Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 486-494, día 126

Especialmente los ministros debieran conocer el carácter y las obras de Cristo, para poder imitarlo; pues el carácter y las obras de un verdadero cristiano son como las de él. El dejó su gloria, sus dominios, sus riquezas, y vino en busca de los que estaban muriendo en el pecado. Se humilló hasta sufrir nuestras necesidades, para poder exaltarnos hasta el cielo. El sacrificio, la abnegación y la benevolencia desinteresada caracterizaron su vida. El es nuestro Modelo. ¿Ha imitado usted, hermano A, al Modelo? Respondo: No. El es un ejemplo perfecto y santo, dado para que lo imitemos. No podemos igualar el Modelo, pero no seremos aprobados por Dios si no lo copiamos, y de acuerdo con la capacidad que Dios nos ha dado, nos asemejamos a él. El amor por las almas por las que Cristo murió nos llevará a la negación propia y a desear hacer cualquier sacrificio con el fin de ser colaboradores con Cristo en la salvación de las almas. 

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La obra de los siervos elegidos por Dios será fructífera si está moldeada de acuerdo a él. Sus palabras y obras son los canales a través de los cuales los puros principios de la verdad y la santidad llegan al mundo. Sus vidas ejemplares los hacen la luz del mundo y la sal de la tierra. Los siervos de Dios debieran, con la mano de la fe, asirse del poderoso brazo y recoger los divinos rayos de lo alto, mientras que con la mano del amor, alcanzan a las almas que perecen. Se necesita diligencia en esta obra. La indolencia hará que las almas que podrían ser salvas, sean arrastradas más allá de nuestro alcance. Dios quiere en su servicio a ministros que sean despiertos, enérgicos y perseverantes, que sean fieles vigías en los muros de Sión, atentos para escuchar las palabras del divino Maestro y fieles en proclamarlas a la gente. 

Usted se parece mucho a Meroz. Es muy diligente cuando lo que hace le brindará alguna ventaja, pero no encuentra motivo para ser especialmente diligente a menos que se haya de beneficiar. Usted es claramente un hombre perezoso. Puede ingerir sus alimentos regularmente, pero no siente ninguna atracción por el trabajo físico. Ningún hombre puede trabajar como ministro a menos que sea industrioso, diligente en sus ocupaciones, y fiel en el cumplimiento de todos sus deberes sociales y públicos de la vida. Dios nos ha elegido como sus siervos, para su obra, que requiere perseverante energía. No debemos transformarnos en personas mimadas, rehuir el esfuerzo, las penurias y los conflictos. 

Se me señalaron las siguientes palabras inspiradas: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos”. 2 Corintios 4:5-10. La suficiencia del apóstol no provenía de él mismo, sino de la presencia y el poder del Espíritu Santo, cuyas bondadosas influencias llenaban su alma, trayendo cada pensamiento en sujeción y obediencia a Cristo. Su ministerio fue fructífero. 

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El primer gran mandamiento es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón”. Y el segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos dependen todo el interés y el deber de los seres humanos. Los que cumplen su deber hacia los demás, como quisieran que los otros hagan con ellos, alcanzarán una posición en la cual Dios se les pueda revelar. Serán aprobados por él. Son perfeccionados en amor, y sus esfuerzos y oraciones no serán en vano. Están continuamente recibiendo gracia y verdad de la suprema Fuente, y del mismo modo transmiten a otros gratuitamente la divina luz y la salvación que reciben. En ellos se cumple lo que dice la Escritura: “Tenéis por fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”. Romanos 6:22. 

El egoísmo es abominación a la vista de Dios y de los santos ángeles. Por causa de este pecado muchos no obtienen las cosas buenas que podrían disfrutar. Miran con ojos egoístas sus propios intereses, y no aprecian ni buscan el interés de los demás como buscan el suyo. Invierten la orden de Dios. En lugar de hacer a los otros lo que desean que los otros les hagan a ellos, hacen para sí lo que desean que los otros les hagan, y hacen a los otros lo que les disgustaría mucho que les hicieran a ellos. Esto es lo que usted necesita aprender. El amor es de Dios. Usted no tiene el amor que moraba en el corazón de Cristo. El corazón no consagrado no puede originar, ni producir esta planta de origen celestial, que para florecer, debe ser regada constantemente con el rocío del Cielo. Puede florecer sólo en el corazón donde reina Cristo. Este amor no puede vivir ni florecer sin acción; no puede actuar sin aumentar en fervor y extender y difundir su naturaleza a los demás. Usted carece en gran medida de este principio, y así todo ha estado oscuro donde su presencia podría haber traído la luz. 

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Hermano mío, usted necesita una completa transformación, una cabal conversión. Sin esto es solamente un guía ciego. Su influencia no aumenta el amor y la unión de los que están con usted. En vez de construir, ejerce una influencia que desparrama. Usted ha sido una maldición para el oeste con sus deficiencias. Mientras que sea tan deficiente en la gracia de Dios, y tan dado al egoísmo, no puede elevar a la iglesia a la posición que Dios requiere que ocupe. “De la cual fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí”. Colosenses 1:25-29. 

Los ministros de Dios deben tener la verdad en sus corazones a fin de presentarla con éxito a otros. Deben ser santificados por las verdades que predican, o serán sólo piedras de tropiezo para los pecadores. Los que son llamados por Dios para ministrar las cosas santas son llamados a ser puros de corazón y santos en su vida. “Purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová”. Isaías 52:11. Si Dios pronuncia una maldición sobre los que son llamados a predicar la verdad y se niegan a obedecer, una maldición mayor recae sobre los que toman sobre ellos esta obra sagrada sin tener las manos limpias y los corazones puros. Como hay maldiciones para los que predican la verdad cuando sus corazones y sus vidas no están santificados, también hay maldiciones para los que reciben y mantienen a los que no están santificados en el puesto que no pueden ocupar. Si el Espíritu de Dios no ha santificado y purificado y limpiado las manos y el corazón de los que ministran en las cosas sagradas, hablarán de acuerdo con su propia experiencia imperfecta y deficiente y sus consejos apartarán de Dios a los que tomen como modelo y confíen en su juicio y experiencia. 

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Quiera Dios ayudar a los ministros a prestar atención a la exhortación de Pablo a los Corintios: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” 2 Corintios 13:5. Hay una obra que usted debe hacer, hermano mío, si desea obtener la vida eterna. Que Dios lo ayude a hacer esta obra cabalmente, para que pueda ser perfecto y completo, sin faltarle nada. 

Chicago, Illinois, Massasoit House,

julio 6 de 1870.

Fanatismo e ignorancia

Hermano E,

Cuando estuve en Róchester, Nueva York, el 25 de diciembre de 1865, antes de visitar el estado de Maine, vi algunas cosas relacionadas con las inquietantes y desanimadoras condiciones de la causa en ese estado. Se me mostró que muchos que pensaban que su deber era enseñar la Palabra de Dios en público habían errado en su obra. No habían sido llamados a dedicarse a esta obra solemne y de responsabilidad. No estaban capacitados para la obra del ministerio, pues no podían instruir correctamente a otros.

Algunos habían obtenido su experiencia entre un grupo de religiosos fanáticos que no tenían un concepto correcto del carácter elevado de la obra. La experiencia religiosa de este grupo de profesos adventistas del séptimo día no era confiable. No tenían principios firmes que sustentaran sus acciones. Eran confiados en sí mismos y jactanciosos. Su religión no consistía en actos justos, verdadera humildad de alma y sincera devoción a Dios; sino de impulsos, ruido y confusión, salpicados de excentricidades y rarezas. No habían sentido, ni tampoco podían sentir, la necesidad de estar revestidos con la justicia de Cristo. Tenían una justicia propia, que era como trapos de inmundicia, y que Dios en ningún caso puede aceptar. Estas personas no amaban la unión y la armonía de acción. Se deleitaban en el desorden. Preferían la confusión, el aturdimiento y la diversidad de opiniones. Eran ingobernables, insumisos, irregenerados y sin consagración. Y ese elemento de confusión estaba de acuerdo con sus mentes indisciplinadas. Eran una maldición para la causa de Dios y deshonraban el nombre de Adventistas del Séptimo Día. 

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Estas personas no habían experimentado la obra de reforma, o santificación por medio de la verdad. Eran toscos e incultos. Nunca habían gustado el dulce y puro refinamiento del mundo futuro. Nunca habían experimentado el misterio de la piedad, ni sus corazones se habían admirado ante él. Colocaban las cosas divinas y eternas en el mismo nivel que las cosas comunes, y hablaban del cielo y de la venida de Jesús como hablarían de un caballo. Tenían un conocimiento superficial de la teoría de la verdad, pero más allá de esto eran ignorantes. Sus principios no habían tomado control de sus vidas para llevarlos a aborrecer al yo. Nunca se habían visto en la luz que Pablo se veía a sí mismo, lo que llevó a percibir los defectos morales de su carácter. Nunca habían sido muertos por la Ley de Dios, y no se habían separado de sus impurezas y suciedad. La ocupación favorita de algunos de este grupo es participar en conversaciones triviales y frivolidades. Contrajeron este hábito y lo practicaron en ocasiones que debieran haber estado caracterizadas por una solemne meditación y devoción. Al hacer esto, manifestaban falta de verdadera dignidad y refinamiento, y perdían la estima de personas sensatas que no conocían la verdad. Este grupo se entregó a una corriente de tentaciones y se mantuvo donde el enemigo los guiaba con éxito; tan fácilmente controlaba sus mentes y corrompía toda su experiencia que muy probablemente serán incapaces de recuperarse y salir de su trampa y obtener una experiencia saludable. 

El fuego del día de Dios consumirá la hojarasca y la paja, y no quedará nada de los que continúen en el proceder impío en que se han deleitado por tanto tiempo. Este grupo siente desagrado por la compañía de aquellos con quienes verdaderamente está Dios. Su experiencia religiosa es de una clase tan baja que no tienen parte ni suerte en una experiencia religiosa inteligente y racional; por lo tanto desprecian la compañía de aquellos a quienes Dios guía y a quienes está enseñando. El sarcasmo y la ironía es el fuerte de algunas mentes peculiares de este grupo. Son atrevidos e insolentes y no aprecian los buenos modales. No les interesa diferenciar y honrar a los que se debe honrar. Manifiestan un espíritu orgulloso, rebelde y desafiante en contra de los que no comparten sus opiniones. Sus modales estrepitosos y su comportamiento equivocado llevan al verdadero siervo de Dios a pensar que se han opuesto a los esfuerzos hechos en favor de ellos, y al sentirse desalentado deja de trabajar por ellos. Tienen parte en un despreciable triunfo de exactamente la misma naturaleza que el que Satanás y sus ángeles malos tienen sobre las almas que apresan. Tienen a Satanás y a los ángeles malos de su parte para regocijarse con ellos. Los casos de las personas en quienes se ha desarrollado este tipo de carácter peculiar y llamativo, son sin esperanza. Están encerrados en su justicia propia y llaman orgullo y falta de humildad a todo carácter refinado y elevado. La vulgaridad y la ignorancia son consideradas humildad. 

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Con este grupo usted ha obtenido una gran parte de su experiencia religiosa; por lo tanto, no está capacitado para la obra de enseñar el más solemne, refinado, elevador y además el más aprobatorio mensaje dado a los mortales. Usted puede alcanzar cierta clase de mentes, pero sus esfuerzos apartarán a la porción más inteligente de la comunidad. Usted no conoce suficientemente ni lo más elemental de la educación para ser un instructor de hombres y mujeres que tienen un astuto diablo que por su lado sugiere y planea modos de apartarlos de la verdad. 

A los maestros de las escuelas comunes se les exige ser idóneos en su trabajo. Se los examina rigurosamente para comprobar si se pueden confiar los niños a su cuidado. Se investiga el esmero de sus calificaciones, para comprobar si están a la altura de la importancia del puesto que se les pide que ocupen. Vi que la obra de Dios es de un carácter tanto más exaltado y de tanto mayor interés, cuanto lo eterno está por encima de lo temporal. Un error cometido aquí no se puede reparar. Es de infinita importancia que todos los que salen a enseñar la verdad estén capacitados para hacer su trabajo. Se debiera hacer un estudio de su habilidad para enseñar la verdad, no menos estricto que en el caso de los que enseñan en nuestras escuelas. La obra de Dios ha sido disminuida por la conducta relajada y negligente que han seguido los profesos ministros de Cristo. 

Se me mostró que los ministros deben ser santos y conocer la Palabra de Dios. Debieran estar familiarizados con las doctrinas bíblicas y preparados para dar razón de su esperanza, o cesar en sus esfuerzos y dedicarse a otra profesión en la que su deficiencia no acarree tan tremendas consecuencias. Los ministros de las denominaciones populares de este tiempo son predicadores aceptables si pueden hablar acerca de unos pocos puntos sencillos de la Biblia; pero los ministros que difunden una verdad impopular para estos últimos días, que tienen que encontrarse con hombres instruidos, hombres de mentes vigorosas, y opositores de toda clase, debieran estar bien preparados. No debieran tomar la responsabilidad de enseñar la verdad a menos que estén capacitados para ese trabajo. Antes de comprometerse o dedicarse a la obra debieran ser estudiosos de la Biblia. Si no tienen una educación como para hablar en público en forma aceptable, hacer justicia a la verdad y honrar al Señor al que profesan servir, debieran esperar hasta que estén capacitados para su función. 

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Hermano E, usted no puede ocupar el puesto de un ministro de Cristo. Vi que carecía de una correcta experiencia religiosa. No se conoce a sí mismo. Ni siquiera puede leer correctamente, ni usar el lenguaje que pueda recomendar la verdad al entendimiento de una comunidad inteligente. Usted carece de discernimiento. No sabría cuándo correspondería hablar o cuándo sería sabio callar. Junto con el grupo peculiar que he mencionado, tanto tiempo ha pensado usted que lo sabía todo, que no ve sus deficiencias cuando se las presentan. Posee un alto grado de estima propia, y su experiencia se ha caracterizado por la confianza en sí mismo y la vanagloria. 

Usted no es enseñable, por lo tanto la causa de Dios no prosperaría en sus manos. Usted no llegaría a admitir una derrota cuando alguna le tocara. Sus esfuerzos traerían descrédito y deshonor a la causa de Dios, y no se daría cuenta de ello. Cierta clase de persona puede convencerse de la verdad por su medio; pero la mayoría se apartaría y se colocaría donde no podría ser alcanzada por una labor correcta y con criterio. Entretejidas con su experiencia hay cosas que irán en detrimento de la verdad. 

Sus modales no han sido refinados y elevados. Su conducta no ha sido agradable a Dios. Sus palabras han sido descuidadas. Le falta piedad y devoción. Usted no ha logrado experimentar la vida espiritual. No comprende cómo presentar correctamente la Palabra de vida, dando a cada uno su porción de alimento en el momento oportuno. Usted ha preferido discutir y argumentar ciertos puntos cuando estaba completamente fuera de lugar y no podría sino fracasar. Este es el espíritu del grupo de Maine que he mencionado. Se deleitan en contender en forma desafiante. Usted no manifestaría mansedumbre al instruir a los que se oponen. En cierto grado, siempre estará impedido por su desafortunada experiencia. Le falta cultura y humildad. Tiene importantes lecciones que aprender antes de poder llegar a ser un modesto y aceptable seguidor de Cristo, aun como laico. 

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Una hija consentida

Querida amiga F,

Me fue mostrado que usted estaba en peligro de quedar bajo el completo control del gran adversario de las almas. Su experiencia en _____ no fue buena. Su estada en la _____ perjudicó, y se volvió orgullosa y vanidosa. No faltaron personas que imprudentemente la mimaron y alabaron hasta que llegó a ser vanidosa, impertinente y atrevida. Usted se ha resistido a restringirse, ha sido obcecada, obstinada y terca, y ha causado muchos problemas a sus padres. Ellos han errado. Imprudentemente su padre la ha mimado. Usted se aprovecho de esto y se volvió engañosa. Ha recibido una aprobación que no merecía. 

Usted podía hacer su voluntad en _____ y se tomó libertades que ni por un momento debiera haberse permitido. Cuando a usted o a sus hermanas se las reprendía, se sentían insultadas y presentaban el caso a su madre como si las hubieran ofendido. Exageraba las cosas y ella se ponía nerviosa, se excitaba e irritaba fácilmente si pensaba que no respetaban su posición y dignidad. Le disgustaba que alguien pudiera mandar a sus hijos, y no escondía su desagrado. Habló de modo incorrecto a quienes debía haber respetado. Su madre demostró mucha falta de sabiduría al ponerse de su parte y al censurar a los que debiera haber agradecido, antes que culpado. Ella la perjudicó a usted y le hizo un daño que nunca podrá reparar del todo. Usted triunfó porquepensó que estaba libre de censura, pensó que podría hacer lo que quisiera. Su madre no siempre la vigilaba, y si la hubiera vigilado, no podría haber discernido sus malas tendencias. 

En la escuela, usted tenía un maestro bueno y noble, sin embargo se indignaba porque la restringían. Pensaba que porque era la hija de G, su maestro debiera haber mostrado preferencia por usted y no haber tomado la libertad de enmendarla y reprenderla. Sus hermanas también compartían la misma idea. Usted llevó sus quejas a sus padres; ellos escucharon su versión de las cosas, más o menos simpatizaron con usted, y se sintieron inquietados por su versión exagerada. Realmente la perjudicaron. Usted no había sido debidamente disciplinada. No obstante se ofendió porque no pudo hacer su voluntad, sino que fue obligada a rendirse ante la forma decidida y cabal de las instrucciones del hermano H. En la escuela, a veces era molesta, insolente y desafiante, y carecía mucho de modestia y decoro. Era atrevida, egoísta y jactanciosa, y necesitaba una firme disciplina, tanto en casa como en la escuela. 

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