Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 15-25, día 142

Número 21—Testimonio para la iglesia

Una apelación a los que llevan cargas

Queridos hermanos y hermanas: Me siento constreñida en esta oportunidad a cumplir un deber descuidado por largo tiempo. 

Durante los años previos a la grave y prolongada enfermedad de mi esposo, él realizó más trabajo que el que dos hombres deberían haber hecho en el mismo tiempo. Él esperaba ansiosamente el momento cuando se le podría aliviar de la presión de las preocupaciones, cuando obtendría descanso mental y físico. A través de los Testimonios fue advertido de su peligro. Se me mostró que estaba haciendo demasiado trabajo intelectual. Transcribo aquí un Testimonio escrito, dado el 26 de agosto de 1855: 

“Estando en Paris, Maine, se me mostró que la salud de mi esposo estaba en una condición crítica, que su ansiedad mental había sido excesiva para sus fuerzas. Cuando la verdad presente se publicó por primera vez, él se esforzó grandemente y trabajó recibiendo sólo poco aliento o ayuda de sus hermanos. Desde el principio él ha llevado cargas que eran demasiado agotadoras para su fuerza física. 

“Estas cargas, si hubieran sido compartidas equitativamente, no habrían necesitado ser tan desgastadoras. Mientras mi esposo asumía muchas responsabilidades, algunos de sus hermanos en el ministerio no estaban dispuestos a asumir ninguna. Y aquellos que rehuían cargas y responsabilidades no comprendían las cargas de él, y no estaban tan interesados en el progreso de la obra y la causa de Dios como deberían haber estado. Mi esposo sintió esta falta [de apoyo] y colocó su hombro bajo cargas demasiado pesadas que casi lo aplastaron. Se salvarán más almas como resultado de estos esfuerzos adicionales, pero dichos esfuerzos han afectado su constitución y lo han privado de fuerza. Se me ha mostrado que en gran medida él debiera poner a un lado su ansiedad; Dios está deseoso de que él se vea libre de esa labor extenuante, y que dedique más tiempo al estudio de las Escrituras y a la sociabilidad con sus hijos, tratando de cultivar la mente de ellos. 

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“Vi que no es nuestro deber estar preocupándonos con problemas individuales. Debiera evitarse ese trabajo mental que se soporta a causa de los errores de otros. Mi esposo puede continuar trabajando con todas sus energías, como lo ha hecho, y como resultado descender a la tumba, y que se pierdan sus esfuerzos por la causa de Dios; o ahora puede ser aliviado, mientras le queda algo de fuerza, y vivir por más tiempo y sus trabajos ser más eficientes”. 

Repito un Testimonio dado en 1859: “En mi última visión se me mostró que el Señor quería que mi esposo se entregara más al estudio de las Escrituras, para que fuera más competente a fin de trabajar más efectivamente en palabra y doctrina tanto al hablar como al escribir. Vi que en el pasado hemos agotado nuestras energías debido a la ansiedad y la preocupación por colocar a la iglesia en una posición correcta. No se requiere esa labor agotadora en diversos lugares, llevando las cargas de la iglesia; porque la iglesia debiera llevar sus propias cargas. Nuestra tarea es instruirlos en la Palabra de Dios, urgirlos para que sientan la necesidad de una religión práctica, y definir tan claramente como sea posible la posición correcta respecto a la verdad. Dios quisiera que levantemos nuestras voces en la gran congregación sobre puntos de la verdad presente que son de importancia vital, los cuales debieran ser presentados con claridad y decisión, y también expuestos por escrito, para que los mensajeros silenciosos puedan presentarlos ante la gente por todas partes. Se requiere de nosotros que nos consagremos más cabalmente al trabajo esencial; debemos ser fervientes para vivir a la luz del rostro de Dios. Si nuestras mentes estuvieran menos preocupadas por las dificultades de la iglesia, estarían más libres para ejercitarse en los temas de la Biblia; y una aplicación más profunda a la verdad bíblica acostumbraría a la mente a explayarse en ese cauce de pensamiento, y de ese modo seríamos más idóneos para la importante obra que nos incumbe. 

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“Se me mostró que Dios no nos impuso esas cargas pesadas que hemos llevado en el pasado. Es nuestro deber hablar a la iglesia y mostrarles la necesidad de esforzarse por ellos mismos. Se les ha prestado excesiva atención. La razón por la que no se nos debiera exigir que asumamos cargas pesadas y nos ocupemos en trabajos intrincados es porque el Señor quiere que realicemos una obra de otro carácter. Él no quisiera que agotemos nuestras energías físicas y mentales, sino que las mantengamos en reserva, para que en ocasiones especiales, cada vez que realmente se necesite ayuda, puedan oírse nuestras voces. 

“Vi que se darían pasos importantes, en los cuales se demandaría nuestra influencia para dar liderazgo; que surgirían corrientes y ocasionalmente se introducirían errores en el seno de la iglesia, y entonces se buscaría nuestra influencia. Pero si estamos agotados por tareas previas, no poseeremos ese juicio sereno, discreción y dominio propio necesarios para la ocasión importante en la que Dios quisiera que tuviéramos una parte prominente. 

“Satanás ha debilitado nuestros esfuerzos al afligir a la iglesia de tal modo que abrirnos paso a través de la oscuridad y la incredulidad demanda de nosotros casi el doble de trabajo. Estos esfuerzos para poner las cosas en orden en las iglesias han agotado nuestra fuerza, y tras ellos han venido el cansancio y la debilidad. Vi que tenemos una obra que hacer, pero el adversario de las almas resistirá todo esfuerzo que tratemos de realizar. La gente puede haber caído en un estado de apostasía, de modo que Dios no puede bendecirlos, y esto será descorazonador; pero no debiéramos desanimarnos. Debiéramos cumplir nuestro deber presentando la luz, y dejarle la responsabilidad a la gente”. 

Transcribo aquí de otro Testimonio, escrito el 6 de junio de 1863: “Se me mostró que todavía se necesita nuestro testimonio en la iglesia, que debiéramos esforzarnos para ahorrarnos pruebas y preocupaciones, y preservar una actitud mental devota. Aquellos que están en la oficina tienen el deber de exigirles más a sus cerebros, y mi esposo el de exigirle menos al suyo. Él pasa mucho tiempo atendiendo asuntos diversos que confunden y cansan su mente, y lo incapacitan para el estudio o para escribir, lo cual impide que su luz resplandezca en la Review como debiera. 

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“La mente de mi esposo no debiera recargarse ni estar abrumada de trabajo. Debe tener descanso, y a él se le debe permitir que escriba y atienda asuntos que otros no pueden hacer. Aquellos que están ocupados en la oficina podrían liberarlo de un gran peso de preocupación si se dedicaran a Dios y sintieran un interés profundo en la obra. No deberían existir sentimientos egoístas entre aquellos que trabajan en la oficina. Ellos están ocupados en la obra de Dios, y han de darle cuenta a él por sus motivos y por la manera en que se ejecuta este ramo de la obra. Se les pide que disciplinen su mente. Muchos sienten que no hay culpa alguna en ser olvidadizo. Éste es un gran error. El olvido es pecado. Conduce a muchos errores y a mucho desorden y equivocaciones. No deben olvidarse las cosas que necesitan hacerse. A la mente se le debe exigir; debe ser disciplinada hasta que recuerde.

“Mi esposo ha tenido muchas preocupaciones, y ha hecho muchas cosas que otros deberían haber llevado a cabo, pero que él temía que las hicieran, no fuera que en su descuido cometiesen errores que no se pudieran remediar fácilmente, lo que implicaría pérdidas. Esto le ha causado gran perplejidad. Aquellos que trabajan en la oficina debieran aprender. Debieran estudiar y practicar y ejercitar su propio cerebro; porque tienen sólo esta rama del negocio, mientras que mi esposo tiene la responsabilidad de muchos departamentos de la obra. Si un operario comete una falla, debiera sentir que le corresponde reparar los daños de su propio bolsillo, y no debiera permitírsele a la oficina que sufra pérdida debido a su negligencia. No debiera dejar de llevar responsabilidades, sino que debiera intentar nuevamente, evitando repetir sus errores. De esta manera aprenderá a ser cuidadoso en aquello que la Palabra de Dios siempre requiere, y entonces sólo cumplirá con su deber. 

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“Mi esposo debiera tomar tiempo para hacer aquellas cosas que su juicio le dice que preservarían su salud. Él ha pensado que debe deshacerse de las cargas y responsabilidades que pesaban sobre él, y dejar la oficina, o su mente se arruinaría. Se me mostró que cuando el Señor lo libre de su puesto, le dará una evidencia clara de que ha sido liberado, así como se la dio cuando depositó la carga sobre él. Pero él ha llevado demasiadas cargas, y aquellos que trabajan con él en la oficina y también sus compañeros de ministerio, han estado demasiado dispuestos a que él las lleve. En términos generales, se han retraído de llevar cargas y han simpatizado con aquellos que estaban murmurando contra él, y lo han dejado que quede solo mientras él se doblegaba bajo la censura, hasta que Dios vindicó su propia causa. Si ellos hubieran tomado su parte de las cargas, mi esposo habría sido aliviado. 

“Vi que Dios requiere ahora de nosotros que cuidemos en forma especial la salud que nos ha dado, porque nuestra obra aún no ha terminado. Todavía debemos dar nuestro testimonio y tendrá influencia. Debiéramos preservar nuestra fuerza para laborar en la causa de Dios cuando se necesite nuestro trabajo. Deberíamos cuidar de no asumir cargas que otros pueden y deben llevar. Necesitamos estimular una disposición alegre, llena de esperanza y serenidad; porque nuestra salud depende de que lo hagamos. La obra que Dios nos pide que realicemos no impedirá que cuidemos nuestra salud, para que podamos recuperarnos del efecto del trabajo muy exigente. Cuanto más perfecta sea nuestra salud, más perfecta será nuestra labor. Cuando abusamos de nuestras fuerzas y nos agotamos, estamos más expuestos a resfriarnos, y en esas circunstancias hay peligro de que la enfermedad asuma una forma peligrosa. No debemos dejarle a Dios el cuidado de nuestra persona, cuando él ha depositado sobre nosotros esa responsabilidad”.

El 25 de octubre de 1869, mientras estaba en Adams Center, Nueva York, se me mostró que algunos de los ministros que estaban entre nosotros no llevaban toda la responsabilidad que Dios quería que llevasen. Esta falta acumula tarea extra sobre aquellos que llevan cargas, especialmente sobre mi esposo. Algunos ministros no actúan ni se atreven a hacer algo en la causa y la obra de Dios. Deben tomarse decisiones importantes; pero como el hombre mortal no puede ver el fin desde el principio, algunos rehuyen arriesgarse y avanzar como lo indica la providencia de Dios. Alguien debe avanzar; alguien debe atreverse en el temor de Dios, confiándole el resultado al Señor. Aquellos ministros que rehuyen esta parte del trabajo están perdiendo mucho. Están descuidando de obtener esa experiencia que Dios planeó que tuvieran para hacerlos hombres fuertes y eficientes sobre quienes se pueda confiar en cualquier emergencia. 

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Hermano A, usted rehuye correr riesgos. No está dispuesto a arriesgarse cuando no puede ver el camino perfectamente claro. Sin embargo, alguien debe hacer precisamente esta tarea; alguien debe caminar por fe, o no se avanzará ni se logrará nada. A usted lo paraliza el temor de cometer errores y dar pasos en falso, y que entonces se le eche la culpa. Se excusa de asumir responsabilidades porque ha cometido algunos errores en el pasado. Pero usted debiera avanzar de acuerdo con su mejor juicio, confiándole el resultado a Dios. Alguien debe hacer esto, y es una situación que pone a prueba a cualquiera. Uno no debiera llevar solo toda esta responsabilidad, pero se la debería compartir equitativamente con mucha reflexión y oración ferviente.

Durante la enfermedad de mi esposo, el Señor probó a su pueblo para revelar lo que estaba en sus corazones; y al hacerlo les mostró lo que ellos desconocían que había en su corazón y que no estaba de acuerdo con el Espíritu de Dios. Las circunstancias angustiosas bajo las cuales fuimos colocados hicieron salir del interior de nuestros hermanos aquellas cosas que de otro modo nunca habrían sido reveladas. El Señor demostró a su pueblo que la sabiduría del hombre es necedad, y que a menos que posean una firme confianza en Dios y dependencia de él, los planes y cálculos demostrarán ser un fracaso. Debemos aprender de todas estas cosas. Si se cometen errores, debieran enseñarnos e instruirnos, pero no llevarnos a rehuir las cargas y responsabilidades. Los siervos de Dios debieran asumir un compromiso individual donde hay mucho en juego, y donde deben considerarse asuntos de vital importancia y resolverse cuestiones importantes. No pueden deponer la carga y al mismo tiempo hacer la voluntad de Dios. Algunos ministros son deficientes en su capacitación necesaria para fortalecer las iglesias, y no están dispuestos a gastarse en la causa de Dios. No tienen una disposición para darse enteramente a la obra, con interés indiviso y celo sin mengua, con incansable paciencia y perseverancia. Con estas virtudes en ejercicio activo, las iglesias deberían mantenerse en orden, y las labores de mi esposo no serían tan pesadas. No todos los ministros recuerdan constantemente que el trabajo debe resistir la inspección del juicio, y que todo hombre será recompensado según hayan sido sus obras.

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Hermano A, usted tiene una responsabilidad que cumplir con respecto al Instituto de Salud.* Usted debiera meditar, debiera reflexionar. Frecuentemente el tiempo que usted ocupa en la lectura es el mejor para reflexionar y estudiar lo que debe hacerse a fin de poner las cosas en orden en el Instituto y en la oficina. Mi esposo asume estas cargas porque ve que alguien debe hacer el trabajo para estas instituciones. Cuando otros no toman el liderazgo, él cubre la brecha y suple la deficiencia. 

Dios le ha informado y advertido a mi esposo respecto a la preservación de su fuerza. Se me mostró que él fue criado por el Señor, y que el hecho de que él viva es un milagro de su misericordia, no con el propósito de acumular nuevamente sobre sí las cargas bajo las cuales una vez cayó, sino para que el pueblo de Dios pueda beneficiarse con su experiencia en promover los intereses generales de la causa, y en conexión con la obra que el Señor me ha dado y con la carga que él ha puesto sobre mí para que yo la lleve.

Hermano A, usted debiera ejercer gran cuidado, especialmente en Battle Creek. Al platicar con otros, su conversación debiera versar sobre los temas más importantes. Tenga cuidado de respaldar el precepto con el ejemplo. Éste es un puesto importante y requerirá esfuerzos. Mientras usted esté aquí, debiera tomar tiempo para examinar las muchas cosas que necesitan hacerse y que requieren reflexión solemne, atención cuidadosa, y la oración más ferviente y fiel. Usted debiera sentir un interés tan grande en las cosas relacionadas con la causa, con el trabajo en el Instituto de Salud y con la oficina de publicaciones, como el que siente mi esposo; usted debiera sentir que la obra es suya. Usted no puede hacer el trabajo que Dios ha capacitado especialmente a mi esposo para que haga, ni él puede hacer el trabajo que Dios ha capacitado especialmente a usted para que cumpla. Sin embargo, los dos juntos, unidos en armoniosa labor, usted en su oficina y mi esposo en la suya, pueden lograr mucho. 

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La obra en la cual tenemos un interés común es grande; y ciertamente son pocos los obreros eficientes, voluntarios y que llevan cargas. Dios le dará fuerza, mi hermano, si usted avanza y espera en él. Nos dará a mi esposo y a mí fuerzas en nuestro trabajo unido, si hacemos todo para su gloria, de acuerdo con nuestra capacidad y energía para trabajar. Usted debería estar ubicado donde tenga una oportunidad más favorable para ejercitar su don de acuerdo con la capacidad que Dios le ha dado. Debiera confiar completamente en Dios y darle una oportunidad para enseñarle, dirigirlo e impresionarlo. Usted siente un profundo interés en la obra y en la causa de Dios, y necesita acudir a él en busca de luz y dirección. Él le dará luz. Pero, como embajador de Cristo, se requiere que usted sea fiel, que corrija los errores con mansedumbre y amor, y sus esfuerzos no resultarán infructuosos. 

Desde que mi esposo se recuperó de su debilidad, hemos trabajado fervientemente. No hemos considerado nuestra conveniencia o placer. Hemos viajado y colaborado en congresos campestres, y hemos abusado de nuestras fuerzas sin disfrutar de las ventajas del descanso, lo que nos ha debilitado. Durante el año 1870 asistimos a doce congresos. En una cantidad de esas reuniones, la carga del trabajo descansaba casi enteramente sobre nosotros. Viajamos desde Minnesota a Maine, y a Missouri y Kansas. 

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Mi esposo y yo unimos nuestros esfuerzos para mejorar el Health Reformer* y hacerlo una revista interesante y útil, que fuera deseada no sólo por nuestro pueblo, sino por toda clase de gente. Ésta fue una carga severa para él. También introdujo mejoras muy importantes en la Review y el Instructor. Realizó una labor que debería haber sido compartida por tres hombres. Y mientras todo este trabajo caía sobre él en la obra de publicaciones, los departamentos administrativos en el Instituto de Salud y en la Asociación Publicadora requirieron del esfuerzo de dos hombres para aliviarlos de apremios financieros.

Hombres infieles a quienes se les había confiado el trabajo en la oficina y en el Instituto, habían puesto los asuntos en la peor condición posible debido a su egoísmo y falta de consagración. Había negocios pendientes que tenían que ser atendidos. Mi esposo cubrió la brecha y trabajó con todas sus energías. Se estaba desgastando. Podíamos ver que estaba en peligro; pero no podíamos ver cómo podía detenerse, a menos que cesara las faenas de la oficina. Casi cada día surgía un nuevo motivo de perplejidad, alguna nueva dificultad causada por la infidelidad de los hombres que se habían encargado del trabajo. Su cerebro estaba recargado al máximo. Pero los asuntos más difíciles están ahora superados, y la obra está avanzando prósperamente. 

En la Asociación General, mi esposo rogó ser liberado de las cargas que llevaba; pero a pesar de sus ruegos, se le encargó la tarea de editar la Review y el Reformer, con el mensaje alentador de que a los hombres que llevaran cargas y responsabilidades se les ayudaría a establecerse en Battle Creek. Pero todavía no ha llegado ayuda para quitarle las cargas del trabajo financiero en la oficina.

Mi esposo se está desgastando rápidamente. Hemos asistido a los cuatro congresos campestres del oeste, y nuestros hermanos nos están urgiendo para que asistamos a las reuniones del Este. Pero no nos animamos a asumir cargas adicionales. Cuando regresamos de los congresos del Oeste, en julio de 1871, encontramos una gran cantidad de asuntos de negocios que se habían dejado acumular en ausencia de mi esposo. Todavía no hemos visto la oportunidad para descansar. Mi esposo debe ser liberado de las cargas que lleva. Hay demasiadas personas que usan el cerebro de él en vez de usar el propio. En vista de la luz que Dios se ha complacido en darnos, les rogamos, mis hermanos, que alivien a mi esposo. No estoy dispuesta a asumir las consecuencias de que por ser emprendedor se dedique como lo ha hecho en el pasado. Él les sirvió fiel y desinteresadamente por años, y finalmente cayó bajo la presión de las cargas puestas sobre él. Entonces sus hermanos, en quienes él había confiado, lo desampararon. Lo dejaron caer en mis manos, y lo abandonaron. Por casi dos años yo fui su enfermera, su asistente, su médico. No deseo pasar por la misma experiencia una segunda vez. Hermanos, ¿nos quitarán las cargas y nos permitirán preservar nuestras fuerzas como Dios quisiera, para que la causa en general pueda beneficiarse mediante los esfuerzos que podamos hacer con su fuerza? ¿O nos abandonarán para que nos debilitemos de modo que nos volvamos inútiles para la causa?

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La porción precedente de esta apelación fue leída en el congreso campestre de New Hampshire, en agosto de 1871. 

Cuando regresamos de Kansas en el otoño de 1870, el Hermano B estaba en casa enfermo con fiebre. La Hermana Van Horn, en este mismo tiempo, estaba ausente de la oficina a consecuencia de una fiebre causada por la muerte repentina de su madre. El Hermano Smith también estaba ausente de la oficina, en Rochester, Nueva York, recuperándose de una fiebre. Había mucho trabajo sin terminar en la oficina, sin embargo el Hermano B dejó su puesto del deber para gratificar su propio placer. Este hecho en su experiencia es una muestra de lo que él es. Toma los deberes sagrados livianamente.

El curso de acción que él siguió significó una gran ruptura de la confianza depositada en él. ¡Cuánto contrasta esto con la vida de Cristo, nuestro Modelo! Él fue el Hijo de Jehová y el Autor de nuestra salvación. Trabajó y sufrió por nosotros. Se negó a sí mismo, y toda su vida fue una escena continua de afanes y privación. Si él hubiera decidido hacerlo, podría haber pasado sus días en un mundo de su propia creación, con comodidad y abundancia, y reclamando para sí todos los placeres y deleites que el mundo podría darle. Pero no consideró su propia conveniencia. Vivió no para agradarse a sí mismo, sino para hacer el bien y prodigar sus bendiciones sobre otros. 

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El Hermano B estaba enfermo con fiebre. Su caso era crítico. Para ser justa con la causa de Dios, me siento forzada a declarar que su enfermedad no fue el resultado de una devoción incansable a los intereses de la oficina. La exposición imprudente [a la intemperie] en un viaje a Chicago, para su propio placer, fue la causa de su enfermedad larga, tediosa y sufrida. Dios no lo apoyó en el plan de dejar el trabajo, cuando tantos que habían ocupado puestos importantes en la oficina estaban ausentes. En el mismo tiempo cuando no debiera haberse excusado de ausentarse ni siquiera una hora, abandonó su puesto del deber, y Dios no lo apoyó. 

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