Testimonios para la Iglesia, Vol. 1, p. 602-609, día 070

Cuando ustedes se casaron, su esposa lo amaba. Era sensible en extremo; sin embargo, con esfuerzo de parte de usted y fortaleza de parte de ella, su salud no tenía por qué haberse puesto como está. Pero la severa frialdad de parte de usted lo ha transformado en un témpano, que ha congelado el canal por donde debían circular el amor y el afecto. Su costumbre de censurar y criticar ha sido como granizo desolador para una planta sensible. Ha congelado y casi destruido la vida de la planta. El amor de usted por el mundo está devorando los buenos rasgos de su carácter. Su esposa tiene otra actitud, es más generosa. Pero cuando ha ejercido, aun en cosas pequeñas, su instintiva generosidad, usted ha retraído sus sentimientos y la ha censurado. Usted alberga un espíritu mezquino y egoísta. Le hace sentir a su esposa que ella es una carga, una exigencia, y que no tiene derecho a ejercer su generosidad a expensas de usted.

Todas estas situaciones son de naturaleza tan desanimadora, que ella se siente sin esperanza y sin salida, y no tiene resistencia que ofrecer; en cambio, se doblega bajo el vendaval. Su dolencia es el sufrimiento nervioso. Si su vida matrimonial fuera agradable, ella gozaría de un nivel adecuado de salud. Pero a través de toda su vida conyugal, el demonio ha sido un huésped en su familia, el cual se ha gozado al ver su lamentable condición.

Las esperanzas fallidas han hecho que ustedes dos se sientan completamente miserables. No tendrán recompensa alguna por sus sufrimientos, puesto que ustedes mismos se los han causado. Sus propias palabras han sido como un veneno mortífero sobre los nervios y el cerebro, sobre los huesos y los músculos. Se cosecha lo que se siembra. Ustedes no aprecian los sentimientos y los sufrimientos del cónyuge. A Dios le desagrada el espíritu duro, insensible y apegado al mundo que usted posee. Hno. C, el amor al dinero es la raíz de todos los males. Usted ha amado el dinero y al mundo; la enfermedad de su esposa le ha parecido una imposición severa, terrible, sin darse cuenta de que en gran medida es culpa de usted que ella esté enferma. Usted no posee los elementos de un espíritu satisfecho. Se entretiene en pensar en sus problemas; la escasez y la pobreza que usted vislumbra en su imaginación parecen acecharlo a la vuelta de la esquina; se siente, por lo tanto, afligido, inquieto y en agonía. Su cerebro parece estar en llamas, y su espíritu se deprime. Usted no aprecia el amor a Dios y la gratitud sincera que debiera sentir por todas las bendiciones que su bondadoso Padre celestial ha derramado sobre usted. Ve solamente las incomodidades de la vida. Una especie de locura mundanal lo encierra bajo pesadas nubes de espesa oscuridad. Satanás se regocija porque usted se sentirá miserable a pesar de que la paz y la felicidad están a su alcance.

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A veces, usted escucha una disertación; la verdad lo afecta, y se despiertan los poderes nobles de su mente, dispuestos a controlar sus acciones. Logra ver cuán poco ha sacrificado para Dios, cuán intensamente se ha aferrado al yo, y se siente atraído hacia lo correcto por la influencia de la verdad; pero cuando se aparta de esta influencia sagrada, santificadora y suavizante, se ve que no la posee en su propio corazón; y pronto vuelve a caer presa de los mismos sentimientos estériles y carentes de simpatía. Trabajo, trabajo; ¡hay que trabajar! El cerebro, los huesos y los músculos se esfuerzan al máximo para obtener medios que su imaginación le dice que va a necesitar, si quiere librarse de la escasez y el hambre. Este es un engaño de Satanás, una de sus astutas trampas que lo llevan a usted a la perdición. “Basta al día su afán”. Pero usted se prepara su propio tiempo de angustia para caer en él antes de tiempo.

Usted no tiene fe, amor ni confianza en Dios. Si los tuviera, confiaría en él. Pero deja que sus preocupaciones lo desprendan de los brazos de Cristo, temiendo que él no va a cuidar de usted. Así sacrifica su salud. Dios no es glorificado en su cuerpo y espíritu, que le pertenecen a él. No hay en su hogar una influencia dulce y alentadora que suavice y se oponga al mal que predomina en su naturaleza. Los poderes elevados y nobles de su mente se ven avasallados por los órganos inferiores, y se desarrollan así los malos rasgos de su carácter.

Usted es egoísta, exigente y atropellador. No debiera ser así. Su salvación depende de que usted actúe por principio: se sirve a Dios por principio, no por sentimientos o por impulso. Dios lo ayudará cuando usted sienta su necesidad de ayuda y se dedique a la obra con resolución, confiando en él de todo corazón. A menudo usted se siente desanimado sin razón suficiente. Desarrolla sentimientos semejantes al odio. Sus sentimientos de atracción o rechazo son intensos. Es necesario que los controle. Domine su lengua. “Si alguno no ofende en palabras, es varón perfecto, capaz de refrenar todo su cuerpo”. Santiago 3:2. La tarea de ayudarnos le ha sido asignada a Uno que es poderoso. El será su fortaleza y apoyo, su vanguardia y retaguardia.

¿Qué preparaciones está usted haciendo para la vida mejor? Es Satanás quien le hace pensar que usted debe emplear todos sus poderes para avanzar en esta vida. Usted teme y tiembla por el futuro en esta vida, mientras que descuida la vida futura, la eterna. ¿Dónde están la ansiedad, el fervor, el celo por evitar el fracaso en ese campo, para no sufrir así una pérdida inmensa? Perder un poquito de este mundo le parece a usted una terrible calamidad que le acarrearía la muerte. ¡Pero el pensamiento de perder el cielo no le produce ni la mitad de los temores! Debido a sus concienzudos esfuerzos por salvar esta vida, usted se halla en peligro de perder la vida eterna. Usted no puede darse el lujo de perder la vida eterna, perder el eterno peso de gloria. Usted no puede permitirse perder todas esas riquezas, esa felicidad tan extremadamente preciosa e incalculable. ¿Por qué no actúa como un hombre cuerdo, y desarrolla el mismo celo, fervor y perseverancia en sus esfuerzos por alcanzar la vida mejor, la corona inmortal, el tesoro eterno e imperecedero, como los que aplica en procura de esta pobre y miserable vida, y de estos pobres y miserables tesoros terrenales?

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El corazón de usted está puesto en sus tesoros terrenales; por lo tanto no tiene corazón para los celestiales. Estas pobres cosas visibles -las terrenales- eclipsan la gloria de las celestiales. Allí donde esté su tesoro, estará también su corazón. Sus palabras declararán -y sus actos revelarán- dónde está su corazón. Si es en este mundo, en las escasas ganancias terrenales, sus ansiedades se manifestarán en esa dirección. Si usted lucha por la herencia inmortal con dedicación, energía y celo proporcionales a su valor, entonces usted puede ser un candidato apropiado para la vida eterna, y heredero de la gloria. Necesita una nueva conversión cada día. Muera al yo cada día, póngale riendas a su lengua, controle sus palabras, cese de murmurar y quejarse, no permita que de sus labios salga ni una palabra de censura. Si esto requiere un gran esfuerzo, hágalo y será recompensado.

Su vida es hoy miserable; está llena de anticipos del mal. Ante usted surgen escenas sombrías; siente satisfacción al concentrarse en temas desagradables. Si otros tratan de expresar optimismo, usted aplasta en ellos todo sentimiento de esperanza, hablando aun más enfática y severamente. Sus pruebas y aflicciones mantienen constantemente ante su esposa el pensamiento, tan desgastador del alma, de que usted la considera una carga debido a su enfermedad. Si a usted le gusta la oscuridad y el desánimo, si habla de ellos y concentra en ellos su atención, y atormenta su alma conjurando en su imaginación todo lo que puede hacerlo murmurar contra su familia y contra Dios, su corazón se transformará en un campo quemado, en el cual el fuego habrá destruido todo lo verde, dejándolo reseco, ennegrecido y achicharrado.

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Usted tiene su imaginación enferma, y es de tenerle lástima. Al mismo tiempo, nadie puede ayudarle tanto como usted mismo podría hacerlo. Si desea tener fe, exprese fe con sus palabras; hable de esperanza, y hágalo con alegría. Que Dios le ayude a ver cuán pecaminosa es su conducta. Usted necesita ayuda en esto, la ayuda de su hija y de su esposa. Si permite que Satanás controle sus pensamientos, como lo ha hecho, usted se convertirá en un siervo especial del maligno, y arruinará así su propia alma y la felicidad de su familia. ¡Cuán terrible ha sido la influencia de su hija! La madre, al no recibir de usted amor ni simpatía, ha centrado sus afectos en su hija y la ha idolizado. Al expresar este afecto poco juicioso, la ha transformado en una niña acostumbrada a los mimos y la indulgencia, echándola así a perder casi del todo. Su educación se ha visto lamentablemente descuidada. Si la hubiera instruido en el cumplimiento de los deberes hogareños, y le hubiera enseñado a llevar su parte de las cargas familiares, estaría más sana y feliz. Es deber de toda madre enseñar a sus hijos a desempeñar su parte en la vida, a compartir las cargas de ella y no ser máquinas ociosas.

La salud de su hija sería mejor si se la hubiera educado para realizar esfuerzos físicos. Sus músculos y nervios son débiles, lacios y carentes de tono. ¿Y en qué otra condición podrían hallarse, si tienen tan poco uso? Esta niña tiene muy poco aguante. Una pequeña cantidad de ejercicio físico basta para agotarla y poner en peligro su salud. Sus músculos y sus nervios carecen de elasticidad. Sus facultades físicas se han mantenido dormidas por tanto tiempo, que su vida es casi inútil. ¡Madre equivocada! ¿No sabe usted que al darle a su hija tantos privilegios en el aprendizaje de las ciencias, sin educarla para ser útil en las labores del hogar, le hace un gran mal? El ejercicio le habría endurecido, o confirmado, su constitución y mejorado su salud. Esta ternura, en vez de ser una bendición, llegará a ser una maldición terrible. Si su hija hubiera compartido las cargas familiares, la madre no se hubiera esforzado en exceso, y podría haberse ahorrado mucho sufrimiento, beneficiando al mismo tiempo a la hija. Ella debiera empezar ahora a trabajar, sin echarse repentinamente toda la carga que normalmente lleva una persona de su edad; pero puede educarse a sí misma para realizar trabajo físico en una proporción mucho mayor que lo que ha hecho hasta ahora en su vida.

La Hna. C tiene su imaginación enferma. Se ha resguardado del aire, de modo que ahora no lo puede soportar sin inconvenientes. El calor de su cuarto es muy dañino para la salud. Su circulación está deprimida. Ha vivido en el aire caliente por tanto tiempo, que sin realizar un cambio no puede soportar la exposición que significa un paseo al aire libre. Su mala salud se debe en cierto modo a la exclusión del aire, y se ha vuelto tan delicada que no puede recibir aire sin enfermarse. Si continúa entregándose a esta imaginación enfermiza, le va a ser difícil soportar aun un soplo de aire. En su cuarto debiera mantener las ventanas abiertas todo el día, para que haya circulación del aire. A Dios no le agrada que ella se quite así su propia vida. Tal cosa es innecesaria. Se ha puesto así de sensible por haber cultivado una mente enferma. Necesita aire, y debe obtenerlo. No sólo está destruyendo su propia vitalidad, sino también las de su esposo y su hija, y las de todos los que la visitan. El aire de su cuarto es decididamente impuro, y se halla desprovisto de vitalidad. Nadie que se acostumbre a tal atmósfera puede disfrutar de salud. Ella se ha entregado en este sentido a la indulgencia propia, a tal punto que no puede visitar los hogares de sus hermanos sin resfriarse. Por su propio bien, y por el de quienes la rodean, debe cambiar este estado de cosas. Debiera acostumbrarse al aire, aumentando un poco cada día, hasta que pueda respirar el aire puro y vigorizador sin sufrir malos efectos. La superficie de su piel está casi muerta, porque no tiene aire para respirar. Sus millones de boquitas están cerradas, porque las han atascado las impurezas del sistema, y por falta de aire. Sería una imprudencia dejar entrar libremente una corriente de aire exterior el día entero. Hágalo gradualmente, cambie poco a poco. En una semana podría estar manteniendo abiertas las ventanas unos cinco o diez centímetros, día y noche.

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Los pulmones y el hígado están enfermos porque ella se ha privado del aire vital. El aire es la bendición gratuita del cielo, calculada para electrificar todo el sistema. Sin él, el sistema se llena de enfermedad y se vuelve torpe, lánguido y débil. Y usted ha estado viviendo durante años con una cantidad muy pequeña de aire. Al hacer esto, su esposa arrastra a otros a compartir con ella la misma atmósfera venenosa. Ninguno de ustedes puede gozar de un cerebro claro y despejado si respira una atmósfera ponzoñosa. A la Hna. C la aterra pensar en salir de la casa, porque piensa que va a sentir el cambio en la atmósfera, y se va a resfriar. Pero si se trata a sí misma correctamente, todavía puede adquirir una condición mucho mejor de salud. Debiera tomar un baño general dos veces por semana, tan fresco como le resulte agradable, un poquito más frío cada vez, hasta que la piel se le acostumbre.

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No necesita languidecer en algún rincón como lo hace, siempre enferma, si como familia ustedes obedecen las instrucciones que les ha dado el Señor. “El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua del mal, y sus labios no hablen engaño. Apártese del mal, y haga el bien. Busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y atentos sus oídos a sus oraciones. Pero el rostro del Señor está contra los que hacen el mal”. 1 Pedro 3:10-12. La mente satisfecha, el espíritu alegre, son salud para el cuerpo y fortaleza para el alma. No hay ninguna causa tan fructífera de enfermedad como la depresión, la lobreguez y la tristeza. La depresión mental es terrible, y todos usteden sufren de ella. La hija es inquieta, participa del espíritu del padre; además, la atmósfera recalentada y opresiva, desprovista de vitalidad, adormece el cerebro sensible. Los pulmones se contraen y el hígado se vuelve inactivo.

El aire, ese aire que es una preciosa bendición del cielo, y que todos pueden obtener, los bendecirá con su influencia vigorizadora, si no le impiden la entrada. Dénle la bienvenida, cultiven una gran atracción por él, y verán cómo actúa en calidad de precioso calmante de los nervios. Para que se mantenga puro, el aire debe mantenerse en constante circulación. La influencia del aire puro y fresco es hacer que la sangre circule saludablemente a través del sistema. Refresca el cuerpo y tiende a impartirle fuerza y salud, mientras que al mismo tiempo su influencia se deja sentir marcadamente sobre la mente, impartiéndole cierto grado de calma y serenidad. Excita el apetito, hace más perfecta la digestión del alimento, e induce un sueño profundo y reparador.

Los efectos de vivir en cuartos cerrados y mal ventilados son los siguientes: El sistema se vuelve débil y enfermizo, se deprime la circulación, la sangre se mueve con torpeza a través del sistema, porque no está purificada y vitalizada por el aire puro y vigorizador del cielo. La mente se deprime y se vuelve lóbrega; todo el sistema pierde su tonicidad, y se corre el riesgo de generar fiebres y otras enfermedades agudas. Su cuidadosa exclusión del aire exterior y su temor de la ventilación libre los obligan a ustedes a respirar el aire corrupto y malsano que exhalan los pulmones de quienes ocupan esos cuartos, y que es venenoso, inapropiado para el mantenimiento de la vida. Decae la energía del cuerpo, la piel empalidece, se retarda la digestión y el sistema se vuelve especialmente sensible a la influencia del frío. Una breve exposición produce serias enfermedades. Debiera ejercerse gran cuidado de no sentarse en una corriente o en un cuarto frío cuando se está cansado o transpirando. Debiera acostumbrarse tanto al aire, que no sienta la necesidad de hacer que el termómetro suba a más de unos 24o C (75o F).

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Ustedes pueden ser una familia feliz si hacen lo que Dios les ha dado para hacer, y que ha colocado sobre ustedes como un deber. Pero el Señor no hará por ustedes lo que se propone que ustedes mismos realicen. El Hno. C es digno de lástima. Se ha sentido infeliz por tanto tiempo, que la vida se le ha vuelto una carga. Las cosas no necesitan ser así. Su imaginación está enferma, y ha mantenido durante tanto tiempo sus ojos clavados en un cuadro sombrío, que si debe afrontar la adversidad o algún desencanto, se imagina que todo va a la ruina, y que a él le toca lo peor; de este modo, su vida se hace miserable. Mientras más piensa así, más miserable hace su propia vida y la de quienes lo rodean. No hay razón para que se sienta así; todo es obra de Satanás. No debe permitir que el enemigo le controle así su mente. Debiera darle la espalda al cuadro oscuro y tenebroso, y volverse hacia el amoroso Salvador, la gloria del cielo, y la rica herencia preparada para todos los que son humildes y obedientes, y que poseen corazones agradecidos y una fe firme en las promesas de Dios.

Esto le costará un esfuerzo, una lucha; pero debe hacerse. Tanto su felicidad actual como la futura y eterna dependen de que usted fije su mente en la contemplación de cosas agradables, no mirando escenas de oscuridad, que son imaginarias, y dirigiendo sus ojos a los beneficios que Dios ha esparcido en su camino, y más allá de ellos, a lo invisible y eterno.

Usted pertenece a una familia que no posee mentes bien equilibradas, sino sombrías y deprimidas, afectadas por el ambiente y susceptibles a diversas influencias. A menos que usted cultive una actitud mental optimista, feliz y agradecida, Satanás lo llevará eventualmente cautivo a su voluntad. Usted puede ser de ayuda y de apoyo para la iglesia donde reside, si obedece las instrucciones del Señor y no actúa por sentimientos, sino controlado por principios. Nunca permita que de sus labios se escapen censuras, porque son como granizo desolador para quienes lo rodean. Pronuncie sólo palabras agradables, luminosas y llenas de amor.

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Hno. C, su organismo no está en la mejor condición para su avance espiritual; sin embargo, la gracia de Dios puede hacer mucho para corregir los defectos de su carácter, y fortalecer y perfeccionar los poderes mentales que ahora son débiles y necesitan adquirir fuerza. Al hacer esto, usted podrá controlar las facultades inferiores, que han dominado a las superiores. Usted actúa como una persona cuyas sensibilidades se hayan adormecido. Necesita que la verdad se apodere de usted y obre una reforma completa en su vida. “No os conforméis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestro entendimiento, para que podáis comprobar cuál es la voluntad de Dios, que es buena, agradable y perfecta”. Romanos 12:2. Esto es lo que usted necesita, y lo que debe experimentar: la transformación que hará en usted la santificación por medio de la verdad.

¿Cree usted que el fin de todas las cosas se aproxima, que las escenas de la historia de este mundo están llegando rápidamente a su conclusión? Si es así, muestre su fe por sus obras. La gente muestra toda la fe que tiene. Algunos piensan que tienen buena cantidad de fe, pero si tuvieran algo de ella, estaría muerta, porque no se apoya en las obras. “Si la fe no tiene obras, está muerta”. Santiago 2:17. Pocos tienen esa fe genuina que obra por amor y purifica el alma. Pero todos los que sean hallados dignos de la vida eterna deberán haber obtenido una adaptación moral para la misma. “Amados, ahora ya somos hijos de Dios. Y aunque no se ve aún lo que hemos de ser, sabemos que cuando Cristo aparezca, seremos semejantes a él, porque lo veremos como él es. Todo el que tiene esta esperanza en él, se purifica, así como él es puro”. 1 Juan 3:2, 3. Esta es la obra que se extiende en su camino, y usted no tiene mucho tiempo para dedicarse a la tarea con toda su alma.

Usted debe experimentar la muerte al yo, y debe vivir para Dios. “Siendo que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”. Colosenses 3:1. El yo no debe ser consultado. El orgullo, el amor propio, el egoísmo, la avaricia, la codicia, el amor al mundo, el odio, las sospechas, la envidia, las malas suposiciones, todo debe ser subyugado y sacrificado para siempre. Cuando Cristo aparezca, no vendrá para corregir estos males y darnos luego la idoneidad moral para su venida. Todos estos preparativos deben hacerse antes que él venga. La pregunta: “¿Qué haremos para ser salvos?” debe ser un tema de meditación, de estudio y de ferviente investigación. ¿Cómo debemos comportarnos para mostrarnos aprobados ante Dios?

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Tatiana Patrasco