Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 460-468, día 123

A los que han dado un uso equivocado a los fondos dedicados a Dios se les requerirá que den un informe de su mayordomía. Algunos han tomado recursos egoístamente por causa de su amor a la ganancia. Otros no tienen una conciencia sensible, ha sido caracterizada por un egoísmo largamente acariciado. Consideran las cosas sagradas desde una perspectiva inferior. A través de un continuo proceder equivocado, su sensibilidad moral está paralizada. Parece imposible elevar sus opiniones y sentimientos al exaltado nivel claramente evidenciado en la Palabra de Dios. A menos que experimenten una transformación completa por medio de la renovación de la mente, esta clase de creyentes no encontrará lugar en el cielo. Los que han procedido egoísta y equivocadamente, sin considerar sagrada ni aun la tesorería de Dios, no podrían apreciar la pureza y santidad de los santos en el reino de los cielos, ni el valor de la rica gloria, de la recompensa eterna reservada para los fieles vencedores. Su mente ha corrido tanto tiempo por un canal bajo y egoísta que no pueden apreciar las cosas eternas. No valoran la salvación. Es imposible elevar sus almas para estimar correctamente el plan de salvación o el valor de la expiación. Intereses egoístas han absorbido su ser entero, como un imán atraen la mente y los afectos, sujetándolos a un nivel bajo. Algunas de estas personas nunca alcanzarán la perfección del carácter. Sus mentes no se pueden elevar de modo que se encanten con la santidad. El amor a sí mismos y los intereses egoístas han dominado de tal modo el carácter que no pueden discernir entre lo sagrado y eterno y lo común. La causa de Dios y su tesorería no son más sagrados para ellos que los negocios y los bienes comunes destinados a fines mundanos. 

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Todos los que profesan ser seguidores de Cristo tienen deberes ineludibles en este sentido. La Ley de Dios especifica su deber hacia sus semejantes: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Al menospreciar la justicia, la misericordia y la benevolencia hacia sus semejantes, algunos han endurecido tanto el corazón que pueden ir aun más allá, y hasta robar a Dios sin sentir remordimiento de conciencia. Esas personas ¿cierran los ojos y el entendimiento al hecho de que Dios sabe, que él ve cada acción de ellos y el motivo que los impulsó a realizarlas? Su recompensa viene con él, y su paga delante de su rostro, para dar a cada uno según sus obras. Toda buena obra y toda mala acción y su influencia sobre otros, es rastreada por el Escudriñador de los corazones, ante quien queda revelado todo secreto. Y la recompensa será de acuerdo con los motivos que impulsaron cada acción. 

A pesar de las repetidas advertencias y reprensiones que el Señor les ha enviado, los que han ocupado puestos de responsabilidad han seguido sus propios caminos y han sido guiados por su propio juicio no santificado, y en consecuencia, la causa de Dios ha sufrido, y las almas se han apartado de la verdad. Todos los que de este modo son culpables se encontrarán con un terrible registro en el día de la retribución final. Si llegaran a ser salvos, será por un esfuerzo nada común de su parte; su vida pasada debe ser revisada por ellos y redimida. Si esta obra se hace con sinceridad, y se sigue con perseverancia e incansable seriedad, será un completo éxito; pero muchos no tienen éxito, porque la seriedad con que empiezan la obra se desvanece, y se transforma en apatía y descuido. Sus esfuerzos son correctos al principio, mientras tienen alguna conciencia de su condición; pero tratan de olvidar el pasado, y lo pasan por alto sin quitar las piedras de tropiezo ni hacer una obra minuciosa. No expresan su arrepentimiento con una tristeza genuina por haber deshonrado a Dios con su influencia y haber permitido que las almas por las que Cristo murió se hubieran perdido. Hacen esfuerzos espasmódicos y se emocionan en gran manera; pero el hecho de que los esfuerzos cesan, que este sentimiento pronto pasa y es reemplazado por una apática indiferencia, demuestra que Dios no está plenamente en la obra. Por un tiempo los sentimientos fueron moldeados; pero la obra no llegó bien hondo para cambiar los principios que gobernaban sus acciones. Están tan expuestos a ser llevados de nuevo por el mismo rumbo equivocado como al principio; pues no tienen fuerza para resistir los ardides de Satanás, sino que están sujetos a sus estratagemas. 

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La vida de un verdadero cristiano es siempre hacia adelante. No hay detenciones ni retrocesos. Es vuestro privilegio ser “llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual; para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz”. Colosenses 1:9-12. 

Insto a todos, especialmente a los que ministran en palabra y doctrina, a rendirse sin reservas a Dios. Consagrad vuestra vida a él, y sed por cierto ejemplos para la grey. No os conforméis más con permanecer enanos en las cosas espirituales. Que vuestra meta no sea nada menos que la perfección del carácter cristiano. Que vuestra vida sea sin egoísmo, intachable, que pueda ser un vivo reproche para los egoístas, cuyos afectos parecen estar en su tesoro terrenal. Que Dios os conceda el ser fortalecidos conforme a las riquezas de su gloria “con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”. Efesios 3:16-19. 

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Ejercicio y aire

En la creación del hombre el Señor designó que el hombre fuera activo y útil. No obstante, muchos viven en este mundo como máquinas inútiles, como si apenas existieran. No iluminan el camino de nadie, no son una bendición para nadie. Viven sólo para una carga para los demás. En cuanto a su influencia en favor del bien, son meras cifras; pero tienen peso en favor del mal. Observen de cerca la vida de esas personas, y apenas encontraréis algún acto de benevolencia desinteresada. Cuando mueren, su recuerdo muere con ellos. Su nombre pronto perece; por cuanto no pueden vivir, ni aun en el afecto de sus amigos, por medio de una sincera bondad y actos virtuosos. Para esas personas la vida ha sido un error. No han sido mayordomos fieles. Olvidaron que su Creador tiene derechos sobre ellos y que desea que sean activos en hacer el bien y en bendecir a otros con su influencia. Los intereses egoístas atraen la mente y llevan a olvidar a Dios y olvidar el propósito de su Creador.

Todos los que profesan ser seguidores de Jesús debieran considerar que tienen el deber de preservar su cuerpo en el mejor estado de salud, para que su mente pueda estar clara para comprender las cosas celestiales. Es necesario controlar la mente porque tiene una influencia muy poderosa sobre la salud. La imaginación con frecuencia engaña, y cuando se la complace, acarrea serias enfermedades. Muchos mueren de enfermedades mayormente imaginarias. Conocí a varios que se han acarreado enfermedades reales por la influencia de la imaginación. 

Una hermana era llevada por el esposo de la silla a la cama, y de habitación en habitación, porque ella pensaba que era demasiado débil para caminar. Pero según me fue presentado el caso más adelante, podría haber caminado tan bien como yo, si lo hubiera pensado así. Si hubiera ocurrido un accidente, si la casa se hubiera prendido fuego, o uno de sus hijos hubiera estado en peligro inminente de caer y perder la vida, esta mujer se hubiera levantado por fuerza de las circunstancias, y hubiera caminado pronto y ágilmente. Con su vigor físico podía caminar; pero una imaginación enferma la llevaba a pensar que no podía, y no utilizaba su fuerza de voluntad para resistir ese engaño. La imaginación decía: No puedes caminar, es mejor que no trates de caminar. Quédate quieta; tus piernas son tan débiles que no puedes estar de pie. Si esta hermana hubiera ejercido su fuerza de voluntad y despertado sus entumecidas y dormidas energías, se hubiera visto ese engaño. Como consecuencia de someterse a la imaginación, ella probablemente piensa aún hoy, que cuando estaba tan desvalida, era por necesidad. Pero esto era puramente un capricho de la imaginación, la que a veces juega una mala pasada a los enfermizos mortales. 

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Algunos temen tanto al aire que envuelven su cabeza y cuerpo de modo que llegan a parecer momias. Permanecen sentados en la casa, generalmente inactivos, temiendo agotarse y enfermarse si hacen ejercicio, ya sea en el interior o al aire libre. Podrían hacer ejercicio al aire libre en los días agradables, si sólo pensaran así. La continua inactividad es una de las mayores causas de debilidad del cuerpo y de la mente. Muchos de los que están enfermos, debieran gozar de buena salud, y poseer así una de las bendiciones más ricas que podrían disfrutar.

Se me ha mostrado que muchos que aparentemente son débiles, y siempre quejosos, no están tan mal como ellos se imaginan. Algunos de estos tienen una voluntad fuerte, que ejercida correctamente, sería un potente medio para controlar la imaginación, y así resistir la enfermedad. Pero con demasiada frecuencia la voluntad se ejercita de un modo equivocado y obstinadamente se niega a entrar en razón. Esta voluntad ha decidido el asunto; son inválidos, y quieren recibir la atención que se presta a los inválidos, sin considerar la opinión de los demás. 

Se me ha mostrado a madres que son gobernadas por una imaginación enferma, cuya influencia sienten el esposo y los hijos. Deben mantener las ventanas cerradas porque a la madre le molesta el aire. Si ella siente frío, y se abriga, piensa que sus niños deben ser tratados de igual modo, y así roba el vigor físico a toda la familia. Todos quedan afectados por una mente, perjudicados física y mentalmente por la imaginación enferma de una mujer, que se considera a sí misma la norma para toda la familia. El cuerpo se viste de acuerdo con los caprichos de una imaginación enferma y se lo sofoca bajo una cantidad de abrigo que debilita el organismo. La piel no puede cumplir su función; el hábito de evitar el aire y el ejercicio, cierra los poros, los pequeños orificios por los cuales el cuerpo respira, e imposibilita la expulsión de las impurezas a través de ese canal. El peso de esta labor recae sobre el hígado, los pulmones, los riñones, etc., y esos órganos internos se ven obligados a hacer el trabajo de la piel. Así las personas se acarrean enfermedades por causa de sus hábitos equivocados; a pesar de la luz y el conocimiento, insisten en su proceder. Razonan del siguente modo: “¿No hemos probado? Y ¿no entendemos por experiencia el asunto?” Pero la experiencia de una persona cuya imaginación está errada, no debiera tener mucho valor para nadie. 

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La estación que más debiera temer el que se allega a estos inválidos es el invierno. Es por cierto invierno, no sólo afuera, sino en el interior, para los que se ven obligados a vivir en la misma casa y dormir en la misma habitación. Estas víctimas de una imaginación enfermiza se encierran en el interior y cierran las ventanas, porque el aire afecta sus pulmones y su cabeza. Su imaginación es activa, esperan pasar frío y por eso pasan frío. No hay modo de hacerles comprender que no entienden el principio que rige estos casos. ¿No lo han comprobado ellos? -objetan. Es cierto que han comprobado un aspecto de la cuestión -al insistir en su proceder-, y es cierto que pasan frío si se exponen en lo más mínimo. Son tiernos como bebés, y no pueden soportar nada. Sin embargo, siguen viviendo, continúan cerrando las ventanas y las puertas, y manteniéndose cerca de la estufa, disfrutando de su desgracia. Por cierto han comprobado que su proceder no les ha hecho bien, sino que ha aumentado sus dificultades. ¿Por qué esas personas no permiten que la razón influya en su juicio y controle la imaginación? ¿Por qué no probar ahora un procedimiento opuesto, y de un modo razonable obtener ejercicio y aire afuera, en lugar de permanecer en la casa día tras día, más bien como un manojo de mercancías que como un ser activo? La principal razón, si no la única, por la que muchos se transforman en inválidos es que la sangre no circula libremente, y los cambios del líquido vital, necesarios para la vida y la salud, no se realizan. No han dado ejercicio a sus cuerpos ni alimento a sus pulmones, que es el aire puro y fresco; por lo tanto, es imposible vitalizar la sangre, la que sigue su curso perezosamente por el organismo. Cuanto más ejercicio hagamos, mejor será la circulación de la sangre. Más gente muere por falta de ejercicio que por exceso de fatiga; son más los que se echan a perder por el ocio que por el ejercicio. Los que se acostumbran a hacer ejercicio apropiado al aire libre, generalmente tienen una buena y vigorosa circulación. Dependemos más del aire que respiramos que de los alimentos que ingerimos. Los hombres y las mujeres, jóvenes y mayores, que desean tener buena salud, y que les gustaría tener una vida activa, debieran recordar que no pueden tenerlas sin una buena circulación. Cualquiera que sea su ocupación o inclinación, debieran decidirse a realizar tanto ejercicio al aire libre como puedan. Debieran considerar que es un deber religioso sobreponerse al estado de salud que los ha mantenido confinados en el interior de sus casas, privados del ejercicio al aire libre.

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Algunos inválidos llegan a obstinarse en este asunto y se niegan a aceptar la gran importancia del ejercicio diario al aire libre, por el cual pueden obtener una provisión de aire puro. Por temor de tomar frío, persisten, año tras año, en hacer su voluntad y vivir en un ambiente sin vitalidad. Es imposible para esta clase de personas tener una circulación saludable. El organismo completo sufre por falta de ejercicio y aire puro. La piel se debilita y se vuelve más sensible a cualquier cambio atmosférico. Se ponen ropa adicional y aumentan el calor de las habitaciones. El día siguiente requiere un poco más de calor y un poco más ropa para sentirse perfectamente abrigados, y así satisfacen cada sentimiento cambiante hasta que tienen muy poca vitalidad para soportar el frío. Algunos preguntan: “¿Qué haremos? ¿Quiere que pasemos frío?” Si agregáis ropa, que sea muy poca, y haced ejercicio, si es posible, para recuperar el calor que necesitáis. Si realmente no podéis hacer ningún ejercicio activo, calentáos junto al fuego; pero tan pronto como entréis en calor, quitaos la ropa extra y alejaos del fuego. Si los que pueden, se ocuparan de una labor activa para apartar los pensamientos de sí mismos, generalmente se olvidarían de que sentían frío y no se perjudicarían. Debierais bajar la temperatura de vuestra habitación tan pronto como hayáis recuperado vuestro calor habitual. Para los inválidos que tienen los pulmones débiles, nada es peor que una atmósfera muy caliente. 

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Con demasiada frecuencia los inválidos se privan de la luz solar. Este es uno de los agentes más sanadores de la naturaleza. Es un remedio muy sencillo, y por eso no muy de moda, disfrutar de los divinos rayos del sol y hermosear nuestro hogar con su presencia. Está de moda cuidar de excluir la luz del sol de nuestras salas y dormitorios; se cuelgan cortinas y se cierran las celosías, como si sus rayos fueran perjudiciales para la vida y la salud. No es Dios el que nos ha enviado las muchas penas que sufren los mortales. Nuestra propia insensatez nos ha llevado a privarnos de cosas que son preciosas, de bendiciones que Dios ha provisto, y que, si se usan correctamente, son de inestimable valor para recuperar la salud. Si deseáis que vuestros hogares sean dulces y acogedores, iluminadlos con aire y sol. Quitad las pesadas cortinas, abrid las ventanas y las celosías, y disfrutad de la rica luz del sol, aun a costa del color de las alfombras. Los preciosos rayos del sol pueden descolorar vuestras alfombras, pero darán un color saludable a las mejillas de vuestros hijos. Si tenéis la presencia de Dios y poseéis corazones fervientes y amantes, un hogar humilde, brillante de aire y sol y alegre con una hospitalidad sin egoísmo, será para vuestra familia y para el cansado viajero, un cielo en la tierra. 

A muchos les han enseñado desde la niñez que el aire nocturno es muy perjudicial para la salud, y por eso debe excluirse de las habitaciones. Para su propio daño cierran las ventanas y puertas de los dormitorios para protegerse del aire nocturno, que dicen que es tan peligroso para la salud. En esto se engañan. En el fresco de la noche puede ser necesario protegerse del frío con ropa extra, pero debieran dar aire a sus pulmones. 

Una noche de otoño viajábamos en un coche lleno, donde el aire se había contaminado por la respiración de tanta gente. Las exhalaciones de los pulmones y los cuerpos me produjeron una tremenda sensación de náusea. Levanté mi ventanilla y estaba disfrutando del aire fresco, cuando una dama, en tono serio e implorante, exclamó: “Por favor, baje esa ventanilla. Se va a enfriar y a enfermar, porque el aire nocturno es tan malsano”. Le contesté: “Señora, no tenemos otro aire, en este coche o afuera, sino el aire nocturno. Si se niega a respirar el aire nocturno, entonces debe dejar de respirar. Dios ha provisto para sus criaturas aire para respirar durante el día, y el mismo aire, un poco más fresco, para la noche. En la noche no es posible respirar otra cosa que no sea el aire nocturno. La cuestión es: ¿Será el aire nocturno que respiramos puro, o es de mejor calidad después que ha sido respirado una y otra vez? ¿Es benéfico para la salud respirar el aire contaminado de este coche? Las exhalaciones de los pulmones y cuerpos de hombres impregnados de tabaco y alcohol, contaminan el aire y son un peligro para la salud; y sin embargo casi todos los pasajeros permanecen sentados tan indiferentes como si estuvieran respirando el aire más puro. Dios sabiamente ha provisto que en la noche respiremos aire nocturno, y en el día aire diurno. Si no cumplimos el plan de Dios, y la sangre se vuelve impura, es porque nuestros hábitos equivocados la han hecho así. Pero el aire de la noche, respirado en la noche, por sí mismo no envenena la corriente de vida humana”. Muchos sufren enfermedades porque se niegan a recibir en sus habitaciones en la noche el aire puro nocturno. El puro y gratuito aire del cielo es una de las más ricas bendiciones que podemos gozar. 

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Otra preciosa bendición es el ejercicio apropiado. Hay muchos indolentes, inactivos que no sienten inclinación por el trabajo físico o por el ejercicio porque los cansa. ¿Qué importa si los cansa? La razón por la que se cansan es que no fortalecen sus músculos por medio del ejercicio, por lo tanto les afecta el más pequeño esfuerzo. Las mujeres y niñas enfermas se sienten más satisfechas al ocuparse en trabajos livianos, como crochet, bordado, o encaje al hilo, que al hacer trabajo físico. Si los enfermos desean recuperar la salud, no debieran descontinuar el ejercicio físico; porque así aumentarán la debilidad muscular y el decaimiento general. Vendad un brazo y dejad de usarlo por unas pocas semanas, después quitadle las vendas y descubriréis que es más débil que el brazo que habéis estado usando moderadamente durante el mismo tiempo. La inactividad produce el mismo efecto en todo el sistema muscular. No permite que la sangre despida las impurezas como sucedería si el ejercicio indujera una circulación activa. 

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