Lo que Vermont necesita no son sólo predicadores que vayan por las iglesias y oren y exhorten ocasionalmente. Continuamente se podría llamar a nuevos obreros de entre el pueblo de Dios en Vermont. Se necesitan fervientes y celosos obreros para fortalecer las cosas que restan, sirviendo a las necesidades espirituales del pueblo. En todos lados, especialmente en Vermont, la causa de Dios necesita portacargas. Los obreros recorren una y otra vez el mismo territorio, pero si logran algo es muy poco. Hacen buenas visitas a los hermanos, y frecuentemente esto es todo lo que realizan. Y sin embargo, esperan ser remunerados por el tiempo que ocupan.
Se me presenta el caso del hermano y la hermana K mientras escribo. No se han preocupado por los demás. No han sentido la responsabilidad que tienen de llevar cargas. Se me mostró que el hermano K, entre otros, ha sentido que tenía una obra que hacer para el Señor. Por cierto que la tiene, y también la tienen muchos otros, si sintieran la voluntad de hacer la obra. Hay obreros cabales en la causa de Dios, que tienen experiencia en la obra y que dedican su tiempo y su fuerza al servicio de Dios. A estos debiera mantenérselos liberalmente. Pero los que simplemente salen a visitar las iglesias ocasionalmente -especialmente los que no tienen familias a las que mantener y que tienen bienes propios- no debieran ser una carga para la tesorería del Señor.
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Ni el hermano ni la hermana K tienen experiencia en sacrificarse por la verdad, en ser ricos en buenas obras, depositando sus tesoros en el cielo. No han tenido hijos amantes que dependieran de ellos y que les permitieran ejercitar su simpatía, cuidado y paciencia. Han tenido en cuenta su propio egoísmo y conveniencia. Su corazón no ha sido una fuente de la que manen corrientes vivas de ternura y afecto. Al bendecir a los demás con palabras de amor y actos de misericordia y benevolencia, serían una bendición para ellos mismos. Su esfera de influencia ha sido demasiada estrecha. A menos que sean transformados en mente y ser, y sean renovados por el Espíritu de Cristo, no pueden llegar a ser obreros cabales y eficientes en la causa del Redentor. Su vida no es el ejemplo de los cristianos. El sacrificio propio y la benevolencia desinteresada debieran caracterizar sus vidas. El interés propio es demasiado prominente. ¡Oh, cuán poco sabe el hermano K lo que es trabajar para Dios, alzar la cruz de Cristo y andar en las pisadas del abnegado Redentor!
Un ministro de Cristo, un maestro de la verdad, un verdadero pastor, es en un sentido un siervo de todos, que prevé las necesidades de los que necesitan ayuda, que sabe cómo ser útil aquí y allá en la gran obra de salvar almas. Un hombre que profesa enseñar la verdad, y va donde le place, y trabaja cuando y como le place, y rehuye responsabilidades, no está llevando la cruz en pos de Cristo ni está cumpliendo el cometido de un ministro del Evangelio. Pocos saben por experiencia lo que significa sufrir por Cristo. Desean ser como Cristo, pero quieren evitar la pobreza y la crucifixión. Estarían de buen grado con él en gloria, pero no quieren llegar a él por medio de la abnegación y las tribulaciones.
No le ha costado mucho esfuerzo al hermano K descubrir la verdad; porque hombres selectos de Dios han puesto en sus manos argumentos claros, sencillos y convincentes. Se han comprendido puntos difíciles de la verdad presente por los fervientes esfuerzos de unos pocos que se dedicaron a la obra. El ayuno y la ferviente oración a Dios han movido al Señor a abrir el entendimiento de ellos sus tesoros de verdad. Han tenido que enfrentar a arteros opositores y a jactanciosos Goliats, a veces cara a cara, pero con más frecuencia con la pluma. Satanás ha incitado a los hombres a ejercer una fiera oposición, a enceguecer la vista y oscurecer la comprensión de la gente. Los pocos que sentían un genuino interés por la causa de Dios se levantaron a su defensa. No buscaron su comodidad, sino que estaban dispuestos a arriesgar aun su vida en favor de la verdad.
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Estos celosos investigadores de la verdad arriesgaron el capital de su fortaleza y todo su ser en la obra de defender la verdad y esparcir la luz. Investigaron eslabón tras eslabón de la preciosa cadena de la verdad, de modo que ahora se destaca en bella armonía, unida en perfecta cadena. Estos hombres de mentes escrutadoras han presentado argumentos y los han aclarado de tal modo que un niño pueda entenderlos. Cuán fácil es ahora para los hombres llegar a ser maestros de la verdad, mientras que rehuyen sacrificio personal y la abnegación de sí mismos.
Estos investigadores de la verdad han sufrido por ella y saben lo que costó. La valoran y sienten el más intenso interés en su progreso. La abnegación y la cruz se encuentran directamente en el camino de cada seguidor de Cristo. La cruz es lo que se opone a los afectos naturales y a la voluntad. Si el corazón no está completamente dedicado a Dios, si la voluntad, los afectos y los pensamientos no son puestos en sujeción a la voluntad de Dios, se fracasará en cumplir los principios de la verdadera religión y en ejemplificar en la vida la vida de Cristo. No habrá un deseo genuino de sacrificar la comodidad y el amor a uno mismo, y la mente carnal no será crucificada con el fin de realizar las obras de Cristo.
Hay una obra que muchos de los que viven en Bordoville deben realizar. Vi que el enemigo estaba muy ocupado en cumplir sus designios. Hombres a quienes Dios les ha entregado bienes como talentos han pasado a sus hijos la responsabilidad que el cielo les encomendara a ellos de ser mayordomos de Dios. En lugar de dar a Dios las cosas que son de él, aducen que todo lo que tienen es suyo, como si hubieran obtenido sus posesiones con su propio poder y sabiduría. ¿Quién les dio poder y sabiduría para obtener los tesoros terrenales? ¿Quién regó sus tierras con el rocío del cielo y la lluvia? ¿Quién les dio el sol para calentar la tierra y despertar a la vida las cosas de la naturaleza, haciéndolas florecer para beneficio del hombre? Los hombres a los que Dios ha bendecido con sus dádivas se aferran a su tesoro terrenal y convierten estas dádivas y bendiciones, que Dios bondadosamente les ha dado, en una maldición, al llenar sus corazones de egoísmo y desconfianza en él. Aceptan los bienes que les fueron prestados, y que reclaman como suyos, olvidando que el Maestro tenga algún derecho sobre ellos, y negándose a entregarle ni siquiera el interés que demanda. Las riquezas causan muchas perplejidades a los que profesan seguir a Cristo, y los acosan con muchas desdichas, porque olvidan a Dios, y aman y adoran a Mammón. Permiten que los intereses mundanos amarguen su vida y les impidan perfeccionar un carácter cristiano. Y, como si esto no fuera suficiente, transmiten a sus hijos, para maldición de ellos, lo que causó la ruina de su propia vida. Dios ha confiado medios a los hombres para probarlos, para ver si están dispuestos a reconocer que él es el que entrega sus dones, y para ver si los usan para el avance de su gloria en la tierra.
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La tierra es del Señor, con todos los tesoros que contiene. El ganado esparcido en mil colinas es de él. Todo el oro y la plata le pertenecen a él. Ha confiado sus tesoros a mayordomos, para que con ellos puedan dar avance a su causa y glorificar su nombre. No confió estos tesoros a los hombres para que los usen para exaltarse y glorificarse a sí mismos y tuvieran para oprimir a los que carecen de tesoros terrenales. Dios no recibe las ofrendas de nadie porque las necesite y no pueda tener gloria y riquezas sin ellas, sino porque es para beneficio de sus siervos entregar a Dios las cosas que son del Señor. El recibirá las ofrendas de buena voluntad del corazón contrito, y recompensará al dador con las más ricas bendiciones. Las recibe como el sacrificio de agradecida obediencia. Requiere y acepta nuestro oro y plata como una evidencia de que todo lo que tenemos y somos pertenece a él. El requiere y acepta el buen aprovechamiento de nuestro tiempo y nuestros talentos como el fruto de su amor que existe en nuestro corazón. Obedecer es mejor que el sacrificio. Sin amor puro la más cara ofrenda es demasiado pobre para que Dios la acepte.
Muchos están tan entregados a sus tesoros terrenales que no disciernen la ventaja de formar tesoros en el cielo. No se dan cuenta de que sus ofrendas voluntarias a Dios, no lo están enriqueciendo a él, sino a ellos mismos. Cristo nos aconseja que hagamos tesoros en el cielo. ¿Para quién? ¿Para Dios, para que él pueda enriquecerse? ¡Oh, no! Los tesoros del mundo entero son suyos, y la indescriptible gloria y los tesoros inapreciables del cielo son todos suyos, para darlos a quien él desee. “Haceos tesoros en el cielo”. Los hombres a quienes Dios ha hecho sus mayordomos están tan embobados con las riquezas de este mundo, que no se dan cuenta de que con su egoísmo y codicia están no sólo robando al Señor los diezmos y ofrendas, sino privándose a sí mismos de la riquezas eternas. Podrían agregar diariamente a sus tesoros celestiales al hacer la obra que el Señor les encomendó, y que para realizarla les confió esas riquezas. El Amo quiere que busquen oportunidades de hacer el bien y, mientras vivan, dediquen sus bienes para ayudar a la salvación de sus semejantes y para el avance de su causa en sus distintas ramas. Al hacer eso sólo hacen lo que Dios requiere, dan a Dios las cosas que son suyas. Muchos voluntariamente cierran sus ojos y su corazón por temor a ver y a sentir las necesidades de la causa del Señor, y al ayudar a su progreso disminuir sus entradas restando del interés o del capital. Algunos piensan que lo que dan para la causa de Dios está realmente perdido. Ven que se les van tantos pesos, y se sienten insatisfechos a menos que puedan inmediatamente reemplazarlos de modo que su tesoro terrenal no decrezca. Son mezquinos y aun astutos al tratar con sus hermanos y también con los mundanos. No sienten escrúpulos en trampear para beneficiarse y ganar unos pocos pesos.
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Algunos, temiendo sufrir la pérdida de tesoros terrenales, descuidan la oración y las reuniones de adoración a Dios, para tener más tiempo que dedicar a sus granjas o a sus negocios. Muestran por sus obras cuál es el mundo que estiman más. Sacrifican los privilegios religiosos, esenciales para su desarrollo espiritual, por las cosas de esta vida y no obtienen el conocimiento de la voluntad divina. No logran perfeccionar el carácter cristiano ni satisfacen la norma de Dios. Ponen sus intereses temporales y mundanos en primer lugar, y le roban a Dios el tiempo que debieran dedicarle a su servicio. Dios observa a esas personas, y recibirán una maldición en lugar de una bendición. Algunos colocan sus bienes fuera de su control al dejarlos en manos de sus hijos. Su intención secreta es colocarse en una posición donde ellos no sientan la responsabilidad de dar de sus bienes para esparcir la verdad. Estos aman de lengua, no de hecho y en verdad. No se dan cuenta de que es el dinero del Señor el que están manejando, no el suyo propio.
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A muchos les gustaría ver que se conviertan las almas, siempre que no les cueste ningún sacrificio a ellos; pero si se tocan sus bienes, se echan atrás porque éstos son de más valor para ellos que las almas de los hombres y las mujeres por los que Cristo murió. Si aquellos a quienes Dios ha confiado bienes entendieran su responsabilidad como sus mayordomos, retendrían en sus propias manos lo que Dios les ha prestado, para poder cumplir fielmente el deber que recae sobre ellos de hacer su parte para ayudar la obra de Dios. Si todos pudieran comprender el plan de salvación, y el valor de tan sólo un alma comprada por la sangre de Cristo, considerarían de menor importancia cualquier otro interés.
Los padres debieran considerar con mucha preocupación la idea de entregar a sus hijos los talentos de los recursos financieros que Dios colocó en sus manos, a menos que tengan la seguridad absoluta de que ellos manifiestan mayor interés, amor y preocupación por la causa de Dios que lo que ellos mismos sienten como padres, y que estos hijos serán más fervientes y celosos en impulsar la obra de Dios, y más benevolentes en promover los varios proyectos conectados con ella que requiere ayuda financiera. Pero muchos colocan sus bienes en manos de sus hijos, y pasan a ellos la responsabilidad de su propia mayordomía, porque Satanás los insta así. Al hacer esto, en realidad colocan esos bienes en las filas del enemigo. Satanás dirige el asunto para bien de su propio propósito y priva a la causa de Dios de los bienes que necesita para mantenerse con abundancia. Los esfuerzos hechos para presentar ante la gente la verdad, no son ni la mitad de completos y extensivos como debieran ser. No se está haciendo ahora ni la quincuagésima parte para extender la verdad de lo que podría hacerse esparciendo publicaciones y trayendo dentro del alcance de la predicación de la verdad a todos los que puedan ser atraídos hacia ella.
El tiempo de gracia de muchos está llegando a su fin. Satanás diariamente está reuniendo su cosecha de almas. Algunos están efectuando su decisión final en contra de la verdad, y muchos mueren sin conocerla. Sus mentes no están iluminadas, y no se han arrepentido de sus pecados. Sin embargo, hay hombres que profesan piedad que están acopiando tesoros terrenales y dirigiendo sus esfuerzos a ganar más. Son insensibles a la situación de los hombres y mujeres que están en la esfera de influencia y que perecen por falta de conocimiento. Un trabajo bien dirigido, hecho con amor y humildad, haría mucho para iluminar y convertir a sus semejantes; pero el ejemplo de muchos que podrían hacer un gran bien, está virtualmente diciendo: Vuestra alma tiene menos valor para mí que mis intereses mundanales.
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Muchos aman la verdad un poco, pero aman más a este mundo. “Por sus frutos los conoceréis”. Se sacrifican las cosas espirituales por las temporales. El fruto de tales personas no conduce a la santidad, y su ejemplo no es tal como para convencer a los pecadores y convertirlos de sus caminos equivocados, a la verdad. Permiten que las almas se pierdan, cuando podrían salvarlas si hicieran esfuerzos tan fervientes en su favor como los que han hecho para conseguir los tesoros de esta vida. Para obtener más de las cosas del mundo, que realmente no necesitan, y que sólo aumentan su responsabilidad y condenación, muchos trabajan intensamente, con peligro de su salud y su gozo espiritual, y la paz, el bienestar y la felicidad de su familia. Permiten que las almas que los rodean se pierdan, porque temen que requerirá un poco de su tiempo y de sus bienes para salvarlas. El dinero es su dios. Llegan a la conclusión de que no será provechoso sacrificar sus bienes para salvar almas.
La persona a quien se le ha confiado un talento no es responsable por cinco o por dos, sino por ese único talento. Muchos descuidan acumular tesoros en el cielo haciendo el bien con los bienes que Dios les ha prestado. Desconfían de Dios y tienen mil temores acerca del futuro. Como los hijos de Israel tienen corazones malos de incredulidad. Dios proveyó a ese pueblo con abundancia, según lo requerían sus necesidades; pero ellos se acarrearon problemas para el futuro. Se quejaron y murmuraron en el viaje de que Moisés los había sacado para matarlos de hambre a ellos y a sus hijos. Necesidades imaginarias cerraron sus ojos y su corazón para que no vieran la bondad y las mercedes de Dios en su travesía, y fueron desagradecidos ante todas sus dádivas. Así es el desconfiado profeso pueblo de Dios en esta era de descreimiento y degeneración. Temen verse en necesidad, o que a sus hijos les llegue a faltar algo, o que sus nietos queden desamparados. No se atreven a confiar en Dios. No tienen una fe genuina en aquel que les ha confiado las bendiciones y mercedes de la vida, y que les ha dado talentos para que los usen para su gloria en el avance de su causa.
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Muchos tienen una preocupación tan constante por sí mismos, que no le dan a Dios ninguna oportunidad de cuidar de ellos. Si a veces sintieran un poco de escasez y se vieran en estrecha situación, sería mejor para su fe. Si con calma confiaran en Dios y esperaran que él obrara en su favor, su necesidad sería la oportunidad de Dios; y su bendición en la emergencia de ellos aumentaría su amor hacia él y los llevaría a apreciar sus bendiciones temporales de un modo más elevado que antes. Su fe aumentaría, su esperanza se iluminaría, y la alegría tomaría el lugar de la melancolía, la duda y la murmuración. La fe de muchos no se desarrolla por falta de ejercicio.
Lo que está desgastando los órganos vitales del pueblo de Dios es el amor al dinero y la amistad con el mundo. Es el privilegio del pueblo de Dios ser brillantes, fulgurantes luces en el mundo, aumentar su conocimiento de Dios, y tener una clara comprensión de su voluntad. Pero los cuidados de esta vida y el engaño de las riquezas ahogan la semilla plantada en su corazón, y no llevan fruto para su gloria. Profesan fe, pero no es una fe viva, porque no está sostenida por las obras. La fe sola, sin obras, es muerta. Los que profesan una gran fe, y no tienen obras, no se salvarán por su fe. Satanás cree en la verdad y tiembla, no obstante esta clase de fe no tiene ninguna virtud. Muchos que han hecho una elevada profesión de fe son deficientes en buenas obras. Si mostraran su fe por sus obras ejercerían una poderosa influencia en favor de la verdad. Pero no aprovechan los talentos en bienes que Dios les ha prestado. Los que piensan aquietar su conciencia legando sus propiedades a sus hijos, o privando de ellas a la causa de Dios y pasándolas a hijos incrédulos e imprudentes, para que las despilfarren o las amontonen y las adoren, tendrán que rendir cuentas a Dios; son mayordomos infieles del dinero de su Señor. Permiten que Satanás los dirija por medio de esos hijos, cuyas mentes están bajo su control. Los propósitos de Satanás se cumplen de muchos modos, mientras que los mayordomos de Dios parecen atontados y paralizados; no se dan cuenta de su gran responsabilidad y del rendimiento de cuentas que ha de llegar pronto.
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Los que tienen bienes y cuyas mentes están entenebrecidas por el dios de este mundo, parece que permitieran que Satanás los controlara en la administración de sus posesiones. Si tienen hijos sinceros y creyentes, y también hijos cuyos afectos están completamente dirigidos a las cosas del mundo, al pasar sus bienes a sus hijos, generalmente dan una mayor cantidad a los hijos que no aman a Dios, y que sirven al enemigo de toda justicia, que a los que están sirviendo a Dios.
Colocan en manos de los hijos infieles precisamente las cosas que llegarán a ser una trampa para ellos y que serán estorbos para que se entreguen a Dios. Mientras que hacen grandes regalos a los hijos incrédulos, dan presentes de poco valor a los que comparten la fe con ellos. Este mismo hecho debiera sacudir a los ricos que han seguido este proceder. Debieran ver que el engaño de las riquezas ha pervertido su criterio. Si vieran la influencia que opera en sus mentes, comprenderían que Satanás consiguió esas cosas muy de acuerdo con sus propios propósitos y planes. En vez de que Dios controle la mente y santifique el criterio, se permite que el poder opuesto los controle. Aun a veces descuidan a los que han estado con ellos en la fe, y con frecuencia son mezquinos y exigentes en su trato con ellos; mientras que son generosos con los hijos incrédulos y amantes del mundo, quienes ellos saben que no han de usar los bienes que han colocado en sus manos para el progreso de la causa de Dios. Dios requiere que aquellos a quienes ha prestado talentos en bienes, los utilicen bien, dando prominencia al avance de su causa. Toda otra consideración debiera ser inferior a ésta.