Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 304-312, día 105

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Algunos no tienen experiencia en emprender la obra como si se tratara de algo de vital importancia. No la emprenden con el celo y el fervor que pondría de manifiesto que están haciendo una obra que debe soportar la prueba del juicio. Obran demasiado confiados en sus propias fuerzas. No hacen de Dios su confianza, y por lo tanto los errores y las imperfecciones aparecen en todos sus esfuerzos. No le dan a Dios la oportunidad de hacer nada en favor de ellos. No andan por fe sino por vista. No avanzan más rápidamente ni más allá de lo que pueden ver. Parece que no entendieran que arriesgar algo por causa de la verdad tendría algo que ver con experiencia religiosa. 

Algunos salen de su hogar para trabajar en el campo de la evangelización, pero no obran como si las verdades a las que se refieren fueran una realidad para ellos. Sus actos ponen de manifiesto que ellos mismos no han experimentado el poder salvador de la verdad. Fuera del escritorio, parecería que no tienen ninguna preocupación por la verdad. Trabajan a veces aparentemente para ganar algo, pero con más frecuencia para no ganar nada. Los tales se sienten con tanto derecho al salario que reciben, como si se lo hubieran ganado; pero su falta de consagración ha costado más trabajo, ansiedad y dolor de corazón a los obreros que tienen sobre sí la preocupación de la obra, que todo el bien que podrían haber hecho los esfuerzos de esos otros obreros. Los tales no son obreros provechosos. Pero tendrán que llevar esta responsabilidad ellos mismos. 

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A menudo ocurre que los pastores se sienten inclinados a visitar casi únicamente las iglesias, dedicando su tiempo y sus fuerzas a una tarea que no hará ningún bien. Frecuentemente las iglesias les llevan ventaja a los ministros que trabajan entre ellas, y prosperarían más si esos pastores se hicieran a un lado y les dieran la oportunidad de trabajar. Los esfuerzos de estos ministros para edificar las iglesias lo único que logran es derribarlas. La teoría de la verdad se presenta una y otra vez, pero no acompañada del poder vitalizador de Dios. Manifiestan una negligente indiferencia; esta actitud es contagiosa, y las iglesias pierden el interés y la preocupación por la salvación de los demás. De ese modo, mediante su predicación y su ejemplo, los pastores adormecen a la gente en una seguridad carnal. Si dejaran las iglesias, y fueran a nuevos campos, y trabajaran para levantar otras iglesias, descubrirían cuáles son sus habilidades, y cuánto cuesta atraer a las almas para que se decidan por la verdad. Entonces comprenderían cuán cuidadosos deberían haber sido para que su ejemplo y su influencia nunca desanimaran ni debilitaran a aquellos que habían requerido mucho trabajo arduo, con oración, para convertirlos a la verdad. “Cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro”. Gálatas 6:4. 

Las iglesias dan de sus medios económicos para sostener a los ministros en su obra. ¿Qué tienen ellos para animarlas a ser generosas? Algunos ministros trabajan mes tras mes, y logran tan poco que las iglesias se desaniman; no pueden ver que se haya hecho algo para convertir a las almas a la verdad, ni para que los miembros de iglesia sean más fervientes en su amor a Dios y a la verdad. Los que están manejando cosas sagradas deberían estar plenamente consagrados a la obra. Deberían manifestar por ella un interés desprovisto de egoísmo, y un ferviente amor por las almas que perecen. Si no poseen esto, se han equivocado de misión, y deberían dejar de enseñar a los demás; porque hacen más daño que el bien que podrían hacer. Algunos ministros se lucen a sí mismos, pero no alimentan al rebaño que perece por falta de alimento servido a su tiempo. 

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Algunos tienen la tendencia a apartarse cuando surge la oposición. Temen entrar en nuevos lugares por causa de las tinieblas y los conflictos que esperan encontrar. Esto es cobardía. Hay que buscar a la gente donde se encuentra. Necesitan llamamientos conmovedores, como asimismo discursos prácticos y doctrinales. El precepto respaldado por el ejemplo tendrá una poderosa influencia. 

Un fiel pastor no procurará su propia comodidad ni conveniencia, sino que trabajará teniendo en vista el interés de sus ovejas. En esta gran obra se va a olvidar del yo; en su búsqueda de la oveja perdida no se dará cuenta de si está cansado, tiene frío o hambre. Tiene sólo un propósito en vista: salvar las ovejas perdidas y errantes, sin importarle cuánto le pueda costar a él. Su salario no ejercerá influencia alguna sobre sus labores ni lo apartará de su deber. Ha recibido su cometido de parte de la Majestad del Cielo, y espera su recompensa cuando haya terminado la obra que se le confió. 

Los que se dedican a la enseñanza en las escuelas se preparan para esa obra. Se califican al asistir al colegio y al interesar la mente en el estudio. No se les permite enseñar ciencias a los niños y jóvenes, a menos que sean capaces de hacerlo. Cuando solicitan un puesto de maestro, tienen que rendir un examen frente a personas competentes. Es una obra importante trabajar con las mentes juveniles, e instruirlas correctamente en el conocimiento de las ciencias. Pero, ¡de cuánta mayor importancia es la obra del ministro! Pero muchos se incorporan a la importante tarea de interesar a hombres y mujeres para que entren en la escuela de Cristo, donde van a aprender cómo formar caracteres para el Cielo, cuando ellos mismos deberían ser alumnos. Algunos que entran en el ministerio no sienten sobre sí la responsabilidad de la obra. Han recibido ideas incorrectas acerca de las calificaciones de un ministro. Creyeron que para ser pastor sólo se necesitaba un poco de estudio de las ciencias y la Palabra de Dios. Algunos de los que están enseñando la verdad presente no conocen sus Biblias. Son tan deficientes en el conocimiento de la Palabra que les resulta difícil citar correctamente de memoria un texto de las Escrituras. Al cometer torpezas, como lo suelen hacer, están pecando contra Dios. Mutilan las Escrituras y le hacen decir a la Biblia cosas que no están escritas en ella. 

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Algunos que a lo largo de sus vidas se han dejado llevar por los sentimientos, han creído que la educación y el conocimiento cabal de las Escrituras no tenían importancia, mientras ellos tuvieran el Espíritu. Pero Dios nunca envía su Espíritu para sancionar la ignorancia. Los que no tienen conocimiento, y que se encuentran en una situación tal que les resulta imposible obtenerlo, el Señor puede tener piedad de ellos y bendecirlos, y a veces lo hace, y condesciende de tal manera que su fortaleza se perfecciona en la debilidad de ellos. Pero les impone el deber de estudiar su Palabra. La falta de conocimiento de las ciencias no es excusa para descuidar el estudio de la Biblia; porque las palabras de la inspiración son tan claras que hasta el hombre sin letras las puede entender. 

De todos los hombres que se encuentran sobre la superficie de la tierra, los que presentan las solemnes verdades para estos tiempos peligrosos deberían comprender sus Biblias y conocer las evidencias de nuestra fe. A menos que conozcan la Palabra de vida, no tienen derecho a enseñar a los demás el camino de la vida. Los ministros deberían procurar con toda diligencia añadir a su “fe, virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor”. 2 Pedro 1:5-7. Algunos de nuestros ministros se graduaron cuando apenas habían aprendido los rudimentos de la doctrina de Cristo. Los que son embajadores del Señor, deberían estar calificados para presentar inteligentemente nuestra fe, y en condiciones de dar razón de su esperanza, con mansedumbre y temor. Cristo dijo: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí”. Juan 5:39. 

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Los ministros que enseñan una verdad impopular, serán acosados por hombres instados por Satanás y que, como su amo, pueden citar las Escrituras fácilmente; y, ¿estarán los siervos de Dios en condición de inferioridad frente a los siervos de Satanás en el manejo de las palabras de la inspiración? Ellos, como Cristo, deberían estar en condiciones de confrontar la Escritura con la Escritura. ¡Oh, si los que ministran con las cosas sagradas se despertaran y, como los nobles bereanos, escudriñaran cada día las Escrituras! Hermanos en el ministerio: les ruego que estudien las Escrituras con humilde oración para que tengan un corazón capaz de comprender, a fin de que puedan enseñar el camino de la vida en forma más perfecta. El consejo de ustedes, sus oraciones y su ejemplo debería ser sabor de vida para vida; en caso contrario no están en condiciones de enseñar el camino de la vida a los demás. 

El Maestro requiere de todos sus siervos que aprovechen los talentos que les encomendó. Pero cuánto más va a requerir de los que pretenden conocer el camino de la vida y que han asumido la responsabilidad de guiar a otros por él. El apóstol Pablo exhortó a Timoteo con estas palabras: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”. 2 Timoteo 2:2. 

Los gloriosos resultados logrados por el ministerio de los discípulos escogidos por Cristo, fue la consecuencia de llevar en sus cuerpos la muerte del Señor Jesús. Algunos de los que dieron testimonio en favor de Cristo eran hombres sin letras e ignorantes; pero la gracia y la verdad reinaban en sus corazones, inspirando y purificando sus vidas, y controlando sus acciones. Eran representantes vivientes de la mente y el espíritu de Cristo. Eran epístolas vivientes, conocidas y leídas por todos los hombres. Fueron aborrecidos y perseguidos por todos los que recibieron la verdad que predicaban y sin embargo despreciaron la cruz de Cristo. 

Los malvados no se oponen a la forma de la piedad, ni rechazan el ministerio popular que no les pide que lleven la cruz. El corazón irregenerado no levantará objeciones serias contra una religión que no tiene nada que haga temblar al trasgresor de la ley, o que induzca al corazón y a la mente a meditar en las terribles realidades del juicio venidero. Es la manifestación del Espíritu y del poder de Dios lo que suscita oposición e induce a rebelarse al corazón no regenerado. La verdad que salva el alma no solamente debe proceder de Dios, sino que su Espíritu debe acompañar a su comunicación a los demás; en caso contrario, cae impotente delante de las influencias opositoras. ¡Oh, que la verdad surja de los labios de los siervos de Dios con tal poder que se abra camino a fuego hacia los corazones de la gente! 

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Los ministros deben estar imbuidos del poder de lo alto. Cuando la verdad, en su sencillez y fortaleza, tal como es en Jesús, se la presenta en oposición al espíritu del mundo, condenando sus placeres excitantes y sus encantos corruptores, se verá entonces claramente que no hay acuerdo entre Cristo y Belial. El corazón irregenerado no puede discernir las cosas del Espíritu de Dios. Un ministro carente de consagración, que presenta la verdad sin entusiasmo alguno, mientras su propia alma permanece inconmovible frente a las verdades que comunica a los demás, solamente hará daño. Cada esfuerzo que lleva a cabo lo único que hace es bajar la norma.

El interés egoísta debe desaparecer consumido por una profunda ansiedad por la salvación de las almas. Algunos ministros han trabajado, no porque no se atrevieran a hacer otra cosa, no porque temieran que algo les podría ocurrir, sino por el salario que iban a recibir. Dijo el ángel: “¿Quién también hay de vosotros que cierre las puertas o alumbre mi altar de balde? Yo no tengo complacencia en vosotros, dice Jehová de los ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda”. Malaquías 1:10. 

Es totalmente erróneo cobrar por cada mandado que se hace para Dios. La tesorería del Señor ha sido agotada por quienes sólo han sido un perjuicio para la causa. Si los ministros se entregan plenamente a la obra de Dios, y dedican todas sus energías a edificar su causa, nada les faltará. Con respecto a las cosas temporales, están en mejores condiciones que su Señor, y que los discípulos que él envió para salvar a los hombres que estaban a punto de perecer. Nuestro gran Ejemplo, que moró en el resplandor de la gloria del Padre, fue despreciado y rechazado por los hombres. El oprobio y la calumnia lo siguieron. Sus discípulos escogidos eran vivos ejemplos de la vida y la actitud de su Maestro. Se los honró con azotes y cárcel; y finalmente sellaron su ministerio con su sangre. 

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Cuando los ministros están tan interesados en la obra que la llegan a amar como si formara parte de su existencia, entonces pueden decir: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Romanos 8:35-39. 

“Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo Señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria”. 1 Pedro 5:1-4. 

Contaminación moral

Se me ha mostrado que vivimos en medio de los peligros de los últimos días. Por cuanto abunda la iniquidad, el amor de muchos se enfría. La palabra “muchos” se refiere a los que profesan seguir a Cristo. Afectados, sin que ello sea necesario, por la iniquidad prevaleciente, se apartan de Dios. La causa de esta apostasía estriba en que no se mantienen apartados de la iniquidad. El hecho de que su amor hacia Dios se esté enfriando por causa de que abunda la iniquidad, demuestra que, en cierto sentido, participan de esta iniquidad, pues de otra manera ella no afectaría su amor a Dios, ni su celo y fervor en su causa. 

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Se me ha presentado un horrible cuadro de la condición del mundo. La inmoralidad cunde por doquiera. La disolución es el pecado característico de esta era. Nunca alzó el vicio su deforme cabeza con tanta osadía como ahora. La gente parece aturdida, y los amantes de la virtud y de la verdadera bondad casi se desalientan por esta osadía, fuerza y predominio del vicio. La iniquidad prevaleciente no es del dominio exclusivo del incrédulo y burlador. Ojalá fuese tal el caso; pero no sucede así. Muchos hombres y mujeres que profesan la religión de Cristo son culpables. Aun los que profesan esperar su aparición no están más preparados para ese suceso que Satanás mismo. No se están limpiando de toda contaminación. Han servido durante tanto tiempo a su concupiscencia, que sus pensamientos son, por naturaleza, impuros y sus imaginaciones, corruptas. Es tan imposible lograr que sus mentes se espacien en cosas puras y santas como lo sería desviar el curso del Niágara y hacer que sus aguas remontasen las cataratas. 

Jóvenes y niños de ambos sexos participan de la contaminación moral, y practican el asqueroso vicio solitario destructor de cuerpo y alma. Muchos de los que profesan ser cristianos están tan atontados por la misma práctica que sus sensibilidades morales no pueden ser despertadas para comprender que es pecado, y que si persisten en ello terminarán de seguro por destruir completamente el cuerpo y la mente. ¡El hombre, el ser más noble de la tierra, formado a la imagen de Dios, se transforma en una bestia, se embrutece y corrompe! Cada cristiano tendrá que aprender a refrenar sus pasiones y a guiarse por sus buenos principios. A menos que lo haga, es indigno del nombre de cristiano. 

Algunos que ostensiblemente profesan el cristianismo no comprenden el pecado del abuso propio y sus resultados inevitables. Un hábito inveterado ha cegado su entendimiento. No se dan cuenta del carácter excesivamente pecaminoso de este pecado degradante que enerva y destruye su fuerza nerviosa y cerebral. Los principios morales se debilitan excesivamente cuando están en conflicto con un hábito inveterado. Los solemnes mensajes del Cielo no pueden impresionar con fuerza el corazón que no está fortificado contra la práctica de este vicio degradante. Los nervios sensibles del cerebro han perdido su tonicidad por la excitación mórbida destinada a satisfacer un deseo antinatural de complacencia sensual. Los nervios del cerebro que relacionan todo el organismo entre sí son el único medio por el cual el Cielo puede comunicarse con el hombre, y afectan su vida más íntima. Cualquier cosa que perturbe la circulación de las corrientes eléctricas del sistema nervioso, disminuye la fuerza de las potencias vitales, y como resultado se atenúa la sensibilidad de la mente. En consideración de estos hechos, ¡cuán importante es que los ministros y la gente que profesan piedad se conserven sin mancha de este vicio degradante! 

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Mi alma cayó postrada por la angustia cuando se me reveló la condición débil de los que profesan pertenecer al pueblo de Dios. Abunda la iniquidad, y el amor de muchos se enfría. Son tan sólo pocos los cristianos profesos que consideran este asunto según la debida luz y que ejercen el dominio debido sobre sí mismos cuando la opinión pública y las costumbres no los condenan. ¡Cuán pocos refrenan sus pasiones porque se sienten bajo la obligación moral de hacerlo, y porque el temor de Dios está ante sus ojos! Las facultades superiores del hombre están esclavizadas por el apetito y las pasiones corruptas. 

Algunos reconocerán el mal de las prácticas pecaminosas y, sin embargo, se disculparán diciendo que no pueden vencer sus pasiones. Esta es una admisión terrible de parte de una persona que lleva el nombre de Cristo. “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo”. 2 Timoteo 2:19. ¿Por qué existe esta debilidad? Es porque las propensiones animales han sido fortalecidas por el ejercicio, hasta que han prevalecido sobre las facultades superiores. A los hombres y mujeres les faltan principios. Están muriendo espiritualmente porque han condescendido durante tanto tiempo con sus apetitos naturales que su dominio propio parece haber desaparecido. Las pasiones inferiores de su naturaleza han empuñado las riendas, y la que debiera ser la facultad dominante se ha convertido en la sierva de la pasión corrupta. Se mantiene al alma en la servidumbre más abyecta. La sensualidad ha apagado el deseo de santidad, y ha agostado la prosperidad espiritual. 

Mi alma se aflige por los jóvenes que forman su carácter en esta era de degeneración. Tiemblo también por sus padres, porque se me ha mostrado que en general no entienden su obligación de educar a sus hijos en el camino por donde deben andar. Consultan las costumbres y las modas; y los niños no tardan en dejarse llevar por éstas y se corrompen, mientras sus indulgentes padres no advierten el peligro. Pero muy pocos jóvenes están libres de hábitos corrompidos. En extenso grado se los exime de ejercicio físico por temor a que trabajen demasiado. Los padres mismos llevan las cargas que sus hijos debieran llevar. Es malo trabajar con exceso, pero los resultados de la indolencia son más temibles. La ociosidad conduce a la práctica de hábitos corrompidos. La laboriosidad no cansa ni agota una quinta parte de lo que rinde el hábito pernicioso del abuso propio. Si el trabajo sencillo y bien regulado agota a vuestros hijos, tened la seguridad, padres, de que hay, además del trabajo, algo que enerva su organismo y les produce una sensación de cansancio continuo. Dad a vuestros hijos trabajo físico para que pongan en ejercicio los nervios y los músculos. El cansancio que acompaña un trabajo tal, disminuirá su inclinación a participar en los hábitos viciosos. La ociosidad es una maldición. Produce hábitos licenciosos.

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