Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 101-111, día 150

Dios ha escogido a mi esposo y le ha dado aptitudes especiales, capacidad natural y cierta experiencia para conducir a su pueblo en una obra de vanguardia. Pero ha habido murmuradores entre los adventistas que guardan el sábado como los hubo en el antiguo Israel y, mediante sus sugerencias e insinuaciones, estos individuos celosos, suspicaces, han dado ocasión a los enemigos de nuestra fe a desconfiar de la honestidad de mi esposo. Estas personas celosas de la misma fe han presentado asuntos ante los incrédulos en una luz falsa, y las impresiones hechas impiden que muchos abracen la verdad. Consideran a mi esposo como un hombre intrigante, egoísta, avaro, y tienen temor de él y de la verdad sustentada por nosotros como pueblo.

Cuando se restringía el apetito del antiguo Israel, o cuando se les imponía cualquier requerimiento estricto, ellos desacreditaban a Moisés diciendo que era arbitrario, que quería dominarlos y regirlos por completo, cuando era solamente un instrumento en la mano de Dios para conducir a su pueblo a una posición de sumisión y obediencia a la voz divina.

El Israel moderno ha murmurado y sentido celos de mi esposo porque él ha abogado en favor de la causa de Dios. Ha fomentado la liberalidad, ha reprendido a los que amaban este mundo y ha censurado el egoísmo. Él ha pedido donaciones para la causa de Dios y, para estimular la liberalidad en sus hermanos, ha tomado la iniciativa, dando él mismo donaciones generosas; pero muchas personas murmuradoras y celosas, incluso han interpretado esto diciendo que deseaba beneficiarse personalmente con los recursos de sus hermanos y que se había enriquecido a expensas de la causa de Dios, cuando los hechos en este caso son que Dios ha confiado medios en sus manos para ponerlo por encima de privaciones, de modo que no necesite depender de la misericordia de personas volubles, murmuradoras y celosas. Como no hemos buscado egoístamente nuestro propio interés, sino que hemos cuidado de la viuda y de los huérfanos, Dios en su providencia ha obrado en nuestro favor y nos ha bendecido con prosperidad y en abundancia. 

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Moisés sacrificó un reino en perspectiva, una vida de honor y lujo mundanales en cortes reales, escogiendo más bien ser afligido con el pueblo de Dios que disfrutar de los placeres del pecado por un tiempo, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que todos los tesoros de los egipcios. Podríamos haber hecho eso al haber escogido una vida de comodidad, libre de trabajos y cuidados. Pero esa no fue nuestra elección. Escogimos una labor activa en la causa de Dios, una vida itinerante, con todas sus penurias, privaciones y exposición a distintos peligros, antes que una vida de indolencia. No hemos vivido para agradarnos a nosotros mismos, sino que hemos tratado de vivir para Dios, para agradarle y glorificarle. No nos propusimos trabajar para hacernos de propiedades, pero Dios ha cumplido su promesa dándonos cien veces tanto en esta vida. Él puede probarnos quitándonos esos bienes. Si así ocurre, oramos para ser sumisos y soportar humildemente la prueba.

Mientras él nos confíe talentos de dinero e influencia, trataremos de invertirlos en su causa, para que si el fuego los consume y la adversidad los reduce, podamos tener la satisfacción de saber que algunos de nuestros tesoros están donde el fuego no puede consumir ni la adversidad arrebatar. La causa de Dios es un banco seguro que nunca puede fallar, y la inversión de nuestro tiempo, nuestro interés y nuestros recursos en ella es un tesoro en los cielos que no falla.

Se me mostró que mi esposo ha tenido que triplicar el esfuerzo que tendría que haber hecho. Le ha sido difícil soportar que los hermanos R y S no le ayudaran a llevar sus responsabilidades, y ha lamentado que no le auxiliaran en los asuntos comerciales relacionados con el Instituto y la Asociación Publicadora. Ha habido un progreso continuo en la obra de publicaciones desde que los infieles fueron separados de ella. Y a medida que el trabajo aumentaba, debería haber habido hombres que compartieran las responsabilidades; pero algunos que podrían haber hecho esto no sintieron deseos de hacerlo, porque ello no aumentaría sus posesiones tanto como algunos negocios más lucrativos. 

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En nuestra oficina no hay ese talento que debería haber. La obra demanda que las personas más escogidas y selectas se ocupen de ella. Con el actual estado de cosas en la oficina mi esposo todavía sentirá la presión que ha sentido, pero que no debiera llevar por más tiempo. Es sólo por un milagro de la misericordia de Dios que él ha resistido tanto tiempo bajo la carga. Pero ahora hay muchas cosas que debieran considerarse. Por su diligencia perseverante y devoción al trabajo él ha mostrado lo que se puede hacer en el departamento de publicaciones. Hombres con un espíritu desinteresado combinado con un juicio santificado pueden convertir en un éxito las tareas de la oficina. Mi esposo ha llevado la carga solo por tanto tiempo que esto ha tenido un efecto terrible sobre su fortaleza física, y existe la necesidad positiva de un cambio. Hay que liberarlo al máximo de preocupaciones, para que pueda seguir trabajando en la causa de Dios, predicando y escribiendo.

Cuando regresamos de Kansas en el otoño de 1870, ambos tendríamos que haber tenido un período de descanso. Se necesitaban semanas de vernos libres de preocupaciones para reponer nuestras energías exhaustas. Pero cuando encontramos casi abandonado el importante puesto en Battle Creek, nos sentimos compelidos a encargarnos de la obra con dobladas energías, y trabajamos más allá de nuestras fuerzas. Se me mostró que mi esposo no debería seguir allí por más tiempo a menos que hubiera hombres que sintieran las necesidades de la causa y llevaran las cargas del trabajo, mientras que él simplemente actuara como un consejero. Debe deponer la carga, porque Dios tiene una obra importante para que él realice al escribir y hablar la verdad. Nuestra influencia al trabajar en el vasto campo será más efectiva para la edificación de la causa de Dios. Hay mucho prejuicio en muchas mentes. Declaraciones falsas nos han puesto en una posición incorrecta ante la gente, y esto se interpone para que muchos abracen la verdad. Si se les hace creer que aquellos que ocupan puestos de responsabilidad en la obra en Battle Creek son intrigantes y fanáticos, llegan a la conclusión de que toda la obra está equivocada y que nuestros puntos de vista de la verdad bíblica deben ser incorrectos, y temen investigar y recibir la verdad. Pero no hemos de decir a la gente que nos mire a nosotros; por lo general no hemos de hablar de nosotros mismos para vindicar nuestros caracteres; pero debemos hablar la verdad, exaltar la verdad, hablar de Jesús, exaltar a Jesús, y esto, acompañado del poder de Dios, quitará prejuicios y desarmará la oposición. 

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A los hermanos R y S les encanta escribir, como también a mi esposo. Y Dios ha permitido que su luz brille sobre su Palabra, y lo ha guiado [a mi esposo] a un campo de pensamientos fructíferos que serán una bendición para el pueblo de Dios en general. Mientras él llevaba una carga triple, algunos de sus compañeros de ministerio permitieron que la responsabilidad recayera pesadamente sobre él, consolándose con el pensamiento de que Dios había puesto al hermano White a la cabeza de la obra y lo había calificado para ello, y que el Señor no los había preparado para ese puesto; por lo tanto ellos no habían asumido la responsabilidad ni llevado las cargas que podrían haber llevado. 

Tendría que haber hombres que sintieran el mismo interés que mi esposo ha sentido. Nunca ha habido un período más importante en la historia de los adventistas del séptimo día que el presente. En vez de que la obra de publicaciones disminuya, la demanda de nuestras publicaciones está aumentando grandemente. Habrá más para hacer en vez de menos. Ha habido tantas murmuraciones contra mi esposo, él ha contendido por tanto tiempo contra los celos y la falsedad, y visto tan poca fidelidad en los hombres, que se ha vuelto suspicaz de casi todos, aun de sus propios hermanos en el ministerio. Los hermanos en el ministerio han sentido esto, y por temor de no actuar sabiamente, en muchos casos no han actuado para nada. Pero ha llegado el tiempo cuando estos hombres deben trabajar en forma unida para levantar las cargas. Los hermanos que ministran carecen de fe y confianza en Dios. Creen en la verdad, y en el temor de Dios debieran unir sus esfuerzos y llevar las cargas de esta obra que Dios ha colocado sobre ellos.

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Si después que uno hizo lo mejor que podía según su criterio, otro cree advertir algún detalle donde podría haber mejorado el asunto, debe dar a su hermano con bondad y paciencia el beneficio de su juicio, pero no puede censurarlo ni poner en duda su integridad de propósito, como no quisiera él tampoco que se sospechara de él o se le censurara injustamente. Si el hermano que toma a pecho la causa de Dios ve que ha fracasado en sus fervorosos esfuerzos para obrar, se afligirá por ello; porque estará inclinado a recelar de sí mismo y a perder la confianza en su propio juicio. Nada debilitará tanto su valor como el darse cuenta de sus errores en la obra que Dios le señaló y que él ama más que a su propia vida. Cuán injusto sería entonces que sus hermanos, al descubrir sus errores, hundieran más y más la espina en su corazón, intensificando sus sentimientos, cuando con cada golpe debilitan su fe y valor y confianza en sí mismo para trabajar con éxito en la edificación de la causa de Dios. 

Con frecuencia la verdad y los hechos deben ser presentados claramente a los que yerran para hacerles ver y sentir su error a fin de que se reformen. Pero esto debe hacerse siempre con ternura compasiva, no con dureza o severidad, sino considerando uno mismo las propias debilidades, no sea que también resulte tentado. Cuando el que cometió la falta vea y reconozca su error, en vez de agraviarle y tratar de hacerle sentir más intensamente lo que ha hecho, se le debe consolar. Cristo dijo en su sermón del monte: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, se os medirá”. Mateo 7:1, 2. Nuestro Salvador reprendió los juicios precipitados. “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano… y he aquí la viga en el ojo tuyo?” cap. 7:3, 4. Sucede con frecuencia que mientras alguien está dispuesto a discernir los errores de sus hermanos, tal vez comete mayores faltas él mismo y, sin embargo, no lo ve.

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Todos los que seguimos a Cristo debemos tratarnos unos a otros exactamente como deseamos que el Señor nos trate en nuestros errores y debilidades, porque todos erramos y necesitamos su compasión y perdón. Jesús consintió en revestirse de la naturaleza humana, para que supiera compadecerse de los mortales pecaminosos y errantes e interceder ante su Padre en favor de ellos. Se ofreció para ser el abogado del hombre y se humilló para familiarizarse con las tentaciones que asediaban al hombre, a fin de que pudiese socorrer a los que son tentados y fuera un tierno y fiel sumo sacerdote. 

Con frecuencia es necesario reprender claramente el pecado y desaprobar el mal. Pero los ministros que trabajan por la salvación de sus semejantes no deben ser implacables con los errores que hay entre ellos ni hacer prominentes los defectos que hay en sus organizaciones. No deben exponer o reprender sus debilidades. Deben preguntarse si, en caso de que otro siguiera esta conducta con ellos mismos, produciría el efecto deseado; ¿aumentaría su amor por el que recalcase sus errores o acrecentaría su confianza en él? Especialmente los errores de los ministros dedicados a la obra de Dios deben ser mantenidos en un círculo tan pequeño como sea posible, porque son muchos los débiles que se aprovecharían de saber que los que ministran en palabra y doctrina tienen debilidades como los otros hombres. Es algo muy cruel que las faltas de un ministro sean expuestas a los incrédulos si ese ministro es tenido por digno de trabajar en el futuro por la salvación de las almas. Ningún bien puede provenir de esta exposición, sino solamente daño. Al Señor le desagrada esta conducta, porque socava la confianza del pueblo en aquellos a quienes él acepta para hacer avanzar su obra. El carácter de todo colaborador debe ser custodiado celosamente por sus hermanos en el ministerio. Dios dice: “No toquéis… a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas”. 1 Crónicas 16:22. Debe estimarse el amor y la confianza. La falta de este amor y confianza de un ministro hacia otro, no aumenta la felicidad del que es así deficiente, sino que al mismo tiempo que labra la desdicha de su hermano, él mismo es desdichado. Hay en el amor mayor poder que en la censura. El amor se abrirá paso a través de las vallas, mientras que la censura cerrará toda vía de acceso al alma.

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Mi esposo necesita un cambio. Pueden ocurrir pérdidas en la oficina de publicaciones por falta de su larga experiencia, pero la pérdida de dinero no puede compararse en absoluto con la salud y la vida del siervo de Dios. El ingreso de recursos puede no ser tan grande por falta de gerentes ahorrativos, pero si [la salud de] mi esposo fallara nuevamente, ello descorazonaría a sus hermanos y debilitaría sus manos. Los recursos no pueden considerarse como un equivalente.

Hay mucho por hacer. Debiera haber misioneros en el campo que estuviesen dispuestos, si es necesario, a ir a países extranjeros a presentar la verdad a la gente que se encuentra en tinieblas. Pero entre los jóvenes hay poca disposición a consagrarse a Dios y dedicar sus talentos a su servicio. Están demasiado inclinados a rehuir responsabilidades y cargas. No están obteniendo la experiencia de llevar cargas o el conocimiento de las Escrituras que debieran tener para capacitarlos para el trabajo que Dios aceptaría de sus manos. Es el deber de todos ver cuánto pueden hacer por el Maestro que murió por ellos. Pero muchos están tratando de hacer tan poco como sea posible y acarician la vaga esperanza de entrar finalmente en el cielo. Es su privilegio tener estrellas en su corona por las almas salvadas por su intermedio. Pero, ¡qué pena!, prevalecen por doquiera la indolencia y la pereza espiritual. El egoísmo y el orgullo ocupan un gran lugar en sus corazones, y apenas hay poco espacio para las cosas espirituales.

En la oración que Cristo enseñó a sus discípulos estaba el pedido: “Perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. No podemos repetir esta oración desde el corazón y atrevernos a no ser perdonadores, porque le pedirnos al Señor que perdone nuestras deudas contra él de la misma manera como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden. Pero pocos comprenden la verdadera importancia de esta oración. Si aquellos que no son perdonadores comprendieran la profundidad del significado de la oración, no se atreverían a repetirla y pedirle a Dios que los trate como ellos tratan a sus semejantes mortales. Y sin embargo este espíritu de dureza y de falta de perdón existe en un grado alarmante aun entre hermanos. Hermanos que son severos unos con otros. 

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Pruebas peculiares

La posición que mi esposo ha ocupado por tan largo tiempo en la causa y la obra de Dios lo ha enfrentado a pruebas peculiares. Su adaptación a los negocios y su claro discernimiento han inducido a sus hermanos de ministerio a descargar responsabilidades sobre él que ellos mismos tendrían que haber llevado. Esto ha hecho que sus cargas sean muy grandes. Y sus hermanos, al no asumir su parte de las cargas, han perdido una valiosa experiencia que era su privilegio obtener si hubieran ejercitado sus mentes en el área de velar por el bien de la obra, de ver y sentir lo que debe hacerse para la edificación de la causa.

Grandes pruebas recayeron sobre mi esposo por el hecho de que sus hermanos en el ministerio no estuvieron a su lado cuando él más necesitaba su ayuda. El chasco que sintió repetidamente cuando las personas de quienes dependía lo defraudaron en tiempos de mayor necesidad, casi destruyó su capacidad de esperar y creer en la lealtad de sus hermanos en el ministerio. Su espíritu se ha herido tanto que sintió que tenía motivos para estar angustiado, y permitió que su mente se explayara sobre sus desalientos. Dios desea que él cierre este canal de tinieblas, porque está en peligro de naufragar en este punto. Cuando su mente se deprime, es natural para él hacer mención del pasado y explayarse en sus sufrimientos anteriores; y una actitud irreconciliable toma posesión de su espíritu, porque Dios le ha permitido verse tan asediado de pruebas que han recaído innecesariamente sobre él.

El Espíritu de Dios se ha dolido porque él no ha confiado sus caminos plenamente a Dios ni se ha entregado enteramente en sus manos, para impedir así que su mente ande en el canal de la duda y la incredulidad respecto a la integridad de sus hermanos. Al hablar de dudas y desalientos no ha remediado el mal, sino que ha debilitado sus propias facultades y le ha dado ventajas a Satanás para molestarlo y angustiarlo. Él ha errado al hablar de sus desalientos y explayarse sobre los aspectos desagradables de su experiencia. Al hablar así esparce tinieblas en vez de luz. A veces él mismo ha colocado una carga de desaliento sobre sus hermanos, lo cual no le ha ayudado en lo más mínimo, sino que sólo ha debilitado sus manos. Él debería tener la regla de no hablar con incredulidad o desaliento, ni explayarse en sus aflicciones. Sus hermanos generalmente lo han amado y se han compadecido de él, y le han excusado esta falta, conociendo la presión de las preocupaciones que lo abruman y su devoción a la causa de Dios. 

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Mi esposo ha trabajado incansablemente para llevar la obra de publicaciones a su actual estado de prosperidad. Vi que sus hermanos le han manifestado más solidaridad y afecto de lo que él pensaba. Revisaban ansiosamente la revista para encontrar algo de su pluma. Si hay un tono de alegría en sus escritos, si él habla en forma animadora, los corazones de ellos se iluminan y algunos hasta lloran con tiernos sentimientos de gozo. Pero si se expresan lobreguez y tristeza, los rostros de sus hermanos y hermanas, al leer tal cosa, se entristecen, y el espíritu que caracteriza sus escritos se refleja en ellos. 

El Señor está tratando de enseñarle a mi esposo a tener un espíritu perdonador y a olvidarse de los pasajes oscuros en su experiencia. El recuerdo de un pasado ingrato sólo entristece el presente, y él vuelve a vivir la porción desagradable de la historia de su vida. Al hacerlo se aferra a la oscuridad y está hundiendo la espina más profundamente en su espíritu. Ésta es la debilidad de mi esposo, lo que está desagradando a Dios. Esto trae oscuridad y no luz. Él puede sentir un alivio aparente y momentáneo al expresar sus sentimientos; pero esto sólo agudiza la sensación de cuán grandes han sido sus sufrimientos y pruebas, hasta que el cuadro total se magnifica en su imaginación, y los errores de sus hermanos, que han contribuido a acarrearle estas pruebas, parecen tan serios que las faltas de ellos le parecen más de lo soportable. 

Mi esposo ha acariciado esta oscuridad por tanto tiempo al revivir las desdichas del pasado, que tiene poco poder para controlar su mente cuando se explaya en estas cosas. Circunstancias y eventos que en un tiempo no le habrían preocupado, se agrandan ante él convirtiéndose en faltas serias de parte de sus hermanos. Se ha vuelto tan sensible a las faltas bajo las cuales ha sufrido que ahora debiera estar lo menos posible en la vecindad de Battle Creek, donde ocurrieron muchas de las circunstancias desagradables. Dios sanará su espíritu herido, si él se lo permite. Pero al hacerlo, tendrá que enterrar el pasado. No debiera hablar más ni escribir acerca de él. 

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A Dios le desagrada categóricamente que mi esposo vuelva a contar sus dificultades y sus agravios peculiares del pasado. Si hubiera considerado estas cosas pensando que no le fueron hechas a él, sino al Señor, de quien él es instrumento, entonces habría recibido una gran recompensa. Pero él ha interpretado las murmuraciones de sus hermanos como cometidas contra sí mismo, y se ha sentido llamado a explicarles a todos cuán equivocado y perverso era que se quejaran de él cuando no merecía la censura y el abuso de ellos. 

Si mi esposo hubiera sentido que podía dejar todo este asunto con el Señor, y que las murmuraciones y negligencias de ellos eran contra el Maestro en vez de ser contra el siervo que está al servicio del Maestro, no se habría sentido tan agraviado, y esto no lo habría herido. Debiera haber dejado esto con el Señor, cuyo siervo él es, para que Dios peleara sus batallas en su favor y para que vindicase su causa. Entonces habría finalmente recibido una preciosa recompensa por todos sus sufrimientos por la causa de Cristo. 

Vi que mi esposo no tendría que explayarse en los hechos dolorosos de nuestra experiencia. Ni debiera escribir sobre los agravios sufridos, sino mantenerse tan lejos de ellos como es posible. El Señor sanará las heridas del pasado si él aparta su atención de ellas. “Porque esta leve y momentánea tribulación, produce una eterna gloria, que supera toda comparación. Así, fijamos nuestros ojos, no en lo que se ve, sino en lo que no se ve. Porque lo que se ve es temporal, pero lo que no se ve es eterno”. 2 Corintios 4:17, 18 (NRV). Cuando sus hermanos que han cometido errores los confiesan, él debiera aceptar las confesiones y generosa y noblemente, tratar de animar a aquellos que han sido engañados por el enemigo. Debiera cultivar un espíritu perdonador y no detenerse en las faltas y errores de otros, porque al hacerlo no sólo debilita su propia alma, sino que tortura la mente de sus hermanos que han errado, cuando quizás han hecho todo lo que podían hacer mediante la confesión para corregir sus errores pasados. Si Dios ve necesario que se les presente alguna porción de su conducta pasada, para que puedan comprender cómo evitar errores en el futuro, él hará esta obra; pero mi esposo no debiera confiar que él mismo puede hacerlo, porque esto despierta escenas pasadas de sufrimiento que el Señor quisiera que él olvidase. 

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