Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 505-514, día 187

Verdadero refinamiento en el ministerio

Hermano E: He planeado escribirle por algún tiempo, pero no he encontrado una oportunidad para hacerlo hasta ahora. Mientras hablaba a la gente el sábado pasado, me sentí tan claramente impresionada con su caso que apenas pude abstenerme de mencionar su nombre en público. Ahora me desahogaré escribiéndole. En mi última visión se me mostraron las deficiencias de aquellos que profesan trabajar en palabra y doctrina. Vi que usted no había estado mejorando sus aptitudes, sino que se había vuelto menos y menos eficiente para enseñar la verdad. Usted necesita una conversión completa. Tiene una voluntad fuerte, rígida, que hasta llega a ser terca. Ahora podría estar capacitado para la obra solemne de llevar el mensaje de verdad a otros si hubiera tenido menos confianza propia y un espíritu más humilde y manso.

A usted no le agrada aplicarse asiduamente ni someterse a las exigencias de un esfuerzo continuo. No ha sido un estudiante perseverante de la Palabra de Dios, ni un obrero fervoroso en su causa. Su vida ha estado lejos de representar la vida de Cristo. Usted no es juicioso. No es un obrero sabio, sensato. No estudia cómo ganar almas para Cristo, como cada ministro de Cristo debiera hacerlo. Tiene una huella fija, una norma propia, a la cual desea conducir a la gente; pero no tiene éxito en hacerlo porque ellos no aceptan su norma. Usted es fanático y frecuentemente lleva las cosas a los extremos y con ello perjudica seriamente la causa de Dios y aparta a las almas de la verdad en vez de ganarlas para ella.

Se me mostró que usted ha malogrado varias buenas oportunidades por su manera poco juiciosa de trabajar, ¿y qué le diré respecto a este asunto? Se han perdido almas debido a su falta de sabiduría al presentar la verdad y su fracaso en adornar su vocación como ministro del evangelio mediante la cortesía, la bondad y un espíritu sufrido. La verdadera cortesía cristiana debiera caracterizar todos los actos de un ministro de Cristo. Oh, cuán pobremente ha representado usted a nuestro compasivo Redentor, cuya vida era la encarnación de la bondad y la verdadera pureza. Usted ha apartado a almas de la verdad mediante un espíritu áspero, criticón, arrogante. Sus palabras no han sido dichas con la mansedumbre de Cristo, sino con el espíritu de E. Su modo de ser es naturalmente tosco y no refinado, y porque usted nunca ha sentido la necesidad del verdadero refinamiento y la cortesía cristiana, su vida no ha sido tan elevada como podría haber sido.

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Usted ha permanecido en la rutina del hábito. Su educación y preparación no han sido correctas, y por lo tanto debería haberse esforzado más seriamente para mejorar, reformarse, y hacer cambios decididos y cabales. A menos que usted experimente una conversión decidida y completa en casi cada respecto, está enteramente incapacitado para predicar la verdad, y a menos que pueda tener un apropiado refinamiento del carácter, los modales y la forma de dirigirse a las personas, usted hará más daño que bien. Usted no ha hecho mucho para promover la verdad, porque se ha detenido demasiado en las iglesias, cuando no podía hacerles ningún bien, sino sólo daño. Su manera de ser y sus modales necesitan refinamiento y santificación. No debería estropear más la obra de Dios con sus deficiencias, puesto que no ha mostrado una mejoría decidida para convertirse en un obrero en la causa de Dios.

Es imposible que usted conduzca a otros a una norma más elevada que la que usted mismo ha alcanzado. Si personalmente no avanza, ¿cómo puede dirigir a la iglesia de Dios hacia adelante, a una norma más alta de piedad y santidad? Todos los ministros de esa clase, como usted lo ha sido por varios años, son más una maldición que una bendición para la causa de Dios, y cuantos menos tengamos de ellos más próspera será la causa de la verdad presente.

Usted no tiene ideas elevadas ni aspiraciones de progreso en sus labores. Está contento con ser una persona vulgar y un ministro común. No aspira a la perfección del carácter cristiano y a ese nivel en la obra que Cristo requiere que cada uno de sus ministros escogidos alcance. Ninguno que profese llevar la verdad a otros está capacitado para ese trabajo de responsabilidad a menos que esté progresando en conocimiento y en consagración al trabajo, y esté mejorando sus modales y temperamento, y creciendo en verdadera sabiduría de día en día. Todo hombre que guíe almas a la verdad necesita una estrecha comunión con Dios. Aquellos que abrazan la carga de guiar a las almas desde las tinieblas de la naturaleza a la luz maravillosa, debieran recordar siempre que ellos mismos deben avanzar en la luz, o de lo contrario ¿cómo pueden guiar a otros? Si ellos mismos caminan en la oscuridad, asumen una responsabilidad muy terrible al pretender enseñar a otros el camino.

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Usted ha estado laborando en lugares donde no era competente para realizar debidamente el trabajo que había emprendido. No trabajó juiciosamente. Buscaba compensar su falta de verdadero conocimiento censurando a otras denominaciones, atropellando a otros, y haciendo críticas duras y amargas sobre la conducta y condición de ellos. Si su corazón hubiera fulgurado completamente con el espíritu de verdad, si hubiera estado santificado en su servicio a Dios y caminado en la luz como Cristo está en la luz, habría avanzado con sabiduría y habría tenido suficientes recursos y medios a su disposición como para mantener un interés sin hacer esfuerzos extraordinarios y apartarse de su trabajo específico para denostar a otros que profesan ser cristianos.

Los incrédulos se han disgustado; piensan que usted ha representado claramente a los adventistas del séptimo día y consideran que esto es suficiente y no quieren saber más de esas doctrinas. En el mejor de los casos nuestra fe es impopular y está en amplio contraste con la fe y prácticas de otras denominaciones. A fin de alcanzar a aquellos que están en las tinieblas del error y en falsas teorías, debemos acercarnos a ellos con suma cautela y con la mayor sabiduría, concordando con ellos en todo punto en que podamos hacerlo a conciencia.

Debiera mostrarse toda consideración posible por aquellos que están en el error y darles completo crédito por su honestidad. Debiéramos acercarnos a la gente tanto como sea posible, y entonces puede beneficiarles la luz y la verdad que tenemos. Pero el hermano E, como muchos de nuestros ministros, comienza de inmediato una guerra contra los errores que otros abrigan; de ese modo despierta su combatividad y una terca oposición, y esto los encierra en una armadura de prejuicio egoísta que ningún cúmulo de evidencias puede quitar.

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¿Quién sino usted será responsable por las almas que ha desviado de la verdad por sus labores no santificadas? ¿Quién puede derribar los muros de prejuicio que su labor poco juiciosa ha levantado? No conozco pecado mayor contra Dios que el de ocuparse en el ministerio los hombres que trabajan guiados por el yo y no por Cristo. Son considerados como los representantes de Cristo, cuando no representan su espíritu en ninguna de sus labores. No ven ni comprenden los peligros que acompañan los esfuerzos hechos por hombres no consagrados, inconversos. Avanzan como ciegos, deficientes en casi todo y sin embargo llenos de confianza propia y autosuficientes, caminando en la oscuridad y tropezando a cada paso. Son cuerpos de tinieblas.

Hermano E, usted tiene ideas estrechas, y su trabajo tiende a rebajar antes que a elevar la verdad. Esto no es porque usted no tenga capacidad. Usted podría haber sido un buen obrero, pero es demasiado indolente como para hacer el esfuerzo necesario a fin de lograr el objetivo. Usted más bien prefiere regañar de un modo duro y arrogante a los que difieren con usted antes que tomarse el trabajo de elevar el tono de su trabajo. Usted asume determinada opinión, y luego, cuando es puesta en tela de juicio, no es suficientemente humilde como para ceder sus ideas aunque se demuestre que están equivocadas; pero se mantiene en su posición independiente y se aferra firmemente a sus ideas cuando es esencial que haga una concesión que se le requiere como un deber. Usted se ha aferrado obstinada e inflexiblemente a su propio juicio y opiniones a expensas de las almas.

Hermano E, su posición firme y su voluntad fuerte y decidida para llevar adelante sus puntos de vista a toda costa fue sentida y deplorada por su esposa, y la salud de ella sufrió en consecuencia. Usted no fue amable y tierno con esta sensible hija de Dios; su espíritu fuerte avasalló la disposición más suave de su esposa. Ella se lamentó por muchas cosas. Usted podría haber hecho más feliz su vida si hubiera tratado; pero procuró que ella viera las cosas como usted las veía, y, en vez de tratar de adaptarse a su temperamento refinado, usted trató de adaptarla a su naturaleza más tosca y a sus ideas extremas. Ella fue doblegada en su naturaleza y no pudo actuar por sí misma. Se marchitó como una planta trasplantada a un suelo desagradable.

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No debiera tratar de moldear las mentes y caracteres según su modelo, sino que debiera permitir que su propio carácter fuera moldeado tras el Modelo divino. Si este mundo estuviera compuesto de hombres como usted en carácter y temperamento, sería una desgracia. Hacia cualquier lado que usted se dirigiera, se sentiría disgustado con sus asociados, copias exactas de su persona, y usted desearía salirse del mundo.

Usted se jacta y gloría de su persona. ¡Pero, oh, cuán impropio es esto para cualquier hombre, aun si tuviera las cualidades intelectuales más excelentes y la influencia más amplia! Los hombres de cualidades magníficas tienen la mayor influencia porque no saben su valor y cuánto bien realizan en el mundo. Pero está completamente fuera de lugar que hombres de su tipo de carácter se exalten y se vanagloríen en el yo.

En sus labores usted frecuentemente comienza bien; suscita cierto interés, y las mentes se convencen de que los argumentos usados no pueden controvertirse; pero precisamente en el momento cuando las almas se están inclinando a favor de la verdad, aparece el yo tan claramente, de un modo tan prominente, que todo lo que podría haberse ganado si Jesús hubiera brillado en sus palabras y conducta, se pierde.

Usted carece de las virtudes esenciales para ganar almas para Cristo y la verdad. Puede argumentar bien; pero no tiene un conocimiento experimental de la voluntad divina, y por carecer de una experiencia religiosa en su vida, es incapaz de conducir a otros a la Fuente de aguas vivas. Su propia alma no está en comunión con Dios, sino en tinieblas; y nada puede suplir la deficiencia sentida por las almas que tratan de encontrar a tientas su camino en la oscuridad, excepto la luz de la verdad. A menos que usted esté completamente convertido, sus esfuerzos por convertir a otros podrían cesar ahora en vez de que trabaje por más tiempo desfigurando y pervirtiendo las normas religiosas con sus ideas estrechas e intolerantes. Usted no tiene un conocimiento experimental de la voluntad divina; a usted le parece que su justicia es de valor, cuando no tiene valor para nada. Usted necesita ser transformado antes que pueda ser útil en la causa de Dios. Cuando esté convertido entonces podrá trabajar y ser aceptado.

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Usted no posee la religión de Cristo. Debe suavizar su corazón y morir al yo, y Cristo debe vivir en usted; entonces caminará en la luz como él está en luz, y dejará una huella brillante hacia el cielo para iluminar la senda de otros. Usted se ha sentido demasiado satisfecho con su propia persona. Debiera educarse y vencer su espíritu fanático y criticón. Necesita colocar y mantener el cuerpo bajo sujeción, no sea que, después de haber predicado a otros, usted mismo sea reprobado.

Usted mira las cosas sin perspectiva; toma cosas insignificantes, encuentra faltas, y duda de la conducta de otros, cuando podría hacer mucho mejor venciendo los defectos de su carácter y su vida, trabajando desde un punto de vista cristiano, buscando luz de Dios, y preparándose para unirse a los ángeles puros en el reino de los cielos. Como usted está, echaría a perder todo el cielo. Usted es rústico, sin refinamiento y sin santidad. No hay lugar en el cielo para un carácter como el que usted posee ahora.

Si usted emprende el trabajo seriamente y, sin presentar ninguna excusa por el pecado, condena el pecado en la carne y se proyecta con fe y esperanza en busca de la gracia divina y de un juicio recto, puede vencer esas deficiencias de su carácter que lo descalifican para trabajar en la causa de Dios. Usted no ha avanzado ni mejorado por muchos años. Está más lejos hoy de la norma de la perfección cristiana, de poseer las cualidades que debieran encontrarse en el ministro del evangelio, que lo que estaba unos pocos meses después de haber recibido la verdad.

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Dios se desagrada de aquellos que no son entendidos en cuanto a la religión cristiana y que sin embargo están tratando de guiar a otros. Usted está representado correctamente por el hombre que trataba de sacar una mota del ojo de su hermano cuando había una viga en su propio ojo. Primero ponga su propio corazón en orden, y reforme su propio carácter; obtenga una conexión con Dios y gane una experiencia cristiana diaria; luego podrá llevar una carga por las almas que están sin Cristo.

Entre los hermanos hay sólo pocos que hayan tomado más tiempo que usted para leer a diferentes autores, y sin embargo usted es muy deficiente en las cualidades necesarias para un ministro que está enseñando la verdad. Usted falla en citar, o aun leer, las Escrituras correctamente. Esto no debiera ser. Usted no ha progresado en cultura mental ni se ha asegurado un crecimiento de la gracia en el alma que se refleje en sus palabras y conducta. Usted no ha sentido la necesidad de esforzarse en busca de logros más altos y más santos.

Leer libros en forma rápida y superficial atasca la mente y hace que usted llegue a ser un dispéptico mental. Usted es incapaz de digerir y usar ni la mitad de lo que lee. Si leyera con un objetivo en vista para mejorar la mente, y si leyera sólo tanto como la mente puede comprender y digerir, y perseverase pacientemente en dicho curso de lectura, se lograrían buenos resultados. Usted, como también otros ministros, necesitan asistir a la escuela y comenzar como un niño a dominar las primeras ramas del conocimiento. Usted no puede leer, ni deletrear, ni pronunciar correctamente, y sin embargo no hay sino pocos que han tenido menos exigencias y menos cargas de responsabilidad que usted.

La responsabilidad de nuestros ministros requiere salud del cuerpo y disciplina de la mente. Buen sentido común, nervios vigorosos y un temperamento alegre recomendarán al ministro evangélico en cualquier parte. Estas cualidades debieran buscarse y cultivarse perseverantemente.

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Hasta el momento su vida no ha sido provechosa. Usted tiene algunas ideas muy buenas, pero el Espíritu de Dios no mora en su corazón. No está vivificado por su poder, y no tiene genuina fe, esperanza y amor. El Espíritu de Cristo morando en usted lo capacitaría para tomar de las cosas de Dios y revelárselas a otros. Usted no puede ser de ningún beneficio para la causa de Dios hasta que la obra de un fiel ministro de Cristo esté más exaltada en su mente. A usted le falta un propósito en su vida para hacer el bien, como hizo Jesús. La abnegación y el amor que usted manifieste en esta obra se revelarán en las vidas y los caracteres de otros.

Usted debiera deshacerse tan pronto como sea posible de su formalidad fría e insensible. Necesita cultivar sentimientos de ternura y amabilidad en su vida diaria. Debiera exhibir verdadera cortesía y urbanidad cristiana. El corazón que realmente ama a Jesús ama a aquellos por quienes él murió. Tan ciertamente como la aguja apunta al polo, así el verdadero seguidor de Cristo, con un espíritu de labor ferviente, tratará de salvar almas por las cuales Cristo ha dado su vida. El trabajar por la salvación de los pecadores mantendrá cálido el amor de Cristo en el corazón y dará a ese amor un crecimiento y desarrollo debidos. Sin un conocimiento correcto de la voluntad divina habrá una falta de desarrollo armonioso en el carácter cristiano.

Le imploro, mi hermano, que conozca a Dios. “El Señor afirma los pasos del hombre bueno”. Salmos 37:23 (NRV). Ángeles ministradores marcan cada paso de nuestro progreso. Pero su voluntad no está rendida a Dios; sus pensamientos no son santos. Usted continúa su marcha, tropezando en la oscuridad a lo largo del camino, sin saber dónde colocar sus pies. El Señor revela su voluntad a aquellos que están ansiosos de ser guiados. La razón de su ineficiencia es que usted ha renunciado a la idea de conocer y hacer la voluntad de Dios, por lo tanto no sabe nada positivamente. Aunque usted mismo está ciego, intenta guiar a los ciegos.

¡En qué situación están usted y muchos otros ministros! Habiendo abandonado a Dios, la Fuente de aguas vivas, usted y ellos han cavado para ustedes cisternas rotas que no pueden retener agua. Le imploro que se alarme y vuelva al Señor con ese arrepentimiento profundo y sincero que le asegurará el perdón divino y la fuerza constante de su poder, para que ciertamente pueda ser lleno de toda la plenitud de Dios. Él expresa desagrado hacia su conducta, porque usted ha sido como una piedra de tropiezo para las almas. Ha dependido de sus propias obras y justicia para el éxito, y no tiene un conocimiento de la voluntad divina.

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Quiera el Señor revelarle su verdadero carácter y permitirle que vea sus verdaderas deficiencias. Cuando usted sea iluminado por el Espíritu de Dios para comprender esto, tendrá un sentido tal de su descuido pecaminoso y de su vida no aprovechada que el terror castigará su alma y hará que sienta aquella tristeza que lo conducirá al arrepentimiento del cual uno no necesita arrepentirse.

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Número 25—Testimonio para la iglesia

Importancia de la obra

El 3 de enero de 1875 se me mostraron muchas cosas relativas a los intereses grandes e importantes en Battle Creek, en la obra de la Asociación de Publicaciones, la escuela y el Instituto de Salud. Si estas instituciones fueran conducidas debidamente, harían avanzar grandemente la causa de Dios en la diseminación de la verdad y la salvación de las almas. Estamos viviendo en medio de los peligros de los últimos días. Sólo la consagración a Dios puede capacitar a cualquiera de nosotros para tener una parte en la solemne e importante obra final para este tiempo. No hay sino pocos hombres enteramente abnegados para llenar puestos de responsabilidad, pocos que se han dado sin reservas a Dios para oír su voz y meditar en su gloria. No hay sino pocos que si se les requiriese, darían sus vidas para promover la causa de Dios. Sin embargo es precisamente una devoción como ésta la que Dios demanda.

Los hombres se engañan pensando que sirven a Dios cuando se están sirviendo ellos mismos y convirtiendo en algo secundario el interés de la causa y la obra de Dios. Sus corazones no están consagrados. El Señor no se agrada de los servicios de esta clase de personas. De tanto en tanto, cuando la causa ha progresado, él en su providencia ha designado a hombres para cubrir cargos en Battle Creek. Estos hombres podrían haber llenado cargos importantes si se hubieran consagrado a Dios y dedicado sus energías a su obra. Estos hombres escogidos por Dios necesitaban precisamente la disciplina que les daría una devoción a su obra. Él los honraría relacionándolos consigo mismo y dándoles su Espíritu Santo a fin de capacitarlos para cumplir las responsabilidades en que se les llamaba a servir. No podían obtener esa amplitud de experiencia y conocimiento de la voluntad divina a menos que estuvieran en puestos donde se necesita llevar cargas y responsabilidades.

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