Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 155-166, día 155

Se me ha presentado la condición miserable del mundo en la actualidad. Desde la caída de Adán la raza humana se ha ido degenerando. Se me mostraron algunas de las razones por la deplorable condición actual de hombres y mujeres que fueron formados a la imagen de Dios. Y una idea de cuánto debe hacerse para detener, aun en cierta medida, la decadencia física, mental y moral, hizo que mi corazón se enfermara y desmayase. Dios no creó a la humanidad en su actual condición débil. Este estado de cosas no es la obra de la Providencia, sino la obra del hombre; lo han causado los hábitos erróneos y los abusos, por la violación de las leyes que Dios ha hecho para gobernar la existencia de los seres humanos. A través de la tentación a complacer el apetito, Adán y Eva cayeron primero de su elevado estado, santo y feliz. Y es a través de la misma tentación que la raza humana se ha debilitado. Han permitido que el apetito y la pasión tomen el trono, y que la razón y el intelecto sean puestos en sujeción.

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La violación de la ley física y su consecuencia, el sufrimiento humano, han prevalecido durante tanto tiempo que los hombres y las mujeres consideran el estado actual de enfermedad, sufrimiento, debilidad y muerte prematura, como la suerte que le corresponde a la humanidad. El hombre salió de la mano de su Creador perfecto y con una forma hermosa, y tan lleno de energía vital que pasaron más de mil años antes que sus apetitos y pasiones corrompidas, y las violaciones generales de la ley física, ejercieran su efecto en forma marcada en la raza humana. Las generaciones más recientes han sentido la presión de los achaques y enfermedades aún más rápida y fuertemente con cada generación. Las fuerzas vitales se han debilitado grandemente debido a la indulgencia del apetito y la pasión concupiscente. 

Los patriarcas desde Adán a Noé, con pocas excepciones, vivieron casi mil años. Desde los días de Noé la duración de la vida ha ido disminuyendo. Los que sufrían enfermedades en tiempos de Cristo eran traidos a él de cada ciudad, pueblo y villa para que él los sanara, porque estaban afligidos con todo tipo de enfermedad. Y las enfermedades han ido aumentando constantemente a través de las generaciones sucesivas desde aquel período. Debido a la violación continua de las leyes de la vida, la mortalidad ha aumentado a un grado terrible. Los años del hombre se han acortado, de modo que la generación actual pasa a la tumba aún antes de la edad cuando las generaciones que vivieron los primeros pocos miles de años después de la creación entraban en acción. 

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Las enfermedades se han transmitido de padres a hijos, de generación en generación. Los infantes en la cuna sufren miserablemente debido a los pecados de sus padres, que han disminuido su fuerza vital. Sus hábitos erróneos de alimentación y vestir, y su libertinaje general, son transmitidos como una herencia a los hijos. Muchos nacen locos, deformes, ciegos, sordos, y un grupo muy grande tienen deficiencias intelectuales. La extraña ausencia de principios que caracteriza a esta generación, y que se revela en su descuido de las leyes de la vida y la salud, es asombrosa. Prevalece la ignorancia sobre este tema, mientras la luz está brillando a su alrededor. La principal preocupación de la mayoría es: ¿Qué comeré?, ¿qué beberé?, ¿y con qué me vestiré? Pese a todo lo que se dice y escribe sobre cómo deberíamos tratar nuestros cuerpos, por lo general el apetito es la gran ley que gobierna a los hombres y las mujeres.

Las facultades morales se debilitan porque los hombres y las mujeres no viven en obediencia a las leyes de la salud ni hacen de este gran tema un deber personal. Los padres legan a su descendencia sus propios hábitos pervertidos, y enfermedades repugnantes corrompen la sangre y debilitan el cerebro. La mayoría de los hombres y las mujeres permanecen en la ignorancia de las leyes de su ser, y complacen el apetito y la pasión a expensas del intelecto y la moral, y parecen dispuestos a mantenerse ignorantes del resultado de su violación de las leyes de la naturaleza. Complacen el apetito depravado con el uso de venenos lentos que corrompen la sangre y socavan las fuerzas nerviosas, y en consecuencia se acarrean enfermedades y muerte. Sus amigos califican el resultado de esta conducta como el designio de la Providencia. En esto insultan al Cielo. Ellos se rebelaron contra las leyes de la naturaleza y sufrieron el castigo por abusar de ellas de esta manera. Por todas partes prevalecen ahora el sufrimiento y la mortalidad, especialmente entre los niños. ¡Cuán grande es el contraste entre esta generación y las que vivieron durante los primeros dos milenios! 

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Importancia de la educación en el hogar

Pregunté si no podía prevenirse esta marea de miseria y hacerse algo para salvar a la juventud de esta generación de la ruina que los amenaza. Se me mostró que una causa grande del deplorable estado de cosas existente es que los padres no se sienten bajo la obligación de educar a sus hijos a que se ajustaren a las leyes físicas. Las madres aman a sus hijos con un amor idolátrico y complacen su apetito sabiendo que esto perjudicará su salud y que con ello les acarrearán enfermedades y desdicha. Esta bondad cruel se manifiesta en una gran medida en la generación actual. Los deseos de los hijos son gratificados a expensas de la salud y de una constitución feliz porque por el momento es más fácil para la madre complacerlos que rehusarles aquello por lo cual claman.

De esta manera las madres están sembrando la semilla que brotará y dará fruto. Los niños no son educados para negar sus apetitos y restringir sus deseos. Y se vuelven egoístas, exigentes, desobedientes, ingratos e impíos. Las madres que están haciendo este trabajo cosecharán con amargura el fruto de la semilla que han sembrado. Han pecado contra el Cielo y contra sus hijos, y Dios las tendrá por responsables.

Si la educación se hubiera conducido por generaciones sobre un plan completamente diferente, la juventud de esta generación no sería ahora tan depravada e inservible. Los administradores y maestros de escuelas deberían haber sido quienes entendieran la fisiología y se interesaran no sólo en educar a los jóvenes en las ciencias, sino en enseñarles cómo preservar la salud de modo que pudiesen usar su conocimiento en la forma más provechosa después de haberlo obtenido. Tendría que haber establecimientos conectados con las escuelas que lleven adelante diversas ramas de trabajo, para que los estudiantes pudieran tener empleo y el ejercicio necesario fuera de las horas de clases.

El empleo y los entretenimientos de los estudiantes debieran haberse regulado en relación con las leyes físicas y tendrían que haberse adaptado a fin de preservarles el tono saludable de todas las facultades del cuerpo y la mente. Entonces podrían haber obtenido un conocimiento práctico de los negocios mientras estaban consiguiendo su educación literaria. Tendría que haberse despertado la sensibilidad moral de los estudiantes en la escuela para que vieran y sintiesen que la sociedad tiene el derecho de esperar algo de ellos y que deberían vivir en obediencia a las leyes naturales de modo que por su existencia e influencia, por precepto y ejemplo, pudieran ser de beneficio y bendición para la sociedad. Se le debiera recalcar a la juventud que todos ejercen una influencia que le está diciendo constantemente a la sociedad que ha de mejorar y elevarse o rebajarse y degradarse. Lo que primeramente deberían estudiar los jóvenes es conocerse ellos mismos y cómo mantener sus cuerpos sanos.

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Muchos padres mantienen a sus hijos en la escuela casi el año completo. Estos niños siguen mecánicamente la rutina del estudio, pero no retienen lo que aprenden. Muchos de estos estudiantes permanentes parecen casi destituidos de vida intelectual. La monotonía del estudio continuo cansa la mente, y los alumnos se interesan poco en sus lecciones; y para muchos el aplicarse a los libros llega a ser doloroso. No tienen un amor íntimo por la meditación ni la ambición de adquirir conocimiento. No estimulan en ellos mismos hábitos de reflexión e investigación.

Los niños necesitan grandemente la debida educación a fin de que puedan ser útiles en el mundo. Pero cualquier esfuerzo que exalte la cultura intelectual por encima de la preparación moral está mal encaminado. Instruir, cultivar, pulir y refinar a los jóvenes y niños debiera ser la preocupación principal tanto de los padres como de los maestros. Son pocos los que razonan rigurosamente y piensan en forma lógica debido a que las influencias falsas han frenado el desarrollo del intelecto. La suposición de padres y maestros de que el estudio continuo fortalecería el intelecto ha demostrado ser errónea, porque en muchos casos ha tenido el efecto opuesto. 

En la educación temprana de los niños muchos padres y maestros no entienden que se necesita dar la mayor atención a la constitución física, para que pueda asegurarse una condición saludable del cuerpo y el cerebro. Ha sido la costumbre animar a los niños a asistir a la escuela cuando son meros bebés, que necesitan el cuidado de una madre. Con una edad delicada frecuentemente se los hacina en aulas mal ventiladas, donde se sientan en posiciones incorrectas sobre bancos pobremente construidos; y como resultado los tiernos cuerpos juveniles de algunos se han llegado a deformar. 

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La disposición y los hábitos de los jóvenes muy probablemente se manifestarán en la madurez. Usted puede doblar un árbol tierno en casi cualquier forma que decida hacerlo, y si permanece y crece como usted lo ha doblado, será un árbol deformado y siempre testificará del daño y el abuso recibidos de su mano. Después de años de crecimiento, usted puede tratar de enderezar el árbol, pero todos sus esfuerzos resultarán infructuosos. Siempre será un árbol torcido. Este es el caso con la mente de los jóvenes. Debieran ser educados en forma cuidadosa y tierna en la infancia. Se los puede educar en la dirección correcta o en la errónea, y en su vida futura seguirán el camino en el que fueron orientados durante la juventud. Los hábitos formados en la juventud crecerán con el desarrollo y se fortalecerán con la fuerza, y generalmente serán los mismos en la vida futura, sólo que se fortalecerán continuamente.

Estamos viviendo en una época cuando casi todo es superficial. Hay poca estabilidad y firmeza de carácter, porque la instrucción y educación de los niños desde la cuna es superficial. Sus caracteres están construidos sobre arena movediza. La abnegación y el dominio propio no han sido moldeados en sus caracteres. Han sido mimados y consentidos hasta que se los ha echado a perder para la vida práctica. El amor al placer controla las mentes, y los niños son halagados y consentidos para su ruina. Debiera instruirse y educarse a los niños para que sepan que vendrán tentaciones y que enfrentarán dificultades y peligros. Se les debiera enseñar a dominarse ellos mismos y a vencer noblemente las dificultades; y si no se precipitan voluntariosamente en el peligro ni se colocan innecesariamente en el camino de la tentación; si rehúyen influencias malignas y la sociedad viciosa, y luego en forma inevitable se ven forzados a estar con compañías peligrosas, tendrán fuerza de carácter para mantenerse de parte de lo correcto y preservar los principios, y saldrán en la fuerza de Dios con su moral incontaminada. Si los jóvenes que han sido educados debidamente ponen su confianza en Dios, sus facultades morales resistirán la prueba más poderosa.

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Pero pocos padres comprenden que sus hijos son lo que su ejemplo y disciplina los han hecho, y que son responsables por los caracteres que sus hijos desarrollan. Si los corazones de los padres cristianos fueran obedientes a la voluntad de Cristo, obedecerían el mandato del Maestro celestial: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Mateo 6:33. Si aquellos que profesan ser seguidores de Cristo hicieran sólo esto, darían, no sólo a sus hijos, sino al mundo incrédulo, ejemplos que representarían correctamente la religión de la Biblia. 

Si los padres cristianos vivieran en obediencia a los requerimientos del Maestro divino, preservarían la sencillez en el comer y el vestir, y vivirían más en armonía con la ley natural. Entonces no dedicarían tanto tiempo a la vida artificial, creándose problemas y cargas que Cristo no ha puesto sobre ellos, sino que positivamente les ordenó que evitaran. Si el reino de Dios y su justicia fuera para los padres la primera y suprema consideración, se perdería poco tiempo precioso en adornos externos innecesarios mientras que las mentes de sus hijos son descuidadas casi completamente. El tiempo precioso dedicado por muchos padres a vestir a sus hijos para exhibirlos en sus escenas de diversión sería empleado mejor, muchísimo mejor, en cultivar sus propias mentes a fin de que pudieran ser competentes para instruir debidamente a sus hijos. No es esencial para la salvación ni la felicidad de estos padres, que usen el precioso tiempo de prueba que Dios les ha prestado en arreglos de vestidos, en visitas sociales y en chismografía. 

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Muchos padres argumentan que tienen tanto que hacer que no les queda tiempo para cultivar su mente, o educar a sus hijos para la vida práctica, ni para enseñarles cómo pueden llegar a ser corderos del rebaño de Cristo. Recién en el ajuste final de cuentas, cuando los casos de todos serán decididos y los hechos de toda nuestra vida serán expuestos ante nosotros en la presencia de Dios y del Cordero y de todos los santos ángeles, comprenderán los padres el valor casi infinito del tiempo malgastado. Muchos verán entonces que su conducta equivocada ha determinado el destino de sus hijos. No sólo han fracasado en obtener para ellos mismos las palabras de alabanza del Rey de gloria: “Bien, buen siervo y fiel;… entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21), sino que oyen cómo se pronuncia sobre sus hijos la terrible condena: “Apartaos de mí” Mateo 25:41. Esto separa a sus hijos para siempre de los goces y glorias del cielo, y de la presencia de Cristo. Y ellos mismos reciben también la condena: Apártate de mí, “siervo malo y negligente”. Mateo 25:26. Jesús nunca dirá: “Bien hecho” a aquellos que no se han ganado las palabras “Bien hecho” mediante sus vidas fieles de abnegación y sacrificio propio a fin de hacer bien a otros y de promover su gloria. Aquellos que viven principalmente para agradarse ellos en vez de hacer bien a otros, enfrentarán una pérdida infinita.

Si los padres pudieran cobrar conciencia de la tremenda responsabilidad que descansa sobre ellos en la obra de educar a sus hijos, más de su tiempo sería dedicado a la oración y menos a la ostentación innecesaria. Reflexionarían y estudiarían y orarían fervientemente a Dios en busca de sabiduría y ayuda divina para educar a sus hijos de tal manera que puedan desarrollar caracteres que Dios aprobará. No estarían ansiosos de saber cómo pueden educar a sus hijos para que sean alabados y honrados por el mundo, sino cómo pueden educarlos a fin de que formen caracteres hermosos que Dios pueda aprobar.

Se necesita mucho estudio y oración ferviente en busca de sabiduría celestial para saber cómo tratar con las mentes juveniles, porque mucho depende de la dirección que los padres les dan a las mentes y voluntades de sus hijos. Encaminar sus mentes en la dirección correcta y en el momento oportuno es una obra sumamente importante, porque su destino eterno puede depender de las decisiones hechas en algún momento crítico. ¡Cuán importante, entonces, es que las mentes de los padres estén tan libres como sea posible de preocupaciones complejas y desgastadoras, centradas en las cosas temporales, para que puedan pensar y actuar con serena consideración, sabiduría y amor, y hacer de la salvación de las almas de sus hijos la primera y suprema consideración! El gran objetivo que los padres debieran tratar de lograr para sus queridos hijos debiera ser el adorno interior. Los padres no pueden darse el lujo de permitir que visitantes y desconocidos reclamen su atención, y les roben el tiempo—que es el gran capital de la vida—, haciéndoles imposible que cada día den a sus hijos esa instrucción paciente que deben impartirles con el fin de imprimir en ellos la dirección correcta para sus mentes en desarrollo. 

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Esta vida es demasiado corta para ser malgastada en diversiones vanas e insignificantes, en visitas no provechosas, en arreglos de ropa innecesarios con propósitos de ostentación, o en entretenimientos excitantes. No podemos darnos el lujo de derrochar el tiempo que Dios nos ha dado con el objeto de bendecir a otros y para hacernos tesoros en el cielo. No tenemos demasiado tiempo para el cumplimiento de los deberes necesarios. Necesitamos dedicar tiempo al cultivo de nuestros propios corazones y mentes a fin de capacitarnos para el trabajo de nuestra vida. Al descuidar esos deberes esenciales y conformarnos a los hábitos y costumbres de la sociedad elegante y mundana, nos hacemos a nosotros mismos y a nuestros hijos un gran perjuicio. 

Las madres que tienen que educar mentes juveniles y formar caracteres infantiles no debieran buscar la excitación del mundo a fin de estar contentas y felices. Tienen un trabajo importante para la vida, y ellas y los suyos no pueden permitirse el lujo de gastar el tiempo de un modo improductivo. El tiempo es uno de los talentos importantes que Dios nos ha confiado y del cual nos pedirá cuenta. Malgastar el tiempo es malgastar el intelecto. Las facultades de la mente son susceptibles de un elevado refinamiento. Es el deber de las madres cultivar sus mentes y mantener sus corazones puros. Debieran mejorar cada instrumento a su alcance para su progreso intelectual y moral, a fin de estar capacitadas para perfeccionar las mentes de sus hijos. Aquellos que complacen su inclinación a estar en compañía de otras personas pronto se sentirán intranquilos a menos que estén visitando a otros o recibiendo visitas. Los tales no tienen la capacidad de adaptarse a las circunstancias. Los deberes sagrados y necesarios del hogar les parecen vulgares y carentes de interés. No tienen amor por el autoexamen o la disciplina propia. La mente siente ansias de las escenas variadas y excitantes de la vida mundana; los niños son descuidados para complacer la inclinación; y el ángel que registra escribe: “Siervos inútiles”. El plan de Dios es que nuestras mentes no estén sin un propósito, sino que cumplan algo bueno en esta vida.

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Si los padres comprendieran que la educación de sus hijos para que sean útiles en esta vida es un deber solemne que Dios les ha ordenado; si adornaran el templo interior de las almas de sus hijos e hijas para la vida inmortal, veríamos un gran cambio y mejoramiento en la sociedad. No se manifestaría entonces una indiferencia tan grande respecto a la piedad práctica, y no sería tan difícil despertar la sensibilidad moral de los niños para que entiendan los derechos que Dios tiene sobre ellos. Pero los padres se vuelven más y más descuidados en la educación de sus hijos en las ramas útiles. Muchos padres permiten que sus hijos formen hábitos erróneos y sigan su propia inclinación, y fallan al no grabar en sus mentes el peligro de tal comportamiento y la necesidad de que estén controlados por principios.

Frecuentemente los niños comienzan a hacer cierto trabajo con entusiasmo, pero, al sentirse confundidos o cansados con el mismo, desean cambiar y encargarse de algo nuevo. De ese modo pueden emprender varias cosas, desanimarse y abandonarlas; y así pasan de una cosa a otra, sin perfeccionar nada. Los padres no debieran permitir que el amor al cambio domine a sus hijos.No debieran estar tan ocupados en otras cosas que no tengan tiempo para disciplinar pacientemente las mentes en desarrollo. Unas pocas palabras de aliento, o algo de ayuda en el momento oportuno, puede hacerles superar sus problemas y su desánimo, y la satisfacción que obtendrán al ver completada la tarea que emprendieron los estimulará a un mayor esfuerzo.

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Muchos niños, por falta de palabras de estímulo y un poco de ayuda en sus esfuerzos, se descorazonan y cambian de una cosa a otra. Y llevan consigo este triste defecto en su vida madura. Fracasan en tener éxito en cualquier tarea que emprendan, porque no han sido enseñados a perseverar en circunstancias desanimadoras. Así la vida entera de muchos resulta ser un fracaso, porque no tuvieron la disciplina correcta cuando eran jóvenes. La educación recibida en la infancia y juventud afecta toda su carrera de trabajo en la vida madura, y su experiencia religiosa lleva la estampa correspondiente.

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Trabajo físico para los estudiantes

El presente plan educacional abre una puerta de tentación a la juventud. Aunque generalmente los alumnos tienen demasiadas horas de estudio, tienen además muchas horas sin nada que hacer. Estas horas de ocio se gastan frecuentemente de un modo irresponsable. La práctica de malos hábitos se comunica de uno a otro, y el vicio aumenta grandemente. Muchos jóvenes que han sido instruidos piadosamente en el hogar, y que salen para estudiar en los colegios, comparativamente inocentes y virtuosos, se corrompen al asociarse con compañeros viciosos. Pierden el respeto propio y sacrifican los principios nobles. Entonces están listos para seguir el camino descendente, porque abusaron tanto de su conciencia que el pecado no les parece excesivamente pecaminoso. Estos males, que existen en los colegios dirigidos conforme al plan actual, podrían remediarse en gran medida si en sus planes pudieran combinarse el estudio y el trabajo. Estos mismos males existen en los colegios superiores, sólo que en un grado mayor, porque muchos de los jóvenes se han educado en el vicio y sus conciencias están cauterizadas.

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