Testimonios para la Iglesia, Vol. 1, p. 586-593, día 068

Un miembro de esa iglesia, comentando el alejamiento de la Hna. More, ha dicho en resumen: “Ahora nadie se siente inclinado a responsabilizarse de tales casos. El Hno. White siempre se encargó de ellos”. Así era. Los llevaba a su hogar hasta que cada silla y cada cama tenía ocupante; entonces visitaba a sus hermanos y los hacía encargarse de los que él no podía atender. Si necesitaban medios, les daba y luego invitaba a otros a seguir su ejemplo. En Battle Creek tiene que haber hombres que hagan lo que él hizo, o la maldición de Dios seguirá a esa iglesia. No sólo un hombre; hay allí cincuenta que pueden hacer más o menos como él hizo.

Nos dicen que debemos volver a Battle Creek. No estamos listos para dar ese paso. Probablemente nunca sea nuestro deber hacerlo. Llevamos allí pesadas cargas, hasta que no pudimos seguirlas llevando. Dios hará que los hombres y mujeres fuertes de ese lugar se repartan esas cargas entre sí. Los que se mudan a Battle Creek, que aceptan posiciones allí, pero que no están listos a poner sus manos a esta obra, estarían mil veces mejor en otra parte. Hay quienes pueden ver y sentir, y con gozo le hacen bien a Jesús en la persona de sus santos. Que tengan lugar para obrar. Que los que no pueden hacer esto vayan a donde no estorben la obra de Dios.

Esto se aplica especialmente a los que se hallan a la cabeza de la obra. Si ellos hacen mal, todo anda mal. Mientras mayor sea la responsabilidad, mayor es la ruina en caso de infidelidad. Si los hermanos dirigentes no cumplen fielmente su deber, los dirigidos no cumplirán el suyo. Los que están a la cabeza de la obra en Battle Creek deben ser ejemplos del rebaño en todo lugar. Si hacen esto, tendrán una gran recompensa. Si no hacen esto y de todos modos aceptan tales posiciones, tendrán que dar una cuenta pavorosa.

Nosotros hicimos lo que pudimos. Si hubiéramos podido tener medios a nuestro alcance el verano y otoño pasados, la Hna. More estaría hoy con nosotros. Cuando vimos cuál era nuestra verdadera condición, como la hemos descrito en el Testimonio número 13, ambos afrontamos la situación con optimismo, y dijimos que no queríamos la responsabilidad de manejar medios. Esto fue un error. Dios quiere que tengamos medios para que, como ha sucedido en lo pasado, podamos ayudar donde se necesite hacerlo. Satanás quiere atar nuestras manos en este respecto, e inducir a otros a ser descuidados, insensibles y codiciosos, de modo que siga la cruel obra que se vio en el caso de la Hna. More.

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Vemos a marginados, viudas, huérfanos, pobres dignos y pastores en necesidad, y muchas oportunidades de usar medios para la gloria de Dios, el avance de su causa y el alivio de los santos sufrientes, y deseo tener medios que usar para Dios. La experiencia de haber pasado casi un cuarto de siglo viajando en forma extensa y sintiendo la condición de los que necesitaban ayuda, nos califica para hacer uso juicioso del dinero de nuestro Señor. He comprado mi propio papel de escribir, comprado mis propios sellos postales, y he pasado buena parte de mi vida escribiendo para bien de otros, y todo lo que he recibido por esta obra, que me ha cansado y gastado en forma terrible, no alcanzaría para cubrir el diezmo de lo que he gastado en sellos postales. Cuando se me han ofrecido medios, los he rehusado, o los he dedicado a instituciones de caridad como la Asociación Publicadora. No volveré a hacer esto. Seguiré cumpliendo con mi deber en la obra, como siempre, pero mis temores de recibir medios para usarlos para el Señor se han disipado. Este caso de la Hna. More me ha despertado plenamente para ver la obra de Satanás en el acto de privarnos de medios económicos.

¡Pobre Hna. More! Cuando supimos que había muerto, mi esposo se sintió sumamente mal. Ambos sentimos como si hubiera desaparecido una querida madre, cuya compañía hubieran anhelado nuestros corazones. Algunos podrán decir: ‘Si hubiéramos estado en lugar de los que supieron algo de los deseos y necesidades de esta querida hermana, no hubiéramos actuado como ellos’. Espero que nunca tengan que sufrir las punzadas de la conciencia que algunos deben sentir por haber estado tan interesados en sus propios asuntos que rehusaron llevar ninguna responsabilidad en su caso. Que Dios tenga piedad de los que le tienen tanto miedo a ser engañados, que descuidaron a una digna y abnegada sierva de Cristo. Como excusa por este descuido se ofreció la siguiente observación: Nos han mordido tantas veces que les tenemos temor a los extraños. ¿Fue eso lo que nos instruyeron el Señor y sus discípulos, que fuésemos muy cautelosos y no recibiéramos a los extraños, para no arriesgarnos a cometer un error y que nos mordieran la mano por cuidar de una persona indigna?

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Pablo exhorta a los hebreos: “Permanezca el amor fraternal”. No nos engañemos pensando que hay un tiempo cuando no se necesitará esta exhortación, cuando podrá terminarse el amor fraternal. El apóstol continúa: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”. Leamos (Mateo 25), desde el (versículo 31) en adelante. Leedlo, hermanos, la próxima vez que abráis la Biblia en vuestras devociones familiares matinales o vespertinas. Las buenas obras que realizaron aquellos a quienes se les dio la bienvenida al reino, le fueron hechas a Cristo en la persona de su pueblo sufriente. Los que hicieron esas buenas obras no sentían que hubieran hecho nada por Cristo. No habían hecho más que cumplir su deber para con la humanidad sufriente. Los que estaban a la mano izquierda no podían comprender que habían abusado de Cristo al descuidar las necesidades de su pueblo. Pero habían descuidado a Jesús en la persona de sus santos, y por este descuido debían ser consignados al castigo eterno. Y se especifica en forma definida un punto de su descuido en estos términos: “Fui forastero y no me recogisteis”.

Estas cosas no suceden sólo en Battle Creek. Me lleno de pesar al ver cuánto egoísmo hay por todas partes entre los profesos guardadores del sábado. Cristo ha ido a preparar para nosotros mansiones eternas, ¿y rehusaremos proveer para él un hogar por unos pocos días, en la persona de sus santos rechazados? El Salvador dejó su hogar en la gloria, su majestad y su elevado comando, por salvar al hombre perdido. Se hizo pobre para que nosotros, a través de su pobreza, pudiéramos ser hechos ricos. Se sometió al oprobio, de modo que el hombre pudiera ser exaltado y se le proveyera un hogar de belleza incomparable, y firme como el mismo trono de Dios. Los que al fin ganen la victoria y se sienten con Cristo en su trono, seguirán el ejemplo de Jesús, y por elección libre y feliz, se sacrificarán por él en la persona de sus santos. Los que no puedan hacer esto por su propia elección, serán echados fuera, al castigo eterno.

Cocina saludable

En los siete meses recién pasados, hemos estado en casa unas cuatro semanas. En nuestros viajes nos hemos sentado a muchas mesas, desde Iowa a Maine. Algunas de las personas a quienes hemos visitado, viven conforme a toda la luz que han recibido. Otros, que tienen las mismas oportunidades de aprender a vivir sanamente y bien, apenas han dado los primeros pasos en la reforma. Dicen que no saben cocinar en esta nueva forma. Pero en lo de cocinar no tienen excusa, porque en la obra How to Live (Cómo vivir) hay muchas recetas excelentes, y ese libro está al alcance de todos. No digo que el sistema de preparación de alimentos que se enseña en ese libro sea perfecto. Tengo planes de proveer pronto una pequeña obra que en ciertos respectos esté más de acuerdo con mis preferencias. Pero How to Live enseña técnicas casi infinitamente más avanzadas que las que el viajero encuentra a menudo, aun entre algunos adventistas del séptimo día.

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Muchos no creen que esto sea un deber, y por lo tanto no tratan de preparar debidamente los alimentos. Esto puede hacerse en forma sencilla, saludable y fácil, sin usar manteca de cerdo, mantequilla o carne. La pericia debe estar unida a la sencillez. Para eso, las mujeres deben leer, y luego practicar con paciencia lo que hayan leído. Muchas sufren por no darse el trabajo de hacer esto. A ellas les digo: Es tiempo de despertar vuestras energías dormidas, y poneros a leer. Aprended a cocinar con sencillez, y sin embargo en forma tal que logréis preparar los alimentos más sabrosos y sanos.

Nadie debiera acariciar la idea de que, por cuanto es malo cocinar sólo por complacer el gusto o el apetito, es bueno adoptar un régimen empobrecido. Muchos están debilitados por la enfermedad, y necesitan una alimentación nutritiva, abundante y bien cocinada. Con frecuencia encontramos pan integral pesado, ácido y medio crudo. Esto se debe a la falta de interés por aprender, y de cuidado en cumplir, el importante cargo de cocinera. A veces encontramos bizcochos de harina gruesa o bien bizcochos suaves, que han sido secados pero no horneados, y otras cosas parecidas. Y entonces las cocineras le dicen a uno que pueden hacer muy bien en el estilo antiguo de cocinar, pero que, a la verdad, a sus familiares no les gusta el pan integral, y que se morirían de hambre si tuvieran que vivir de este modo.

Yo he dicho, para mis adentros: No me extraña. Es la forma como usted prepara los alimentos que los hace tan poco apetitosos. Si uno comiera esas cosas ciertamente que caería víctima de la dispepsia. Esas pobres cocineras, y los que se ven obligados a comer de lo que ellas han preparado, le dicen a uno seriamente que la reforma pro salud no les cae bien. El estómago no puede convertir el pan mal hecho, pesado y ácido en pan bueno. Pero ese pan malo convertirá el estómago sano en uno enfermo. Los que comen tal alimento saben que les falta fuerza. ¿No hay una causa? Algunas de esas personas se consideran reformadores de la salud, pero no lo son. No saben cocinar. Preparan pasteles, papas y pan integral, pero hacen siempre lo mismo, casi sin variación, y el sistema no se fortalece. Parecen considerar que obtener una experiencia completa en la preparación de alimento sano y sabroso es malgastar su tiempo. Algunos actúan como si lo que comen se perdiera, y cualquier cosa que le dejaran caer al estómago para llenarlo fuera lo mismo que la comida preparada con tanto esfuerzo. Es importante que gocemos con el alimento que consumimos. Si, por no poder hacer esto, comemos en forma mecánica, no alimentaremos ni fortaleceremos nuestro organismo como podríamos hacer si pudiéramos gozar del alimento que le echamos al estómago. Estamos hechos de lo que comemos. Si queremos tener sangre de buena calidad, debemos obtener el alimento correcto, preparado de la mejor manera.

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Es un deber religioso para quienes cocinan aprender a preparar comida sana en diversas formas, de modo que uno goce al comerla. Las madres debieran enseñarles a sus hijos a cocinar. ¿Qué rama de la educación de una joven puede ser tan importante como ésta? La alimentación está conectada con la vida. El alimento escaso, pobre y mal cocinado debilita constantemente los órganos productores de sangre. Así, ésta se corrompe. Es de todo punto esencial que el arte de cocinar sea considerado una de las más importantes ramas de la educación. Hay pocas personas que sean buenas cocineras. Las jóvenes creen que ser cocinera es rebajarse a ocupar un puesto sin honra. No es así. Es que no ven las cosas desde la perspectiva correcta. No es cosa sin importancia la ciencia de preparar alimentos sanos, especialmente el pan.

En muchas familias hallamos dispépticos, y con frecuencia la razón de esto es el pan mal hecho. La señora de la casa decide que no hay que tirarlo, y la familia lo consume. ¿Es ésta la forma de deshacerse del pan malo? ¿Lo pondremos en el estómago para que se convierta en sangre? ¿Tiene el estómago la virtud de transformar el pan ácido en dulce? ¿El pan pesado en liviano? ¿El pan añejo en pan fresco?

Las madres descuidan esta rama en la educación de sus hijas. Se echan encima la carga de los cuidados y trabajos, y se van desgastando rápidamente, mientras la hija tiene permiso de visitar, de hacer crochet, o estudiar lo que más le plazca. Este es un amor equivocado, una bondad errónea. Le está haciendo un daño a su hija, el cual con frecuencia le dura por toda la vida. En la edad cuando ella debiera ser capaz de llevar algunas de las cargas de la vida, no está capacitada para hacerlo. Las jóvenes que se hallan en esta situación no soportan las responsabilidades ni las cargas. Aceptan sólo deberes livianos, y se excusan de las responsabilidades, mientras que la madre sigue aplastada bajo su carga de cuidados, como un carro bajo las gavillas. No es que la hija quiera ser falta de bondad; pero es descuidada y distraída, de lo contrario notaría la expresión de cansancio, y no pasaría por alto el reflejo del dolor en el semblante de la madre, y procuraría hacer su parte llevando la mayor parte de la carga y aliviando así a la madre, que debe ser librada de sus preocupaciones, o verse en el lecho del dolor, o posiblemente, de la muerte.

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¿Por qué las madres serán tan ciegas y negligentes en la educación de sus hijas? Me he sentido afligida cuando, al visitar varias familias, he visto que la madre llevaba la mayor carga mientras que la hija, que manifestaba un espíritu alegre y gozaba en buena medida de salud y vigor, no sentía ningún cuidado, ninguna carga. Cuando hay reuniones concurridas y las familias necesitan atender a los visitantes, he visto a la madre llevar la carga, y recaer sobre ella toda la responsabilidad, mientras que las hijas se entretienen charlando con sus jóvenes amigos, y en general haciendo vida social. Estas cosas me parecen tan mal que me cuesta restringir los deseos de decirles a esas jóvenes irreflexivas que se vayan a trabajar, que alivien a su cansada madre. Llévenla a un asiento en la sala y oblíguenla a descansar y gozar de la compañía de sus amistades.

Pero no son las hijas las únicas que llevan culpa en este asunto. La madre también es culpable. No les ha enseñado con paciencia a sus hijas cómo cocinar. Sabe que les falta conocimiento en el departamento de la cocina, y por lo tanto no siente que le pueden ayudar. Ella tiene que vigilar todo lo que requiere cuidado, pensamiento y atención. Se debiera instruir cuidadosamente a las jóvenes en el arte de cocinar. No importa cuáles sean sus circunstancias en la vida, es un conocimiento que puede ser usado en forma práctica. Es una rama de la educación que influye de la manera más directa sobre la vida humana, especialmente en las vidas de los que más queremos. Muchas esposas y madres que no han tenido la educación correcta, y que les falta conocimiento en el arte de cocinar, les presentan diariamente a sus familiares alimentos mal preparados, que poco a poco pero seguramente van destruyendo los órganos digestivos, haciendo sangre de mala calidad, provocando con frecuencia ataques agudos de enfermedades inflamatorias y causando la muerte prematura. Muchas personas han sido llevadas a la muerte por comer pan pesado y ácido. Me relataron el caso de una empleada que hizo pan, el cual le quedó así, pesado y ácido. Para ocultar el asunto y deshacerse del pan, se lo echó a dos grandes puercos. A la mañana siguiente el dueño de casa encontró a sus dos puercos muertos, y al examinar el comedero descubrió trozos del pan. Hizo averiguaciones, y la muchacha confesó lo que había hecho. No tenía idea del efecto que su pan había tenido sobre los puercos. Si el pan mal cocido y ácido es capaz de matar puercos, que son capaces de devorar serpientes de cascabel y casi cualquier cosa detestable, ¿qué efecto podrá tener sobre ese tierno órgano, el estómago humano?

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Es un deber religioso para toda muchacha y mujer cristiana, aprender ahora mismo a hacer pan bueno, liviano y dulce, usando harina de trigo integral. Las madres debieran llevar a sus hijas a la cocina cuando todavía son muy jóvenes, y enseñarles el arte de cocinar. La madre no puede esperar que sus hijas comprendan los misterios del manejo de un hogar si no reciben la educación debida. Debiera instruirlas con paciencia y amor, y hacer el trabajo lo más agradable que pueda, por su rostro alegre y sus animadoras palabras de aprecio. Si fracasan una, dos y tres veces, no las censure. El desánimo ya está haciendo su obra y tentándolas a decir: “No hay caso; no puedo hacer esto”. No es éste momento de censurar. La voluntad se está debilitando. Necesita el incentivo de las palabras animadoras, alegres y llenas de esperanza, como: “No importan los errores que has hecho. Estás aprendiendo, y no debe extrañarte si cometes errores. ¡Prueba otra vez! Pon mucha atención a lo que hagas. Ten mucho cuidado, y seguramente tendrás éxito”.

Muchas madres no se dan cuenta de cuán importante es esta rama de conocimiento, y en vez de darse el trabajo y molestia de instruir a sus hijos y soportar sus errores y fracasos mientras éstos aprenden, prefieren hacerlo todo ellas mismas. Y cuando sus hijas fracasan en sus esfuerzos, las envían a otro lado diciéndoles: “No hay caso; tú no puedes hacer esto. Me estorbas y molestas más de lo que me ayudas”.

De este modo los primeros esfuerzos de los aprendices les acarrean el rechazo, y el primer fracaso enfría de tal modo su interés y deseo de aprender, que temen probar otra vez, y ofrecen coser, tejer, o limpiar la casa; cualquier cosa menos cocinar. En esto, la madre tiene mucha culpa. Debiera haberlos instruido pacientemente para que por medio de la práctica obtuvieran la experiencia necesaria para eliminar su torpeza y los movimientos imprecisos del trabajador sin experiencia. Añadiré aquí extractos del Testimonio número 10, publicado en 1864:

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“Los hijos que han recibido toda clase de atenciones y servicio, siempre esperan lo mismo. Y si no se cumplen sus expectativas, se sienten defraudados y se desaniman. Esta misma disposición se manifiesta a través de toda su vida; se sienten incapaces y se reclinan sobre los demás en busca de apoyo, esperando que se los favorezca y se les ceda el paso. Y si experimentan oposición, aun después de haber llegado a ser adultos, consideran que se los está maltratando. Así van por el mundo, preocupados, incapaces de soportar su propio peso, a menudo murmurando y demostrando su irritación porque no todo les acomoda.

“Los padres equivocados les están enseñando a sus hijos lecciones que les resultarán ruinosas, y a la vez están plantando espinas para sus propios pies. Piensan que al cumplir todos los deseos de sus hijos y permitirles seguir sus propias inclinaciones, podrán ganarse el amor de ellos. ¡Cuán grande error! Los hijos que reciben esta indulgencia crecen sin restringir sus deseos, inflexibles en sus disposiciones, egoístas, exigentes y dominantes, una maldición para sí mismos y para todos los que los rodean. En gran medida, los padres sostienen en sus propias manos la felicidad futura de sus hijos. A ellos les toca cumplir la importante obra de formar el carácter de esos hijos. Las instrucciones que reciban en su niñez los seguirán a través de toda su vida. Los padres siembran la semilla que brotará y dará fruto para bien o para mal. Pueden preparar a sus hijos e hijas para ser felices, o para ser miserables.

“A los hijos debiera enseñárseles desde muy pequeños a ser útiles, a ayudarse a sí mismos y también a los demás. Muchas hijas de esta generación pueden, sin que les remuerda la conciencia, ver a sus madres trabajar, cocinar, lavar o planchar mientras ellas se quedan en la sala leyendo cuentos, tejiendo o bordando. Sus corazones son duros como la piedra. Pero, ¿dónde se origina este mal? ¿Quiénes son por lo general los mayores culpables en esta situación? Los pobres padres engañados. Pasan por alto el bien futuro de sus hijos, y en su cariño equivocado, los dejan estar ociosos, o cumplir sólo deberes insignificantes, que no requieren el ejercicio de la mente ni de los músculos; y luego excusan a sus hijas indolentes porque son débiles. ¿Qué las hizo ser débiles? En muchos casos se debe a la conducta errónea de los padres. Si hicieran una cantidad suficiente de ejercicio en el hogar, eso les mejoraría tanto la mente como el cuerpo. Pero a los niños se los priva de esto a causa de ciertas ideas erróneas, hasta que le toman aversión al trabajo. Lo hallan desagradable; no se ajusta a sus ideas de la nobleza. Se piensa que lavar los platos, aplanchar o lavar ropa no es digno de una dama, y que es hasta algo vulgar. Esta es la instrucción de moda para los niños en esta época desdichada.

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Tatiana Patrasco