Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 418-427, día 179

La debilidad espiritual de muchos hombres y mujeres jóvenes en esta época es deplorable porque podrían ser agentes poderosos para el bien si estuvieran consagrados a Dios. Lamento grandemente la falta de estabilidad de los jóvenes. Todos deberíamos deplorar esto. Parece haber una falta de poder para hacer lo recto, una falta de esfuerzo intenso para obedecer los llamados del deber antes que los de la inclinación. En algunos parece haber poca fuerza para resistir la tentación. La razón por la cual son enanos en las cosas espirituales es porque no crecen espiritualmente fuertes mediante el ejercicio. Permanecen quietos cuando debieran estar yendo hacia delante. Cada paso en la vida de fe y del deber es un paso hacia el cielo. Quiero oír grandemente en cuanto a una reforma en muchos respectos tal como los jóvenes nunca han realizado hasta el momento. Cada atractivo que Satanás puede inventar les es presentado en forma insistente para volverlos indiferentes y descuidados hacia las cosas eternas. Sugiero que los jóvenes hagan esfuerzos especiales para ayudarse mutuamente a fin de ser fieles a sus votos bautismales y para que prometan solemnemente ante Dios retirar sus afectos de los vestidos y la ostentación. 

Quisiera recordarles a los jóvenes que adornan sus personas y usan plumas sobre sus sombreros que, a causa de sus pecados, la cabeza de nuestro Salvador usó la vergonzosa corona de espinas. Cuando dediquen tiempo precioso para ataviar su apariencia, recuerden que el Rey de gloria usó un manto sencillo, sin costuras. Ustedes que se afanan en arreglar su persona, por favor tengan en mente que Jesús a menudo se cansaba a causa del incesante trabajo y de la abnegación y el sacrificio personal a fin de bendecir a los sufrientes y necesitados. Pasó noches enteras en oración en las montañas solitarias, no debido a sus debilidades y necesidades, sino porque vio y sintió la debilidad de la naturaleza humana para resistir las tentaciones del enemigo en los mismos puntos donde ahora ustedes son vencidos. Sabía que serían indiferentes hacia sus peligros y que no sentirían su necesidad de orar. Fue en nuestro favor que él derramó sus oraciones a su Padre con fuertes clamores y lágrimas. Fue para salvarnos del mismo orgullo y amor a la vanidad y el placer en el que ahora nos complacemos, y que destierra el amor de Jesús, por lo que fueron derramadas aquellas lágrimas y por lo que el semblante de nuestro Salvador fue desfigurado con una tristeza y angustia mayor que la de cualquiera de los hijos de los hombres.

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¿Reaccionarán, jóvenes amigos, y sacudirán esta terrible indiferencia y estupor que los ha amoldado al mundo? ¿Oirán la voz de advertencia que les dice que la destrucción yace en la senda de aquellos que se sienten cómodos en esta hora de peligro? La paciencia de Dios no siempre los esperará, almas desdichadas y frívolas. No siempre se tratará livianamente a aquel que sostiene nuestros destinos en sus manos. Jesús nos declara que hay un pecado mayor que el que causó la destrucción de Sodoma y Gomorra. Es el pecado de aquellos que tienen la gran luz de la verdad en estos días y que no son movidos al arrepentimiento. Es el pecado de rechazar la luz del más solemne mensaje de misericordia al mundo. Es el pecado de aquellos que ven a Jesús en el desierto de la tentación, agobiado como en mortal agonía por los pecados del mundo, y que sin embargo no son movidos a experimentar un arrepentimiento cabal. Él ayunó casi seis semanas para vencer, en favor de los hombres, la indulgencia del apetito y la vanidad, y el deseo de ostentación y honor mundanal. Les ha mostrado cómo pueden vencer por su propio bien como él venció; pero a ellos no les resulta agradable soportar el conflicto y el oprobio, la burla y la vergüenza, por la amada causa del Maestro. No están dispuestos a negar el yo y a estar siempre tratando de hacer el bien a otros. No les agrada vencer como Cristo venció, de modo que se apartan del modelo que se les da claramente para copiar y se niegan a imitar el ejemplo que el Salvador vino de las cortes celestiales para dejarles. 

El día del juicio será más tolerable para Sodoma y Gomorra que para aquellos que han tenido los privilegios y la gran luz que brilla en nuestros días, pero que han descuidado de seguir la luz y de darle plenamente sus corazones a Dios.

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Los diezmos y ofrendas

La misión de la iglesia de Cristo consiste en salvar a los pecadores que perecen. Consiste en darles a conocer el amor de Dios hacia los hombres y ganarlos para Cristo por la eficacia de ese amor. La verdad para este tiempo debe ser proclamada hasta en los rincones oscuros de la Tierra, y esta obra puede empezar en nuestro propio país. Los que siguen a Cristo no deben vivir egoístamente; sino que, compenetrados del Espíritu de Cristo, deben obrar en armonía con él. 

La actual frialdad e incredulidad tienen sus causas. El amor al mundo y los cuidados de la vida separan al alma de Dios. El agua de la vida debe estar en nosotros, fluir de nosotros, brotar para vida eterna. Debemos manifestar externamente lo que Dios obra en nuestro interior. Si el cristiano quiere disfrutar de la luz de la vida, debe aumentar sus esfuerzos para traer a otros al conocimiento de la verdad. Su vida debe caracterizarse por el ejercicio y los sacrificios para hacer bien a otros; y entonces no habrá ya quejas de que falta el gozo. 

Los ángeles están siempre empeñados en trabajar para la felicidad de otros. Ése es su gozo. Lo que los corazones egoístas considerarían como un servicio humillante, o sea, el servir a los miserables y a las personas de carácter y posición en todo sentido inferiores, es la obra de los ángeles puros y sin pecado de los atrios reales del cielo. El espíritu abnegado del amor de Cristo es el espíritu que predomina en lo alto, y es la misma esencia de su felicidad. 

Los que no sienten placer especial en tratar de beneficiar a los demás, en trabajar, aun con sacrificio, para hacerles bien, no pueden tener el espíritu de Cristo o del cielo, porque no están unidos a la obra de los ángeles celestiales, y no pueden participar en la felicidad que les imparte un gozo excelso. Cristo ha dicho: “Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”. Lucas 15:7. Si el gozo de los ángeles consiste en ver arrepentirse a los pecadores, ¿no consistirá el gozo de los pecadores salvados por la sangre de Cristo en ver a otros arrepentirse y volverse a Cristo por su intermedio? Al obrar en armonía con Cristo y los santos ángeles, experimentaremos un gozo que no puede sentirse fuera de esta obra.

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El principio de la cruz de Cristo impone a todos los que creen, la pesada obligación de negarse ellos mismos, de impartir la luz a otros y de dar de sus recursos para extender la luz. Si están en relación con el cielo, se dedicarán a la obra en armonía con los ángeles. 

El principio de los mundanos consiste en obtener cuanto puedan de las cosas perecederas de esta vida. El amor egoísta a la ganancia es el principio que rige su vida. Pero el gozo más puro no se encuentra en las riquezas ni donde la avaricia está siempre anhelando más, sino donde reina el contentamiento y donde el amor abnegado es el principio dirigente. Son millares los que pasan su vida en la sensualidad, y cuyos corazones están llenos de quejas. Son víctimas del egoísmo y del descontento mientras en vano se esfuerzan por satisfacer sus almas con la sensualidad. Pero la desdicha está estampada en sus mismos rostros y detrás de ellos hay un desierto, porque su conducta no es fructífera en buenas obras. 

En la medida en que el amor de Cristo llene nuestros corazones y domine nuestra vida, quedarán vencidas la codicia, el egoísmo y el amor a la comodidad, y tendremos placer en cumplir la voluntad de Cristo, cuyos siervos aseveramos ser. Nuestra felicidad será entonces proporcional a nuestras obras abnegadas, impulsadas por el amor de Cristo. 

La sabiduría divina ha recalcado, en el plan de salvación, la ley de la acción y la reacción, la cual hace doblemente bendita la obra de beneficencia en todas sus manifestaciones. El que da a los menesterosos beneficia a los demás, y se beneficia a sí mismo en un grado aún mayor. Dios podría haber alcanzado su objeto en la salvación de los pecadores sin la ayuda del hombre, pero él sabía que éste no podría ser feliz sin desempeñar en la gran obra una parte en la cual cultivara la abnegación y la benevolencia. 

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Para que el hombre no perdiera los bienaventurados resultados de la benevolencia, nuestro Redentor ideó el plan de alistarlo como colaborador suyo. Por un encadenamiento de circunstancias que exige manifestaciones de caridad, concede al hombre el mejor medio de cultivar la benevolencia, y lo mantiene dando habitualmente para ayudar a los pobres y fomentar el adelanto de su causa. Envía a sus pobres como representantes suyos. Por las necesidades de estos últimos, un mundo arruinado está obteniendo de nosotros talentos, recursos e influencia, destinados a presentar a los hombres la verdad por cuya falta perecen. En la medida en que atendemos estos pedidos mediante nuestro trabajo y generosidad, nos vamos asemejando a Aquel que por nosotros se hizo pobre. Al impartir, beneficiamos a otros y así acumulamos verdaderas riquezas. 

Ha habido en la iglesia una gran falta de generosidad cristiana. Los que estaban en la mejor posición para hacer progresar la causa de Dios, han hecho poco. Dios ha atraído misericordiosamente a una clase de personas al conocimiento de la verdad para que apreciara el inestimable valor de ésta en comparación con los tesoros terrenales. Jesús les ha dicho: “Seguidme”. Las está probando con una invitación a la cena que él ha preparado. Observa para ver qué carácter adquirirán, y si considerarán que sus propios intereses son de mayor valor que las riquezas eternas. Muchos de estos amados hermanos formulan, por medio de sus actos, las excusas mencionadas en la siguiente parábola: 

“Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos”. Lucas 14:16-21. 

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Esta parábola representa correctamente la condición de muchos de los que profesan creer la verdad presente. El Señor les ha enviado una invitación a venir a la cena que él ha preparado para ellos con gran costo de su parte; pero los intereses mundanales les parecen de mayor importancia que el tesoro celestial. Están invitados a participar en cosas de valor eterno; pero sus fincas, sus ganados y los intereses de su hogar les parecen de importancia tanto mayor que la obediencia a la invitación celestial, que superan para ellos toda atracción divina, y hacen de esas cosas terrenales una excusa para desobedecer el mandato celestial: “Venid, que ya todo está preparado”. Estos hermanos siguen ciegamente el ejemplo de los mencionados en la parábola. Contemplan sus posesiones mundanales y dicen: “No, Señor, no puedo seguirte: te ruego que me des por excusado”. 

Estos hombres usan como excusa para no poder obedecer los requerimientos de la verdad, las mismas bendiciones que Dios les dio con el fin de probarlos para ver si darán “lo que es de Dios, a Dios”. Abrazan sus tesoros terrenales y dicen: “Debo cuidarlos; no debo descuidar las cosas de esta vida; son mías”. De este modo el corazón de esos hombres se ha endurecido como el camino trillado. Cierran la puerta de su corazón al mensajero celestial que les dice: “Venid, que ya todo está preparado”, pero la abren para dejar entrar las cargas del mundo y las preocupaciones de los negocios, y Jesús llama en vano. 

Su corazón está tan cubierto de espinas y de los cuidados de esta vida, que las cosas celestiales no pueden hallar cabida en él. Jesús invita a los cansados y cargados, y les promete descanso si quieren acudir a él. Los invita a cambiar el amargo yugo del egoísmo y la codicia que los esclaviza a Mammón, por su yugo y su carga que, según él declara, son suaves y livianos. Dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. Mateo 11:29. Él quiere que ellos pongan a un lado las pesadas cargas de las congojas y las perplejidades mundanales y tomen su yugo de abnegación y sacrificio por los demás. Esta carga les resultará fácil. Los que se nieguen a aceptar el alivio que Cristo les ofrece, y continúen llevando el amargo yugo del egoísmo imponiendo a sus almas tareas sumamente pesadas según los planes que hacen para acumular dinero para la complacencia egoísta, no han experimentado la paz y el descanso que se hallan en llevar el yugo de Cristo y las cargas de la abnegación y la benevolencia desinteresada que Cristo llevó en su favor. 

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Cuando el amor del mundo se posesiona del corazón y llega a constituir una pasión dominante, no queda lugar para la adoración a Dios, porque las facultades superiores de la mente se someten a la esclavitud de Mammón, y no pueden retener pensamientos de Dios y del cielo. La mente pierde su recuerdo de Dios, y se estrecha y atrofia por su afición a acumular dinero. 

Por causa del egoísmo y amor al mundo, estos hombres han ido perdiendo gradualmente su comprensión de la magnitud de la obra para estos postreros días. No han educado su mente para dedicarse a servir a Dios. No tienen experiencia en ese sentido. Sus propiedades han absorbido sus afectos y eclipsado la magnitud del plan de salvación. Mientras mejoran y amplían sus planes mundanales, no ven la necesidad de ampliar y extender la obra de Dios. Invierten sus recursos en cosas temporales, pero no en las eternas. Su corazón ambiciona más recursos. Dios los hizo depositarios de su ley, para que dejaran resplandecer ante otros la luz que les daba tan misericordiosamente. Pero han aumentado de tal manera sus preocupaciones y ansiedades que no tienen tiempo para beneficiar a otros con su influencia, para conversar con sus vecinos, para orar con ellos y por ellos, y para tratar de comunicarles el conocimiento de la verdad. 

Estos hombres son responsables por el bien que podrían hacer, y que no hacen, presentando como excusa las preocupaciones y cargas mundanales que embargan su mente y absorben sus afectos. Hay almas por las cuales Cristo murió, que podrían salvarse por sus esfuerzos personales y ejemplo piadoso. Hay almas preciosas que perecen por falta de la luz que Dios otorgó a los hombres para que la reflejaran sobre la senda de los demás. Pero la luz preciosa queda oculta bajo el almud y no alumbra a los que están en la casa. 

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Cada uno es mayordomo de Dios. A cada uno confió el Maestro sus recursos; pero el hombre afirma que estos recursos son suyos. Cristo dice: “Negociad entre tanto que vengo”. Lucas 19:13. Está acercándose el tiempo en que Cristo requerirá lo suyo con interés. Él dirá a cada uno de sus mayordomos: “Da cuenta de tu mayordomía”. Los que han ocultado el dinero de su señor en un pañuelo, enterrándolo en la tierra, en vez de confiarlo a los banqueros, y los que han despilfarrado el dinero de su Señor gastándolo en cosas innecesarias en vez de ponerlo a interés invirtiéndolo en su causa, no recibirán la aprobación del Maestro, sino una condenación decidida. El siervo inútil de la parábola le presentó el talento a Dios y dijo: “Te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo”. Mateo 25:24, 25. Su Señor toma nota de sus palabras y declara: “Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses”. vers. 26, 27. 

Este siervo inútil no ignoraba los planes de Dios, pero se propuso firmemente estorbar el propósito de Dios, y luego le acusó de injusticia al exigir el rédito de los talentos que se le habían confiado. Esta misma queja y murmuración la formula una clase numerosa de hombres pudientes que profesan creer la verdad. Como el siervo infiel, temen que se les exija el interés del talento que Dios les prestó, para adelantar la difusión de la verdad; por lo tanto, lo inmovilizan invirtiéndolo en tesoros terrenales y sepultándolo en el mundo, y lo aseguran de tal manera que no tienen nada o casi nada para invertir en la causa de Dios. Lo han enterrado, temiendo que Dios exigiera parte del capital o del interés. Cuando, al exigírsela su Señor, traen la cantidad que les fue dada, aducen ingratas excusas por no haber confiado a los banqueros e invertido en la causa de Dios, para ejecutar su obra, los recursos que el Señor les había prestado. 

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El que desfalca los bienes de su Señor no sólo pierde el talento que Dios le prestó, sino también la vida eterna. De él se dice: “Al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera”. vers. 30. El siervo fiel, que invierte su dinero en la causa de Dios para salvar almas, emplea sus recursos para gloria de Dios y recibirá el elogio del Maestro: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. vers. 21. ¿Cuál será el gozo de nuestro Señor? Será el gozo de ver almas salvadas en el reino de gloria. “El cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. Hebreos 12:2.

La idea de que son administradores debe tener una influencia práctica sobre todos los hijos de Dios. La parábola de los talentos, debidamente comprendida, desterrará la avaricia, a la que Dios llama idolatría. La benevolencia práctica dará vida espiritual a millares de los que nominalmente profesan la verdad, pero que actualmente lamentan las tinieblas que los circundan. Los transformará de egoístas y codiciosos adoradores de Mammón [las riquezas], en fervientes y fieles colaboradores de Cristo en la salvación de los pecadores. 

El fundamento del plan de salvación fue puesto con sacrificio. Jesús abandonó las cortes reales y se hizo pobre para que por su pobreza nosotros fuésemos enriquecidos. Todos los que participan de esta salvación, comprada para ellos a tan infinito precio por el Hijo de Dios, seguirán el ejemplo del verdadero Modelo. Cristo fue la principal piedra del ángulo y debemos edificar sobre este cimiento. Cada uno debe tener un espíritu de abnegación y sacrificio. La vida de Cristo en la tierra fue una vida de desinterés: se distinguió por la humillación y el sacrificio. ¿Y podrán los hombres, participantes de la gran salvación que Cristo vino a traerles del cielo, negarse a seguir a su Señor y compartir su abnegación y sacrificio? Dice Cristo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”. “Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto”. Juan 15:5, 2. El mismo principio vital, la savia que fluye a través de la vid, nutre los pámpanos para que florezcan y lleven fruto. ¿Es el siervo mayor que su señor? ¿Practicará el Redentor del mundo la abnegación y el sacrificio por nosotros, y los miembros del cuerpo de Cristo se entregarán a la complacencia propia? La abnegación es una condición esencial del discipulado. 

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“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Mateo 16:24. Yo voy adelante en la senda de la abnegación. Nada requiero de vosotros, mis seguidores, sino aquello de lo cual yo, vuestro Señor, os he dado ejemplo en mi propia vida. 

El Salvador del mundo venció a Satanás en el desierto de la tentación. Venció para mostrar al hombre cómo puede vencer. Anunció en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor”. Lucas 4:18, 19. 

La gran obra que Jesús anunció que había venido a hacer fue confiada a los que le siguen en la tierra. Cristo, como nuestra cabeza, nos guía en la gran obra de salvación, y nos invita a seguir su ejemplo. Nos ha dado un mensaje mundial. Esta verdad debe extenderse a todas las naciones, lenguas y pueblos. El poder de Satanás debe ser desafiado, y ser vencido por Cristo y también por sus discípulos. Una gran guerra debe reñirse contra las potestades de las tinieblas. Y a fin de que esta obra se lleve a cabo con éxito, se requieren recursos. Dios no se propone enviarnos recursos directamente del cielo, sino que confía talentos y recursos a las manos de sus seguidores, para que los usen con el fin de sostener esta guerra. 

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