Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 81-89, día 080

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Ponga fin a toda contienda, y trate de ser pacificador. Ame, no de palabra, sino en hechos y en verdad. Sus obras deberían estar en condiciones de soportar la inspección del juicio. ¿No obrará lealmente con su propia alma? No se engañe a sí mismo. ¡Oh, recuerde que Dios no puede ser burlado! Los que posean la vida eterna harán todo lo posible para poner sus respectivas casas en orden. Deben comenzar en sus propios corazones, y proseguir la obra hasta lograr victorias, verdaderas victorias. El yo debe morir, y Cristo debe vivir en usted, y ser en usted una fuente de agua que salte para vida eterna. Dispone ahora de preciosas horas de prueba que se le conceden para que forme un carácter recto aun a su avanzada edad. Se le ha concedido cierto período para que redima el tiempo. No puede, con sus propias fuerzas, poner a un lado sus errores y equivocaciones; han estado desarrollándose en usted por años, porque no los ha visto en toda su repugnancia, y no se ha decidido a ponerlos resueltamente a un lado con la fortaleza de Dios. Con fe viviente debe aferrarse de un brazo que es poderoso para salvar. Humille delante de Dios su corazón pobre, orgulloso y justo según su propia opinión. Humíllese mucho, muchísimo; quebrántese al reconocer su pecaminosidad, y acuda a los pies de Jesús. Dedíquese a la tarea de prepararse. No descanse hasta poder decir en verdad: “Mi Redentor vive, y puesto que él vive, yo también viviré”.

Si pierde el Cielo, lo pierde todo. Si obtiene el Cielo, lo logra todo. No se equivoque en esto, se lo ruego. Hay implícitos intereses eternos. Hágalo todo cabalmente. Quiera el Dios de toda gracia iluminar de tal manera su entendimiento, que usted pueda distinguir las cosas eternas, para que por medio de la luz de la verdad sus propios errores, que son muchos, puedan ser descubiertos por usted tales como son, de manera que pueda llevar a cabo los esfuerzos necesarios para eliminarlos, y para que en lugar de ese fruto maligno y amargo pueda producir fruto precioso para vida eterna. ¿Qué clase de fruto se encontrará de aquí en adelante es este árbol? El fruto que usted produzca determinará si es un buen árbol, o si en cambio el Señor tendrá que decir a su ángel: “Córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra?” Lucas 13:7.

Una conciencia violada

Estimado Hno. N,

Me siento obligada por un sentimiento del deber a dirigirle unas pocas líneas. Me han sido mostradas respecto a su caso algunas cosas que no me atrevo a callar. Se me señaló que Satanás se aprovechó de usted porque su esposa no abrazó la verdad. Usted trabó amistad con una mujer corrupta cuyos pasos llevan al infierno. Ella manifestó gran simpatía hacia usted por la oposición de su esposa. Como la serpiente en Edén, hizo fascinantes sus modales. Le convenció de que a usted lo trataban mal; de que su esposa no apreciaba sus sentimientos ni retribuía sus afectos y de que al casarse con ella había cometido un error. Usted llegó hasta a considerar que los votos matrimoniales de fidelidad vitalicia que lo unían a su esposa, eran amargas cadenas. Usted buscó simpatía en ese falso ángel que pronuncia lindas palabras. Le confió a ella lo que únicamente debiera haber confiado a su esposa a quien se comprometió a amar, honrar y estimar mientras ambos viviesen. Se olvidó de velar y orar siempre, no fuera que entrase en tentación. Su alma quedó mancillada por un delito. Usted manchó el registro que de su vida se lleva en el cielo con una terrible tacha. Sin embargo, una profunda humillación y el arrepentimiento delante de Dios serán aceptables. La sangre de Cristo puede lavar esos pecados.

Usted ha caído en forma terrible. Satanás lo atrajo a su red, y lo dejó para que se desenredase lo mejor que pudiese. Se ha visto acosado, perplejo y terriblemente tentado. Lo atormenta una conciencia culpable. Desconfía de sí mismo, y se imagina que todos los demás desconfían de usted. Es celoso de sí mismo, y se imagina que otros sienten celos de usted. No tiene confianza en sí mismo, y se imagina que sus hermanos no la tienen tampoco. Satanás le presenta a menudo el pasado, y le dice que de nada vale procurar vivir la verdad, que el camino es demasiado estrecho para usted que ha sido vencido; y ahora Satanás se aprovecha de su conducta pecaminosa para hacerle creer que no hay redención posible.

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Se encuentra en el campo de batalla de Satanás, empeñado en un severo conflicto. Usted ha derribado la valla que rodea todo círculo familiar, para hacerlo sagrado. Y ahora Satanás lo acosa casi constantemente. Usted no tiene reposo ni paz; y procura hacer responsables a sus hermanos de los conflictos ocasionados por sus sentimientos, dudas y celos; considera que ellos yerran y que no le prestan atención. La dificultad estriba en usted mismo. Usted quiere seguir su propio camino, y no desgarrar su corazón delante de Dios. Se niega, quebrantado y contrito, pecaminoso y contaminado, a confiar en su misericordia. Sus esfuerzos por salvarse, si persiste en ellos, le acarrearán la ruina.

Deben cesar sus celos y censuras. Dirija su atención a su propio caso, y arrepiéntase con humildad, confiando solamente en la sangre de Cristo para salvar su propia alma. Haga una obra cabal para la eternidad. Si huye de la verdad, se arruinará; y su familia también. Una vez que han sido derribadas las fortificaciones destinadas a conservar el carácter sagrado y privado de la relación familiar, es difícil volverlas a edificar; pero con la fortaleza de Dios, y sólo con ella, usted podrá hacerlo. La verdad sagrada es el ancla que le impedirá ser arrastrado hacia abajo por la corriente del crimen y la destrucción.

Una vez violada, la conciencia se debilita mucho. Necesita fuerza y vigilancia constante y oración incesante. Usted está en un resbaladero. Necesita toda la fuerza que la verdad pueda darle para fortalecerlo y salvarlo del naufragio completo. Delante de usted están la vida y la muerte; ¿cuál elegirá? Si usted hubiese visto la necesidad de mantenerse firmemente aferrado a los principios, y no obrar por impulsos, de no desanimarse fácilmente, sino prepararse para soportar penurias, no habría sido vencido como lo fue. Usted ha obrado por impulso. No estuvo, como nuestro Modelo sin defecto, dispuesto a soportar la contradicción de los pecadores contra usted. Se nos exhorta a recordar a Aquel que soportó esto, no sea que nos cansemos y desmayemos en nuestro ánimo. Usted ha sido tan débil como un niño, sin poder de resistencia. No sintió la necesidad de estar establecido, fortalecido, asentado y edificado en la fe.

Usted consideró que tal vez era su deber enseñar la verdad a otros en vez de que se la enseñasen a usted. Pero debe estar dispuesto a aprender, a recibir la verdad de los demás, y debe cesar de censurar, tener celos, quejarse; y con mansedumbre, permitir que la Palabra se injerte en su alma porque puede salvarla. Le incumbe decidir si quiere tener felicidad o miseria. Usted cedió una vez a la tentación, y no puede ahora confiar en su propia fuerza. Satanás tiene gran poder sobre su mente, y usted no tendrá nada a que aferrarse cuando se aparte de la influencia refrenadora de la verdad. Esta ha sido una salvaguardia para usted, al impedir que se vea arrastrado al crimen y la iniquidad. Su única esperanza consiste en procurar una conversión cabal, y redimir el pasado por su vida bien ordenada y su conducta piadosa.

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Usted obró por impulso. La excitación agradó a su temperamento. Su única esperanza consiste ahora en arrepentirse sinceramente de sus pasadas transgresiones de la ley de Dios, y purificar su alma obedeciendo a la verdad. Cultive la pureza de los pensamientos y la vida. La gracia de Dios será su fuerza para refrenar sus pasiones y dominar sus apetitos. La oración fervorosa y la vigilancia le brindarán la ayuda del Espíritu Santo, para perfeccionar la obra y asemejarlo a su Modelo infalible.

Si usted decide desechar la influencia sagrada y refrenadora de la verdad, Satanás le conducirá cautivo a su voluntad. Usted estará en peligro de caer víctima de sus apetitos y pasiones y de dar rienda suelta a las concupiscencias, al mal y a los deseos abominables. En vez de reflejar en su rostro una calma serena bajo la prueba y la aflicción, como el fiel Enoc, e irradiar la esperanza y la paz que sobrepujan el entendimiento, estampará en su rostro la huella de los pensamientos carnales y los deseos concupiscentes. Llevará la impresión de lo satánico en vez de lo divino.

“Por las cuales nos son dadas preciosas y grandísimas pro- mesas, para que por ellas fueseis hechos participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que está en el mundo por la concupiscencia”. 2 Pedro 1:4. Tiene usted ahora la oportunidad de volver al Señor y presentarle sus palabras de humilde confesión y sincero arrepentimiento. La sangre preciosa de Jesucristo puede limpiarle de toda impureza, eliminar toda su contaminación, y hacerle perfecto en él. Las misericordias de Cristo están todavía a su alcance si usted quiere aceptarlas. Por amor a su esposa perjudicada y a sus hijos, fruto de su propio cuerpo, deje de hacer el mal y aprenda a obrar bien. Lo que usted siembre, eso también segará. Si siembra para la carne, de la carne cosechará corrúpción. Si siembra para el Espíritu, del Espíritu cosechará vida etérna.

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Usted debe vencer su sensibilidad y espíritu de censura. Siente celos porque los demás no le dedican toda la atención que usted considera que debiera recibir. Usted no debe adherirse a la experiencia fundada en sentimientos que sepan a fanatismo. No hay seguridad en ellos. Obre por principios, por un cabal entendimiento. Escudriñe las Escrituras, y capacítese para instruir con mansedumbre y temor a todo aquel que le pida razones de la esperanza que usted abriga. Deje morir el ensalzamiento propio. “Pecadores, limpiad las manos; y vosotros de doblado ánimo, purificad los corazones. Afligios, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza”. Santiago 4:8-9. Cuando se sienta acosado por tentaciones y malos pensamientos, recuerde que hay Uno solo a quien puede usted acudir en busca de alivio y socorro. En su debilidad, recurra a él. Cuando esté cerca de él, las saetas de Satanás se romperán y no podrán dañarlo. Sus pruebas y tentaciones, si las soporta en Dios, le purificarán y humillarán, pero no le destruirán ni le pondrán en peligro.

Advertencias y reprensiones

Querido Hno. O,

Se me mostró que usted estaba rodeado de tinieblas que los rayos de la luz de Jesús no alcanzaban a penetrar. Parecía que no era consciente del peligro en que se encontraba, sino que estaba en una condición de negligente indiferencia, sin sentimientos y despreocupado. Pregunté por la causa de esta situación tan temible, y se me llevó a varios años atrás para mostrarme que usted no había sido santificado por la verdad desde el momento cuando la abrazó. Usted ha dado rienda suelta a sus apetitos y a sus pasiones carnales, en detrimento de su espiritualidad. Se me mostró que Dios había dado luz mediante los dones otorgados a la iglesia para instruir, aconsejar, guiar, reprender y advertir. Estos testimonios que usted profesó creer que procedían de Dios, no los tomó en consideración para vivirlos. No prestar atención a la luz equivale a rechazarla. El rechazo de la luz deja a los hombres cautivos con cadenas de tinieblas e incredulidad.

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Se me mostró que usted había aumentado el número de miembros de su familia sin comprender la responsabilidad que estaba asumiendo. Le ha resultado imposible hacer justicia a su compañera y a sus hijos. Su primera esposa no debería haber fallecido, pero usted depositó sobre ella cuidados y cargas que terminaron con el sacrificio de su vida. Su actual esposa tiene una tarea muy pesada; su vitalidad está casi agotada. Al aumentar su familia tan rápidamente, usted ha permanecido en la pobreza, y la madre, ocupada en criar a los miembros menores de la familia, no ha tenido una oportunidad justa en la vida. Ha criado a sus hijos en las circunstancias más desfavorables, en medio del calor de la cocina. No ha podido darles la instrucción que hubiera querido, ni vigilar sus hábitos relativos a la alimentación y el trabajo. Como resultado de ingerir alimentos que no eran saludables, y de violar de diversas maneras las leyes que Dios ha establecido para gobernar nuestro ser, sus hijos mayores han enfermado y fallecido prematuramente. Sus descendientes han recibido enfermedad como herencia, y el consumo inmoderado de carne ha agravado el problema. La ingestión de carne de cerdo ha producido en el organismo de ellos una cantidad de humor sumamente mortal. A sus hijos se les ha arrebatado la vitalidad antes de nacer. Usted no ha añadido a la virtud conocimiento, y sus hijos no han sido enseñados a conservarse en las mejores condiciones de salud. Jamás debería servirse en su mesa un sólo pedazo de carne de cerdo.

Sus hijos solamente han crecido, en vez de haber sido criados y educados para que llegaran a ser cristianos. En muchos sentidos su ganado ha recibido mejor trato que sus hijos. Usted no ha cumplido su deber con ellos; en cambio, los ha dejado crecer en la ignorancia. No se dio cuenta de la responsabilidad que asumía al traer al mundo un rebaño tan numeroso; ni tampoco de que en buena medida debía responder por su salvación. Usted no puede desechar esa responsabilidad. Ha privado a sus hijos de sus derechos al no interesarse en su educación, y al no instruirlos paciente y fielmente para que pudieran formar caracteres dignos del cielo. Su conducta ha hecho mucho en el sentido de destruir la confianza de ellos en usted. Es exigente, arrogante y tirano; se enoja, castiga y censura, y al hacerlo, agosta el afecto que podrían sentir por usted. Los trata como si no tuvieran derechos, como si fueran máquinas que usted puede manejar a su antojo. Los provoca a ira y a menudo los desanima. No les proporciona ni amor ni afecto. El amor engendra amor, y el afecto engendra afecto. El espíritu que usted manifiesta hacia sus hijos, se reflejará en usted.

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Usted se encuentra en situación crítica, y no se da cuenta de ello. Es imposible que un hombre intemperante sea paciente. Primero viene la temperancia; después la paciencia. Por tanto tiempo ha vivido para el yo y ha seguido las fantasías de su propio corazón, que no puede distinguir las cosas espirituales. Su apetito y sus pasiones concupiscentes lo han dominado. Los órganos superiores de la mente se han debilitado, y han caído bajo el dominio de los inferiores. Las inclinaciones animales se han ido fortaleciendo. Cuando se permite que el apetito domine a la razón, se malogra la facultad de percibir las cosas sagradas. La mente desciende de nivel, los afectos no son santificados, y las palabras y los hechos ponen de manifiesto lo que hay en el corazón. Dios se ha sentido disgustado y ha sido deshonrado por su conversación y su conducta. Sus palabras no han sido selectas ni bien escogidas; la conversación trivial, vulgar, brota naturalmente de sus labios, aun en presencia de niños y jóvenes. Su influencia en este sentido ha sido mala.

Su ejemplo no ha sido bueno tampoco, y usted se ha interpuesto directamente en el camino de sus propios hijos, y en el de los hijos de los guardadores del sábado que buscan al Señor. Su conducta en este sentido, no puede ser demasiado censurada. “De la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”. Mateo 12:34-37. Su corazón necesita ser purificado, limpiado, santificado, mediante la obediencia a la verdad. Sólo una total conversión lo podrá salvar: una verdadera comprensión de su conducta pecaminosa, y una cabal transformación producida por la renovación de su entendimiento.

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Usted ha sido muy celoso para invocar la necesidad de no negar nuestra fe por nuestras obras, y ha hecho de su fe una excusa para no conceder a sus hijos la oportunidad de obtener una educación incluso en los ramos más elementales. Lo que usted necesita es un conocimiento de sí mismo, y todavía tiene que ver la necesidad de lograrlo. Lo que sus hijos necesitan es conocimiento, pero no tienen el privilegio de obtenerlo. Como consecuencia de esta gran carencia no llegarán a ser miembros útiles de la sociedad, y su educación religiosa será deficiente. Una pesada responsabilidad se halla junto a su puerta. Está acortando la vida de su esposa. ¿Cómo puede ella glorificar a Dios en su cuerpo y su espíritu que son de él?

Dios le ha dado luz y conocimiento, que según lo que usted ha profesado creer vino directamente de él, con la instrucción de que dominara su apetito. Usted sabe que el consumo de carne de cerdo es contrario a un mandamiento expreso de parte de Dios, dado no porque quisiera manifestar en forma especial su autoridad, sino porque es perjudicial para los que lo hacen. Su consumo causa la impureza de la sangre, de modo que la escrofulosis y otros fluidos contaminarán el organismo y todo el cuerpo sufrirá. Especialmente se debilitarán los delicados y sensibles nervios del cerebro, y se anublarán de tal manera que no distinguirán las cosas sagradas, sino que las ubicarán en el mismo nivel de las cosas comunes. La luz que nos muestra que la enfermedad es la consecuencia de comer esos alimentos de mala calidad ha llegado tan pronto como el pueblo de Dios la ha podido aceptar. ¿Ha prestado atención usted a la luz?

Usted ha marchado en dirección contraria a la luz que el Señor ha tenido a bien darnos con respecto al uso del tabaco. La complacencia del apetito ha eclipsado la luz dada por el cielo, y usted ha hecho un dios de este hábito dañino. Es su ídolo. Se ha inclinado ante él en lugar de hacerlo ante Dios, mientras profesaba tener gran fe en las visiones, pero haciendo todo lo contrario de lo que ellas indicaban. Por años no ha avanzado un solo paso en la vida divina; por el contrario, se ha ido debilitando y entenebreciendo cada vez más. Usted se ha sentido profundamente afligido por causa de la conducta del Hno. P, que se ha opuesto a la verdad como lo ha hecho. Ha reconocido la forma débil y sin ánimo con que la iglesia hizo frente a esa oposición. Es verdad que él ha sido un gran obstáculo para el progreso de la obra en _____. Pero la conducta que usted ha seguido, mientras profesaba conocer la verdad y tener experiencia en la causa de Dios, ha sido un obstáculo mayor que aquél. Si hubiera perseverado en el consejo de Dios, y hubiera sido santificado por la verdad que profesaba creer, el Hno. P no habría abrigado todas las dudas que tenía. Su actitud de defensor de las visiones ha sido un tropezadero para los que no creían. Se me mostró que su hermano trató de perseverar bajo la pesada carga que significó para él la triste condición de la iglesia, hasta que casi sucumbió bajo el peso que estaba llevando, y se fue para salvar su vida. Vi que el cuidado de Dios reposa sobre el Hno. R y su esposa, y que si su fe permanece inconmovible verán la salvación de Dios en su casa y en su iglesia.

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Se me mostró el caso del querido Hno. S y de su esposa. Han estado pasando por aguas tenebrosas, y las olas casi les han cubierto la cabeza; pero Dios los ha amado, y si sólo le confían sus caminos, él los sacará purificados del horno de aflicción. El Hno. S ha dirigido su mirada hacia el lado tenebroso, y ha dudado si era un hijo de Dios o no; ha dudado de su salvación. Vi que no debería trabajar tanto para creer, sino confiar en Dios como un niño confía en sus padres. Se preocupa demasiado, tanto, que la preocupación lo aparta de los brazos de Jesús, y le da al enemigo la oportunidad de tentarlo y molestarlo. Dios conoce la debilidad del cuerpo y de la mente, y no requerirá más de él que la fuerza que le ha dado para resistir. Ha tratado de ser fiel y leal a su profesión de fe. Ha fallado en su vida en una cantidad de cosas, pero todo por ignorancia. Con respecto a la disciplina aplicada a sus hijos, ha considerado su deber ser estricto, y ha llevado demasiado lejos su disciplina. Ha tratado pequeñas ofensas con tremenda severidad. Esta actitud ha contribuido a debilitar, en cierta medida los afectos del hijo hacia el padre. Durante su enfermedad el Hno. S ha tenido una imaginación enfermiza. Su sistema nervioso se desequilibró, y llegó a pensar que sus hijos no se preocupaban por él ni lo querían como debían; pero todo esto era consecuencia de su enfermedad. Satanás quería destruirlo, y al mismo tiempo descorazonar y desanimar a sus pobres hijos. Pero Dios no ha cargado estas cosas a su cuenta. Sus hijos están llevando cargas más pesadas que muchos que son mayores que ellos, y merecen cuidadosa disciplina, y una educación juiciosa, mezclada con simpatía, amor y gran ternura.

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Tatiana Patrasco