Testimonios para la Iglesia, Vol. 4, p. 178-187, día 216

Dios no envía juicios sobre su pueblo sin antes haberlo avisado para que se arrepienta. Usa todos los medios para hacerlo volver a la obediencia y no visita su iniquidad con juicios hasta que le ha dado amplias oportunidades de arrepentimiento. Los hombres airados querían impedir la labor del profeta de Dios privándolo de libertad. Sin embargo, Dios puede hablar a los hombres aun a través de los muros de las prisiones e incrementar la efectividad de sus siervos con los mismos medios con que sus perseguidores quieren limitar su influencia.

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En este tiempo muchos menosprecian las fieles reprensiones de Dios dadas en testimonio. Se me ha mostrado que algunos, tal como hizo aquel malvado rey de Israel, han llegado a quemar las palabras escritas de reprobación y advertencia. Sin embargo, la oposición a los designios de Dios no aplaza su ejecución. Desafiar las palabras que el Señor habla a través de sus instrumentos escogidos sólo provocará su ira y, finalmente, traerá la ruina segura al transgresor. A menudo, la indignación enciende el corazón del pecador contra el agente que Dios escoge para hacerle llegar sus reprensiones. Siempre ha sido así, y ese mismo espíritu que encarceló a Jeremías por haber obedecido la palabra del Señor persiste en nuestros días.

A la vez que los hombres no aceptan humildemente las repetidas advertencias se complacen con falsos maestros que adulan su vanidad y refuerzan su maldad y, sin embargo, no son capaces de ayudarlos en los días de tribulación. Los siervos escogidos de Dios deben afrontar con valor y paciencia todos los sufrimientos y las pruebas que les traen los reproches, la negligencia o las interpretaciones erróneas porque cumplen fielmente el deber que Dios les ha encomendado. Deben recordar que los profetas de la antigüedad y el Salvador del mundo también sufrieron los malos tratos y la persecución por causa de la palabra. Deben esperar la misma oposición que se manifestó al quemar el rollo que había sido escrito al dictado de Dios.

El Señor prepara un pueblo para el cielo. Los defectos de carácter, la voluntad obstinada, la idolatría soberbia, la indulgencia con las faltas, el odio y las contiendas provocan la ira de Dios; el pueblo que guarda sus mandamientos debe abandonar todas esas taras. Las argucias de Satanás engañan y enceguecen a los que viven en esos pecados. Creen que están en la luz y, sin embargo, andan a tientas en las tinieblas. En nuestros días hay murmuradores entre nosotros, como también hubo murmuradores en el antiguo Israel. Los que, con una tolerancia imprudente, mueven a rebelión a los hombres, cuando su egoísmo los atenaza ante las reprensiones merecidas, no son amigos de Dios, el gran Reprensor. Dios enviará reprensión y advertencia a su pueblo mientras esté en la tierra.

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Los que, valientemente, escogen el bando correcto, los que alientan la sumisión a la voluntad revelada de Dios, esforzándose por abandonar sus malas acciones, son amigos del Señor; el cual, por amor, desea corregir los errores de su pueblo para así poder limpiarlos y, tras borrar todas sus transgresiones, prepararlos para su santo reino.

Sedequías sucedió a Joacim en el trono de Jerusalén. Pero ni el nuevo rey ni su corte, ni tampoco el pueblo, escucharon las palabras del Señor habladas por medio de Jeremías. Los caldeos comenzaron el asedio a Jerusalén, pero durante un tiempo tuvieron que emplear sus armas contra los egipcios. Sedequías envió un mensajero a Jeremías pidiéndole que orara al Dios de Israel en favor de su pueblo. La temible respuesta del profeta fue que el ejército caldeo regresaría y destruiría la ciudad. El Señor mostraba así que el hombre no puede retener los juicios divinos. “Así ha dicho Jehová: ‘No os engañéis a vosotros mismos, diciendo: ‘Sin duda ya los caldeos se apartarán de nosotros’; porque no se apartarán. Porque aun cuando hiriereis a todo el ejército de los caldeos que pelean contra vosotros, y quedasen de ellos solamente hombres heridos, cada uno se levantará de su tienda, y pondrán esta ciudad a fuego’”. Jeremías 37:9-10.

Jeremías consideró que había cumplido con su tarea e intentó abandonar la ciudad. Pero se lo impidió el hijo de uno de los falsos profetas, el cual dio informes de que se iba a unir al enemigo. Jeremías negó la falsa acusación, pero fue traído de vuelta a la ciudad. Los príncipes prefirieron creer al hijo del falso profeta porque odiaban a Jeremías. Creían que él les había traído la calamidad que había predicho. Enfurecidos, lo golpearon y lo encarcelaron.

Tras haberlo retenido durante varios días en las mazmorras, el rey Sedequías mandó que lo trajeran a su presencia y, en secreto, le preguntó si había alguna otra palabra de parte del Señor. Jeremías repitió otra vez su advertencia de que la nación sería entregada en las manos del rey de Babilonia.

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“Dijo también Jeremías al rey Sedequías: ‘¿En qué pequé contra ti, y contra tus siervos, y contra este pueblo, para que me pusieseis en la cárcel? ¿Y dónde están vuestros profetas que os profetizaban diciendo: ‘No vendrá el rey de Babilonia contra vosotros ni contra esta tierra?’ Ahora pues, oye, te ruego, oh rey mi señor, caiga mi súplica delante de ti, y no me hagas volver a casa del escriba Jonatán, para que no muera allí’. Entonces dio orden el rey Sedequías, y custodiaron a Jeremías en el patio de la cárcel, haciéndole dar una torta de pan al día, de la calle de los panaderos, hasta que todo el pan de la ciudad se gastase. Y quedó Jeremías en el patio de la cárcel”. Jeremías 37:18-21.

El malvado rey no se atrevió a mostrar públicamente que creía en Jeremías, sino que su temor lo llevó a querer obtener información de él. Era demasiado débil para oponerse a las acusaciones de sus gobernantes y del pueblo, sometiéndose a la voluntad de Dios tal como la había declarado el profeta. Finalmente, algunos hombres que gozaban de autoridad y estaban enfurecidos por la obstinación del profeta en predecir calamidades se acercaron al rey y le dijeron que mientras el profeta viviera no cesaría en sus predicciones de desastre. Afirmaron que era un enemigo de la nación y que sus palabras habían debilitado las manos del pueblo y atraído la desdicha; por eso querían matarlo.

El cobarde rey sabía que esos cargos eran falsos. No obstante, quería que los que ocupaban puestos de poder e influencia en la nación le fueran propicios; por lo que fingió que creía sus falsedades y les entregó a Jeremías para que hicieran con él como les pluguiera. “Entonces tomaron a Jeremías y lo hicieron echar en la cisterna de Malquías hijo de Hamelec, que estaba en el patio de la cárcel; y metieron a Jeremías con sogas. Y en la cisterna no había agua, sino cieno, y se hundió Jeremías en el cieno”. Sin embargo, Dios levantó a sus amigos para que intercedieran por él ante el rey y volvieron a sacarlo al patio de la cárcel.

Una vez más, el rey quiso entrevistarse secretamente con Jeremías y le pidió que le relatara fielmente los propósitos de Dios sobre Jerusalén. “Y Jeremías dijo a Sedequías: ‘Si te lo declarare, ¿no es verdad que me matarás?, y si te diere consejo, no me escucharás’. Y juró el rey Sedequías en secreto a Jeremías, diciendo: ‘Vive Jehová que nos hizo esta alma, que no te mataré, ni te entregaré en mano de estos varones que buscan tu vida”. Jeremías 38:15-16. Entonces Jeremías repitió la advertencia del Señor a oídos del rey. Dijo: “‘Así ha dicho Jehová Dios de los ejércitos, Dios de Israel: ‘Si te entregas enseguida a los príncipes del rey de Babilonia, tu alma vivirá, y esta ciudad no será puesta a fuego, y vivirás tú y tu casa. Pero si no te entregas a los príncipes del rey de Babilonia, esta ciudad será entregada en mano de los caldeos, y la pondrán a fuego, y tú no escaparás de sus manos’. Y dijo el rey Sedequías a Jeremías: ‘Tengo temor de los judíos que se han pasado a los caldeos, no sea que me entreguen en sus manos y me escarnezcan’. Y dijo Jeremías: ‘No te entregarán. Oye ahora la voz de Jehová que yo te hablo, y te irá bien y vivirás’”. Jeremías 38:17-20.

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He aquí una prueba de la sufriente misericordia de Dios. Aún a tan tardía hora, si se hubiese sometido a sus requerimientos, el pueblo habría salvado la vida y la ciudad se habría librado de la conflagración. Pero el rey pensó que había ido demasiado lejos para retractarse. Temía a los judíos, temía que lo ridiculizaran, temía por su vida. En aquel día era demasiado humillante decir al pueblo: “Acepto la palabra del Señor dicha por boca de su profeta Jeremías. No me aventuraré a guerrear contra el enemigo por causa de sus advertencias”.

Con lágrimas en los ojos Jeremías suplicó al rey que se salvara él mismo y al pueblo. Con angustia de espíritu le aseguró que no escaparía con vida y que todas sus posesiones caerían en manos del rey de Babilonia. Tenía la oportunidad de salvar la ciudad; pero había emprendido el mal camino y no estaba dispuesto a volver sobre sus pasos. Decidió seguir el consejo de los falsos profetas y de los hombres a quienes despreciaba y ridiculizaban su debilidad de carácter porque se rendía tan prontamente a sus deseos. Cedió la noble libertad de su humanidad para convertirse en un atemorizado esclavo de la opinión pública. Aunque no tenía ningún propósito malvado, carecía de la resolución necesaria para mantenerse firme al lado de la verdad. Aunque estaba convencido de que Jeremías decía la verdad, no poseía el talante moral para obedecer su consejo, sino que se obstinó en avanzar en la dirección equivocada.

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Era tan débil, sus temores humanos se habían apoderado de su alma hasta tal punto, que ni siquiera quería que sus cortesanos y el pueblo supieran que se había reunido con el profeta. Si ese cobarde gobernante se hubiese mantenido firme ante su pueblo y hubiera declarado que creía las palabras del profeta, las cuales ya se habían cumplido, habría evitado una gran desolación. Debería haber dicho: “obedeceré al Señor y salvaré la ciudad de la ruina total. No menospreciaré los mandamientos de Dios por temor a los hombres o en busca de su favor. Amo la verdad, odio el pecado y seguiré el consejo del Todopoderoso de Israel”. Sólo así el pueblo habría respetado su valeroso espíritu y los que dudaban entre la fe y la infidelidad habrían tomado un firme partido por la verdad. El valor y la justicia de su conducta habrían inspirado a sus súbitos con admiración y lealtad. Habría tenido un amplio apoyo e Israel no habría sufrido la indescriptible calamidad del fuego, las matanzas y las hambrunas.

Sedequías pagó un alto precio por su debilidad. El enemigo avanzó como una avalancha irresistible y devastó la ciudad. El ejército hebreo se batió en retirada víctima de la confusión. La nación fue conquistada. Sedequías fue tomado prisionero y sus hijos murieron asesinados ante sus propios ojos. Después fue llevado cautivo fuera de Jerusalén mientras oía los alaridos de su desdichado pueblo y el rugir de las llamas que devoraban sus casas. Le arrancaron los ojos y cuando llegó a Babilonia murió en la miseria. Ésta fue la pena por haber caído en la infidelidad y haber seguido consejos impíos.

En nuestros días hay muchos falsos profetas que no consideran que el pecado sea repulsivo. Se quejan de que las reprensiones y las advertencias de los mensajeros de Dios alteran innecesariamente la paz del pueblo. Arrullan las almas de los pecadores, y las suyas propias, llevándolas a una acomodación fatal con sus enseñanzas agradables y engañosas. El antiguo Israel cayó víctima de las adulaciones de los sacerdotes corruptos. Su predicción de prosperidad era más agradable que el mensaje del verdadero profeta, quien aconsejaba el arrepentimiento y la sumisión.

Los siervos de Dios deben manifestar un espíritu tierno y compasivo y mostrar a todos que en sus asuntos con el pueblo no les impulsa ningún motivo personal y no se complacen en dar mensajes de furia en nombre del Señor. Sin embargo, nunca deben titubear a la hora de señalar los pecados que corrompen a los que profesan ser el pueblo de Dios ni cesar en su empeño de influir en ellos para que se vuelvan de sus errores y obedezcan al Señor.

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Los que se esfuerzan por esconder el pecado y hacer que parezca menos serio a las mentes de los transgresores hacen la labor de los falsos profetas y la ira de Dios retribuirá su conducta. El Señor nunca entrará en componendas con los deseos de los hombres corruptos. El falso profeta condenó a Jeremías por haber afligido al pueblo con sus graves acusaciones; quiso tranquilizarlo prometiéndole seguridad y prosperidad, pensando que no debía recordar continuamente los pecados de las pobres gentes ni amenazarlas con el castigo. Esta conducta aumentó aún más, si cabe, la resistencia de los judíos al consejo del verdadero profeta e intensificó su enemistad hacia él.

Dios no se complace con el que obra el mal. No permite que ninguna libertad brille por encima de los pecados de su pueblo ni que se proclame “paz, paz” cuando ha declarado que los condenados no tendrán paz. Los que alientan a rebelión contra los siervos que Dios envía para dar su mensaje se rebelan contra la palabra del Señor.

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Son necesarias las reprobaciones fieles

Escribí el siguiente testimonio, recibido en la visión del 5 de enero de 1875, en mi tienda, entre los servicios de la reunión campestre de agosto de aquél año. Se inicia con las condiciones en que se encontraba _____ en enero de ese mismo año. Los acontecimientos del siguiente verano justificaron plenamente la aparente severidad del testimonio. En septiembre leí algunos fragmentos a esa iglesia y, bajo nuestra dirección, se inició una gran obra; por lo que, con la esperanza de que sea de utilidad para esa iglesia y otras, doy el testimonio en esta humilde obra.

Las tinieblas toman el control allí donde debería gobernar el Espíritu de Dios. Sin embargo, pocos de los que se enrolan en la obra se dan cuenta de la necesidad del esfuerzo personal y la responsabilidad individual que requieren todas las responsabilidades que asumen. La mayoría las consideran al mismo nivel que las empresas ordinarias.

La soberbia domina en muchos que deberían saber que una vida de amor sacrificado es una vida de paz y libertad. Los que buscan la felicidad mediante la autocomplacencia y cuidando principalmente sus propios intereses han emprendido el camino equivocado si desean asegurarse alguna felicidad en la tierra. Quien es infiel en los más insignificantes deberes, lo será también en los mayores. El que descuida el fiel cumplimiento de las pequeñas tareas que se le confían demuestra que es incapaz de llevar responsabilidades más pesadas e indica que no se ha entregado en cuerpo y alma a la labor y que no piensa, siquiera un momento, en la gloria de Dios.

Algunos se afanan por definir los deberes ajenos y se aperciben de toda la importancia que es inherente a las responsabilidades que tales deberes conllevan. Sin embargo, son incapaces de darse cuenta de los suyos. La fidelidad personal y la responsabilidad individual son necesarias, en especial, en el Instituto de Salud [el sanatorio], en las oficinas, en la iglesia y en la escuela. Si todos los que están relacionados con esas instituciones escucharan atentamente lo que Jesús les ordena hacer, en lugar de detenerse a preguntar qué debería hacer tal o cual hombre, seríamos testigos de un gran cambio en todos los departamentos de la obra. Si en todos los corazones reinaran las palabras: “Debo escuchar las enseñanzas de Cristo y obedecer su voz, nadie puede hacer mi trabajo en mi lugar, la atención de los demás nunca puede subsanar mi negligencia”, veríamos que la causa de Dios avanzaría hasta metas nunca alcanzadas.

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No hacer nada, esperar a que los demás actúen, trae la debilidad espiritual. Retener las propias energías es una manera segura de perderlas. Jesús requiere una obediencia explícita y una sumisión dispuesta de todos sus siervos. En el servicio a Cristo no debe haber contención ni autoindulgencia. No hay acuerdo posible entre Cristo y Belial. ¡Cuánta falta de dedicación a la obra de Dios, cuánta falta de preocupación ha habido en _____!

El corazón de A no se ha consagrado a Dios. Tiene capacidades y talentos por los que tendrá que rendir cuentas al Dador de todas las cosas. Su corazón no está consagrado y su vida es indigna de su profesión; por más que haya estado vinculado con la sagrada obra de Dios durante numerosos años. ¡Cuánta luz ha tenido, qué privilegios! Ha disfrutado de las más extrañas oportunidades para desarrollar un verdadero carácter cristiano. Las palabras de Cristo, cuando lloró sobre Jerusalén, son aplicables a su caso: “¡Oh, si también tu conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos”. Lucas 19:42. A, la condena de Dios cuelga sobre su cabeza, “por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación”. Lucas 19:44.

B tiene el mismo tipo de carácter, aunque no es tan soberbio. Ambos aman más los placeres que a Dios. Su conducta contradice en todo una vida cristiana. Carecen de estabilidad, sobriedad y dedicación a Dios. En B, la obra de gracia también es muy superficial. Desea ser cristiano, pero no se esfuerza por mantener la victoria sobre el yo y actuar según sus convicciones de lo que es justo o erróneo. Dios sólo acepta acciones, no palabras ociosas o intenciones vacías.

A, ha escuchado las palabras de reprensión de Dios, sus consejos, sus advertencias, así como sus súplicas amorosas. Pero no basta con escuchar. “Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”. Santiago 1:22. Dejarse llevar por la corriente, y gritar “¡Hosanna!” con la multitud, es fácil. Pero en la tranquilidad de la vida diaria, cuando no hay ninguna excitación o exaltación, llega la prueba de la verdadera cristiandad. Es entonces cuando su corazón se enfría, su celo desfallece y los ejercicios religiosos se vuelven desagradables para usted.

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Sin duda alguna, usted descuida hacer la voluntad de Dios. Cristo dice: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”. Juan 15:14. Ésta es la condición que se nos impone, ésta es la prueba que pone de manifiesto el carácter de las personas. Los sentimientos son a menudo engañosos y las emociones no son una salvaguarda segura; porque son variables y están sujetos a circunstancias externas. Muchos se pierden porque confían en las impresiones de sus sentidos. La clave es: ¿Qué hace por Cristo? ¿Cuáles son sus sacrificios? ¿Y sus victorias? El espíritu soberbio vencido, la tentación de descuidar los deberes resistida, las pasiones subyugadas y una obediencia dispuesta y alegre rendida a la voluntad de Cristo son, de largo, las mayores pruebas de que se es un hijo de Dios, libre de la piedad espasmódica y la religión emocional.

Hermanos, ambos sienten aversión a la reprensión, siempre ha despertado en sus corazones el desafecto y la murmuración contra su mejor Amigo, quien siempre ha buscado su bien y a quien ustedes le deben todo el respeto por un sinfín de razones. Se han separado de él y han ofendido al Espíritu de Dios al levantarse contra las palabras que ha dado a sus siervos al respecto de su conducta. No han escuchado a esas admoniciones y, por lo tanto, han rechazado el Espíritu de Dios y lo han alejado de sus corazones. Su comportamiento se ha vuelto despreocupado e indiferente.

Hermano A, durante los muchos años que ha sido bendecido con la gran luz que Dios ha permitido que brillara sobre su camino, usted debería haber ganado una gran experiencia. Escuché una voz que decía de usted: “Es un árbol estéril. ¿Por qué esas ramas estériles echan su sombra sobre el suelo que podría ocupar un árbol que lleva fruto? Córtalo para que no inutilice la tierra”. Luego escuché la voz suplicante de la Misericordia, diciendo: “Ten un poco de paciencia. Cavaré sus raíces, lo podaré. Dale otra oportunidad; si aun así no da fruto, córtalo”. A ese árbol improductivo se le ha concedido un poco más de tiempo de gracia, un poco más de tiempo para que una vida malgastada florezca y lleve fruto. ¿Aprovechará la oportunidad? ¿Recibirá las advertencias del Espíritu de Dios? Las palabras que Jesús pronunció cuando Jerusalén menospreció la salvación que, por gracia, le ofrecía el Redentor también se le dicen a usted: “¡Jerusalén, Jerusalén […] cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” Mateo 23:37. Cristo suplicó, invitó; pero el pueblo a quien había de salvar no correspondió su amor. Usted no ha sido mejor en su tiempo que aquellos pobres, engañados y enceguecidos judíos. Podría haber aprovechado los benditos privilegios y las oportunidades que se le brindaban, perfeccionando un carácter cristiano; pero su corazón se ha vuelto rebelde y no está dispuesto a humillarse para convertirse realmente y vivir en obediencia a los designios de Dios.

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