Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 295-304, día 104

Los jóvenes que se están desarrollando entre nosotros no reciben el cuidado que deberían recibir. Algunos de los hermanos deberían asumir ciertos deberes que no están dispuestos a considerar ni a llevar a cabo. El temor a la incomodidad es suficiente excusa para muchos. El día de Dios pondrá de manifiesto muchos deberes no cumplidos: almas perdidas porque los egoístas no estuvieron dispuestos a interesarse en ellos y a trabajar en su favor. 

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Se me mostró que si los profesos cristianos cultivaran más afecto y consideración en la atención de los demás, su recompensa se cuadruplicaría. Dios toma nota. El sabe para qué vivimos, y si nuestras vidas están dedicadas a hacer lo mejor en favor de los pobres y caídos seres humanos, o si nuestros ojos están eclipsados a todo lo que no sea nuestro propio interés, y a todo ser humano con excepción de nuestro pobre yo. Les ruego en nombre de Cristo, en nombre de las propias almas de ustedes, y en nombre de la juventud, no considerar tan livianamente este asunto como muchos lo hacen. Es un tema importante y serio, que afecta tanto los intereses del reino de Cristo como la salvación de almas preciosas. ¿Por qué no habría de ser un deber que Dios les impone a los que pueden, que gasten algo en beneficio de los destituidos, aunque sean ignorantes e indisciplinados? ¿Se van a dedicar ustedes a trabajar solamente donde reciban el provecho más egoísta y placentero? No condice con ustedes que descuiden el favor divino que el Cielo les ofrece si atienden a los necesitados, y dejen a Dios llamando en vano a la puerta. Está allí en la persona de los pobres, los huérfanos desamparados y las viudas afligidas, que necesitan amor, simpatía, afecto y ánimo. Si no atienden a uno de éstos, tampoco atenderían a Cristo si estuviera sobre la tierra. 

Recuerden su anterior desventura, su ceguera espiritual, y las tinieblas que los envolvían antes que Cristo, el tierno y amante Salvador, acudiera a ayudarlos y los encontró allí donde estaban. Si dejan pasar la oportunidad de dar pruebas tangibles de su gratitud por el amor maravilloso y asombroso que el Salvador compasivo manifestó por ustedes, que eran extranjeros en la comunidad de Israel, hay razones para temer que les puedan sobrevenir tinieblas y miserias mayores aún. Ahora es el tiempo de la siembra para ustedes. Cosecharán lo que siembren. Aprovechen mientras puedan de todo privilegio que se les conceda de hacer el bien. Esos privilegios aprovechados serán como chubascos que los regarán y los reavivarán. Aprovechen toda oportunidad que esté a su alcance, de hacer el bien. Las manos ociosas cosecharán muy poco. ¿Para qué viven los de más edad sino para cuidar a los jóvenes y ayudar a los desamparados? Dios nos los ha encomendado a nosotros, que tenemos más edad y experiencia, y nos va a llamar a cuenta si no asumimos estas responsabilidades. ¡Qué si no se aprecian nuestras labores! ¡Qué si fracasamos muchas veces y sólo tenemos éxito en una! Este único éxito contrarrestará todos los desánimos que hayamos experimentado antes. 

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Pocos tienen una noción exacta de lo que abarca la palabra cristiano. Es ser semejante a Cristo, es hacer el bien en favor de los demás, es estar desprovisto de egoísmo y que nuestras vidas estén marcadas por actos de desinteresada generosidad. El Redentor deposita las almas en los brazos de los miembros de la iglesia, para que las cuiden abnegadamente y las preparen para el Cielo, y para que de ese modo se conviertan en colaboradores suyos. Pero la iglesia demasiado a menudo los arroja al campo de batalla del diablo. Algún miembro de iglesia dice: “No es mi deber”, y se excusa con alguna trivialidad. “Bueno -dice otro-, tampoco es mi deber”, y por último no es deber de nadie y el alma queda abandonada para perecer. Es deber de todo cristiano dedicarse a esta empresa de abnegación y sacrificio. ¿No es capaz Dios de acrecentar sus graneros y aumentar sus rebaños, de manera que en lugar de pérdida haya ganancia? “Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza”. Proverbios 11:24. 

La obra de todo hombre será probada y sometida a juicio, y cada cual será recompensado de acuerdo con sus obras. “Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; y serán llenos tus graneros con abundancia”. Proverbios 3:9-10. “¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano?” Isaías 58:6-7. Lean el versículo siguiente, y noten la rica recompensa prometida a los que hacen esto: “Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto”. vers. 8. Aquí hay una promesa preciosa y abundante para todos los que se interesen en los casos de los necesitados. ¿Cómo puede Dios descender para bendecir y prosperar a los que no se preocupan de nadie fuera de sí mismos, y que no usan lo que Dios les ha confiado para glorificar su nombre en la tierra? 

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La Hna. Ana More falleció; murió como mártir por causa del egoísmo de un pueblo que profesa procurar gloria, honra, inmortalidad y vida eterna. Separada de los creyentes durante el pasado invierno, que fue muy frío, esta abnegada misionera murió porque no hubo corazones suficientemente generosos como para recibirla. No acuso a nadie. No soy juez. Pero cuando el Juez de toda la tierra haga la investigación pertinente, alguien va a aparecer como culpable. Todos nos hemos empequeñecido y consumido en nuestro propio egoísmo. Quiera Dios rasgar este maldito manto con que nos cubrimos, para darnos entrañas de misericordia, corazones de carne, ternura y compasión; ésta es mi oración, que brota de un alma oprimida y angustiada. Estoy segura de que se debe hacer una obra en favor de nosotros; de lo contrario, seremos hallados faltos en el día de Dios. 

Con respecto a E, les ruego que no se olviden que es sólo un niño, y que tiene la experiencia de un niño. No midan a ese pobre y débil niño comparándolo con ustedes mismos para esperar un rendimiento proporcional al de ustedes. Creo plenamente que están en condiciones de hacer lo correcto en favor de este huérfano. Preséntenle incentivos para que no crea que su tarea es triste, desprovista de todo vestigio de ánimo. Ustedes, mi hermano y mi hermana, pueden disfrutar de sus mutuas confidencias, pueden simpatizar el uno con el otro, pueden interesarse y entretenerse, y compartir sus pruebas y preocupaciones. Ustedes tienen algo de qué estar contentos, mientras él está solo. Es un muchacho que piensa, pero no tiene en quién confiar, ni nadie que le dé una palabra de ánimo en medio del desaliento y de las duras pruebas que yo sé que tiene como cualquier persona mayor. 

Si ustedes se encierran en sí mismos, su amor es egoísta, y no puede contar con la bendición del Cielo. Tengo la firme esperanza de que ustedes van a amar a ese huérfano por causa de Cristo; que se van a dar cuenta de que sus posesiones carecerán de valor a menos que las empleen para hacer el bien. Hagan el bien; sean ricos en buenas obras, listos para distribuir, dispuestos a comunicar, acumulando para ustedes un buen fundamento para el porvenir, de modo que puedan echar mano de la vida eterna. Nadie obtendrá la recompensa de la vida eterna sino sólo los abnegados. Un padre y una madre moribundos dejaron sus joyas al cuidado de la iglesia, para que los instruyeran en las cosas de Dios, y los prepararan para el Cielo. Cuando esos padres busquen a sus seres queridos, y verifiquen que uno falta por causa de nuestra negligencia, ¿qué podrá contestar la iglesia? En gran medida es responsable de la salvación de estos huérfanos. 

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Con toda seguridad ustedes no han logrado conseguir la confianza y el afecto del niño porque no le dieron pruebas más tangibles de su amor, y porque le escatimaron algunos incentivos. Si no podían gastar dinero, por lo menos de alguna manera podrían haberle dado a conocer que no eran indiferentes a su caso. Creer que el amor y el afecto es unilateral, es un error. ¿En qué medida se han educado ustedes para manifestar afecto? Están demasiado encerrados en sí mismos, y no sienten la necesidad de rodearse de una atmósfera de ternura y bondad, que procede de la verdadera nobleza del alma. Los Hnos. F dejaron sus hijos al cuidado de la iglesia. Tenían suficientes parientes ricos que querían a los chicos, pero que eran incrédulos, y si hubieran sido dejados a su cuidado, o si se hubieran convertido en sus tutores, habrían apartado sus corazones de la verdad para llevarlos al error, y habrían puesto en peligro su salvación. Como no se les permitió tener a los chicos, se enojaron y no han hecho nada por ellos. La confianza de estos padres en la iglesia debería ser tomada en consideración, y no tendría que ser olvidada como consecuencia del egoísmo. 

Tenemos un profundo interés en estos chicos. Una de ellas ya ha desarrollado un hermoso carácter cristiano, y se casó con un ministro del Evangelio. Y ahora, como retribución por todos los cuidados y atenciones que se le brindaron, es una verdadera portadora de cargas en la iglesia. Se la busca para que dé opiniones y consejos por parte de los que tienen menos experiencia, y los que lo hacen no son defraudados. Posee verdadera humildad cristiana, que sólo puede inspirar respeto y confianza en todos los que la conocen. Estos chicos están tan cerca de mi corazón como mis propios hijos. No los voy a perder de vista ni voy a dejar de preocuparme por ellos. Los amo sinceramente, tierna y afectuosamente. 

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Un llamado a los ministros

2 de octubre de 1868. En esa fecha se me mostró la obra grande y solemne que tenemos delante de nosotros al advertir al mundo del juicio venidero. Nuestro ejemplo, si está de acuerdo con la verdad que profesamos, salvará a unos pocos, y condenará a muchos al dejarlos sin excusa en el día cuando se decidan los casos de todos. Los justos estarán preparados para la vida eterna, y los pecadores, que no quisieron conocer ni la voluntad ni los caminos de Dios, estarán destinados a la destrucción. 

No todos los que predican la verdad a los demás están santificados por ella. Algunos tienen conceptos muy vagos acerca del carácter sagrado de la obra. Dejan de confiar en Dios y de hacer toda su obra en él. Lo más íntimo de sus almas no ha sido convertido. No han experimentado en su vida diaria el misterio de la piedad. Se están refiriendo a verdades inmortales, con tanto peso como la eternidad, pero no son ni cuidadosos ni fervientes para permitir que esas verdades hagan incursiones en sus almas, de manera que lleguen a formar parte de ellos mismos, y ejerzan influencia sobre todo lo que hacen. No se han casado, por así decirlo, con los principios que implican estas verdades, de manera que sea imposible separar cualquier parte de la verdad de ellos mismos. 

Sólo es aceptable delante de Dios la santificación del corazón y la vida. El ángel, señalando a los ministros que no andan bien, dijo lo siguiente: “Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones”. Santiago 4:8. “Purificaos los que lleváis los utensilios (vasos) de Jehová”. Isaías 52:11. Dios pide integridad de alma; pide que la verdad penetre en lo más íntimo, para transformar el ser entero mediante la renovación del entendimiento gracias a la influencia del Espíritu divino. No todos los ministros están dedicados a la obra; no todos ponen el corazón en ella. Avanzan con tanta lentitud como si dispusieran de un milenio para trabajar por las almas. Evitan cargas y responsabilidades, cuidados y privaciones. La abnegación, los sufrimientos y el cansancio no son ni agradables ni convenientes. Algunos estudian la manera de salvarse del trabajo agotador. Estudian de qué manera pueden satisfacer sus propias conveniencias, las de sus esposas y sus hijos; y casi pierden de vista la obra a la cual se dedicaron. 

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Dios pide que los pastores que no han hecho la obra en él humillen sus almas y hagan confesiones sinceras. Se me mencionaron los casos de hombres que se dedican a empresas mundanas. Saben que para lograr sus propósitos se van a cansar. Sacrifican las comodidades y el amor del hogar, y soportan privaciones; son perseverantes, enérgicos y ardientes. No todos nuestros ministros manifiestan siquiera la mitad del celo que ponen en evidencia a los que están tratando de obtener una ganancia terrenal. No son tan constantes en sus propósitos ni tan fervientes en sus esfuerzos; no son tan perseverantes, ni están tan dispuestos a negarse a sí mismos como los que se dedican a propósitos mundanales. 

Comparen estas dos empresas. Una es segura, eterna, perdurable como la vida de Dios; la otra es algo de esta vida, cambiante, perecedero; y si los hombres logran el éxito en la prosecución de sus ambiciones, frecuentemente sus ganancias muerden como serpientes, y los sumergen en la perdición. ¡Oh! ¿por qué tiene que haber un contraste tan grande entre los que están dedicados a una empresa mundana y los que se consagraron a una empresa celestial? El primero trabaja para conseguir un tesoro terrenal, perecedero, y en el esfuerzo sufre mucho dolor para conseguir algo que con frecuencia es una fuente de grandes males; el otro, esforzándose por la salvación de almas preciosas, que serán aprobadas por el Cielo y recompensadas con las riquezas eternas. No hay que correr riesgos en este caso, ni hay que experimentar pérdidas; las ganancias.son seguras e inmensas. 

Los que están en lugar de Cristo rogando que las almas se reconcilien con Dios, deberían manifestar por precepto y ejemplo un interés inalterable por su salvación. Su fervor, perseverancia, abnegación y espíritu de sacrificio deberían de exceder la diligencia y la sinceridad de los que procuran las ganancias terrenales, en la medida en que las almas son más valiosas que las heces de la tierra, y el motivo más elevado que el de una empresa terrenal. La importancia de toda empresa mundana es trivial comparada con la obra de salvar almas. Las cosas de la tierra no son duraderas, aunque cuesten mucho. Pero un alma salvada resplandecerá en el reino de los cielos por las edades eternas. 

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Algunos ministros están dormidos, y los hermanos también están dormidos; pero Satanás está bien despierto. Hay poco sacrificio en favor de Dios y la verdad. Los ministros deben dar el ejemplo. En sus labores, deberían mostrar que consideran las cosas eternas de valor infinito, y las cosas terrenas como nada en comparación. Hay ministros que están predicando la verdad presente, que deben convertirse. Sus entendimientos deben vigorizarse. Sus corazones se tienen que purificar, sus afectos deben girar en torno de Dios. Deberían presentar la verdad de manera que despierte el intelecto para que puedan apreciar su excelencia, su pureza, y su carácter sagrado. Para hacerlo, deberían mantener delante de la mente temas de carácter elevado, que ejerzan una influencia purificadora, revitalizadora y exaltada sobre la inteligencia. El fuego purificador de la verdad debería arder sobre el altar de sus corazones, para darle buena influencia y carácter a sus vidas; entonces, no importa dónde vayan, en medio de las tinieblas y las sombras, iluminarán a los que están en la oscuridad con la luz que mora en ellos y que irradia a su alrededor. 

Los ministros deben estar imbuidos del mismo espíritu que se manifestó en su Maestro cuando estuvo sobre la tierra. Anduvo haciendo bienes, bendiciendo a los demás por medio de su influencia. Fue un varón de dolores, experimentado en quebrantos. Los ministros deberían tener conceptos claros acerca de las cosas eternas, y de los requerimientos de Dios para con ellos; entonces podrán impresionar a los demás, e inducirlos a gustar la contemplación de las cosas celestiales. 

Los ministros deberían convertirse en estudiosos de la Biblia. ¿Son poderosas las verdades que presentan? Entonces deberían tratar de hacerlo con habilidad. Sus ideas deberían ser claras y definidas, y su actitud fervorosa; en caso contrario debilitarán la verdad que presentan. Mediante la blanda presentación de la verdad, sólo repitiendo la teoría sin que ésta los sacuda a ellos mismos, nunca van a convertir a los seres humanos. Aunque vivieran tanto tiempo como Noé, sus esfuerzos no darían resultados. Su amor por las almas debería ser intenso, y su celo ferviente. Una presentación de la verdad tranquila y sin sentimientos, nunca despertará a los hombres y las mujeres de su sopor de muerte. Deben poner de manifiesto mediante sus modales, actos y palabras, y mediante su predicación y su oración, que creen que Cristo está a las puertas. Los hombres y las mujeres están viviendo en las últimas horas del tiempo de prueba, no obstante lo cual son descuidados e insensatos, y los ministros no tienen poder para despertarlos; porque ellos también están durmiendo. ¡Predicadores dormidos que le predican a congregaciones dormidas! 

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Se debe hacer una gran obra en favor de los ministros para que la predicación de la verdad sea un éxito. La Palabra de Dios debería ser estudiada cabalmente. Toda otra lectura es inferior a ésta. Un estudio cuidadoso de la Biblia no debería excluir toda otra lectura de naturaleza religiosa; pero si la Palabra de Dios se estudia con oración, toda lectura que tienda a apartar la mente de ella será excluida. Si estudiamos la Palabra de Dios con interés, y oramos para comprenderla, descubriremos nuevas bellezas en cada línea. Dios revelará preciosas verdades con tanta claridad, que la mente obtendrá de ella verdadero placer, y gozará de una fiesta permanente a medida que se van desarrollando sus sublimes verdades. 

Las visitas de casa en casa constituyen una parte importante de las labores del ministro. Debería tratar de conversar con todos los miembros de la familia, ya sea que profesen la verdad o no. Es deber suyo afirmar la espiritualidad de todos; y debería vivir tan cerca de Dios que pueda aconsejar, exhortar y reprender con cuidado y sabiduría. Debería tener la gracia de Dios en su propio corazón, y la gloria de Dios constantemente en vista. Toda liviandad y trivialidad está definidamente prohibida en la Palabra de Dios. Su conversación debería referirse al Cielo; sus palabras deberían estar sazonadas con gracia. Toda adulación debería ser puesta de lado; porque la obra de Satanás consiste en adular. Los hombres, pobres, débiles y caídos, generalmente tienen un concepto bastante elevado de sí mismos, y no necesitan que se les ayude en ese sentido. Adular a los ministros está fuera de lugar. Pervierte la mente, y no conduce a la mansedumbre y la humildad; pero a los hombres y las mujeres les gusta que los alaben, y con demasiada frecuencia a los ministros también. Su vanidad resulta complacida; pero esto, para muchos, ha sido una maldición. La reprensión debería ser más apreciada que la adulación. 

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No todos los que predican la verdad se dan cuenta de que su testimonio y su ejemplo están decidiendo el destino de las almas. Si son infieles en su misión, y se vuelven descuidados en su trabajo, algunas almas se perderán como resultado de ello. Si son abnegados y fieles en la obra que el Señor les ha ordenado hacer, serán instrumentos para la salvación de muchos. Algunos permiten que ciertas trivialidades los desvíen de la obra. Los malos caminos, la lluvia o algunas pequeñeces en la casa son excusas suficientes para abandonar el trabajo en favor de las almas. Y con frecuencia esto ocurre en el momento más importante de la obra. Cuando se ha suscitado un interés, y las mentes de la gente han sido sacudidas, se deja que ese interés muera porque el ministro decidió dedicarse a un campo de trabajo más fácil y placentero. Los que se conducen de esta manera revelan claramente que la preocupación de la obra no pesa sobre ellos. Les gusta que la gente los busque. No están dispuestos a soportar las privaciones y dificultades que siempre recaen sobre el verdadero pastor. 

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