Esos fueron días de tristeza. Pensaba en mis tres hijitos y temía que pronto quedaran sin padre. Sin querer surgían en mi mente pensamientos como: Mi esposo se muere por exceso de trabajo en la causa de la verdad presente. ¿Y quién sabe todo lo que ha sufrido, las cargas que ha llevado durante años, las extremas preocupaciones que han destruido su ánimo y arruinado su salud, llevándolo a una muerte prematura, y dejando a su familia desposeída y dependiente de otros? Con frecuencia hice esta pregunta: ¿No se preocupa Dios de estas cosas? ¿Las deja pasar sin notarlas? Me sentía reconfortada sabiendo que hay Uno que juzga con justicia y que anota en el cielo y recompensa todo sacrificio, todo acto de abnegación y toda angustia soportados por su causa. El día del Señor pondrá de manifiesto cosas que hasta ahora no se han revelado.
Se me mostró que Dios se proponía levantar a mi esposo en forma gradual; que debíamos ejercer una fe firme, porque en cada esfuerzo que realizáramos seríamos atacados ferozmente por Satanás; que debíamos apartar nuestra vista de la apariencia exterior, y creer. Tres veces al día mi esposo y yo nos presentábamos independientemente delante de Dios para orar fervientemente por la recuperación de su salud. Con frecuencia uno de nosotros caía postrado por el poder de Dios. El Señor escuchó misericordiosamente nuestro sincero clamor, y como resultado mi esposo comenzó a recuperarse. Nuestras oraciones ascendieron al cielo tres veces al día durante muchos meses, pidiendo salud para hacer la voluntad de Dios. Apreciábamos mucho esos momentos de oración. Llegamos a encontrarnos en una sagrada proximidad con Dios y en dulce comunión con él. No podría presentar en forma más adecuada mis sentimientos de ese tiempo que como se manifiestan en los siguientes extractos de una carta que escribí a la hermana Howland:
“Me siento agradecida porque ahora puedo tener a mis hijos conmigo, bajo mi propio cuidado, a fin de enseñarlos mejor en el camino recto. Durante semanas he experimentado hambre y sed por salvación, y hemos disfrutado de una comunión casi ininterrumpida con Dios. ¿Por qué permanecemos alejados de la fuente, cuando podemos aproximarnos y beber? ¿Por qué morimos sin pan, cuando hay abundancia de él? Es abundante y no cuesta nada. Mi alma se deleita en él y bebe diariamente de los goces celestiales. No callaré. La alabanza de Dios está en mi corazón y en mis labios. Podemos regocijarnos en la plenitud del amor de nuestro Salvador. Podemos participar abundantemente de su gloria excelente. Mi alma testifica de esto. Mi abatimiento ha sido dispersado por esta preciosa luz, y nunca podré olvidarlo. Señor, ayúdame a recordarlo constantemente. ¡Despertad, todas las energías de mi alma! ¡Despertad y adorad al Redentor por su amor maravilloso!
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“Las almas que viven a nuestro alrededor deben ser despertadas y salvadas, porque en caso contrario perecerán. No tenemos un momento que perder. Todos ejercemos influencia en favor o en contra de la verdad. Deseo llevar conmigo una evidencia inequívoca de que soy de los discípulos de Cristo. Necesitamos algo más que solamente la religión del sábado. Necesitamos el principio viviente y sentir cada día responsabilidad individual. Muchas personas evitan esto, y como resultado manifiestan descuido, indiferencia, falta de vigilancia y de espiritualidad. ¿Dónde está la espiritualidad de la iglesia? ¿Dónde están los hombres y mujeres llenos de fe y Espíritu Santo? Mi oración es: Purifica a tu iglesia, oh Dios. Durante meses he disfrutado de libertad, y estoy decidida a poner en orden mi conducta y toda mi manera de actuar delante del Señor.
“Puede ser que nuestros enemigos triunfen. Pueden pronunciar palabras duras, y su lengua puede crear calumnias, engaños y falsedades, sin embargo eso no nos moverá. Sabemos en quién hemos creído. No hemos corrido en vano, ni trabajado en vano. Viene el día de la rendición de cuentas, cuando todos serán juzgados de acuerdo con sus obras. Es verdad que el mundo se encuentra en tinieblas. La oposición puede tornarse muy fuerte. Los que se burlan y los que desprecian pueden tornarse más atrevidos en su iniquidad. Sin embargo, todo esto no nos moverá, porque nos apoyaremos en el brazo del Todopoderoso, quien nos da su fortaleza.
“Dios está zarandeando a su pueblo. Dejará una iglesia limpia y santa. No podemos leer el corazón del hombre; pero el Señor ha provisto los medios necesarios para mantener su iglesia pura. Ha surgido un grupo de gente corrompida que no puede vivir con el pueblo de Dios. Desprecian las amonestaciones, y no desean ser corregidos. Han tenido tiempo de arrepentirse de sus pecados; pero han apreciado demasiado el yo para hacerlo morir. Lo han alimentado, con lo que se ha fortalecido, y ellos se han separado del confiado pueblo de Dios, que él está purificando para sí mismo. Todos tenemos razón para agradecer a Dios porque se ha abierto un medio para salvar a la iglesia; porque la ira de Dios pudo haber descendido sobre nosotros si estos corrompidos simuladores hubieran permanecido en nuestro medio.
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“Toda alma sincera que pueda ser engañada por estas personas desleales, conseguirá verlos en su verdadera luz, aunque cada ángel del cielo tenga que visitarlas para iluminar sus mentes. No tenemos nada que temer en este asunto. A medida que nos aproximamos al juicio, todos manifestarán su verdadero carácter y se verá claramente a qué grupo pertenecen. La zaranda se está moviendo. No digamos: Detén tu mano, oh Dios. La iglesia debe ser purificada, y eso sucederá. Dios reina; alábelo la gente. No tengo ni el más remoto pensamiento de dejarme abatir. Tengo el propósito de estar en lo correcto y de actuar correctamente. Se establecerá el juicio, se abrirán los libros y seremos juzgados de acuerdo con nuestras obras. Todas las falsedades que puedan inventarse contra mí no harán que yo sea peor, ni tampoco que sea mejor, a menos que me induzcan a acercarme más a mi Redentor”.
Desde el tiempo cuando nos mudamos a Battle Creek, el Señor comenzó a deshacer nuestra cautividad. Encontramos en Míchigan amigos que simpatizaron con nosotros, quienes estaban listos a compartir nuestras cargas y a suplir nuestras necesidades. Antiguos y leales amigos que vivían en la zona central de Nueva York y Nueva Inglaterra, especialmente en Vermont, se compadecieron de nosotros en nuestras aflicciones y estuvieron listos para ayudarnos en tiempo de necesidad. En la conferencia celebrada en Battle Creek en noviembre de 1856, Dios obró en nuestro favor. Sus siervos se preocuparon de los dones para la iglesia. Si el desagrado de Dios se había manifestado sobre su pueblo porque sus dones habían sido escasos y los habían descuidado, ahora existía la agradable perspectiva de contar nuevamente con su aprobación, de que él misericordiosamente reviviría esos dones que serían usados en la iglesia para animar a los desalentados y para corregir y reprochar a los descarriados. La causa recibió nueva luz y nuestros predicadores trabajaron con éxito.
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Hubo gran demanda de publicaciones y éstas resultaron ser justamente lo que la causa necesitaba. The Messenger of Truth (El mensajero de la verdad) pronto dejó de circular, y los espíritus contrarios que habían hablado en sus páginas se desbandaron. Mi esposo pudo pagar todas sus deudas. Dejó de toser y desapareció el dolor de sus pulmones y la aspereza de su garganta, y su salud fue restaurada gradualmente, a tal punto que pudo predicar sin dificultad tres veces el sábado y el primer día. Su maravillosa restauración fue obra de Dios y a él le corresponde toda la gloria.
Cuando mi esposo se debilitó tanto, antes de salir de Róchester, quería librarse de la responsabilidad de la obra de publicaciones. Propuso que la iglesia se encargara de esa obra, y que fuera dirigida por una comisión de publicaciones que se designaría, y que nadie que trabajara en la oficina debía recibir ningún beneficio financiero de ello, fuera del sueldo recibido por su trabajo.
Aunque este asunto se presentó en diversas oportunidades a nuestros hermanos, ellos no adoptaron ninguna decisión, sino hasta 1861. Hasta ese momento mi esposo había sido el propietario legal de la casa editora y su único administrador. Apreciaba la confianza de los antiguos amigos de la causa, que recomendaron a su cuidado los recursos donados de tiempo en tiempo, a medida que el crecimiento de la obra lo exigía, para edificar la empresa de las publicaciones. Pero aunque con frecuencia se publicaba en las páginas de la Review que la casa editora era virtualmente propiedad de la iglesia, de todos modos y por el hecho de ser mi esposo el único administrador legal, nuestros enemigos aprovecharon esa situación e hicieron todo lo posible por perjudicarlo y por retrasar el progreso de la causa, al acusarlo de especulación. En estas circunstancias él insistió en que se llevara a cabo la organización necesaria, lo cual produjo como resultado la incorporación de la Asociación Adventista de Publicaciones, de acuerdo con las leyes del Estado de Míchigan, en la primavera de 1861.
Aunque las preocupaciones que sobrevenían en relación con la obra de publicaciones y de otros ramos de la causa producían mucha incertidumbre, el mayor sacrificio que tuve que realizar en relación con la obra, fue dejar a mis hijos bajo el cuidado de otras personas.
Enrique había estado alejado de nosotros durante cinco años, y Edson había recibido muy poca atención de nuestra parte. Durante años nuestra familia fue muy numerosa, nuestro hogar fue como un hotel, y nosotros estábamos ausentes de ese hogar gran parte del tiempo. Había experimentado profunda preocupación por que mis hijos crecieran libres de malos hábitos, y con frecuencia me sentía afligida al pensar en el contraste entre mi situación y la de otras personas que no aceptaban cargas ni preocupaciones, que podían estar siempre con sus hijos para aconsejarlos e instruirlos, y que pasaban su tiempo casi exclusivamente con sus propias familias. Yo me preguntaba: ¿Requiere Dios tanto de nosotros, dejando a otros sin preocupaciones? ¿Es esto igualdad? ¿Tenemos que pasar interminablemente de una preocupación a otra, de una parte de la obra a otra, y tener sólo poco tiempo para educar a los hijos? Muchas noches, mientras otros dormían, las pasé llorando amargamente.
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A veces hacía planes más favorables para mis hijos, pero surgían inconvenientes que los anulaban. Yo era muy sensible a las faltas de mis hijos, y cada error cometido por ellos me producía mucha aflicción, al punto de afectar mi salud. He deseado que algunas madres se encontraran en mi misma situación durante corto tiempo, tal como yo me he encontrado durante años; entonces podrían apreciar las bendiciones de las que disfrutan y podrían simpatizar mejor conmigo en mis privaciones. Hemos orado y trabajado por nuestros hijos y los hemos puesto en sujeción. No descuidamos la vara, pero antes de usarla, tratamos de hacerles ver su falta; luego oramos con ellos. Procuramos hacer comprender a nuestros hijos que nos haríamos merecedores del desagrado de Dios si los excusáramos en el pecado. Nuestros esfuerzos fueron bendecidos para su propio bien. Su mayor placer consistía en complacernos. No estaban libres de faltas, pero creíamos que ellos serían corderitos en el rebaño de Cristo.
En 1860 la muerte cruzó el umbral de nuestra puerta y rompió la rama más joven del árbol de nuestra familia. El pequeño Herbert, nacido el 20 de septiembre de 1860, murió el 14 de diciembre del mismo año. Cuando se quebró esa tierna rama, nadie sabrá el sufrimiento que experimentamos, fuera de los que han seguido a sus hijitos prometedores a la tumba.
Pero cuando murió nuestro noble hijo Enrique* , a la edad de 16 años; cuando nuestro dulce cantor fue llevado a la tumba y ya no escuchamos más sus cantos, nuestro hogar quedó muy solitario. Ambos padres y los dos hijos que quedaban, sentimos el golpe en forma muy fuerte. Pero Dios nos consoló en nuestra aflicción, y llenos de fe y valor seguimos adelante en la obra que él nos había encomendado, con grandes esperanzas de encontrar a nuestros hijos, quienes nos habían sido arrancados por la muerte, en el mundo en el que la enfermedad y la muerte no existirán.
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En agosto de 1865, mi esposo fue repentinamente afectado por un ataque de parálisis. Este fue un duro golpe, no sólo para mí y mis hijos, sino también para la causa de Dios. Las iglesias se vieron privadas tanto de los esfuerzos de mi esposo como de los míos propios. Satanás triunfó al quedar de esta manera estorbada la obra de la verdad. Pero damos gracias a Dios porque no se le permitió destruirnos. Después de haber estado alejada de todo trabajo activo durante quince meses, nuevamente emprendimos juntos la tarea de trabajar por las iglesias.
Habiendo comprendido finalmente que mi esposo no se recuperaría de su larga enfermedad mientras permaneciera inactivo, y que había llegado el momento cuando yo debía salir y dar mi testimonio al pueblo, decidí hacer un viaje por la parte norte de Míchigan, acompañada por mi esposo, a pesar de que él se hallaba en un estado extremo de debilidad, y aunque nos encontrábamos en la parte más fría del invierno. Necesité gran valor moral y fe en Dios para tomar la decisión de arriesgar tanto; pero sabía que había un trabajo que debía ser realizado, y me parecía que Satanás estaba decidido a impedirme que lo llevara a cabo. Había esperado demasiado tiempo para ser liberada de nuestra cautividad y temía que muchas almas preciosas se perdieran a causa de la demora. Permanecer alejados del campo durante más tiempo me parecía peor que la muerte. Si hubiéramos querido abandonar la causa tendríamos que haber estado dispuestos a perecer. De ese modo, el 19 de diciembre de 1866 salimos de Battle Creek en medio de una tormenta de nieve, con rumbo a Wright, Míchigan. Mi esposo soportó el viaje de 130 kilómetros mucho mejor de lo que yo había anticipado, y cuando llegamos a nuestro destino parecía encontrarse tan bien como lo estaba cuando salimos de Battle Creek.
Allí comenzaron nuestros primeros esfuerzos efectivos desde su enfermedad. Allí comenzó él a trabajar como en años anteriores, aunque se encontraba más débil. Hablaba durante treinta o cuarenta minutos el sábado de mañana y también el domingo, mientras yo ocupaba el resto del tiempo, y luego también hablaba en la tarde de cada uno de estos días, como una hora y media cada vez. La congregación nos escuchaba con gran atención. Vi que mi esposo se iba poniendo más fuerte, se hacía más claro y más coherente en sus temas. Y en una ocasión en que él habló durante una hora con claridad y poder, teniendo sobre sí la carga de la obra como antes de su enfermedad, mis sentimientos de gratitud fueron indecibles. Me levanté en medio de la congregación y por casi media hora procuré expresarlos en medio de mis lágrimas. La congregación quedó muy conmovida. Tuve la seguridad de que éste era el comienzo de días mejores para nosotros.
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La mano de Dios en la restauración de mi esposo se vio en forma evidente. Probablemente ninguna otra persona sobre la que ha caído un golpe como el que afectó a mi esposo se ha recuperado. Sin embargo, el grave ataque de parálisis que le había afectado seriamente el cerebro, fue quitado de su siervo por la bondadosa mano de Dios, y se le concedió nueva fortaleza en el cuerpo y en la mente.
Durante los años que siguieron a la recuperación de mi esposo, el Señor abrió ante nosotros un vasto campo de labores. Aunque al comienzo encaré con timidez mi responsabilidad como oradora, sin embargo a medida que la providencia de Dios abría el camino delante de mí, llegué a presentarme confiadamente ante vastas congregaciones. Asistimos juntos a las reuniones campestres de reavivamiento espiritual y a otras grandes reuniones desde Maine hasta Dakota, desde Míchigan hasta Texas y California.
La obra comenzada con debilidad y oscuramente ha continuado creciendo y fortaleciéndose. Las casas editoras que funcionan en Míchigan y en California, y las misiones establecidas en Inglaterra, Noruega y Suiza, dan testimonio de ese crecimiento. En lugar de la publicación de nuestro primer folleto llevado al correo en una maleta, ahora salen mensualmente de nuestras casas editoras unos 140 mil ejemplares de diversos periódicos. La mano de Dios ha acompañado su obra y la ha hecho prosperar y crecer.
La historia de los años posteriores de mi vida abarca la historia de diversas empresas que han surgido entre nosotros y con las cuales la obra de mi vida se ha relacionado estrechamente. Mi esposo y yo trabajamos con la pluma y la voz para edificar estas instituciones. Aun una breve descripción de lo que nos aconteció durante esos activos y ocupados años sobrepasaría los límites de esta obra. Todavía no han cesado los esfuerzos de Satanás por estorbar la obra y destruir a los obreros; pero Dios ha cuidado de sus siervos y también de su obra.
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La muerte de mi esposo
A pesar de los trabajos, preocupaciones y responsabilidades que habían abundado en la vida de mi esposo, cuando cumplió 60 años de edad todavía se encontraba activo y vigoroso de mente y cuerpo. Tres veces había sufrido ataques de parálisis, y sin embargo, por la bendición de Dios, debido a una constitución física fuerte y a la estricta observación de las leyes de la salud, había conseguido recuperarse. Nuevamente viajaba, predicaba y escribía con su celo y energía habituales. Habíamos trabajado lado a lado en la causa de Cristo durante 36 años, y esperábamos continuar juntos para ver el final triunfante. Pero no era ésa la voluntad de Dios. El protector elegido de mi juventud, el compañero de mi vida, el que había participado de mis trabajos y aflicciones, ha sido tomado de mi lado y he quedado sola para terminar mi obra y pelear la batalla.
Pasamos juntos la primavera y la primera parte del verano de 1881 en nuestro hogar de Battle Creek. Mi esposo esperaba arreglar sus asuntos, para que pudiéramos trasladarnos a la costa del Pacífico y dedicarnos a escribir. Creía que habíamos cometido un error al permitir que las necesidades de la causa y los ruegos de nuestros hermanos nos hicieran ocuparnos en el trabajo activo de predicación, cuando debiéramos haber estado escribiendo. Mi esposo deseaba presentar más plenamente los gloriosos temas de la redención, y yo había contemplado desde largo tiempo la preparación de libros importantes. Ambos pensábamos que mientras nuestras facultades mentales se encontraran intactas, debíamos completar estas obras, y que era un deber hacia nosotros mismos y hacia la causa de Dios alejarnos del calor de la batalla y dar a nuestro pueblo la preciosa luz de la verdad con que Dios había iluminado nuestras mentes.
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Algunas semanas antes de la muerte de mi esposo, le hablé con urgencia acerca de la necesidad de buscar un campo de trabajo donde estuviéramos libres de las cargas que necesariamente nos llegaban mientras nos encontrábamos en Battle Creek. Como respuesta él se refirió a diversas cuestiones que requerían nuestra atención antes que pudiéramos salir. Se trataba de tareas que alguien debía realizar. Luego, con mucho sentimiento, preguntó: “¿Dónde están las personas que pueden hacer esta obra? ¿Dónde están los que manifestarán interés sin egoísmo en nuestras instituciones, y que se pondrán del lado de lo recto, sin dejarse afectar por ninguna influencia con la que entren en contacto?”
Con lágrimas manifestó su ansiedad por nuestras instituciones en Battle Creek. Dijo: “He dedicado mi vida a la edificación de estas instituciones. Abandonarlas sería como recibir la muerte. Son como mis hijos, y no puedo separar mi interés en ellas. Son los instrumentos de Dios para llevar a cabo un trabajo específico. Satanás procura estorbar e invalidar todos los recursos mediante los cuales el Señor trabaja para la salvación de los hombres. Si el gran adversario logra moldear estas instituciones de acuerdo con las normas del mundo, habrá cumplido su propósito. Mi mayor preocupación consiste en tener a la persona debida en el lugar adecuado. Si los que ocupan posiciones de responsabilidad manifiestan un poder moral débil, y si son vacilantes en sus principios y se inclinan hacia el mundo, hay muchos que se dejarán conducir. Las influencias malignas no deben prevalecer. Prefiero morir antes que ver estas instituciones mal dirigidas o alejadas del propósito para el cual fueron creadas.
“En mi relación con esta causa, he pasado la mayor parte del tiempo conectado con la obra de publicaciones. He caído tres veces afectado por la parálisis, a causa de mi devoción por esta rama de la obra. Ahora que Dios me ha concedido renovada energía física y mental, siento que debo servir a su causa como nunca antes he podido hacerlo. Debo ver prosperar la obra de publicaciones. Está entretejida con mi existencia misma. Si olvido sus intereses, que mi mano derecha pierda su destreza”.
Teníamos el compromiso de asistir a unas reuniones que se celebrarían bajo carpa en la localidad de Charlotte el sábado 23 y el domingo 24 de julio. Como yo me encontraba débil de salud, decidimos utiilizar un medio de transporte privado para nuestro viaje. Aunque mi esposo estaba contento en el camino, manifestaba un sentimiento de solemnidad. Alabó repetidamente al Señor por las misericordias y bendiciones recibidas, y expresó abundantemente sus propios sentimientos concernientes al pasado y al futuro: “El Señor es bueno, y debe ser grandemente alabado. Es una ayuda oportuna en tiempo de necesidad. El futuro se muestra sombrío e incierto, pero el Señor no desea que nos preocupemos por esas cosas. Cuando surjan las dificultades, él nos dará su gracia para soportarlas. Lo que el Señor ha sido para nosotros y lo que ha hecho por nosotros debiera hacernos sentir mucho agradecimiento para nunca murmurar ni quejarnos. Nuestros trabajos, cargas y sacrificios, nunca serán plenamente apreciados por todos. He llegado a comprender que he perdido mi paz mental y la bendición de Dios al permitir que estas cosas me perturben.