Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 521-529, día 130

Es correcto que elijamos lugares como este bosquecillo para períodos de esparcimiento y recreación. Pero no estamos aquí para dedicar nuestra atención meramente a nosotros mismos, y desperdiciar precioso tiempo en entretenimientos que han de fomentar la aversión por las cosas sagradas. No hemos venido aquí para complacernos en chistes y bromas, en tontas conversaciones y risas sin sentido. Aquí contemplamos las bellezas de la naturaleza. ¿Qué haremos entonces? ¿Nos postraremos y las adoraremos? Por cierto que no. Pero mientras contemplamos estas obras de la naturaleza debiéramos permitir que la mente se eleve al Dios de la naturaleza; que se eleve al Creador del universo, y luego adorar al Creador que ha hecho todas estas bellezas para nuestro beneficio y felicidad. 

Muchos se deleitan con bellos cuadros y están dispuestos a alabar el talento que puede producir un hermoso dibujo, pero ¿de dónde obtienen su inspiración los que dedican su vida a esta obra? ¿De dónde los artistas extraen ideas que han de plasmar en la tela? De las hermosas escenas de la naturaleza, sólo de la naturaleza. Hay individuos que dedican toda su fuerza y prodigan todos sus afectos a sus gustos por estas cosas. Muchos apartan su mente de las bellezas y glorias de la naturaleza que nuestro Creador ha preparado para su deleite, y dedican toda su capacidad a perfeccionar su arte; sin embargo, todas estas cosas son sólo copias imperfectas de la naturaleza. El arte nunca alcanza la perfección que se ve en la naturaleza.

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Se olvida al Hacedor de todas las cosas bellas. He visto a muchos que se extasiaban ante la pintura de una puesta de sol, mientras que al mismo tiempo podrían tener el privilegio de ver una real y gloriosa puesta de sol casi todas las tardes del año. Pueden ver los hermosos tintes con los cuales el invisible Artista Maestro, con divina destreza ha pintado gloriosas escenas en la cambiante tela de los cielos, y sin embargo se vuelven descuidadamente del cuadro pintado por el cielo, a las obras de arte diseñadas por dedos imperfectos, y casi se postran y las adoran. ¿Cuál es la razón de esto? Es que el enemigo está casi constantemente tratando de desviar la mente de Dios. Cuando presentamos a Dios y la religión de Cristo, ¿los reciben? Por cierto que no. No pueden aceptar a Cristo. ¿Qué? ¿Han de hacer ellos el sacrificio que tendrían que hacer para recibirlo? ¡De ninguna manera! Pero, ¿qué se requiere? Simplemente los mejores y más santos afectos del corazón para el que dejó la gloria del Padre y descendió a morir por una raza de rebeldes. Dejó sus riquezas, su majestad, y su alto mando y tomó sobre sí nuestra naturaleza, para abrir una vía de escape; ¿para hacer qué? ¿para humillarnos? ¿para degradarnos? Por cierto que no. Para abrirnos una vía de escape de la desesperada miseria, y elevarnos finalmente a su mano derecha en su reino. Por eso hizo el grande, el inmenso sacrificio. Y ¿quién puede comprender este gran sacrificio? ¿Quién puede apreciarlo? Ninguno sino los que comprenden el misterio de la piedad, los que han gustado los poderes del mundo por venir, los que han bebido de la copa de salvación que se nos ha ofrecido. El Señor nos ofrece esta copa de salvación, mientras que con sus propios labios vació, en nuestro lugar, la amarga copa que nuestros pecados habían preparado, y que había sido servida para que la bebiéramos nosotros. No obstante, hablamos como si Cristo, quien ha hecho tal sacrificio, y manifestado tal amor por nosotros, quisiera privarnos de todo lo que deseamos.

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¿De qué bienes nos privaría? Nos privaría del privilegio de rendirnos a las pasiones naturales del corazón carnal. No podemos enojarnos cuando nos plazca, y a la vez mantener una conciencia limpia y la aprobación de Dios. Pero ¿no estamos deseosos de abandonar esto? El entregarnos a las pasiones corruptas ¿nos hará en algo más felices? Es porque no nos hace más felices que se nos imponen esas restricciones. Enojarnos y cultivar un carácter perverso no nos ayuda a estar gozosos. No nos traerá felicidad seguir las tendencias del corazón natural. Y ¿seremos mejores al complacernos en ella? No; ellas arrojarán una sombra sobre nuestro hogar y una mortaja sobre nuestra felicidad. Ceder a los apetitos naturales perjudicará nuestra salud y destruirá el organismo. Por lo tanto, Dios quiere que restrinjamos el apetito, que controlemos las pasiones y tengamos en sujeción a todo nuestro ser. Y él ha prometido darnos fuerza si nos ocupamos de esta obra. 

El pecado de Adán y Eva causó una tremenda separación entre Dios y el hombre. Y Cristo se ubica entre el hombre caído y Dios, y le dice al hombre: “Todavía puedes llegar al Padre; hay un plan trazado por el cual Dios puede ser reconciliado con el hombre, y el hombre con Dios; a través de un Mediador puedes acercarte a Dios”. Y ahora está él para mediar por vosotros. El es el gran Sumo Sacerdote que intercede por vosotros; y vosotros debéis venir y presentar vuestro caso al Padre por medio de Jesucristo. Así podéis tener acceso a Dios, aunque pequéis; vuestro caso no es desesperado. “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”. 1 Juan 2:1. 

Doy gracias a Dios porque tenemos un Salvador. Y no hay modo por el que podamos ser exaltados, excepto por medio de Cristo. Entonces que ninguno piense que es una gran humillación de su parte aceptar a Cristo; porque cuando damos ese paso, nos asimos de la cuerda de oro que une al hombre finito con el infinito Dios; damos el primer paso hacia la verdadera exaltación, para poder ser idóneos para la compañía de los ángeles celestiales y puros en el reino de gloria.

No se desanimen, no se desalienten. Aunque sufran tentaciones y sean acosados por el artero enemigo, si el temor de Dios está delante de ustedes, ángeles excelsos en fortaleza serán enviados para ayudarles, y podrán ser un rival superior a los poderes de las tinieblas. Jesús vive. Murió para proveer una vía de escape para la raza caída, y vive hoy para interceder por nosotros, para que podamos ser exaltados a su diestra. Esperen en Dios. El mundo anda por la senda ancha; y mientras ustedes transiten por la senda angosta, y tengan que luchar con principados, potestades y poderes, y enfrentar la oposición de los enemigos, recuerden que se ha hecho provisión para ustedes. La ayuda está depositada en Alguien que es poderoso, y por medio de él puedan vencer.

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Salgan de en medio de ellos, y apártense, dice el Señor, y yo los recibiré, y serán hijos e hijas del Señor Todopoderoso. ¡Qué promesa es ésta! Es una garantía de que lleguen a ser miembros de la familia real, herederos del reino celestial. Si una persona recibiera honores de algún monarca de la tierra, o se conectara con él, la noticia pasaría a todos los periódicos del día y despertaría la envidia de los que se consideran menos afortunados. Pero hay Uno que es Rey sobre todos, el Monarca del universo, el Origen de todo lo bueno; y él nos dice: Los haré mis hijos e hijas; los uniré a mí mismo; llegarán a ser miembros de la familia real e hijos del Rey celestial. 

Pablo dice: “Puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. 2 Corintios 7:1. ¿Por qué no habremos de hacer esto, cuando tenemos tal incentivo, el privilegio de llegar a ser hijos del Altísimo, el privilegio de llamar al Dios del cielo nuestro Padre? ¿No es eso suficiente? Y ¿llaman a esto privarse de todo lo que vale la pena tener? ¿Es esto abandonar todo lo que vale la pena poseer? Déjenme unirme a Dios y a los santos ángeles, pues ésta es mi más elevada ambición. Ustedes pueden quedarse con todas las posesiones de este mundo; pero yo quiero tener a Jesús, quiero tener el derecho a la herencia inmortal, la riqueza eterna. Déjenme gozar las bellezas del reino de Dios. Dejen que me deleite con las pinturas que sus propios dedos han coloreado. Yo las puedo disfrutar. Ustedes también pueden disfrutarlas. No podemos adorarlas, pero por medio de ellas podemos ser llevados a él y contemplar la gloria del que hizo todas estas cosas para nuestro deleite. 

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Nuevamente digo: Tengan ánimo. Confíen en el Señor. No permitan que el enemigo les robe las promesas. Si se han separado del mundo, Dios ha dicho que él será su Padre, y ustedes seréis sus hijos e hijas. ¿No es eso suficiente? ¿Qué mayor aliciente se les podría presentar? ¿Tiene algún sentido ser una mariposa y no tener principios u objetivos en la vida? ¡Oh! Déjenme en la plataforma de la verdad eterna. Denme valores inmortales. Déjenme asirme de la cadena de oro que desciende del cielo a la tierra, y dejen que me eleve a Dios y a la gloria. Esta es mi ambición, este es mi objetivo. Si los demás no tienen un objetivo más elevado que el vestido, si pueden deleitarse en el despliegue exterior y satisfacer su alma con moños y cintas y fantasías, que los disfruten. Pero a mí permítanme tener el adorno interior. Dejen que me vista de Dios. Y yo se los recomiendo, jóvenes y Señoritas, porque es más precioso a su vista que el oro de Ofir. Esto es lo que hace al hombre más precioso que el oro fino, más precioso aún que el oro de Ofir. Mis hermanas, y ustedes jóvenes, este espíritu las hará más preciosas a la vista del Cielo que el oro fino, más preciosas aún que el oro de Ofir. Les recomiendo a Jesús, mi bendito Salvador. Yo lo adoro, lo magnifico. ¡Oh, si pudiera tener una lengua inmortal para alabarlo como deseo! ¡Si pudiera estar frente al universo congregado y hablar en alabanza de sus siniguales encantos!

Y mientras que yo lo adoro y magnifico, ustedes magnifíquenlo conmigo. Alaben al Señor aun cuando caigan en la oscuridad. Alábenlo aun en la tentación. “Regocijaos en el Señor siempre -dice el apóstol-. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” ¿Traerá eso penumbras y tinieblas a sus familias? No, por cierto; traerá un rayo de sol. Así reciban rayos de luz eterna del trono de gloria y los esparcirán a su alrededor. Permítanme exhortarlos a realizar esta obra: esparzan esta luz y esta vida a su alrededor, no sólo en vuestra propia senda, sino en las sendas de los que se relacionan con ustedes. Que su objetivo sea mejorar a los que los rodean, elevarlos, señalarles el cielo y la gloria, y guiarlos a buscar, por sobre todas las cosas terrenales, los bienes eternos, la herencia inmortal, las riquezas imperecederas. 

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Un sueño impresionante

Mientras visitaba Battle Creek en agosto de 1868, soñé que estaba con una gran compañía de gente. Una parte de esta congregación empezó a prepararse para un viaje. Teníamos carretas muy cargadas. Mientras viajábamos, parecía que el camino ascendía. A un lado de este camino había un profundo precipicio; al otro había un alto y liso muro blanco, con la terminación dura de paredes revocadas. 

A medida que avanzábamos, el camino se hacía más angosto y empinado. En algunos lugares parecía tan estrecho que no podíamos ya viajar con las carretas cargadas. Entonces desatamos los caballos, tomamos parte del equipaje de las carretas, lo colocamos sobre los caballos, y viajamos a caballo. 

A medida que avanzábamos la senda seguía estrechándose. Nos vimos obligados a marchar muy cerca del muro, para evitar caer del angosto camino en el profundo precipicio. Cuando hacíamos esto, el equipaje que llevaban los caballos presionaba contra la pared y nos impelía hacia el precipicio. Temíamos caer y estrellarnos contra las rocas. Entonces soltamos el equipaje de los caballos, que cayó al precipicio. Seguimos a caballo, y cuando llegábamos a los lugares más angostos del camino, sentíamos gran temor de perder el equilibrio y caer. En esos momentos, parecía que una mano tomaba la brida y nos guiaba en el camino peligroso.

Como la senda se hacía más angosta, decidimos que ya no podíamos seguir a caballo con seguridad. Dejamos los caballos y continuamos a pie, en una sola fila, cada uno siguiendo las pisadas del otro. En este punto, pequeñas cuerdas descendieron desde lo alto del muro blanco; nos asimos de ellas firmemente, para ayudarnos a mantenernos en equilibrio sobre la senda. Mientras avanzábamos, el cordón avanzaba con nosotros. Finalmente la senda se hizo tan angosta que llegamos a la conclusión de que viajaríamos más seguros sin zapatos, así que los quitamos y continuamos sin ellos. Pronto vimos que podíamos viajar más seguros sin las medias; nos las quitamos y seguimos descalzos. 

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Entonces pensamos en los que no estaban acostumbrados a las privaciones y penurias. ¿Dónde estaban ahora? No estaban en el grupo. A cada cambio algunos quedaban atrás, y sólo seguían los que se habían acostumbrado a soportar penurias. Las privaciones del camino sólo los hacía más deseosos de esforzarse hasta el final. 

El peligro de caer de la senda aumentaba. Nos apoyábamos fuertemente contra el muro, sin embargo no podíamos apoyar nuestros pies del todo sobre la senda, porque era demasiado angosta. Entonces suspendíamos casi todo nuestro peso de las cuerdas y exclamábamos: “¡Nos sostienen desde arriba! ¡Nos sostienen desde arriba!” Toda la compañía que avanzaba por la senda angosta pronunció las mismas palabras. Cuando escuchamos las risas y la jarana que parecían venir del abismo nos estremecimos. Escuchamos canciones de guerra y canciones de danza. Escuchamos música instrumental y fuertes risas, mezcladas con maldiciones, gritos de angustia y amargos lamentos, y nos sentimos más ansiosos que nunca de seguir en nuestro angosto y difícil camino. Gran parte del tiempo nos veíamos obligados a suspender todo nuestro peso de las cuerdas, que aumentaban de tamaño a medida que avanzábamos. 

Noté que el hermoso muro blanco estaba manchado de sangre. Daba lástima ver el muro así manchado. Sin embargo, ese sentimiento duró sólo un momento, pues pronto pensé que todo estaba bien. Los que vienen detrás sabrán que otros han pasado por el camino angosto y difícil antes que ellos, y llegarán a la conclusión de que si otros pudieron avanzar, ellos podrán hacer lo mismo. Y cuando sus doloridos pies sangren, no desmayarán desalentados, sino que al ver la sangre sobre el muro, sabrán que otros han soportado el mismo dolor. 

Al fin llegamos a un gran abismo, donde terminó nuestra senda. Ahora no había nada allí que guiara nuestros pasos, nada donde descansar nuestros pies. Toda nuestra dependencia estaba en las cuerdas, que habían aumentado de tamaño hasta llegar a ser tan grandes como nuestro cuerpo. Aquí por un tiempo nos sentimos perplejos y angustiados. Preguntamos en temerosos susurros: “¿A qué está sujeta la cuerda?” Mi esposo estaba justo delante de mí. Grandes gotas de sudor caían de su frente; las venas del cuello y las sienes habían aumentado al doble de su tamaño normal, y sofocados y agonizantes lamentos brotaban de sus labios. El sudor corría por mi rostro, y sentí tal angustia cual nunca había sentido antes. Nos esperaba un tremendo esfuerzo. Si fallábamos aquí todas las dificultades de nuestro viaje habrían sido en vano. 

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Ante nosotros, del otro lado del abismo, había un hermoso campo de verde gramilla de más o menos quince centímetros de alto. No veíamos el sol, pero suaves y brillantes rayos de luz semejantes a oro y plata finos descendían sobre esta campiña. Nada que hubiera visto jamás sobre la tierra podía compararse en belleza y gloria con esta pradera. Pero ¿podríamos alcanzarla? era nuestra inquietante pregunta. Si la cuerda se rompía, moriríamos. De nuevo se escucharon angustiosos susurros: “¿Cómo se sostiene la cuerda?” Por un momento vacilamos antes de aventurar una respuesta. Luego exclamamos: “Nuestra única esperanza consiste en confiar plenamente en la cuerda. Hemos dependido de ella durante todo el difícil trayecto. Ahora no nos fallará”. Aún la duda nos angustiaba. Entonces escuchamos las palabras: “Dios sostiene la cuerda y no hay por qué temer”. Luego los que venían detrás repitieron las mismas palabras y agregaron: “El no nos fallará ahora, puesto que hasta aquí nos ha traído a salvo”. 

Mi esposo entonces se abalanzó sobre el tremendo abismo y saltó a la hermosa campiña que estaba más allá. Inmediatamente lo seguí yo. ¡Oh, qué sensación de alivio y gratitud a Dios sentimos! Escuché voces que se elevaron en triunfante alabanza a Dios. Era feliz, perfectamente feliz. 

Desperté, y sentí que a causa de la ansiedad que había experimentado en mi marcha por la difícil ruta, cada nervio de mi cuerpo se estremecía. Este sueño no necesita comentario. Impresionó de tal modo mi mente que probablemente cada detalle permanecerá vívido mientras tenga memoria. 

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Nuestros congresos

Ninguna influencia puede ser tan perjudicial para un congreso o cualquier otra reunión de culto religioso, como el mucho saludarse y la conversación negligente. Con frecuencia, hombres y mujeres se reúnen en grupos y entablan conversación sobre asuntos comunes que no se relacionan con la reunión. Algunos han traído sus fincas consigo, otros han traído sus casas, y hacen sus planes para edificar. Algunos disecan el carácter de otros, y no tienen tiempo ni disposición para escudriñar su propio corazón y descubrir los defectos de su propio carácter, para que puedan corregir sus faltas y alcanzar la santidad en el temor de Dios. 

Si todos los que profesan seguir a Cristo aprovechasen el tiempo mientras están libres de reuniones para conversar de la verdad, espaciarse en la experiencia cristiana, escudriñar su propio corazón y en ferviente oración a Dios suplicar su bendición, se realizaría una obra mucho mayor de la que se ha visto hasta aquí. Los incrédulos que acusan falsamente a los que creen la verdad, quedarían convencidos por causa de su “buena conversación en Cristo”. 1 Pedro 3:16. Nuestras palabras y acciones son el fruto que llevamos; “por sus frutos los conoceréis”. Mateo 7:16.

Dios mandó a los israelitas que se reunieran ante él en períodos determinados, en el lugar que él eligiera, y que observaran días especiales en los que no debían hacer ningún trabajo innecesario, sino dedicar el tiempo a considerar las bendiciones que él les había prodigado. En estas ocasiones especiales el siervo y la sierva, el extranjero, el huérfano y la viuda, habían de regocijarse de que Dios, por su propio y maravilloso poder, los había sacado de la servidumbre humillante para traerlos al gozo de la libertad. Se les ordenó que no se presentaran ante el Señor con las manos vacías. Debían traer presentes de gratitud a Dios por las continuas misericordias y bendiciones que les prodigara. Estas ofrendas variaban de acuerdo con el valor que los donantes daban a las bendiciones de que tenían el privilegio de gozar. Así el carácter de la gente se revelaba claramente. Los que daban alto valor a las bendiciones que Dios les concedía traían ofrendas de acuerdo a su modo de apreciar dichas bendiciones. Los que tenían las facultades morales embotadas por el egoísmo y un amor idólatra por los favores recibidos, más bien que inspirados por un amor ferviente hacia su dadivoso Benefactor, traían ofrendas magras. Así revelaban su corazón. Además de estas festividades religiosas especiales de alegría y regocijo, la nación judía debía conmemorar anualmente la Pascua. El Señor pactó que si eran fieles en la observancia de sus requerimientos, él bendeciría todas sus ganancias y toda la obra de sus manos.

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