Antes de partir de Monterrey, el Hno. Loughborough me entregó el siguiente relato de otro sueño que tuvo en torno a la fecha del fallecimiento de su esposa. Esto me fue motivo de ánimo también.
“‘El profeta que tuviere un sueño, cuente el sueño’. Jeremías 23:28.
“Una mañana, después de meditar sobre las aflicciones de los Hnos. White, su conexión con el mensaje del tercer ángel, y mi propio error de no mantenerme al lado de ellos en sus aflicciones; y después de tratar de confesar mis faltas al Señor e implorar sus bendiciones sobre los Hnos. White, me retiré para descansar.
“Pensé en mi sueño que estaba en mi ciudad natal, al pie de una ladera. Hablé con bastante fervor y dije: ‘¡Oh, que pueda encontrar esa fuente de toda sanidad!’ Vi que llegaba un joven bien vestido, el cual me dijo en tono muy agradable: ‘Te conduciré a la fuente’. Dirigió el camino, y traté de seguirlo. Atravesamos la ladera de la montaña, pasando con mucha dificultad tres lugares pantanosos, por los cuales corrían pequeñas corrientes de agua lodosa. No había forma de cruzar estas corrientes sino solamente vadeando. Habiendo logrado esto llegamos a un terreno agradable y firme, a un lugar donde había una entrada en la ribera y una gran fuente de agua muy pura y cristalina brotaba a borbollones hacia la superficie. Se colocó allí una espaciosa tina, muy parecida a la bañera de inmersión del Instituto de Salud de Battle Creek. Un tubo corría desde la fuente hasta un extremo del tanque, y el agua se derramaba por el otro. El sol brillaba resplandeciente, y el agua brillaba reflejando sus rayos.
“Al acercarnos a la fuente, el joven no dijo nada, pero me miró y sonrió con una expresión de satisfacción, y ondeaba una mano hacia la fuente como para expresar: ‘¿No piensas que esta es una fuente que todo lo sana?’ Una compañía considerable de personas, encabezada por el Hno. y la Hna. White, se acercó a la fuente desde el lado opuesto a nosotros. Todos lucían alegres y felices, pero una santa solemnidad se advertía en sus rostros.
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“El Hno. White parecía mucho mejor de salud, y estaba feliz y satisfecho, pero parecía cansado como si hubiera estado caminando alguna distancia. La Hna. White tenía una taza grande en su mano, la cual introdujo en la fuente, tomando del agua, y luego pasándosela a otros. Me pareció que el Hno. White se dirigía al grupo y les decía: ‘Ahora tendrán una oportunidad de ver el efecto de esta agua’. Entonces él tomó, e instantáneamente fue vivificado, así como sucedió con los otros que tomaron de ella, causando en sus rostros un aspecto de vigor y fortaleza. Me pareció ver que mientras el Hno. White estaba hablando y bebiendo de vez en cuando un sorbo de agua, ponía sus manos al borde del tanque y se zambullía por tres veces. Cada vez que salía estaba más fortalecido que antes, pero se mantenía hablando todo el tiempo y exhortando a otros a que se bañaran en “la fuente” como él luego la llamó, y bebieran de la corriente de su sanidad. Su voz, al igual que la de la Hna. White, parecía melodiosa. Sentí un espíritu de regocijo por haber encontrado la fuente. La Hna. White venía hacia mí con una taza de agua para que bebiera, pero me invadió tal gozo que me desperté antes de poderla tomar.
“Que el Señor me permita beber en abundancia de esa agua, porque creo que no es otra que la que Cristo mencionó, la cual ‘brotará para vida eterna.
“J. N. Loughborough. Monterrey, Míchigan, 8 de septiembre de 1867”.
El 14 y 15 de septiembre celebramos provechosas reuniones en Battle Creek. Aquí mi esposo con libertad asestó un fuerte golpe a algunos pecados de quienes ocupan lugares prominentes en la causa, y por primera vez en veinte meses asistió a las reuniones nocturnas y predicó en ellas. Se comenzó un magnífico trabajo, y la iglesia, como se publicó en la Review, nos dio la promesa de mantenerse a nuestro lado, si a nuestro regreso del oeste podíamos continuar nuestra labor con ellos.
En compañía del Hno. y la Hna. Maynard, y los Hnos. Smith y Olmstead, asistimos a las grandes reuniones del oeste, las victorias principales de las cuales han sido ampliamente publicadas en la Review. Mientras asistíamos a las reuniones de Wisconsin, yo estaba un poco débil. Había trabajado más allá de mi capacidad en Battle Creek y estuve a punto de desmayarme en los coches durante el viaje. Por cuatro semanas tuve mucho sufrimiento con mis pulmones, y tuve dificultad para hablar a la gente. El sábado en la tarde se me aplicaron fomentos sobre mi garganta y pulmones; pero se olvidaron de abrigarme la cabeza y la dificultad de los pulmones pasó al cerebro. Mientras me levantaba en la mañana, sentí una sensación singular en el cerebro. Las voces parecían vibrar, y me parecía que todo se movía delante de mí. Mientras caminaba, me tambaleé y poco me faltó para caerme. Tomé mi desayuno, con la esperanza de sentir alivio al hacerlo; pero solamente aumentó la dificultad. Me puse muy enferma y no pude sentarme.
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Mi esposo vino a la casa después de la reunión de la mañana, diciendo que se había comprometido para que yo hablara en la tarde. Parecía imposible que pudiese estar de pie frente a la gente. Cuando mi esposo preguntó sobre qué tema hablaría, no pude ni siquiera pensar en una frase. Pero pensé: Si Dios desea que hable, me dará la fortaleza para hacerlo; me lanzaré por fe; por mi cuenta fracaso. Me presenté en la carpa tambaleante y extrañamente confundida, pero dije a los hermanos predicadores que estaban al frente que si ellos me apoyaban con sus oraciones, yo podría hablar. Me presenté frente a la gente por fe, y en unos cinco minutos mi cabeza y mis pulmones se aliviaron, y logré hablar sin dificultad por más de una hora a 1.500 ansiosos espectadores. Después de haber terminado de hablar, experimenté una sensación de bondad y misericordia divinas, y no pude evitar pararme de nuevo para relatar mi enfermedad y la bendición de Dios que me sostuvo mientras hablaba. Desde entonces mis pulmones han sido grandemente aliviados, y mi salud ha ido mejorando.
En el oeste nos encontramos con rumores que fueron poco menos que calumnia contra mi esposo. Estos eran de actualidad para el tiempo de la Asociación General, y eran distribuidos por todas partes del campo. Mencionaré uno como ejemplo: Se dijo que mi esposo estaba tan loco por el dinero que se había envuelto en la venta de botellas usadas. Los hechos son estos: Cuando estábamos a punto de mudarnos, le pregunté a mi esposo qué podríamos hacer con una cantidad de botellas viejas que teníamos. El me dijo: “Tíralas”.
En ese momento Willie, nuestro hijo, vino y se ofreció para limpiarlas y venderlas. Le di permiso, y agregué que el dinero que 525 obtuviera sería para él. Cuando mi esposo fue a la oficina de correos, se llevó en el carruaje a Willie con sus botellas. Era lo menos que podía hacer por su fiel muchachito. Willie vendió las botellas y se guardó el dinero. En el viaje a la oficina de correos, mi esposo llevó a un hermano conectado con la oficina de la Review, el cual fue conversando amigablemente con él durante el viaje a la ciudad y de vuelta a casa. Al ver a Willie acercarse al carruaje y preguntarle a su padre algo acerca del valor de las botellas, y luego ver al farmacéutico conversando con mi esposo acerca de lo que tanto le interesaba a Willie, este hermano, sin decirle ni una palabra de eso a mi esposo, inmediatamente informó que el Hno. White había ido al centro de la ciudad para vender botellas viejas, y que por consiguiente tenía que estar loco. Lo primero que escuchamos acerca de las botellas fue en Iowa, cinco meses más tarde. obtuviera sería para él. Cuando mi esposo fue al correo, se llevó en el carruaje a Willie con sus botellas. Era lo menos que podía hacer por su fiel muchachito. Willie vendió las botellas y se guardó el dinero. En el viaje al correo, mi esposo llevó a un hermano conectado con la oficina de la Review, el cual fue conversando amigablemente con él durante el viaje a la ciudad y de vuelta a casa. Al ver a Willie acercarse al carruaje y preguntarle a su padre algo acerca del valor de las botellas, y luego ver al farmacéutico conversando con mi esposo acerca de lo que tanto le interesaba a Willie, este hermano, sin decirle ni una palabra de eso a mi esposo, inmediatamente informó que el Hno. White había ido al centro de la ciudad para vender botellas viejas, y que por consiguiente tenía que estar loco. Lo primero que escuchamos acerca de las botellas fue en Iowa, cinco meses más tarde.
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Estas cosas se han mantenido ocultas de nosotros, de modo que no pudimos corregirlas, y han sido transportadas como en alas del viento, por nuestros amigos profesos. Nos hemos quedado atónitos al descubrir, gracias a la investigación y a las recientes confesiones de casi la totalidad de miembros de esta iglesia, que casi todos le habían dado crédito a uno o varios de estos informes falsos, y que esos profesos cristianos habían albergado sentimientos de censura, amargura y crueldad contra nosotros, especialmente contra mi débil esposo que lucha por su vida y su libertad. Algunos han exhibido un espíritu malévolo y aplastante, y lo han descrito como una persona rica, pero que a pesar de ello codicia el dinero.
Al volver a Battle Creek, mi esposo convocó un concilio de los hermanos para que se reuniera con la iglesia con el fin de investigar estos asuntos ante ellos, y contrarrestar los falsos informes. Vinieron hermanos de diferentes partes del estado, y mi esposo les pidió a todos valientemente que expusieran lo que tuvieran contra él, de modo que pudiera defenderse francamente, y de ese modo poner fin a esas calumnias que circulaban en privado. Las equivocaciones que había confesado antes en la Review, volvió a confesarlas ahora plenamente en una reunión pública y en entrevistas individuales, y también explicó muchos asuntos sobre los cuales se habían basado necias y falsas acusaciones. Así convenció a todos de la falsedad de esos cargos.
Y al hacer cuentas para determinar el valor real de nuestras posesiones, descubrimos -para asombro de mi esposo y de todos los presentes- que no pasaba de 1.500 dólares, además de sus caballos y el carruaje, y restos de ediciones de libros y diagramas, la venta de los cuales durante el año anterior, y según lo declaró el secretario, no había alcanzado a cubrir el interés sobre el dinero que mi esposo debe a la Asociación Publicadora. No se puede decir que esos libros y diagramas valgan gran cosa ahora, especialmente para nosotros en nuestra condición actual.
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Cuando estaba sano, mi esposo no tenía tiempo para llevar cuentas, y durante su enfermedad sus asuntos quedaron en manos ajenas. Se levantó la pregunta: ¿Qué pasó con su patrimonio? ¿Había sido defraudado? ¿Se habían cometido errores en sus cuentas? ¿O él mismo, dada la condición confusa en que se hallaban sus asuntos, había dado para esta buena causa o aquélla, sin saber su verdadera capacidad para contribuir, y sin saber cuánto estaba dando?
Un buen resultado de la investigación es que la confianza en los que se han encargado de las cuentas relacionadas con nuestros asuntos se mantiene incólume, y no tenemos ninguna razón válida para concluir que lo limitado de nuestros medios se pueda atribuir a errores en las cuentas. Por lo tanto, al repasar el panorama de los negocios de mi esposo durante diez años, y teniendo en cuenta la manera liberal como repartía fondos para ayudar a la causa en todas sus ramificaciones, la conclusión mejor y más caritativa es que nuestra propiedad ha sido usada en la causa de la verdad presente. Mi esposo no ha mantenido cuentas, y lo que ha dado se puede rastrear sólo en la memoria y por los recibos que le ha dado la Review. El hecho de que el valor de nuestras posesiones sea tan escaso, y que esta información haya salido a luz en este tiempo cuando se ha dicho que mi esposo era rico y que todavía quería tener más, ha sido motivo de regocijo para nosotros, por cuanto provee la mejor refutación de las falsas acusaciones que amenazaban minar nuestra influencia y nuestro carácter cristiano.
Nuestras posesiones pueden desaparecer, y todavía nos gozaremos en Dios si son usadas para el avance de su causa. Hemos gastado alegremente nuestros mejores días, lo mejor de nuestra fuerza, y casi nos hemos consumido en la misma causa, sintiendo las dolencias del envejecimiento prematuro, y nos regocijaremos aún. Pero cuando nuestros hermanos profesos atacan nuestro carácter e influencia describiéndonos como personas acomodadas, mundanas y codiciosas de bienes aún mayores, eso sí que nos afecta profundamente. Permítasenos gozar el carácter y la influencia que hemos ganado a tan elevado costo durante los últimos veinte años, a través de pobreza y manteniéndonos débilmente asidos de la salud y esta vida mortal, y nos sentiremos felices y daremos alegremente a la causa lo poco que queda de nosotros.
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La investigación fue concienzuda y como resultado fuimos librados de los cargos que se nos habían hecho, y se restauraron los sentimientos de perfecta unidad. Se han hecho confesiones sinceras y conmovedoras tocante a la cruel conducta que se siguió para con nosotros, y las señaladas bendiciones de Dios nos han alcanzado a todos. Hay apóstatas que han sido rescatados, pecadores convertidos, y 44 han sido sepultados en las aguas del bautismo, 16 por mi esposo y 28 a manos de los Hnos. Andrews y Loughborough. Estamos animados, pero muy desgastados. Mi esposo y yo hemos llevado la carga de la obra, que ha sido muy laboriosa y estimulante. Sólo Dios sabe cómo hemos soportado, en nuestra condición debilitada, toda la investigación, y teniendo los sentimientos de todos dirigidos contra nosotros, haber afrontado la predicación, las exhortaciones y las reuniones de noche, mientras que al mismo tiempo preparábamos esta obra, trabajando mi esposo conmigo, copiando y preparándola para los impresores, y leyendo pruebas. Pero hemos pasado la prueba, y esperamos en Dios que él nos sustentará en nuestras labores futuras.
Estamos ahora convencidos de que mucho del contenido de los sueños anteriores fue dado para ilustrar las pruebas que íbamos a tener que soportar a raíz de los males que existían en Battle Creek, de nuestros esfuerzos por ser eximidos de las crueles acusaciones, y también de nuestras labores, con la bendición de Dios, tendientes a corregir el estado de cosas existente. Si esta forma de ver los sueños es correcta, ¿no tenemos derecho a esperar, basados en las porciones que todavía no se han cumplido, que nuestro futuro sea más favorable que el pasado?
Al concluir esta narración, quisiera decir que estamos viviendo en un tiempo por demás solemne. En la última visión que se me dio, se me mostró el hecho alarmante de que tan sólo una pequeña porción de los que ahora profesan la verdad se dejarán santificar por ella y serán salvos. Muchos se apartarán de la sencillez de la obra. Se conformarán al mundo, se aferrarán a los ídolos y se transformarán en muertos espirituales. Los humildes y abnegados seguidores de Jesús seguirán avanzando a la perfección, dejando atrás a los indiferentes y los amadores del mundo.
Se dirigió mi atención al pasado, al antiguo Israel. Sólo dos de los adultos que componían el vasto ejército que salió de Egipto entraron en la tierra de Canaán. Los cuerpos muertos de los demás quedaron regados por el desierto, debido a sus transgresiones. El Israel moderno se encuentra en mayor peligro de olvidar a Dios y de ser arrastrado a la idolatría, que su pueblo antiguo. Hay muchos ídolos que se adoran, aun entre los profesos guardadores del sábado. Dios le encargó a su pueblo en forma especial que se guardara de la idolatría, porque si eran desviados de su servicio al Dios viviente, su maldición recaería sobre ellos, mientras que si lo amaban con todo su corazón, con toda su alma y con toda su fortaleza, los bendeciría abundantemente en sus cestos y graneros, y quitaría la enfermedad de en medio de ellos.
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Ante el pueblo de Dios se alza ahora una bendición o una maldición: una bendición si salen del mundo y se mantienen separados, caminando en la senda de la humilde obediencia; y una maldición si se unen con los idólatras que pisotean los exaltados derechos del cielo. Los pecados e iniquidades del rebelde Israel están registrados, y el cuadro se presenta a nosotros como una advertencia de que, si imitamos su ejemplo de transgresión y nos separamos de Dios, caeremos tan ciertamente como ellos. “Estas cosas les sucedieron por ejemplo, y fueron escritas para advertir a los que han llegado al fin de los siglos”. 1 Corintios 10:11 (NRV).
Respuesta de la iglesia de Battle Creek
Consideramos que es privilegio y deber nuestro responder a las declaraciones anteriores de la Hna. White. Hemos sido favorecidos por haber conocido por muchos años las labores de estos siervos del Señor [los Hnos. White]. Sabemos algo de los sacrificios que han hecho en lo pasado, y somos testigos de las bendiciones de Dios que han acompañado su testimonio claro, fiel y escudriñador. Desde hace mucho estamos convencidos que las enseñanzas del Espíritu Santo que contienen estas visiones son indispensables para el bienestar del pueblo que se prepara a ser trasladado al reino de Dios. No hay otra forma de reprender pecados secretos y exponer y frustrar los intentos y maléficos designios de hombres rastreros que se introducen “sin ser vistos” en el rebaño. Nuestra larga experiencia nos ha enseñado que un don así es de valor inestimable para el pueblo de Dios. Creemos también que Dios ha llamado al Hno. White a presentar un testimonio claro reprobando los males que por este medio se pongan en evidencia, y que en esta obra debe tener el apoyo de los que verdaderamente temen a Dios .
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Además, hemos aprendido por dolorosa experiencia, que cuando estos testimonios se acallan, o se toman livianamente sus advertencias, la frialdad, la apostasía, la mundanalidad y las tinieblas espirituales se posesionan de la iglesia. No es nuestro propósito glorificar al hombre, pero seríamos remisos a nuestro sentido del deber si no expresáramos en lenguaje agudo y lleno de firmeza nuestra opinión acerca de la importancia que tienen estos testimonios. La temible apostasía de quienes los han despreciado y tomado livianamente ha provisto numerosas y tristes pruebas de cuán peligroso es despreciar al Espíritu de la gracia .
Hemos sido testigos de la gran aflicción por la cual han pasado los Hnos. White, por la severa y peligrosa enfermedad del Hno. White. Nos resulta evidente la mano de Dios en su restauración. Es probable que ninguna otra persona sobre la cual haya caído un golpe así se haya recuperado. Sin embargo, un severo ataque de parálisis que afectó fuertemente el cerebro, fue quitado por la mano benévola de Dios, y se le han concedido nuevas fuerzas físicas y mentales .
Consideramos que la decisión de la Hna. White de llevar a su esposo enfermo a su gira por el norte le fue dictada por el Espíritu de Dios, y que nosotros, al oponernos a dicha acción, no actuamos en armonía con el consejo de Dios. Nos faltó visión celestial en este asunto, y por eso erramos apartándonos del camino recto. Reconocemos que en ese tiempo nos faltó la profunda simpatía cristiana que demandaba tan grande aflicción, y que nos hemos demorado mucho en ver la mano de Dios en la recuperación del Hno. White. Sus labores y sufrimientos por nuestra causa lo hacían acreedor a nuestra más cálida simpatía y apoyo. Pero hemos sido cegados por Satanás respecto a nuestra propia condición espiritual .
Durante el invierno pasado nos dominó un espíritu de prejuicio con respecto al dinero, el cual nos hizo sentir que el Hno. White pedía recursos económicos sin necesitarlos. Ahora estamos convencidos de que en ese mismo tiempo se encontraba verdaderamente en necesidad, y fue error nuestro el no averiguar más a fondo cuál era la verdadera situación. Reconocemos que este sentimiento era cruel e infundado, si bien fue causado por haber comprendido mal los hechos del caso.