Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 374-381, día 113

La conducción de las reuniones

Se me ha mostrado, hermano M, que es necesario que se haga una gran obra antes de que usted pueda ejercer su influencia en la iglesia para corregir o señalar errores. No posee esa humildad de mente que puede alcanzar los corazones del pueblo de Dios. Usted es exaltado. Necesita examinar sus motivos y acciones para ver si tiene la mira puesta solamente en la gloria de Dios. Ni el hermano O ni usted son exactamente apropiados para satisfacer las necesidades de la juventud y de la iglesia en general. Usted no se acerca a ellos con espíritu sencillo para poder comprender cuál es el mejor modo de ayudarlos. No es conveniente que usted y el Hermano O dejen sus asientos y suban a la plataforma frente a la congregación. Cuando ocupan esa posición consideran que deben decir o hacer algo de acuerdo con su importancia. En lugar de levantarse y decir unas pocas palabras oportunas, frecuentemente pronuncian largos discursos, que realmente son negativos para el espíritu de la reunión. Muchos se sienten aliviados cuando ustedes se sientan. Si estuvieran en el campo donde hubiese poca gente deseosa de utilizar bien su tiempo, estos largos comentarios serían más apropiados. 

La obra del Señor es una gran obra, y se necesitan hombres sabios para llevarla a cabo. Se requieren hombres que puedan adaptarse a las necesidades de la gente. Si deseáis ayudar a la gente no debéis colocaros en una posición superior, sino que debéis estar entre ellos. Este es el gran error del hermano O. Es demasiado formal. No le resulta natural comportarse sencillamente. No es capaz de discernir entre la causa y el efecto. No ganará el afecto y el amor de la gente. No se hace entender por los niños ni les habla de un modo conmovedor que pueda penetrar en sus corazones. Se levanta y habla a los niños sabiamente, pero esto no los beneficia. Sus charlas son generalmente largas y cansadoras. A veces si sólo dijera una cuarta parte de lo que generalmente dice, dejaría una mejor impresión en las mentes.

Los que instruyen a los niños debieran evitar las charlas tediosas. Las charlas cortas y oportunas tendrán una influencia positiva. Si hay mucho que decir, dense cortas charlas más frecuentemente. Unas pocas palabras interesantes de vez en cuando serán más beneficiosas que tratar de decirlo todo de una vez. Los largos sermones agobian las mentes de los niños. El hablarles demasiado los llevará a rechazar aun la instrucción espiritual, del mismo modo que el comer en exceso sobrecarga el estómago y disminuye el apetito, y hasta llega a hacernos rechazar la comida. Las largas peroratas pueden sobrecargar las mentes de la gente. La obra por la iglesia, pero especialmente por la juventud, debiera ser renglón tras renglón, mandamiento tras mandamiento, un poquito aquí, y un poquito allá. Dad tiempo a las mentes para digerir las verdades con las que los alimentáis. Debe atraerse a los niños hacia el cielo, no con rudeza sino con suavidad. 

Battle Creek, Míchigan,

2 de octubre de 1868.

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La importancia del dominio propio

Estimado hermano P,En varias oportunidades he tratado de escribirle pero en cada caso se me han presentado obstáculos. No lo pospondré más. Hace varios días que me siento muy especialmente preocupada por usted. En junio se me mostraron algunas cosas con respecto a usted. Fui transportada al pasado y se me mostró su vida inconstante y desordenada. Usted estaba sin Dios. La suya ha sido una vida dura e imprudente. No obstante vi que Dios en su misericordia le había salvado la vida muchas veces cuando parecía que ningún poder o sabiduría humanos podría preservarla. Usted es ahora un milagro de la misericordia. Cuando su vida estuvo en peligro inminente, Cristo, su abogado, rogó en su favor: Padre, preserva su vida un poco más. Ha sido un árbol sin fruto, un estorbo para la tierra; sin embargo no lo derribes. Esperaré pacientemente un poco más para ver si lleva fruto. Voy a tocar su corazón con la verdad. Lo voy a convencer de pecado”. 

Se me mostró que el Señor preparó el camino para que usted lo obedeciera y sirviera. Sus pasos fueron dirigidos hacia el Oeste, donde había un ambiente más favorable para su crecimiento en la gracia, y donde le sería menos difícil formar un carácter para el Cielo. Usted entró en nuestra familia y se le brindó un lugar en nuestros corazones. Esta fue la orden del Señor. No tenía la experiencia necesaria para llevar una vida que Dios pudiera aprobar. Estaba en condición de obtener más luz en pocos meses y más conocimiento de la verdad presente que los que habrían recibido durante años si hubiera permanecido en el Este. 

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Nuestro compasivo Sumo Sacerdote conocía su debilidad y sus errores y no lo dejó librado a su inexperiencia y en un medio desfavorable para que luchara con el gran enemigo. Si hubiese permanecido en _____ no hubiera retenido la verdad. Al encontrar oposición se hubiera desarrollado su combatividad, y hubiera deshonrado la verdad con un espíritu irascible; y luego, al encontrar obstáculos en su camino cristiano, se hubiera sentido desalentado y hubiera faltado a la verdad. Usted tiene mucho que agradecer. Su corazón debiera estar lleno de gratitud a su amante Salvador por su misericordia para con usted, quien por tanto tiempo ha ultrajado su amor. 

Se me mostró que usted era una rústica piedra extraída de la cantera, que necesitaba ser labrada, pulida y debía tomar forma antes de que pudiera ocupar un lugar en el edificio celestial. Se ha hecho parte de este trabajo en su favor; pero, ¡oh, hay todavía mucho más que hacer! Usted se ha sentido muy desdichado. Ha visto el lado malo de la vida. No ha sido feliz; pero ha sido usted mismo el que se ha mantenido en su propia luz, separándose del bien. En su juventud usted fomentó un espíritu de descontento; no se dejaba gobernar; andaba en sus propios caminos, sin importarle el criterio o el consejo de los demás. No se dejaba controlar por su padrasto, porque quería hacer su propia voluntad. El no sabía cómo controlarlo, y usted estaba decidido a no respetar su autoridad. Tan pronto como él le hablaba, usted se colocaba a la defensiva. Era muy agresivo, y combatía en contra de todo y todos los que se oponían a sus planes. Aun cuando se le sugería un cambio para mejorar sus planes o trabajo, siempre se encolerizaba en un instante. Pensaba que se le censuraba, o se lo acusaba, y se disgustaba con los que eran sus verdaderos amigos. Su imaginación estaba enferma. Pensaba que todos estaban en contra de usted y que su destino era excesivamente duro. Es duro, pero usted lo ha hecho así. 

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Su conducta hacia su padrasto no era la apropiada. No merecía ser tratado como usted lo trataba. Tenía defectos y había cometido errores, pero mientras usted estaba listo para darles más importancia que la que tenían, no veía sus propios errores. En la providencia de Dios su esposa quedó postrada por una enfermedad. Era orgullosa; pero se arrepintió de sus pecados, y su arrepentimiento fue aceptado por Dios. 

Su senda ha sido protegida a derecha e izquierda, para evitar que continuara hacia la perdición. El Señor ha hecho que su espíritu rebelde e indomable se sujetara a él. Por una combinación de juicio y misericordia se lo ha llevado al arrepentimiento. Como Jonás, usted huyó de sus obligaciones hacia el mar. Dios resguardó su camino prodigándole su providencia. No podía prosperar ni ser feliz, porque no podía dejar su yo atrás. Llevaba su yo y su pecado con usted. Fomentaba un espíritu de descontento, se mostraba inquieto y se negaba a cumplir las obligaciones que tenía por delante. Quería un cambio, algún trabajo más importante. Llegó a ser inconstante. 

Si Dios no lo hubiese controlado, usted hubiera quedado a merced de su inestabilidad y en sus pecados, habría descuidado su carácter y las circunstancias lo hubieran hecho desdichado. Cuando estuvo en tierra extraña y en la hora de la enfermedad, se sintió triste, abandonado y desolado. Pasó largas noches y agotadores días de intranquilidad y dolor, lejos de su madre y hermanas, recibiendo ayuda sólo de manos extrañas, sin esperanza cristiana que lo sustentara. 

Buscaba la felicidad, pero no la obtuvo. Había desatendido el consejo de su madre y sus súplicas para que no violara los mandamientos de Dios. A veces este descuido le causó amargura. Pero no puedo entrar en detalle, pues no soy fuerte. Me detendré en lo más esencial que se me mostró. 

Vi que usted tiene por delante una obra que no comprende: morir al yo, crucificar al yo. Tiene un temperamento irascible y tempestuoso, al que debe controlar. Posee nobles rasgos de carácter, que lo ayudarán a ganar amigos si no los hiere con su mal genio. Tiene una gran simpatía por los que manifiestan interés en usted. Cuando comprende bien las cosas es cuidadoso; pero a menudo actúa por impulso, sin reflexionar. 

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Usted juzga a la gente, hace comentarios acerca de su comportamiento, cuando no comprende ni su posición ni su obra. Ve las cosas desde su punto de vista y luego tiende a cuestionar o condenar la conducta que siguen los demás, sin considerar desprejuiciadamente todos los aspectos de la cuestión. Usted no conoce las obligaciones de los demás y no debiera sentirse responsable por sus actos; no obstante, cumpla con su deber, dejando que el Señor se ocupe de los demás. Controle su carácter con paciencia, mantenga su mente en paz y en calma y siéntase agradecido. 

Vi que el Señor le había dado luz y experiencia para que pudiera ver cuán pecaminoso es un espíritu irascible y controlar sus pasiones. Si fracasa en esto, del mismo modo por cierto, fracasará en lograr la vida eterna. Debe vencer esta enfermedad de la imaginación. Es demasiado susceptible, y si le hace una observación respecto de un proceder opuesto al suyo, se siente herido. Se siente acusado, piensa que debe defenderse, salvar su vida; y en su firme esfuerzo por salvar su vida, la pierde. Tiene una obra que hacer para morir al yo y cultivar un espíritu de tolerancia y paciencia. Tiene que superar la idea de que no se lo aprecia, de que se lo injuria, se lo oprime o se lo perjudica. Usted tiene una falsa imagen de la realidad. Satanás hace que tenga una visión distorsionada de las cosas. 

Apreciado hermano P, en el Centro Adams se me mostró nuevamente su caso. Vi que siempre fracasó en ejercitar el verdadero dominio propio. Hizo esfuerzos; pero estos esfuerzos sólo alcanzaron lo externo, no tocaron los motivos de sus acciones. Su temperamento irascible frecuentemente le causa sincero y doloroso pesar y un sentimiento de condenación propia. Este temperamento vehemente, a menos que sea controlado, lo inducirá a ser malhumorado y condenador; por cierto, usted ya posee en algún grado estas características. Siempre está listo a ofenderse por nada. Si se lo empuja en la calle, se molesta, y deja escapar alguna expresión de protesta. Cuando maneja en la calle, si no se le deja completamente libre la mitad de la calzada, en seguida se molesta. Si se le pide que cambie su proceder para complacer a otros, se irrita y se fastidia, y piensa que se lo menoscaba en su dignidad. Dejará ver a todos su pecado dominante. Su misma expresión indica un temperamento impaciente, y su boca parece siempre lista para pronunciar una palabra airada. En este hábito, como en el uso del tabaco, una total abstinencia es el único remedio seguro. Tiene que experimentar un cambio completo. Frecuentemente se da cuenta de que debe controlarse más. Dice con decisión: “Seré más calmo y paciente”; pero al hacer esto solamente toca el mal por afuera; acepta retener el león y observarlo. Debe ir más allá que esto. Solamente la fuerza de los principios puede desalojar a este enemigo destructor y traer paz y felicidad. 

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Usted ha dicho repetidamente: “No me puedo controlar”; “tengo que hablar”. Usted carece de mansedumbre y humildad. Su yo está vivo, y usted está continuamente en guardia para preservarlo de humillaciones o insultos. El apóstol dice: “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Colosenses 3:3. Los que están muertos al yo no son tan susceptibles y no se colocan a la defensiva ante algo que los pueda irritar. Los muertos no sienten. Usted no está muerto. Si lo estuviera, y su vida estuviese escondida en Cristo, miles de cosas que ahora nota y lo afligen, las dejaría pasar por no ser dignas de atención; entonces llegaría a comprender lo eterno y estaría por encima de las pruebas menores de esta vida. 

“La lengua es un fuego, un mundo de maldad”. Santiago 3:6. “La cordura del hombre detiene su furor, y su honra es pasar por alto la ofensa”. “El que tarda en airarse es grande de entendimiento; mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad”. “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enSeñorea de su espíritu que el que toma una ciudad”. Proverbios 19:11; 14:29; 16:32. “Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios”. Santiago 1:19-20. “El que ahorra sus palabras tiene sabiduría; de espíritu prudente es el hombre entendido”. Proverbios 17:27. 

Nuestro gran Modelo fue exaltado a pie de igualdad con Dios. Era un alto comandante en el Cielo. Todos los santos ángeles se complacían en inclinarse ante él. “Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios”. Hebreos 1:6. Jesús tomó sobre sí nuestra naturaleza, dejó de lado su gloria, majestad, y riquezas para cumplir su misión, para salvarlo que se había perdido. No vino para ser servido, sino para servir a los demás. Jesús, cuando fue denigrado, injuriado, e insultado, no tomó represalias. “Quien cuando le maldecían, no respondía con maldición”. 1 Pedro 2:23. Cuando por la crueldad del hombre sufrió dolorosos azotes y heridas, no pronunció palabras amenazadoras, sino que se encomendó al que juzga con rectitud. El apóstol Pablo exhortó a sus hermanos filipenses: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres”. Filipenses 2:5-7. ¿Es el siervo mayor que su Señor? Cristo nos ha dado su vida como modelo, y lo deshonramos cuando recelamos cada desprecio, y tendemos a sentirnos agraviados por cada herida, imaginaria o real. El hecho de que estemos preparados para defender al yo, para preservar nuestra dignidad propia, no es evidencia de una mente noble. Sería mejor sufrir cien veces injustamente que herir el alma con un espíritu vengativo o dar rienda suelta a la ira. Podemos obtener fuerza de Dios. El puede ayudarnos. Puede darnos gracia y sabiduría celestial. Si pedís con fe, recibiréis, pero debéis velar en oración. Velar, orar, trabajar, debiera ser vuestra consigna. 

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Su esposa podría ser una bendición si sólo aceptara la responsabilidad que es su obligación aceptar. Pero ha evitado las responsabilidades toda su vida, y ahora está en peligro de ser influenciada por usted, en lugar de ser ella quien lo influenciara. En vez de tener una influencia suavizante y elevadora en usted, hay peligro de que ella piense y actúe como usted, sin cavar hondo para ser guiada por principio en todas sus acciones. Os compadecéis el uno del otro, y desafortunadamente, al ejercer esta mutua influencia, tenéis una visión equivocada de las cosas. Ella puede ejercer una buena influencia para el bien, pero tiene un carácter con rasgos de indolencia espiritual y haraganería. No está dispuesta a hacer ningún trabajo que no le resulte placentero o agradable. ¿Cuál fue el pecado de Meroz? No hacer nada. No se los condenó por causa de grandes crímenes, sino porque no vinieron en ayuda del Señor. 

Se me mostró que su esposa no conoce su condición real. Evitaba encargarse del cuidado de la casa en su juventud y tampoco está dispuesta a hacerlo ahora. Tiene la tendencia a depender de otros más bien que de sus propias capacidades. No ha fomentado una noble independencia. Hace mucho tiempo que debiera haberse acostumbrado a llevar cargas. No goza de buena salud. Tiene el hígado delicado y no le gusta hacer ejercicio. No se pone a trabajar a menos que se vea obligada a hacerlo. Ingiere aproximadamente el doble de la cantidad de alimentos que debiera. Todo lo que llega a su estómago, que excede la cantidad que su organismo puede convertir en buena sangre, se transforma en desechos, que recargan el organismo que debe eliminarlos. Su organismo se ve obstaculizado en su trabajo por una cantidad de materia que obstruye la maquinaria y debilita su potencia vital. 

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Ingerir más alimentos que los que el organismo puede convertir en buena sangre disminuye la calidad de ésta y quita más vitalidad que el trabajo o el ejercicio físico. El comer en exceso produce una sensación de embotamiento y letargo. Los nervios del cerebro deben ayudar a los órganos digestivos, y así están constantemente sobrecargados, debilitados y entumecidos. Esto da una sensación de embotamiento a la cabeza y predispone a su esposa a sufrir un ataque de parálisis en cualquier momento. Lo que necesita no es que se la inste a dejar el ejercicio. Nada sería más peligroso para ella que permanecer sin llevar a cabo una intensa actividad física. La actividad física es esencial. Fortalecerá su cuerpo y su mente. Cuando se dé cuenta de la responsabilidad que le cabe por su posición, y vea el beneficio que recibirá al tratar de encontrar una meta en la vida, no tenderá tanto a hundirse en la indolencia ni a rehuir las dificultades. No pone interés en lo que hace; por lo tanto actúa en cierto modo como una máquina, considerando que el trabajo es una carga. No puede, mientras piensa así, obtener esa nueva vida y vigor que son su privilegio recibir. Le falta ánimo y energía. Tiene la tendencia a perderse en el desinterés y en una profunda insensibilidad. El denso sopor que siente puede superarse solamente con una dieta frugal, un control perfecto sobre su apetito y sus sentimientos, y poniendo voluntad en hacer ejercicio. Necesita que la voluntad fortalezca sus nervios para que pueda resistir la indolencia. 

La hermana P nunca podrá ser útil en el mundo a menos que su voluntad sea suficientemente fuerte como para capacitarla para vencer esta renuencia a tomar responsabilidades y llevar cargas. A medida que ejercite la fortaleza que posee, la tarea se le hará menos difícil, hasta que le resulte natural cumplir con sus obligaciones, y ser cuidadosa y diligente. Se acostumbrará a pensar cuando coloque una carga menor en el estómago. Este peso sobrecarga el cerebro. 

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