Cuando el tiempo lo permite, todos los que puedan hacerlo, debieran caminar al aire libre en verano e invierno. Pero la ropa debiera ser apropiada para el ejercicio, y los pies debieran estar bien protegidos. Una caminata, aun en invierno, sería más benéfica para la salud que todas las medicinas que los médicos puedan prescribir. Para los que pueden caminar, es preferible caminar en vez de cabalgar. Los músculos y las venas pueden realizar mejor su trabajo. Habrá un aumento de la vitalidad, tan necesaria para la salud. Los pulmones tendrían una actividad bien necesaria, puesto que es imposible salir al tonificante aire de una mañana invernal sin llenar bien los pulmones.
Algunos piensan que las riquezas y el ocio son realmente bendiciones. Pero cuando algunas personas se enriquecen, o inesperadamente heredan una fortuna, interrumpen sus hábitos activos, están ociosos, viven cómodamente, su utilidad parece terminar; se vuelven intranquilos, ansiosos e infelices, y su vida pronto se acaba. Los que siempre están ocupados, y llevan a cabo alegremente sus tareas diarias, son los más felices y más sanos. El descanso y la calma de la noche brinda a sus cuerpos cansados un continuado sueño. El Señor sabía lo que traería felicidad al hombre, cuando le dio el trabajo. La sentencia de que el hombre debe trabajar para ganar su pan, y la promesa de futura felicidad y gloria, vinieron del mismo trono. Ambas son bendiciones. Las mujeres preocupadas por la moda son inútiles para la prosecución de los buenos propósitos de la vida. Poseen muy poca fuerza de carácter, tienen poca voluntad moral y energía física. Su más alta meta es ser admiradas. Mueren prematuramente y no se las extraña, pues no han sido una bendición para nadie.
El ejercicio ayuda a la digestión. Salir a caminar después de comer, con la cabeza erguida, enderezando los hombros y haciendo un moderado ejercicio, será de gran beneficio. La mente se apartaría de uno mismo, y se concentraría en las bellezas de la naturaleza. Cuanto menos se presta atención al estómago después de una comida, mejor. Si constantemente teméis que la comida os haga mal, muy probablemente sucederá así. Olvidáos de vosotros mismos y pensad en algo alegre.
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Muchos son víctimas de la idea errónea de que si se han resfriado deben excluir el aire exterior y aumentar la temperatura de su habitación hasta que sea excesivamente alta. El organismo puede estar descompuesto, los poros pueden estar cerrados por el material de desecho, y los órganos internos más o menos inflamados, porque la sangre se ha retirado de la superficie y se ha ido hacia ellos. En estos casos, más que en otros, no se debiera privar a los pulmones de aire puro y fresco. Si hay un momento en que el aire puro es necesario, es cuando alguna parte del organismo, como los pulmones o el estómago, se enferma. Un ejercicio juicioso llevaría la sangre a la superficie, y aliviaría los órganos internos. Un ejercicio vigorizante, aunque no violento, al aire libre, con ánimo alegre, activará la circulación, dando un brillo saludable a la piel, y enviando la sangre, vitalizada por el aire puro, a las extremidades. El estómago enfermo se aliviará con el ejercicio. Con frecuencia los médicos aconsejan a los enfermos visitar países extranjeros, ir a las termas, o navegar, con el fin de recuperar la salud; cuando, en nueve casos de diez, si se alimentaran moderadamente e hicieran un ejercicio saludable con ánimo alegre, recuperarían la salud y ahorrarían tiempo y dinero. El ejercicio, y un aprovechamiento generoso y abundante del aire y de la luz solar, -bendiciones que el Cielo brinda liberalmente a todos-, darían vida y fuerza al extenuado enfermo.
Muchas mujeres se contentan con trabajar cerca de la estufa de cocinar, respirando aire impuro la mitad o las tres cuartas partes del tiempo, hasta que el cerebro se calienta y medio se entumece. Debieran salir y hacer ejercicio todos los días, aunque tengan que descuidar algunas de las tareas de la casa. Necesitan el aire fresco para calmar su cerebro aturdido. No necesitan ir a ver a sus vecinas para chismear, pero debieran imponerse como meta hacer algo bueno, trabajar con el fin de beneficiar a otros. Entonces serán un ejemplo para los demás y recibirán un beneficio real ellas mismas.
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Una salud perfecta depende de una perfecta circulación. Debiera prestarse atención especial a las extremidades, con el fin de que estén tan completamente abrigadas como el pecho y la zona del corazón, donde se concentra la mayor cantidad de calor. Los padres que visten a sus hijos con las extremidades desnudas o casi desnudas, sacrifican la salud y la vida de sus hijos ante la moda. Si estas partes no están tan abrigadas como el cuerpo, la circulación no es pareja. Cuando las extremidades, las cuales están lejos de los órganos vitales, no están correctamente arropadas, la sangre se va a la cabeza, causando dolor de cabeza o hemorragia de la nariz; o se experimenta una sensación de plenitud en el pecho, que produce tos y palpitación del corazón, por causa de la acumulación excesiva de sangre en ese lugar; o el estómago tiene demasiada sangre, y causa indigestión.
Para seguir la moda, las madres visten a sus hijos con las extremidades casi desnudas; y la sangre se retrae de su curso natural hacia los órganos internos, interrumpiendo la circulación y causando enfermedad. Nuestro Creador no formó las extremidades para que estuvieran expuestas, como la cara. El Señor proveyó a la cara una inmensa circulación, porque debía estar expuesta. Tambien proveyó grandes venas y nervios para las extremidades y los pies, para que contuvieran una gran cantidad de la corriente de la vida, para que los miembros pudieran estar tan uniformemente templados como el cuerpo. Estos debieran estar tan cabalmente vestidos como para inducir la circulación de la sangre a las extremidades. Satanás inventó la moda que deja los miembros expuestos, enfriando la corriente de vida y desviándola de su curso original. Y los padres se inclinan ante el altar de la moda y visten a sus hijos de tal modo que los nervios y venas se contraen y no cumplen el propósito que Dios les asignó. El resultado es que los pies y las manos están habitualmente fríos. Los padres que siguen la moda en lugar de la razón, tendrán que rendir cuenta ante Dios por robar salud a sus hijos. Aun la vida misma con frecuencia se sacrifica al dios de la moda.
Los niños vestidos de acuerdo a la moda no pueden soportar la exposición al aire libre a menos que el tiempo sea benigno. Por lo tanto, padres e hijos permanecen en habitaciones mal ventiladas, por temor al aire libre; o bien lo hacen, con su modo devestir a la moda. Si se vistieran juiciosamente, y tuvieran el valor moral de ponerse de parte de lo correcto, no pondrían en peligro su salud al salir en verano e invierno, y hacer ejercicio libremente al aire libre. Pero si se los dejara seguir su propio parecer sin perturbarlos, muchos sacrificarían completamente su propia vida y la de sus hijos. Y los que se ven obligados a cuidarlos se transforman en víctimas. La enferma que está dominada por la imaginación es de temer. Todos los que viven en la casa con ella se debilitan. El esposo pierde su vigor nervioso, y se enferma porque, durante una considerable parte del tiempo, su esposa le roba el aire vital del cielo. Pero los pobres niños, que piensan que la madre sabe mejor lo que es bueno, son los que más sufren. El proceder equivocado de la madre la ha debilitado, y si ella siente frío, se envuelve con más abrigo, y hace lo mismo con los niños, pensando que también deben estar con frío. Cierra las puertas y ventanas, y aumenta la temperatura de la habitación. Los niños con frecuencia son menudos y débiles, y no poseen un alto grado de valor moral. El esposo y los hijos están así encerrados en el invierno, esclavos de las ideas de una mujer controlada por la imaginación, y a veces obstinada. Los miembros de una familia así son mártires diarios. Están sacrificando la salud ante el capricho de una mujer fantasiosa, quejosa, murmuradora. Están privados, en gran medida, del aire que los fortalece y les da energía y vitalidad.
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Los que no usan sus extremidades todos los días notarán que se sienten débiles cuando traten de hacer ejercicio. Las venas y los músculos no están en condiciones de cumplir su función y mantener toda la maquinaria en saludable acción, cada órgano cumpliendo su parte. Los miembros se fortalecen con el uso. Un ejercicio moderado cada día impartirá fuerza a los músculos, que sin ejercicio se ponen fláccidos y endebles. Por medio del ejercicio activo y diario al aire libre, el hígado, los riñones, y los pulmones también se fortalecerán para hacer su trabajo. Traed en vuestra ayuda el poder de la voluntad, que resistirá el frío y dará energía al sistema nervioso. En poco tiempo os daréis cuenta del beneficio del ejercicio y del aire puro y no viviríais sin esas bendiciones. Vuestros pulmones, privados del aire, serán como una persona hambrienta privada de alimento. Por cierto, podemos vivir más tiempo sin alimento que sin aire, que es el alimento que Dios ha provisto para los pulmones. Por lo tanto, no lo consideréis un enemigo, sino una preciosa bendición de Dios.
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Si los enfermos se permiten fomentar una imaginación enfermiza no sólo derrocharán sus propias energías, sino también la vitalidad de quien los cuida. Aconsejo a las hermanas enfermas que se han acostrumbrado a llevar mucha ropa que la dejen gradualmente. Algunas de vosotras vivís sólo para comer y respirar, y no cumplís el propósito para el cual fuisteis creadas. Debierais tener un elevado objetivo en la vida, tratar de ser útiles y eficientes para con vuestras propias familias y llegar a ser miembros útiles de la sociedad. No debierais hacer que la atención de la familia se centre en vosotras, ni debierais depender mayormente de la compasión de los demás. Haced vuestra parte en la obra de dar amor y consuelo a los desafortunados, recordando que ellos tienen sus propias penas y pruebas. Intentad aligerar sus cargas por medio de palabras de simpatía y amor. Al ser una bendición para los demás, seréis una bendición para vosotras mismas.
Los que, tanto como sea posible, se ocupan en hacer el bien de los demás, dándoles una demostración práctica de su interés por ellos están no sólo aliviando los males de la vida al ayudarlos a llevar sus cargas, sino que al mismo tiempo contribuyen en buen grado a la salud de su propia alma y su propio cuerpo. Hacer el bien beneficia tanto al dador como al receptor. Si olvidáis al yo en vuestro interés por los demás, ganáis una victoria sobre vuestras flaquezas. La satisfacción que sentiréis al hacer el bien os ayudará en gran manera a recuperar la salud de la imaginación. El placer de hacer el bien anima la mente y vibra a través de todo el cuerpo. Mientras que el rostro de los hombres benevolentes se ilumina de alegría, y su aspecto expresa el elevado nivel moral de la mente, el rostro de los hombres egoístas y avaros está abatido, decaído y melancólico. Sus defectos morales se dejan ver en su semblante. El egoísmo y el amor propio dejan su propio sello en el hombre exterior. La persona motivada por una verdadera y desinteresada benevolencia participa de la naturaleza divina, habiendo escapado a la corrupción que está en el mundo por la concupiscencia; mientras que los egoístas y avaros han fomentado su egoísmo al punto de marchitar sus simpatías sociales, y su semblante refleja la imagen del enemigo caído, más bien que la pureza y la santidad.
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Enfermos, os aconsejo que arriesguéis algo. Despertad vuestra fuerza de voluntad, y al menos probad esto. Quitad vuestros pensamientos y afectos de vosotros mismos. Andad por fe. ¿Sentís inclinación por centrar vuestros pensamientos en vosotros mismos, temiendo hacer ejercicio, y temiendo que si os exponéis al aire perderéis vuestra vida? Resistid esos pensamientos y sentimientos. No os rindáis a vuestra imaginación enfermiza. Si fracasáis en la prueba, moriréis. Y ¿qué problema hay si morís? Es mejor que se pierda una vida antes que muchas sean sacrificadas. Los caprichos o ideas que albergáis, no sólo están destruyendo vuestra propia vida, sino también perjudicando a aquellos cuya vida es más valiosa que la vuestra. Pero la conducta que os recomendamos no os privará de la vida, ni os dañará. Os beneficiaréis con ella. No es necesario que seais precipitados o imprudentes. Empezad moderadamente a tomar más aire y hacer ejercicio, y seguid nuestra reforma hasta que lleguéis a ser útiles, a ser una bendición para vuestras familias y para todos los que os rodean. Que vuestro juicio os convenza de que el ejercicio, la luz solar, y el aire son las bendiciones que el cielo ha provisto para sanar a los enfermos y mantener sanos a los que no están enfermos. Dios no os priva de estas gratuitas bendiciones otorgadas por el cielo, pero vosotros os habéis castigado a vosotros mismos al cerrarles vuestras puertas. Correctamente usados, estos sencillos pero poderosos agentes ayudarán a la naturaleza a vencer las dificultades reales, si existieran, y darán un tono saludable a la mente y vigor al cuerpo.
En el mundo actual, cuando el vicio y la moda controlan a hombres y mujeres, los cristianos debieran poseer caracteres virtuosos y una gran porción de buen sentido común. Si esto fuese una realidad, los semblantes que ahora se ven ensombrecidos, con señales de enfermedad y corrupción, estarían llenos de esperanza y alegría, iluminados por una verdadera bondad y una conciencia limpia.
El ocio es la mayor maldición que sufre nuestra raza. Los desafortunados niños que han sido formados y educados por madres que no poseen verdadero valor moral, sino que tienen imaginaciones enfermizas y sufren dolencias imaginarias, necesitan la simpatía, la instrucción paciente, y el tierno cuidado de todos los que puedan ayudarlos. No se satisfacen las necesidades de estos niños, y reciben una educación tal que los incapacita para ser miembros útiles de la sociedad mientras vivan, y los lleva a la muerte prematuramente. Si su vida se alargara, nunca olvidarán las lecciones que les enseñara su madre. Por medio de sus palabras y acciones ella ha dejado en sus hijos la impronta de los erroL res de su vida, y en muchos casos ellos seguirán sus pasos. Su manto cae como una oscura mortaja sobre sus pobres hijos. Su proceder inconstante ha dejado el sello de su carácter en la vida de ellos, y ellos no pueden sobreponerse fácilmente a la educación recibida en la niñez.
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Los lazos terrenos más tiernos son los que unen a la madre y a su hijo. El niño queda más fácilmente impresionado por la vida y el ejemplo de la madre que por los del padre, porque los unen lazos más fuertes y más tiernos. Las madres tienen una gran responsabilidad. Si pudiera impresionarlas con la obra que pueden hacer para moldear la mente de sus hijos, me sentiría inmensamente contenta.
Si los padres mismos se informaran, y sintieran la importancia de aplicar este conocimiento de un modo práctico a la educación de sus queridos hijos, verían una situación diferente entre los jóvenes y los niños. Los niños necesitan recibir instrucción acerca de su propio cuerpo. Hay muy pocos jóvenes que tienen un conocimiento definido de los misterios de la vida. Conocen muy poco acerca de su organismo. Dice David: “Te doy gracias por tan grandes maravillas: prodigio soy, prodigios son tus obras” (Salmos 139:14 (Biblia de Jerusalén)). Enseñad a vuestros hijos a reconocer las consecuencias de sus actos; mostradles que si violan las leyes de su ser, deben pagar su culpa sufriendo enfermedad. Si al esforzaros no veis ninguna mejoría notable, no os desaniméis; instruid pacientemente, renglón tras renglón, mandamiento tras mandamiento, un poquito aquí y un poquito allá. Si por este modo habéis logrado olvidaros de vosotros mismos, habéis dado un paso en la dirección correcta. Perseverad hasta que obtengáis la victoria. Continuad enseñando a vuestros hijos acerca de su propio cuerpo y cómo cuidarlo. El descuido acerca de la salud del cuerpo tiende al descuido del carácter moral.
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No dejéis de enseñar a vuestros hijos a cocinar. Al hacerlo les impartís principios que deben ser parte de su educación religiosa. Al dar a vuestros hijos lecciones de fisiología, y al enseñarles a cocinar con sencillez, pero con habilidad, estáis colocando los fundamentos de las ramas más útiles de la educación. Se requiere habilidad para hacer un pan bueno y liviano. Hay religión en la buena cocina, y cuestiono la religión de los que son demasiado ignorantes y demasiado descuidados para aprender a cocinar.
Vemos semblantes cetrinos y dispépticos quejosos dondequiera que vamos. Cuando nos sentamos a las mesas y comemos los alimentos cocinados del mismo modo durante meses, y quizá durante años, me maravillo de que esas personas estén vivas. El pan y las galletas están amarillos por el bicarbonato de soda. Se recurre al bicarbonato de soda para solucionar un descuido. Debido a un olvido, a menudo el pan se vuelve agrio antes de hornearlo, y para remediar este mal se le agrega una gran cantidad de bicarbonato de soda, lo que sólo hace al pan totalmente impropio para el estómago humano. Ninguna forma de bicarbonato de soda se debiera introducir en el estómago, pues el efecto es terrible. Consume las membranas del estómago, causa inflamación, y con frecuencia envenena todo el organismo. Algunos aducen: “No puedo hacer buen pan o bizcochos sin usar soda o bicarbonato de soda”. Por cierto que podéis si queréis ser alumnas y deseáis aprender. ¿No es la salud de vuestra familia de valor suficiente para despertar vuestro interés por aprender a cocinar y a comer?
Lo que ingerimos no puede convertirse en buena sangre a menos que sea de buena calidad, sencillo y nutritivo. El estómago nunca puede convertir el pan agrio en dulce. Los alimentos pobremente preparados no son nutritivos y no pueden producir buena sangre. Estas cosas que irritan y trastornan el estómago tendrán una influencia que entorpece los más delicados sentimientos del corazón. Muchos de los que adoptan la reforma pro salud se quejan de que no les sienta bien; pero, después de sentarme a sus mesas, llego a la conclusión de que la falla no está en la reforma pro salud, sino en los alimentos pobremente preparados. Los partidarios de la reforma pro salud, más que todos los demás, debieran ser cuidadosos en evitar los extremos. El cuerpo debe tener suficientes nutrimentos. No podemos subsistir sólo del aire. Tampoco podemos conservar la salud a menos que tengamos alimentos nutritivos. Los alimentos debieran prepararse bien de modo que sean sabrosos. Las madres debieran ser fisiólogas prácticas y enseñar a sus hijos a conocerse a sí mismos y a tener valor moral para practicar principios correctos en desafío a las modas destructoras de la vida y de la salud. La transgresión innecesaria de las leyes de nuestro ser es una violación de la Ley de Dios.
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Una cocina deficiente está lentamente desgastando las energías vitales de miles. Es peligroso para la salud y la vida comer en algunas mesas el pan pesado y agrio y el resto de los alimentos preparados de acuerdo con él. Madres, en vez de tratar de dar a vuestras hijas una educación musical, instruidlas en estas ramas útiles relacionadas de cerca con la vida y la salud. Enseñadles todos los misterios de la cocina. Mostradles que ésa es una parte de su educación, esencial para su formación cristiana. A menos que los alimentos sean preparados de un modo saludable y sabroso, no pueden convertirse en buena sangre para reconstituir los tejidos desgastados. Puede que a vuestras hijas les guste la música, y esto puede ser correcto, puede contrubuir a la felicidad de la familia; pero el conocimiento de la música sin el conocimiento de la cocina no tiene mucho valor. Cuando vuestras hijas tengan sus propias familias, los conocimientos acerca de la música y del bordado no proveerán la mesa con una comida bien preparada, arreglada con gusto, de modo que no se ruboricen al presentarla ante sus más apreciados amigos. Madres, vuestra obra es sagrada. Dios quiera ayudaros a emprenderla con su gloria en vista y a trabajar ferviente, paciente y amorosamente para bien presente y futuro de vuestros hijos, con la vista puesta sólo en la gloria de Dios.