Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 131-140, día 211

Su carácter está adornado con bellos y generosos rasgos. Por lo general, es cortés y afable con todos aquellos que están fuera de su familia. Quizá sea atribuible, en cierta medida, al hecho de que no se atreve a mostrar a nadie su disposición, excepto a aquellos a quienes considera como claramente inferiores. Y puesto que la sociedad no reconoce suficientemente su superioridad, la muestra en casa, porque piensa que allí nadie pretenderá discutir sus exigencias.

Sea diligente y opere un cambio en sí mismo. Si está dispuesto a sacrificar su soberbia, su actitud exigente, sus ideas y conceptos, su hogar será tan apacible y feliz que los ángeles encontrarán deleite en contemplarlo. ¿Qué es mejor, que se haga su voluntad o ver que en su casa reina la libertad de acción y de espíritu? Su hogar no siempre es como debería ser, pero usted es la principal causa de esa discordia. Si es un representante de Cristo en la tierra, le insto a representar correctamente al bendito Redentor, quien fue manso y dócil, sintió compasión y perdonó. 

Considere muy seriamente el hecho de que a las personas de mente sana e ideas propias les resulta difícil seguir con precisión el camino que otros han trazado por ellos. Por lo tanto, no tienen ningún derecho moral de molestar a su esposa y su familia con sus antojos y petulancia respecto de su empleo. Le será difícil cambiar repentinamente su modo de actuar, pero hágase el firme propósito de no entrar en la cocina a menos que sea para elogiar los esfuerzos y la labor de aquellos que trabajan en ella. Que las felicitaciones tomen el lugar de la censura. 

Cultive los rasgos contrarios a aquellos que aquí le repruebo. Desarrolle la bondad, la paciencia, el amor y todas las gracias tendrán una influencia transformadora sobre su hogar y las vidas de sus familiares y sus amigos brillarán. Confiese que se ha equivocado y luego, abandonando ese camino, esfuércese por ser justo y hacer lo correcto. No permita que su esposa sea una esclava de su voluntad, sino atráigala con amabilidad y deseo desinteresado por aumentar su comodidad y su felicidad. Dele una oportunidad de ejercitar sus facultades y no intente confundirla y amoldar sus juicios hasta que pierda su identidad mental. 

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Es una hija de Dios y una mujer de capacidades refinadas y buen gusto, cuya opinión sobre sí misma, en el mejor de los casos, es humilde. Usted la ha dominado y ha obstaculizado su independencia de pensamiento durante tanto tiempo que, por su influencia, se ha encerrado en sí misma y no ha conseguido desarrollar la noble feminidad que le pertenece por derecho. Cuando dialoga con su esposa sobre materias que afectan por igual sus respectivos intereses, sabe bien que si ella expresa una opinión contraria a la suya, su corazón es presa del resentimiento y el yo se apodera de usted y excluye el sentimiento de natural deferencia que debe abrigar hacia la compañera de su vida.

Ese mismo carácter que muestra en casa se manifiesta, más o menos, en sus relaciones con otros miembros de iglesia. Su voluntad obstinada, sus rígidas opiniones, salen a la luz y, siempre que es posible, se convierten en una fuerza de mando. Eso no está bien; ocasionalmente, rinda sus juicios a los de los demás, no persista en querer hacer las cosas a su manera hasta un grado que, a menudo, está rayando con la terquedad. Si desea la bendición diaria de Dios, moldeé su carácter imperativo haciendo que corresponda con el Modelo divino. 

A menudo atormenta a su esposa, inconscientemente, porque sus palabras y sus actos no presentan la ternura debida. De ese modo menoscaba su amor por usted y alimenta una frialdad que se va apoderando lenta e inadvertidamente de su casa.

Si pensara menos en sí mismo y más en los tesoros que guarda en su hogar, prestando la debida atención a los miembros de su familia y permitiéndoles el ejercicio adecuado de su propio juicio, atraerá la bendición sobre todos ustedes, y el respeto que ellos sienten por usted se aumentará.

Ha tendido a mirar con cierto menosprecio a aquellos hermanos que habían cometido una falta y quienes, a causa de la naturaleza de su carácter, no pudieron vencer el mal que los asediaba. Pero Jesús se apiada de ellos; los ama y carga con sus debilidades como carga con las suyas. Hace mal cuando se enaltece, considerándose superior a aquellos que no son tan fuertes como usted. Hace mal cuando se envuelve de una aureola de auto justicia, dando gracias a Dios por no ser como los demás hombres, porque su fe y su celo son mayores que la fe y el celo de aquellos pobres y débiles que se debaten por hacer lo correcto en el desaliento y las tinieblas.

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Los ángeles del cielo puro y santo vienen a este mundo contaminado para compadecerse de los más débiles, los más desvalidos y necesitados; y Cristo mismo descendió de su trono para ayudar a esas mismas gentes. No tiene derecho a mantenerse alejado de los que flaquean; ni tiene el derecho de declarar su clara superioridad sobre ellos. Póngase en sintonía con Cristo, apiádese de ellos y ayúdelos, del mismo modo que Cristo se apiadó de usted. 

Deseó trabajar por el Maestro. Aquí tiene un trabajo que le será aceptable: el mismo trabajo para el cual fueron alistados los ángeles. Puede ser su colaborador. Sin embargo, nunca será llamado a predicar la palabra a las personas. Aunque, en general, su conocimiento de la fe sea correcto, le faltan las cualidades de un maestro. Carece de la facultad de adaptarse a las necesidades y modos de los demás. Su voz no tiene suficiente volumen. En las reuniones de la asamblea, habla demasiado bajo para que los asistentes lo oigan. Querido hermano, a menudo también corre el peligro de llegar a ser tedioso. Aun en las pequeñas reuniones, sus observaciones son demasiado extensas. Cierto que todas sus palabras son verdad, pero para alcanzar el alma deben ir acompañadas del fervor del poder espiritual. Debemos decir las cosas con las palabras justas para no fatigar a la audiencia, o el tema no hallará lugar en sus corazones. 

Hay muchas tareas que todos podemos desempeñar. Apreciado hermano, puede hacer un gran servicio ayudando a aquellos que más necesitan el socorro. Quizá sienta que no se aprecia correctamente su labor en esa dirección. Recuerde que aquellos a quienes más benefició el Salvador fueron los que menos apreciaron su obra. Vino para salvar a los que estaban perdidos, pero esos mismos a quienes él quiso rescatar rechazaron su ayuda y, finalmente, lo condenaron a muerte. 

Aunque fracase noventa y nueve veces de cada cien, si logra salvar de la ruina a un alma habrá hecho un noble acto por la causa del Maestro. Pero para ser un colaborador de Jesús, es preciso tener paciencia con aquellos por quienes se trabaja, no menospreciando la sencillez del trabajo, sino mirando el bendito resultado. Cuando aquellos por quienes trabaja no piensan exactamente como usted, se dice: “Déjalos ir, no merecen ser salvados”. ¿Qué habría sucedido si Cristo hubiese tratado de ese modo a los pobres rechazados? Murió para salvar a los miserables pecadores. Si trabaja con el mismo espíritu y de la misma manera que indicó el ejemplo de Aquel a quien sigue, y deja la cosecha de los resultados para Dios, nunca en la vida alcanzará a medir el bien que habrá hecho. 

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Está inclinado a querer ocuparse de tareas más altas de las que naturalmente se le presentan. Se esfuerza por alcanzar únicamente a los hombres intelectuales y honorables. Pero, con toda seguridad, sus expectativas serán defraudadas. Si persisten mucho tiempo en su transgresión, raro será que lleguen a sentir la pérdida y su posición desesperada. Trabaje como trabajó Cristo, con humildad, y ganará recompensa. Es tan honroso trabajar entre los humildes y pobres, llevándolos al Salvador, como los ricos y soberbios. Sobre todo, no acepte responsabilidades que no esté capacitado para asumir. 

Deberíamos hacer todo lo posible para que las reuniones de nuestro pueblo sean interesantes. Puede ser de gran ayuda en este aspecto si ocupa el lugar adecuado. En particular, las reuniones sociales deben ser conducidas adecuadamente. Unas pocas palabras relacionadas con sus progresos en la vida cristiana, dichas con voz clara y audible, de manera honesta, sin esforzarse por hacer un discurso, serían edificantes para otros y una bendición para su propia alma. 

Necesita que la influencia del Espíritu de Dios suavice y domine su corazón. Nadie debe entender que el correcto conocimiento de la verdad basta para cubrir las exigencias de Dios. El amor y la buena voluntad que sólo surgen cuando nuestros actos son del agrado de nuestros amigos carecen de valor real, porque son naturales en los corazones que no se han regenerado. Quienes profesan ser hijos de Dios que andan en la luz no se sienten molestos o disgustados cuando la vida se les tuerce. 

Ama la verdad y ansía su avance. Se le pondrá en distintas circunstancias para probarlo. Podrá desarrollar un verdadero carácter cristiano si se somete a la disciplina. Están en juego sus intereses vitales. Necesita con urgencia la verdadera santidad y un espíritu de autosacrificio. Aunque conozcamos la verdad y seamos capaces de leer sus más recónditos misterios, aunque lleguemos a dar el cuerpo para ser quemado por su causa, si no tenemos amor y caridad, somos como metal que suena y ruido de platillos.

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Cultive la disposición a creer que los demás son mejores que usted. Sea menos autosuficiente, confíe menos en sí mismo; alimente la paciencia, el autocontrol y el amor fraterno. Esté presto para ayudar al extraviado y tenga misericordia y compasión por los débiles. No es preciso que abandone sus negocios para glorificar al Señor; día tras día, en cada acto y cada palabra, honre a Aquel a quien sirve, de ese modo será una influencia regeneradora para aquellos que están en contacto con usted. 

Sea cortés, tenga un corazón tierno, perdone a los demás. Que su yo se hunda en el amor de Jesús; así podrá honrar al Redentor y hacer la obra que él le ha asignado. Poco conoce las tribulaciones de las pobres almas que han caído en las cadenas de las tinieblas y carecen de resolución y fuerza moral. Esfuércese por comprender la debilidad de los demás. Ayude a los necesitados, crucifique su yo y permita que Jesús tome posesión de su alma para que pueda desarrollar los principios de la verdad en su vida diaria. Sólo entonces será una bendición como nunca fue para la iglesia y aquellos con los que esté en contacto.

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Misioneros en el hogar

Apreciada hermana: Se me ha mostrado que comete algunas faltas cuya corrección es importante para que pueda disfrutar de las bendiciones de Dios. Muchas de las dificultades que soporta se deben a la ligereza con que habla. Cree que hablar sin rodeos, y decir a las personas lo que piensa de ellas y de sus actos, es una virtud. Usted lo llama franqueza; pero es clara descortesía y atiza la combatividad de aquellos que la rodean. Si los demás se comportaran con usted como usted se comporta con ellos, sería superior a sus fuerzas. Quienes suelen hablar sin reservas y con severidad a los demás no están dispuestos a recibir el mismo trato. 

Ha atraído sobre sí muchos sinsabores que habría podido evitar de haber tenido un espíritu manso y tranquilo. Provoca la contienda; porque cuando alguien contraría su voluntad su espíritu busca el conflicto. Su disposición dominadora es fuente de muchos de sus problemas. Sobrecarga a los demás e incita a la pelea con sus recriminaciones y condenas. Hace tanto tiempo que cultiva un espíritu vengativo que, continuamente, necesita que la gracia de Dios suavice y domine su naturaleza. El amado Salvador dijo: “Bendecid a los que os maldicen […] y orad por los que os ultrajan y os persiguen”. Mateo 5:44. 

Apreciada hermana, se me mostró que usted trae la oscuridad a su alma porque sólo presta atención a los errores e imperfecciones de los demás. No se ocupe de los pecados de los demás, tiene trabajo que hacer por su alma y su familia que nadie más puede hacer. Crucifique su egoísmo y domine su disposición a magnificar las faltas de sus vecinos y a hablar irreflexivamente. Hay temas de los que puede hablar con mejores resultados. Siempre es seguro hablar de Jesús, de la esperanza cristiana y de las bellezas de nuestra fe. Santifique su lengua para Dios, así sus palabras estarán sazonadas con gracia. “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, eso pensad”. Filipenses 4:8. 

La exhortación del apóstol debe ser seguida explícitamente. A menudo sentimos una gran tentación de hablar de cosas que no son de provecho para quien habla o quien escucha, sino que traen mal y esterilidad para ambos. El tiempo de prueba es demasiado breve para malgastarlo en habladurías sobre las imperfecciones ajenas. Ante nosotros tenemos una obra que requiere la mayor diligencia y la vigilancia más estricta, junto con la oración incesante. De otro modo seremos incapaces de vencer los defectos de nuestro carácter y copiar el Modelo divino. Estudiemos para imitar la vida de Cristo. Así tendremos una influencia santificadora sobre aquellos con los que nos relacionemos. Es maravilloso ser cristiano, semejante a Cristo, pacífico, puro y sin degeneración. Apreciada hermana, necesitamos a Dios en todos nuestros esfuerzos o serán vanos. Nuestras buenas obras se convertirán en autojusticia. 

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Hay muchas cosas por corregir en su familia. No ha conseguido que sus hijos reciban la atención y el aliento que necesitaban. No los ha unido a su corazón con los tiernos lazos del amor. Su negocio grava sobremanera su tiempo y sus energías y es causa de su descuido de los deberes domésticos. Es más, se ha acostumbrado a esa carga y le parecería un gran sacrificio abandonarla; aun así, si pudiera, sería un beneficio para sus intereses espirituales y la felicidad y la moral de sus hijos. Sería bueno que abandonara esas actividades tan complicadas y se retirara a un lugar en el campo, donde no hay influencias tan fuertes que corrompan la moral de los jóvenes.

Es cierto que en el campo no se librará completamente de las preocupaciones y los asuntos difíciles; pero evitará muchos males y cerrará la puerta a una avalancha de tentaciones que amenazan con sobrecargar la mente de sus hijos. Necesitan estar ocupados y salir de la rutina. La ausencia de cambios en el hogar los vuelve inquietos y de trato difícil, han caído en el hábito de mezclarse con chicos viciosos de la ciudad y se han formado en la calle. 

Ha dedicado tanto tiempo a la obra misionera que no tiene nada que ver con su fe y ha soportado tantas cargas y responsabilidades que se ha quedado rezagada en la obra de Dios para nuestro tiempo y ha dispuesto de poco tiempo para conseguir que las estrecheces del hogar fueran atractivas para sus hijos. No ha estudiado sus necesidades y tampoco ha entendido sus mentes activas y en desarrollo. Por ello ha rehusado otorgarles sencillas indulgencias que los habrían gratificado sin correr peligro alguno. Prestar mayor atención a sus hijos habría sido una pequeñísima carga para usted que habría sido de gran valor para ellos.

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Vivir en el campo sería muy beneficioso para ellos; la vida activa al aire libre desarrolla por igual la salud de la mente y del cuerpo. Sería conveniente que se ocuparan del cuidado de un huerto; de ese modo podrían divertirse a la vez que desempeñan una tarea útil. El cultivo de plantas y flores acrecienta el gusto y el buen juicio, a la vez que la familiaridad con las útiles y bellas creaciones ejerce una noble influencia sobre la mente al respecto del Hacedor y Amo de todo. 

El padre de sus hijos fue severo, frío, autoritario e inflexible con ellos, su disciplina era estricta y sus exigencias eran irracionales. Era un hombre de carácter especial, encerrado en sí mismo, que sólo pensaba en su propio placer. Buscaba por cualquier medio su propia gratificación y la estima ajena. Su indolencia y sus hábitos disipados, junto con su falta de compasión y amor por usted y sus hijos, enfrió su afecto por él desde los primeros días. Su vida se llenó de pruebas difíciles y extrañas a la vez que él era indiferente a las cargas que soportaba y los cuidados que le dispensaba.

Estas cosas dejaron su huella en usted y sus hijos. En particular, han tendido a hacer que su carácter sea más retraído. Casi sin darse cuenta, ha desarrollado un espíritu independiente. Pensando que no podía depender de su esposo, tomó el camino que creyó que era el mejor sin depositar su confianza en él. Puesto que no apreciaba sus esfuerzos, mentalmente se dispuso a avanzar según sus propios juicios, sin tener en cuenta las censuras o la aprobación. Era consciente de que su esposo la ofendía y la juzgaba mal, abrigó un sentimiento de amargura contra él y, cuando alguien la censuraba o cuestionaba su comportamiento, se volvía contra esa persona.

Aunque se ha dado completa cuenta de las faltas de su esposo, no ha conseguido apercibirse de las suyas. Cometió un error al hablar a otros de las ofensas de su esposo, cultivando la complacencia por los temas desagradables y fijando constantemente su atención en las pruebas y sinsabores que ha sufrido. De ese modo cayó en el vicio de dar bombo a sus penas y dificultades, muchos de los cuales fueron debidos a la exageración y a las habladurías con otros.

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Si desviara su atención de las preocupaciones exteriores y se centrara en la familia, sería más feliz y conseguiría los medios necesarios para hacer el bien. El hecho de que sus hijos hayan perdido el sano consejo y el ejemplo de un padre hace aún más forzoso que sea una madre tierna y abnegada. Se debe a su hogar y a su familia. Ésta es la verdadera tarea misionera que debe desempeñar. Esta responsabilidad no puede ser sustituida con ninguna otra; es la obra vital que Dios le ha asignado.

Al dedicarse por completo a los detalles de los negocios, usted roba tiempo a la meditación y la oración y a sus hijos los priva del cuidado y la atención pacientes que tienen derecho a reclamar de una madre. Cree que es más sencillo y rápido andar ocupada con innumerables tareas que, con paciencia, enseñar a sus hijos que las hagan por usted. Sería mucho mejor que depositara en ellos algunas responsabilidades y los instruyera para que sean personas útiles. De este modo los alentaría y los tendría ocupados, a la vez que se liberaría de una parte de sus cargas.

Dedica un tiempo considerable a aquellos que no le piden nada en particular y al hacerlo descuida el sagrado deber de una madre. Dios no puso sobre usted muchas de las obligaciones que ha asumido. Ha visitado y ayudado a quienes no necesitan ni la mitad del tiempo y los cuidados que debería otorgar a sus hijos, los cuales se encuentran en una edad en la que forman su carácter, para el cielo o para perdición. Dios no apoyará su ministerio en favor de los que sufren las maldiciones divinas por causa de sus vidas disolutas y malvadas. 

El primer gran negocio de su vida es ser misionera en casa. Revístase con humildad y paciencia, tolerancia y amor, y aborde la tarea que Dios le ha ordenado y que nadie más podrá hacer. En el día de la retribución, será responsable de ella. Las bendiciones de Dios no pueden alcanzar las casas sin disciplina. El amor y la paciencia dominarán en un hogar feliz. 

Desde el punto de vista mundano, el poder está en el dinero; pero desde la perspectiva cristiana, el poder procede del amor. En este principio está involucrada la fortaleza intelectual y espiritual. El amor puro es muy eficaz para hacer el bien; tanto, que es incapaz de hacer otra cosa. Impide la disensión y la desdicha y trae la verdadera felicidad. Las riquezas a menudo son una influencia corruptora y destructora; el uso de la fuerza hiere con facilidad; pero la verdad y la bondad son propiedades del amor puro.

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Hermana, si se pudiera ver como la ve Dios, su mente vería claro que sin una conversión completa y sincera nunca podrá entrar en el reino de Dios. Si recordara que será medida con la misma medida con que mide a los demás, sus palabras serían más cautas, más amables y estaría más dispuesta a perdonar. Cristo vino al mundo para traer la resistencia y la autoridad en la sujeción a él. Pero no reclamó que lo obedeciéramos a la fuerza, con disputa y voz de mando. Hizo el bien y enseñó a sus seguidores cosas que les traerían paz. No atizó ningún conflicto, no experimentó resentimiento por ninguna ofensa personal, sino que soportó con mansedumbre los insultos, las falsas acusaciones y las burlas crueles de los que lo odiaban y condenaban a muerte. Cristo es nuestro ejemplo. Su vida es una ilustración práctica de las enseñanzas divinas. Su carácter es una muestra viviente de cómo hacer el bien y vencer el mal.

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