Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 515-525, día 188

Nadie necesita engañarse pensando que al vincularse con la obra de Dios en Battle Creek tendrá menos preocupaciones, menos trabajo difícil y menos pruebas. Satanás está más activo donde más se está haciendo para promover la verdad y para salvar almas. Él entiende la naturaleza humana y no dejará solos a estos hombres si hay alguna posibilidad de que lleguen a ser más semejantes a Cristo y obreros más útiles en la causa de Dios. Satanás traza sus planes para acosar con sus tentaciones precisamente a los hombres a quienes Dios ha dado a entender que los aceptaría para que tengan una parte en conexión con su obra. Satanás estudia para saber de qué modo puede guerrear mejor contra Dios y derrotar sus propósitos. Está familiarizado con los puntos débiles como también con los fuertes en los caracteres de los hombres. Y de un modo sutil obra con todo engaño de injusticia para obstruir los propósitos de Dios asaltando los puntos débiles en sus caracteres; y cuando lo ha logrado ha preparado el camino para vencer atacando los puntos más fuertes. Gana el control de la mente y ciega el entendimiento. En el preciso momento en que están más débiles en poder moral, entrega a la confianza propia y la autosuficiencia a los hombres que ha confundido y derrotado por sus trampas. Se engañan ellos mismos y piensan que están en buena condición espiritual.

El enemigo se apoderará de todo elemento posible a fin de usarlo en su favor y destruir las almas. Se han dado testimonios en favor de individuos que ocupan puestos elevados. Comienzan bien llevando las cargas y haciendo su parte en conexión con la obra de Dios. Pero Satanás los persigue con sus tentaciones, y ellos finalmente son vencidos. Cuando otros examinan su conducta equivocada, Satanás sugiere en sus mentes que debe haber un error en los Testimonios dados a estas personas, de otro modo estos hombres no habrían demostrado ser indignos de llevar una parte en la obra de Dios.

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Así es precisamente como Satanás planeó que debería ser. Arrojaría dudas en cuanto a la luz que Dios ha dado. Estos hombres podrían haber resistido las tentaciones de Satanás si hubieran velado y estado en guardia, sintiendo su propia insuficiencia, y confiando en el nombre y la fuerza de Jesús para mantenerse fieles al deber. Pero debiera tenerse en mente que siempre ha habido condiciones vinculadas con el aliento dado a estas personas: que si mantuvieran un espíritu altruista, si sintieran su debilidad y dependieran de Dios, no confiando en su propia sabiduría y juicio, sino haciendo de él su fuerza, podrían ser una gran bendición en su causa y obra. Pero Satanás ha venido con sus tentaciones y ha triunfado casi cada vez. Él ha dispuesto las circunstancias como para atacar los puntos débiles en los caracteres de estos individuos, y ellos han sido vencidos. ¡Cuán vergonzosamente han dañado la causa de Dios! ¡Cuán plenamente se han separado de él siguiendo sus propios corazones corrompidos, como lo podrán testificar sus propias almas! Pero el día de Dios manifestará en el hombre la verdadera causa de todos nuestros chascos. Dios no es culpable. Él les dio promesas animadoras bajo condiciones, pero ellos no cumplieron con estas condiciones. Confiaron en su propia fuerza y cayeron bajo la tentación.

Aquello que puede decirse de los hombres bajo ciertas circunstancias no puede decirse de ellos en otras circunstancias. Las personas son débiles en poder moral y tan supremamente egoístas, tan autosuficientes y se inflan tan fácilmente de vano orgullo, que Dios no puede trabajar en conexión con ellas, y se las deja que se muevan como hombres ciegos y que manifiesten tanta debilidad e insensatez que muchos se asombran de que tales individuos hayan sido alguna vez aceptados y reconocidos como dignos de tener alguna conexión con la obra de Dios. Esto es justamente lo que Satanás planeó. Éste fue su objetivo desde el momento en que los tentó primero en forma especial para desacreditar la causa de Dios y lanzar críticas sobre los Testimonios. Si hubieran permanecido donde su influencia no se hubiera sentido en forma especial sobre la causa de Dios, Satanás no los habría asediado tan fieramente; porque él no podría haber cumplido su propósito de usarlos como sus instrumentos para hacer una obra especial.

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En el progreso de la obra de Dios aquello que podría decirse en verdad de ciertos individuos en un momento determinado no podría decirse correctamente de ellos en otro momento. La razón de esto es que en un mes podrían haberse mantenido inocentes, viviendo a la altura de la mejor luz que tenían, mientras que al mes siguiente, que les resultaba demasiado largo, son vencidos por los ardides de Satanás y, mediante la confianza propia, caen en serios pecados y llegan a ser incompetentes para la obra de Dios.

Las mentes están tan sujetas a cambio debido a las tentaciones sutiles de Satanás que no es la mejor práctica para mi esposo y para mí asumir la responsabilidad de siquiera declarar nuestras opiniones sobre las cualidades de las personas para llenar diferentes puestos, porque se nos hace responsables por la conducta que siguen tales individuos. No obstante, si hubieran mantenido la humildad y la firme confianza en Dios que poseían cuando se los recomendó para que asumieran determinadas responsabilidades, podrían haber sido las personas ideales para el lugar. Estas personas cambian, sin embargo no se dan cuenta del cambio que experimentan. Caen bajo tentación, son apartados de su firmeza espiritual, y cortan su conexión con Dios. Entonces son controlados por el enemigo y hacen y dicen cosas que deshonran a Dios y desacreditan su causa. Entonces Satanás se regocija al ver a nuestros hermanos y hermanas dudando de nosotros porque les hemos dado a estas personas aliento e influencia.

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La condición del mundo

Me fue mostrada la condición del mundo, que está colmando rápidamente su copa de iniquidad. Violencias y toda clase de crímenes llenan nuestro mundo, y Satanás emplea todos los medios para popularizar delitos y vicios degradantes. La juventud que recorre las calles está rodeada de avisos y noticias de crímenes y pecado, presentados en alguna novela o en algún teatro. Su mente se familiariza con el pecado. La conducta que siguen personas bajas y viles les es recordada de continuo en las noticias de los periódicos del día, y todo lo que puede excitar la curiosidad y despertar las pasiones animales se presenta mediante historias emocionantes y excitantes.

Publicaciones procedentes de intelectos corrompidos envenenan la mente de millares de habitantes de nuestro mundo. El pecado no les parece excesivamente pecaminoso. Oyen y leen tanto con referencia a los crímenes y vilezas degradantes, que su conciencia, antes tierna y capaz de horrorizarse, se embota de tal manera que se espacia ávidamente en los dichos y hechos de hombres viles y bajos.

“Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre”. Lucas 17:26. Dios tendrá un pueblo celoso para las buenas obras, firme en medio de las contaminaciones de esta época de degeneración. Habrá un pueblo cuyos miembros se aferrarán de tal manera a la fuerza divina que podrán resistir a toda tentación. Los malos anuncios que se ven en carteles llamativos pueden tratar de hablar a sus sentidos y corromper su mente, pero estarán de tal manera unidos con Dios y los ángeles que serán como quienes no ven ni oyen. Tienen que hacer una obra que nadie puede hacer por ellos, la cual consiste en pelear la buena batalla de la fe y echar mano de la vida eterna. No tendrán confianza en ellos mismos, ni suficiencia propia. Conociendo su debilidad, unirán su ignorancia a la sabiduría de Cristo, su debilidad a su fuerza. 

Los jóvenes pueden tener principios tan firmes que las más poderosas tentaciones de Satanás no podrán apartarlos de su fidelidad. Samuel era un niño rodeado de las influencias más corruptoras. Veía y oía cosas que afligían su alma. Los hijos de Elí, que ministraban en cargos sagrados, estaban dominados por Satanás. Esos hombres contaminaban la misma atmósfera circundante. Muchos hombres y mujeres se dejaban fascinar diariamente por el pecado y el mal; pero Samuel quedaba sin tacha. Las vestiduras de su carácter eran inmaculadas. No tenía la menor participación ni deleite en los pecados que llenaban todo Israel de terribles informes. Samuel amaba a Dios; mantenía su alma en tan íntima relación con el cielo, que se envió a un ángel para hablar con él acerca de los pecados de los hijos de Elí que estaban corrompiendo a Israel. 

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El apetito y la pasión avasallan a millares de los que profesan seguir a Cristo. Sus sentidos se embotan de tal manera por la familiaridad con el pecado que ya no lo aborrecen, sino que lo consideran atractivo. El fin de todas las cosas está cerca. Dios no tolerará mucho más tiempo los delitos y la degradante iniquidad de los hijos de los hombres. Sus crímenes han llegado en verdad a los mismos cielos, y pronto recibirán la retribución de las temibles plagas de Dios que caerán sobre la tierra. Beberán la copa de la ira de Dios, sin mezcla de misericordia. 

He visto que existe el peligro de que aun los que profesan ser hijos de Dios se corrompan. La disolución está cautivando a los seres humanos. Parecen infatuados e incapaces de resistir y vencer sus apetitos y pasiones. En Dios hay poder; en él hay fuerza. Si tan sólo quieren pedirlo, el poder vivificante de Jesús estimulará a todos los que han aceptado el nombre de Cristo. Nos rodean peligros y riesgos, y estamos seguros únicamente cuando sentimos nuestra debilidad y nos asimos con la mano de la fe a nuestro poderoso Libertador. El tiempo en que vivimos es terrible. Ni un solo instante podemos dejar de velar y orar. Nuestras almas impotentes deben confiar en Jesús, nuestro compasivo Redentor.

Se me mostró la magnitud e importancia de la obra que nos espera. Pero son pocos los que se dan cuenta del verdadero estado de las cosas. Todos los que están dormidos y no pueden comprender la necesidad de vigilancia y alarma, serán vencidos. Los jóvenes se están levantando para entrar en la obra de Dios; algunos de ellos comprenden apenas el carácter sagrado y la responsabilidad de la obra. Tienen poca experiencia en el ejercicio de la fe y en el anhelo y hambre del Espíritu de Dios que siempre producen resultados. Algunos hombres de capacidad, que podrían desempeñar puestos importantes, no saben qué espíritu los anima. La liviandad les es tan natural como lo es para el agua correr hacia abajo. Hablan de insensateces y bromean con niñas, mientras casi diariamente oyen las verdades más solemnes y conmovedoras. Estos hombres tienen una religión meramente intelectual, pero su corazón no está santificado por las verdades que oyen. Los tales no pueden conducir a otros a la Fuente de aguas vivas antes de haber bebido de sus raudales ellos mismos. 

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No es éste un tiempo que se pueda dedicar a la liviandad, la vanidad o las trivialidades. Las escenas de la historia de esta tierra están por clausurarse. Las mentes a las cuales se les ha permitido alimentar pensamientos degradantes necesitan transformarse. Dice el apóstol Pedro: “Ceñid vuestra mente, sed sobrios, y fijad toda vuestra esperanza en la gracia que os será dada cuando Jesucristo se manifieste. Como hijos obedientes, no os conforméis a los malos deseos que teníais cuando estabais en vuestra ignorancia. Antes, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta. Pues escrito está: ‘Sed santos, porque yo soy santo’”. 1 Pedro 1:13-16 (NRV).

Los pensamientos deben concentrarse en Dios. Deben sujetarse en obediencia a la voluntad del Señor. No se deben tributar ni esperar alabanzas, porque esto tendería a fomentar en los hombres la confianza propia más bien que a aumentar su humildad; a corromperlos más bien que a purificarlos. Los que están realmente preparados y sienten que deben desempeñar una parte en relación con la obra de Dios, se sentirán oprimidos por su comprensión del carácter sagrado de la obra, como un carro bajo las gavillas. Ahora es el momento de hacer los esfuerzos más fervientes para vencer los sentimientos naturales del corazón carnal.

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La condición de la iglesia

Hay gran necesidad de una reforma entre el pueblo de Dios. La condición actual de la iglesia nos induce a preguntar: ¿Es ésta una representación correcta de Aquel que dio su vida por nosotros? ¿Son éstos los seguidores de Cristo y hermanos de aquellos que no tuvieron por cara su vida? Los que lleguen a la norma bíblica, a la descripción bíblica de los discípulos de Cristo, serán a la verdad escasos. Habiendo abandonado a Dios, la Fuente de las aguas vivas, se han cavado cisternas, “cisternas rotas que no retienen agua”. Jeremías 2:13. Dijo el ángel: “La falta de amor y fe son los grandes pecados de los cuales son ahora culpables los hijos de Dios”. La falta de fe conduce a la negligencia y al amor del yo y del mundo. Los que se separan de Dios y caen en tentación se entregan a vicios groseros, porque el corazón carnal conduce a gran perversidad. Y este estado de cosas se encuentra entre muchos de los que profesan ser hijos de Dios. Mientras aseveran servir a Dios, están en todos sus intentos y propósitos, corrompiendo sus caminos delante de él. Muchos se entregan al apetito y la pasión, a pesar de que la clara luz de la verdad señala el peligro y eleva su voz amonestadora: Cuidaos, refrenaos, negaos. “La paga del pecado es muerte”. Romanos 6:23. Aunque el ejemplo de los que naufragaron en la fe se destaca como un fanal para advertir a otros que no sigan el mismo curso, muchos se precipitan, sin embargo, alocadamente. Satanás domina sus mentes, y parece tener poder sobre sus cuerpos. 

¡Oh, cuántos se lisonjean de que tienen bondad y justicia, cuando la verdadera luz de Dios revela que durante toda su vida han vivido solamente para agradarse ellos mismos! Toda su conducta es aborrecible a Dios. ¡Cuántos viven sin ley! En sus densas tinieblas, se consideran con complacencia; pero sea la ley de Dios revelada a sus conciencias, como lo fue a la de Pablo, y verán que están vendidos al pecado, y deben morir al ánimo carnal. El yo debe morir. 

¡Cuán tristes y temibles son los errores que muchos cometen! Edifican sobre la arena, pero se lisonjean de estar asentados sobre la roca eterna. Muchos que profesan piedad están despeñándose temerariamente e ignoran su peligro como si no hubiese juicio futuro. Les aguarda una terrible retribución, y sin embargo, los dominan los impulsos y las pasiones bajas; están llenando un sombrío registro de su vida para el juicio. Dirijo mi voz de amonestación a todos los que llevan el nombre de Cristo, para que se aparten de toda iniquidad. Purificad vuestras almas obedeciendo a la verdad. Limpiaos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. Vosotros a quienes esto se aplica, sabéis lo que quiero decir. Aun a vosotros que habéis corrompido vuestros caminos delante del Señor, participando de la iniquidad que abunda y ennegreciendo vuestras almas con el pecado, Cristo os invita a cambiar de conducta, a asiros de su fortaleza y a hallar en él aquella paz, aquel poder y aquella gracia que os harán más que vencedores en su nombre.

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Las corrupciones de esta era degenerada han manchado muchas almas que profesaban servir a Dios. Pero aun ahora no es demasiado tarde para corregir los males ni para obtener expiación por la sangre de un Salvador crucificado y resucitado, si os arrepentís y sentís necesidad de perdón. Necesitamos velar y orar ahora como nunca antes, no sea que caigamos bajo el poder de la tentación y dejemos el ejemplo de una vida que resultará en un miserable naufragio. Como pueblo, no debemos ser negligentes ni considerar el pecado con indiferencia. El campamento necesita que se lo purifique. Todos los que llevan el nombre de Cristo necesitan velar, orar y guardar las avenidas del alma, porque Satanás está obrando para corromper y destruir, si se le concede la menor ventaja.

Hermanos míos, Dios os llama, como seguidores suyos, a andar en la luz. Tenéis que alarmaros. El pecado está entre nosotros, y no se reconoce su carácter excesivamente pecaminoso. Los sentidos de muchos están embotados por la complacencia del apetito y por la familiaridad con el pecado. Necesitamos acercarnos más al Cielo. Podemos crecer en gracia y en el conocimiento de la verdad. El andar en la luz, corriendo en el camino de los mandamientos de Dios, no da la idea de que podemos permanecer quietos sin hacer nada. Debemos avanzar. 

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En el amor al yo, la exaltación propia y el orgullo, hay gran debilidad; pero en la humildad hay gran fuerza. Nuestra verdadera dignidad no se mantiene cuando más pensamos en nosotros mismos, sino cuando Dios está en todos nuestros pensamientos, y en nuestro corazón arde el amor hacia nuestro Redentor y hacia nuestros semejantes. La sencillez de carácter y la humildad de corazón darán felicidad, mientras que el engreimiento producirá descontento, murmuraciones y continua desilusión. Lo que nos infundirá fuerza divina será aprender a pensar menos en nosotros mismos y más en hacer felices a los demás.

En medio de nuestra separación de Dios, nuestro orgullo y tinieblas, estamos tratando constantemente de elevarnos a nosotros mismos, y nos olvidamos de que el ánimo humilde es poder. La fuerza de nuestro Salvador no residía en un gran despliegue de palabras agudas que penetraran hasta el alma; era su amabilidad y sus modales sencillos y sin afectación lo que le conquistaba los corazones. El orgullo y la importancia propia, cuando se comparan con la humildad y la sencillez, son ciertamente una debilidad. Se nos invita a aprender de Aquel que era manso y humilde de corazón; entonces experimentaremos el descanso y la paz que tan deseables resultan.

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El amor al mundo

La tentación que le presentó Satanás a nuestro Salvador sobre la altísima montaña es una de las principales atracciones a las cuales la humanidad debe hacer frente. Los reinos del mundo, con su gloria, le fueron ofrecidos a Cristo por Satanás como regalo, a condición de que éste le tributara la honra debida a un superior. Nuestro Salvador sintió la fuerza de esa tentación; pero le hizo frente en nuestro favor, y venció. No se le habría probado en ese punto, si el hombre no hubiera de ser probado por la misma tentación. Al resistir, nos dio un ejemplo de la conducta que debemos seguir cuando Satanás se acerca a nosotros individualmente, para apartarnos de nuestra integridad.

Nadie puede seguir a Cristo, y poner sus afectos en las cosas de este mundo. Juan, en su primera epístola, escribe: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él”. 1 Juan 2:15. Nuestro Redentor, que hizo frente a esta tentación de Satanás en todo su poder, sabe cuánto peligro hay de que el hombre ceda a la tentación de amar al mundo.

Cristo se identificó con la humanidad, soportó esta prueba y venció en favor del hombre. Resguardó con sus advertencias esos mismos aspectos en los cuales Satanás podía tener más éxito al tentar al hombre. Sabía que Satanás obtendría la victoria sobre el hombre, a menos que éste estuviera especialmente en guardia respecto del apetito y del amor a las riquezas y honores mundanales. Dice: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Mateo 6:19-21. “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. vers. 24.

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Cristo señala aquí a dos señores: Dios y el mundo, y nos revela claramente que resulta simplemente imposible servir a ambos. Si predominan nuestro interés y amor por este mundo, no apreciaremos las cosas que sobre todas las demás, son dignas de nuestra atención. El amor al mundo excluirá el amor a Dios, y subordinará nuestros intereses más elevados a las consideraciones mundanales. Dios no ocupará así en nuestros afectos y devociones un lugar tan exaltado como las cosas del mundo.

Nuestras obras revelarán la medida exacta en la cual los tesoros terrenales poseen nuestros afectos. El mayor cuidado, ansiedad y trabajo se dedican a los intereses mundanales, mientras que las consideraciones eternas son secundarias. En esto Satanás recibe del hombre el homenaje que exigió de Cristo, pero que no alcanzó a obtener. Es el amor egoísta del mundo lo que corrompe la fe de los que profesan seguir a Cristo y los hace deficientes en fuerza moral. Cuanto más aman las riquezas terrenales, más se apartan de Dios y menos participan de su naturaleza divina, que les haría sentir las influencias corruptoras del mundo y los peligros a los cuales están expuestos.

Con sus tentaciones, Satanás se propone hacer muy atractivo el mundo. Por medio del amor a las riquezas y los honores mundanales, ejerce un poder hechizador para conquistar los afectos aun de aquellos que profesan ser cristianos. Muchos hombres que profesan ser cristianos harán cualquier sacrificio para obtener riquezas; y cuanto mayor sea su éxito en ello, menos amor tendrán por la verdad preciosa y menos interés por sus progresos. Pierden su amor por Dios y obran como locos. Cuanto más prosperan en la obtención de riquezas, tanto más pobres se sienten por no tener más, y menos quieren invertir en la causa de Dios.

Las obras de aquellos que tienen un insano amor por las riquezas, demuestran que no les es posible servir a dos señores, a Dios y a Mammón. El dinero es su dios. Tributan homenaje a su poder. En todos sus intentos y propósitos, sirven al mundo. Sacrifican su patrimonio de honor por las ganancias mundanales.

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