Testimonios para la Iglesia, Vol. 2, p. 548-555, día 133

El amor a la ganancia

Estimado Hno. B,

Dos veces empecé un testimonio para usted, y no pude completarlo por falta de tiempo. No debo postergar más, porque me siento tristemente preocupada por su caso. Escribí un testimonio para varios ministros, y mientras sus casos me vienen con claridad a la mente, me doy completa cuenta de que su condición es deplorable. Su caso no es una excepción. El amor a la ganancia, el amor al dinero, se está haciendo prominente en muchos de nuestros ministros que profesan ser representantes de Cristo. El ejemplo de algunos es tal que la gente se está désanimando.

Algunos de nuestros ministros son un obstáculo para el avance de la obra de Dios, y la gente que los toma por ejemplo se está apartando de Dios. Hace casi dos años se me mostraron los peligros que corrían nuestros ministros y el resultado de su proceder en la causa de Dios. Hablé en términos generales acerca de estas cosas, pero los que están más errados son los últimos en aplicar los testimonios a sí mismos. Algunos están tan enceguecidos por su propio interés egoísta que pierden de vista el carácter exaltado de la obra de Dios.

Hermano B, su vida ha sido casi un fracaso. Usted tenía capacidad para ejercer influencia, pero no la aprovechó para lograr el mayor resultado. Ha fracasado en su familia, ha dejado que allí reine el desorden, y las mismas deficiencias se sienten en la iglesia. El Señor le ha dado luz acerca del descuido de su deber en su familia y la conducta que debiera seguir para redimir el pasado. Se señalaron sus deficiencias, pero usted no pareció darse cuenta de que era un pecado traer niños al mundo para luego no darles la educación apropiada. Usted ha excusado sus errores y sus pecados, y su conducta díscola y precipitada, y se ha ilusionado de que mejorarían con el tiempo. 

Elí representa exactamente su caso. Ocasionalmente usted ha reconvenido a sus hijos diciendo: ¿Por qué hacen cosas tan malas? Pero no ha ejercido su autoridad de padre y sacerdote de la familia, ordenando, y que sus palabras fueran ley en su familia. Su amor equivocado y el de su esposa por sus hijos, los ha llevado a descuidar la solemne obligación que les incumbe como padres. 

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Hermano B, como ministro de Dios, usted tenía la doble obligación de gobernar bien su propia casa y de tener a sus hijos en sujeción. Pero se ha complacido con su capacidad y ha excusado sus faltas. El pecado de ellos no parecía muy pecaminoso. Usted ha desagradado a Dios y casi arruinado a sus hijos al descuidar su deber, y se ha seguido comportando irresponsablemente después que el Señor lo ha reprendido y aconsejado. El daño que su familia ha ocasionado a la causa de Dios por su influencia en los distintos lugares donde han vivido, ha sido mayor que el bien que han realizado. Usted ha sido enceguecido y engañado por Satanás acerca de su familia. Usted y su esposa han colocado a sus hijos en un pie de igualdad con ustedes. Ellos han hecho lo que han querido. Esa ha sido una gran desventaja en su trabajo de ministro de Cristo, y el descuido de su deber de tener a sus hijos en sujeción ha conducido a un mal todavía mayor, que amenaza destruir su utilidad. Usted ha estado aparentemente sirviendo a la causa de Dios, mientras que se ha estado sirviendo en mayor grado a usted mismo. La causa de Dios ha languidecido; pero usted se ha estado dedicando a hacer cálculos y a planear cómo beneficiarse, y almas se han perdido por el descuido de su deber. Si durante su ministerio se hubiera ocupado en construir esta obra, si hubiese dado un ejemplo de servir a la causa de Dios sin tomar en cuenta su propio interés, y hubiera consumido su vida por su dedicación a ella, su conducta hubiese sido más excusable, aunque aun entonces no hubiera sido aprobada por Dios. Pero cuando sus deficiencias han sido tan evidentes en algunas cosas, y la causa de Dios ha sufrido grandemente por causa del ejemplo que ha dado al descuidar su deber hacia su familia, es doloroso a la vista de Dios que usted profese servir a la causa, y no obstante dé preeminencia a sus propios intereses egoístas. 

En su trabajo usted con frecuencia ha despertado interés, y en el preciso momento cuando podía lograr los mejores resultados, ha permitido que los asuntos de su hogar lo apartaran de la obra de Dios. En muchos casos no ha perseverado en sus esfuerzos hasta sentirse satisfecho de que todos se hubieran decidido en favor o en contra de la verdad. No es de buen general comenzar la guerra contra el poder de Satanás y dejar el campo de batalla sin gloria en lo más arduo del conflicto, dando así al enemigo la oportunidad de retener más firmemente a los que estaban a punto de dejar sus filas y pasarse del lado de Cristo. Ese interés, una vez perdido, nunca más se puede despertar. Algunos pocos pueden ser alcanzados pero la mayor cantidad no puede ser afectada por la presentación de la verdad ni se pueden ablandar sus corazones por medio de ella. 

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El pastor C perdió su influencia y el poder de la verdad por dedicarse a las especulaciones, y esto en detrimento de sus hermanos. Esto fue especialmente ofensivo para Dios al provenir de un ministro de Dios. Y usted ha hecho lo mismo. Ha hecho de la conducta del pastor C una excusa por su amor a los negocios. Usted ha justificado el proceder de beneficiarse a sí mismo, por que otros ministros han seguido esta conducta. Los otros ministros no son norma para usted. Si ellos dañan su influencia, y se privan de la aprobación de Dios y de la confianza de sus hermanos, usted debiera evitar ese ejemplo. Cristo es su modelo, y usted no tiene excusa si toma como ejemplo la conducta de hombres caídos, a menos que sus vidas estén de acuerdo con la vida de Cristo. Su influencia será mortífera para la causa de Dios si continua con el proceder que ha seguido estos últimos años. El hecho de que ha traficado y comerciado y obtenido dinero de sus hermanos que no ha ganado, es un gran pecado a la vista de Dios. 

Algunos realmente se han privado del dinero necesario para el bienestar de sus familias, y algunos, de lo imprescindible para la vida, para ayudarlo, y usted lo ha recibido. Pablo escribe a sus hermanos filipenses: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”. Filipenses 2:4-5. También escribe a sus hermanos en Corinto: “Ninguno busque su propio bien sino el del otro”. 1 Corintios 10:24. Nuevamente, se lamenta: “Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús”. Filipenses 2:21. 

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El espíritu que usted fomenta, de perseguir su propio interés egoísta, está creciendo y su conducta ha sido codiciosa. Pablo amonesta a sus hermanos hebreos: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré”. Hebreos 13:5. Usted está sacrificando su reputación y su influencia ante un espíritu avaro. Se critica la causa de Dios por este espíritu que se ha apoderado de sus ministros. Usted está enceguecido y no ve cuán ofensivas son estas cosas para Dios. Si ha decidido lanzarse a obtener todo lo que pueda del mundo, hágalo; pero no lo haga bajo el manto de predicar a Cristo. Su tiempo está dedicado a la causa de Dios, o no lo está. Su propio interés ha sido supremo. El tiempo que debiera dedicar a la causa de Dios está dedicado en demasía a sus propios intereses personales, y usted recibe, de la tesorería de Dios, dinero que no gana. Usted está dispuesto a recibir dinero de los que no viven tan cómodamente como usted. No mira por sus intereses ni alberga simpatía y compasión. No averigua bien si los que lo ayudan tienen los medios para hacerlo. Con frecuencia sería más apropiado que usted ayudara a las personas de quienes recibe ayuda. Usted necesita ser un hombre transformado antes que la obra de Dios pueda prosperar en sus manos. Las preocupaciones de su hogar y su granja han ocupado su mente. No se ha dado a sí mismo a la obra. Como una excusa por estar tanto tiempo en su casa, ha dicho que sus hijos necesitaban su presencia y cuidado, y que debía estar con ellos para llevar a la práctica la luz que le ha sido dada por una visión. Pero, hermano B, ¿ha hecho usted eso? Usted se excusa diciendo que sus hijos están ahora fuera de su control, que son demasiado grandes como para que usted los mande. En esto se equivoca. Ninguno de sus hijos es demasiado grande como para no respetar su autoridad y obedecer sus órdenes mientras se alberguen bajo su techo. ¿Qué edad tenían los hijos de Elí? Eran hombres casados; y a Elí, como padre y sacerdote de Dios, se le exigía que los refrenara. 

Pero, admitiendo que los dos mayores estén ahora fuera de su control, no era así cuando Dios le envió la luz acerca de que los estaba consintiendo para su ruina, de que debiera disciplinarlos. Pero usted tiene tres hijos menores que están andando en el camino de los pecadores, desobedientes, desagradecidos, impíos, amantes del placer más que de Dios. Su hijo menor está siguiendo los pasos de su hermano. ¿Qué actitud ha adoptado hacia él? ¿Le enseña hábitos de laboriosidad y servicio? ¿Asume la obra que ha descuidado tremendamente y redime el pasado? ¿Tiembla usted ante la Palabra de Dios? 

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Su descuido del hogar es sorprendente, por cuanto tiene la Palabra escrita de Dios y también testimonios dirigidos especialmente a usted, señalando su descuido. Su hijo hace lo que desea. Usted no lo restringe. No lo ha educado ni acostumbrado a llevar su parte de las cargas de la vida. Es un niño malo por causa de su descuido. Su vida es un reproche para su padre. Usted conocía su deber, pero no lo cumplió. No está convencido de la verdad. Sabe que puede hacer su voluntad, y Satanás controla su mente. Ha hecho de sus hijos una excusa para quedarse en casa, pero las cosas de este mundo han estado en primer lugar. 

La causa de Dios no está cerca de su alma, y el ejemplo que ha dado al pueblo de Dios no es digno de imitarse. En Minnesota necesitan obreros, no meramente ministros que vayan de un lado a otro cuando es conveniente. La causa de Dios necesita hombres dispuestos, que no sean impedidos de cumplir la obra de Dios o el llamado del deber por ningún interés egoísta o mundano. Minnesota es un campo grande, y hay muchos allí que son susceptibles a la influencia de la verdad. Si las iglesias pudieran ser puestas en buen funcionamiento, que fueran cabalmente disciplinadas, una luz emanaría de ellas y produciría su efecto en todo el estado. Usted podría haber hecho en Minnesota diez veces más de lo que ha hecho. Pero el mundo se ha interpuesto entre usted y la obra de Dios, y ha dividido su interés. El interés egoísta entró en su corazón, y el poder de la verdad fue saliendo. Necesita un gran cambio para que pueda estar en buenas condiciones. Usted ha realizado muy poca obra real y seria. Sin embargo se ha empeñado en tener todas las ganancias posibles, como si fuera su derecho. Ha tratado de obtener demasiado, ha perseguido su propio interés, y se ha aprovechado de la desventaja de otros. Ha seguido en esta dirección por algún tiempo, y a menos que sea controlado, su influencia ha llegado a su fin. Moisés Hull siguió ese camino. Se comportó codiciosamente, y reunió todo el dinero que pudo obtener. No estaba tan firme en la verdad como para superar su egoísmo.

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Cuando B. F. Snook abrazó la verdad, estaba en condición financiera deplorable. Algunas almas generosas se privaron de comodidades, y aun de algunas cosas escenciales de la vida, para ayudar a este ministro, a quien lo creían un fiel siervo de Cristo. Hicieron todo eso de buena fe, ayudándolo como hubieran ayudado a su Salvador. Pero ese fue el medio de arruinar a ese hombre. Su corazón no estaba bien con Dios, carecía de principios. No era un hombre realmente convertido. Cuanto más recibía, tanto mayor era su deseo de riquezas. Recibió todo lo que pudo de sus hermanos, hasta que le ayudaron por la generosidad de ellos a adquirir una valiosa casa; luego apostató y llegó a ser el más acérrimo enemigo de los mismos que habían sido más generosos con él. Este hombre tendrá que rendir cuenta de las riquezas que ha tomado de sinceros creyentes de la verdad. No les robó a ellos, sino a la tesorería de Dios. No le deseamos ningún mal: “Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o mala”. Eclesiastés 12:14. El anduvo en los caminos de su corazón y según la vista de sus ojos, y por todas estas cosas Dios lo traerá a juicio. Todas las cosas ocultas de las tinieblas serán entonces traídas a la luz, y los designios secretos del corazón serán manifiestos. 

Hermano B, usted no es como esos hombres. No lo compararíamos a ellos, pero diríamos: Cuídese de no andar en sus pisadas y de no comportarse con codicia. Este deseo en los ministros de obtener riquezas con propósitos egoístas es una trampa para ellos; y si continúan en él, los derrotará. Al fijar sus ojos en ellos mismos, su interés en la prosperidad de la causa de Dios y su amor por las pobres almas, disminuyen más y más. No pierdan su amor por la verdad ni su interés en ella inmediatamente. Su alejamiento de la causa de la verdad es tan gradual e imperceptible, que con frecuencia es difícil decir cuándo ocurrió el cambio en ellos. 

Pienso que su conducta es altamente peligrosa. No ha sentido la necesidad de prestar atención a la luz que Dios le ha dado, y despertarse para salvar a su familia, desempeñando su cometido de padre y sacerdote de su hogar. Usted no negó la luz que se le dio, no se levantó en contra de ella; pero descuidó seguirla, por que no le pareció conveniente ni placentero. Por lo tanto, fue como Meroz; no vino en ayuda del Señor, aunque el asunto era de tan vital consecuencia que afectaba los intereses eternos de sus hijos. Usted desatendió su deber. En esto fue un siervo perezoso. Tiene poca idea de cómo Dios considera la negligencia de los padres de disciplinar a sus hijos. Si se hubiera reformado en esto, hubiese visto la necesidad de hacer el mismo esfuerzo para mantener la disciplina y el orden en la iglesia. Su negligencia hacia su familia se ha notado también en su trabajo en la iglesia. Usted no podrá edificar la iglesia hasta que sea un hombre transformado. 

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El descuido de la luz que Dios le ha dado, en cierto grado lo ha hecho cautivo, sujeto a los designios de Satanás; por lo tanto, ha quedado una puerta abierta para que él tenga acceso a usted en otras cosas, y convertirlo en un hombre débil. El ve que ha tenido éxito en no dejarle ver los intereses de su familia, al llevarlo a desatender la luz que el Señor le ha dado. Entonces Satanás lo ha cercado en otra dirección. Ha despertado en usted el amor por los negocios, su amor por la ganancia; y así su interés se ha desviado de la causa y de la obra de Dios. El amor a Dios y a la verdad está gradualmente llegando a ser de menos importancia. Las almas por las cuales Cristo murió son de menos valor para usted que sus intereses temporales. Si continúa en ese proceder, pronto llegará a ser celoso, susceptible y envidioso, y se apartará de la verdad, como otros se han apartado. 

Usted está ansioso por obtener trabajo en su localidad, esperando que algo se pueda decir o hacer que despierte a sus hijos. Usted ha desatendido su deber. Cuando emprenda la obra que ha descuidado por tanto tiempo, que el Señor ha designado para que la haga; cuando usted, con el espíritu de Cristo, despierte resueltamente para poner su casa en orden, entonces puede esperar que Dios le ayude en sus esfuerzos e impresione el corazón de su familia. Mientras ha puesto a sus hijos como excusa para quedarse en casa, no ha hecho la obra por la cual pedía quedarse en casa. No ha disciplinado a sus hijos. Su esposa es deficiente en este respecto, por lo tanto es aun más necesario que esté en posición de cumplir su deber. El amor de ella es de tal naturaleza que la llevará a permitirles hacer lo que quieran y elegir sus propias compañías, lo que los llevará a la ruina. La presencia de usted en casa, mientras permita que sus hijos hagan lo que quieran, es peor para su familia que si estuviera lejos de ellos; y tiene peor influencia sobre la causa de la verdad. 

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Dios llama a su causa a obreros fervientes, sin egoísmo, desinteresados, obreros que fortalezcan las distintas ramas de la obra, como la de obtener subscriptores para las publicaciones, que les enseñen a pagar sus deudas con prontitud, y que animen a los hermanos a mantener su benevolencia sistemática. El sacrificio, la abnegación, el trabajo y la benevolencia desinteresada caracterizaron la vida de Cristo, quien es nuestro ejemplo en todas las cosas. La obra y el carácter de un verdadero ministro estará de acuerdo con la vida de Cristo. El dejó su gloria, su alto puesto, su honor y sus riquezas, y se humilló hasta compartir nuestras necesidades. No podemos igualar su ejemplo, pero debiéramos imitarlo. El amor por las almas por las que Cristo hizo este gran sacrificio debiera estimular a sus ministros a esforzarse, a negarse a sí mismos y a realizar esfuerzos perseverantes, para que puedan ser sus colaboradores en la salvación de las almas. Entonces las obras de los siervos de Dios darán fruto, por que serán por cierto sus instrumentos. El poder de Dios se verá en ellos en las bondadosas influencias de su Espíritu. Dios quiere que despierte y posea fuerzas para sortear las dificultades, que no se desanime fácilmente; si fuera necesario, que trabaje como lo hizo el apóstol Pablo, en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, olvidando sus dolencias por el profundo interés que sentía por las almas por las que Cristo murió. 

Algunos ministros se aprovechan de la liberalidad de nuestros hermanos para beneficiarse a sí mismos, y al hacerlo están perdiendo gradualmente su influencia. Su ejemplo en estas cosas está destruyendo la confianza de sus hermanos en ellos y está cerrando efectivamente las puertas, de modo que los que realmente necesitan ayuda y son dignos de ella, no la pueden obtener. También cierran las puertas por las que se puede esperar recibir ayuda para mantener la causa. Mucha gente se siente descorazonada al ver que algunos de los ministros que emplean, manifiestan tan poco interés por la prosperidad de la causa de Dios. No ven devoción en la obra. El pueblo está desatendido, y la causa languidece por falta de un trabajo bien dirigido y eficiente, que tienen el derecho de esperar de sus ministros. 

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