambos reserváramos nuestra fortaleza para ser usada cuando fuera requerida en forma especial para hacer aquella obra que otros no podían hacer, y para la cual él nos había capacitado, preservado nuestra vida, y otorgado una experiencia de valor; de esta manera podríamos ser de beneficio a su pueblo.

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No hice esto público porque fue dado a nosotros en forma especial. Si a esta advertencia se le hubiera prestado cabal atención, la aflicción bajo la cual mi esposo ha sufrido tanto hubiera sido evitada. La obra de Dios era urgente, y parecía no permitir tregua o separación de ella. Mi esposo parecía forzado al trabajo constante, agotador. La ansiedad por sus hermanos obligados a prestar el servicio militar y también concerniente a la rebelión en Iowa, mantuvo su mente continuamente en tensión, y sus energías físicas se le agotaron totalmente. En vez de tener sosiego, las cargas nunca fueron menos livianas; y la preocupación, en vez de reducirse, fue multiplicada. Pero, ciertamente había una vía de escape, o Dios no habría advertido lo que advirtió, ni le habría permitido quebrantarse bajo el agotamiento. Vi que si él no hubiera sido sostenido en forma especial por Dios, habría experimentado la postración de sus fuerzas físicas y mentales mucho más temprano. Cuando Dios expresa algo, eso es lo que él quiere decir. Cuando él advierte, las personas aludidas tienen el deber de prestar atención. La razón por la cual hablo ahora públicamente es porque la misma advertencia que le fue dada a mi esposo ha sido dada a otros asociados con la oficina. Vi que, a menos que cambien su curso de acción, son igualmente responsables de ser abatidos como fue mi esposo. No deseo que otros sufran como mi esposo. Pero a lo que debe temérsele mayormente es que ellos se perderán por un tiempo para la causa y la obra de Dios, cuando tanto se necesitan la ayuda e influencia de todos.

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Los individuos asociados con la oficina no pueden soportar la cantidad de preocupaciones y faenas que mi esposo ha llevado por años. No tienen la constitución, la reserva para sacar de allí, como mi esposo la tenía. Nunca pueden soportar las perplejidades y la labor constante, agotadora que lo ha sobrecogido y que ha llevado por veinte años. No puedo soportar el pensamiento de que algunos en la oficina vayan a sacrificar su fuerza y salud por culpa del trabajo excesivo, terminando así prematuramente su utilidad, y viéndose incapacitados para trabajar en la viña del Señor. No se trata simplemente de los recolectores de frutas; todos los que insisten en continuar cavando alrededor de las plantas, regándolas, podando y animando al afligido, llevando los sarmientos, y dirigiendo sus zarcillos para que torciéndose se entrelacen en el verdadero enrejado, el apoyo seguro, son obreros de cuya labor no se puede prescindir. Los hermanos en la oficina sienten que no pueden dejar el trabajo por unos días para variar y recrearse; pero eso es un error. Ellos pueden y deben hacerlo. Aun si no se lograra mucho, sería mejor salir por unos días, que verse postrados por la enfermedad y separados del trabajo por meses, y tal vez no poder volver.

Mi esposo pensaba que era erróneo de su parte emplear tiempo en recrearse socialmente. No podía dejar de trabajar para descansar. Pensaba que el trabajo de la oficina se atrasaba si lo hacía. Pero cuando le vino el golpe, causándole postración física y mental, el trabajo tenía que llevarse adelante sin él. Vi que los hermanos que llevaban tareas de responsabilidad en la oficina deberían trabajar sobre un plan diferente y hacer sus arreglos para cambiar. Si se necesita más ayuda, obtenedla y que se dé el alivio a aquellos que sufren constante confinamiento y trabajo mental. Debieran asistir a asambleas. Necesitan despojarse de preocupaciones, compartir la hospitalidad de sus hermanos, gozar su sociabilidad y las bendiciones de las reuniones. De esa manera obtendrán nuevos pensamientos, sus agotadas energías serán despertadas a nueva vida, y regresarán al trabajo mucho más calificados para hacer lo que les corresponde, pues entenderán mejor las necesidades de la causa.

Hermanos en el extranjero, ¿estáis dormidos en cuanto a este asunto? ¿Deben desfallecer vuestros corazones por la caída de otros obreros de Dios, a quienes amáis? Estos hombres son propiedad de la iglesia. ¿Soportaréis que mueran bajo el peso? Os ruego que aconsejéis un orden diferente de asuntos. Suplico a Dios que la amarga experiencia que ha venido sobre nosotros, jamás se permita que sea también la experiencia de ninguno de los hermanos que trabajan en la oficina. Encomiendo a vuestro cuidado en forma especial al hermano C. ¿Morirá él por falta de aire, el aire vitalizador del cielo? El curso que está siguiendo está ciertamente acortando su vida. Por su confinamiento, su sangre se ha vuelto impura y lenta, el hígado no funciona cabalmente, el corazón no trabaja apropiadamente. A menos que logre hacer un cambio para su propio beneficio, la naturaleza hará lo que está siendo forzada a hacer. Intentará lo mejor que pueda aliviar el sistema expulsando las impurezas de la sangre. Llamará a la acción a todas las fuerzas vitales, y se desconcertará todo el organismo, terminando todo, posiblemente, en parálisis o apoplejía. Si acaso llega a recuperarse de esta crisis, su pérdida de tiempo será grande; pero la probabilidad de recuperación será mínima. Si no puede despertarse al hermano C, os aconsejo hermanos, vosotros que tenéis un interés en la causa de la verdad presente, secuestradlo, como lo fue Lutero por sus amigos, y llevadlo lejos de su trabajo.

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Desde que escribí lo anterior, he venido a saber que la mayor parte de Thoughts on the Revelation (El Apocalipsis, libro de Urías Smith), fue escrito en la noche, después que el autor había completado sus tareas del día. Este era el curso de acción que mi esposo había seguido; protesté contra tal suicidio. Los hermanos que he mencionado, que están tan estrechamente confinados en la oficina, le servirían a la causa de Dios asistiendo a reuniones y recreándose periódicamente. Estarían preservando su salud física y fuerza mental en la más excelente condición para dedicar a la obra. No debe permitírseles sentirse incapacitados porque no están devengando un sueldo. Sus sueldos deben continuar. Están realizando una obra excelente.

La reforma en el vestir

Respondiendo a preguntas de muchas hermanas respecto al largo adecuado del vestido que recomienda la reforma, diría que en nuestra parte del estado de Míchigan, hemos adoptado un largo uniforme de modo que el borde quede a unas 9 pulgadas (alrededor de veintitrés centímetros) del piso. Aprovecho esta oportunidad para responder estas preguntas a fin de ahorrar el tiempo requerido para contestar tantas cartas. Debí haber hablado antes, pero he esperado a ver si publicaba algo definido sobre este punto en el Health Reformer (El Reformador de la Salud). Recomendaría encarecidamente uniformidad en el largo, y diría que 9 pulgadas desde el piso están muy de acuerdo con mi punto de vista del asunto, hasta donde pueda expresarlo en pulgadas.

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Al viajar de lugar en lugar, encuentro que la reforma en el vestir no está correctamente representada y se me hace sentir que algo más definido debiera decirse para que pueda haber uniformidad de acción al respecto. Este estilo de vestir no es popular, y por esta razón debe optarse por nitidez y buen gusto por parte de las hermanas que lo adopten. He hablado una vez sobre este punto; sin embargo, algunas han fracasado por no seguir el consejo que se ha dado. Debe haber uniformidad respecto al largo en el vestir entre las observadoras del sábado. Las que deciden diferenciarse por adoptar este vestuario no deben pensar ni siquiera por un momento, que no sea necesario mostrar orden, gusto y nitidez. Antes de vestirse, nuestras hermanas deberían obtener patrones de los pantalones y chaquetas que se usan con esa clase de vestido. Causa mucho daño a la reforma en el vestir el que personas introduzcan en una comunidad un estilo que en cada detalle necesita alteración antes que pueda representar con derecho la reforma en el vestir. Hermanas, esperen hasta que puedan vestirse correctamente.

En algunos lugares hay fuerte oposición al vestido corto. Pero cuando veo algunos vestidos que usan las hermanas, no me sorprende que la gente esté disgustada y los condene. Dondequiera que se represente el vestido como debiera ser representado, todas las personas cándidas están forzadas a admitir que es modesto y conveniente. En algunas de nuestras iglesias he visto toda clase de reformas en el vestir. Sin embargo, ninguna responde a la descripción que se me ha presentado. Algunas aparecen con pantalones blancos de muselina, mangas blancas y vestidos de terciopelo oscuro y un chaleco con la misma descripción del vestido. Algunas tenían un vestido calicó con pantalones cortados de acuerdo a su propia moda, no de acuerdo al patrón, sin almidón o tensor para darles forma y colgando cerca de los hombros. No hay ciertamente nada en estos vestidos que manifieste gusto u orden. Tal vestido no se recomendará al buen juicio de personas mentalmente sensibles. Es un vestido deformado en todo el sentido de la palabra.

Ciertas hermanas con esposos no creyentes que se oponen a la moda del vestido corto, han solicitado mi consejo respecto a adoptar tal vestido, contrario a los deseos de éstos. Les aconsejo que esperen. No considero el asunto del vestir de tan vital importancia como el sábado. Respecto a esto último, no puede haber vacilación. Pero la oposición que muchas tendrían que enfrentar si adoptaran la reforma en el vestir sería más injuriosa a la salud que el beneficio que se derivaría del vestido. Varias hermanas me han dicho: “A mi esposo le gusta su vestido; dice que no tiene una sola palabra de crítica”. Esto me ha conducido a ver la necesidad de que nuestras hermanas representen la reforma en el vestir rectamente, manifestando pulcritud, orden y uniformidad en el vestir. Tendré patrones preparados para llevar conmigo cuando viajemos, listos para darlos a nuestras hermanas que encontremos, o para enviarlos por correo a todas las que los pidan. Nuestra dirección se dará en la Revista Adventista.

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Las damas que adoptan el vestido corto deberían manifestar gusto en la selección de colores. Las que no pueden comprar ropa nueva deben hacer lo mejor que puedan para ejercer gusto e ingenio reparando los vestidos viejos o renovándolos. Sed cuidadosas de que los pantalones y vestidos sean del mismo color y material, o luciréis extravagantes. Los vestidos viejos pueden ser cortados de acuerdo con el patrón y arreglados con gusto, y lucen como nuevos. Les ruego, hermanas, que no formen sus patrones de acuerdo con sus ideas particulares. Si bien hay patrones correctos y de buen gusto, los hay también incorrectos y de mal gusto.

Este vestido no requiere guardapiés, y espero que nunca llegue a desgraciarse por éstas. Nuestras hermanas no necesitan usar tantas enaguas para ensanchar el vestido. Este se ve mucho mejor si se adapta naturalmente a la silueta, sobre una o dos enaguas livianas. La tela de pana (terciopelo de algodón) es material de excelente calidad para faldas exteriores; retiene su firmeza y es duradera. Si se usa algo con enaguas, que sean pocas. Los acolchonados no son necesarios. No obstante, frecuentemente veo que son usados y algunas veces hasta se asoman por debajo del vestido. Esto le da una apariencia inmodesta y desaliñada. Las enaguas blancas que se usan con vestidos oscuros, no son apropiadas en el caso del vestido corto. Sed cuidadosas en mantener vuestras enaguas limpias, nítidas y de buen aspecto; hacedlas de buen material y en todo caso, por lo menos tres pulgadas [ocho centímetros] más cortas que el vestido. Si se usa algo para ensanchar la falda, que sea pequeño y por lo menos a 30 ó 50 cm desde la parte baja del vestido o falda externa. Si un cordón o algo parecido se coloca alrededor del ruedo de la falda, éste distiende el vestido precisamente en la parte baja, haciéndolo parecer indecoroso cuando la que lo usa se sienta o se inclina. Nadie necesita temer que yo haga de la reforma en el vestir uno de mis principales temas a medida que viajamos de lugar en lugar. Los que me han oído sobre este asunto tendrán que actuar según la luz que ya se ha dado. He cumplido con mi deber; he llevado mi testimonio, y quienes me han oído y leído lo que he escrito, tienen ahora la responsabilidad de recibir o rechazar la luz dada. Si escogen aventurarse siendo oidores olvidadizos y no hacedores de la obra, corren su propio riesgo y serán responsables ante Dios por la senda que transiten. Soy clara. No incito ni condeno a nadie. Esta no es la tarea que se me ha asignado. Dios conoce a sus hijos humildes, dispuestos y obedientes, y los recompensará conforme a su fiel cumplimiento de su voluntad. Para muchos la reforma en el vestir es demasiado simple y humilde para ser adoptada. No pueden enarbolar la cruz. Dios obra por medios sencillos para separar y diferenciar a sus hijos de los del mundo; pero algunos se han alejado tanto de la sencillez de la obra y de los caminos de Dios que están por encima de la obra, no en ella.

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Tatiana Patrasco