Testimonios para la Iglesia, Vol. 3, p. 602-612, día 196

La Palabra de Dios tiene mucho que decir en cuanto a sacrificio. Las riquezas proceden del Señor y a él pertenecen. “Las riquezas y la gloria proceden de ti”. 1 Crónicas 29:12. “Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos”. Hageo 2:8. “Porque mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales en los collados”. Salmos 50:10. “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Salmos 24:1) Es el Señor tu Dios quien te da el poder para obtener riquezas.

Las riquezas, por ellas mismas, son transitorias y poco satisfactorias. Se nos amonesta a no confiar en riquezas inciertas. “Las riquezas se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo” Proverbios 23:5. “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan”. Mateo 6:19. 

Las riquezas no proporcionan alivio en las más grandes angustias del hombre. “No aprovecharán las riquezas en el día de la ira”. Proverbios 11:4. “Ni su plata ni su oro podrá librarlos en el día de la ira de Jehová”. Sofonías 1:18. “Por lo cual teme, no sea que en su ira te quite con golpe, el cual no puedas apartar de ti con gran rescate”. Job 36:18. Esta advertencia, mi hermano, es apropiada en su caso.

Hermano P, ¿qué provisión ha hecho para la vida eterna? ¿Tiene usted un buen fundamento para hacer frente al tiempo venidero, que le asegurará los goces de la vida eterna? ¡Oh, quiera Dios despertarlo! Ojalá, mi querido hermano, que usted comience ahora, precisamente ahora, a trabajar fervientemente para colocar algunas de sus ganancias y riquezas en la tesorería de Dios. Ni un dólar de ellas es suyo. Todo es de Dios, y usted ha reclamado como suyo lo que Dios le ha prestado para que lo dedique a las buenas obras. Su tiempo es muy breve. Trabaje con todas sus fuerzas. Mediante el arrepentimiento usted puede ahora encontrar perdón. Usted debe renunciar a su interés en las posesiones terrenales y cifrar sus afectos en Dios. Debe ser un hombre convertido. Luche desesperadamente con Dios. No se conforme con perecer para siempre, sino haga un esfuerzo para conseguir la salvación antes que sea eternamente demasiado tarde.

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No es ahora demasiado tarde para corregir los errores. Muestre su arrepentimiento por los errores pasados redimiendo el tiempo. Donde usted ha perjudicado a alguien, haga una restitución cuando el asunto acude a su mente. Ésta es su única esperanza de recibir el amor perdonador de Dios. Será como sacarse el ojo derecho o cortarse el brazo derecho, pero no hay otro camino para usted. Usted ha hecho esfuerzos repetidamente, pero ha fracasado porque ha amado el dinero, parte del cual no ha sido ganado muy honestamente. No trató de redimir el pasado mediante la restitución. Cuando comience a hacer esto, habrá esperanza para usted. Si durante los pocos días que le restan de su vida usted decide continuar como hasta ahora, su caso será sin esperanza; perderá ambos mundos; verá a los santos de Dios glorificados en la ciudad celestial y usted echado fuera; no tendrá parte en esa vida preciosa que fue comprada para usted a un costo infinito, pero que usted valoró tan poco hasta el punto de venderla por riquezas terrenales.

Ahora le queda poco tiempo. ¿Trabajará? ¿Se arrepentirá? ¿O morirá completamente sin preparación, adorando el dinero, glorificando sus riquezas, y olvidando a Dios y el cielo? Ninguna lucha débil o esfuerzos vacilantes cortarán sus afectos por el mundo. Jesús le ayudará. En cada esfuerzo ferviente que usted haga, él estará cerca suyo y bendecirá sus intentos. Debe hacer esfuerzos fervientes o se perderá. Le amonesto que no demore un momento, sino que comience precisamente ahora. Usted ha deshonrado por mucho tiempo el nombre de cristiano con su codicia y sus tratos mezquinos. Ahora puede honrarlo trabajando en una dirección opuesta y permitiendo que todos vean que hay poder en la verdad de Dios para transformar la naturaleza humana. Usted, en la fuerza de Dios, puede salvar su alma si lo quiere. 

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Usted tiene una obra que hacer, que debería comenzar inmediatamente. Satanás estará a su lado, como estuvo al lado de Cristo en el desierto de la tentación, para vencerlo con sus razonamientos, para pervertir su juicio y paralizar su sentido de lo correcto y de lo justo. Si usted hace justicia en un solo caso, no debe esperar que Satanás venza sus buenos impulsos mediante su razonamiento. Usted ha estado dominado por el egoísmo y la codicia por tanto tiempo que no puede confiar en usted mismo. No quiero que pierda el cielo. Se me han mostrado los actos egoístas de su vida, sus maquinaciones y cálculos ocultos, sus trueques, y la manera como se ha aprovechado de sus hermanos y de sus semejantes. Dios tiene cada caso escrito en el libro. ¿Acudirá usted en oración a Dios para que ilumine su mente a fin de que vea dónde ha engañado, para que entonces se arrepienta y redima el pasado? 

Hermano P, quiera Dios ayudarlo antes que sea demasiado tarde. 

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Diligencia en el ministerio

Se me ha mostrado que existe el peligro de que nuestros jóvenes ministros entren en el campo y se ocupen en la obra de enseñar la verdad a otros cuando no están capacitados para la sagrada obra de Dios. No tienen un sentido justo del carácter sagrado de la obra para este tiempo. Sienten un deseo de estar vinculados a la obra, pero fallan en llevar las cargas que se encuentran directamente en la senda del deber. Hacen aquello que les cuesta poco esfuerzo e inconvenientes, y descuidan de volcar toda su alma en el trabajo.

Algunos son demasiado indolentes como para tener éxito en asuntos comerciales y son deficientes en la experiencia necesaria para hacerlos buenos cristianos en una capacidad privada; sin embargo se sienten competentes para ocuparse en la obra que de todas es la más difícil, la de tratar con las mentes y procurar convertir a las almas del error a la verdad. El corazón de algunos de estos ministros no está santificado por la verdad. Los tales son meramente piedras de tropiezo para los pecadores y están obstruyendo el camino de los verdaderos obreros. Se requerirá un esfuerzo más firme para educarlos de modo que tengan las ideas correctas, y no perjudiquen la causa de Dios, que para hacer el trabajo. Dios no puede ser glorificado, ni su causa puede progresar con obreros no consagrados y enteramente deficientes en las cualidades necesarias para ser ministros evangélicos. Algunos ministros jóvenes que salen a trabajar por otros necesitan ellos mismos convertirse a la religión genuina de la Biblia. 

Se me mostró el caso del hermano R de _____, quien en diversos sentidos ilustra los casos de otras personas. Se me mostró que el hermano R no es una verdadera ayuda para la causa de Dios y nunca podrá serlo a menos que experimente una conversión cabal. Tiene numerosos defectos de carácter que tiene que detectar antes que pueda ser aceptado por Dios como un obrero en su viña. La Palabra de Dios es sagrada. En primer lugar, el hermano R no ha experimentado ese cambio de corazón que transforma al hombre y que se llama conversión. Tiene una religión intelectual, pero necesita que se lleve a cabo en su vida la obra de la gracia de Dios en el corazón antes que pueda, en forma inteligente, señalar a otros al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. La obra para este tiempo es demasiado solemne e importante como para ser conducida con manos inmundas y corazones impuros.

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El hermano R es de temperamento irritable. Esto crea problemas para él y para sus mejores amigos. Por naturaleza es celoso, suspicaz y criticón. Las personas vinculadas más de cerca con él sentirán esto más profundamente. Tiene mucho egoísmo y una exagerada autoestima, y si no se es tenido en cuenta en forma especial para sentirse objeto de la máxima atención, enseguida busca a quien culpar por ello. La falta está en él. Le encanta que se halague su vanidad. Sospecha de los motivos de otros y muestra en estos sentimientos una mente muy estrecha y egoísta. Piensa que hay mucho para cuestionar, para encontrar faltas y para censurar en los planes de trabajo de otros, cuando el verdadero mal existe en su propio corazón desprovisto de humildad y no consagrado. El yo en él debe morir, y debe aprender de Jesús, que es manso y humilde de corazón, o fallará en perfeccionar un carácter cristiano y en ganar finalmente el cielo.

El hermano R ha fracasado en su manera de enseñar la verdad a otros. Su espíritu no es atractivo. El yo está mezclado con todos sus esfuerzos. Es muy puntilloso en el aspecto externo, en lo que se refiere a su vestimenta, como si esto lo designara como un ministro de Cristo; pero ha descuidado el adorno interior del alma. No ha sentido la necesidad de buscar un carácter hermoso, armonioso, que se parezca al carácter de Cristo, el Modelo correcto. La mansedumbre y la humildad que caracterizaron la vida de Jesús ganarían los corazones y le darían acceso a las almas; pero cuando el hermano R habla con su propio espíritu, la gente ve expuesto tanto de su yo y tan poco del espíritu de humildad, que sus corazones no se conmueven, sino que se endurecen y enfrían bajo su predicación, porque carece de la unción divina.

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El espíritu de confianza propia y de autoexaltación del hermano R debe ser eliminado, y él debe ver que es pecador y que necesita de la continua gracia y poder de Dios para avanzar en medio de la oscuridad moral de esta era degenerada y para alcanzar a las almas que necesitan ser salvadas. Él ha colocado externamente la dignidad de un ministro evangélico, mientras que no ha sentido que para tener éxito en la presentación de la verdad eran esenciales una experiencia real en el misterio de la piedad y un conocimiento de la voluntad divina.

El hermano R es demasiado frío y carente de comprensión. No llega directamente a los corazones mediante la sencillez cristiana, la ternura y el amor que caracterizaban la vida de Cristo. En este respecto es esencial que cada hombre que trabaja por la salvación de las almas imite al modelo que le es dado en la vida de Cristo. Si los hombres fracasan en educarse a ellos mismos para llegar a ser obreros en la viña del Señor, podría ser mejor que se prescindiera de ellos. Sería una norma pobre sostener con la tesorería de Dios a aquellos que realmente desmejoran y dañan su obra, y que constantemente están rebajando la norma del cristianismo.

A fin de que un hombre llegue a ser un ministro de éxito, es esencial algo más que un conocimiento libresco. El que trabaja por las almas necesita integridad, inteligencia, diligencia, energía y tacto. Todas estas cualidades son altamente esenciales para el éxito de un ministro de Cristo. Ningún hombre con estas características puede ser inferior, sino que tendrá una influencia convincente. A menos que el obrero en la causa de Dios pueda ganar la confianza de las personas por quienes trabaja, no puede hacer sino poco bien. El obrero en la viña del Señor diariamente debe derivar fuerza de arriba para resistir el mal y para mantener la rectitud en medio de las diversas pruebas de la vida, y su alma debe ser puesta en armonía con su Redentor. Puede ser un colaborador con Jesús, trabajando como él trabajó, amando como él amó, y poseyendo, como él, poder moral para resistir las pruebas de carácter más fuertes. 

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El hermano R debiera cultivar la sencillez. Debiera poner a un lado su falsa dignidad y permitir que el Espíritu de Dios entre en él y santifique, eleve, purifique y ennoblezca su vida. Entonces puede llevar la carga por las almas que un verdadero ministro del evangelio debe sentir cuando presenta un mensaje de solemne amonestación a aquellos que están en peligro, quienes perecerán en su oscuridad a menos que acepten la luz de la verdad. Esta dignidad tomada en préstamo de su Redentor lo adornará con gracia divina, porque mediante ella es conducido a una estrecha unión con Jesucristo.

Se me transportó más adelante en la vida del hermano R, y luego hacia atrás para examinar el resultado de sus labores, mientras intentaba enseñar a otros la verdad. Vi que unos pocos escucharían y, en cuanto a la parte intelectual, podrían estar convencidos; pero el hermano R no tiene un conocimiento experimental, diario, viviente de la gracia de Dios y su poder salvador, y no puede comunicar a otros lo que él mismo no posee. No tiene la experiencia de un hombre verdaderamente convertido. ¿Cómo, entonces, puede Dios transformarlo en una bendición para los pecadores? Él mismo está ciego, mientras procura guiar a los ciegos.

Se me mostró que su trabajo ha estropeado buenos campos para otros. Algunos hombres que estaban verdaderamente consagrados a Dios y que sentían la carga de la obra podrían haber hecho bien y conducido almas a la verdad en lugares donde él ha hecho intentos sin éxito, pero después de su trabajo superficial la oportunidad áurea se esfumó. Las mentes que podrían haber sido convencidas, y los corazones que podrían haber sido suavizados, se habían endurecido y llenado de prejuicios bajo sus esfuerzos.

Miré para ver qué almas de valor se mantenían aferradas a la verdad como resultado de sus labores. Observé cuidadosamente para ver qué atención le había dado a las almas, para fortalecerlas y animarlas, un trabajo que siempre debería acompañar al ministro de la Palabra. No pude ver a nadie que no habría estado en una condición mucho mejor si no hubiera recibido las primeras impresiones de la verdad de parte de él. Es casi imposible para una corriente de agua elevarse más alto que su fuente de origen. El hombre que lleva la verdad a los pecadores se coloca en una situación de terrible responsabilidad. O convertirá las almas a Cristo o sus esfuerzos las inclinarán en la dirección equivocada. 

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Se me ha mostrado que el hermano R es un hombre indolente. Ama el placer y la comodidad. No le agrada el trabajo físico, ni le gusta aplicar su mente en forma rigurosa al estudio de la Palabra. Quiere tomar las cosas en forma indolente. Irá a un lugar e intentará introducir allí la verdad, cuando su corazón no está en eso. No siente el peso de la obra, ni una carga real por las almas. No tiene el amor de las almas en el corazón. Permite que sus inclinaciones lo aparten del trabajo, acepta que sus sentimientos lo controlen, y deja el trabajo y vuelve a su familia. No tiene una experiencia en materia de abnegación, en sacrificar su comodidad y sus inclinaciones. Trabaja demasiado en relación con el salario. No se aplica rigurosamente a su trabajo, sino que meramente toca aquí y allá sin perseverancia ni esfuerzo, y así no tiene éxito en nada. Dios desaprueba a tales profesos obreros. Son infieles en todo. Sus conciencias no son sensibles ni tiernas.

Introducir la verdad en algunos lugares y luego carecer de valor, energía y tacto para completar el trabajo es un gran error, porque se deja el trabajo sin que se haga ese esfuerzo completo y perseverante que es positivamente esencial en estos lugares. Si las cosas son difíciles, si surge la oposición, él hace una retirada cobarde en vez de acudir a Dios con ayuno, oración y llanto, aferrándose por fe a la Fuente de luz, poder y fortaleza hasta que las nubes se despejen y se disperse la oscuridad. La fe se fortalece al entrar en conflicto con dudas e influencias opositoras. La experiencia obtenida en estas pruebas es de más valor que las joyas más costosas.

El resultado de sus labores, hermano R, debiera avergonzarlo. Dios no puede aceptarlas. Sería mejor para la causa de Dios si usted dejara de predicar, y tomara un trabajo que implique menos responsabilidad. Sería mejor si fuera a trabajar con sus manos. Humille su corazón ante Dios; sea fiel en los asuntos temporales; y cuando usted muestre que es fiel en las responsabilidades menores, Dios puede encomendarle cometidos más elevados. “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto”. Lucas 16:10. Usted necesita una experiencia más profunda en los asuntos religiosos. Le aconsejo que vaya a trabajar con sus manos y que le ruegue fervientemente a Dios que le dé una experiencia espiritual personal. Aférrese a Jesús y nunca, nunca se atreva a asumir las responsabilidades de un ministro del evangelio hasta que sea un hombre convertido y tenga un espíritu manso y apacible. Necesita mantenerse alejado de la obra de Dios hasta que sea dotado con poder de lo alto. Ningún hombre puede tener éxito en salvar almas a menos que Cristo obre con sus esfuerzos y el yo sea puesto a un lado.

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Un ministro de Cristo debiera estar plenamente equipado para toda buena obra. Usted ha sido un fracaso miserable. Debe mostrar en su familia esa amable consideración, esa ternura, amor, bondad, noble paciencia y verdadera cortesía que es propia de quien es la cabeza de la familia, antes que pueda tener éxito en ganar almas para Cristo. Si usted no tiene sabiduría para manejar el grupo pequeño con quien está estrechamente unido, ¿cómo puede tener éxito al manejar un número mayor, que no están especialmente interesados en usted? Su esposa necesita estar verdadera y cabalmente convertida a Dios. Ninguno de ustedes está en condiciones de representar correctamente nuestra fe. Ambos necesitan una conversión cabal.

Retirarse actualmente de la obra de Dios es lo mejor para usted. Hermano R; usted no tiene perseverancia ni espina dorsal moral. Es muy deficiente en esos rasgos de carácter que son necesarios para la obra de Dios en este tiempo. No ha recibido esa educación en la vida práctica que usted necesita a fin de tener éxito como un ministro útil de Cristo. Su educación ha sido deficiente en muchos respectos. Sus padres no han estudiado su carácter, no lo han instruido para que venza sus defectos totalmente a fin de que pueda desarrollar un carácter simétrico, y posea firmeza, abnegación, dominio propio, humildad y poder moral. Usted conoce muy poco de la vida práctica o de tener perseverancia bajo las dificultades. Tiene un fuerte deseo de rebatir las ideas de otros y de promover las suyas. Éste es el resultado de sus sentimientos de suficiencia propia y de seguir sus propias inclinaciones en su juventud.

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Usted no se ve a sí mismo y sus errores. No está dispuesto a aprender, pero tiene un gran deseo de enseñar. Se forma sus propias opiniones y se aferra a sus ideas peculiares con una persistencia tediosa. Está ansioso de promover sus puntos de vista, y en su opinión, sus ideas son de mayor importancia que el juicio experimentado de hombres de valor moral que han sido probados en esta causa. Usted se ha ilusionado con la idea de que tenía aptitudes que serían apreciadas y que lo convertirían en un hombre valioso; pero estas cualidades no han sido probadas. Usted tiene una educación unilateral. No posee ninguna inclinación o amor por los deberes domésticos y cotidianos de la vida. Su indolencia sería suficiente razón para descalificarlo para el trabajo del ministerio, si no hubiera ninguna otra razón por la que usted no tendría que ocuparse en él. La causa no necesita tanto a predicadores como a obreros. De todas las vocaciones de la vida, no hay ninguna que requiera obreros esforzados, fieles, perseverantes, abnegados como la causa de Dios en estos últimos días.

La empresa de obtener la vida eterna está por encima de toda otra consideración. Dios no desea holgazanes en su causa. La obra de amonestar a los pecadores a huir de la ira venidera requiere hombres fervientes que sientan la carga por las almas y que no estén inclinados a aprovecharse de toda excusa a fin de evitar cargas o para dejar el trabajo. Los pequeños motivos de desánimo, como el tiempo desagradable o las enfermedades imaginarias, parecen razón suficiente al hermano R para excusarlo de hacer un esfuerzo. Aun apelará a su compasiva comprensión, y cuando surjan deberes que no se siente inclinado a cumplir, cuando su indolencia clama por ser complacida, él frecuentemente presenta la excusa de que está enfermo, cuando no hay razón por la cual debería estar enfermo, a menos que debido a hábitos indolentes y a la complacencia del apetito todo su sistema se haya trabado por la inacción. Podría tener buena salud si observa estrictamente las leyes de la vida y la salud, y practicara la luz sobre la reforma pro salud en todos sus hábitos.

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El hermano R no es el hombre para el trabajo en estos últimos días a menos que se reforme enteramente. Dios no llama a ministros que son demasiado indolentes para ocuparse en trabajo físico, para que lleven el mensaje probatorio de advertencia al mundo. Quiere obreros en su causa. Los obreros verdaderos, fervientes, abnegados, lograrán algo.

Hermano R, su enseñanza de la verdad a otros ha sido un completo error. Si Dios llama a un hombre, no cometerá un desacierto tan grande como tomar a alguien de tan poca experiencia en la vida práctica y en las cosas espirituales como la que usted ha tenido. Usted tiene capacidad para hablar, en lo que a eso respecta, pero la causa de Dios requiere hombres de consagración y energía. Usted puede cultivar estos rasgos, puede obtenerlos si quiere. Al cultivar perseverantemente los rasgos opuestos a aquellos en los que ahora falla, usted puede aprender a vencer esas deficiencias de su carácter que se han incrementado desde su juventud. Salir meramente y hablar a la gente de vez en cuando no es trabajar para Dios. No hay verdadero trabajo en ello.

Aquellos que trabajan para Dios apenas han comenzado la obra cuando dan un discurso en el púlpito. Después de esto viene el verdadero trabajo, hacer visitas de casa en casa, conversar con miembros de la familia, orar con ellos, y acercarse solidariamente a aquellos a quienes deseamos beneficiar. No le restará dignidad a un ministro de Cristo estar alerta para ver y comprender las cargas y cuidados temporales de las familias que visita, y ser útil, tratando de aliviarlos donde pueda al ocuparse en trabajo físico. De esta manera tiene un poder de influencia para desmontar la oposición y derribar el prejuicio, que dejaría de tener si en todo lo demás fuera plenamente eficiente como un ministro de Cristo.

Nuestros ministros jóvenes no tienen la responsabilidad de escribir, que los de más edad y experiencia tienen. No llevan una multiplicidad de responsabilidades que abruman la mente y desgastan a la persona. Pero son precisamente estas cargas de servicio solícito lo que perfecciona la experiencia cristiana, da poder moral, y convierte en hombres fuertes, eficientes, a aquellos que están ocupados en la obra de Dios. El evitar cargas y responsabilidades desagradables nunca hará de nuestros ministros hombres fuertes de quienes puede dependerse en una crisis religiosa. Muchos de nuestros ministros jóvenes son tan débiles como bebés en la obra de Dios. Y algunos que han estado ocupados en el trabajo de enseñar la verdad por años no son todavía obreros capaces, que no necesitan avergonzarse. No han crecido fuertes en experiencia al ser desafiados por influencias opuestas. Se han excusado de practicar ese ejercicio que fortalecería los músculos morales, dando poder espiritual. Pero ésta es precisamente la experiencia que necesitan a fin de alcanzar la plena estatura de hombres en Cristo Jesús. No obtienen poder espiritual al rehuir deberes y responsabilidades, y entregarse a la indolencia y al amor egoísta de la comodidad y el placer. 

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