Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 564-573, día 135

La verdad es santa y poderosa, y efectuará una completa reforma en el corazón y en la vida de los que son santificados por ella. El hermano E es capaz de ejercer una influencia para bien. Si se subyuga a sí mismo y humilla su corazón ante Dios, puede llegar a ser un portador del yugo de Cristo. Puede ser una ayuda en lugar de un impedimento para su familia y para los demás. El debilita la causa de Dios en Bordoville debido a los defectos de su carácter cristiano. Si el hermano E vive de acuerdo con la luz que ha recibido, obrará su salvación con temor y temblor, y al hacer eso iluminará con una clara luz la senda de los demás y glorificará a Dios. El caso del hermano E representa el de otros en la iglesia, que necesitan la misma obra de transformación en sus corazones con el fin de ser justos. 

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El hermano F puede ser más útil en su vida de lo que es ahora o de lo que jamás ha sido. Dios no lo ha llamado especialmente para administrar en palabra y doctrina. No está preparado para ese cargo; sin embargo puede cumplir otras tareas para el Señor y ser una ayuda en las reuniones. Si él mismo vive en la luz puede reflejar la luz a otros. Puede ser una bendición para los demás, puede hablar palabras de consuelo y ánimo a los desalentados. Pero para eso, él mismo debiera desarrollar en sí un espíritu más esperanzado, más alegre, negándose a mirar el lado oscuro o hablar con descreimiento. Debiera expresar alegría, esperanza y ánimo en sus palabras y aun en el tono de su voz. 

La hermana G tiene algunas dolencias, pero no saca el mejor partido de su situación. Permite que el enemigo controle su mente y aumente sus dificultades por medio de un espíritu insumiso. Sufre de dolencias físicas y se debiera simpatizar con ella; pero la intranquilidad, la irritabilidad, las quejas, la murmuración y los lamentos inútiles no alivian sus sufrimientos ni le traen felicidad; sólo agravan su dificultad.

El mundo está lleno de espíritus insatisfechos que pasan por alto la felicidad y las bendiciones que tienen a su alcance, y están continuamente en busca de felicidad y satisfacción que no pueden alcanzar. Constantemente están tratando de lograr algún esperado y lejano bien, mayor que el que poseen, y se sienten siempre desalentados. Al pasar por alto las bendiciones que están en su camino, albergan descreimiento e ingratitud. Las bendiciones comunes y diarias de la vida no son bien recibidas por ellos como tampoco lo fue el maná para los israelitas. 

A la hermana G se dirige Cristo de este modo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi carga”. Mateo 11:28-30. Las palabras, el porte y el ejemplo general de la hermana G enseñan una lección completamente diferente de la que enseñó nuestro Señor. Ella pierde mucho al pasar por alto las bendiciones presentes que tiene a su alcance y al buscar inquietamente la felicidad. Sus esfuerzos no son recompensados, y su infructuosa búsqueda le causa mucha infelicidad a ella misma y a todos los que la rodean. Su inquietud, su espíritu ansioso y perturbado, se expresa en su semblante y proyecta una sombra. Esa tristeza, ese descreimiento y descontento favorecen las tentaciones del enemigo. Por su continua desconfianza, al buscarse problemas, ella proyecta una sombra en lugar de esparcir un rayo de sol.

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El hermano G debiera ser paciente y tolerante, y con cuidado protegerla de cargas innecesarias; porque no está preparada para llevarlas. A su vez, ella debiera cuidarse del enemigo, debiera aceptar las cargas de la vida sin murmuración y llevarlas con alegría, endulzándolas a todas con gratitud porque no son más pesadas. El hermano G tiende a mirar el lado oscuro. Debiera mantenerse listo a cumplir la voluntad de Dios y usar del mejor modo la influencia que Dios le ha dado. Debiera cumplir con alegría los deberes del día y no adelantar el problema del mañana para sentirse desgraciado. No tiene que cumplir los deberes de la semana que viene, sino el trabajo y los deberes del día. 

El hermano y la hemana G debieran unir su influencia diciendo: “Basta a cada día su propio mal”. Mateo 6:34. Es una desdicha adelantar el problema de la próxima semana, para amargar la semana presente. Cuando lleguen los problemas reales, Dios capacitará a todo manso y humilde a soportarlos. Cuando su providencia permita que vengan, él proveerá ayuda para llevarlos. Irritarse y murmurar oscurece y mancha el alma, y apaga la brillante luz del sol de la senda de los demás. 

El hermano G podría haber ayudado al hermano H, y al mismo tiempo haberse ayudado a sí mismo; pero el egoísmo le impidió al hermano H beneficiarse, y el mismo hermano G se perjudicó por miedo de beneficiar a otros. El hermano G no ha amado a su prójimo como a sí mismo, y su supremo egoísmo en muchas cosas lo ha privado del bien y ha apartado de él la bendición de Dios. Al fin de cuentas, no aprovecha a nadie ser egoísta; por cuanto Dios observa todo y dará a cada uno según sus obras. “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Gálatas 6:7. “El que siembra escasamente, también segará escasamente”. 2 Corintios 9:6. 

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He mencionado estas personas para representar el verdadero estado de muchos de la iglesia de Bordoville, cuyos casos son similares. Los muchos que se congregan en ese lugar han traído cargas y cuidados al hermano D, para mantenerlos rectos. Si ellos hubieran estado libres de celos, y se hubieran mantenido en el amor de Dios, le hubieran sostenido las mafios, hubieran consolado su corazón, y lo hubieran enviado a trabajar por la salvación de las almas, mientras lo seguían con oraciones, como agudas hoces en la siega. Su falta de consagración y devoción a Dios ha debilitado su propia fe debilitando las manos del hermano D, destruido su valor, y han hecho que sus esfuerzos en el campo del evangelio sean casi inútiles. Las pruebas en la iglesia local han debilitado sus esfuerzos tanto en su zona como fuera de ella, y han restringido su trabajo, en gran medida, a su localidad. Este confinamiento del trabajo principalmente a una localidad, marchita el interés espiritual y el celo de un ministro de Cristo.

Para crecer en la gracia y en el conocimiento de la verdad, los obreros deben tener una experiencia variada. Esto se adquiere mejor extendiendo el trabajo a nuevos campos, en diferentes localidades, donde se pondrán en contacto con toda clase de gente y todo tipo de mente, y donde se necesitará aplicar distintos métodos para afrontar las necesidades de las muchas y variadas mentes. Esto lleva al fiel obrero de Dios y la Biblia para recibir luz, fortaleza y conocimiento, para que pueda estar plenamente calificado para suplir las necesidades de la gente. Debiera prestar atención a la exhortación dada a Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”. 2 Timoteo 2:15. “¿Quién es el mayordomo fiel y prudente al cual su Señor pondrá sobre su casa, para que a tiempo les dé su ración?” Lucas 12:42. Se necesita sabiduría para elegir el tema más apropiado para la ocasión. 

El hermano D no ha crecido para convertirse en un obrero de éxito. Se ha empequeñecido. Su mente se hizo más estrecha y le falta fortaleza espiritual. El debiera ahora ser un obrero de éxito, un obrero cabal. En lugar de entregarse completamente a la obra, ha estado sirviendo a las mesas. Pablo exhortó a Timoteo: “Sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza. Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza. No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía, con la imposición de las manos del presbítero. Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren”. 1 Timoteo 4:12-16.

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El hermano D es activo y está dispuesto a llevar cargas que no están relacionadas con su llamado, y ha dejado que su mente y su tiempo sean excesivamente absorbidos por cosas temporales. Algunos ministros mantienen cierta dignidad que no está de acuerdo con la vida de Cristo, y no están dispuestos a ser útiles y realizar trabajo físico, según algunas ocasiones lo requieren, para aliviar las tareas de sus hospedados, y librarlos de preocupaciones. El ejercicio físico sería una bendición para ellos, más bien que un daño. Al ayudar a otros se beneficiarían ellos mismos. Pero algunos van al otro extremo. Cuando se requiere todo su tiempo y esfuerzo en la causa de Dios, están dispuestos a trabajar y ser siervos de todos, aun en las cosas temporales; y realmente roban a Dios el servicio que requiere de ellos. Así asuntos triviales toman un tiempo precioso que debiera dedicarse a los intereses de la causa de Dios.

El hermano J. N. Andrews ha errado en esto. El tiempo y el esfuerzo que ha dedicado a mantener correspondencia con sus hermanos, contestando sus preguntas privadas, debiera haberse dedicado a los intereses especiales de la obra de Dios en general. Pero pocos se dan cuenta de las responsabilidades que recaen sobre unos pocos ministros que llevan el peso de esta causa. Con frecuencia los hermanos llaman a estos hombres en horas de trabajo para atender sus pequeños asuntos, o para dirimir algún pleito de la iglesia que debieran atender ellos mismos. “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada”. Santiago 1:5-6. Debe ser ferviente y perseverante. Si vacila dudando continuamente si el Señor hará según ha prometido, no recibirá nada, como consecuencia de sus propias dudas. 

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Muchos esperan que sus ministros les traigan la luz de Dios, y al parecer piensan que esto es más sencillo que tomarse el trabajo de ir ellos mismos a Dios por ella. Los tales pierden mucho. Si diariamente siguieran a Cristo y lo hicieran su guía y consejero, podrían obtener un claro conocimiento de su voluntad, y así lograr una experiencia valiosa. Por falta de esta experiencia, los hermanos que profesan la verdad andan a la luz de otros; no están familiarizados con el Espíritu de Dios, no conocen su voluntad, y por lo tanto se los puede apartar fácilmente de su fe. Son inestables, porque confiaron en otros para obtener una experiencia para sí. Se ha hecho amplia provisión para que cada hijo e hija de Adán obtenga un conocimiento individual de la voluntad divina, para que perfeccione el carácter cristiano y se purifique por medio de la verdad. Los que profesan ser seguidores de Cristo deshonran a Dios si no tienen un conocimiento experimental de la voluntad divina ni del misterio de la piedad. 

El hermano D ha tenido múltiples problemas en su hogar. El aumento de los miembros de iglesia no ha disminuido sus cargas. El aumento del número de su familia ha sido una exigencia demasiado pesada para él mismo y para su familia, y estas cosas han sido un estorbo para que él llegara a ser un obrero de éxito. Ha llegado a estancarse en la obra de Dios y necesita pulirse. Tiene que vitalizar su testimonio por el Espíritu y el poder de Dios. Sus hermanos de Bordoville, que no tienen ningún trabajo especial que hacer en palabra y doctrina, debieran despertarse para ver dónde otros necesitan ayuda y debieran ayudarlos. Muchos cierran sus ojos ante el bien que tienen la oportunidad de hacer para los demás, y por su descuido pierden la bendición que podrían obtener. Han dejado que el hermano D llevara solo cargas que sus hermanos debieran haber considerado su deber y su privilegio llevar. 

Nuestra misión en este mundo es vivir para el bien de los demás, bendecir a otros, ser hospedadores; y frecuentemente debemos tomarnos algunas molestias para atender a los que realmente necesitan nuestro cuidado y el beneficio de nuestra compañía y nuestro hogar. Algunos evitan estas cargas necesarias. Pero alguien debe llevarlas; y por cuanto los hermanos en general no aman la hospitalidad, y no comparten equitativamente estos deberes cristianos, los pocos que tienen corazones dispuestos, y que con alegría hacen suyo el caso de los que necesitan ayuda, quedan recargados. Las iglesias debieran poner un cuidado especial en aliviar a sus ministros de estas cargas extras. Los ministros que están activamente dedicados a la causa de Dios, que están trabajando por la salvación de las almas, tienen que hacer continuos sacrificios. 

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El testimonio del hermano D necesita ser avivado por la gracia de Dios. El necesita un nuevo ungimiento, para que pueda comprender la magnitud de la obra y dedicar su ser entero al avance de la causa de Dios. El Señor tiene trabajo suficiente para emplear a todos sus seguidores. Todos pueden manifestar su gloria si lo desean. Pero la mayoría se niega a hacerlo. Profesan la fe, pero no tienen obras. Su fe es muerta, al estar sola. Evitan las responsabilidades y las cargas, y serán recompensados de acuerdo con sus obras. Por cuanto algunos no aceptan las cargas que podrían llevar, ni hacen la obra que podrían hacer, el trabajo es demasiado para los pocos que se ocupan en él. Ven tanto que hacer que recargan sus fuerzas que desgastan rápidamente. Dios requiere en este tiempo obreros cuyos intereses estén completamente identificados con su obra y su causa. Los ministros que se ocupan de esta obra deben fortalecerse mediante el espíritu y el poder de las verdades que predican, y entonces podrán ejercer influencia. Rara vez se elevarán los feligreses a un nivel superior al de su pastor. Si hay en él un espíritu de amor hacia el mundo, esto tendrá una enorme influencia sobre los demás. La gente emplea las deficiencias de él como excusa para cubrir su propio espíritu de amor al mundo. Calman su conciencia, pensando que pueden amar las cosas de esta vida y ser indiferentes para con las cosas espirituales, porque sus predicadores obran así. Engañan sus propias almas y permanecen en amistad con el mundo, la cual el apóstol declara que es “enemistad contra Dios”. Santiago 4:4. 

Los ministros deben ser ejemplos para la grey. Deben manifestar un imperecedero amor por las almas, y la misma con sagración a la causa que desean ver en la gente. Los ministros de Vermont han errado en su trabajo. Han recorrido el mismo territorio una y otra vez para ayudar a las iglesias, cuando con frecuencia los creyentes necesitan que se les dé una labor a realizar, que los llevará a una condición en que Dios podría bendecir sus esfuerzos y hacerlos fructíferos. No ha habido un obrero eficiente, cabal, plenamente calificado para mantener todas las partes de la obra en Vermont. 

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El hermano y la hermana I son inválidos. Dios no les da responsabilidades muy grandes. Tienen que estar alerta, para no reducir su influencia. No tienen hijos propios para ejercitar el amor y el cuidado paternal, y corren el peligro de volverse estrechos, egoístas, y caprichosos en sus opiniones y sentimientos. Todas estas cosas ejercen mala influencia en la causa de Dios. Debieran esforzarse para mantener sus mentes en un nivel superior a ellos mismos y no debieran constituirse en criterio para los demás. Los que no tienen hijos propios en quien pensar y por quien trabajar, y que les requieran ejercitar tolerancia, paciencia y amor, debieran cuidar que sus pensamientos no se centren en sí mismos. Están pobremente calificados para instruir a los padres acerca de la educación de sus hijos, pues no han tenido experiencia en esto. Sin embargo en muchos casos, los que no tienen hijos son los más dispuestos a instruir a los que los tienen, cuando al mismo tiempo ellos mismos son como niños en muchos aspectos. No se los puede hacer cambiar de comportamiento, y se necesita más paciencia para tratar con ellos que con niños. Es egoísmo tener un proceder, y seguirlo aun incomodando a otros. 

Las cosas pequeñas prueban el carácter. Es ante los modestos actos diarios de abnegación, realizados con alegría y bondad, que Dios sonríe complacido. No debiéramos vivir para nosotros, sino para otros. Debiéramos ser una bendición al olvidarnos de nosotros mismos y ser atentos con los demás. Debiéramos albergar amor, tolerancia y fortaleza. 

Muy pocos se dan cuenta del beneficio del cuidado, la responsabilidad y la experiencia que los hijos traen a la familia. Muchos tienen familias numerosas que crecen sin disciplina; los padres descuidan una obligación preciosa y un deber sagrado, que, si se lo cumple fielmente en el temor de Dios, brindaría no sólo a los hijos, sino a los padres, una aptitud para el reino de los cielos. Una casa sin hijos es un lugar desolado. El corazón de los que la habitan corre el peligro de llegar a ser egoísta, de amar su propia comodidad, y prestar atención a sus propios deseos y conveniencia. Sienten simpatía por ellos mismos, y tienen poco que ofrecer a los demás. El cuidado y el afecto prodigado a los niños que dependen de nosotros quita la rudeza de nuestra naturaleza, nos hace tiernos y simpatizantes, e influyen en el desarrollo de los elementos más nobles de nuestro carácter. Muchos están física, mental, y moralmente enfermos, porque su atención está casi exclusivamente concentrada en ellos mismos. Podrían ser librados del estancamiento por la saludable vitalidad de las mentes más jóvenes y variadas, y por la incansable energía de los niños.

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El hermano J es anciano. No debiera llevar grandes responsabilidades. Ha desagradado a Dios por su equivocado amor a sus hijos. Ha tenido demasiada ansiedad por ayudarlos pecuniariamente para que no se sintieran ofendidos. Con el fin de complacerlos los ha perjudicado. No son sabios y fieles en la administración del dinero, ni aun desde el punto de vista mundano. Desde una perspectiva religiosa, son muy deficientes. No tienen escrúpulos de conciencia acerca de las cosas religiosas. No favorecen a la sociedad por medio de su posición ni influencia en el mundo, ni benefician la causa de Dios con una moral cristiana pura y actos virtuosos en el servicio de Cristo. No han sido educados en hábitos de abnegación, ni enseñados a depender de sí mismos, como su salvaguardia en la vida. Este es el gran pecado de los padres. No disciplinan a sus hijos ni los educan para Dios. No les enseñan el dominio de sí mismos, la estabilidad del carácter y la necesidad de una voluntad firme y bien dirigida. En este tiempo, la mayoría de los niños son dejados para que crezcan de por sí. No se les enseña la necesidad de desarrollar sus facultades físicas y mentales con un buen propósito para que su influencia sea una bendición para la sociedad, y que estén capacitados para embellecer la vida cristiana y perfeccionar la santidad en el temor de Dios. 

El hermano J se ha equivocado al confiar su propiedad a sus hijos. Les ha dado responsabilidades que no estaban preparados para llevar. Colocó sus medios económicos fuera de su control, y juntó dinero de sus hermanos por una débil labor. No ha glorificado a Dios con su proceder acerca de su propiedad. Ha excusado el mal comportamiento de sus hijos, que no están de acuerdo con nuestra fe ni con la norma bíblica. Virtualmente les ha dicho a los malvados, les irá bien, cuando Dios claramente ha declarado que les irá mal. 

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Estos errores del hermano J muestran una gran falta de sabiduría celestial, y en gran medida lo han descalificado para la solemne obra que descansa sobre el fiel ministro de Cristo. ¿Qué podrá alegar el hermano J ante Dios cuando el Maestro le pida cuenta de su mayordomía? Ha sido guiado por la mente no consagrada de sus hijos, y no ha sentido la necesidad de buscar el consejo de los siervos de Dios que estaban en la luz. Ha sido guiado por su simpatía pervertida y ha errado en su juicio. Se ha movido como un ciego. Su conducta lo ha perjudicado a sí mismo y a la causa de Dios. 

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