Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 452-460, día 122

Cristo es nuestro ejemplo. ¿Los ministros de Cristo son tentados y fieramente abofeteados por Satanás? Así también lo fue el que no conoció pecado. Se volvió a su Padre en estas horas de angustia. Vino a la tierra para proveer un modo por el que pudiéramos encontrar gracia y fortaleza para ayudarnos en cada momento de necesidad, al seguir su ejemplo de orar frecuente y sinceramente. Si los ministros de Cristo imitan este ejemplo, serán imbuidos de su espíritu, y los ángeles ministrarán en su favor. 

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Los ángeles ayudaron a Jesús, mas su presencia no facilitó su vida ni la libró de duras luchas y fieras tentaciones. Fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Si los ministros, mientras están haciendo la obra que el Maestro les ha mandado que hagan, tienen pruebas, perplejidades y tentaciones, ¿debieran sentirse descorazonados, cuando saben que hay Uno que ha sufrido todas estas cosas antes que ellos? ¿Debieran perder su confianza porque sus esfuerzos no rinden los frutos que ellos esperaban? Cristo trabajó firmemente por su propia nación; pero sus esfuerzos fueron despreciados precisamente por los que él vino a salvar, y mataron al que vino a darles vida.

Hay un número suficiente de ministros, pero una gran escaces de obreros. Los obreros, los colaboradores de Dios, tienen conciencia del carácter sagrado de la obra y de los severos conflictos que tienen que enfrentar con el fin de llevarla adelante con éxito. Los obreros no desmayarán ni se desanimarán ante el trabajo, no importa cuán arduo sea. En la Epístola a los Romanos Pablo dice: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”. Romanos 5:1-5. En él están todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento. No tenemos excusa si no nos valemos de las amplias provisiones hechas para nosotros, para que no nos pudiera faltar nada. El evadir las penurias y quejarse de las tribulaciones hace a los siervos de Dios débiles e ineficientes para llevar las responsabilidades y cargas.

Todos los que se mantienen intrépidamente en el frente de batalla deben sentir la lucha especial de Satanás en contra de ellos. Cuando se dan cuenta de sus ataques, escapan a la Fortaleza. Sienten la necesidad del vigor especial que viene de Dios, y trabajan con su fuerza; por consiguiente las victorias que ganan no los exaltan a ellos, sino que los llevan en fe a apoyarse con más seguridad en el Poderoso. En sus corazones despierta una profunda y ferviente gratitud a Dios, y están gozosos en la tribulación que experimentan mientras se sienten acosados por el enemigo. Estos siervos bien dispuestos están logrando una experiencia y formando un carácter que honrará la causa de Dios. 

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Este es un momento de solemne privilegio y responsabilidad sagrada para los siervos de Dios. Si estos deberes se cumplen fielmente, la recompensa del siervo fiel será grande cuando el Amo diga: “Da cuenta de tu mayordomía”. La dedicación seria, el trabajo generoso, el esfuerzo paciente y perseverante, serán abundantemente recompensados; Jesús dirá: Por tanto no os llamo siervos, sino amigos, invitados. El Amo no da su aprobación porque el trabajo realizado sea grande, porque se han obtenido muchas cosas, sino por la fidelidad aun en las cosas pequeñas. No son los grandes resultados que podamos obtener, sino los motivos que nos impulsan a actuar, los que tienen valor para Dios. El aprecia la bondad y la fidelidad más que la grandeza de la obra realizada.

Me fue mostrado que muchos corren el gran peligro de fracasar en el logro de la perfecta santidad en el temor del Señor. Los ministros están en peligro de perder sus propias almas. Algunos de los que han predicado a otros serán ellos mismos rechazados porque no han perfeccionado un carácter cristiano. A pesar de su esfuerzo no salvan almas, ni aun salvan la suya propia. No ven la importancia del conocimiento y del control propios. No velan y oran, para no entrar en tentación. Si velaran, reconocerían sus puntos débiles, donde seguramente la tentación los atacará. Al velar y orar pueden proteger de tal modo sus puntos más débiles que se transformarán en los más fuertes, y pueden enfrentar la tentación sin ser vencidos. Cada seguidor de Cristo debiera examinarse diariamente, para que pueda conocer perfectamente su propia conducta. Casi todos descuidan el examen propio. Este descuido es por cierto peligroso en el que profesa ser un portavoz de Dios, ocupando la tremenda posición de responsabilidad de recibir la Palabra de Dios para darla a su pueblo. La conducta diaria de una persona que actúa de tal modo tiene gran influencia en los demás. Si tiene éxito en su trabajo, rebaja a sus conversos a su nivel, y muy rara vez se elevan a un nivel más alto. La conducta del ministro, sus palabras, sus gestos y modales, su fe y su piedad se consideran como ejemplo de estos adventistas observadores del sábado; y si imitan al que les ha enseñado la verdad, piensan que están cumpliendo con su obligación. 

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Hay mucho en la conducta de un ministro que él puede mejorar. Muchos ven y sienten sus carencias, pero parecen desconocer la influencia que ejercen. Tienen conciencia de sus acciones en el momento de realizarlas pero las dejan caer en el olvido y por lo tanto no se reforman. Si los ministros meditaran con atención en las acciones de cada día y las revisaran con cuidado, con el fin de llegar a conocer sus propios hábitos de vida, se conocerían a sí mismos mejor. Al hacer un recuento de su vida diaria en todas las circunstancias conocerían sus propios motivos, los principios que los impulsan. Esta revisión diaria de nuestros actos, para ver si la conciencia aprueba o condena, es necesaria para todos los que desean llegar a la perfección del carácter cristiano. Muchos actos que son considerados buenas obras, aun actos de benevolencia, cuando se los investiga detalladamente, se encontrará que están impulsados por motivos equivocados. Muchos reciben aplausos por virtudes que no poseen. El que escudriña los corazones examina los motivos, y a menudo los actos que son muy aplaudidos por los hombres, Dios los registra como hechos que tienen su origen en motivos egoístas y en una deshonesta hipocresía. El que escudriña los corazones juzga cada acto de nuestras vidas, ya sea digno de encomio o de censura, de acuerdo con los motivos que lo impulsaron. 

Aun algunos ministros que defienden la ley de Dios tienen muy poco conocimiento de sí mismos. No meditan en los motivos de sus acciones ni los examinan. No ven sus errores y pecados, porque no consideran su vida, sus actos y su carácter, con sinceridad y seriedad, separadamente y en conjunto, ni los comparan con la sagrada y santa ley de Dios. No comprenden realmente los requerimientos de la ley de Dios, y diariamente viven en transgresión al espíritu de esa ley que profesan reverenciar. “Por medio de la ley -dice Pablo- es el conocimiento del pecado”. “Yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás”. Romanos 3:20; 7:7. Algunos que trabajan en la Palabra y la doctrina no tienen una comprensión práctica de la ley de Dios y sus santos requerimientos, ni de la expiación de Cristo. Ellos mismos necesitan convertirse antes que puedan convertir a los pecadores. 

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No se presta atención al fiel espejo que puede revelar los defectos del carácter; por lo tanto la deformidad y el pecado existen, y son evidentes para los demás, aunque los que están en el error no se den cuenta de su existencia. El odioso pecado del egoísmo existe en gran proporción, aun en algunos que profesan estar dedicados a la obra de Dios. Si compararan su carácter con sus requerimientos, especialmente con la gran norma, su santa, justa y buena ley, se cerciorarían, si se examinaran seria y honestamente, de que son tremendamente deficientes. Pero algunos no están dispuestos a ir lo suficientemente lejos y penetrar lo suficientemente profundo como para ver la maldad de sus propios corazones. Son deficientes en muchos aspectos; sin embargo permanecen en una voluntaria ignorancia de su culpabilidad, y están tan empeñados en cuidar de sus propios intereses que Dios no se interesa por ellos. 

Algunos no tienden naturalmente a la devoción, y por lo tanto debieran fomentar y cultivar el hábito de examinar detalladamente sus propias vidas y motivos y debieran fomentar de un modo especial el amor por los ejercicios religiosos y por la oración secreta. Frecuentemente se los escucha hablar de dudas y descreimiento, y se espacian en las tremendas luchas que han tenido que librar con sentimientos ateos. Se detienen en las influencias desalentadoras que afectan de tal modo su fe, esperanza y valor en relación con la verdad y el éxito final de la obra y la causa a la que están entregados, que la duda se transforma en una virtud especial. A veces parece que realmente se complacieran en insistir en la posición del infiel y fortalecer su descreimiento con cada caso que puedan encontrar como excusa de sus tinieblas. A los tales les diría: Sería mejor que bajaran y dejaran los muros de Sion hasta que lleguen a ser hombres convertidos y buenos cristianos. Antes que toméis la responsabilidad de ser ministros, Dios requiere que os separéis del amor por este mundo. La recompensa de los que continúan en esta posición dudosa ser la que reciban los temerosos e incrédulos. 

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Pero ¿cuál es la razón de estas dudas, de esa oscuridad y descreimiento? Respondo: Estos hombres no están bien con Dios. No son honestos y sinceros con su propia alma. Han descuidado el cultivo de la piedad personal. No se han separado de todo egoísmo, y del pecado y de los pecadores. No han estudiado la vida de abnegación de nuestro Señor, ni han logrado imitar su ejemplo de pureza, devoción y renunciamiento. El pecado que fácilmente ataca, ha sido fortalecido por la indulgencia. Por su propia negligencia y pecado se han separado de la compañía del divino Maestro, y él se ha adelantado a ellos un día de camino. Tienen de compañeros a los indolentes, los perezosos, los descarriados, los incrédulos, los irreverentes, los desagradecidos, los impíos, y a sus asistentes, los malos ángeles. ¿Por qué maravillarse de que tales personas estén en tinieblas, o de que tengan dudas doctrinales? “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios”. Juan 7:17. Tendrá certeza acerca de este asunto. Esta promesa debiera ahuyentar todas las dudas e interrogantes. Es la separación de Cristo lo que trae dudas. A él lo siguen los fervientes, los honestos, los sinceros, los fieles, los humildes, los mansos y los puros, a quienes los santos ángeles, vestidos con los atavíos celestiales, están santificando, iluminando, purificando y protegiendo; pues van en dirección al cielo. 

No se necesita mayor evidencia de que una persona está muy lejos de Jesús, y está descuidando la oración secreta y la piedad personal, que el hecho de que exprese dudas y descreimiento porque está en un ambiente desfavorable. Tales personas no tienen la religión pura, verdadera, inmaculada de Cristo. Tienen un objeto espurio que el proceso de refinación consumirá completamente como escoria. Tan pronto como Dios los prueba, y prueba su fe, ellos vacilan, inclinándose primero a un lado y luego al otro. No tienen el objeto genuino que Pablo poseía, quien podía gloriarse en la tribulación “sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones”. Romanos 5:3-5. Tienen una religión circunstancial. Si todos a su alrededor son fuertes en fe y confianza en el éxito final del mensaje del tercer ángel, y no reciben ninguna influencia en contra, entonces, parecen tener alguna fe. Pero tan pronto como la causa parece sufrir alguna adversidad, y el trabajo avanza lentamente, y se necesita la ayuda de todos, estas pobres almas, aunque sean profesos ministros del Evangelio, esperan que todo termine en la nada. Son un obstáculo en vez de una ayuda. 

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Si surge la apostasía, y se manifiesta la rebelión, no se les escucha decir, con palabras de aliento y buen ánimo: hermanos, no desmayéis, tened buen ánimo. “Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos”. 2 Timoteo 2:19. Los hombres a quienes las circunstancias afectan de este modo debieran permanecer en sus hogares y emplear su fuerza física y mental en un puesto de menor responsabilidad, donde no estén expuestos a tan fuerte oposición. Si todo va bien, pueden pasar por hombres muy buenos y devotos. Pero estos no son los que el Maestro enviará a hacer su obra, pues los emisarios de Satanás se oponen a ella. Satanás también, y su hueste de ángeles malos, se organizarán en contra de ellos. Dios ha hecho provisión para que los hombres a los que ha llamado a realizar su obra, puedan salir vencedores en cada enfrentamiento. Los que siguen sus indicaciones nunca serán vencidos. 

El Señor, hablando a través de Pablo, en (Efesios 6:10-18), dice cómo fortalecernos en contra de Satanás y sus emisarios: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por lo tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”. 

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Estamos ocupados en una exaltada y sagrada obra. Los que profesan ser llamados a enseñar la verdad a los que están en tinieblas no debieran ser ellos mismos seres descreídos y en tinieblas. Debieran vivir cerca de Dios, donde pueden ser todos luz en el Señor. La razón por la que no son así es que ellos mismos no obedecen la Palabra de Dios; por lo tanto expresan dudas y desalientos, cuando debieran expresar sólo palabras de fe y santa alegría. 

Lo que necesitan los ministros es religión, una conversión diaria a Dios, un interés indiviso y sin egoísmo en su causa y en su obra. Debe haber autohumillación, dejar todo el celo, mala sospecha, envidia, odio, malicia y descreimiento. Se necesita una completa transformación. Algunos han perdido de vista a nuestro Modelo, el doliente Hombre del Calvario. Al servirle no podemos esperar desahogo, honor y grandeza en esta vida; pues él, la Majestad del Cielo, no los recibió. “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto”. “Herido fue por nuestras rebeliories, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” Isaías 53:3, 5. Con este ejemplo ante nosotros, ¿elegiremos rehuir la cruz y ser desviados por las circunstancias? Nuestro celo, nuestro fervor, ¿serán encendidos sólo cuando estemos rodeados por los que están despiertos y son celosos en la obra y la causa de Dios? 

¿No podemos apoyarnos en Dios, aunque lo que nos rodee sea siempre tan desagradable y desalentador? “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, y que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. Romanos 8:31-39. 

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Muchos ministros no tienen un interés indiviso en la obra de Dios. Han invertido muy poco en su causa, y por cuanto se han interesado tan poco en el avance de la verdad son fácilmente tentados en cuanto a ella y apartados de ella. No son firmes, fuertes, estables. El que conoce bien su propio carácter, que sabe cuál es el pecado que lo acosa más fácilmente, y las tentaciones que más probablemente lo vencerán, no debiera exponerse innecesariamente e invitar a la tentación a colocarse en el campo del enemigo. Si el deber lo llama a donde las circunstancias no son favorables, recibirá ayuda especial de Dios, y así irá completamente armado para el conflicto con el enemigo. El conocimiento de sí mismo salvará a muchos de caer en dolorosas tentaciones, y les evitará a muchos una ignominiosa derrota. Con el fin de conocernos a nosotros mismos, es esencial que investiguemos fielmente los motivos y principios de nuestra conducta, comparando nuestras acciones con el modelo de conducta revelado en la Palabra de Dios. Los ministros debieran fomentar y cultivar la benevolencia. 

Se me mostró que algunos de los que han estado empleados en nuestra oficina de publicaciones, en nuestro Instituto de Salud y en el ministerio, han trabajado solamente por la paga. Hay excepciones; no todos son culpables en esto, pero pocos parecen haberse dado cuenta de que deben dar cuenta de su mayordomía. Los recursos que habían sido consagrados a Dios para el avance de su causa han sido malgastados. Familias pobres, que habían experimentado la influencia santificadora de la verdad y que por lo tanto la apreciaban y se sentían agradecidas a Dios por ella, pensaron que podían y debían privarse de lo necesario para la vida con el fin de traer sus ofrendas a la tesorería del Señor. Algunos se han privado de artículos de vestir que realmente necesitaban para sentirse cómodos. Otros han vendido su única vaca y han dedicado a Dios el producto de la venta. Con el alma sincera, con muchas lágrimas de gratitud por el privilegio de hacer esto para la causa de Dios, se han postrado ante el Señor con su ofrenda y han invocado su bendición sobre ella al entregarla, orando para que pudiera ser el medio de llevar el conocimiento de la verdad a las almas en tinieblas. A los fondos así dedicados no siempre se les dio el destino que los abnegados donantes deseaban. Hombres codiciosos y egoístas, sin espíritu de abnegación y renunciamiento, han utilizado deslealmente los bienes traídos de ese modo a la tesorería; y han robado los recursos de Dios al recibir dinero que no habían ganado justamente. Su administración imprudente y falta de consagración han malgastado y desparramado fondos que habían sido consagrados a Dios con oraciones y lágrimas. 

Se me mostró que el ángel registrador toma nota fiel de cada ofrenda que se dedica a Dios y se entrega en la tesorería, y también de los resultados finales de los medios así ofrendados. El ojo de Dios observa cada centavo que se dedica a su causa, igualmente como la actitud regocijada o mezquina del dador. También se registra el motivo de la dádiva. Las personas abnegadas y consagradas que le devuelven a Dios lo que le pertenece, del modo como él lo requiere, serán recompensadas de acuerdo con sus obras. Aunque se gastaran equivocadamente los medios así consagrados, y que no cumplieran los propósitos para los cuales el dador los había destinado -la gloria de Dios y la salvación de las almas-, los que realizaron el sacrificio con sinceridad, con el fin único de glorificar al Señor, no perderán su recompensa.

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