Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 556-564, día 134

En su desaliento algunos hermanos se dejan llevar por un sentimiento de impaciencia y desesperación, al ver el egoísmo y la codicia manifestados por sus maestros. El pueblo está por encima de muchos de sus ministros. Si los ministros manifiestan un espíritu de sacrificio propio y amor por las almas, no se rehusarán a dar dinero a la causa. Que los ministros se eleven al exaltado nivel como representantes de Cristo y veremos la gloria de Dios acompañando la presentación de la verdad, y las almas serán constreñidas a reconocer su claridad y poder. La causa de Dios debe ponerse en primer lugar. 

Hermano mío, usted podría hacer una buena obra. Tiene conocimiento de la verdad y podría ser una bendición para la causa de la verdad presente si fuera consagrado y santificado para la obra, si no tuviera ningún interés egoísta fuera de ella. Dios le ha encomendado una tarea sagrada, preciosos talentos; y si es fiel a su deber y aprovecha fielmente sus talentos, no se avergonzará cuando el Maestro venga a requerir tanto el capital como el interés. No es seguro menospreciar, o de algún modo desatender, la luz que Dios se ha complacido en dar. Usted tiene algo que hacer para colocarse en una posición en la que Dios pueda trabajar especialmente por usted.

La prosperidad de la causa de Dios en Minnesota se debe más al trabajo del hermano Pierce que a los esfuerzos de usted. Sus desvelos han sido una bendición especial para ese estado. El es un hombre de una conciencia sensible. Tiene presente el temor de Dios. Las dolencias lo han golpeado duramente, y eso lo ha llevado a cuestionarse si estaba cumpliendo su deber, y a temer que Dios no estuviera favoreciendo sus esfuerzos. Dios ama al hermano Pierce. Pero él se estima en poco, y teme y duda, y siente aprensión al trabajo, porque constantemente piensa que no es digno ni capaz de ayudar a otros. Si venciera la timidez y tuviera más confianza de que Dios ha de estar con él y lo ha de fortalecer, él sería mucho más feliz y una mayor bendición para los demás. En la vida del hermano Pierce ha habido la incapacidad de leer el carácter de las personas. El creía que los demás eran tan honestos como él mismo, y en algunos casos fue engañado. No tiene el discernimiento que tienen algunos. Usted también, en su vida, ha sido incapaz de leer el carácter de las personas. Les hahablado de paz a quienes Dios ha declarado malos. En su edad y debilidad, el hermano Pierce puede ser engañado, sin embargo todos debieran tenerlo en alta estima por causa de su obra. El merece el amor y la más tierna simpatía de sus hermanos, porque es un hombre concienzudo y temeroso de Dios.

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Dios ama a la hermana Pierce. Ella es una persona tímida, temerosa, concienzuda en el cumplimiento de su deber y recibirá una recompensa cuando Jesús venga si es fiel hasta el fin. Ella no ha hecho ostentación de sus virtudes, ha sido retraída, una de las más calladas; sin embargo su vida ha sido útil, su influencia ha sido una bendición para muchos. La hermana Pierce no tiene mucha estima propia ni confianza en sí misma. Tiene muchos temores, no obstante no se la puede clasificar con las personas temerosas e incrédulas que no tendrán lugar en el reino de Dios. Los que quedan fuera de la ciudad están hoy entre los que tienen más confianza en sí mismos, son jactanciosos y aparentemente celosos, que viven en palabra, y no en obras y en verdad. Sus corazones no son rectos con Dios. No tienen su temor. Los temerosos e incrédulos, que son castigados con la segunda muerte, pertenecen al grupo de los que se avergüenzan de Cristo en este mundo. Temen hacer el bien y seguir a Cristo, por miedo a sufrir pérdidas pecuniarias. Descuidan su deber, para evitar las críticas y las pruebas, y escapar a los peligros. Los que no se atreven a hacer lo recto, porque de ese modo se exponen a pruebas, persecución, pérdidas y sufrimientos son cobardes, y con los idólatras, los mentirosos y todos los pecadores, están madurando para la segunda muerte.

En el Sermón del Monte, Cristo declara quiénes son realmente benditos. “Bienaventurados los pobres en espíritu (los que no se exaltan a sí mismos, sino que son cándidos, humildes, no demasiado orgullosos para recibir enseñanza, no vanos y ambiciosos de los honores del mundo), porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran (los que son penitentes, sumisos y que se lamentan de sus fracasos y errores, porque entristecen al Espíritu de Dios), porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los mansos (los que son dóciles y perdonadores, que cuando los insultan, no responden con insultos, sino que manifiestan un espíritu enseñable, y que no se tienen en alta estima), porque ellos recibirán la tierra por heredad”. Los que poseen las cualidades enumeradas aquí, no sólo serán bendecidos por Dios en esta vida, sino que serán coronados con gloria, honor e inmor talidad en su reino.

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La causa en Vermont

Me ha sido mostrado que los discípulos de Cristo son sus representantes en la tierra, y es el designio de Dios que sean luces en las tinieblas morales de este mundo, esparcidas por todo el país, en pueblos, aldeas y ciudades, “espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres”. Si obedecen las enseñanzas de Cristo en su Sermón del Monte, estarán procurando la perfección del carácter cristiano, y serán verdaderamente la luz del mundo, canales por medio de los cuales Dios comunica su divina voluntad, la verdad de origen celestial, a los que están en tinieblas y no conocen el camino de la vida y la salvación. 

Dios no puede desplegar el conocimiento de su voluntad y las maravillas de su gracia ante el mundo incrédulo, a menos que tenga testigos esparcidos en toda la tierra. Es su plan que los que participan de esta gran salvación por medio de Jesucristo, sean sus misioneros, que sean como señales para la gente, cuerpos luminosos en todo el mundo, epístolas vivas, conocidas y leídas por todos los hombres, y que con su fe y sus obras testifiquen de la cercana venida del Salvador, y demuestren que no han recibido la gracia de Dios en vano. La gente debe ser advertida a que se prepare para el juicio venidero. A los que han estado escuchando sólo fábulas, Dios les dará una oportunidad de oír la segura palabra profética, a la cual hacen bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro. El presentará la segura Palabra de verdad al entendimiento de todos los que quieran atenderla, todos podrán comparar la verdad con las fábulas presentadas ante ellos por hombres que pretenden comprender la Palabra de Dios y estar capacitados para instruir a los que están en tinieblas. 

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Con el fin de aumentar la feligresía en Bordoville, los hermanos se han trasladado allí, dejando sus lugares de origen desprovistos de fortaleza e influencia para mantener sus reuniones. Esto ha complacido a los enemigos de Dios y de la verdad. Esos hermanos deberían haber permanecido como testigos fieles, testificando por medio de sus buenas obras de la autenticidad de su fe al ejemplificar en su vida la pureza y el poder de la verdad. Su influencia convencería y convertiría, o condenaría. 

Cada seguidor de Jesús tiene una obra que hacer como misionero para Cristo en la familia, en el vecindario, y en el pueblo o ciudad donde vive. Todos los que están consagrados a Dios son canales de luz. Dios los hace instrumentos de justicia para comunicar a otros la luz de la verdad, las riquezas de su gracia. Los incrédulos pueden parecer indiferentes y desatentos; no obstante Dios está tocando y convenciendo su corazón acerca de la realidad de la verdad. Pero cuando nuestros hermanos abandonan el campo, dejan de luchar, y permiten que languidezca la causa de Dios, antes que Dios les diga, “Dejadlos”, ellos serán sólo una carga para cualquier iglesia a la que se trasladen. Las personas que dejan, y que fueron convencidos, con frecuencia aquietan su conciencia pensando que, después de todo, estaban innecesariamente ansiosos; deciden que no es real la profesión de fe de los adventistas del séptimo día. Satanás se siente triunfante cuando ve la viña plantada por Dios, completamente desgajada o abandonada. No es el propósito de Dios que su pueblo se agrupe y concentre su influencia en un lugar especial. 

Los esfuerzos de los hermanos D para alentar a los hermanos a trasladarse a su lugar, fueron hechos de buena fe, pero no de acuerdo con el propósito de Dios. Los caminos de Dios no son como nuestros caminos. El ve no como un hombre ve. Ellos tenían un buen objetivo; pero, al hacer esto, los propósitos de Dios con respecto a la salvación de las almas no pudieron llevarse a cabo. 

Dios se propone que su pueblo sea la luz del mundo, la sal de la tierra. El plan de reunirse en grandes grupos, para formar una iglesia grande, ha disminuido su influencia y estrechado su esfera de utilidad; literalmente ha puesto su luz debajo de un almud. Es el designio de Dios que el conocimiento de la verdad llegue a todos, que nadie permanezca en oscuridad ignorando sus principios; sino que todos sean probados por ella y se decidan en favor o en contra de ella, para que todos sean advertidos y no tengan excusa. El plan de colonizar, o trasladarse desde diferentes localidades donde hay poca fuerza o influencia, y concentrar la influencia de muchos en un lugar, es quitar la luz de lugares donde Dios quiere que brille. 

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Los seguidores de Cristo esparcidos por todo el mundo no tienen un alto sentido de su responsabilidad y de la obligación de hacer brillar su luz hacia otros. Si hay sólo uno o dos en un lugar, aunque sean pocos en número, pueden conducirse de tal modo ante el mundo como para ejercer una influencia que impresionará al incrédulo con la sinceridad de su fe. Los seguidores de Jesús no están de acuerdo con el propósito y la voluntad de Dios si se contentan con permanecer ignorando su Palabra. Todos debieran llegar a ser estudiantes de la Biblia. Cristo ordenó a sus seguidores: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí”. Juan 5:39. Pedro nos exhorta: “Santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”. 1 Pedro 3:15.

Muchos que profesan creer la verdad para estos últimos días serán encontrados faltos. Han desatendido los asuntos más importantes. Su conversión es superficial, no es profunda, ni ferviente ni completa. No saben por qué creen la verdad, y sólo porque otros la han creído, dan por sentado que es la verdad. No pueden dar ninguna razón inteligente de su fe. Muchos han permitido que su mente se llene de cosas de menor importancia, y su interés eterno ha tomado el segundo lugar. Su propia alma está empequeñecida y deformada en su crecimiento espiritual. Otros no son iluminados ni edificados por su experiencia o por el conocimiento que era su privilegio y deber obtener. La fortaleza y la estabilidad está con los sinceros.

Cristo y él crucificado debiera llegar a ser el tema de nuestros pensamientos, debiera despertar las más profundas emociones de nuestra alma. Los verdaderos seguidores de Cristo apreciarán la gran salvación que él logró para ellos; y dondequiera que él los guíe, ellos lo seguirán. Lo considerarán un privilegio llevar cualquier carga que Cristo pueda colocar sobre ellos. Es sólo por medio de la cruz como podemos estimar el valor del alma humana. Es tan grande el valor de los hombres por quienes Cristo murió que el Padre está satisfecho con el precio infinito que él paga por la salvación del hombre al entregar a su propio Hijo para morir por su redención. ¡Qué sabiduría, qué misericordia y qué amor en su plenitud se manifiestan aquí! El valor del hombre se comprende sólo al ir al Calvario. En el misterio de la cruz de Cristo podemos estimar el valor del hombre.

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¡Qué obra responsable la de unirse con el Redentor del mundo en la salvación de los hombres! Esta tarea requiere abnegación, sacrificio y benevolencia, perseverancia, valentía y fe. Pero los que ministran en palabra y doctrina no tienen el fruto de la gracia de Dios en su corazón y en su vida: No tienen fe. Esta es la razón por la que se ve tan poco resultado de su labor. Muchos que profesan ser ministros de Cristo manifiestan una tremenda resignación al ver alrededor de ellos a los incrédulos que van a la perdición. Un ministro de Cristo no tiene derecho a quedarse tranquilo y rendirse ante el hecho de que su presentación de la verdad no tiene poder ni conmueve a las almas. Debiera recurrir a la oración, y debiera trabajar y orar sin cesar. Los que se conforman con quedar destituidos de bendiciones espirituales, sin fervorosa lucha por esas bendiciones, consienten en el triunfo de Satanás. Se necesita una fe persistente y prevaleciente. Los ministros de Dios deben estar en más íntimo compañerismo con Cristo y seguir su ejemplo en todas las cosas, en pureza de vida, en abnegación, en benevolencia, en diligencia, en perseverancia. Debieran recordar que un día se presentará un registro como evidencia en contra de ellos por la más pequeña omisión de su deber.

El hermano D no comprendió que al instar a los hermanos a trasladarse a su zona estaba aumentando su propia carga y la carga de la iglesia; no se dio cuenta de que requeriría de mucho tiempo y esfuerzo para mantenerlos en condición de ser una ayuda en lugar de un estorbo. Pensó que si reunía a otras familias en su zona le ayudarían a formar una iglesia y aliviarían sus preocupaciones y cargas. Pero ha sucedido lo mismo en Bordoville que en Battle Creek, cuanto más hermanos se trasladaban allí, más pesadas eran las cargas que recaían sobre los obreros que tenían la causa de Dios en su corazón. Hombres y mujeres con distintas mentalidades y caracteres podrían reunirse y vivir en dulce armonía, si estimaran a los otros más que a ellos mismos, como Cristo les mandó. 

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Pero es muy difícil tratar con mentes que no están bajo el control especial del Espíritu de Dios y están expuestos al control de Satanás. El egoísmo se posesiona de tal modo del corazón de los hombres y las mujeres, y la iniquidad se alberga tanto en algunos que profesan piedad, que se debiera evitar reunirse a un gran grupo de gente, porque así no serían muy felices. Los que el hermano D realmente deseaba que fueran a Bordoville eran los que él consideraba los mejores del grupo, capaces de ejercer una buena influencia. Justamente tales hombres y mujeres se necesitan para ocupar el puesto de fieles centinelas en el mundo, para que los que están sin Dios puedan convencerse de que hay poder en la religión de Cristo. Tales hombres de influencia son verdaderamente la sal de la tierra. Dios no se complacería con que se juntaran y redujeran su esfera de utilidad. Los hombres confiables son muy escasos porque el corazón de los hombres está tan dedicado a sus propios intereses egoístas que no reconocen a otros. 

Si pudiera haber un número de nombres selectos en la importante zona de Battle Creek, Dios estaría complacido; y si sacrificaran sus propios intereses egoístas en favor de la sufriente causa, sólo estarían siguiendo las pisadas de su Redentor, quien dejó su gloria, su majestad y alto mando, y por nosotros se hizo pobre, para que nosotros, por su pobreza, pudiéramos ser enriquecidos. Cristo se sacrificó por el hombre; pero el hombre, por su parte, no se sacrifica voluntaria y alegremente por Cristo. Si un número de hombres y mujeres responsables, sinceros, trabajadores, de los que se pudiera depender como milicianos, respondieran prontamente al llamado de ayuda cuando se la necesite, y se trasladaran a Battle Creek, Dios sería glorificado. Dios quiere en Battle Creek a hombres de confianza, que siempre se los encuentre del lado correcto en tiempo de peligro, que con fidelidad luchen en contra del enemigo, en lugar de ponerse de parte de los que causan problemas al Israel de Dios y defiendan a los que debilitan las manos de los siervos de Dios, volviendo sus armas exactamente en contra de los que Dios les manda apoyar. Con el fin de prosperar, toda iglesia debe tener hombres en los que pueda confiar en tiempo de peligro, hombres que sean tan firmes como el acero, hombres sin egoísmo, que tengan el interés de la causa de Dios más cerca de su corazón que nada relacionado con sus propias opiniones y sus intereses mundanales. 

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Las iglesias no están compuestas totalmente de puros y sinceros cristianos. No todos los hombres registrados en los libros de la iglesia son dignos de estar allí. La vida y carácter de algunos, comparados con otros, son como el oro comparado con la despreciable escoria. No es necesario que sea así. Los que son valiosos en vida e influencia han sentido la importancia de seguir de cerca a Jesús, de hacer de la vida de Cristo su estudio y su ejemplo. Esto requiere esfuerzo, meditación y sincera oración. Requiere esfuerzo para obtener la victoria sobre el egoísmo y para poner el interés de la causa de Dios en primer lugar. Algunos han hecho el esfuerzo, han practicado una estricta disciplina de sí mismos, y han ganado preciosas victorias. Los que consideran su propio interés en primer lugar, viven para sí mismos. Su carácter a la vista de Dios es como la inútil escoria. 

El hermano D ha tenido más tarea de lo que un hombre debiera hacer al trabajar por el interés de la iglesia en su zona. Al ausentarse por poco tiempo para trabajar por otros, cargas mayores y más pesadas estuvieron listas a su regreso. El permitió que cayeran sobre sus hombros, y se doblegó gimiendo bajo el peso. Los hermanos D han estado en peligro de ser demasiado exigentes y de presentar su propia vida y ejemplo como criterio. No perdieron de vista al yo. Estos hermanos debieran decir poco acerca de sí mismos, y debieran exaltar a Cristo. Debieran esconderse detrás de Jesús y permitir que sólo él aparezca como el modelo perfecto que todos debieran procurar copiar. 

¿Dónde estaban los hombres de los que se podía depender en tiempo de prueba y peligro? ¿Dónde estaban los hombres temerosos de Dios que podían acudir en apoyo del estandarte cuando el enemigo intentaba tomar ventaja? Algunos que debieran haber estado en su puesto fueron infieles cuando más se necesitó su ayuda. Su conducta mostró que no tenían un interés especial en el avance de la obra y de la causa de Dios. Algunos pensaban que se esperaba demasiado de ellos, y en lugar de avanzar con alegría, para hacer lo que pudieran, se sentaron cómodamente en la silla de Satanás y se negaron a hacer algo. 

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Algunos fueron siempre celosos. El hermano E era uno de éstos. Tiene un carácter particularmente obcecado que lo lleva a persistir en un proceder equivocado, porque piensa que gratificaría a sus hermanos si él cambiara y siguiera un proceder opuesto. A veces, cuando así lo desea, está dispuesto a hacer cualquier cosa a su alcance para avanzar la causa de Dios. Pero siente tanto placer en hacer su propia voluntad, que prefiere que la causa de Dios sufra antes que desistir de hacer su voluntad y andar en sus caminos. El hermano E no es un hombre de quien se puede depender. Está sujeto a las tentaciones de Satanás y con frecuencia está bajo su control. Tiene un corazón egoísta e insumiso. Es precipitado, impulsivo; a veces odia, a veces ama. A veces es bondadoso, otras, celoso, envidioso y muy egoísta. No puede perfeccionar el carácter cristiano mientras no resista la tentación, sojuzgue su propia voluntad empecinada, y albergue un espíritu de humildad, una buena voluntad para ver y confesar sus errores. A veces ha sido leal y sincero. Luego una corriente lo arrastraba en dirección opuesta, y albergaba celos, envidia y desconfianza. El yo y los intereses egoístas eran supremos. Siempre estaba dispuesto a censurar a los demás y recelaba que los demás no lo apreciaban, sino que deseaban perjudicarlo. El hermano E necesita una completa conversión. No es suficiente profesar la verdad. Una persona puede reconocer toda la verdad y sin embargo no saber nada no tener conocimiento experimental en la vida diaria de la influencia santificadora de la verdad en el corazón y la vida, o del poder de la verdadera piedad. 

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