Hermano P, usted ha sido indolente en llevar las cargas que cada padre debiera llevar en su familia; y como resultado, la carga dejada a la madre, ha sido muy pesada. Usted ha sido demasiado propenso a liberarse de los cuidados y cargas, en su hogar y fuera de él. Cuando, en el temor de Dios, con solemne vista del juicio, usted decididamente tome la carga que el cielo le ha asignado, y cuando haya hecho lo que pueda, entonces podrá orar con entendimiento, con el Espíritu y en fe, para que Dios haga en favor de sus hijos lo que está más allá de su capacidad.
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El hermano P no ha hecho uso responsable de sus recursos. No se ha guiado tanto por el buen juicio como por las voces y los deseos de sus hijos. No estima como debiera los bienes que tiene en sus manos ni los usa con cuidado para adquirir los artículos más necesarios, las cosas que debe tener para la comodidad y la salud. Toda la familia tiene que mejorar en esto. Muchas cosas se necesitan para el bienestar y la comodidad de la familia. La falta de aprecio del orden y el sistema en el arreglo de los asuntos domésticos, conducen a la destrucción y a gran desventaja. Cada miembro de la familia debiera darse cuenta de que una responsabilidad individual descansa sobre él para mejorar la comodidad, el orden y la regularidad de la familia. Ninguno debiera trabajar en contra del otro. Todos debieran ocuparse unidos en la buena obra de alentarse mutuamente; debieran ejercer gentileza, tolerancia y paciencia; hablar en voz baja y calmada, evitando el barullo, y haciendo cada uno lo mejor para aliviar las cargas de la madre. Las cosas no debieran dejarse más inconclusas, excusándose todos de hacer su deber, dejando que los demás hagan lo que ellos pueden y deben hacer ellos mismos. Estas cosas pueden parecer sin importancia; pero cuando actúan en conjunto, causan un gran desorden y ocasionan el disgusto de Dios. Es el descuido de las cosas pequeñas, insignificantes, lo que envenena la felicidad de la vida. Un fiel cumplimiento de las pequeñeces forma la suma de felicidad de esta vida. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho. El que es infiel o injusto en las cosas pequeñas, lo será también en las cosas más grandes. Cada miembro de la familia debiera comprender cuál es exactamente la parte que se espera que realice en unión con los demás. Todos, desde el niño de seis años en adelante, debieran entender que se requiere que lleven su parte de las cargas de la vida.
Hay importantes lecciones que los niños deben aprender, y las pueden aprender ahora mejor que más adelante. Dios obrará en favor de estos niños en unión con los sabios esfuerzos de sus padres, y los hará estudiantes en la escuela de Cristo. Jesús quiere que estos niños estén separados de las vanidades del mundo, dejen los placeres del pecado, y elijan el camino de la humilde obediencia. Si ahora voluntariamente prestan atención a la bondadosa invitación, si aceptan a Jesús como su Salvador, y perseveran en conocer al Señor, él los limpiará de sus pecados y les impartirá gracia y fortaleza.
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Querido hermano P, las lecciones que ha aprendido entre las perturbadoras influencias que existían en Maine han sido excesivamente perjudiciales para su familia. Usted no ha sido tan circunspecto en su conducta como Dios desea que sea. Usted no ha dedicado tiempo a la verdad en su familia, a enseñar diligentemente sus principios y los mandamientos de Dios a sus hijos, al levantarse y al sentarse, al salir y al entrar. Usted no ha apreciado su obra de padre y ministro.
Usted no ha cumplido celosamente con su deber hacia sus hijos. No ha dedicado tiempo suficiente a la oración en familia, y no ha requerido la presencia de todas las personas de la casa. En inglés, el significado etimológico de la palabra esposo es “vínculo de la casa”. Todos los miembros de la familia tienen al padre por centro. El es el legislador, y en su propio porte varonil, ilustra las virtudes más severas, la energía, la integridad, la honestidad, la paciencia, el valor, la diligencia y la utilidad práctica. En cierto sentido, el sacerdote de la casa, que presenta ante el altar de Dios el sacrificio matutino y vespertino. Se debiera alentar a la esposa y a los hijos a que se unan en esta ofrenda, y también a participar en las canciones de alabanza. En la mañana y en la tarde, como sacerdote de la familia, el padre debiera confesar a Dios los pecados cometidos por él mismo y por sus hijos durante el día. Los pecados que ha llegado a conocer, y también los que son secretos, de los que sólo Dios tiene conocimiento, debieran ser confesados. Este hábito, celosamente practicado por el padre cuando está presente, o por la madre cuando él está ausente, resultará en bendiciones para la familia.
La razón por la que los jóvenes de la era presente no tienen más inclinación religiosa es que su educación es deficiente. No se ejerce verdadero amor hacia los niños cuando se les permite que la desobediencia a sus leyes quede sin castigo. Hacia donde se tuerce la rama, hacia allí el árbol se inclina. Usted ama demasiado la comodidad. No se sacrifica lo suficiente. Se requiere un esfuerzo constante, una vigilancia constante y firme y ferviente oración. Mantenga la mente en un estado de oración, elevada a Dios; en lo que requiere diligencia, no sea perezoso, sino ferviente en espíritu, sirviendo al Señor.
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Usted no ha apreciado en su familia la santidad del sábado, ni la ha enseñado a sus hijos, ni les ha requerido la necesidad de guardarlo de acuerdo con el mandamiento. Su entendimiento no es claro ni está dispuesto a discernir el alto nivel que debemos alcanzar a fin de observar los mandamientos. Pero Dios lo ayudará en sus esfuerzos cuando emprenda la tarea seriamente. Usted debiera tener un control perfecto de sí mismo, entonces podrá tener más éxito al controlar a sus hijos cuando se muestran díscolos. Usted tiene una gran tarea para enmendar su negligencia pasada; pero no se le exige que la realice con su propia fuerza. Angeles ministradores lo ayudarán en la obra. No abandone el trabajo ni deje la tarea, sino empréndala con voluntad y repare su larga negligencia. Debe tener una visión más alta de las demandas de Dios acerca de su día santo. Todo lo que se pueda hacer en los seis días que Dios le ha dado, debiera ser hecho. No debiera robar a Dios ni una hora del tiempo santo. Se prometen grandes bendiciones a los que tienen en alta estima al sábado y se dan cuenta de las obligaciones de descansar en ese día: “Si retrajeres del día de reposo tu pie (de pisotearlo, de anularlo), de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado”. Isaías 58:13-14.
Cuando el sábado comienza debemos ponernos en guardia, velar sobre nuestros actos y palabras, no sea que robemos a Dios, dedicando a nuestro uso el tiempo que pertenece estrictamente al Señor. No debemos hacer ni permitir que nuestros hijos hagan trabajo alguno para ganarse la vida, ni cosa alguna que podría haberse hecho durante los seis días hábiles.
El viernes es el día de preparación. Entonces puede dedicarse tiempo a los preparativos necesarios para el sábado, y a pensar y conversar acerca de ello. Nada de lo que a los ojos del cielo es considerado como violación del santo sábado debe dejarsepara ser dicho o hecho en el día de reposo. Dios requiere no sólo que evitemos el trabajo físico en sábado, sino que disciplinemos nuestra mente para que se espacie en temas sagrados. Se infringe virtualmente el cuarto mandamiento al conversar de cosas mundanales, o al dedicarse a una conversación liviana y trivial. El hablar de cualquier cosa o de todo lo que acude a la mente, es pronunciar nuestras propias palabras. Toda desviación de lo recto nos pone en servidumbre y condenación.
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Hermano P, usted debe disciplinarse para discernir el carácter sagrado del sábado del cuarto mandamiento, debe trabajar para elevar la norma en su familia, y en cualquier lugar donde, por su ejemplo, la haya rebajado entre el pueblo de Dios. Debe contrarrestar la influencia que ha ejercido al respecto, y cambiar sus palabras y acciones. Usted ha dejado con frecuencia de acordarse “del día de reposo, para santificarlo”; y se ha olvidado de él muchas veces para pronunciar sus propias palabras en el día santificado de Dios. Ha sido descuidado, y en el sábado ha participado con personas no consagradas en conversaciones con respecto a los temas comunes del día, como las ganancias y pérdidas, los ganados, las cosechas y las provisiones. En esto, su ejemplo perjudica a su influencia. Debe reformarse.
Los que no son plenamente convertidos a la verdad permiten con frecuencia que sus mentes se espacien libremente en negocios mundanales, y aunque descansan del trabajo físico en sábado, su lengua expresa lo que tienen en la mente; de ahí sus palabras acerca de sus ganados, las cosechas y las pérdidas y ganancias. Todo esto es violar el sábado. Si la mente se espacia en asuntos mundanales, la lengua lo revelará; porque de la abundancia del corazón habla la boca.
El ejemplo de los ministros debe ser especialmente circunspecto acerca de esto. El sábado debe dedicarse concienzudamente a la conversación sobre temas religiosos, a presentar la verdad, el deber, las esperanzas y temores del cristiano, sus pruebas, conflictos y aflicciones, la victoria final y la recompensa que habrá de recibir.
Los ministros de Jesús deben reprender a los que no se acuerdan del sábado para santificarlo. Deben reprender bondadosa y solemnemente a los que participan en conversación mundanal en el día de reposo y al mismo tiempo aseveran ser observadores del sábado. Deben estimular la devoción a Dios en su santo día.
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Nadie debe sentirse libre para pasar el tiempo santificado de una manera que no sea provechosa. Desagrada a Dios que los observadores del sábado duerman durante gran parte de este día. Deshonran a su Creador al hacerlo. Por su ejemplo dicen que los seis días son demasiado preciosos para que ellos los pasen descansando. Deben ganar dinero, aunque sea privándose del sueño que necesitan, y lo recuperan durmiendo durante el tiempo santo. Luego se disculpan diciendo: “El sábado fue dado como día de reposo. No me privaré del descanso para asistir a la reunión, porque necesito descansar”. Tales personas usan equivocadamente el día santificado. Durante él deben interesar especialmente a sus familias en la observancia del mismo, y congregarse en la casa de oración con los pocos o con los muchos que asistan, según sea el caso. Deben dedicar su tiempo y sus energías a los ejercicios espirituales, para que la influencia divina que descansa sobre el sábado los acompañe durante la semana. De todos los siete días, ninguno es tan favorable para los pensamientos y sentimientos de devoción como el sábado.
Se me mostró que todo el cielo observa durante el sábado a los que reconocen los requerimientos del cuarto mandamiento y lo guardan. Los ángeles toman nota de su interés en la institución divina y su alta consideración por ella. Los que santifican al Señor Dios en su corazón por una actitud estrictamente devocional, y procuran aprovechar las horas sagradas observando el sábado, son especialmente bendecidos de los ángeles con luz y salud y reciben fuerza especial. Pero, por otro lado, los ángeles se apartan de aquellos que no aprecian el carácter sagrado del día santificado de Dios, y les quitan su luz y su fuerza. Los vi cubiertos de una nube, abatidos y con frecuencia tristes. Sienten la falta del Espíritu de Dios.
Estimado hermano P, en todo momento usted debiera ser prudente en su conducta. ¿Lo ha llamado Dios para ser un representante de Cristo en la tierra, para rogar a los pecadores en su lugar que se reconcilien con Dios? Esta es una obra solemne y exaltada. Cuando usted termina de hablar en el púlpito, esa obra apenas comienza. No queda libre de sus responsabilidades cuando no está presidiendo las reuniones, sino que todavía debiera mantenerse consagrado a la obra de salvar almas. Debe ser una epístola viviente, conocida y leída por todos los hombres. No debe buscar su comodidad. No debe pensar en el placer. La salvación de las almas es el único tema importante. A esta obra es llamado el ministro del Evangelio. Debe perseverar en buenas obras fuera de las reuniones y adornar su profesión con una conducta piadosa y un porte circunspecto. Con frecuencia, después que su trabajo en el púlpito ha terminado y se sienta en compañía de otras personas alrededor del fuego, por medio de su conversación no cansagrada neutraliza los esfuerzos que realiza desde el púlpito. Usted debe vivir el deber que predica a los demás, y debe tomar a su cargo, como nunca lo ha hecho antes, la carga de la obra, el peso de la responsabilidad que debe descansar sobre cada ministro de Cristo. Confirme la obra realizada desde el púlpito continuándola con un esfuerzo privado. Ocúpese en juiciosa conversación acerca de la verdad presente, cerciorándose cándidamente del estado de ánimo de los presentes, y en el temor de Dios haga una aplicación práctica de alguna importante verdad a los casos de los que están relacionados con usted. Usted no ha instado a tiempo y fuera de tiempo, no ha redargüido, reprendido y exhortado con toda paciencia y doctrina al llevar a cabo sus tareas.
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El vigía en los muros de Sión, necesita estar constantemente en guardia. Su vigilancia no debe cesar. Acostúmbrese a ser capaz de tocar a las familias que se sientan con usted junto al hogar. Puede lograr más de este modo que por el trabajo que hace desde el púlpito. Vele por las almas como quien debe rendir cuentas. No dé ocasión a los incrédulos para acusarlo de ser remiso en el cumplimiento de este deber, descuidando de apelar a ellos personalmente. Hábleles fielmente, y ruégueles que se rindan a la verdad. “Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida”. 2 Corintios 2:15-16. Al observar el apóstol la magnitud de la obra y las pesadas responsabilidades que descansan sobre el ministro, exclama: “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente? Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo”. 2 Corintios 2:16-17.
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Los que corrompen al mundo esparciendo trigo y paja, o cualquier cosa que puedan considerar evangelio, mientras que se oponen a los mandamientos de Dios, no pueden apreciar los sentimientos del apóstol cuando temblaba bajo el peso de la solemne obra, y de su responsabilidad de ministro de Cristo, de tener en sus manos el destino de las almas por las que Cristo murió. De acuerdo con el criterio de los que se hicieron ministros a sí mismos, se requiere una norma baja para llenar los requisitos y transformarse en tales. Pero el apóstol tuvo en muy alta estima los requisitos del ministerio.
El comportamiento de un ministro que ocupa el púlpito debiera ser circunspecto, no descuidado. No debiera ser negligente en su actitud. Debiera ser ordenado y fino en el más alto sentido. Dios requiere esto de los que aceptan una obra de tanta responsabilidad como es la de recibir las palabras de su boca y comunicarlas a la gente, advirtiendo y reprendiendo, corrigiendo y consolando, según sea necesario. Los representantes de Dios en la tierra debieran estar en comunión diaria con él. Sus palabras debieran ser escogidas y su hablar correcto. Debieran descartarse para siempre las palabras precipitadas que usan con frecuencia los miembros que no predican el Evangelio con sinceridad.
Se me mostró, hermano P, que usted es irritable por naturaleza, que se siente provocado con facilidad y que carece de paciencia y tolerancia. Si se objeta su proceder, o se le insta a tomar una posición en los asuntos de la verdad, no le gusta sentirse presionado. No ha estado dispuesto a dar un solo paso sólo porque otros así lo quisieran. A usted le ha gustado tomar su tiempo. Si sus oyentes siguieran el mismo comportamiento suyo los consideraría culpables. Si todos procedieran como usted, el pueblo de Dios requeriría un milenio temporal con el fin de prepararse para el juicio. Dios ha soportado misericordiosamente su dilación; pero no sería provechoso que otros siguieran su ejemplo, pues ahora es débil y deficiente, cuando podría ser fuerte y estar bien capacitado para la obra.
El hermano R pudo hacer muy poco por usted. Sus labores fueron dirigidas con poco juicio. Se equivocó al interesarse especialmente por los que pensaban que debían llegar a ser maestros. Si no hubiera tocado el caso de un ministro de Maine, y si hubiera trabajado en nuevos campos donde no había habido adventistas, muchos hubieran sido traídos al conocimiento de la verdad. El hermano S ha estado avanzando lentamente y su desarrollo de la paciencia, el dominio propio y la tolerancia es más agradable a Dios; y sin embargo hay una obra mucho mayor que hacer por él antes que pueda ser un ministro de éxito en la causa y haga progresar la obra de Dios.
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El hermano R se interesó mucho en su caso, pero usted se negó a que lo ayudara. A usted se le dedicó tiempo y esfuerzo, se arreglaron las cosas especialmente en beneficio suyo, para vencer su prejuicio y ganarlo para la verdad, hasta que su indolencia y descreimiento agotaron la paciencia del hermano R. Entonces hubo un cambio en su estrategia, y él lo presionó para que tomara una decisión y anduviera en la luz y la evidencia que usted había recibido. Usted consideró que este sincero esfuerzo del hermano R lo estaba apremiando y urgiendo. Su temperamento obcecado se puso en evidencia; se levantó en contra de su proceder y rechazó los esfuerzos que él hizo para ayudarlo. De este modo usted se perjudicó, desalentó al hermano R y desagradó a Dios. Sus sentimientos hacia el hermano R no fueron cristianos. Se gloriaba en resistir los esfuerzos que él hacía en su favor. El Señor bendijo los esfuerzos del hermano R para levantar un pueblo en el estado de Maine. Esta labor fue dura y penosa y usted contribuyó a que así fuera. No se dio cuenta cuán difícil estaba haciendo el trabajo para los que Dios había enviado a presentar la verdad al pueblo. Estaban agotando sus energías para que la gente se decidiera con referencia a la verdad, y usted y otros ministros se interpusieron abiertamente en su camino. Dios estaba obrando por intermedio de sus ministros para atraer a la gente a la verdad, mientras Satanás obraba por intermedio suyo y de otros ministros para desalentarlos y neutralizar su labor. Los mismos hombres que profesaban ser vigías y quienes, si hubiesen escuchado el consejo de Dios, habrían sido los primeros en recibir la palabra de advertencia y en darla a la gente, estuvieron entre los últimos en aceptar la verdad. El pueblo estaba más adelantado que sus maestros. Ellos recibieron las advertencias aun antes que los vigías, porque los vigías eran infieles y dormían en su puesto.
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Hermano P, usted debiera haber sentido simpatía y amor hermanable por el hermano R, pues él merecía recibir esto de usted en lugar de palabras de censura. Usted debiera reprobar severamente su propia conducta, pues ha llegado a luchar contra Dios. Pero se ha divertido y ha divertido a otros a expensas del hermano R, relatando sus esfuerzos en su favor, y cómo usted se resistía y se alegraba riéndose del asunto.
Es conveniente que todo ministro de Cristo hable sensatamente, de modo que no pueda ser condenado. Se me mostró que debe realizarse una obra solamente por los ministros de Cristo. Esta no se puede hacer sin esfuerzo de su parte. Deben sentir que tienen que hacer una tarea en su favor que nadie más puede hacer por ellos. Deben empeñarse en conseguir las calificaciones necesarias a fin de llegar a ser ministros competentes de Cristo, para que en el día de Dios puedan quedar absueltos, libres de la sangre de las almas, habiendo cumplido con todo su deber en el temor de Dios. Como recompensa, los fieles subpastores escucharán del Pastor jefe: “Bien, buen siervo y fiel”. Luego él colocará la corona de gloria sobre sus cabezas y les mandará entrar en el gozo de su Señor. ¿Qué es ese gozo? Consiste en contemplar con Cristo a los santos redimidos, y repasar con él sus afanes en favor de las almas, su abnegación y renunciamiento, considerar cómo dejaron su comodidad, sus ganancias terrenales y todos los estímulos mundanos, y eligieron la crítica, el sufrimiento, la humillación, el trabajo agotador, y la angustia de espíritu cuando los hombres se oponían a la voluntad de Dios en contra de sus propias almas; ese gozo consiste en recordar la purificación de sus almas ante Dios, su llanto entre el atrio y el altar, y el llegar a ser espectáculo ante el mundo, ante los ángeles y ante los hombres. Entonces todo eso habrá concluido, y verán los frutos de sus desvelos, almas salvadas por medio de sus esfuerzos en Cristo. Los ministros que han sido colaboradores con Cristo entran en el gozo de su Señor y quedan satisfechos.
“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado”. Los ministros se olvidan demasiado del Autor de su salvación. Piensan que tienen que soportar mucho, cuando en realidad soportan y sufren muy poco. Dios obrará en favor de los ministros si ellos dejan que les ayude. Pero si piensan que están bien y no necesitan una conversión cabal, no se ven a sí mismos y no se elevan a la medida de Dios, él pasará mejor sin su trabajo que recibiendo su colaboración.
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Dios requiere que los ministros alcancen la norma, que se muestren aprobados ante Dios, obreros que no necesitan avergonzarse. Si rechazan esa estricta disciplina, Dios los despedirá y elegirá a hombres que no descansarán hasta que estén enteramente preparados para toda buena obra. Nuestro corazón es naturalmente pecador e indolente en el servicio de Cristo; y tenemos que estar en constante guardia, o no lograremos soportar las penurias de buenos soldados de Cristo, y no sentiremos la necesidad de luchar vigorosamente en contra de los pecados dominantes, sino que nos rendiremos pronto a las sugestiones de Satanás y levantaremos nuestro propio estandarte antes que aceptar el puro y elevado estandarte que Dios ha levantado para nosotros.
Vi que los ministros observadores del sábado de Maine no han llegado a ser estudiosos de la Biblia. No han sentido la necesidad de hacer ellos mismos un estudio diligente de la Palabra de Dios, a fin de que puedan estar enteramente preparados para toda buena obra. Tampoco sintieron la necesidad de urgir a sus oyentes a que investigaran minuciosamente las Escrituras. Si en Maine no hubiese habido un ministro adventista del séptimo día que se opusiera a la voluntad de Dios, todo lo que se ha logrado se hubiese podido llevar a cabo con la mitad del esfuerzo que se ha hecho, y el pueblo podría haber sido sacado de su aturdimiento y confusión y llevado al orden, y ahora podrían haber sido suficientemente fuertes para soportar las influencias opositoras. Muchos lugares que todavía no han sido alcanzados podrían haber sido visitados y en ellos se podría haber llevado a cabo un trabajo exitoso, lo que hubiera llevado a muchos a un conocimiento de la verdad.
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Mucho del esfuerzo realizado en Maine fue en pro de los ministros adventistas del séptimo día, para llevarlos a una posición correcta. Ha sido necesario trabajar arduamente para contrarrestar la influencia que ellos ejercieron cuando se opusieron a la voluntad de Dios en perjuicio de su propia alma e interfiriendo el camino de los pecadores. Ellos mismos no quisieron entrar, y por precepto y ejemplo fueron un impedimento para los que estaban dispuestos a entrar. Ha sido un error entrar en campos donde hay adventistas que en general no sienten necesidad de recibir ayuda, sino que piensan que están espiritualmente bien y que son capaces de enseñar a otros. Los obreros son pocos, y su fuerza debe ser empleada del mejor modo posible. Mucho más se puede hacer en el Estado de Maine, como regla general, donde no hay ni un adventista. Se debiera entrar en nuevos campos; y el tiempo que hasta ahora se ha gastado en arduo trabajo para los adventistas que no desean aprender, debiera dedicarse a esos nuevos campos, a ir por los caminos y vallados, y trabajar por la conversión de los incrédulos. Si los adventistas desean venir y oír, dejadlos venir. Dejad el camino abierto para que vengan si así lo prefieren.