Los talentos en bienes, ya sean cinco, dos o uno, han de ser incrementados. Los que tienen muchos bienes son responsables de muchos talentos. Pero los hombres que comparativamente son pobres no están libres de responsabilidad. Los que tienen pocas riquezas de este mundo están representados por los que tienen un talento. Sin embargo corren exactamente el mismo peligro que los ricos de amar demasiado lo poco que tienen, y de retenerlo egoístamente de la causa de Dios. No se dan cuenta del peligro. Aplican las estremecedoras recriminaciones dirigidas en la Palabra de Dios a los amantes de este mundo, sólo a los ricos, mientras que ellos mismos pueden estar en un peligro aún mayor que los más ricos. Ya tengan mucho o poco, de todos se requiere que entreguen sus talentos a los cambistas, para que cuando el Maestro venga pueda recibir su propio dinero con interés. También se les requiere mantenerse consagrados a Dios y demostrar interés generoso en su causa y obra. Buscando primero el reino de Dios y su justicia, han de creer su promesa de que todas la cosas serán añadidas. En comparación con todo otro asunto, la salvación de las almas de sus semejantes debiera ser primordial, pero éste no es generalmente el caso. Si es necesario descuidar algo, es la causa de Dios la que ha de sufrir. Dios ha prestado talentos a los hombres, no para fomentar su orgullo, o para excitarlos a sentir envidia, sino para que los usen para su gloria. El ha hecho a estos hombres agentes para distribuir los medios con los que podrán llevar adelante la obra de la salvación. Cristo les ha dado ejemplo en su vida. Dejó todas sus riquezas celestiales y su esplendor, y por nosotros se hizo pobre, para que, por su pobreza, pudiésemos ser enriquecidos. No es el plan de Dios hacer llover dinero del cielo para sostener su causa. El ha confiado o entregado abundantes bienes a los hombres para que nada faltara en ninguna rama de su obra. Prueba a los que profesan amarlo, colocando bienes en sus manos, y luego los prueba para ver si aman el don más que al Dador. Dios revelará, con el tiempo, los verdaderos sentimientos del corazón.
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A fin de hacer progresar la causa de Dios, se necesitan fondos. Dios ha hecho provisión para suplir esta necesidad al colocar abundantes bienes en las manos de sus agentes, para usarlos en cualquier departamento de la obra donde puedan necesitarse para la obra de salvar almas. Cada alma salvada es un talento ganado. Si se ha convertido realmente, el que ha sido instruido en la verdad, a su vez, usará los talentos en influencia y en bienes que Dios le ha dado, para trabajar por la salvación de sus semejantes. Trabajará con fervor en la gran obra de iluminar a los que están en las tinieblas y el error. Será un instrumento para salvar almas. Así los talentos en influencia y en bienes se están continuamente canjeando y en constante aumento. Cuando el Maestro venga, el siervo fiel estará preparado para devolverle tanto el capital como el interés. Por sus frutos puede mostrar el interés de los talentos que ha ganado para devolver al Maestro. El siervo fiel habrá entonces hecho su obra, y el Maestro, que trae su recompensa para dar a cada uno según sus obras, devolverá a ese fiel siervo tanto el capital como el interés.
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En su Palabra el Señor ha revelado claramente su voluntad a los que poseen riquezas. Pero porque sus claras órdenes han sido menospreciadas, él misericordiosamente les presenta por medio de Testimonios, los peligros que corren. No da nueva luz, sino les llama la atención a la luz que ya ha sido revelada en su Palabra. Si los que profesan amar la verdad se aferran a sus riquezas, y desobedeciendo la Palabra de Dios, no buscan oportunidades de hacer el bien con lo que les ha confiado, él vendrá y desparramará sus bienes. Se acercará con juicios. De muchos modos esparcirá sus ídolos. Sufrirán muchas pérdidas. El alma de los egoístas no será bendecida. Pero “el alma generosa será prosperada”. Proverbios 11:25. Dios honrará a los que le honran.
El Señor hizo un pacto con Israel por el cual, si obedecían sus mandamientos, él les daría la lluvia a su tiempo, la tierra rendiría sus productos, y los árboles del campo, sus frutos. El prometió que la trilla llegaría hasta la vendimia, y la vendimia hasta la siega, y que comerían su pan hasta saciarse y habitarían en su tierra con seguridad. El exterminaría a sus enemigos. No los aborrecería, sino andaría con ellos, sería su Dios, y ellos serían su pueblo. Pero si ellos desatendían sus mandamientos, los trataría exactamente del modo opuesto. Tendrían su maldición en vez de su bendición. El quebrantaría la soberbia de su orgullo, y haría su cielo como hierro y su tierra como bronce. “Vuestra fuerza se consumirá en vano, porque vuestra tierra no dará su producto, y los árboles de la tierra no darán su fruto. Si anduviereis conmigo en oposición”, “yo también procederé en contra de vosotros”.
Los que están reteniendo egoístamente sus recursos, no necesitan sorprenderse si la mano de Dios los dispersa. Lo que debieran haber dedicado al progreso de la obra y la causa de Dios, pero que retuvieron, puede ser confiado a un hijo pródigo que lo despilfarrará. Un hermoso caballo, orgullo de un corazón vano, puede ser encontrado muerto en el establo. Ocasionalmente puede morir una vaca. Pueden producirse pérdidas de frutas y otras cosechas. Dios puede dispersar los recursos que prestó a sus administradores, si éstos se niegan a usarlos para su gloria. Vi que algunos no tendrán quizás ninguna de estas pérdidas para recordarles cuán remisos han sido en cuanto a su deber, pero sus casos son, tal vez, más desesperados.
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Jesús advirtió al pueblo: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios”. Lucas 12:15-21. Luego se dirigió a sus discípulos: “Por lo tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” Mateo 6:25.
Estas advertencias se dan para beneficio de todos. ¿Aprovecharán las advertencias dadas? ¿Se beneficiarán con ellas? ¿Prestarán atención a estas llamativas ilustraciones de nuestro Salvador, y rechazarán el ejemplo del rico necio? El tenía riquezas, también las tienen muchos que profesan creer en la verdad, y están actuando del mismo modo que el pobre e insensato hombre rico. Oh, si fueran sabios y sintieran las obligaciones que tienen de usar las bendiciones que Dios les ha dado para bendecir a otros, en vez de transformarlas en una maldición. Dios les dirá a todos los que hagan así como dijo al rico insensato: “Necio”.
Los hombres actúan como si no estuvieran en su sano juicio. Están inmersos en los cuidados de esta vida. No tienen tiempo para dedicar a Dios, ni para servirle. Trabajad, trabajad, trabajad, es la orden del día. A todos los que están alrededor de ellos se les exige trabajar presionados por el tiempo, urgidos para cuidar de extensas granjas. Derribar y construir propiedades mayores es su ambición, para poder tener dónde guardar sus mercancías. Sin embargo esos hombres que están agobiados bajo el peso de sus riquezas pasan por seguidores de Cristo. Tienen el rótulo de creer que Cristo ha de venir pronto, que el fin de todas las cosas está cerca; no obstante no tienen un espíritu de sacrificio. Se están sumergiendo más y más profundamente en el mundo. Dedican muy poco tiempo a estudiar la Palabra de vida, a meditar y orar. Tampoco les dan a otros de su familia, o a los que los sirven, este privilegio. Sin embargo, estos hombres profesan creer que este mundo no es su hogar, que son sólo peregrinos y extranjeros en la tierra, preparándose para trasladarse a una patria mejor. El ejemplo y la influencia de tales personas es una maldición para la causa de Dios. Una vana hipocresía caracteriza su vida de profesos cristianos. Aman a Dios y a la verdad tanto como lo muestran sus obras, y nada más. Una persona obrará de acuerdo con la fe que tenga. “Por sus frutos los conoceréis”. El corazón está donde está el tesoro. Su tesoro está en esta tierra, y sus corazones e intereses también están aquí.
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“¿De qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” “La fe sin obras es muerta”. Cuando los que profesan la fe demuestren que su vida está de acuerdo con su fe, entonces veremos que un poder asistirá la presentación de la verdad, un poder que convencerá al pecador y llevará almas a Cristo.
Una fe consecuente es rara entre los ricos. Rara vez se encuentra una fe genuina, sustentada por obras. Pero todos los que posean esta fe serán hombres de influencia. Imitarán a Cristo, poseerán esa desinteresada benevolencia, ese interés en la obra de salvar almas que él tenía. Los seguidores de Cristo debieran valorar las almas como él las valoró. Debieran centrar sus intereses en la obra de su amado Redentor, y debieran trabajar por salvar lo que él ha comprado con su sangre, con tan alto sacrificio. ¿Qué es el dinero, las casas y las tierras en comparación con una sola alma?
Cristo hizo un pleno y completo sacrificio, un sacrificio suficiente para salvar a cada hijo e hija de Adán que muestre arrepentimiento ante Dios por haber transgredido su ley, y manifieste fe en nuestro Señor Jesucristo. Pero, a pesar de que el sacrificio fue amplio, muy pocos llevan una vida de obediencia para alcanzar esta gran salvación. Pocos están dispuestos a imitar sus admirables privaciones, soportar sus sufrimientos y persecuciones, y compartir su agotador trabajo para traer a otros a la luz. Muy pocos siguen su ejemplo en ferviente y frecuente oración a Dios pidiendo fuerzas para soportar las pruebas de esta vida y cumplir sus deberes diarios. Cristo es el Capitán de nuestra salvación, y por sus propios sufrimientos y sacrificio ha dado ejemplo a todos sus seguidores de que la vigilancia y la oración y el esfuerzo perseverante, son necesarios de parte de ellos, para representar correctamente el amor que moraba en su pecho por la raza humana caída.
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Hombres pudientes están muriendo espiritualmente por causa de su negligencia en el uso de los recursos que Dios ha colocado en sus manos para ayudar a salvar a sus semejantes. Algunos despertarán a veces y resolverán hacerse de amigos por medio del injusto Mammón, para que finalmente puedan ser recibidos en las moradas eternas. Pero sus esfuerzos no son completos. Comienzan, pero al no emprender la obra de corazón y con completo fervor, fracasan. No son ricos en buenas obras. Mientras se detienen a considerar su amor y su ansia de tesoros terrenales, Satanás les gana la batalla.
Se puede presentar una promisoria oportunidad de invertir en derechos de patente o en alguna otra empresa supuestamente brillante, alrededor de la cual. Satanás obra fascinante encanto. La perspectiva de ganar más dinero, rápida y fácilmente, los seduce. Razonan que, aunque habían resuelto colocar ese dinero en la tesorería de Dios, lo usarán en esta ocasión, y lo incrementarán en gran manera, y luego darán una suma mayor a la causa. No ven posibilidad de fracasar. Se van los recursos de sus manos, y pronto descubren, para su pesar, que han cometido un error. Las brillantes perspectivas se han desvanecido. Sus expectativas no se han concretado. Fueron engañados. Satanás los venció. Fue más astuto que ellos, y logró apoderarse de sus bienes, y así privar a la causa de Dios de lo que debiera haberse usado para mantenerla, propagar la verdad y salvar a las almas por las que Cristo murió. Perdieron todo lo que habían invertido, y robaron a Dios lo que debían haberle entregado a él.
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Algunos a quienes se les confió un solo talento se excusan por que no tienen un número tan grande de talentos como los que han recibido muchos. Como el mayordomo infiel ocultan ese único talento en la tierra. Temen dar a Dios lo que él les ha confiado. Se ocupan de negocios terrenales, pero invirtieron poco o nada, en la causa de Dios. Esperan que los que tienen muchos talentos carguen con la responsabilidad de la obra, y piensan que ellos no son responsables de su progreso y éxito.
Cuando el Maestro venga a arreglar cuentas con sus siervos, los siervos insensatos admitirán confundidos: “Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo (¿Miedo de qué? De que el Señor pidiera una porción del pequeño talento que les había confiado), y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo”. Su Señor contestará: “Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses. Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes”. Mateo 25:24-30.
Muchos que tienen muy poco en este mundo están representados por el hombre con un talento. Temen confiar en Dios. Temen que les requerirá algo que consideran suyo. Esconden su talento en la tierra, porque temen invertirlo, pues quizá se los llame a devolver los intereses a Dios. En lugar de entregar el talento a los cambistas, como Dios requiere, lo entierran, o esconden donde ni Dios ni el hombre pueden beneficiarse de él. Muchos que profesan amar la verdad están haciendo justamente eso. Están engañando su propia alma, pues Satanás ha enceguecido sus ojos. Al robar a Dios se han robado más a sí mismos. Por causa de la codicia y de un corazón malvado y descreído, se han privado del tesoro celestial. Porque tienen sólo un talento, temen confiarlo a Dios, y así lo esconden en la tierra. Se sienten libres de responsabilidad. Les gusta ver progresar la causa, pero no consideran que se les requiere practicar la abnegación y ayudar a la obra con su propio esfuerzo individual y con sus recursos, aunque no tengan grandes bienes.
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Todos debieran hacer algo. El caso de la viuda que entregó sus dos blancas está registrado para el beneficio de los demás. Cristo la alabó por el sacrificio que hizo y llamó la atención de sus discípulos al hecho: “De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento”. Marcos 12:43-44. Cristo consideró su dádiva de más valor que las grandes ofrendas de los más ricos. Ellos daban de su abundancia. No pasarían la menor privación por causa de sus ofrendas. Pero la viuda se había privado aun de lo imprescindible para la vida con el fin de dar su pequeña ofrenda. No sabía cómo serían provistas sus necesidades futuras. No tenía esposo que la mantuviera. Confiaba en Dios para el mañana. El valor de la dádiva no se estima tanto por la cantidad que se dé, sino según la proporción y el motivo que inspira la dádiva. Cuando Cristo venga, trayendo su recompensa, dará a cada uno según sus obras.
A todos, tanto encumbrados como humildes, ricos y pobres, el Maestro les ha confiado talentos; a algunos más, a otros menos, de acuerdo con sus distintas habilidades. La bendición de Dios recaerá sobre los obreros fervientes, amantes y diligentes. Su inversión será exitosa, conseguirá almas para el reino de Dios y un tesoro inmortal para ellos mismos. Todos son agentes morales, y a todos se les han confiado los bienes del cielo. Los talentos están en proporción con las capacidades de cada uno.
Dios le da a cada hombre su obra, y espera ganancias de acuerdo a los distintos talentos concedidos. No requiere un aumento de diez talentos al hombre a quien ha dado sólo uno. No espera que el hombre pobre dé limosnas como el rico. No espera de los débiles y sufrientes, la actividad y la fuerza que tiene el hombre sano. Dios aceptará, “según lo que uno tiene, no según lo que no tiene”, el único talento, usado del mejor modo.
Dios nos llama siervos, lo que implica que somos empleados por él para hacer determinada obra y llevar ciertas responsabilidades. Nos ha prestado un capital para invertir. No es nuestra propiedad, y desagradamos a Dios si acaparamos los bienes de nuestro Señor o los gastamos como nos plazcan. Somos responsables por el uso o el abuso de lo que Dios nos ha prestado. Si este capital que el Señor ha colocado en nuestras manos permanece inactivo, o lo enterramos, aunque sea un solo talento, seremos llamados por el Maestro a rendir cuenta. El requiere, no lo nuestro, sino lo suyo con intereses.
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Cada talento que regresa al Maestro será escudriñado. Las obras y los depósitos recibidos por los siervos de Dios no se considerarán como un asunto sin importancia. Se tratará con cada individuo personalmente y se le requerirá cuenta de los talentos que le fueron confiados, sea que los hayamos aumentado o los hayamos usado mal. La recompensa que se concede estará en proporción al aumento de los talentos. El castigo será de acuerdo al mal uso de los talentos.
La pregunta de cada uno debiera ser: ¿Qué tengo que pertenece a mi Señor, y cómo lo usaré para su gloria? “Negociad dice Cristo, entre tanto que yo vengo”. El Maestro celestial está en viaje de regreso. Nuestra bondadosa oportunidad es ahora. Los talentos están ahora en nuestras manos. ¿Los usaremos para la gloria de Dios, o los malgastaremos? Podemos negociar con ellos hoy, pero mañana nuestro tiempo de gracia puede terminar y nuestra cuenta puede quedar cerrada para siempre.
Si invertimos nuestros talentos en la salvación de nuestros semejantes, Dios será glorificado. El orgullo y la posición se presentan para excusar la extravagancia, la vana ostentación la ambición y el disoluto egoísmo. Los talentos del Señor, entregados al hombre como una preciosa bendición, si se los malgasta, proyectarán sobre él una terrible maldición. Podemos usar las riquezas para hacer progresar la causa de Dios y aliviar las necesidades de las viudas y los huérfanos. Al hacer así, obtenemos ricas bendiciones. No sólo recibiremos expresiones de gratitud de los que se benefician con nuestras mercedes, sino que el Señor mismo, quien ha colocado los bienes en nuestras manos para este preciso propósito, transformará nuestra alma en un jardín regado, cuyas aguas nunca faltan. Cuando llegue el tiempo de la siega, ¿quiénes de nosotros experimentaremos el inefable gozo de ver las gavillas que hayamos reunido, en recompensa de nuestra fidelidad y nuestro generoso uso de los talentos que el Señor ha colocado en nuestras manos para que los usemos para su gloria?