Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 286-297, día 167

Algunos no recibirán el testimonio que Dios nos ha dado para transmitir, lisonjeándose de que nosotros podemos estar engañados y que ellos pueden estar en lo correcto. Piensan que el pueblo de Dios no necesita reproches ni que se lo trate en forma directa, pero que Dios está con ellos. Estos tentados, cuyas almas han estado siempre en guerra con la fiel reprensión del pecado, clamarán: Háblennos cosas agradables. ¿Qué harán ellos con el mensaje del Testigo Fiel a los laodicenses? No podemos engañarnos aquí. Los siervos de Dios deben dar este mensaje a una iglesia tibia. Debe despertar a su pueblo de su seguridad y de su engaño peligroso respecto a su verdadera posición ante Dios. Este testimonio, si es recibido, despertará a la acción y conducirá a la humillación propia y la confesión de los pecados. El Testigo Verdadero dice: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente”. Apocalipsis 3:15. Y nuevamente: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. vers. 19. Luego viene la promesa: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono”. vers. 20, 21. 

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El pueblo de Dios debe ver sus errores y despertar a un arrepentimiento celoso y eliminar esos pecados que los han llevado a esa condición deplorable de pobreza, ceguera, miseria y engaño terrible. Se me mostró que el testimonio directo debe subsistir en la iglesia. Sólo esto responderá al mensaje a los laodicenses. Deben reprobarse los errores, el pecado debe llamarse pecado, y la iniquidad debe enfrentarse presta y decididamente, y ser desechada de entre nosotros como pueblo. 

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La lucha contra el espíritu de Dios

Aquellos que tienen un espíritu de oposición contra la obra que por veintiséis años el Espíritu de Dios nos ha impulsado a hacer, y que derribarían nuestro testimonio, vi que no están peleando contra nosotros, sino contra Dios, quien ha puesto sobre nosotros la carga de un trabajo que no ha dado a otros. Aquellos que ponen en tela de juicio y emplean subterfugios, y piensan que es una virtud dudar, y que se desaniman; aquellos que han sido los medios para hacer difícil nuestro trabajo con el fin de debilitar nuestra fe, esperanza y valor, han sido los que suponen lo malo, que insinúan acusaciones suspicaces y vigilan celosamente buscando una ocasión contra nosotros. Dan por sentado que porque tenemos debilidades humanas, esto constituye una evidencia positiva de que estamos equivocados y ellos están en lo correcto. Si pueden encontrar una apariencia de algo que pueden usar para perjudicarnos, lo hacen con un espíritu de triunfo y están listos para señalar nuestro trabajo de reprender el error y condenar el pecado, y denunciarlo como un espíritu duro y dictatorial.

Pero si bien no aceptamos su versión de nuestro caso como la razón de nuestras aflicciones, si bien sostenemos que Dios nos ha asignado un trabajo más difícil que el que ha dado a otros, reconocemos con humildad de alma y con arrepentimiento que nuestra fe y valor han sido severamente probados y que a veces no hemos confiado enteramente en aquel que nos ha fijado nuestro trabajo. Cuando nuevamente reunimos valor, después de dolorosos chascos y pruebas, lamentamos profundamente que alguna vez hayamos desconfiado de Dios, cedido a la debilidad humana, y permitido que el desánimo nublara nuestra fe y disminuyera nuestra confianza en Dios. Se me ha mostrado que los siervos de Dios de la antigüedad sufrieron chascos y desalientos así como nosotros, pobres mortales. Estábamos en buena compañía; no obstante, esto no nos excusó. 

Como mi esposo ha permanecido a mi lado para sostenerme en mi trabajo y ha dado un testimonio claro al unísono con la obra del Espíritu de Dios, muchos sintieron que era él quien los estaba injuriando personalmente, cuando fue el Señor quien depositó la carga sobre él y quien, a través de su siervo, los estaba reprendiendo y tratando de llevarlos [a un sitio en su experiencia espiritual] donde se arrepintieran de sus errores y tuvieran el favor de Dios.

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Aquellos a quienes Dios ha escogido para una obra importante siempre han sido recibidos con desconfianza y sospechas. Antiguamente, cuando Elías fue enviado con un mensaje de Dios al pueblo, no prestaron atención a la advertencia. Pensaron que él era innecesariamente severo. Hasta pensaron que debía haber perdido el juicio porque los denunciaba a ellos, el pueblo favorecido de Dios, como pecadores, y sus delitos como de un carácter tan grave que los juicios de Dios se levantarían contra ellos. Satanás y su hueste siempre se han unido contra aquellos que llevan el mensaje de amonestación y que reprenden los pecados. Los no consagrados también se unirán con el adversario de las almas para hacer tan difícil como sea posible el trabajo de los fieles siervos de Dios.

Si mi esposo ha sido presionado en forma excesiva y se ha desanimado y abatido, y si a veces no hemos visto nada deseable en la vida que pudiera atraernos, esto no es nada extraño ni nuevo. Elías, uno de los grandes y poderosos profetas de Dios, cuando huyó por su vida de la ira de la furiosa Jezabel, como fugitivo cansado y agotado por el viaje, deseó morir en vez de vivir. Su chasco amargo respecto a la fidelidad de Israel había aplastado su espíritu, y sintió que no podía confiar más en el hombre. En el día de la aflicción y la oscuridad de Job, él declaró estas palabras: “Perezca el día en que yo nací”. Job 3:3.

Aquellos que no están acostumbrados a sentir en lo más profundo [el celo por la obra de Dios], que no se han visto abrumados por las cargas como un carro bajo las espigas, y que nunca tuvieron sus intereses tan estrechamente identificados con la causa y la obra de Dios que ésta pareciera ser parte de su mismo ser y más cara para ellos que la vida, no pueden apreciar los sentimientos de mi esposo más de lo que Israel pudo apreciar los sentimientos de Elías. Lamentamos profundamente haber estado descorazonados, cualesquiera hayan sido las circunstancias. 

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El caso de Acab, una advertencia

Bajo el gobierno pervertido de Acab, Israel se apartó de Dios y corrompió sus caminos ante él. “Y Acab hijo de Omri hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él. Porque le fue ligera cosa andar en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, y tomó por mujer a Jezabel, hija de Et-baal rey de los sidonios, y fue y sirvió a Baal, y lo adoró. E hizo altar a Baal, en el templo de Baal que él edificó en Samaria. Hizo también Acab una imagen de Asera, haciendo así Acab más que todos los reyes de Israel que reinaron antes que él, para provocar la ira de Jehová Dios de Israel”. 1 Reyes 16:30-33. 

Acab era débil en fuerza moral. No tenía un sentido elevado de las cosas sagradas: era egoísta y sin principios. Su unión matrimonial con una mujer de carácter resuelto y temperamento positivo, que estaba dedicada a la idolatría, los convirtió a ambos en agentes especiales de Satanás para llevar al pueblo de Dios a la idolatría y a una apostasía terrible. El espíritu decidido de Jezabel moldeó el carácter de Acab. Su naturaleza egoísta era incapaz de apreciar las misericordias de Dios hacia su pueblo y sus obligaciones para con Dios como el guardián y dirigente de Israel. El temor de Dios estaba disminuyendo cada día en Israel. Las manifestaciones blasfemas de su idolatría ciega se veían entre el pueblo de Dios. No había nadie que se atreviera a exponer su vida oponiéndose abiertamente a la idolatría blasfema que prevalecía. Los altares de Baal, y los sacerdotes de Baal que hacían sacrificios al Sol, la Luna y las estrellas, eran conspicuos por todas partes. Habían consagrado templos y bosquecillos donde se colocaban las obras de los hombres para que fueran adoradas. Los beneficios que Dios daba a su pueblo no provocaban en ellos gratitud al Dador. Todas las mercedes del cielo—los arroyos desbordantes, las corrientes de aguas vivas, el suave rocío, las lluvias que refrescaban la tierra y hacían que los campos produjeran abundantemente—, las atribuían al favor de sus dioses.

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El alma fiel de Elías estaba afligida. Se despertó su indignación y sintió celo por la gloria de Dios. Vio que Israel se había hundido en una apostasía terrible. Y cuando recordó las grandes cosas que Dios había hecho por ellos, se sintió abrumado de tristeza y asombro. Pero todo esto fue olvidado por la mayoría de las personas. Fue ante el Señor y, con su alma atormentada de angustia, le rogó que salvara a su pueblo, si fuera necesario mediante juicios. Le suplicó a Dios que retirara de su pueblo ingrato el rocío y la lluvia, los tesoros del cielo, para que el Israel apóstata pudiera esperar en vano que sus dioses, sus ídolos de oro, madera y piedra, el Sol, la Luna y las estrellas, regaran y enriquecieran la tierra, y la hicieran producir abundantemente. El Señor le dijo a Elías que había oído su oración y que retiraría el rocío y la lluvia de su pueblo hasta que ellos se volvieran a él con arrepentimiento. 

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Pecado y castigo de Acán

Dios había protegido especialmente a su pueblo para que no se mezclara con las naciones idólatras que lo rodeaban, y así sus corazones fueran seducidos por los atractivos bosquecillos y lugares sagrados, los templos y altares que eran arreglados en la manera más costosa y seductora a fin de pervertir los sentidos, de tal manera que Dios fuera suplantado en la mente de la gente. 

La ciudad de Jericó estaba entregada a la idolatría más extravagante. Los habitantes eran muy ricos, pero todas las riquezas que Dios les había dado las consideraban como el don de sus dioses. Tenían oro y plata en abundancia; pero, como el pueblo antediluviano, eran corruptos y blasfemos, e insultaban y provocaban al Dios del cielo mediante sus obras malvadas. Los juicios de Dios se despertaron contra Jericó, que era una fortaleza. Pero el mismo Capitán de la hueste del Señor vino del Cielo para dirigir a los ejércitos celestiales en un ataque a la ciudad. Ángeles de Dios asieron las masivas murallas y las derribaron. Dios había dicho que la ciudad de Jericó debía ser maldita y que todos deberían perecer excepto Rahab y su familia. Se debía salvar a éstos por el favor que Rahab había hecho a los mensajeros del Señor. La palabra del Señor al pueblo fue: “Vosotros guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis alguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel, y lo turbéis”. Josué 6:18. “En aquel tiempo hizo Josué un juramento, diciendo: Maldito delante de Jehová el hombre que se levantare y reedificare esta ciudad de Jericó. Sobre su primogénito eche los cimientos de ella, y sobre su hijo menor asiente sus puertas”. vers. 26.

Dios fue muy exigente en cuanto a Jericó, no fuera que el pueblo se encantara con las cosas que los habitantes habían adorado y sus corazones se apartaran de Dios. Previno a su pueblo con órdenes muy absolutas; sin embargo, a pesar de la orden solemne de Dios mediante la boca de Josué, Acán se atrevió a transgredirla. Su codicia lo condujo a tomar de los tesoros que Dios le había prohibido que tocara porque la maldición de Dios estaba sobre ellos. Y debido al pecado de este hombre, el Israel de Dios fue tan débil como agua ante sus enemigos. 

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Josué y los ancianos de Israel estaban en gran aflicción. Se postraron ante el arca de Dios en la humillación más abyecta porque el Señor estaba airado con su pueblo. Oraron y lloraron ante Dios. El Señor habló a Josué: “Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro? Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres. Por esto los hijos de Israel no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus enemigos volverán la espalda, por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros”. Josué 7:10-12. 

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El deber de reprender el pecado

Se me ha mostrado que Dios ilustra aquí cómo considera el pecado de los que profesan ser el pueblo que guarda sus mandamientos. Aquellos a quienes él ha honrado especialmente haciéndoles presenciar las notables manifestaciones de su poder, como al antiguo Israel, y que aun así se atreven a despreciar sus expresas indicaciones, serán objeto de su ira. Quiere enseñar a su pueblo que la desobediencia y el pecado le ofenden excesivamente, y que no se los debe considerar livianamente. Nos muestra que cuando su pueblo es hallado en pecado, debe inmediatamente tomar medidas decisivas para apartar el pecado de sí, a fin de que el desagrado de Dios no descanse sobre él. Pero si los que ocupan puestos de responsabilidad pasan por alto los pecados del pueblo, su desagrado pesará sobre ellos, y el pueblo de Dios será tenido en conjunto por responsable de esos pecados. En su trato con su pueblo en lo pasado, el Señor reveló la necesidad de purificar la iglesia del mal. Un pecador puede difundir tinieblas que privarán de la luz de Dios a toda la congregación. Cuando el pueblo comprende que las tinieblas se asientan sobre él y no conoce las causas, debe buscar a Dios con gran humillación, hasta que se hayan descubierto y desechado los males que agravian su Espíritu. 

El prejuicio que se ha levantado contra nosotros porque hemos reprendido los males cuya existencia Dios me reveló, y la acusación que se ha suscitado de que somos duros y severos, son injustos. Dios nos ordena hablar, y no queremos callar. Si hay males evidentes entre su pueblo, y si los hijos de Dios los pasan por alto con indiferencia, en realidad éstos sostienen y justifican al pecador, son igualmente culpables y causarán como aquél el desagrado de Dios, porque serán hechos responsables de los pecados de los culpables. Se me han mostrado en visión muchos casos que provocaron el desagrado de Dios por la negligencia de sus siervos al tratar con los males y pecados que existían entre ellos. Los que excusaron estos males fueron considerados por el pueblo como personas de disposición muy amable, simplemente porque rehuían el desempeño de un claro deber bíblico. La tarea no era agradable para sus sentimientos; por lo tanto la eludían. 

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El espíritu de odio que ha existido entre algunos porque fueron reprendidos los males que reinaban entre el pueblo de Dios, ha ocasionado ceguera y un terrible engaño para sus almas, haciéndoles imposible discriminar entre lo bueno y lo malo. Los tales han apagado su propia visión espiritual. Pueden presenciar los males, pero no se sienten como se sentía Josué, ni se humillan al advertir el peligro de las almas.

El verdadero pueblo de Dios, que toma a pecho el espíritu de la obra del Señor y la salvación de las almas, verá siempre al pecado en su verdadero carácter pecaminoso. Estará siempre de parte de los que denuncian claramente los pecados que tan fácilmente asedian a los hijos de Dios. Especialmente en la obra final que se hace en favor de la iglesia, en el tiempo del sellamiento de los ciento cuarenta y cuatro mil que han de subsistir sin defecto delante del trono de Dios, sentirán muy profundamente los yerros de los que profesan ser hijos de Dios. Esto lo expone con mucho vigor la ilustración que presenta el profeta acerca de la última obra, bajo la figura de los hombres que tenían sendas armas destructoras en las manos. Entre ellos había uno vestido de lino que tenía a su lado un tintero. “Y le dijo Jehová: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella”. Ezequiel 9:4. 

¿Quiénes siguen el consejo de Dios en este tiempo? ¿Son los que excusan virtualmente los yerros de entre el profeso pueblo de Dios, y quienes murmuran en su corazón, si no abiertamente, contra los que quisieran reprender el pecado? ¿Son aquellos que se les oponen y simpatizan con los que contemporizan con el mal? No, en verdad. A menos que se arrepientan, y dejen la obra satánica de oprimir a los que tienen la preocupación de la obra, y de dar la mano a los pecadores de Sion, nunca recibirán el sello de la aprobación de Dios. Caerán en la destrucción general de los impíos, representada por la obra de los hombres que llevaban armas. Nótese esto con cuidado: Los que reciban la marca pura de la verdad, desarrollada en ellos por el poder del Espíritu Santo y representada por el sello del hombre vestido de lino, son los que “gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen” en la iglesia. Su amor por la pureza y el honor y la gloria de Dios es tal, y tienen una visión tan clara del carácter excesivamente pecaminoso del pecado, que se los representa agonizando, suspirando y llorando. Léase el capítulo noveno de Ezequiel. 

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Pero la matanza general de todos los que no ven así el amplio contraste entre el pecado y la justicia, y no tienen los sentimientos de aquellos que siguen el consejo de Dios y reciben la señal, está descrita en la orden dada a los cinco hombres con armas: “Pasad por la ciudad en pos de él, y matad; no perdone vuestro ojo, ni tengáis misericordia. Matad a viejos, jóvenes y vírgenes, niños y mujeres, hasta que no quede ninguno; pero a todo aquel sobre el cual hubiere señal, no os acercaréis; y comenzaréis por mi santuario”. Ezequiel 9:5, 6. 

En el caso del pecado de Acán, Dios dijo a Josué: “Ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros”. Josué 7:12. ¿Cómo se compara este caso con la conducta seguida por los que no quieren alzar la voz contra el pecado y el mal, sino que siempre simpatizan con aquellos que perturban el campamento de Israel con sus pecados? Dios dijo a Josué: “No podrás hacer frente a tus enemigos, hasta que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros”. vers. 13. Pronunció el castigo que debía seguir a la transgresión de su pacto.

Josué inició entonces una diligente búsqueda para descubrir al culpable. Consideró a Israel por tribus, luego por familias, y al fin individualmente; y Acán fue descubierto como el culpable. Pero, a fin de que el asunto fuera claro para todo Israel y que no hubiera ocasión de murmurar y decir que se había hecho sufrir a un inocente, Josué obró con método. Sabía que Acán era el transgresor y que había ocultado su pecado y provocado la ira de Dios contra su pueblo. Indujo discretamente a Acán a que confesara su pecado, a fin de que el honor y la justicia de Dios fueran vindicados delante de Israel. 

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“Entonces Josué dijo a Acán: Hijo mío, da gloria a Jehová el Dios de Israel, y dale alabanza, y declárame ahora lo que has hecho; no me lo encubras. 

“Y Acán respondió a Josué diciendo: Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho. Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello. Josué entonces envió mensajeros, los cuales fueron corriendo a la tienda; y he aquí estaba escondido en su tienda, y el dinero debajo de ello. Y tomándolo de en medio de la tienda, lo trajeron a Josué y a todos los hijos de Israel, y lo pusieron delante de Jehová. Entonces Josué, y todo Israel con él, tomaron a Acán hijo de Zera, el dinero, el manto, el lingote de oro, sus hijos, sus hijas, sus bueyes, sus asnos, sus ovejas, su tienda y todo cuanto tenía, y lo llevaron todo al valle de Acor. Y le dijo Josué: ¿Por qué nos has turbado? Túrbete Jehová en este día. Y todos los israelitas los apedrearon, y los quemaron después de apedrearlos”. Josué 7:19-25.

El Señor dijo a Josué que Acán no solamente había tomado las cosas que él les había encargado positivamente que no se tocaran, para no incurrir en maldición, sino que también las había ocultado. El Señor había dicho que Jericó y todos sus despojos debían ser consumidos, excepto el oro y la plata, que habían de reservarse para la tesorería del Señor. La victoria que fue la toma de Jericó no se obtuvo por la guerra, ni porque el pueblo se expusiera a peligros. El Capitán del ejército de Jehová había conducido las huestes del Cielo. La batalla había sido del Señor; era él quien la había peleado. Los hijos de Israel no asestaron un solo golpe. La victoria y la gloria pertenecían al Señor, y los despojos eran suyos. Indicó que todo debía ser consumido excepto el oro y la plata que se reservaban para su tesorería. Acán comprendía bien la reserva hecha y sabía que los tesoros de oro y plata que él codiciaba pertenecían al Señor. Robó a la tesorería del Señor para su propio beneficio. 

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